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Tormenta (Riren/Ereri) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

CAPÍTULO 2:

SANGRE MEZCLADA

 

Somos temerosos de lo que nos hace diferentes.

(Anne Rice).

 

 

 

Intentando no hacer más alboroto del necesario para no alertar a ninguno de los otros huéspedes, Levi entró con cuidado a la —en ese momento oscura— habitación del motel donde se hospedaba, y dejó sobre la redondeada mesa para dos las bolsas con las cosas que acababa de comprar en la tienda cercana.

La barata habitación que había alquilado el día anterior era pequeña y un poco desastrosa, pintada de un blanco mugroso que le revolvía el estómago del asco cada vez que miraba sus paredes, y un suelo de tablones de madera deslustrada que ya habían perdido por completo su color original. Aparte de un destartalado sofá gris de dos cuerpos y la mesa donde ahora descansaba su compra, la cama central con su mesilla de noche y un diminuto armario eran todo el resto del mobiliario útil que conformaban la estancia, ya que la vieja televisión que colgaba en una esquina no funcionaba del todo bien. Cuando la noche anterior la encendió para ver algo y distraerse un rato, esta de inmediato había comenzado a hacer sonidos tan extraños que él prefirió desistir de ello, no deseando correr el riesgo de morir electrocutado. Al menos, se dijo Levi, el pequeño cuarto de baño adyacente era lo suficientemente limpio para sus estándares más mínimos, aunque tampoco fuese la gran cosa; pero, mientras resultara práctico y cumpliera su propósito, le compensaba el dinero gastado en ese sitio.

Sintiéndose física y mentalmente agotado, se preguntó como mierda había llegado a esa situación desastrosa.

Después de casi una semana de viaje desde la capital, Sina, Levi había decidido quedarse en aquel sitio durante unos cuantos días antes de emprender otra vez rumbo a Trost para encontrarse con Farlan como este le había pedido que hiciera; por supuesto, jamás estuvo en sus planes el terminar rescatando a un problemático crío vampiro y, mucho menos, acabar metido en aquel lío del demonio, porque su instinto decía a gritos que ese mocoso era un problema en toda regla, y este nunca se equivocaba.

Al cerrar la puerta del cuarto tras de sí, la oscuridad pareció absorberlo por completo en cuestión de segundos. Las cortinas se hallaban cerradas a tope para no permitir que ningún vestigio de la luz solar del exterior pudiera penetrar allí, por lo que dentro de la estancia parecía una noche profunda sin luna.

Unos segundos fue lo que tardaron sus ojos en adaptarse con facilidad a la pesada penumbra que allí reinaba, ya habituados a ella, y cuando respiró profundamente aguzando sus sentidos para buscar a su inesperado «huésped», una alarmante sensación de alivio lo recorrió al abrir los ojos y verlo agazapado en un rincón de la habitación.

Este no se había marchado en su ausencia.

Sentado sobre el frío suelo de madera, el chico se rodeaba las rodillas con los delgados brazos, enterrando el rostro en ellas. Su despeinado y rebelde cabello castaño oscuro caía como una corta cortina que lo apartaba del mundo, pero el arco que formaba su espalda curvada bajo la camiseta negra hablaba de una tensión extrema. Al observarlo así, Levi pensó que este parecía por completo pequeño y poca cosa, tanto que, si él no hubiera sabido que se encontraba allí por su olor, seguramente lo habría pasado por alto.

Como si de un acto reflejo se tratase, nada más oírlo acercarse el muchacho vampiro levantó a toda prisa el moreno rostro. Siendo todo enormes ojos verdes brillantes y amenazantes, este le enseñó los afilados colmillos, advirtiéndole con aquel gesto que, si daba un paso más en su dirección, lo atacaría.

Ahogando sus ganas de comenzar a maldecir, Levi intentó armarse de paciencia y levantó ambas manos frente suyo en señal de indefensión para apaciguarlo. No estaba de humor para propinarle una paliza y, honestamente, tampoco creía que aquel idiota la soportase bien luego de haber estado a punto de palmarla un par de horas atrás. Luego de unos instantes de contemplación mutua, con aquellos brillantes ojos verdes clavados en los grises suyos como un mudo desafío, finalmente la expresión de sangrienta caza del chico dio paso a una que hablaba de infantil vergüenza, enfundando poco a poco los peligrosos colmillos hasta que estos acabaron por desaparecer del todo.

Aparentando una despreocupación que no sentía en absoluto, él asintió en dirección a este y le dijo con sinceridad:

—Me alegra ver que no te has marchado aún, mocoso. En verdad esperaba que aprovecharas que no estaba aquí para largarte sin más, a pesar de mis advertencias.

Dándole confiadamente la espalda a pesar de saber que podía ser un enorme peligro, Levi se acercó una vez más a la mesa y rebuscó entre las bolsas que había traído; una tarea ardua en aquella habitación oscura. No obstante, cuando sin saber cómo el chico apareció sorpresivamente a su lado, apenas y logró contener la exclamación de asombro y terror que estuvo a punto de escapar de sus labios.

A pesar de lo cuidadoso que él siempre era, de lo muy hábil que se consideraba percibiendo el peligro latente a su alrededor, Levi no había visto ni oído moverse al muchacho hasta que lo tuvo prácticamente encima, lo que era en verdad aterrador. Sabía a la perfección que los vampiros eran en extremo rápidos y sigilosos, un atributo necesario que les permitía atraer y cazar a sus presas con eficacia, pero nunca como ese extraño mocoso. Él estaba seguro de que este tenía algo raro, algo que lo hacía diferente del resto de su especie, y eso lo inquietó e intrigó aún más.

—Lo pensé —reconoció el chico, pellizcando delicadamente el papel de una de las bolsas—, pero por desgracia todavía no tengo las fuerzas suficientes para irme a casa sin correr peligro. Lamento mucho la intromisión y gracias por tu ayuda.

—Tch, pero mira que mocoso tan bien educado eres ahora, a pesar de que hace nada me estabas enseñando los colmillos como una bestia salvaje —le dijo a este con sorna al tiempo que le pegaba, sin nada de delicadeza, una de las bolsas al pecho, ganándose una mirada de rencor que dejaba en nada su anterior buena actitud—. He traído esto para que te cambies. No estaba seguro de tu talla, así que puede que te quede grande o pequeño, qué sé yo. Bueno, solo póntelo y ya; no hay más opción. Me niego a tenerte dando vueltas por aquí mientras apestas a sangre y suciedad.

Los ojos del chico, del mismo verde brillante que adoptaba el cobre al quemarse, se abrieron con desconcertado asombro al contemplar el paquete que tenía entre sus brazos. Un rubor furioso —de seguro provocado por la vergüenza—, inundó su rostro moreno al volver a mirarlo, pero en esa ocasión cierta expresión de gratitud reverencial eclipsaba su anterior aura terca y combativa.

