Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Oculto en Saturno por blendpekoe

[Reviews - 17]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

La brisa en el mirador se sentía cada vez más fría a medida que bajaba el sol haciendo que el alcohol fuera menos tentador y los tres miráramos con cariño al único puesto que vendía café. No era el mejor café del mundo pero ahí arriba, lejos del acceso a bebidas calientes, era la mejor opción. Con el otoño los paseos de los visitantes terminaban antes de caer la noche y cuando el vendedor puso cara de que era hora de cerrar su puesto corrí a pedirle tres cafés. A pesar de la dudosa calidad y sabor, lo tomamos sin quejas para aliviar el fresco. De a poco la oscuridad nos rodeó y los vendedores se fueron dejándonos solos.


—La próxima vez tenemos que traer whisky para el café. —Se me ocurrió ante el frío que iría en aumento.


Lautaro miró la hora con pena.


—Me tengo que ir.


Vicente consultó su celular.


—Todavía no son las siete —reclamó.


—Igual me tengo que ir.


Me paré del banco que acaparamos en nuestra reunión de ese sábado.


—Si se tiene que ir, se tiene que ir. Vamos.


Regresamos al auto para llevar a Lautaro a su casa, con su familia. Dentro del vehículo se recostó en los asientos traseros.


—Si quieres vacaciones deberías dejarle tu hija a Eze —aconsejó Vicente burlándose.


—A mí no me molestaría —me apuré en aclarar aunque fuera una broma.


—Quiero vacaciones de mi cabeza.


Con su hija un poco más crecida, su esposa se dejó convencer por la propuesta de trabajar en el vivero con sus suegros y todos los días iba allí llevando a Andrea. A Lautaro lo estresaba la participación de sus padres en su vida. Mi idea de pasar la tarde en el mirador buscaba relajarlo pero iba a necesitar muchas más salidas para lograr distraerlo.


El auto se detuvo frente a su casa donde todo seguía tan verde como siempre, sus plantas, su reja y sus paredes. Cada vez que la veía sonreía involuntariamente.


—¿Vas a venir al cumpleaños de Andrea?


Lautaro estiró su cabeza por entre los asientos para hacerle la consulta a Vicente.


—Sí, sí.


Al recibir la respuesta se bajó del auto y se despidió desde la vereda.


—¿Qué se le regala a un bebé que cumple un año? —Vicente tiró la pregunta a la nada antes de arrancar.


—Juguetes.


—Ni siquiera lo va a recordar —murmuró.


Su réplica me hizo reír.


—Para eso están las fotos.


Asintió tomándolo como un punto válido.


Andrea cumpliría un año y descubrí lo increíble de medir el tiempo con el crecimiento de una criatura. Las hijas de Vicente siempre parecían crecer muy rápido pero con ellas me quedaba la sensación de que era a causa de no verlas tan seguido, con Andrea se volvía notable como corría el tiempo. No sucedía solo con el presente, también sucedía cuando miraba el futuro; en cuánto tiempo estaría caminando, yendo al preescolar, comenzando el colegio, esos años se sentían cercanos. Ella me recordaba que si me distraía podía perder momentos irrecuperables con las personas que me rodeaban.


***


Vicente entró conmigo a mi casa para beber las últimas latas de cervezas que nos quedaban. Nos acomodamos en la mesa con la televisión encendida, donde pasaban por milésima vez la película de El señor de los anillos y nos la quedamos viendo con interés aunque no tenía nada nuevo que ofrecer. Afuera la brisa se convirtió en viento y la casa crujió.


—Este lugar me da escalofríos.


Él siempre tenía un comentario que hacer respecto a la vivienda aunque ya llevara más de un año alquilando el lugar.


—A mí me gusta.


La casa salía de lo convencional para el gusto de Vicente, demasiado bohemia según él. Era de madera, rectangular y larga, sin ambientes separados, con ventanas altas antiguas cuya edificación se encontraba en un costado de terreno en lugar del centro. La cocina, la sala y el comedor comprendían un solo ambiente, como en su casa pero en la mía las formas no lo convencían. Al cuarto de arriba se llegaba por una escalera flotante y no tenía puerta. Su constructor estuvo muy inspirado porque se dio el gusto de hacer un mosaico en el piso exterior reproduciendo un cielo con lunas y estrellas.


Estaba cerca de Lautaro y mis suegros, quienes cada tanto pasaban. Esa cercanía fue uno de los factores que me hizo escogerla porque no quería alejarme de ellos. Las visitas, que tanto evité en el pasado, se volvieron importantes para mí. Ver a mis suegros contentos cuando iba a saludarlos al vivero, a mi suegra aparecer en mi casa con comida casera, a Lautaro pasándome a buscar para dar un paseo con su hija, a mi suegro dando consejos cada vez que almorzábamos juntos, a Vicente criticándolo todo. No quería perder nada de eso porque ellos eran mi familia.


