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Oculto en Saturno por blendpekoe

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Tuve una mala noche en la que no dormí tranquilo y me desperté más veces de las que eran posible contar. Por la mañana me sentí agotado y desganado pero desayunar junto a Francisco mejoró mi humor. Él se daba cuenta que estaba decaído, sus bromas eran limitadas y su tono de voz suave en todo momento. Me negó el café por el malestar del día anterior, insistiendo en que tomara té y lo acompañara con unas tristes galletas junto con una mermelada artesanal. Y él desayunó lo mismo para que no me desanimara.


Mientras comíamos noté algo que llamó mi atención junto al televisor y tuve que levantarme de la mesa para verlo mejor. Sorprendido, observé una fotografía mía sobre el mueble. La foto era la que Francisco me sacó en secreto en la playa y, frente al porta retratos que la resguardaba, descansaba un pequeño caparazón de caracol, el cual supuse que fue guardado por él a modo de recuerdo. Toqué el caparazón, de color beige con diminutas rayas blancas, delicado y perfecto como la persona que lo había encontrado. Un poco frágil también, aunque su apariencia no lo demostrara. No debía extrañarme que llevara adelante mi idea de la foto pero aun así me dejaba asombrado. Colocar una fotografía podía parecer un acto simple pero lo sentí como algo inmenso, porque no lo creía capaz de tomarse a la ligera semejante demostración de afecto. Una forma de declarar que ocupaba un lugar dentro de su vida.


—Saliste muy bien —lo escuché decir a mi lado.


Mi foto me avergonzaba un poco pero el recuerdo de esos momentos felices en la playa junto con el caracol, la prueba física de ese viaje, hicieron que por primera vez en mucho tiempo sintiera que estaba en el camino correcto. Incluso con el momento triste que accedió a vivir en esa travesía, mostrando la herida con la que cargaba, arriesgándose. Porque para él podría haber significado arriesgarlo todo por una oportunidad de tener más momentos felices.


—Eres muy tierno.


Rio por lo bajo.


—¿Tierno? —repitió incrédulo.


Me acerqué para besar su mejilla.


—Y adorable —afirmé.


Su expresión me dio la sensación de que no estaba acostumbrado a ese tipo de palabras fuera de la cama. Y la sonrisa, que no abandonó su rostro luego de escucharlas, también era otra señal de que me encontraba en el camino correcto.


***


Antes del mediodía, abandoné el departamento de Francisco. Tenía mucho en que pensar pero a la vez nada que necesitara mucho pensamiento. En lugar de regresar a mi casa mis pies me llevaron al cementerio. Allí me senté frente a la tumba de Matías a meditar. Observé su placa deseando poder hablar con él, contarle las cosas que me sucedían y lo que sentía, y escucharlo decirme "no te preocupes tanto". Porque imaginaba que esa sería su respuesta. También podía imaginar su expresión de reproche por lo que hice con mis padres junto con su típico cuestionamiento "¿hacía falta?" ante mis ataques de enojo que siempre lo hacían renegar. Sonreí imaginándolo. Sin proponérselo Matías sanó muchas de mis heridas con el correr de los años. Aunque me hacía el superado, la separación con mi familia me dañó, me dejó una sensación de inferioridad, de rechazado, que me negaba a reconocer. Algo que fue desapareciendo a su lado, cada vez que me repetía que nosotros dos éramos una familia.


Las tumbas vecinas seguían igual o peor en su estado de abandono y la de Matías se me hizo triste entre ellas. Merecía algo más que una placa insípida. Aunque no me sentí confiado con la idea, se me ocurrió proponerle a mis suegros hacer algo más apropiado para una persona tan querida. Además, él estaría más contento si dejaba de actuar como si sus padres no tuvieran nada que ver con nosotros.


Acaricié el pasto.


Y cuando el hijo de Lautaro creciera tal vez iría al cementerio y vería lo importante que era su tío para todos.


O hija.


O gemelos.


Me reí solo ante la posibilidad.


