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Nanas para Kiki por Doki Amare Pecccavi

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Cap. 6: Milo

 

Esponjosidad, había alguien sobre quién intenté no hablarte antes, es fuerte y poderosa, la bruja en el fondo del océano. Se dice que fue un ser extremadamente poderoso, se dice que pudo haber gobernado los siete mares, que su fuerza era tanta que incluso el rey tritón le tuvo respeto, había tanto que escuchar de quién era, sin embargo, nadie jamás ha pedido asegurar el origen de lo que ahora es.

 

Esponjosidad, no tengas miedo, está en lo profundo del mar, muy lejos, jamás podría hacerte daño, sin embargo, si a un ser de las entrañas conoces, advierte que… jamás deberá hacer un trato, con la hechicera del mar.

 

.*.

 

Si los tocas, te conviertes en espuma de mar

 

Muchas veces le había dicho a Aphrodite que el mundo de las profundidades y el de los seres humanos no eran compatibles, y su amigo había entendido que como realiza de los mares no podía siquiera pensar en contactar a nadie de la superficie, todo era claro, sólo una regla a seguir, el resto del océano estaba ahí, para aletear por donde quisiese, entonces… se preguntaba una y otra vez, ¿Cómo es que él había caído en semejante hechizo?

 

De una u otra forma había terminado subiendo a la superficie, una tontería había iniciado todo, después… una semilla de curiosidad se plantó en su pecho, cuando observó por primera vez unas piernas humanas moverse de un lado a otro, pies desnudos llenándose de arena. ¿Eran así de extraños los humanos?

 

Quiso saberlo, y subió una y otra y otra vez… siempre con el mismo resultado, siempre intentando saber más y más de un humano en específico. ¿Pero qué tenía esa persona de especial? Tal vez el color rojizo de su cabello, o la forma en la que el color de sus ojos, opacaban todos los colores vistos hasta ese momento.

 

— Pss, pss.. ¿Cuál es tu nombre? — Se atrevió a preguntar en una ocasión, y ante una gélida mirada, permaneció inerte, con su cuerpo sumergido y sólo su cabeza asomándose por sobre el agua. — ¿Es que eres idiota? ¿No sabes lo que digo?

 

Aquel humano le miró un instante y después regresó a sus tareas, y entonces, él como el orgulloso tritón que era, se alejó sin decir más, pero empezaba a notar que no sólo era curiosidad lo que le hacía volver a ese sitio. Era el humano y su inexplicable belleza. ¿Cómo algo fuera del agua podía convertirse en algo tan deseado para él?

 

Entonces, platicando un día con un Lex, la medusa vieja, entendió que los humanos no hablan el mismo lenguaje que los seres marinos, entonces ¿El humano no le había ofendido? Arrepentido, regresó una y otra vez… por tanto tiempo, sin embargo, jamás volvió a ver a ese humano.

 

Él pasó de ser un joven tritón, a un gran guerrero. Resguardaba los limites de la zona segura en el océano y acompañó a Aphrodite cuando quedó a cargo de uno de los reinos.

 

En ocasiones, cuando nadie lo notaba, subía a la superficie, en aquellas mismas tierras en donde había perdido a aquella belleza, más por costumbre que por esperanza, Milo tritón subió a la superficie y ¡le encontró!

 

¿Era su humano? Se preguntó… pero apenas enfocó bien su mirada notó algo diferente.

 

¿Por qué era tan pequeño?

 

¿Le había ocurrido algo?

 

— Pss, Pss… ¿Me recuerdas? He aprendido tu lengua. — Gritó, a metros de distancia su humano levantó la mirada y se puso de pie. Milo observó detenidamente… ese humano, no era a quién buscaba, eran esos mismos ojos, y ese mismo cabello, pero… aquel era sólo una cría de humano.  — ¿Y tú quien eres?

 

— Soy Camus ¿Quién es usted? — Preguntó el niño un poco asustado. — ¿Cómo ha podido llegar hasta aquí? ¿Alguien le ha mandado por mí?

 

Dando unos pasos hacia atrás, rebuscó con sus pies una piedra que pudiese levantar. Estaba listo para atacar en cuanto fuese el momento.

 

— ¿De qué hablas? No viene por ti, te he confundido. — Respondió Milo, bastante desanimado. —

 

— ¡Miente! — Y seguido de sus palabras, tomó entre sus pequeñas manos, algunas piedras para arrojarlas al sujeto en el agua. Aunque su esfuerzo había servido de muy poco… porque éstas no habían llegado más allá de un metro de distancia.

 

Aquel encuentro fortuito había sido el inicio de todo ¿Y el final?

 

El momento en el que mirarse de un extremo a otro, no fue suficiente.

 

 

 

 

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