Quien encaró el tema fue Narcisa, ¿qué sentido tenía posponer esa conversación? Afirmó ella.
Lucius comenzó a boquear como un pez fuera del agua.
—Nooo... yo...
—Brillas, Lucius, brillas como un árbol de Navidad cuando estás con él, lo que no entiendo es como ese hombre no se da cuenta.
—Yo no me había dado cuenta—se justificó Lucius, aunque había sonado también un poquito a justificación para el motivo de sus brillitos.
Narcisa levantó una ceja, esa ceja que decía, ¿realmente estás cuestionándome?
Lucius resopló, él sí era consciente de que cuando estaba Remus presente las cosas se le iban un poco de las manos, pero no sabía que habían llegado a ese punto.
Se llevó las manos a la cara.
Narcisa posó una de sus finas manos en su hombro izquierdo dándole consuelo, y él no se creyó digno.
—Yo nunca... yo lo siento, Cissy—claudicó.
—Querido, creo que si en tu mano estuviera no sentirías lo que sientes. También he entendido siempre la naturaleza de nuestra relación, para mí ha estado bien todo este tiempo. Sé, que a nuestro modo, nos queremos.
Lucius la miraba sorprendido, no es que no conociera a su esposa, lo pragmática que podía llegar a ser llegado el caso les había salvado en demasiadas ocasiones.
Sin duda era la mejor esposa y la mejor mujer que él hubiera podido imaginar.
Le dio unos golpecitos cariñosos en la rodilla y le hizo volver de su propio estado de sorpresa.
—Así que yo me voy a ir con mi hermana y espero que aproveches bien mi ausencia. Aunque sería conveniente que ese hombre hablara antes con mi sobrina. No todas las Black somos tan comprensivas.
—¿Me estás dejando?—le preguntó sintiéndose débil y eufórico al mismo tiempo.
—A la familia nunca se la deja—le amonestó ella—, pero como pareja nuestros caminos se separan.
Lucius sabía lo que sentía, sabía lo que había sentido siempre por Remus, casi como una maldita profecía que se cumplía a sí misma. Pero jamás la contempló como algo real, se casó, tuvo a su hijo, vivió su vida. No siquiera en esos meses de encierro, de cambio de bando, de redescubrimiento con el lobo. Nunca pensó que pudiera ser su "realidad". Y allí estaba Narcisa, empujándole hacia él.
La atrajo en un abrazo sincero, y también lleno de miedo. Mucho miedo, anhelar algo o a alguien inalcanzable era una cosa, saber que podría hacerlo, una muy distinta.
—Te quiero—dijo besando el pelo rubio de su esposa.
—Y yo a ti—contestó ella liberándose más de lo que ella imaginaba.
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