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ZoSan por Cris Amor Yaoi

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Notas del fanfic:

Contiene spoilers de One Piece, si estáis viéndola o queréis verla a futuro sin spoilers no leer este fanfic hasta terminar la saga de Thriller Bark, que es dónde cronológicamente se situan los sucesos ocurridos en este fanfic y que son de invención mía, obviamente.

No me gusta no poner títulos, pero no he terminado de escribir todo lo que querría y no tengo pensado ningún nombre aún, de hecho en mi borrador se llama ZoSan sin más también. Espero que a medida que vaya avanzando la escritura se me ocurra algo, soy consciente de que queda algo cutre, espero que eso no os retenga de echarle un vistazo a ver si os gusta el fanfic.

Derechos a Eiichiro Oda, creador de One Piece, solo escribo esto por entretenimiento, porque me gusta su manga y porque shippeo mucho y desde hace mucho tiempo a Zoro con Sanji.


La noche era tranquila, la luna y las estrellas se reflejaban sobre el océano, que en aquellos momentos era un reflejo perfecto del cielo y hacía parecer que el Thousand Sunny surcaba una galaxia en vez de las aguas del Grand Line.


El espadachín de la tripulación, desde el observatorio-gimnasio, tenía sus ojos negros clavados en aquel cuadro. Se encontraba acomodado en el sofá que rodeaba a toda la habitación, piernas cruzadas una encima de la otra, el codo sobre en el alfeizar de la ventana y su mentón apoyado en la mano, con una expresión aburrida en el rostro. A pesar de que sus compañeros se hubieran opuesto a que hiciera guardia, él había insistido tanto en lo contrario que nadie pudo hacer frente a su determinación; no pensaba permitir que unas heridas lo anulasen como miembro útil de la tripulación.


Unos golpes en la trampilla que era la entrada al lugar sacaron a Zoro de su concentración en la vigilancia. Sin esperar una respuesta por su parte, Sanji abrió y asomó su cabeza.


— Hey, marimo, traigo sake —dijo mostrando la botella y terminando de subir las escaleras.


Zoro lo observó de arriba a abajo.


— ¿Despierto tan tarde?


— Me apetecía beber contigo —afirmó con una tímida y dudosa sonrisa que pronto desapareció de su rostro, presa de la inseguridad.


Tras un momento de silencio en el que el de pelo verde pareció sopesar si aceptar o no la oferta, éste movió sus espadas fuera del sofá, claramente ofreciendo sitio a un cocinero que no tardó en sentarse a su lado.


— Sólo una botella y no has traído vasos —apostilló Zoro, colocándose recto en el asiento.


— Pensaba que no te importaría.


— En absoluto, únicamente me parecía un detalle curioso. —Desembotelló el licor, llevándoselo a los labios y bebiendo unos buenos tragos para segundos después después pasárselo al cocinero, que tras un momento de duda no tardó en imitar a su compañero.


— ¿Qué tal están las cosas? ¿Has visto algo extraño? —oteó a través de la ventana, buscando ese "algo extraño" que había teorizado mientras seguía hablando sin esperar una respuesta inmediata—: El mar está precioso hoy.


— Y que lo digas, y más precioso que está sin rastro de problemas a la vista.


— ¡Una noche tranquila, entonces! —respondió Sanji con una carcajada.


Zoro le arrebató la botella de las manos y tomó otro trago con tanta urgencia que unas gotitas se le escaparon fuera de la boca.


— Lo era hasta que has venido, cocinerucho —se limpió el licor que caía por su mentón con el dorsal de la mano y lamió lo que aún permanecía en la comisura de los labios—. Pero tampoco me quejo de que una noche de guardia soporífera haya cambiado a noche de bebida.


— ¿Y no te alegra que haya cambiado a una noche conmigo?


El espadachín dirigió su mirada de la botella al cocinero en un abrir y cerrar de ojos, sorprendido por la pregunta y el tono meloso que el otro había adoptado. Sin embargo, Sanji no tardó en echarse a reír de nuevo, quitándole importancia así a su última aportación en la conversación. Tan pronto consiguió calmarse, dirigió una mirada mal disimulada al torso de Zoro, apenas cubierto por una camisa abierta que hacía visible una cantidad ingente de vendajes.


— ¿Cómo...? —el rubio dudó sobre si formular la pregunta, pero era demasiado tarde, ya tenía la atención de Zoro sobre sus palabras—. ¿Cómo están las heridas? ¿Duelen mucho?


Zoro sonrió y se llevó la mano al pecho para darse un par de golpes que asustaron al cocinero.


