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Todo por Riki por Arwen Diosa

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El sonido melódico de pájaros cantando a los lejos, el de uno particularmente fuerte hizo que despertara. Sabía que la ventana de su habitación daba a un jardín en el exterior, las ramas de un frondoso y alto árbol chocaban con el cristal. Fue tan nítido que lo despegó de su sueño y lo trajo a la realidad. Al dar los primeros parpadeos recordó inmediatamente que despertaría después de su cirugía de reconstrucción  y se sorprendió de sentirse cómodo y tranquilo ¡Acababa de salir de cirugía! Creía que estaría adolorido y nauseabundo.
 
Ligeramente cansado, nada más ¿Eran buenas medicinas? Tal vez. Ladeando el rostro vio algo que llamó su atención porque antes no estaba ahí. Sobre la mesita de noche, al lado de su cama, un gran número de rosas rojas adornaba la superficie. Todas altas y frondosas sobresalían de un florero de cristal. Hubo un pensamiento que lo hizo sonreír: su tono de cabello estaba en cada pétalo y en completa armonía con el verde profundo que tenía el tallo y el cáliz que sujetaba a la rosa. El verde era Raoul. 
 
Había una rosa en particular que destacaba de entre todas, una que se desprendía del grupo y caía en dirección a la mesa, pero su tallo caído y la corola roja adornaban desde su perspectiva, como creando el marco de un retrato alrededor de donde estaba sentando Raoul. Un cómodo sofá al fondo de la habitación. 
 
Katze admiró en silencio a su Blondie, que leía concentrado un texto en su dispositivo. 
 
No pudo evitar sonreír, Raoul era tan hermoso. Con la imagen de la rosa adornándolo desde lejos… vestía un suéter negro de cuello alto y pantalones simples; por alguna razón se había sujetado el cabello en un moño detrás de la nuca y no faltaron los rizos rebeldes que cayeron por los lados. 
 
Un sentimiento nació en Katze, infló su pecho con algo parecido al orgullo. Éste era su Blondie, su pareja y amante, éste fuerte y confiable, honorable hombre lo había elegido a él. Con todo su porte poderoso e intocable y tan inteligente. Había sido capaz de entregar amor sincero y llenar su vida de esperanza. 
 
Raoul Am, un Blondie que lo amaba tanto, a pesar de haberlo encontrado roto. Katze se sentía, se sabía increíblemente afortunado por ser el único que había recibido esa mirada dulce de destellos claros en el profundo verde que eran los ojos de Raoul.  
 
Acallando a las aves, el comunicador de Raoul sonó y contestó de inmediato. Se alejó hasta la ventana abierta y habló en frases cortas dándole la espalda. Por el tipo de respuestas, al parecer era alguien relacionado a su trabajo. 
 
Eso también era invaluable, que Raoul le entregara con disposición y sin miramientos su preciado tiempo. Viniendo con él para la cirugía.
 
Colgó y soltó un suspiro. 
 
Cuando se aproximó a la cama que estaba al centro de la habitación, Raoul encontró un par de ojos dorados que lo miraban y estaban muy despiertos.
 
-¡Mi amor! 
 
Con cuidado descendió a darle un beso corto, luego empezó a hacerle preguntas, revisar las máquinas silenciosas a las que estaba conectado y acomodó las mantas sobre él.
 
Ante la breve conmoción, Katze sonrió y soltó una risa baja. El Blondie lo miró algo sorprendido deteniéndose en el acto.  
 
-Gracias – dijo Katze mientras alzaba la mano y peinaba detrás de la oreja un perfecto riso. No sirvió de mucho – Gracias por ser tú, simplemente.
 
Raoul se agachó una vez más y volvió a robar un beso mientras era abrazado. 
 
-Me alegra que estés bien, es lo importante. 
 
Mientras era abrazado y correspondía, Katze desvío la mirada al conjunto de rosas que adornaban su habitación. Nunca antes lo había notado, pero era perfecto. El tallo verde, firme y fuerte precedido por el delicado cáliz, sostenía con firmeza a los pétalos rojos.
 
Juntos hacían algo hermoso.
 
 
Cuando la puerta se abrió, se alejó lo mas que pudo de ella, arrastrándose sobre su cuerpo sin lograr levantarse del todo hasta un extremo de la habitación; vio que era Den que se acercaba con algo en las manos. Katze sabía que el mueble de la casa Mink estaba hablándole, pero no se esforzó por enterarse y se encogió en su sitio. 
 
