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Oculto en Saturno por blendpekoe

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No aguanté hasta el viernes siguiente y me adelanté a nuestro día habitual. Solo rogaba que Francisco no hiciera una broma al respecto, que lo dejara pasar. Y cuando me vi en el espejo del ascensor, rogué que también dejara pasar el detalle de mi ropa.


Al entrar al departamento me percaté que la calefacción funcionaba pero la casa estaba a oscuras como si no hubiera nadie. Cuando creí que se le pudo haber olvidado apagarla escuché un ruido proveniente de la habitación. Me quedé inmóvil oyendo, tratando de descifrar qué había sido. Esperé poniéndome inquieto, pensando en algo que era inevitable pensar: otra persona estaba allí junto con Francisco. Mi corazón se aceleró con temor porque él tenía todo el derecho del mundo. Se me había olvidado que ser su único amante en todo ese tiempo era una cuestión técnica. En lugar de irme me quedé allí, un sentimiento horrible me hacía querer saber quién podría ser. ¿Alguien más joven? ¿Alguien más grande? ¿Alguien con quien el sexo era mejor? Me arrimé silencioso, su puerta estaba entre abierta y dudé. Francisco podría descartarme y yo no podría hacer nada al respecto. Me asomé con cuidado y vi un montón de papeles arrugados tirados en el piso, en la cama él parecía estar durmiendo. Estaba solo. Apoyé mi cabeza en la puerta aliviado, no me había percatado que estaba conteniendo la respiración y que las manos me temblaban un poco. Al observar de nuevo la escena me di cuenta que estaba enfermo y todo el desastre de papeles eran servilletas de papel que hicieron de pañuelos. Me acerqué a la cama donde lo descubrí despierto, al verme se cubrió con el cobertor.


—Vete —dijo con voz ronca.


—¿Necesitas ayuda?


—No, vete.


No le hice caso, me senté a sus pies un poco preocupado pero aún agradecido por haberlo encontrado enfermo en lugar de encontrarlo con otra persona. Mis palpitaciones tardaron en acomodarse. Tosió bajo el cobertor, una tos que intentó controlar pero falló, y lo avanzado de la gripe se evidenció.


—¿Tomaste algo para eso?


—Vete —repitió.


—No te cuesta responder lo que pregunté —recriminé.


No dijo nada. Una mano salió de debajo del cobertor buscando una servilleta, se la alcancé extrañado por el comportamiento. Pero no era el momento de juegos, corrí el cobertor y toqué su frente, enseguida apartó mi mano. Tenía los ojos enrojecidos y la nariz irritada a causa de las servilletas. Volvió a taparse.


—Vete —pidió ya sin fuerza.


—Tienes fiebre.


—No importa.


Me dejaba perplejo verlo actuar como un niño.


—Así que esta es tu verdadera naturaleza.


Los papeles se amontonaban junto a la cama y nada alrededor indicaba que estuviera tomando alguna medicación. En su cajón de extraños fármacos solo encontré un montón de cosas de nombres desconocidos que nada harían ante una fiebre. Sin avisarle salí para comprar algo que le sirviera. De seguro se sentía molesto pero su mala actitud iba más allá de eso. Al regresar volví a sentarme a sus pies.


—Te traje medicamento y agua para que lo tomes. —No respondió—. No voy a moverme hasta que lo tomes. —Siguió sin cooperar—. ¿Acaso no quieres que te vea enfermo? No seas vanidoso, todo el mundo se enferma.


Finalmente sacó la cabeza. Era muy llamativo verlo de mal humor, ni todo el alcohol del mundo me habría dado esa visión de él. Después de todo Francisco era humano, capaz de enojarse y mostrar fastidio. Accedió a tomar la medicación para la fiebre y bebió agua hasta vaciar la botella antes de volver a recostarse. Estaba agotado, transpirado y muy congestionado. Pude resistir cuestionarlo por no haber pedido ayuda a alguien si se sentía mal porque su familia no vivía cerca y dudaba que tuviera amigos, pero, por sobre todas las cosas, varias veces yo mismo había sido terco ante una enfermedad y no llamé a nadie. Tampoco le dije nada cuando volvió a ocultarse bajo el cobertor.


—¿Comiste algo?


—Te voy a contagiar.


La cocina estaba impecable, nadie había preparado nada en ese lugar. Improvisé una sopa con las verduras que encontré, que aunque no quisiera tomarla en ese momento le serviría tener a mano algo que solo requería meterse en el microondas.


Me senté otra vez a sus pies mientras la sopa se cocinaba.


—¿Vas a dejar que te ayude? —me miró asomado por el cobertor—. No me voy a ir —aclaré con amabilidad.


La fiebre estaba bajando, se mostraba un poco más despierto.


—Está bien —respondió derrotado.


Lo de él era una simple gripe pero no pude evitar pensar que yo hice sufrir a muchas personas por mucho tiempo por no hacer algo tan sencillo como decir "está bien" cuando me ofrecían ayuda.


Llené el baño de vapor e insistí en que se bañara. Físicamente estaba muy cansado así que lo acompañé.


—Te voy a contagiar —insistió.


Él estaba sentado en la bañera haciendo un esfuerzo para resistir la congestión y la tos que el vapor comenzaba a aliviar.


—No debería darte vergüenza sonarte la nariz delante de mí después de todas las cosas que hacemos —me esforcé para no sonar irónico.


Se volteó hacia la pared para hacerlo. Sin duda le importaba demasiado su imagen. Era tan extraño ver ese lado de él cuando estaba acostumbrado a su alegría inquebrantable, teniendo y manteniendo el control de todo.


—Sigues siendo lindo —intenté consolarlo.