— Para nada, en unos días estaré como nuevo y podréis dejar de darme la vara.


— ¿Y las del estómago? —preguntó a sabiendas de que aquella había sido de las zonas peor paradas.


— No te preocupes —respondió serio—. Estarán curadas antes de que lleguemos a nuestro próximo destino.


— Sabaody se llama la isla, al parecer, será nuestro última parada antes de internarnos en el Nuevo Mundo. El viaje desde que abandonamos Thriller Bark se está haciendo tan largo que es casi eterno, y solo ha pasado una semana desde que entonces... Parece que ha pasado tanto tiempo.


El hombre de pelo verde asintió con la cabeza.


— Y lo que queda. Nami dice que podemos estar navegando durante semanas antes de llegar. Pero mejor así, tengo la impresión que una vez lleguemos y empezemos a prepararnos para viajar la Isla Gyojin no tendremos momento de respiro.


Y tampoco tendría tiempo para curarse de sus heridas y darlo todo en las más que posibles batallas que se presentarían por el camino, dijo Sanji para sus adentros, no sin rabia.


La mano grande y fuerte de Zoro se apoyó en el hombro del rubio, sorprendiéndolo por lo repentino de la acción.


— No pienses en eso, ya lo hemos hablado, no hay nada de lo que arrepentirse.


— ¿Cómo sabes lo que estoy pensando? —había molestia en su voz.


— Te voy conociendo —sonrió de medio lado, con suficiencia—. Pero, en serio, cocinero, deja de mortificarte, cada uno hizo lo que creía correcto, no tienes que avergonzarte ni reprocharte de ninguna manera por lo que pasó con Kuma.


Al escuchar el nombre del Shichibukai la piel de Sanji se puso de gallina y una pequeña convulsión involuntaria sacudió sus hombros.


— Lo sé, es cierto, pero me cuesta asumirlo.


La mano de un sonriente Zoro se movió al hombro contrario, rodeando el cuello del rubio con el brazo.


— ¿Marimo...?


Antes de que el cocinero se diera cuenta, la distancia que los había separado se había reducido a la nada y el espadachín agarraba su barbilla entre sus dedos obligándolo a mirarlo a los ojos, que brillaban de cariño.


— Nuestro encuentro con Kuma no deribó en nada malo; gracias a él ahora somos más conscientes que nunca de nuestra fuerza y la de nuestros enemigos, todos sobrevivimos y —tragó saliva antes de continuar— ahora estamos juntos.


— Solo ha hecho falta que hayas estado a las puertas de la muerte para ello —rió sin alegría.


— Más vale tarde que nunca, dicen.


Sanji hizo un mohín de fastidio, acurrucándose contra el cuello del espadachín. Ambos se estaban comportando de una forma demasiado cariñosa para ser ellos, incluso teniendo en cuenta la naturaleza de su relación. El rubio tenía la excusa de que el alcohol ya se le estaba subiendo a la cabeza, Zoro no podía argumentar lo mismo.


— ¡No eres el más indicado para decir eso! ¡Si yo no hubiese tomado la iniciativa seguiríamos como siempre!


— Pues menos mal que lo hiciste, yo no tenía pensado confesarme nunca —le acarició la cabeza, internando sus dedos en el pelo dorado del otro—. Jamás quise tener una relación como esta; mi sueño exige que renuncie a muchas de las cosas que podría tener de haber elegido una vida normal o un sueño que no supusiese tanto sacrificio...


— Pero soy tan encantador que no pudiste evitarlo —soltó una carcajada de superioridad.


Sanji se interrumpió al notar que Zoro había desviado la cabeza, incómodo.


— Se me antojaba imposible que me correspondieras, y aunque lo hicieras nuestro viaje es peligroso.


— Precisamente por eso hay que disfrutarlo; desde lo ocurrido con Kuma no dejo de pensar en la cantidad de enemigos tan o más fuertes que él que nos esperan de ahora en adelante y en lo fácilmente que puede acabar todo. Por ello hay dos cosas que debo hacer: volverme más fuerte para proteger a los que quiero y cumplir mi sueño, además de vivir mi vida como quiero para, si tengo que morir, hacerlo sin remordimientos.


Zoro lo abrazó con fuerza, deseando que dejase de decir aquellas cosas pero sabiendo que no debía callarlo, ya que llevaba toda la razón, y todo aquello era algo que no sólo tenía que hacer Sanji, sino también él mismo.


— No era mi intención hablar de ésto cuando vine —declaró el rubio con tristeza, acariando la espalda del espadachín por encima de la ropa.