—¿En verdad has traído esto para mí?

—¿Ves a alguien más aquí? —preguntó Levi en respuesta, enarcando una ceja y cruzándose de brazos, intentando parecer impacientemente retador—. Estás completamente sucio, joder; y eso sin mencionar que tu ropa ha quedado hecha un desastre debido a los que te atacaron. ¿Cómo piensas siquiera salir vestido así sin llamar la atención, mocoso idiota?

—Yo… no lo había pensado —confesó el muchacho vampiro, por completo abochornado al caer en su descuidado error—. Gracias. En verdad eres muy amable.

Habiendo perdido ya la expresión de miedo y recelo de su primer encuentro, la cual le había otorgado un aire peligroso y un poco salvaje, el chico frente a sus ojos ahora parecía sumamente joven y vulnerable, algo por completo alejado de la especia a la cual pertenecía.

Al ver como este inclinaba la cabeza en su dirección en señal de agradecimiento, como si en verdad él mereciera aquello, Levi sintió que lo asaltaba una sensación de profunda incomodidad al no estar acostumbrado a ese tipo de situaciones; por ello, intentando desviar su atención, se dirigió hacia el armario y rebuscó en este hasta hallar un par de toallas limpias, las cuales tendió en dirección al joven vampiro mientras le señalaba con la barbilla la puerta del cuarto de baño.

—Oi, ya deja eso de una puta vez y mejor date prisa en hacer algo con tu penoso aspecto. No es nada agradable tenerte dando vueltas por aquí cubierto con la sangre de ambos —reclamó, torciendo los labios y arrugando la nariz—. Joder, si es absolutamente repugnante.

Tal como esperaba, una mirada cargada de indignada rabia pareció prender como una hoguera verde en los ojos del chico al oír su desagradable comentario; sin embargo, este no le respondió en absoluto y —con aquella asombrosa agilidad de movimientos que poseía— le arrancó las toallas de las manos, dirigiéndose al cuarto de baño para encerrarse en este, aunque no sin antes cerrar la puerta de un portazo que hizo retumbar la habitación y con el cual, seguramente, quería dejar constancia de lo muy enfadado que se sentía.

¿Qué mierda le ocurría?, se preguntó Levi consternado. ¿Por qué se sentía tan intranquilo junto a ese mocoso vampiro y actuaba como un imbécil? ¿Por qué, en primer lugar, había accedido a meterse voluntariamente en aquel problema cuando por lo general él siempre hacía hasta lo imposible por evitarlos?

Aquella mañana, cuando había decidido salir a dar una vuelta por la ciudad para estirar un poco las piernas y comer algo, lo que Levi menos deseaba era meterse en líos en un territorio que no conocía; aun así, su maldita suerte o su maldito instinto, lo habían arrastrado hasta aquel oscuro callejón donde el olor penetrante de la sangre se sobreponía al de la basura acumulada, alertándolo de que algo malo ocurría e instándolo a actuar en respuesta a pesar de todas sus reticencias; instándolo a bajar tanto la guardia debido a su preocupación, que no se percató de que el chico era un vampiro hasta que ya fue demasiado tarde para él.

Oh, demonios, realmente era un completo imbécil por estarse comportando con tanta insensatez, se reprendió Levi. Lo normal, y más práctico, hubiese sido que matara al mocoso vampiro en cuanto este lo atacó y él tuvo que defenderse para mantenerlo lejos. Hubiera sido tan fácil como destrozarle la garganta de un mordisco en cuanto lo tuvo debajo suyo y por completo a su merced; aun así, y a pesar de que el pensamiento había cruzado por su mente, al comprobar la gravedad de su herida y darse cuenta de que no era más que un niño estúpido jugando a ser osado y valiente, Levi no fue capaz de hacerlo, tal vez porque el verlo allí tirado y resignado a su propia muerte, le hizo recordar a su yo más joven; a aquel chico que buscaba desesperadamente una manera de desaparecer de este mundo porque se odiaba a sí mismo por lo que era, hasta que alguien más tendió una mano en su dirección, dispuesto a ayudarle.

El sonido del agua de la ducha corriendo lo sacó de su ensimismamiento y los sombríos pensamientos que amenazaban con hundirlo, por lo que, sacudiéndose estos de encima, rápidamente acomodó el resto de la compra y preparó la mesa para poder comer, ya que moría de hambre tras la reciente pérdida de sangre. Durante unos pocos segundos reconsideró el abrir o no la cortina y dejar que la luz natural iluminara la habitación, pero a pesar de saber que al chico aquello no le haría un daño irreparable como algunos suponían, lo débil de su condición lo hizo desistir y prefirió dejar todo tal cual, encendiendo solo la tenue luz de la mesilla de noche.

Apenas acababa de sentarse a la mesa, cuando vio como la puerta del cuarto de baño se abrió, emergiendo de ella el mocoso vampiro tras una pequeña nube de vapor condensado. Su semblante serio dejaba claro que todavía no lo perdonaba por sus desconsideradas palabras anteriores, pero sus ojos verdes ya no llameaban con un brillo peligroso y sus pobladas cejas castañas ya no se fruncían de forma dramática como momentos antes. Al ver que la ropa que había elegido con tanto esmero para este de todos modos le quedaba un poco grande, Levi no pudo evitar sonreír. Los vaqueros celestes y la camiseta negra ciertamente correspondían a su talla, pero el chico era tan delgado pese a su altura, que estos parecían sobrarle de todas partes.

A pesar de saber que este era un vampiro luego de haberlo experimentado de primera mano, de todas formas, para él seguía sin oler como uno en absoluto, por más que había intentado detectarlo. Por supuesto, Levi podía distinguir en el mocoso toda la naturaleza de belleza fría y etérea de su especie, presente en cada una de sus delicadas facciones de rasgos perfectos y precisos; no obstante, al contemplarlo con mayor detenimiento, la inexplicable sensación de que había algo más en este que lo hacía extraño y lo volvía diferente de todo el resto, no dejaba su mente.

Ciertamente, aquel muchacho vampiro era un misterio.

—Deberías sentarte a comer —le sugirió, apartando al fin la mirada y señalándole la pila de sándwiches de jamón y queso que había sobre la mesa, comenzando a desenvolver el que acababa de tomar. Al ver que este dudaba, insistió—: Oi, mocoso, todavía tienes un montón de horas por delante antes de que caiga la noche y sanes por completo, así que no te pongas quisquilloso, joder. No voy a rogarte, si es lo que estás esperando.

—Yo no como —le dijo el joven vampiro, contemplándolo con suspicaz especulación reflejada en sus ojos verdes—. No de ese tipo de comida, al menos. Pensé que lo sabías.

Resignado, él asintió una vez en aceptación.