—¿Y tu novio? Nunca sale con nosotros. ¿No le caemos bien?


—Sí le caen bien pero él es más... del tipo solitario.


No era la primera vez que recibía su reclamo pero mis respuestas caían en saco roto, no entendía la idea de no querer estar rodeado de gente. Me devolvió un gesto, acusándome de estar mintiendo.


—Si quieres ofenderte, me tiene sin cuidado —advertí sin ganas de discutir.


—Es raro.


Tampoco era la primera vez que lo escuchaba decir eso.


—¿Y quién no es raro? A ti te dicen raro por vivir en la misma casa que tu exesposa.


—No es la misma casa.


Sonreí de forma burlona y dejó pasar el tema. Entendía el pesar de Vicente pero no todas las personas podían cumplir con sus estándares de amistad. A Francisco les agradaba y podía compartir tiempo con ellos, pero no tanto ni tan seguido.


El viento aumentó su intensidad haciéndonos mirar por la ventana. Los árboles se sacudían soltando sus hojas que salían volando y a lo lejos las nubes se iluminaban.


—Mejor me voy —anunció mi visita, alarmado por la tormenta que parecía acercarse.


Afuera la temperatura seguía bajando y la calle era un circo de hojas que no tardaron en amontonarse en el parabrisas del auto, las cuales Vicente limpió a regañadientes como el viejo cascarrabias que decía no ser. Cuando subió al vehículo se despidió con un simple saludo de mano. Al quedarme solo seguí observando el espectáculo de los árboles en la calle oscura, algunas personas se apuraban en regresar a sus casas tomadas por sorpresa por el viento. No podía hacer otra cosa más que rogar que la tormenta se retrasara un poco más. El auto de Vicente reapareció por la esquina y, al parar frente a mí, de él bajó Francisco.


—¡Gracias! —Recibió una seña en respuesta antes de que el auto se fuera—. Me encontró a unas manzanas —explicó.


Miré el cielo cubierto de nubes que seguían en fulgor, llegó antes que el agua.


—La lluvia nunca falla en traerte.


Francisco padecía, lo que me gustaba llamar, una carencia por su departamento que lo llevaba a tener fascinación por el ruido que la lluvia hacía al caer sobre el techo, por el pasto y los árboles, cosas que no tenía al alcance en su casa.


—No es solo la lluvia.


Me dio un beso a modo de saludo. Me pareció que estaba demasiado abrigado para otoño pero para él siempre hacía frío.


—Entremos.


La lluvia no tardó en llegar ayudando al viento a tirar más hojas, un caos que observamos mientras cenábamos. Matías también adoraba la lluvia.


La lluvia, las plantas, el color verde, su familia, me traían recuerdos de él, sin importar cuanto pasara o cuanto creciera mi vínculo con Francisco. Recuerdos que me hacían sonreír y que a veces me ponían melancólico porque no podía dejar de lamentar que su vida terminara tan pronto, con tantas cosas que merecía poder vivir. Aunque él no estuviera seguía pensando en su felicidad, deseando que donde se encontrara pudiera estar contento y en paz. Cuando esos sentimientos aparecían me preguntaba si era posible amar a dos personas al mismo tiempo, porque la felicidad de Francisco también era muy importante para mí. En ciertos momentos me tentaba saber qué opinaba él al respecto pero no me animaba a expresar ese concepto que incluso para mí era extraño.


Después de levantar las cosas de la mesa, se quedó pegado a la ventana mirando cómo la tormenta aumentaba. Era habitual que él pasara la noche en mi casa o yo en la suya, en especial los fines de semana. Estar juntos era un deseo y necesidad que nacía de forma natural, que buscábamos satisfacer cada vez más, cuyo significado aumentaba en silencio. Como en ese momento en que lo miraba y me sentía completo, con él nada le faltaba a mi vida ni a mi alma. Aproveché su distracción para abrazarlo por la espalda.


—Hoy es una noche ideal para dormir abrazados —murmuré a su oído.


—¿Solo dormir? —preguntó con una fingida decepción.


Besé su nuca con suavidad, olía a su shampoo y perfume.


