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Percepción por rmone77

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Notas del capitulo:

—Truth is—

El límite entre lo gélido y húmedo del nubarrón matutino, en contraste con la respiración apresurada y el calor de sus músculos al correr, lo hacía darse cuenta de que esa era la realidad a la que pertenecía. No era un sueño perdido ni alguna ilusión de su pasado. Y aunque miles de pensamientos diferentes lucharan fervorosamente por dominar en su mente, lo único que sus retinas captaban eran las gotas suspendidas en la neblina que su cuerpo dividía al avanzar. En cada paso el rocío se pegaba a su rostro, dándole el frescor que necesitaba para disipar el sudor que se acumulaba bajo su ropa. Kim, incapaz de empezar el día sin un mínimo esfuerzo físico, decidió salir y admirar el lugar que rodeaba a el pequeño departamento de Do. Los caminos, algunos sin pavimentar, abundantes hierbajos y tierra dispersa, poblaban estrechas calles atiborradas de casas, unas montadas sobre otras, otras a medio construir o predominando construcciones con madera apolillada y vieja. Un barrio antiguo lleno de cables y letreros de tiendas inexistentes, hogares de ancianos o de familias pobres. Y, debido a la escasez de artículos costosos o casas exuberantes, la seguridad relucía como una característica definitiva de aquella localidad. Era imposible que algún alma maliciosa y necesitada hurgara en esos sitios, porque no encontraría más que artículos usados, anticuados y gentes más deplorables aún.


Tras cada paso que daba al subir rechinaban los escalones de madera, sostenidos por una fina tira de metal oxidado. El diseño del pasamanos era antiquísimo y su pintura negra, corroída por el óxido, se pegaba a sus manos sudorosas, que descascaraban la superficie áspera.


Al interior del piso, el segundo para ser más exacto, se creaba un pequeño mundo aparte del exterior. Era la mente y misterios de Do convertidos en objetos que adornaban en forma de caos, otorgando un orden diferente a cualquier decoración que haya presenciado antes. Dominaban los tonos cafés, entremezclados con blancos crudos y pequeños toques de negro. Nada resaltaba en particular más que la sencilla armonía que se generaba en ese espacio. Un oasis intocable, ordinario, pero único a la vez.


La ducha helada refrescó sus músculos levemente fatigados, inflándolos de nuevo como al llenar un neumático de aire. Sin permiso utilizó las cosas de Do, llenándose de los mismos aromas comunes y frescos que desde el primer momento percibió en él: almendra, eucalipto y lavanda. Recogió todo su cabello hacia atrás, dejándolo sin secar, cayendo gotas frías a su espalda, humedeciendo el pantalón que había tomado prestado del otro. Se ceñía a su cuerpo con demasiada desesperación, incomodándole al moverse con libertad por el piso. El suelo, de buena madera, pino o roble tal vez, se humedecía también bajo sus plantas, oscureciéndose más ante cada paso. El reloj marcaba las 5:55 am y notaba el cansancio caer como una tela delgada sobre sus hombros; el ejercicio había surtido su efecto.


 


Después de rendirse al sollozo de Do y a su lamentable embriaguez, después de cubrir con su propia saliva los sitios del cuerpo debilitado que había sido tocado por otros, después de dejar salir los trazos celópatas que el chiquillo le había hecho descubrir, quiso inmiscuirse en su vida un poco, porque tuvo la sensación de que, si lo dejaba ir de nuevo, no tendría forma de localizarlo y no quería ni pensaba volver a torturarse con otra desaparición repentina.


En medio de la ebriedad y desconsuelo irracional que dominaba a Do, logró sacar su dirección y, gracias a su teléfono y aplicaciones, le fue poco más fácil llegar al lugar en donde parecía vivir. A medida que el vehículo iba adentrándose en callejuelas más desoladas y estrechas, siguiendo indicaciones del GPS, se daba cuenta de que el diseño de los barrios residenciales iba mutando, volviéndose cada vez más sencillos y antiguos a medida que llegaban a la periferia de la urbanización.