—Tienes razón, mi error. No comes porque lo necesites para subsistir, pero puedes hacerlo por gusto, ¿no? —Al ver como aquella expresión se ensombrecía de manera aún más peligrosa, Levi decidió cambiar de táctica y medir un poco sus palabras. No le hacía ninguna gracia la perspectiva de que el muchacho finalmente se cabrease con él y quisiera abrirle la garganta de un mordisco—. Si lo prefieres, puedes solo beber algo. He traído eso para ti; pensé que podía ser de tu agrado.

A pesar de su gesto huraño y desconfiado, el chico se sentó frente suyo en la mesa y extendió su mano para coger el vaso de café capuchino que él le había llevado. Al ver cómo, después de oler concentradamente el contenido de este y decidirse a darle un sorbo, la expresión de aquel rostro pasó de la sorpresa total a una alegría evidente, Levi no pudo evitar sonreír a su vez.

—Me gusta —admitió el muchacho, sonriéndole por primera vez desde que se conocían. Dando un nuevo sorbo a la bebida, este arrugó infantilmente el rostro debido a lo caliente que aún estaba—. Muchas gracias, eh…

—Levi Ackerman —respondió él antes de destapar su propio vaso de té negro, cayendo recién en la cuenta de que no se habían presentado formalmente hasta ese momento—. ¿Y tú?

Durante una breve fracción de segundos, miles de dudas se reflejaron en el rostro del chico vampiro, como si el hecho de revelar su nombre pudiera ser algo malo o peligroso; y tal vez lo fuera, se dijo Levi, después de todo, lo había encontrado a punto de morir desangrado en aquel sucio callejón, ¿no? Él sabía bien que ya tenía suficiente con sus propios problemas como para preocuparse por lo de alguien más, pero aun así algo en aquel mocoso hacía que fuera difícil el ignorarlo.

—Eren Jaeger —dijo este finalmente pasados unos minutos, en un susurro casi inaudible antes de volver a centrar su atención en la bebida que sostenía entre sus manos.

—Bien, entonces. Un gusto, Eren.

—Lo mismo digo, Levi. Y muchas gracias por tu ayuda —respondió el chico en un tono de plena cortesía, uno que contrastaba por completo con la fiereza indómita que él había vislumbrado en un par de ocasiones desde su encuentro, y la cual lo hizo pensar en un acto perfectamente ensayado y aprendido.

—De nada. Por cierto, ¿qué edad tienes? —le preguntó en verdad intrigado.

Para los vampiros, el tiempo tendía a transcurrir de forma mucho más lenta que para el resto de las especies, por lo que calcular la edad de uno era siempre una cosa engañosa. Aquel chico podía lucir casi como un niño, y sin embargo quizá fuese muchísimo mayor que él.

—Diecisiete, pero en marzo del próximo año cumpliré los dieciocho y ya seré considerado un adulto dentro de mi clan. ¿Qué edad tienes tú, Levi?

—Treinta y dos —contestó al tiempo que agarraba otro sándwich, afilando la mirada al notar que Eren lo observaba con abierta curiosidad—. ¿Qué pasa?

—No luces tan mayor —respondió pareciendo un poco asombrado—. Por lo menos, para ser un humano.

Nada más captar la pequeña trampa en la observación del otro, Levi sonrió de medio lado al tiempo que desenvolvía su comida.

—Nunca he dicho que lo fuera, ¿verdad? ¿Y ahora que ocurre? —inquirió nuevamente ante la insistente mirada del mocoso, la cual ya comenzaba a crisparle los nervios.

—¿En verdad vas a comértelos todos? —le preguntó Eren, señalando los sándwiches con uno de sus dedos—. Es que desde que he llegado ya llevas cuatro, y…

—¿Sabes lo muy desgastante que resulta ser el bufé de un vampiro como tú, mocoso? —contestó él a modo de ácida justificación—. Te aseguro que es una mierda; además, cuando te encontré ni siquiera había tenido tiempo de desayunar todavía, por lo que ahora muero de hambre. Pero puedes tomar uno si gustas; si es que te da el valor, claro.

Tras lanzarle una mirada de disgusto, el chico vampiro tomó uno de los sándwiches que quedaban y lo desenvolvió con cuidado, dudando unos segundos antes de darle un bocado.

Tal como había ocurrido la vez anterior, la inseguridad del comienzo rápidamente dio paso a una clara satisfacción, la cual volvió a hacerlo sonreír.

—Vaya… esto en verdad está bastante bien.

—¿Realmente nunca habías probado algo así? ¿Solo te has alimentado de sangre hasta ahora? —le preguntó Levi, curioso ante aquella anomalía—. Fingir comer con normalidad es algo que ustedes suelen hacer mucho para convivir y mezclarse entre los humanos, ¿no?

Como si algún amargo recuerdo hubiera acudido a la mente de Eren en aquel instante para robarse su alegría, cierto abatimiento ensombreció sus ojos verdes, volviéndolos un pozo oscuro que asemejaba la noche.

—En casa las reglas son diferentes. No solemos hacer eso, por lo que ni siquiera sería una posibilidad.

Sintiéndose cada vez más inquieto por aquellos repentinos cambios de humor y la desesperación oscura que parecía anidar dentro del chico, Levi —a pesar de saber que seguramente luego iba a arrepentirse— decidió mandar al demonio su decisión de no inmiscuirse en asuntos ajenos. Si este necesitaba ayuda en esos momentos, él se la prestaría hasta donde le fuese posible.

—Oi, Eren —comenzó un poco dubitativo, carraspeando para aclararse la garganta y sintiendo como sus estúpidas dudas comenzaban a embargarlo—. Verás, si necesitas…

—Teníamos un trato —espetó de repente el muchacho, interrumpiéndolo. Sus ojos verdes muy abiertos y el ceño fruncido en total determinación—. Me dijiste que, si te acompañaba hasta aquí, me explicarías quien eras; porque no eres un simple humano, eso puedo sentirlo —le dijo Eren, dándose unos leves golpecitos en la nariz con la punta de un dedo—. Hueles distinto, aunque es algo… complicado. ¿Qué eres en verdad, Levi?

Desde hacía algunos años atrás, él había aprendido a no sentir vergüenza de su origen; después de todo, uno podía elegir muchas cosas en su vida, pero no quien era ni de dónde provenía. No, Levi realmente ya no rechazaba su ascendencia, sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, sí se sintió un tanto avergonzado de sí mismo. Vergüenza mezclada con miedo, y terror a que la débil confianza que Eren parecía haber depositado en él, desapareciera en un instante cuando abriera la boca y le contara la verdad.

Bajo la escrutadora mirada del muchacho, sintió su corazón latiendo más acelerado de lo habitual, por lo que intentó aparentar una despreocupación que para nada sentía, sabiendo que de dejar caer su máscara este podría leerlo con facilidad.

—Soy un mestizo —admitió con ensayado desenfado, dando un nuevo sorbo a su té—. Un poco humano, un poco lobo. No lo suficiente de ninguno.

