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Ángeles De Menta Picante por Elafran

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Notas del fanfic:

[Ambientado en el universo omegaverse, época victoriana.]

En los dieciséis años de su vida, no podía rememorar ni una sola acción suya que no estuviese guiada por la astucia o satisfacer su propio deseo. No es que se avergonzase en especial, pero le resultaba curioso pensar en ello cada vez que escuchaba a sus profesores o compañeros lamentarse de su situación. Como si la muerte de su madre y el aprecio de su padre -o mejor dicho, la falta de éste- lo hubieran convertido en lo que es, un simple y maldito bastardo. Nacido como bastardo, viviría y moriría como uno. 

 

Como autor, he de decir que me gustaría sentirme inclinado a favorecer a quien es el protagonista de esta obra, Lucian. Sin embargo, me temo que Lucian se encontraba muy lejos de ser denominado “caballero”, y que sus “buenas cualidades” apenas lograban excusar su pobre educación, su vicio a la bebida y el tabaco, y mucho menos su poco apego con las personas que intimaba. Sí, Lucian “Bane” Draisley se trataba de un gamberro, que aunque las circunstancias lo hubieran moldeado de esa manera, era completamente consciente de cómo era, y su deseo por cambiar su actitud era lo más cercano a inexistente. Pero mi objetivo no es que os sintáis mal por él, o que le queráis hasta el punto de desear volver atrás de esta anécdota para así “curar” y “reeducar” a nuestro pobre cretino. De hecho, en el caso de que suceda la segunda opción, he de permitirme pedirle que acuda a un psicólogo con máxima urgencia -no traten de intimar con un bastardo si es que no desean sufrir. 

 

Los optimistas del fondo acudirán a mí, sin tan siquiera terminar de escuchar mi advertencia, para defender al miserable a través de excusas como “todo el mundo puede cambiar”. Oh, pobres ingenuas criaturas. Para vuestra mala suerte, soy un gran conocedor de Lucian. Un terrible, gran conocedor. Por eso mismo, si lo que desean es leer cualquier otra novela romántica, pastelosa e irreal, donde el galante caballero salva a la princesa, todos se enamoran y viven felizmente tras derrotar a la malvada bruja, con gran pesar, he de decirles que ésta historia no será de su agrado. Márchense, váyanse antes de que sea demasiado tarde. Pero jamás digan que no se lo advertí. 

 

Lucian se encontraba apoyado en una de las ramas principales de la copa de St. Clifford, el olmo que bellamente crecía en el medio del patio interior del Ala Norte. Desde ahí podía observar a la perfección a los gran y majestuosos estudiantes Alfa caminar entre los pasillos, mientras que otros optaban por atravesar el rellano, ya sea por rapidez, o por descansar un momento en los bancos esparcidos en la hierba. Desde esa altura, todos resultaban ser iguales, hormigas que deambulaban bajo sus pies, esparciendo sus hormonas de un lado para otro mientras vestían exactamente iguales. Pese a que compartía el mismo género, el joven Draisley no podía encontrar a los alfas más pedantes e insoportables, y trataba de evitar cualquier contacto con ellos a toda costa. Sin embargo, si algo caracterizaba la Academia Houghton, además de sus notables alumnos, era su estricto régimen y el devastador imperativo de dividir a sus estudiantes por su segundo género, obligando al chico a mantenerse todo el tiempo rodeado de los desgraciados Alfas. 

 

De esta forma, y negándose por completo a los deseos de su padre de que se comportase adecuadamente y estudiase, Lucian  no pudo sentirse más tentado de continuar con su horrible pasatiempo de provocar a aquellos que encontraba más desagradables. Contaba con un largo repertorio de bromas pesadas, y cada día, su astucia únicamente lograba añadir más. 

 

Dentro de su lista de objetivos -que siempre llevaba consigo, una costumbre que nunca entendió de dónde vino- se encontraban incluidos todo tipo de mentecatos; desde los que destacaban por sus impecables notas, hasta la morralla que se pavoneaba y pisoteaba a quien fuese haciendo uso de su apellido. Entre ellos, resaltaba el nombre de Walton Porlock, un pobre desgraciado que cayó en el hoyo de esa academia tras la última venganza de Lucian, y por la cual se había autodeclarado su infame archienemigo. Todo un personaje. Y hablando del rey de roma...

