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Oculto en Saturno por blendpekoe

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El segundo día comenzó con un paseo en barco por la costa. La playa era un poco limitada con respecto a la actividad así que nos dejamos convencer en la ciudad por un agente de turismo que captaba potenciales clientes que recorrían el lugar. Al día siguiente sumaríamos un city tour a nuestra visita. También me tentaba la posibilidad de ir al teatro, algo que no teníamos en nuestra ciudad. Pero ese sábado el barco mantenía toda nuestra atención. La vista era bien pensada, de un lado del navío se apreciaba el mar infinito y del otro lado la ciudad con la playa, casi a modo de postal. Éramos un grupo pequeño de personas, la mayoría muy ocupadas en sacar fotos y filmar con su celular. Francisco los imitó sacando algunas fotos para tener de recuerdo y en un momento se volteó hacia mí para sacar una.


—Sales muy bien en las fotos —coqueteó.


Se puso a mi lado para enseñarme la fotografía, también otra que nunca noté que me tomó.


—¿Me sacas fotos a escondidas?


Se mostró orgulloso por su travesura.


—No me pude resistir.


Sonreí, más de lo normal, sintiéndome un poco tonto, un poco inquieto, un poco emocionado. Nuestras miradas se encontraron y sostuvieron por un rato, la gente que nos rodeaba se volvió molesta y tal vez Francisco pensó lo mismo porque desvió sus ojos con pena hacia las personas que nos ignoraban pero aún así nos invadían.


Después del almuerzo hicimos la caminata hasta el faro, una idea tan entretenida como cuestionable. El paseo terminó siendo una odisea que nos dejó sin aliento; salimos con energía y regresamos arrastrando nuestras almas. Caminar en la arena no era fácil y algo tan extenso requería un esfuerzo comparable con subir al mirador. El paisaje pintoresco nos distrajo lo suficiente para no percatarnos de la distancia. Solo cuando llegamos cansados al faro nos dimos cuenta que deberíamos recorrer el mismo trecho pero ya sin energía. Cerca del final del trayecto nos dábamos ánimos mutuamente para no detenernos y poder llegar al hotel. El agotamiento exigía algo más cómodo que descansar en la playa por lo que fuimos a nuestra habitación, además, Francisco acusaba dolor en las piernas y pies. Pero una aventura absurda era una aventura absurda y el dolor no nos quitaba las ganas de reír de nuestra ingenuidad en creer que sería una simple caminata. Nos recostamos en la cama donde, con la tranquilidad y silencio de la habitación, el cansancio se transformó en sueño. Sin darme cuenta, mi mano buscó la de Francisco, el contacto parecía necesario, y él entrelazó sus dedos con los míos.


—No puedo creer que camináramos tanto —murmuró antes de dormirse.


Ya atardecía cuando me despertó el ida y venida de Francisco por la habitación preparándose para el jacuzzi.


—Despertaste a tiempo. Si te duelen las piernas como a mí, te invito al agua caliente.


Se sacó la ropa y se fue al baño. Las piernas no me molestaban, yo estaba más acostumbrado, pero lo seguí guiado por las ganas de estar en el mismo espacio que él. Miré desde la puerta, el vapor que salía del agua no era muy tentador pero Francisco se recostaba relajándose de alguna forma. Deseché la idea de quitarme la ropa y me senté en el borde mirándolo.


—¿No vas a acompañarme?


—No lo sé. Me gusta lo que veo desde aquí.


En realidad no se veía mucho con el movimiento del agua, pero en ese momento no era su cuerpo desnudo lo que me interesaba ver. Me acerqué un poco más para acariciar su frente. Y lo acompañé, aunque no de la forma que él esperaba. Me quedé allí jugando con su pelo húmedo, dándome cuenta que me urgía decirle lo que sentía pero no sabía cómo. Francisco cerraba los ojos disfrutando del agua caliente y mis caricias, ignorando que yo me encontraba al borde de una determinación.


—A ti, más que playa, te vendrían bien unas termas.


—En invierno —suspiró con gusto— pero no saldría nunca más del agua.