Observándolo reflexioné que ayudarlo era una gran ironía que me convertía en el hipócrita más grande del mundo. Había discutido, negado, incluso ofendido, cuando otras personas mostraron preocupación por mí. Los había echado a todos. Y ahí estaba yo, indiferente al pedido de Francisco porque lo dejara. Porque era irracional esperar que me fuera como si nada ocurriera, mi conciencia no lo permitía. Era una amarga revelación estar del otro lado.


Lo ayudé a secarse el cabello y se quedó allí con el vapor mientras cambiaba sus sábanas. No renegó de nada en ningún momento, estaba muy cansado. Ya dentro de la cama se veía más tranquilo y relajado. Solo le serví el caldo de la sopa en una taza que bebió con gusto.


—Gracias —dijo una vez recostado.


Había cierta satisfacción y alivio en cuidar a otra persona, en especial si esa persona se dejaba cuidar.


—Al final no fue para tanto.


—No tenías que hacerlo.


—No, pero quise. Una vez me dijiste que no somos nada pero tampoco somos extraños.


Volvió a cubrirse hasta la cabeza.


Apreté su pierna a modo de saludo y lo dejé en paz. Me detuve en la puerta del departamento confundido y entristecido. No quería irme y dejarlo solo a pesar de saber que no me correspondía quedarme. Así que terminé optando por el sillón. Tardé en dormir a causa de las cosas que se revolvían dentro de mí. ¿Qué tan rechazadas se sintieron las personas a las que les impedí expresar su preocupación? De repente no podía dejar de pensar en los padres de Matías.


***


Cuando Francisco me vio en la mañana quedó sorprendido.


—¿Por qué te quedaste? —preguntó con cierta incredulidad.


Seguía congestionado y sin fuerzas. Las botellas de agua que dejé a su lado estaban vacías.


—Porque estás enfermo.


Era una realidad que me quedaba por su estado pero comenzaba a darme cuenta que era algo más fuerte lo que me retenía allí.


—¿Qué quieres desayunar?


Seguía resguardándose con el cobertor, decepcionado por ser visto en ese estado.


—Solo té.


Agregué a su pedido unas galletas y se las comió.


—¿Te sientes mejor?


Asintió con pesadez.


—Perdón por mi comportamiento de ayer.


—No. Te parecí invasivo y sé lo que se siente. Pero no podía dejarte así. Es mejor que sigas descansando. Voy a irme, hay sopa en el refrigerador.


Volví a casa para bañarme, almorzar y luego ir a trabajar. Todo el tiempo cargué con la sensación de tener que haberme quedado a su lado aunque fuera una simple gripe. Sabía que ya no se pondría peor y con el descanso empezaría a sentirse bien pero estuve todo el día pensando en él, preocupado, arrepentido por dejarlo. Repasaba mentalmente todo lo que había ocurrido, era curioso su comportamiento, aunque no me decidía si su problema era mostrarse desalineado o débil. Y meditaba sobre mi deseo de querer regresar y acompañarlo, sin importar que no fuera necesario. Ver más de ese lado que lo apenaba, además de querer mostrarme útil para él.


***


A último momento me decidí por regresar y corroborar que estuviera bien. Lo encontré durmiendo profundamente. Había tomado la sopa, también la medicación, incluso se preparó comida. No tenía motivos para quedarme pero me senté en la cama a observarlo. A un costado había una consola portátil, incluso tuvo tiempo para eso. Aun así no quería irme. La aparté para recostarme a su lado porque ya no era dueño de mi propia voluntad.


Mi sueño solía ser tan liviano que me desperté ante la sensación de unas caricias sobre mi mano, al notar mis ojos abiertos Francisco atinó a cubrirse un poco con el cobertor.


—Te ves mucho mejor —aseguré.


Se descubrió un poco.


—Odio enfermarme.


También se quejaba, eso era nuevo. Acomodé un poco su pelo.


—Hay algo que quiero decirte.


—¿Qué?


—Más allá de lo que hacemos, si alguna vez necesitas ayuda puedes llamarme, no vas a molestarme. —Me miraba con atención sin decir nada—. Una persona solitaria se da cuenta cuando otra persona se siente sola, aunque sonría todo el tiempo.


Volvió a cubrirse. Me acerqué un poco para abrazarlo, quería poder ver su rostro, su expresión, para entenderlo un poco más pero no podía obligarlo.


—¿Hice mal en decir eso?


La respuesta no fue inmediata, ni verbal, solo negó con la cabeza. Después de un rato emergió del cobertor un poco avergonzado. Acaricié su rostro y él cerró los ojos ante el contacto.


—¿No te importa si te contagio?


—No.


Me miró un momento olvidándose de su apariencia.


—No duermas en el sillón.


—¿Quieres que duerma aquí?


Sonrió levemente. Me cambié y volví a la cama, él se acomodó a mi lado aferrándose a mi brazo.


—Hay algo que quiero aclarar porque se podría malinterpretar —murmuré.


—¿Qué?


—Tienes una sonrisa hermosa.


Quería decirle más cosas, que lo admiraba y envidiaba, que sus singularidades me parecían increíbles, que lograba seducirme con su mirada, que era hermoso incluso enfermo y que podía usarme todo lo que quisiera. Pero no me animé.


Apoyé mi cabeza en la de él que seguía acurrucado a mi lado. Cuando Francisco lo dispusiera dejaríamos de vernos y mi vida volvería a la rutina de estar encerrado en mi oscura casa, continuaría marchitándome hasta morir como dejé que ocurriera con las plantas. Cuando Francisco ya no quisiera verme yo perdería la poca humanidad que me quedaba.

Notas finales:

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