Los susurros de la madrugada dejaban entrever sus pasos pesados, trasladando el peso muerto que era Do a lo que parecía ser el segundo piso de una casona grande y vieja. Tenía una entrada independiente a la que se accedía a través de una escalera, la cual daba impresión de que se desmoronaría en cualquier momento o con el más ligero peso. La puerta de entrada, raída y vieja como toda la construcción, se abrió sin necesidad de una llave y Kim se asustó al ver la vulnerabilidad de la vivienda.


Do, medio adormilado y medio ebrio aún, sonrió con amplitud cuando fue tendido en su propia cama sin hacer, desordenada, acurrucándose sobre su cuerpo, perdiéndose en las prendas grandes que lo vestían. Do tembló de preocupación al quitarle la ropa, viendo con horror la delgadez que poseía al chico, marcándose las costillas en su torso y haciendo prominentes sus articulaciones. Arrugó el entrecejo y estrechó con delicadeza nerviosa su desnudez, lamentándose ridículamente por una culpa que no le pertenecía. Observó, entonces, pequeños manchones cafés y violáceos en la espina dorsal de Do y marcas de dedos sobre los brazos flacos. Los engranajes de la posesividad natural para con el muchacho volvieron a girar rápidamente, chispeando ante la imaginación violenta que le daba una idea de cómo se había marcado aquella piel tan pálida. Empero le creaban más dudas los manchones grandes en su abdomen hundido y muslos flacos. Suspiró y se quedó viéndolo un poco más. Luego lo estrechó con aún más fuerza, obteniendo quejidos foráneos y forcejeo en contra del abrazo tan asfixiante. Pero no lo soltó, sólo los segundos transcurriendo se encargaron de que la fuerza ejercida menguara y que el agarre iracundo se transformara en un abrazo dulzón, sosteniéndole para que durmiera tranquilamente.


Aunque el rostro apacible le aportaba algo de tranquilidad, la energía propia de sus celos y preocupación le impidieron dormir, a pesar del cansancio, a pesar de los grados de alcohol rondándole la cabeza y fue esa desesperación la que lo llevó a la intemperie, para ahogarse en el frío. Y resultó, porque faltando un minuto para las seis de la mañana había vuelto al lado de Do, lleno de sus aromas, demasiado fresco, queriendo meterse bajo su piel y llenarse también de su calor.


Veintidós años metidos en un cuerpo flacucho, casi moribundo, falto de cuidado y cariño de su propio dueño. Lo abrazó de nueva cuenta, recostándolo sobre él, acariciando cada parte a la que podía acceder, sin guardarse las ganas de explorarle, aunque aquello supusiese una violación a su privacidad. Y no tuvo que hurgar tanto para saber, y sentir, que quería más. Era increíble que en los días pasados no lo hubiera extrañado, si ahora que lo tenía cerca la nostalgia le erizaba la piel. Lo anhelaba de formas desconocidas y lo deseaba más en cada contacto que creaba.


Un toque simple, casi un ligero roce de sus bocas mutó a un desesperado beso, uno que sabía a licores distintos y calentó su cuerpo tan rápido que la frialdad de la ducha era ahora una capa de sofocante sudor que lo apresaba. En esa prisión infernal y placentera sus párpados cayeron, durmiéndose pocos minutos después. 