***


La tormenta siguió toda la noche y a plena madrugada un trueno que resonó en toda la casa me despertó. La cabecera de la cama estaba debajo de la ventana, lo que permitía una linda vista de las copas de los árboles además de la entrada de la luz en la mañana. A mi lado Francisco parecía llevar tiempo despierto, miraba por la ventana la lluvia que golpeaba el vidrio, incluso se tomó la molestia de sentarse para contemplarla mejor. Sin duda lo disfrutaba, el ruido en el techo, el ruido de los árboles, los relámpagos y las siluetas que estos marcaban. Me acurruqué a su lado dejándole saber que estaba despierto, su mano acarició mi cabello en respuesta.


—¿En qué estás pensando?


—En nosotros. —Levanté la cabeza al oír su respuesta—. En el futuro. En la lluvia y en el frío. En cómo sería regresar del trabajo y llegar a una casa cálida, llena de ruidos y de vida.


Su mano paseó por mi rostro, yo seguía medio dormido.


—¿Hablas de vivir juntos?


Sonrió y no dijo nada más.


***


Por la mañana, al despertarme, la tormenta era una llovizna y Francisco dormía profundamente. Envidiaba su sueño pesado y pacífico, un descanso ajeno al mundo que nos rodeaba, tal vez su energía provenía de allí, o su energía era la responsable de que durmiera con esa facilidad. Cuando pasaba la noche en mi casa usaba mi ropa para dormir y esas eran las únicas ocasiones donde podía verlo con algo que saliera de sus colores reglamentarios, como ese día, que llevaba una camiseta marrón. Después de mucho tiempo, en uno de esos raros momentos donde la conversación se extendía a terrenos más privados, Francisco admitió que usar siempre los mismos colores lo ayudaban a ganar seguridad. El cuidado de su propia imagen no venía de la excentricidad. Pero variar colores no le molestaba si se trataba de mi ropa.


Lo observé mientras dormía, tenía la sensación de que nunca dejaría de descubrir cosas y me emocionaba. Cada detalle, cada sueño, cada miedo, cada secreto, era él diciendo cuánto me amaba. Y nos unía un poco más.


Bajé para preparar un desayuno de café, tostadas y dulce. Cuando hacía calor tomábamos el desayuno afuera, bajo la galería, pero con el otoño y el fresco no habría desayunos al aire libre hasta la primavera. Frente a la cocina recordé la conversación de la madrugada. Hasta ese momento me pareció una posibilidad distante porque el tiempo que llevaba junto a Francisco me enseñó que él necesitaba su espacio, que tenía días donde prefería estar solo y lo entendía porque una persona habituada a vivir sola podía asfixiarse con un cambio repentino. Pero su extraña insinuación decía que se sentía cómodo y preparado.


Subí al cuarto llevando el desayuno, Francisco seguía durmiendo. La idea de vivir con él me llenaba de cosquillas. Una emoción por lo hermoso y una ansiedad por el cambio, con todo lo que habría que aprender del otro en una convivencia. Él podía ser muy amable y cuidadoso pero no por eso se debía subestimar su carácter, tampoco el mío. Pero deseaba ese cambio, ese avance, esa vida a su lado.


Toqué su hombro para despertarlo con suavidad, luego tuve que insistir un poco más.


—Se va a enfriar el café.


Se sentó en la cama despabilándose, contento al ver la atención del desayuno.


—Eres muy encantador —elogió con el café en las manos—, un romántico y conquistador.


—Lo único que quieres es que siempre te traiga el desayuno.


—Porque me hace sentir querido.


—Eso es jugar sucio.


Empezó a reír ante mi acusación. Su alegría era lo que me hacía sentir querido a mí. Su felicidad era mi felicidad. Y si vivíamos juntos podría velar por esa felicidad todos los días.


Dejó el café y preparó una tostada con dulce para mí.


Le gustaba hacerse el gracioso pero siempre estaba atento para cuidar de mí, mostrarme su afecto y hacerme sentir seguro. A su lado podía tener esperanza, incluso cuando estaba agotado o triste. Me daba fuerza, ánimo, confianza, para seguir adelante sabiendo que podría apoyarme en él cada vez que lo necesitara. Cuando me miraba tenía la certeza de que siempre me acompañaría, como yo quería acompañarlo a él. Aunque aún no estuviéramos viviendo juntos, Francisco era mi nuevo hogar.


Cuando me dio la tostada lo besé en agradecimiento.


—El tiempo corre. —Me miró con curiosidad—. Vivamos juntos y hagamos todo lo que soñamos. Así nunca tendremos arrepentimientos.


De todas las cosas, la vida que se perdía en un tiempo que no se podía recuperar era algo que él comprendía, algo que ambos habíamos experimentado, cada uno a su manera.


Me dedicó una hermosa sonrisa.


—Eso suena como un gran plan.

Notas finales:

¡Gracias por leer! Pueden visitar mis redes para novedades o por curiosidad :)


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).