— ¿Cuál era tu intención, entonces? ¿Sólo beber?


Sanji negó con la cabeza.


— Somos pareja, así que pensé que debíamos conocernos un poco más —dijo con evidente dificultad, le costaba mostrarse así de sincero y cariñoso incluso cuando la situación era propicia para ello; llevaban muy poco tiempo juntos, se habían visto en aquella tesitura en contadas ocasiones (todas ellas antes de zarpar de Thriller Bark) y no estaba seguro aún de cómo debía comportarse con el espadachín.


— Pese a todo este tiempo viajando juntos sabemos muy poco el uno del otro, y te garantizo en base a la experiencia que una relación seria en la que no haya confianza ni comunicación está destinada al fracaso.


— ¿Muchas novias que han roto contigo por eso? —sonrió con sorna.


— Las dos que he tenido.


— Qué putada.


— Y que lo digas, pero de los errores se aprende, y contigo me pasa algo que con ellas no.


Zoro se separó de él y arqueó la ceja, adelantándose a la burrada que estaba seguro que Sanji estaba a punto de decir para empezar una de sus clásicas e inamovibles peleas:


— Cejillas, sé que no hemos tenido sexo todavía, pero relaja tu bisexualidad latente que dijimos que nos lo tomaríamos con calma.


— ¡Idiota! —una rápida patada lanzó al espadachín a la otra punta de la sala, logrando que su cabeza abollase la pared.


Con la nariz chorreante de sangre y una magulladura considerable en mitad de la frente, Zoro se incorporó justo cuando el rubio terminaba de colocarse bien su inseparable chaqueta negra y recogía la botella para marcharse, dándole la espalda.


— ¡Menos mal que había que tratar con cuidado al herido!


Sanji se giró hacia él, intentando ser altanero pero no consiguiéndolo por el rubor que le cubría totalmente las mejillas.


— Lo que te iba a decir era que siento de corazón ganas de que seamos cercanos, que me he enamorado de ti tras muchísimos meses viajando juntos y te tengo tanto cariño que voy a hacer lo imposible para que nuestra relación no se joda, porque si eso pasase y ni siquiera pudiésemos volver a estar como antes no me lo perdonaría jamás, idiota.


Fue el turno de Zoro de sonrojarse —para nada había esperado aquellas palabras viniendo de la boca del rubio—. Y se hubiese podido quedar totalmente inmóvil, allí, si no fuese porque Sanji bajaba las escaleras sin añadir nada más.


— ¡Espera! —se incorporó a toda prisa y asomó la cabeza por la escotilla.


El cocinero se detuvo en el último escalón, espectante.


— Yo... yo también quiero tener ese tipo de relación contigo, cocinero, te amo —afirmó incluso más colorado que antes, pero decidido.


— Con que sí, ¿eh? —fue lo primero que se le ocurrió decir a Sanji, que aclaraba cómo podía sus desordenados pensamientos y razonaba rápidamente lo que quería expresar con palabras—: Bueno, pues había pensado que podríamos reunirnos para hablar siempre que uno de los dos tenga guardia.


— Me parece perfecto.


— Bien.


Ambos estaban igual de nerviosos y avergonzados, la situación era absurda, lo había sido desde que habían empezado a salir juntos, pero aquello ya era una nueva meta. Sin embargo, no se sentía mal: sus corazones latían más rápido de lo normal y un agradable cosquilleo los atacaba al estómago.


— Tengo guardia en dos noches —dijo Sanji, controlándose como medianamente podía para no volver a subir aquellas escaleras tras el numerito que había montado para comerse a besos a aquel estúpido marimo.


— Allí estaré —respondió escuetamente, no atreviéndose a pedirle al cocinero que volviese con él a pesar de las ganas que lo corroían por dentro de pasar la noche a su lado.


Sanji siguió su camino sin que ninguno de los dos hiciese nada por evitarlo.


El aire frío y cargado de humedad de la noche provocó un estornudo por parte del de pelo verde, que volvió al abrigo del interior y cerró la escotilla, ya sabedor de que aquella noche ya no recibiría más visitas, para su desgracia. Volviendo a adoptar su posición inicial, siguió mirando por la ventana, pero aquella vez prestando más atención al interior del propio barco que al horizante; al hermoso paisaje que se extendía ante él se había sumado la figura esbelta del cocinero, asomado en la barandilla del Sunny dejando escapar el humo de uno de sus cigarrillos al aire.


Sonrió, sabedor de que aquella noche no sería el único que no dormiría de la emoción.


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