El movimiento entre sus brazos lo hizo despertarse de golpe, como si acabara de salir de una pesadilla y la brusca lucidez que golpeaba sus mejillas rápidamente le hizo volver en sus cinco sentidos, viendo todo el proceso en que Do despertaba, apenas dándose cuenta del lugar en el que se encontraba. Una serie de emociones mezcladas con la confusión reclamaron como suyas las expresiones Do, derritiéndose lentamente al darse cuenta quien era la persona a su lado. Respiró profundo y se retorció un poco más sobre Kim, notando que no tenía un ápice de energía en su cuerpo. El sentirse a sí mismo medio desnudo en presencia ajena, invocó un feroz rubor y pudor que no sintió antes. Sabía de las marcas de otros sobre su propia piel y eso lo hacía sentir profunda vergüenza frente a él. No entendía por qué o el origen de sus emociones, pero culpa era lo más cercano a lo que dominaba en ese momento. Respiró entrecortado, sin poder esconder su incomodidad por sus propios actos recientes, sin embargo, sus reacciones fueron malinterpretadas por Kim, quien creyó que la repentina confianza estaba molestando a Do. Lo alejó entonces con suavidad, ante lo que el chico volvió a reaccionar y, súbitamente, ambos recordaron el balbuceo etílico de la noche anterior, pero ninguno hizo alusión a ello.


Kim volvió a reparar en la fragilidad física del otro, convirtiendo su preocupación en caricias cuidadosas sobre los hombros blancos, percibiendo la piel muy fría. Quitó las sábanas de un tirón y extendió el edredón en contacto directo sobre el cuerpo de Do, abrazándolo por sobre éste. Pero mientras se abrigaba, volvía a sus cabales y despertaba poco a poco, fue siendo consciente de la situación en la que se encontraba y, también, de sus propios deseos reprimidos.


Dormitó unos minutos, sin llegar al sueño profundo y producto de ese mismo limbo de sus pensamientos sus dedos buscaron algo real, inmiscuyéndose más allá de la manta, rozando las yemas en el abdomen relajado de Kim. Lo miró directo a los ojos, obteniendo una mirada expectante de su parte, y presionó la carne con sus dedos. Fue un apretón caprichoso y corto que dio paso a que su palma se extendiera por complejo en el cuerpo adverso. Sin mencionar una palabra, hurgó en su cuello y depositó un beso allí, frotando aún su palma en la piel cálida. Kim lo atrajo un poco más al abrazarlo por sobre los hombros y Do llevó las caricias un poco más abajo, introduciendo sin pudor alguno su mano curiosa bajo la prenda interior, que apretaba un poco la entrepierna de Kim. Escuchó un suspiro corto, seguido de una exhalación larga que le hizo sentir calientes sus orejas y le animó a continuar la masturbación que recién iniciaba. Apretó la erección, provocando que Kim jadeara armónico. Do se excitaba y obtenía un placer distinto al escucharlo, alentando sus propias ganas de tocarlo. No sabía si se complacía a sí mismo o al otro, pero quería continuar siendo descarado, saturándose con su propia curiosidad. Quería oírlo quejarse de nuevo, rápido, deshaciéndose en gemidos graves y aireados, unos lentos, otros más desesperados. Su propia entrepierna dolía y no creía ser capaz de correrse sólo con escucharlo, pero su veta masoquista lo empujaba a querer descubrirlo, a torturarse a sí mismo sin sentido alguno.


Kim apretó más fuerte su cuerpo, obligándolo a hundir la nariz y boca en la piel levemente perlada, palpitante tanto como el falo en su mano, excitándolo de sobremanera. Apresuró el movimiento, utilizando ambas manos sólo por las ansias de sentirlo a cabalidad. Sentía las ganas de usar cada parte de su cuerpo para satisfacerle. Se llenó de imágenes en las que eran sus muslos flacos los que le complacían, su boca, sólo sus labios, o sólo su lengua. Se veía usando su torso para frotarse contra él, o su rostro incluso, y supo entonces la forma desquiciada y pervertida que tenía su enamoramiento con él.


Cerró los ojos y disfrutó tanto o más que Kim, del orgasmo impropio. Entre la viscosidad de sus manos, siguió repasando la forma y dureza del pene erguido, pero completamente abrumado por los descubrimientos de sus emociones.