El asombro de Eren no se hizo esperar, mirándolo con detenimiento y absorbiendo con sus sentidos todo aquel rastro que confirmara aquella revelación.

—Un… híbrido —murmuró, casi para sí—. Vaya, así que era debido a ello que no podía reconocerte del todo.

Tras acabar su bebida, Levi asintió, preparándose para el inmediato rechazo. No creía que el chico le atacara, ya que, a pesar de su desconfianza inicial, en verdad parecía estarle agradecido por su ayuda brindada y de seguro intentaría tomárselo con calma; sin embargo, los híbridos no eran bien vistos por las otras especies. No cuando su existencia era un completo error y no había sitio alguno al cual pudiesen pertenecer del todo.

—Bueno, supongo que esto no era lo que esperabas —comenzó él; no obstante, su explicación se vio interrumpida cuando, con aquella etérea agilidad que parecía caracterizarlo, en un instante Eren estuvo a su lado y se inclinó directo hacia el pulso de su garganta. Alertado por aquella reacción, Levi le plantó una mano sobre el pecho para mantenerlo a distancia, preguntándole enfadado—: ¡¿Pero qué demonios haces, joder?!

A pesar de que su primer impulso había sido asestarle un puñetazo y defenderse como era lo habitual, por esa vez tan solo contuvo el aliento y se mantuvo inmóvil, esperando por la respuesta del chico. Eren no parecía estar interesado en agredirlo o morderlo en aquella oportunidad, tan solo permaneciendo allí, junto a él, con los ojos cerrados y una expresión concentrada, como si intentara encontrar algo que confirmase su verdad.

Notando como la débil y fría respiración del chico sobre la pálida piel de su cuello hacía que esta se erizara, así como la sombra que aquellas largas pestañas proyectaban sobre los morenos pómulos y el ligero temblor de los traslúcidos párpados, Levi quiso protestar por aquella inesperada e inquietante cercanía, apartándolo. Sin embargo, en cuanto Eren abrió los ojos y le sonrió, su corazón pareció detenerse de golpe en medio de un latido, acallando sus labios.

—Tienes razón, ahora sí puedo sentirlo —le dijo este, absolutamente feliz—. Puedo oler la esencia del lobo en ti; huele como a tierra y bosque, aunque es muy, muy débil. Tu aroma es casi por completo como el de un humano, dulce, por eso me has confundido. Sabía que eras uno de ellos, pero estaba aquel otro rasgo que no lograba identificar del todo. —Soltando una alegre carcajada, el chico volvió a tomar asiento frente a él—. Así que eres un híbrido, Levi. Vaya.

—¿Y eso no te molesta, mocoso? —le preguntó, en verdad desconcertado por su reacción.

—¿Por qué debería hacerlo? Si es porque eres en parte lobo, creo que ya hemos llegado al punto en que sabemos que no nos atacaremos el uno al otro, ¿verdad?

Debido a que a lo largo de su vida los únicos que no le habían rechazado de inmediato fueron su madre y aquellos en su misma posición —otros híbridos igual de estigmatizados por sus clanes o manadas debido a lo que eran—, la respuesta de Eren sí lo sorprendió. Solo con verle, él tenía claro que la ascendencia de aquel chico vampiro era impecable; entonces, ¿por qué no le rechazaba? ¿Por qué este parecía sentirse cómodo, hasta contento a su lado, a pesar de conocer su incierto linaje?

—Joder contigo, mocoso; sabes bien por qué lo digo. Los híbridos seguimos siendo unos parias.

—¿Y qué? Lobo o semilobo, vampiro o semivampiro, da lo mismo. Lo importante es que sigues siendo tú, Levi, y eso no te lo pueden arrebatar.

El vago recuerdo de palabras similares pronunciadas hacía mucho, mucho tiempo atrás, llegó a su mente con dolorosa melancolía, así como la imagen de quien las había dicho para él. Al volver a centrar su atención en el muchacho sentado enfrente suyo, Levi comprendió que lo que este acababa de decirle no era solo una afirmación vacía, sino que una en la que creía por completo, haciendo que un sentimiento cálido brotara en su pecho, así como una gratitud infinita que se sabía incapaz de expresar en palabras.

—Toma, puedes tenerlo —le dijo a este con amabilidad, viendo como los ojos de Eren se iban inevitablemente al último sándwich que quedaba sobre la mesa sin atreverse a tomarlo.

Una nueva sonrisa se dibujó en los labios del chico, una alegría que rayaba casi en lo infantil y que a Levi le pareció bien, porque, por lo menos durante unos cuantos meses más, Eren seguiría siendo solo un mocoso problemático. Porque, a pesar del velado dolor que él podía percibir en el fondo de sus ojos claros y de todos aquellos secretos que al parecer se guardaba, este todavía era un muchacho demasiado joven.

—Gracias —le dijo Eren con sinceridad—. En verdad eres alguien muy amable, Levi.

Y en aquel momento, si no se hubiera sentido tan egoístamente complacido, a él le hubiese gustado decirle que eso no era para nada cierto, que no se merecía aquellas palabras, porque, de entre ellos dos, aquel que en verdad era gentil no era precisamente Levi. Porque, entre ambos, el que tenía el corazón más generoso era el mismo Eren.

 

——o——

 

Tras abrir los ojos lentamente, parpadeando pesado a causa del agotamiento, Eren tardó unos instantes en darse cuenta de que no estaba en su habitación como era costumbre, lo que lo llenó momentáneamente de pánico. Un miedo frío y congelante que duró hasta que los recuerdos de todo lo que había ocurrido desde la pasada noche llegaron poco a poco a su mente, terminando de armar aquel desastroso puzle en su cabeza.

El cuarto estaba una vez más en penumbras, aunque en esa ocasión de forma natural porque la noche ya había caído; aun así, sin mucho esfuerzo pudo oír la acompasada respiración procedente desde la cama donde Levi dormía, como también el parloteo amortiguado de las personas que transitaban por la calle próxima y las instalaciones del motel.

Intentando no hacer ningún movimiento demasiado brusco que pudiese despertar a su rescatador, Eren se sentó en el sofá con cuidado y estiró los brazos sobre su cabeza para desperezarse, notando cierto dolor recorrerle la espalda debido a lo incómodo que aquel viejo mueble era. Por supuesto, Levi se había ofrecido amablemente a cederle la cama cuando ambos decidieron descansar unas cuantas horas hasta el anochecer, argumentando que por cosa de estatura él estaría mucho más cómodo en esta; no obstante, Eren, terco como era, se había negado en rotundo, no estando dispuesto a sacrificar más al otro hombre por su causa, aunque ahora estaba pagando las consecuencias de su ataque de buena conciencia.

