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Oculto en Saturno por blendpekoe

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En nuestra ciudad había algunos eventos en el año que buscaban ser grandes y reunir la mayor cantidad de público posible. Con ese fin se realizaban entre primavera y verano para coincidir con visitantes y turistas. El primer gran evento era la feria del libro que se montaba en la plaza principal bajo una gran cantidad de carpas. Distintas tiendas y editoriales pequeñas tenían su lugar, también se hacían algunas actividades para entretener al público. En una carpa aparte se programaban proyecciones y conferencias, en otra se leían o representaban cuentos para niños, se sumaban varios talleres y alguna que otra cosa apenas relacionada a la cultura. Tal organización exigía puestos de promoción del municipio y allí estaba, sin muchas ganas de estar, en el stand de la secretaría de cultura. Antes me entusiasmaban mucho esas oportunidades y siempre me ofrecía para ser voluntario. Solía hablar con todo el mundo, misionaba todas las actividades y cursos que se ofrecían, no solo en el centro cultural donde trabajaba, también en las escuelas y centro cívico. Me hacía sentir orgulloso y reivindicado hacer algo que veía de gran utilidad para otras personas. Pero en esa ocasión estaba incómodo. El año anterior no participé y ese año confirmé mi asistencia movido por una sensación de obligación. Obligación que no existía. Como sucedía cada año, en el stand éramos más personas de las necesarias. Profesores y funcionarios con vocación de servicio aprovechaban, lo que era para muchos de ellos, su único gran evento del año. Nuestro puesto no era tan concurrido como el resto que se relacionaban con los libros pero, irónicamente, era el que más personal tenía a disposición. En tales circunstancias, era fácil ir y venir al no ser necesaria tanta presencia. Y yo me debatía entre pasear o no pasear, porque en cada rincón aparecía alguien que quería saludarme y estar en el stand también me exponía. Los profesores voluntarios tenían muchas ganas de hablar y ponerse al día con todo lo que hicieron laboralmente ese año. Para mí no era sencillo seguirles la conversación porque mi nivel de entusiasmo era más limitado, pero me obligaban a participar porque todos estaban al tanto de la presencia del piano en la cafetería y deseaban saber qué proyectos había sobre él. Tuve que improvisar y reciclar ideas terminando cada respuesta con un:


—Todo depende de lo que quieran hacer.


Refiriéndome al municipio, con falsa amargura, y los que escuchaban asentían en comprensión.


El piano también tenía su propio protagonismo en el evento. Un par de carteles llamativos colocados en la plaza invitaban a las personas a acercarse a la cafetería de la biblioteca con la promesa de poder disfrutar de la música en vivo todo el día.


En un momento que necesitaba una pausa de tantos saludos y charla, fui a ver cómo estaban las cosas en la cafetería. Había más gente de la que imaginaba llenando todas las mesas, los empleados trabajaban sin parar, incluso se colocaron dos mesas en el patio y dos más en la vereda para ampliar la capacidad, a donde la música del piano llegaba por las ventanas abiertas. Para muchos, un evento como una feria, era una oportunidad de paseo por lo que ningún entretenimiento quedaba desaprovechado.


Miré desde la puerta y, para mi sorpresa, vi a Francisco sentado en una de las mesas. Se encontraba solo y ponía atención al instrumento entre sorbos de café. Su mirada no era como la del resto, que observaban con satisfacción y encanto el arte que producía música frente a ellos, él aún estaba decidiendo si le gustaba o no lo que oía. Revisé con cuidado el resto de las mesas y, después de dudar innecesariamente, me acerqué. Me causó gracia su cara de confusión, de la que se recuperó con una sonrisa para el momento en el que me senté.


—No creí que te vería aquí —señaló con alegría.


—Aquí trabajo.


—Pero estabas trabajando en la feria, te vi allí —comentó con cierto regodeo haciéndome sonreír—. Quise aprovechar el evento para visitar este lugar.


Una mesera se acercó y tomó mi pedido de café, estaban muy atareados como para prestar atención a mi compañía. Aunque de no estarlo, no les hubiera interesado mucho. La diversión estaba en crear teorías sobre gente que conocían, como Vicente.


—¿Te gusta?


—Me gusta. Aunque me gustaría más un concierto privado —su voz cargaba con el coqueteo oportuno tan característico de él.


Desde que me senté, sus ojos no se apartaron de mí y reconocí en ellos el anhelo por una cercanía que la mesa y el entorno no nos permitía tener. Me dejaba atontado, conmovido y lleno de alegría poder estar allí con él, fuera de su departamento, dentro de un lugar que formaba parte de mi vida diaria. La idea de que estuviera en la cafetería por un posible interés en conocer el lugar donde pasaba gran parte de mi tiempo me parecía increíble.


Después de extender el café no me quedaba más opción que regresar al stand que había abandonado. Salimos juntos de la cafetería pero nuestros caminos se dividían en la esquina. Nos despedimos casi de mala gana, Francisco volvía a su departamento y yo al stand. Por un momento lo vi irse, deseando poder continuar caminando a su lado, pasear, buscar sitios para hacerlos nuestros con recuerdos, sin miedos, sin culpas.


—¡Fran! —llamé mientras hacía un ligero trote hasta alcanzarlo.