La suave mano le rozó la mejilla y metió algo dulce en su boca. Katze entre la respiración atropellada e incontrolable, masticó nerviosamente y con hambre voraz. Den lo alimentó nuevamente, y Katze aceptó. 
 
La mano de Den rozó su hombro, era una caricia que pasó con delicadeza. Su humanidad tenía que ser encapsulada para servir con eficiencia al Primer Blondie; sin embargo, el joven mueble estaba afectado por todas las crueldades que día a día tenía que presenciar y era imposible mantenerse inmune al dolor ajeno del poder que atormentaba la supremacía de su Maestro. Esa caricia sobre la piel, acartonada por el frío, fue una forma inútil de demostrar su compasión por la condición enfermiza y frágil qué fue reducido Katze. Lo conocía, todos los muebles sabían quién era él. 
 
Era lo más cercano a una leyenda. 
 
Pero Katze, en todo su proceso cognitivo alterado y traumatizado, malinterpretó ese toque suave en su piel y creyó que los actos salvajes lo asaltarían por todos sus malditos huecos. Ni siquiera tener dientes en uno de ellos lo alejaba del dolor. Se abrazó más fuerte y temió que lo siguiente fuera ser puesto boca abajo…
 
Cubrió su rostro con manos temblorosas temiendo que Iason se aproximara… esperando que el dolor del infierno lo alcance, por varios minutos estuvo así. Cuándo nada sucedió, Katze consiguió controlar su respiración y levantó la cabeza de entre sus piernas flexionadas. 
 
Sorpresivamente la puerta estaba abierta y no había nadie en la habitación. No tenía el collar puesto alrededor de su cuello… podía levantarse, esforzarse para levantarse  y acercarse a la salida… atravesar la puerta.
 
Apoyándose en la pared, Katze consiguió una posición vertical pero no fue capaz de dar dos pasos por sus miedos fundados en todo el dolor que latía en su cuerpo. Regresó a la cama y volvió a procurar no ocupar espacio  mientras se encogía, acurrucado y esperando lo peor.
 
Sólo movido por el miedo levantó la cabeza, para percatarse que todo estaba oscurecido. Se quedó con la boca abierta ante la inesperada penumbra, ojos nerviosos recorrieron con terror que  su peor pesadilla se aproximara y lo devorara hundiendo sus garras en su piel. Pero no brilló la mirada aterradora de ninguna bestia en medio de la oscuridad… estaba solo.
 
Fue un pensamiento que salpicó en su psique, y mojó a su alrededor… éste era un juego macabro de Iason. Dejarlo en la oscuridad infinita y prolongada en cada rincón, únicamente para su diversión. Entretenerlo con su agonía y desesperación mientras se entregaba a la locura.
 
La incertidumbre de los insospechados escenarios que cruzaron su mente hicieron que apretara sus manos sobre su cabello. No sabía si la presión que tenía rugiendo en su pecho era una ruidosa carcajada o un grito mezclado de llanto. 
 
¿Era posible que entendió totalmente mal? Iason quizá le dijo otra cosa. 
 
¿Iba a dejarlo así? Completamente… ¿Abandonado? 
 
¿Continuaría mirándolo por las cámaras? O sólo se fue, apagando la pantalla… decidiendo no volver a entrar. En ese caso, moriría de hambre. 
 
Moriría de hambre.
 
Entre sus dedos largos y esqueléticos como ramas de un árbol seco, los cerró sobre su vientre al nivel de su estómago y estrelló la cabeza un par de veces contra la pared. Sus tripas exigían lo que querían y todavía estaba sintiendo cada uno de sus huesos congelándose. 
 
¿Cuánto tiempo pasó?
 
¿Acaso debió salir por la puerta? 
 
Sí, y ahora que no lo hizo esto era un juego. 
 
Deslizó una pierna fuera de la cama, logró ponerse de pie usando de bastón el apoyo de la pared. Sus manos a tientas en la pesada oscuridad guiaron el camino, buscó la puerta tocando como un ciego conducido por su tacto; tenía la esperanza vana de que se mantuviera abierta y era una burla de Iason apagar la luz para engañarlo.
 
Pero no.
 
Estrelló con fuerza los puños contra el concreto al encontrar la rendija de la puerta sellada. Dolía, pero en su desesperación el dolor no representaba nada, sólo que continuaba agonizando. Perdió sus fuerzas por ser sostenido con arenosas articulaciones y cayó de rodillas al suelo. 
 
Respirando trabajosamente perdió la voluntad para controlarse, pero no tuvo alternativa más que entregarse al miedo. 
 