Luego de palpar con cuidado la zona donde tenía la herida, un enorme alivio lo embargó al notar que ya había sanado del todo, sin dejar rastro del dolor o la hipersensibilidad anterior. A sus diecisiete años de vida, y debido a su temperamento impulsivo, más de una vez él había acabado con heridas o magullones, sobre todo cuando Jean estaba de por medio; sin embargo, Eren jamás había sufrido un accidente de aquella gravedad, por lo que esa vez realmente temió que las secuelas fueran mayores de las que podía incluso imaginar.

Siendo lo más sigiloso posible, se puso de pie y recorrió la habitación hasta dar con sus cosas —todas destrozadas y ensangrentadas— y rebuscó entre ellas para hallar su reloj. Ya casi eran las diez, por lo que en poco tiempo habría terminado de oscurecer al completo y volvería a ser seguro para él. Si quería llegar a casa sin riesgos de ser nuevamente pillado por el amanecer, aquel era un buen momento para ponerse en marcha, se dijo; aun así, la perspectiva de regresar a ese lugar no lo animaba en absoluto.

Dando unos cuantos pasos lentos y silenciosos, se acercó hasta donde Levi descansaba y lo observó con detenimiento mientras dormía. Este se hallaba tumbado de espaldas sobre la cama, con una mano extendida sobre el plano vientre mientras la otra descansaba con descuido sobre la colcha azul. Parecía totalmente relajado e indefenso, pensó Eren, por completo diferente al hombre amenazante que lo había encontrado esa mañana y que, aun así, había sido lo suficientemente amable para ayudarlo con todo desinterés. Levi era la primera persona extraña a su clan con la que él hablaba de verdad. La primera con la que había platicado más de unos pocos minutos sin tener que fingir una agradable cortesía o un falso interés.

Además, el que fuese un híbrido lo hacía aún más interesante y especial a sus ojos. Después de todo, no eran tan diferentes.

Habiéndolo ya identificado, percibir la peculiaridad del olor del otro se había vuelto realmente fácil para él. Eren apenas necesitaba concentrarse un poco para sentir la esencia terrosa del animal corriendo por las venas de aquel hombre, así como la embriagadora tentación que siempre resultaba para ellos la sangre humana. No estaba hambriento ni necesitado, él lo sabía, pero aun así cierta añoranza creció dentro suyo al saber al otro tan cerca, instándolo a buscarlo y probarlo una vez más.

Conteniendo lo mejor que pudo sus impulsos, Eren dio un paso atrás para apartarse de Levi antes de cometer una locura; no obstante, antes de hacer efectiva su huida, se vio frenado cuando la mano de este le rodeó la muñeca con fuerza, impidiéndole alejarse más.

—¿Qué pensabas hacerme, mocoso vampiro?

—Yo… yo solo… No lo sé —tuvo que confesar a pesar de lo avergonzado que se sentía de sí mismo. Aquella era la primera vez que sus impulsos eran puestos a prueba de esa manera, y estaba comprobando de la peor forma posible que no era por completo dueño de su naturaleza vampírica—. Por favor, no quiero que pienses que deseaba atacarte, porque no iba a hacerlo. Te lo prometo.

La débil luz de la lámpara le hirió momentáneamente los ojos cuando Levi la encendió, por lo que lo oyó más que vio sentarse en la cama. Una vez pudo enfocar nuevamente la vista, Eren se encontró con la pálida mirada plateada del hombre clavada en él con total suspicacia.

Asustado por la situación al sentirse en desventaja, abrió la boca para disculparse una vez más; sin embargo, tras chasquear la lengua un par de veces, Levi le dijo:

—Ah, joder, supongo que no hay nada que hacer. Ya es tarde, así que debes estar muerto de hambre.

Nada más oír aquello, él negó agitando la cabeza con efusividad. La necesidad de volver a beber sangre ahora atenazaba dolorosamente sus entrañas, pero volver a aprovecharse de la amabilidad del otro no era siquiera una posibilidad.

—Ya me alimenté esta mañana, por lo que no necesito beber más. Muchas gracias de todas formas.

—Tch, mocoso tonto. A penas te alimentaste lo suficiente para que tu herida sanara y así poder recuperarte del ataque. Eso ahora no te será suficiente.

—Podré soportar hasta llegar a casa. No debería tardar más que un par de horas en hacerlo —insistió Eren, intentando no ser descubierto en su mentira.

Levi, no obstante, simplemente soltó su muñeca y se puso de pie, negando con total seriedad.

—No podrás —lo cortó tajante—. Tú mismo has confesado que eres todavía un cazador novato, por lo que en cuanto veas a un humano, no dudarás ni un momento en atacarlo.

—¡Claro que no haría eso! —exclamó con vehemencia a pesar de sus dudas, pero la mirada insondable que el otro le dedicó lo hizo sentirse como un completo tonto.

—Lo harías porque es tu instinto. No podrías evitarlo —le dijo Levi, recordándole la crueldad de su naturaleza. Alzando una mano, este la posó sobre su castaña cabeza y le desordenó cariñosamente el cabello—. Si puedes esperar un momento, tomaré antes un baño para refrescarme un poco y luego te dejaré beber.

—No deberías. No después de haberme permitido alimentarme de ti esta mañana —insistió él una vez más, aun sabiendo que era el otro quien tenía la razón—. Perder tanta sangre podría ser un riesgo para ti.

—Te recuerdo que sigo siendo un lobo en parte, por lo que puedo resistir mucho más que un humano cualquiera; también me recupero más deprisa, así que cambia ya esa expresión culpable, mocoso idiota —lo regañó Levi—. Te aseguro que nada malo me ocurrirá.

Una vez este se encerró en el cuarto de baño, dejándolo a solas, Eren permitió que finalmente cayese su máscara de fingida tranquilidad y se llenó de ansiosa frustración.

¿Es que acaso aquel hombre era idiota?, se preguntó. ¿Cómo podía siquiera llegar y ofrecerle su sangre como si fuera lo más normal del mundo? ¿Es que acaso Levi no temía nada su naturaleza depredadora? Siendo en parte un cambiante, este debía saber que, si algo caracterizaba a su especie, era el ser criaturas despiadadas cuando estaban hambrientas. Demonios, si él mismo se temía a veces, como en ese momento, por ejemplo.

La idea de aprovechar aquel instante para poder huir pasó por su cabeza, pero nuevamente aquella acuciante necesidad de permanecer allí pareció dominarlo. ¿Sería que acaso lo asustaba un poco la perspectiva de lo que iba a sucederle cuando volviera a casa? Porque si algo tenía claro, era que Zeke se lo haría pagar muy, muy caro.

Al pensar en todos los problemas que se había echado encima debido a su actuar precipitado, Eren gimió por lo bajo y se tumbó de espaldas sobre la cama que aún conservaba la esencia de Levi, cubriéndose el rostro con las manos, como si así pudiera olvidarse del mundo. En un comienzo su pequeña huida había sido solo una especie de rebelión y desafío, su manera de decirle a su hermano mayor que, a pesar de todo su control y sus órdenes, él podía hacer lo que deseara; no obstante, ¿era realmente de esa manera? Ahora, después de todo lo que había pasado y al darse cuenta de lo limitado que era su propio mundo, Eren podía comprender que aquella fuga no era más que la rabieta de un niño y que, una vez regresara a casa, esta no significaría nada. No cambiaría nada.