Suspiré profundamente porque no estaba ocupándome de un tema para nada menor: Francisco.


Matías no podría estar contento con la presencia de Francisco en mi vida pero tampoco creía que me lo reprocharía.


—Es buena persona —murmuré.


Imaginé la expresión que me dedicaría, triste pero comprensiva. Ya no podíamos cambiar el hecho de que no estaba a mi lado, que él estaba en otro lugar, en un sitio inalcanzable. "Es lo que es" diría, porque así era Matías. Práctico lo llamó Vicente. Tomaba la realidad, la aceptaba y continuaba, no le gustaba perder el tiempo.


—Un poco extraño —agregué— pero...


En realidad no era justo llamarlo extraño porque a medida que pasaba el tiempo y más lo conocía, menos extraño me parecía. Las cosas que consideraba rarezas iban cobrando sentido. Y si lo pensaba bien, todos teníamos algo que a los demás podía parecerles extraño. Todos convivíamos con la realidad como podíamos, como mejor nos salía.


—Él sabe lo importante que eres para mí —aseguré.


Dejé pasar el tiempo y no fui a trabajar, no estaba de ánimos. A pesar de haberme prometido no volver a ausentarme sin motivo, no quería ir y resolví responsabilizar de mi ausencia a Vicente por su audacia del día anterior. Me encontraba sumido en una gran melancolía con pensamientos sobre la soledad y el amor. En los cuales se colaba la imagen de Francisco y de mi foto en su departamento. Éramos dos personas rotas deseando ser felices que nos encontramos en el momento indicado, aunque en ese primer momento no lo supiéramos. Creímos que podíamos evitar cualquier tipo de sentimiento, como si fuera algo determinado por la voluntad, pero los sentimientos nos atraparon y nos despertaron de nuestro ensueño.


Frente a la tumba de Matías no tuve más opción que admitir que estaba enamorado de Francisco, de ponerle nombre a lo que sentía.


***


Al oscurecer regresé al edificio donde trabajaba Francisco y me quedé esperando cerca de la entrada. Esperé, en esa ocasión, con una tranquilidad que se me hizo grata. Todas las veces que esperé allí fue con un desbordamiento de emociones que me perturbaban. Nunca me tomaba la molestia de apreciar la calma que traía la noche ni disfrutar del aire fresco, antes ningún detalle tenía importancia. Vi el desfile de personas que salían repitiendo el orden del día anterior, por lo que la partida de la recepcionista me llenó de energía. Francisco cruzó la puerta y se detuvo unos segundos para contemplar el cielo antes de seguir su ruta habitual. Me detectó sin problemas y se acercó con curiosidad. Cuando estuvo frente a mí y confirmó visualmente que no estaba allí sufriendo una crisis, me sonrió con picardía.


—¿Me esperabas? —preguntó con tono juguetón.


— Sí. Vine a invitarte a cenar. —Me miró con detenimiento—. Si quieres —me apuré en agregar.


Se acercó un poco más y fingió acomodar mi camisa para acariciar la piel de mi cuello. Adiviné la sorpresa que intentaba ocultar.


—Suena a ocasión especial —tanteó.


Sus dedos seguían buscando saciar la necesidad del contacto, sus ojos no abandonaban los míos, su atención era completa.


—Quiero celebrar que pusiste una foto mía en tu casa. —dije con cierta timidez.


Francisco entendía todo, leía mi mente y leía mi corazón. Sonrió contento antes de besarme. Mis brazos lo rodearon rápidamente y su peso me presionó contra la pared a mis espaldas. Un beso largo, suave y cargado de cariño.


—Extrañaba que vinieras a buscarme —susurró.


Luego se separó de mí muy animado por la situación.


—¿A dónde vamos?


—Donde tú quieras.


Pensó un momento mirando el cielo.


—Algún lugar donde podamos comer al aire libre.


Aún no sabía qué haría si alguien me veía y preguntaba quién me acompañaba pero no quería seguir demorando las cosas. Quería estar con él y no perder más el tiempo.

Notas finales:

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