Radioactive // Imagine dragons
El sabor de la tierra en mi garganta seca es ferroso, hace siglos que no la uso, así que cuando la abro cantidades de ella me llena.
Mi mente es una amalgama extraña de recuerdos propios y ajenos, no sé en qué día estoy, no sé en qué día me enterré, pero sí sé que ha vuelto la sed y las ganas de caminar sobre la tierra y no de vivir bajo ella.
El sonido de esta era es enorme, se ha colado por mis marchitos oídos durante años, cada vez más fuerte, cada vez más constante. Los oigo sobre mí, a mi alrededor, por todas partes.
Pequeños seres humanos llenos de sangre, y llega a mí su rostro, su apuesto rostro, Paris, mi joven amante humano al que convertí loco de amor por él, en contra de cualquier mandato de mi especie.
Los humanos son alimentos, no son nuestros amantes, ni nuestros hijos, no son nada para nosotros y por él yo lo dejé todo.
Mi hermoso Paris, me había olvidado de él, y mis uñas lo buscan escarbando la tierra.
¿Dónde estás, amor?
Tengo metros y metros hasta llegar a la superficie, y si el sonido de ese mundo era atroz desde mi perfecta tumba, ahora que camino sobre la tierra es ensordecedor. Mis oídos sensibles registran todo, voces, gritos y llantos, el sonido de las máquinas trabajando en cada punto del planeta, y la música, ¡oh, sí! Escucho esa música.
Mis ojos, cerrados por tanto tiempo, se abren. El gris, sello de mi sangre, lo recorren. Parece la luz del día, pero son solo luces artificiales.
Luces tan potentes que me permiten andar a la luz de una fingida mañana de verano.
Y esos seres, tan débiles, tan llenos de vida me rodean sin darse cuenta de que yo soy la amenazada más real en su vidas, que morirán cientos en mis manos en los próximos días para rellenar mi cuerpo de la sangre que necesita para ser quién fui.
Para buscarle, mi pequeño Paris, ¿dónde estás?
Evito a esos seres que hemos creado, a nuestros hijos que han resultado más perfectos que sus padres, seres de sangre que caminan bajo la luz del verdadero sol.
La pena por crearlos murió el día que cada uno de mis hermanos se enamoró de uno de ellos.
Ahora eran muchísimos, y cuando me topo con uno se apartan de mí.
Hacen bien, yo solo estoy buscando a Paris, mi único hijo, mi único amante.
Ojos verdes, rojos, violetas, hijos de mis hermanos, pero ningún gris, ni rastro de Paris.
Cuando me enterré estaba cansado, desilusionado y al borde la locura, mi joven amante de cabello de oro y ojos del infierno me ayudó a cavar mi tumba en la tierra.
Recuerdo sus preciosas lágrimas ensuciando su rostro cuando le negué un sitio a mi lado, él tenía mucho que vivir, yo le buscaría cuando fuera el momento.
Y el momento había llegado, dejé mensajes, leí sus mentes, no había rastro de Paris, y sí infinidad de normas, normas creadas por nuestros pequeños para protegerse, para protegernos.
Cuando la música atronadora de aquel mundo me superó me llegó una noticia, una fatídica noticia.
Un hijo que había matado al padre, a los hermanos, a su propia descendencia, un demonio de ojos grises.
Y entonces él me encontró, sus ojos bicolor, el rastro de mi sangre. Y detrás de él, uno de mis descendientes.
Habían matado a Paris, y yo los mataría a ellos.
New age, new horror.