La entrada de Levi en la habitación interrumpió de golpe el deprimente derrotero que estaban siguiendo sus pensamientos. Sin poder evitarlo, Eren se quedó contemplando a este con mal disimulada curiosidad al ver su torso desnudo —todavía húmedo después del baño—, tan pálido como la luna nocturna y diferente del suyo, mucho más moreno. Ciertamente, aquel hombre no se parecía para nada a un lobo, ni siquiera a un humano, pensó asombrado. Aunque fuese un completo absurdo, Levi poseía la elegante esbeltez de líneas precisas y bien definidas de la especie vampira, la cual aparentaba una extrema fragilidad bella y atemporal que resultaba cautivante; aun así, al mismo tiempo este parecía ser fuerte y un poco salvaje, tan atrayente como el mismo sol, volviéndolo por completo cálido y vivo; todo lo contrario a su propia y fría existencia tan cercana a la muerte.

—Oi, mocoso, ¿qué mierda te ocurre ahora? —le preguntó este, mirándolo preocupado mientras frotaba con una mano la toalla sobre su mojado cabello negro—. ¿Te sientes peor? ¿Quieres alimentarte ya?

—No, no es eso —repuso él, desterrando sus anteriores cavilaciones y centrándose en aquel otro tema que también lo tenía intrigado—. Tan solo me preguntaba por qué no me temes ni desconfías de mí a pesar de saber lo que soy, y a que es lo normal entre nuestras especies, ya sabes. En verdad actúas muy raro y me tienes confundido, Levi Ackerman. No eres como nadie que haya conocido antes.

Sonriendo apenas, este puso a secar la humedecida toalla sobre el respaldo de una de las sillas y se colocó una desgastada camiseta gris antes de dejarse caer sentado en el viejo sofá, haciendo una mueca de desagrado cuando, seguramente, uno de los muelles se le enterró en la espalda.

—Bueno, tengo un amigo muy querido que es como tú, así que los secretos y las necesidades de tu especie no me son del todo desconocidas. Puedo saber cuándo estás hambriento porque el color de tus ojos cambia ligeramente, y también puedo ser capaz de prever si estoy en peligro de que vayas a atacarme. He tenido algunas dudas sobre un par de cosas —admitió—, como si podías comer realmente o cuánto daño te podría llegar a hacer la luz solar; pero, en lo demás ambos se parecen bastante.

—Es imposible que tengas un amigo vampiro —respondió él con genuina incredulidad—. ¡Ningún clan o manada lo permitirían! ¡Va contra las reglas formar alianzas!

A pesar de haber pasado prácticamente encerrado toda su vida dentro de la mansión de su familia, Eren conocía a la perfección las reglas entre las distintas especies, pues su padre y luego Zeke se habían encargado personalmente de ello, dejándole claro cuál era el castigo para quienes desobedecían. Lobos y vampiros jamás podrían convivir, pues la naturaleza de ambos, tan diferente en todos los aspectos, así lo establecía.

—Oi, mocoso, ¿es que acaso ya has olvidado que soy un mestizo? —le recordó Levi, sonriendo con un gesto afilado al ver su abochornada confusión.

—Solo digo que con mayor razón tu manada no lo permitiría, como tampoco el clan de tu amigo. —Una idea absurda, un recuerdo de una lección enseñada hacía mucho tiempo atrás, llegó a su memoria de golpe, haciéndole caer en aquella posibilidad—. Tu amigo es un convertido, ¿verdad? —inquirió él, observando con total atención el semblante del otro—. Por ese motivo no tiene un clan que imponga su voluntad ni otorgue un castigo por desobedecer las reglas. Ha sido desterrado y condenado a vagar en soledad.

—Oh, nada mal, mocoso —le dijo Levi, asintiendo en su dirección como si estuviera felicitando a un niño pequeño por haber recitado bien su lección. Eren lo miró indignado, aunque este ni se inmutó—. Sin embargo, la historia más bien es que, después de su conversión, él tenía la opción de quedarse en aquel clan para ser el eterno sirviente de quien lo hizo un vampiro, o largarse y arreglárselas por su cuenta. Y lo cierto es que Farlan es un bastardo terco cuando de recibir y obedecer órdenes se trata, así que…

—¿Y qué dijo tu manada de eso? Sé que eres un mestizo —se apresuró a decir cuando vio al otro abrir la boca para, con seguridad, recordarle nuevamente aquello—, pero aun así tu especie no los discrimina del todo. Un mestizo es siempre parte de la manada de su padre o su madre, y si puede cambiar, tienen los mismos derechos que el resto.

Como si sus palabras le hubieran recordado algo doloroso, una sombra de fría y angustiosa rabia pareció cruzar por los grises ojos de Levi. Aquella era la primera vez que Eren veía una emoción tan tempestiva en este, por lo que sintió un poco de miedo; no obstante, la violencia reinante que lo rodeaba se esfumó tan rápido como había comenzado.

—Tch, la verdad es que eso no es tan cierto como crees —admitió Levi, dejando escapar un pesado suspiro y pasando una mano por la zona rasurada de su nuca, como si desease aliviar parte de su tensión—. Es correcto lo que has dicho de que un mestizo es aceptado como parte de la manada de su progenitor y cuenta con algunos derechos; incluso, si es lo suficientemente fuerte y puede desafiar al líder, podrá convertirse en el alfa algún día, pero si existe un tabú para ellos, es el hecho de que un híbrido jamás puede procrear con un humano.

Eren lo miró sorprendido.

—Entonces… ¿eres hijo de un mestizo y un humano?

—Sí. Mi padre fue un mestizo y mi madre humana, así que solo soy un cuarto de lobo en realidad. Una de las deshonras más grandes que puede sufrir una manada. Una abominación imperdonable.

Al oír aquello, una sensación de frío dolor invadió su pecho, ya que él sabía perfectamente bien cómo era sentirse rechazado por aquellos que, se suponía, debían aceptarte. El ser tan diferente que te tuviesen miedo por algo que no podías cambiar.

Su naturaleza y la de Levi no podían ser más diferentes a ojos del resto: lobo y vampiro, mestizo y «sangre pura»; los opuestos extremos de cada raza y, aun así, lo que ambos habían sufrido los hacía tan iguales que asustaba un poco. Y quizá por ello, se dijo Eren, esa era la primera vez que deseaba con todas sus fuerzas quedarse junto a alguien; quedarse para apoyarlo y reconfortarlo, como muy pocas personas lo habían hecho con él.

—¿Puedes cambiar? —preguntó unos pocos minutos después de la confesión del otro hombre, rompiendo aquellos pasados minutos de incómodo silencio entre ambos—. Si eres más humano que lobo, ¿puedes transformarte en uno?