Sabía lo que venía y era espantoso. Sus tripas estrujando desde adentro como una gran mano que exigía que el espacio vacío de su estómago sea llenado. Insistente, implacable y enloquecedor. 
 
Temiendo el peor escenario, llegó frenéticamente al baño, para cerciorarse que su única fuente de alimento constante todavía estuviera ahí. Sintió el agua de grifo del lavamanos entre sus labios secos y bebió por mucho tiempo. 
 
Con desesperación. 
 
Cualquier sorbo podía ser el último. 
 
Iason podía subir la apuesta de su entretenimiento y ser lo bastante cruel de cortar el suministro de agua. 
 
Tanto líquido hinchó su estómago y enfrió desde adentro su cuerpo. Provocó que se retorciera en calambres que hacían que temblara hasta las rodillas. Una picazón conocida ardió en su garganta, como cuchillo desgarrando tosió por largo tiempo o así debió ser, porque no podía escucharse.
 
Con las mejillas empapadas y chasqueando los dientes, encontró la cama y se hundió en ella, quería un poco del calor que podía soplar contra su rostro e intentar pensar en algo que lo sacara de su terror.
 
Katze no lo sabía, pero se oía como un bebé llorando… no había nada en que pensar que fuera bueno, alentador o siquiera lo calmara. Era una presa indefensa a todas las trampas en las que cayó y todavía latían en su piel. No había sitio en el que refugiarse.
 
Uñas crecidas arañaron su piel, rascaron el colchón y arrancaron sus cabellos. 
 
El dolor rastrillarte dejaba estelas ardiendo pero dominaba el encogimiento de sus intestinos haciéndose nudos. 
 
Con el transcurso incierto de las horas, sus ojos más acostumbrados a la penumbra, o no, quizá solo era parte de su imaginación traicionera, vislumbró en la pared más cercana los dibujos que hizo en la pared con su propia sangre. Vio esa estúpida sonrisa y los contentos ojos que lo miraban. 
 
Para un espectador que estaba fuera de su cabeza, lo que hacía no tenía sentido. Discutiendo con manchas que tal vez no estaban ahí. 
 
-¡Cállate! ¡Cállate, mierda! – estaba gritando algo parecido, todavía sabía hablar. 
 
Le dio la espalda pero eso no impidió que pudiera “escuchar” la voz molesta y ociosa que susurraba las verdades que evitaba repasar. 
 
-Perra, puta y zorra. Perra, puta y zorra. Culo estirado, culo abierto… dijiste que preferirías morir antes de inclinarte y bajar la cabeza ante Iason Mink otra vez y, ¿qué hiciste? Pusiste el culo para todos, y ahora morirás como una puta abandonada, obediente perra entrenada esperando que tu amo te ordeñe. Prometiste que conservarías tu orgullo pero sólo fuiste un cobarde que prefirió escarbar en la basura y tragarse sediento los manjares de los falos que te atragantaban. 
 
-¡Cállate! ¡¡¡Cállate!!!
 
-Cobarde, cobarde, cobarde puta mentirosa ¿Qué nunca más serías jodido por Iason Mink? ¡Mírate!  
 
En un arrebato furioso, Katze no dejó de escuchar esa molesta voz hasta que no la cubrió con más sangre que terminó saliendo de su frente reventada. 
 
En su siguiente lapso consciente, descubrió que estaba sentado frente a la puerta y le dolían terriblemente los dedos. Se movían y agitaban rápidamente, era continuo e involuntario. El dolor y el temblor errático fue menos impactante que sentir un líquido caliente escurriéndose por sus manos.
 
Sin saber qué era, no desaprovechó la ocasión de untarlo en su rostro entumecido. Lo hizo en sus pómulos y la nariz, y dio pequeños sorbos hasta caer al suelo ¿O se estaba apoyando en la pared? 
 
Tragando algunas lágrimas recordó, como si se tratara de una sueño deseado, que la última vez vio a Den, él estaba cerca y le ofrecía algo de comida. Se arrastró por el suelo con las palmas abiertas para encontrar lo que sea. 
 
Tal vez algo comestible cayó en algún rincón.
 
Quizá, como parte de su juego macabro Iason había dejado un plato lleno de comida en medio de la oscuridad. 
 
Por favor que así sea…
 
Chocó con algo que no parecía la pared. 
 