 

-¡Lucian Draisley! ¡Maldita sanguijuela del diablo!- Lucian apenas tuvo que girar el cuello para encontrar la regordeta y torpe figura del muchacho, que empujaba a la gente a su paso mientras gritaba el nombre del chico a pleno pulmón. ¿Quién le iba a culpar? Después de todo, la bronca que había recibido de sus profesores tras encontrar “accidentalmente” un sospechoso paquete de cigarrillos vacío dentro de su mochila no había sido un chiste. Paquete, el cual, era de la marca favorita del joven Lucian, su firma tan obvia y dolorosa a los ojos del acusado, que no tuvo más remedio que aceptar el castigo- ¡Sal, cobarde! ¡Sé que estás cerca! 

 

-¿Qué sucede, Porklock? ¿No crees que es muy temprano para empezar a gruñir? 

 

Rojo de la rabia, y muy cercano a comenzar a echar fuego, Walton se encaminó hacia el olmo, con toda la intención de matar al chico allí y ahora. Detrás de él le seguían sus secuaces, los gemelos Collier, que eran tan delgados y feos como dos pares de anchoas siguiendo a un lenguado. Lucian no pudo evitar reír al pensar en las similitudes, tan desvergonzado y cínico como él era. 

 

Por un momento pensaron que esa terrible descripción era culpa mía, ¿cierto? ¡Ojalá! Ni siquiera mi descarada cabeza es capaz de hacer tales comparaciones. Sin embargo, no he de negar que Lucian había acertado bastante con dicha definición; Walton era considerablemente bajo, y como había mencionado anteriormente, sufría un terrible sobrepeso -todo por su propia culpa y su adicción al comer- que únicamente provocaba que su rostro corrientucho brillase de sudor al más mínimo esfuerzo. Y por si eso fuera poco, el estrabismo terminaba de arrebatarle todas las oportunidades de ser llamado meramente “guapo”. 

 

Claramente, los hermanos Collier no se quedaban mucho atrás. Perdonen mi lenguaje, pero esos dos eran lo más cercano a una escoba andante usada que todas las cosas que he presenciado en mi vida. Eran delgados y altos, poco más altos que Lucian, y su corto pelo rubio siempre estaba hecho una maraña sobre sus cabezas, como si nunca hubieran conocido el uso real del cepillo o el peine. Tampoco me extrañaría, ya que, ni juntos, podrías contar más allá de dos neuronas funcionales. Estoy bien enterado que mis intentos de relatar esta anécdota tan imparcial como puedo se han ido al garete en cuanto ha parecido el trío calavera, pero no hay forma humanamente posible de que pueda esconder el terrible desagrado que siento por estos dos insufribles sujetos. Ni siquiera puedo desearles la muerte por la pena que me darían las personas que allá, en el infierno, se encuentran. 

 

-Maldito Draisley… ¡En cuanto suba ahí voy a romperte la cara hasta que no te pueda reconocer ni tu padre!- Una sonora carcajada hizo su camino desde los labios de Lucian, mientras se deslizaba por la gruesa rama en la que estaba descansando anteriormente. Walton intentaba subir como podía al árbol, mientras sus secuaces le rodeaban, en el caso de que al chico se le ocurriese la idea de saltar. 

 

-¡Ja! ¿Tú y cuántos más?

 

La burla del joven fue respondida con un gruñido del otro chico, y algún que otro insulto de las personas que les rodeaban, admirando el espectáculo. Ni bien Lucian no era conocido por hacer amigos, tampoco era tan idiota como para no elegir adecuadamente cuándo y cuando no pelear. Y ésta no era una en la que iba a participar. Sólo un loco -o un idiota como Walton- se le ocurriría intercambiar puñetazos en un lugar tan concurrido, y en una hora en la que los profesores no tardarían más de cinco minutos en aparecer. 

 

Y aunque la imagen de Walton siendo atrapado por sus maestros causando otro ajetreo era bastante tentadora, Lucian optó por no querer sobresaltar más en ese día, no después del último castigo. Lo mejor que podía hacer era mantener la cabeza abajo por unos días, hasta que los mayores bajen un poco la guardia. El “regalo” en la mochila de Walton fue en parte, un accidente. Siempre dejaba los paquetes en las pertenencias de otros alumnos, dejando que ellos se encarguen de eliminar las pruebas de su propio delito, pero no había forma posible de adivinar que ese día se haría una redada justamente en esa clase. 