—Por regla general no tendría que hacerlo, ya que los genes de lobo son tan pocos que el humano debería predominar; de ese modo a los hijos de mestizos les es más fácil vivir como uno de ellos. Aun así, en algunos casos, aunque muy, muy pocos, sí se puede. —Levi recostó su cabeza en el respaldo del sofá, como si estuviera agotado—. Desde los trece años descubrí que sí puedo transformarme, aunque aún no sé si es algo por lo que debería alegrarme o solo una maldición con la que debo cargar.

—Pero si puedes hacerlo y una manada lo sabe…

—Nunca van a aceptarme, mocoso. Soy demasiado humano para vivir entre lobos y soy demasiado lobo para convivir con los humanos. —Una mueca de disgusto se formó en sus labios, volviéndolos una pálida y tensa línea—. Basta de hablar de este tema, joder. Es una historia muy larga y no es algo que me guste discutir con un crío.

—¡Soy casi un adulto! —le espetó Eren, ofendido—. En menos de un año ya podré…

—Bueno, bueno, como digas —aceptó Levi por completo condescendiente, dirigiéndole una mirada cargada de burla ante su creciente enfado—. ¿Y qué me dices de ti, mocoso vampiro? Por el tipo de herida que tenías, puedo suponer que quien te atacó era un lobo, ¿verdad? ¿Pero por qué? ¿Qué mierda hiciste para hacerlo enfadar de ese modo?

A pesar de lo mucho que aquel hombre le agradaba y lo agradecido que él se sentía, Eren se preguntó hasta qué punto sería sensato contarle la verdad de su historia; y no porque no le tuviese confianza, sino porque temía ponerlo en peligro si llegaba a saber demasiado. Los jóvenes de aquella manada se habían percatado casi de inmediato de quien era él en realidad, y por eso lo habían perseguido sin descanso para capturarlo; si alguien llegaba a enterarse de que Levi lo había ayudado…

—Sí, eran un grupo de lobos; pero no sé por qué motivo me atacaron —mintió con total aplomo—. Supongo que pensaron que sería fácil y divertido cazar a un vampiro solitario. Ya sabes que no es algo que ocurra muy a menudo.

Observándolo con ojos ligeramente entornados, Levi oyó su respuesta con seria atención. A Eren le hubiese gustado poder huir de allí y ocultarse donde este no pudiese verlo, pero sabía bien que, si deseaba que le creyese, era necesario mantener su imagen de fría calma; calma que se desplomó en un instante cuando la plateada mirada de decepción de aquel hombre se hizo evidente.

—Solo voy a hacerte una pregunta más, mocoso —le dijo Levi, con una calculada tranquilidad que, de cierta manera, le resultó dolorosa—. ¿No quieres o no puedes decirme la verdad?

Mordiéndose el labio inferior hasta hacerse un poco de daño, Eren negó con un gesto de cabeza.

—No puedo —reconoció, clavando los ojos en el desgastado piso de madera del cuarto—. Realmente no puedo hacerlo, Levi.

—Comprendo —masculló este, y aunque él sabía que no había hecho nada malo, deseó disculparse y explicar sus motivos, ansiando una redención ante su actuar. Antes de que pudiese decir nada más, Levi subió la manga izquierda de su camiseta, tendiendo su pálida muñeca en su dirección—. Venga, puedes alimentarte, mocoso. Ya has esperado demasiado.

La aflicción que segundos antes lo embargaba, se esfumó de golpe ante aquel gesto. Eren no deseaba hacerlo, por supuesto, e intentó reprimir lo mejor posible su instinto, pero el hambre despertó y se acrecentó dentro suyo como un ser con voluntad propia: peligroso e indómito, y capaz de asesinar sin el menor remordimiento.

Una parte suya, aquella que siempre mantenía oculta, odiaba con todas sus fuerzas su naturaleza vampírica; aquella que sobrevivía absorbiendo la vida de otros para poder preservarse, porque no había nada que pudiese hacer para evitarlo. Si quería mantenerse vivo, Eren sabía que debía hacerlo, y por ese motivo aceptaba sin cuestionarse la voluntaria ofrenda de aquellos humanos desconocidos que habían pasado uno tras otro en su vida: rostros, nombres e historias que él jamás conocería ni recordaría, y que desterraba de su conciencia en apenas un parpadeo para no ahogarse en la culpa. No obstante, Levi ya no era un desconocido más, y aunque probablemente después de ese día sus caminos nunca volvieran a cruzarse, Eren no se creía capaz de utilizarlo de ese modo nuevamente; no cuando los ojos de este parecían estar descubriendo su alma y sus miedos; no cuando su propia vergüenza por lo que era se hacía más y más grande.

—No voy a hacerlo. No puedo hacerlo —dijo con firmeza, tomando finalmente una decisión—. Por mucho que seas un semilobo, alimentarme dos veces en un día de ti te pondría en peligro, Levi. Mi deuda contigo es impagable, y por eso no me perdonaría nunca el hacerte daño.

—Deja de ser tan idiota, mocoso terco —lo regañó una vez más este, aunque su tono más que enfadado era tranquilizador—. Desgraciadamente no me moveré de este sitio de mierda hasta mañana por la noche, que será cuando retome mi viaje, así que puedes quedarte tranquilo. En ese tiempo me recuperaré del todo.

—Mira quien habla de ser terco —bufó Eren, levantándose al fin de la cama y dando unos cuantos pasos en su dirección—. ¿Adónde tienes planeado ir?

—El amigo del que te he hablado me escribió hace poco, pidiéndome que me reúna con él en Trost. En su carta me aseguraba que ha encontrado un sitio donde aceptan a sujetos como nosotros, ya sabes, aquellos a los que nadie quiere —le dijo Levi con desenfado, sin embargo, cierta dureza en su voz dejó claro que aquello no le era tan indiferente como aparentaba—. En un principio no estaba del todo convencido de aceptar, pero supongo que quiero ver con mis propios ojos como es estar allí y si puedo o no adaptarme. Quizás al fin encuentre un lugar al cual pertenecer.

—Eso suena bien. Creo que sería genial —repuso Eren, y a pesar de la sinceridad de sus palabras, un dolor inexplicable pareció abrirse paso dentro de su corazón, como si acabara de perder algo importante.

—Oi, vampiro, deja de intentar distraerme cambiando de tema, joder —lo volvió a reprender Levi con fingida seriedad—. Venga, bebe de una puta vez. No tenemos toda la noche.

Debido a la enorme determinación de Levi por convencerlo de que podía beber su sangre —y a lo muy cansado que él estaba de pelear contra su propio instinto—, Eren acabó por ceder ante aquello, a pesar de la culpa. Solo tomaría un poco, se prometió, lo mínimo para mitigar el dolor que comenzaba a extenderse dentro de su cuerpo y acallar a la bestia que amenazaba con dominarlo. Había muchas cosas por las que debía sentirse inquieto y de momento no sabía cómo hacer frente a ninguna de ellas, por lo que partiría por lo más sencillo: su propia naturaleza maldita.