—¿Están mejor tus piernas?


—Mucho mejor.


Seguí acariciándolo. De repente la sortija en mi mano llamó mi atención. ¿Qué pasaría con ella? ¿Qué pasaría con las fotografías de Matías? ¿Y sus cosas? ¿Nuestros recuerdos? ¿Nuestra casa? Francisco tomó mi mano entre las suyas sacándome de mis pensamientos.


—¿Quién fue el que propuso matrimonio?


Me sorprendió su pregunta y tardé en reaccionar.


—Él a mí.


—Seguro te cuidaba mucho —comentó con simpatía mientras llevaba mi mano a su mejilla.


Francisco sabía mucho de mi relación con Matías, todo contado por mí. Pero fue en otro momento, otra situación, nada sucedía entre nosotros entonces.


—¿No te molesta hablar de él?


La respuesta era obvia, Francisco no era como otras personas, pero deseaba escucharlo.


—No. Matías es parte de ti. La felicidad y las tristezas a su lado, todo lo que vivieron juntos, te hacen quien eres. Todo lo que aprendiste con él va a ser siempre parte de ti.


Un pequeño nudo se formó en mi garganta que intenté aliviar respirando profundamente.


—Gracias —respondí con la voz débil y afectada.


Cuando salió del jacuzzi se envolvió con la bata blanca del hotel y se recostó otra vez en la cama. Afuera ya había oscurecido.


—Podemos cenar en el hotel —ofrecí para evitar deambular por la calle.


Sonrió.


—No es necesario que te preocupes tanto.


Me senté a sus pies y tomé uno, lo masajeé un poco y su expresión demostró que aún no estaba en condiciones para salir a caminar.


—No mientas cuando estás dolorido.


—Perdón —respondió riendo.


—Siempre haces lo mismo —recriminé—. No hagas nada obligado.


Froté sus pies con suavidad.


—No es por obligación, es porque de verdad lo estoy pasando bien.


Podía entender eso, yo disimularía cualquier malestar con tal de pasar tiempo a su lado.


—¿Entonces este viaje no es extraño?


—No lo es.


Oculté mis nervios ocupándome de sus pies, masajeándolos con suavidad para ayudar a aliviar las molestias,  pero sabía que él notaba mi incertidumbre y titubeo.


—Me alegra que hayas venido conmigo. Hace tiempo quería una oportunidad como esta para conocerte un poco más.


Me observaba atento, él lo sabía, sabía todo lo que yo sentía.


—¿Por qué? —preguntó empujándome para que lo dijera.


—Me gustas... mucho.


Seguía mirándome y yo sentí como si una especie de hechizo se hubiera roto al empezar a decirle lo que me ocurría.


—No pretendo nada —dije con una renovada claridad— pero lo que siento seguramente siga en aumento.


Francisco miraba comprensivo pero no respondía, luego volteó su cabeza hacia el ventanal, pensando algo, tomando algún tipo de decisión. Mi declaración no lo afectó mucho, se mostraba inmutable. Solté sus pies al darme cuenta que no era la reacción que creí que obtendría.


—¿Te cuento mi mayor miedo? —habló después de un momento—. Ilusionarme. Pero hace rato que estoy ilusionado contigo. Una parte de mí quiere huir de ti y la otra parte quedarse.


Suspiré inseguro.


—Entiendo.


—No, no lo entiendes —respondió con suavidad—. Tendría que contarte lo que no quiero contarte para que lo entendieras. Pero si no te lo cuento el pensamiento siempre va a estar allí, persiguiéndome. —Se quedó en silencio, con una inusual expresión de amargura—. Busco amantes porque me siento solo pero cuando sospecho que puede existir afecto, huyo. Contigo fue la primera vez que no quise huir, quise ilusionarme. Podría decirse que me siento seguro contigo, aunque eso está un poco mezclado con la edad y mucho trabajo de mi parte. El miedo también agota.