¿La cama? Intentó meterse por debajo para continuar buscando. Estirando sus manos para llegar hasta lo más profundo. Cuando atrapó algo pequeño, duro y ovalado lo agarró nerviosamente. Al tenerlo cerca no intentó mirar qué era, se lo metió a la boca en un impulso por masticar. Pero al lastimarse los dientes lo escupió de vuelta a sus manos. 
 
Parpadeó muchas veces para que el espesor de la oscuridad le permitiera formar algún contorno. Lo miró de cerca al no creerlo… ¿Era…? ¡Si! ¿Cómo… cómo llegó aquí? 
 
Katze no sabía si maldecir o agradecer, de alguna forma su mente estuvo segura del recuerdo; ocurrió aquella vez que su intento de escapar por el balcón terminó terriblemente mal. Iason lo estrelló contra una mesa del salón donde varios objetos salieron volando del pequeño cajón… buscando alguna forma de defenderse sujetó lo primero que pudo, que resultó ser… esto.
 
Cuando Iason volvió a arrojarlo de nuevo a ésta habitación soltó el pequeño objeto que cayó perdiéndose de su vista y de sus recuerdos… hasta ahora. 
 
Sus ojos se llenaron de lágrimas y lloró mientras abrazaba contra su pecho aquel hermoso prendedor que Raoul le obsequió. Lo solía usar como un detalle sobre su camisa elegante. Quizá fue su memoria, o realmente sus ojos pudieron percibir el profundo color verde que tenía la piedra preciosa rodeada por el fino borde dorado. 
 
Verde y dorado, como Raoul. 
 
Se refugió en esos recuerdos, tan lejanos que parecían de otra vida, cuándo tuvo sobre él los hermosos ojos verdes de Raoul. Su dulce mirada que lo enamoró y alentó a continuar en ésta locura impuesta. Raoul… podía recordar su voz, el tono amable con el que siempre se dirigió a él con ternura al pronunciar su nombre cerca a la piel de su cuello, subiendo a su boca con su cálido aliento. Sus grandes manos protectoras se llevaban el frío y el dolor para reemplazarlo con cariño y dedicación. Raoul…
 
Los perfectos rizos dorados solo igualados al brillo del sol, que resplandecían en armonía, siendo complementada por su mirada verde que lo cuidaba como un tesoro.
 
Sin olvidar, a pesar de todo, a pesar de su propia nauseabunda existencia pisoteada, recordaba el aroma de Raoul a almendras. Tan dulce, tan suave, tan rico… almendras.
 
Mierda, tenía hambre. 
 
En la punta de la lengua tenía algunos sabores amables. Pero era una tortura pensar en comida, tanto como lo lastimaba recordar a Raoul. 
 
Pero aceptó y abrazó el dolor en su corazón queriendo fundir a su pecho la joya que tenía en una mano. Lloró sin poder controlarse y sabía que lo estaba llamando como un niño perdido y miraba con nostalgia tóxica el único color que podía romper la oscuridad profunda. No sólo la que estaba sobre sus ojos, sino la que perduraba y crecía dentro de él. 
 
Verde.
 
Verde como los ojos de Raoul.
 
 
Pero ninguna fantasía podía salvarlo. 
 
Irremediablemente los minutos se reunieron en horas y pasaron por su encima.
 
Dentro de esas paredes grises nadie escuchó su llanto, hasta que dejó de existir una persona ahí. El hambre, el frío y la desolación le arrebataron su humanidad. 
 
Cuándo se aniquilan los recuerdos, puestos contra la pared de los condenados al fusilamiento, la razón del corazón es aplastada por los instintos básicos que imperaron en él. 
 
No le dejaron nada. 
 
Se llevaron todo de Katze. 
 
Quedó un animal asustado por el dolor del hambre que lo dominaba y lo obligó a actuar para sobrevivir. Aún si era de él mismo lo que se metía a la boca. 
 
Katze olvidó todo. 
 
Todo lo que era él.
 
Uno de los últimos pensamientos delirantes que tuvo, fue de Iason alcanzándolo en la oscuridad. Reventando sus ojos y cortando su lengua. 
 
Cualquier momento sería estrangulado hasta morir. 
 
Entonces, no estaba en la oscuridad ahora.
 
No tenía ojos.
 
Entonces, no era que no podía hablar y escuchar.
 
No tenía lengua. 
 
Entonces, cualquier momento morirá.
 
Pero el hambre era más fuerte que el miedo. Con su estómago pegado entre dos pliegues de piel, el hambre era más fuerte que cualquier otra cosa.
 
Y Katze se perdió ahí.
 
 
 

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