 

Porlock comenzó a asomar la cabeza entre las ramas, asfixiado y jadeando como un perro viejo. Ésta era su oportunidad. Ágilmente, Lucian se lanzó desde la copa y rodó por la hierba para mitigar el impacto, dejando escapar todo el aire de sus pulmones. Los gemelos se movieron rápidamente, tratando de alcanzarlo mientras el chico no dudó en levantarse y correr hacia la multitud. No fueron pocos los que intentaron detener su camino, tratando de agarrar sus ropas o sus brazos; pero el adolescente luchó entre los empujones hasta liberarse de los cuerpos que le rodeaban, corriendo por el pasillo tan rápido como podía. 

 

Lucian giró la cabeza para averiguar cuánta ventaja tenía sobre sus agresores -los gemelos estaban a unos pocos pasos, pero Walter estaba a una distancia abismal- cuando chocó con una gran y fuerte figura. Sus dedos se cernieron sobre el brazo del menor como un grillete de acero, evitando tanto su caída como la continuación de su huída. 

 

-¡Joder! ¿Qué está mal contigo- 

 

Cualquier maldición que pensase dirigirle a esa persona murió en su garganta cuando miró hacia arriba. Delante de él se alzaba un hombre imponente, tan alto y frío que parecía una figura de mármol esculpida por los ángeles, si es que existían. Su ondulado cabello, negro como el ébano, caía como cascadas a un lateral, las puntas apenas rozando el lóbulo de su oreja. Sus ojos, como afilados zafiros, escudriñaban sobre la expresión de Lucian, quien se congeló en el lugar. Su blanca tez, junto con las oscuras ojeras y las marcadas mejillas y mandíbula, acentuaban el aura de peligro del mayor. Nunca sonríe, nunca llora, y jamás se le ha visto enfadarse. Incluso una lápida tenía más emociones que él. Aún así, nadie, desde que él ingresó como profesor, se ha atrevido a no respetarle. Ni siquiera Lucian, aunque lo negase hasta morir. 

 

-Señor Crow- Lucian se llevó la mano a la cara rápidamente, el olor a acero punzando su nariz. Ésta era la razón principal por la que el chico nunca se quería encontrar cerca del profesor; si bien apenas mostraba ninguna emoción en su rostro, era bien expresivo a través de su característico olor, y cada vez que sucedía algo problemático, esparcía un hedor a ese metal, y todo el que lo olía tenía la sensación de estar tragando virutas de acero caliente. 

 

-Joven  Draisley. Que… desagradable sorpresa. Esperaba que se mantuviera tranquilo por un par de días más.- Su voz era más fría y afilada que los témpanos, pese a que mantenía su distinguida elegancia mientras vocalizaba cada letra lenta y severamente. Más que hablar, parecía susurrar crueles amenazas. Finalmente, levantó la cabeza hacia los otros tres chicos, que se quedaron tiesos.- He de decir que me ha decepcionado nuevamente, joven Porlock. Pensaba que había aprendido la lección. 

 

-¡Profesor Crow! No es lo que parece, se lo prometo.- Lloró el alumno, temblando como una hoja en mitad de una tempestad. El adulto arqueó una ceja, y sin una esquirla de piedad, preguntó: 

 

-¿Y qué es lo que parece, joven Porlock?

 

El chico enmudeció. ¿Qué debería decir? Mentir al señor Crow no era una opción disponible, no si no querías obtener su eterno rencor. Decir la verdad tampoco era una gran opción; después de todo, había una razón por la que nadie había delatado al culpable. 

 

Lucian, impulsado por su terquedad y alma estratega, se había convertido en uno de los principales sustentadores de los bienes y servicios que se encontraban prohibidos dentro de las paredes del internado Houghton. Si querías algo, tendrías que pedírselo a Lucian. Obviamente, pagando un precio. El chico obviamente utilizaba su posición para aprovecharse de los más ingenuos y molestar a quien encontraba insufrible, como el pobre Walton. 

 

-Lo dejaré pasar por esta vez, pero la próxima vez, me gustaría que contestaran cuando pregunto.- Walton tragó saliva tan fuerte que el sonido rompió el silencio ruidosamente, aún incapaz de pronunciar palabra. - Los demás, continúen con lo que estaban haciendo. El espectáculo ha terminado. 

 

Los estudiantes se desperdigaron, cuchicheando en voz baja. Porlock no tardó en desaparecer entre la multitud junto con sus secuaces, con el rabo entre las piernas. Sólo se necesitaron varios segundos para que los pasillos volviesen a la normalidad, y Lucian hizo un amago de escapar del agarre del Alfa, que sólo consiguió que apretase con más fuerza y obligase un gemido de dolor al chico. 

 

-Joven Draisley, he de pedirle encarecidamente que me acompañe a mi despacho. Ahora. 


Uh oh. 


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