Cuando estuve a su lado lo besé sin darle tiempo a decir nada. Mis manos tomaron su rostro y sus labios respondieron con rapidez a los míos, en el intento de expresar algo que no nos salía con palabras. Me costó soltarlo, esa mirada que veía a través de mí y solía intimidarme pasó a consolarme, reconfortarme y liberarme.


—Si necesitas un lugar para escapar de la feria puedes pasar por mi casa.


Asentí a su oferta. Pero en ese momento debía regresar.


***


El resto del día fue una extensión de esa mañana. El interés por los talleres y cursos era limitado, para la gran mayoría una feria del libro significaba la oportunidad de descubrir nuevo material de lectura. La única librería de la ciudad era muy pequeña y la biblioteca ofrecía un catálogo anticuado. En mi primer año a cargo del centro cultural se me ocurrió crear una campaña de donación de ficción para equilibrar un poco el contenido pero Benjamín no estuvo de acuerdo. En parte por ser mi idea y en parte porque nunca hacía nada que no se hubiera hecho antes. Una visión que ayudaba a perpetuar que cada feria del libro quedara desaprovechada por parte de la biblioteca, que tenía un stand con literatura clásica y sillones para que el público se sentara a leer.


Vicente apareció muy tarde, casi sobre el cierre del primer día, cuando muchos ya se habían ido y el resto estaba cansado. No tenía ganas de soportar gente pero debía hacer acto de presencia y ese era el mejor momento para que no le prestaran atención. Tampoco quería ir a un restaurante o bar así que fuimos a una tienda a comprar algunas bebidas. Yo también estaba cansado pero algo nuevo daba vueltas en mi cabeza que debía salir lo más pronto posible. Mientras elegía qué comprar, tomé mi celular para enviar unos mensajes.


—Vamos a la casa de Lautaro —indiqué al salir de la tienda.


Se extrañó con mi pedido pero no le importó mucho.


—¿Ya aceptó que va a tener un hijo?


—No le digas nada, ni hagas bromas.


—Entonces no lo aceptó.


Cuando llegamos, Lautaro nos esperaba en la puerta del pequeño edificio donde vivía. Estaba contento porque fue mi idea la visita, lo que me hizo sentir un poco traidor por haber ido con un motivo específico.


—¿Cómo estuvo la feria?


—Muy bien. Vino mucha gente.


Nos acomodamos alrededor de la mesa, con las cervezas y los snacks, hablando de la feria. Los eventos en la ciudad eran escasos, convirtiéndolos en el tema de conversación de todo el mundo por varios días. Aunque los libros no fueran de interés, la organización, quienes fueron, los locales que aprovechaban el movimiento de gente y cualquier detalle insignificante daba algo nuevo de qué hablar.


—Mañana iré a ver —prometió Lautaro. Me miró con atención un momento—. Estás muy bien vestido —elogió.


Vicente soltó una carcajada.


—No era necesario el comentario —recriminé medio avergonzado.


—No fue con mala intención —aseguró conteniendo la risa. Bebió un poco antes de seguir hablando—. Me alegró mucho saber que trabajaste en la feria.


Vicente me miraba con burla.


—Se ve más animado, ¿verdad? —colaboró para empeorarme el momento.


—¡Sí! En eso mismo estaba pensando.


—¡Ya basta los dos!


La conversación me molestaba, no quería que resaltaran los cambios, ni que los celebraran, porque hacía más difícil hacer lo que deseaba hacer. Cuando dejaron de reírse miré con gravedad a Vicente que entendió rápidamente que estaba por hacer o decir algo importante.


—Estoy viendo a alguien —solté sin ceremonia.


Lautaro no entendió a qué me refería hasta registrar mi seriedad y el silencio de Vicente. Lo observé con atención, esperando su reacción. Parecía asombrado y titubeó al momento de responder.


—No me esperaba una noticia como esa. No está mal, no tiene nada de malo —se apuró en agregar—. Está perfecto.


Pero no se lo escuchaba muy convencido y bebió intentando asimilar la insospechada novedad. Los tres nos mantuvimos en silencio por un rato.


—Ojalá podamos seguir teniendo contacto —lamentó.


—¿De qué hablas? ¿Por qué dejaríamos de tener contacto? —cuestioné alarmado.


—No sé. Solamente se me ocurrió.


Vicente lo miraba impaciente, quería verlo feliz y escucharlo felicitarme por mi bien, se estaba aguantando el decirle algo. Lautaro adivinó el gesto que le estaban dedicando.


—Perdón, no quería sonar como si me molestara —dijo recapacitando en el intercambio.


No pretendía que festejara, me hubiera sentido muy mal si hacía algo parecido, su confusión me era más aceptable. Mi pena no tenía solución, me daría la misma culpa contarle lo que le contaba pasaran tres, cuatro o diez años. Pero pasaran tres, cuatro o diez años no se me ocurriría que mi vínculo con Lautaro debiera cambiar. Aunque fuera incómodo se lo debía contar, porque deseaba tener más momentos como el que había tenido ese día con Francisco y el secreto era obstáculo.


Esa noche al regresar a mi casa me disculpé con la fotografía de Matías, aunque sabía que él entendería y estaría de acuerdo en que debía hacer bien las cosas.

Notas finales:

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