Dando un par de pasos más hasta llegar al sofá donde el otro se hallaba sentado, tomó con suavidad el pálido brazo que tendía para él y lo acercó a su boca lentamente. Podía oír a la perfección el irregular ritmo de la respiración de Levi, que se hacía cada vez más pesada producto del nerviosismo y la ansiedad, así como el ligero fluir de la caliente sangre en sus azuladas venas, vibrando como una sinfonía que lo llamaba. Al rozar apenas con los labios la piel de la muñeca del otro, Eren sintió como sus afilados colmillos hacían de inmediato acto de presencia, así como también la ansiosa voracidad que a veces lo dominaba y la cual afinó sus sentidos y amenazó con amortiguar poco a poco la voz de su conciencia.

Al levantar por un segundo la mirada, se encontró con los grises ojos de Levi clavados en él, absorbiendo cada detalle de su bestialidad, y lo odió. Eren no deseaba que aquel hombre lo recordara en aquella forma que tanto detestaba, y la cual no podía reprimir a pesar de toda su fuerza de voluntad; por lo que, sin darle tiempo a reaccionar y defenderse, se sentó a horcajadas sobre el regazo de este, ocultando el rostro en un costado de su cuello desnudo, sabiendo que podía dejarse llevar ya sin miedo a que lo viera.

—¡Eren, ¿qué demoni-?! —lo increpó Levi, pero sus palabras murieron en un gemido cuando sus colmillos perforaron su carne sin piedad.

Aferrado a este, Eren bebió casi con desesperación, obligándose a no perder el control a pura fuerza de voluntad. Podía sentir los latidos desenfrenados de aquel otro corazón retumbando contra su pecho y el pulso acelerado del hombre bajo sus labios. Podía oler su miedo, la ansiedad y la excitación, por lo que cuando sintió los brazos de Levi rodeándolo y el leve roce de sus dedos acariciando su cabello, temió por un momento haber perdido nuevamente el control y haberlo sumido bajo su influencia, como solían hacer habitualmente los vampiros para controlar a sus presas; no obstante, al sentir el dolor que le produjo su cabello al ser jalado, obligándolo a parar de succionar, seguido de un enronquecido «basta» de labios del otro, supo con alivio que no había sido así.

Tras un par de minutos de completo silencio, en el cual ambos ni siquiera se atrevieron a moverse, Eren finalmente se apartó del regazo de Levi, poniéndose de pie y retrocediendo un poco para volver a poner distancia entre ellos. Al ver las incisiones que manchaban de carmín el blanco cuello de este, un ramalazo de culpa y vergüenza lo embargó, haciendo que su rostro ardiera. Aun podía sentir el dulce sabor de su sangre en la boca, así como la extrema necesidad de probarlo una vez más. Tenerlo así de cerca lo estaba volviendo loco, por lo que debía marcharse de allí cuanto antes, o se arrepentiría.

—Oi, ¿te vas ya? —le preguntó Levi, poniéndose también de pie.

Él asintió con un gesto de afirmación, determinado a hacer lo correcto.

—Sí, es mejor que me ponga ya en marcha si quiero llegar a casa antes de que amanezca. Y esta vez seré más cuidadoso —prometió, a sabiendas de que el hombre iba a recordarle su anterior encuentro con los lobos—. En verdad agradezco todo lo que has hecho por mí, Levi. Has sido amable y generoso a pesar de que no te he dado más que problemas; aun así, no te has quejado ni una sola vez. Realmente eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.

—Joder contigo, mocoso vampiro, ¿cómo puedes decir ese tipo de mierdas tan vergonzosas? —replicó este, sin embargo, un atisbo de velada sonrisa se dibujó en sus pálidos labios—. No has sido para nada una molestia; bueno, quizá solo cuando te has puesto terriblemente cabezota. Además… conocerte tampoco ha estado tan mal, Eren. Venga, márchate de una puta vez.

Sin dudar, él estrechó la pálida mano que Levi tendió en su dirección y notó su calidez contra el penetrante frío de la suya. Nada de lo que dijera sería suficiente para expresarle todo lo que le agradecía, lo que sentía le debía, por ese motivo, y sin previo aviso para no perder el valor, Eren lo envolvió entre sus brazos unos instantes, murmurando contra su cuello una interminable retahíla de «gracias».

Más tranquilo, se separó retrocediendo unos cuantos pasos. Al ver lo muy incómodo y desconcertado que el otro hombre parecía tras el abrazo, él no pudo evitar sonreír.

—Espero que encuentres lo que buscas allá donde vas, Levi. Que tengas suerte y que el final de tu camino sea feliz.

—Te deseo lo mismo, mocoso. —Este volvió a desordenarle el cabello con una mano, pero esa vez él no protestó—. Y recuerda esto, porque es lo más importante: tú eliges tu propio camino, Eren. Eres tu propio dueño.

Minutos después, mientras sentía el cálido aire de la noche estival contra su piel y se internaba en la seguridad que le proporcionaba la oscuridad nocturna, las últimas palabras de Levi seguían repitiéndose una y otra vez en su cabeza. Eren hubiera dado cualquier cosa porque estas fueran ciertas, pero mientras sus pasos lo acercaban cada vez más al lugar que llamaba «hogar», el dolor de saber que quizá nunca fuese así lo embargó.

Su destino no le pertenecía, sino que estaba controlado por aquel que se imponía a su voluntad como si fuese su dueño, y él, a pesar de toda su terca rebeldía, seguía sin ser lo suficientemente valiente para escapar de todo.

Aun así, el inesperado encuentro con aquel extraño hombre había prendido una pequeña llamita dentro de su pecho, y por primera vez en mucho tiempo, Eren albergó la esperanza de que, si se esforzaba lo suficiente, sus sueños quizá sí pudieran cumplirse.

Notas finales:

Lo primero, como siempre, es agradecer a todos quienes hayan llegado hasta aquí. Espero de corazón que el capítulo de hoy fuese de su agrado y valiera la pena el tiempo invertido en él.

Por lo demás, lamento que este capítulo se retrasara un poquito, pero no solo ha sido algo complicado el readaptarlo de un fandom al otro, sino que ha resultado considerablemente más largo que el primero. Solo espero no les resultase muy pesado en su lectura y confío estar trayendo el siguiente, ahora sí, en una semana más de ser posible.

Una vez más muchas gracias a todos quienes leen, comentan, envían mp´s, votan y añaden a sus listas, marcadores, favoritos y alertas. Siempre son la llamita que mantiene encendida la hoguera que es la imaginación de esta escritora.

Un enorme abrazo a la distancia y mis mejores deseos para ustedes y los suyos.

 

Tessa.


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