Era extraño escucharlo hablar así. Aunque nunca dejé de sospechar que algo escondía detrás de su excentricidad, seguía siendo inesperado, casi irreal, estar frente a una confesión que no encajaba con su personalidad a pesar de explicar el aspecto más peculiar de su vida.


En el mundo real nadie era inmune a la decepción y su sonrisa no significaba que él estuviera exento de esa regla.


—¿Alguien te hizo daño?


Pensó un momento hasta que sonrió con tristeza y resignación, insistiendo en seguir sin mirarme.


—Fue a hace mucho, cuando yo era pequeño. —Su sonrisa desapareció y sus ojos se humedecieron—. De esas cosas que no tienen que pasarle a nadie.


Me quedé helado al escucharlo, no era nada parecido a lo que yo imaginaba. Él seguía mirando hacia el lado del ventanal con seriedad.


—Lo lamento mucho —logré articular.


Pero mis palabras estaban lejos de representar lo que sentía.


—No fue fácil crecer después de eso, mi familia no supo manejarlo, les daba miedo, vergüenza, que alguien pudiera enterarse. Hasta que no fui adulto no pude entender lo que ocurrió. —Una sonrisa nerviosa apareció en su rostro—. Ahora puedes darte una idea de por qué soy tan raro a veces.


Guardó silencio luego de eso y noté que apretaba con fuerza sus manos. Me acerqué y puse mi mano sobre las suyas sin saber qué decir.


—No quería contártelo pero...


No continuó, bajó la mirada y se guardó la explicación.


Me agaché sobre él para besar su frente y suspiró debajo de mí.


—Vamos a cenar —murmuró queriendo romper con la atmósfera que se había generado.


No podía salir del estado de estupor en el que me encontraba así que hice lo mejor que sabía hacer y fue dejarle el control de la situación. Se cambió y bajamos al restaurante intentando actuar como si nada hubiera pasado en la habitación. Con gestos y palabras algo forzados, buscando emular una normalidad alegre con una energía que nos faltaba.


Mientras cenábamos Francisco señaló hacia un costado, a un cartel que había pasado por alto al entrar. En él se promocionaba el bar en el último piso, con noches de piano para los fines de semana.


—Podríamos ir a ver —propuso—. ¿Será que podemos ir así vestidos?


Él hacía el esfuerzo de distraerme. Volví a mirar el cartel.


—Los pianos me persiguen.


—Podría ser una señal —comentó con simpatía.


Subimos al bar. Un lugar con vista a la playa en una esquina y vista a la ciudad en otra. Fuimos del lado de la ciudad porque no se veía nada hacia el mar. La ropa no fue impedimento, la mayoría estaba tan informal como nosotros o peor. Como era de esperarse en semejante ambiente, el jazz fue la selección para el instrumento. Francisco miraba con atención.


—¿Así es en la cafetería?


—Sí, bastante parecido.


Bebimos un trago con la música de fondo. Me di cuenta que Francisco se concentraba en el piano para disimular su propio silencio. Empezaba a verse decaído, mantener la falsa normalidad se le complicaba.


—Vamos a dormir —sugerí.


Estuvo de acuerdo y volvimos a la habitación, era temprano y no teníamos sueño pero no podíamos seguir forzando la situación. Lamentaba no saber qué hacer o decir, tenía la sensación de que cualquier cosa que yo dijera sería para incomodarlo.


Durmió acurrucado a mi lado como siempre. Nunca me habría esperado algo como lo que contó y me sentí muy mal por lo que vivió. Todas sus palabras seguían dando vueltas en mi cabeza, mientras intentaba comprender, mientras ataba cabos. Después de procesarlo un poco más, supe que lo único que podía hacer era quedarme a su lado. En el medio de la noche Francisco se levantó, yo no estaba teniendo un sueño tranquilo así que fue fácil darme cuenta. Lo observé desde la cama. Tomó una botella de agua del frigobar para sentarse frente al ventanal en la sala y se quedó allí. Con la oscuridad no podía ver mucho, pero intenté adivinar por sus movimientos lo que hacía. Pero no hacía nada, de vez en cuando balanceaba la botella de agua en sus manos y nada más.

Notas finales:

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