Kim, jadeando y un tanto desconcertado por la novedad del momento, quiso besarle la frente, pero Do se apartó bruscamente, asustado de su propio sentir. Las propias palpitaciones se agarrotaban en su garganta, impidiéndole respirar con normalidad.


—   KyungSoo.


La profundidad de su voz fue un golpe directo a su aridez, rindiéndose a su falta de energía y determinación. Se limpió las manos con la sábana arrugada y se acercó temeroso, tendiéndose de nuevo a su lado, nervioso y resignado.


—   Te extrañé.


El mismo tono le atravesó la cabeza y la caída de sus párpados fue su bandera blanca, su rendición.  Aspiró una bocanada de aire, evidentemente abrumado. Los brazos gentiles volvieron a rodearle y esta vez él también se aferró al otro.


—   Para.


Murmuró Do, creando más dudas en Kim. No sabía a lo que se refería, o quizá sí. Tal vez esas palabras no eran para él, sino que el muchacho las murmuraba para sí mismo, un pensamiento en voz alta de su cerebro a su corazón, una tregua pedida con aflicción.


Ignorando su petición, Kim fundió las yemas con la espalda desnuda, rodeando las partes más delgadas del cuerpecillo, pegando la mejilla a la frente adversa que también estaba fría. Era como si Do no tuviese sangre caliente en el cuerpo, porque debajo de la piel translúcida sólo se apreciaban caminos finos, verdosos y azulados, que provocaban una sensación espeluznante al mirarlo.


Lo tomó en brazos sin utilizar por completo su fuerza y lo metió a la ducha. Abrió la regadera con miedo, porque creía que Do era un animalillo perdido que se asustaría al sentir el contacto del agua caliente. Los dedos flacos, dominados por un fino temblor, le rodearon la cintura gruesa y lo atrajeron con elegancia. Podía ser que Do aún conservaba su fuerza, o que Kim estaba demasiado embelesado a su lado, tanto que se sentía atraído a él sin necesidad de nada.


Do apoyó el rostro en el torso descubierto, palpitante y vivo, sintiendo que revivía bajo la lluvia caliente y la respiración armoniosa y calmada de Kim. Rozó el ápice de su nariz en la piel ligeramente tostada y apretó las palmas en los músculos que le cubrían la espalda. Le besó el cuello con cariño y lo metió bajo la ducha con él.


—   Te extrañé tanto…


Luego de pronunciar las palabras se sintió ahogado, el vapor del agua se metió por su boca, hinchando su garganta por dentro, impidiéndole respirar. Lo abrazó más fuerte y se frotó contra él, porque en algún rincón de su razón aún creía que estaba soñando e, irónicamente, eran sus emociones más delirantes las que le mostraban que no era así.


Kim escuchó las palabras como un hechizo que le paralizó el cuerpo y los latidos del corazón. Aquello no era una confesión, eran los trazos etílicos que aún quedaban en el cuerpo de Do. Era un pensamiento que se le había escapado en voz alta, era algo que decía sin querer decirlo. Era una especie de lamento que se confiesa en los sueños más tristes, en las pesadillas que se transforman en realidad. Era el punto sin retorno al que había llegado. El punto cúlmine de la travesía en la que se creía protagonista, descubriendo que no era más que uno de los tantos que anhelaban lo imposible.


Imprimió un beso amoroso en la frente mojada, lo tomó de las mejillas y besó insistentemente su rostro, sonriente, con el pecho lleno y la mirada blanda. Do sintió que se enamoraba más al verlo a él, enamorado también, y dentro del huracán de temores en que estaba, cerró los ojos y se dejó arrastrar. No podía ser tan malo el final de algo que le hacía sentir los pies en el aire. Todas sus ideas y concepciones de lo que era el amor debían haber estado completamente equivocadas. “Esto” entre ellos no podía ser aquello tan terrorífico que lo hacía huir una y otra vez.


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