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Vuelo 212 por Ultraviolet

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Notas del capitulo:

Buenos días!!! Voy a subir otro capitulito porque aquí es ya cuando empieza la acción y comienzan a introducirse personajes muuuuy interesantes <3

            La parte trasera de la cabeza me dolía horrores. Todos mis músculos estaban agarrotados y mi boca sabía a sangre. No podía mover ninguna de mis extremidades, estaba completamente acostada en un suelo frío y terroso. Intenté girarme, pero lo único que recibí fue un gran golpe en mis costillas que me hicieron gritar de dolor, expulsando sangre por mi boca.

                Me agarraron fuertemente del cuello de la camiseta y me levantaron violentamente, dándome un rodillazo en la parte baja de mi columna, provocándome aún más dolor. Me conducían a algún lugar desconocido para mí, sobre todo porque tenía una especie de venda sobre los ojos que me impedía ver. Aun en mi estado, intenté zafarme del agarre de aquellas personas, lucharía por mi vida aunque eso significase perderla en el intento. Aunque mi resistencia hizo que el tipo me devolviese un gran golpe en la parte baja de mis costillas, arrancándome un gemido de dolor.

-          Ya basta. – Una fina y autoritaria voz se coló por mis oídos. – Dije que nada de violencia.

-          Se estuvo resistiendo. Era necesario. – La voz del propietario de los brazos que me agarraban tembló ante la postura firme de la voz que se encontraba en frente de mí.

-          Dije que a ella no se le tocaba. – Respondió con furia. - ¿No me expresé con la suficiente claridad?

-          Lo sentimos, líder.

-          Que no vuelva a ocurrir. – Ordenó. – Quitadle la venda de los ojos.- Uno de los dos hombres me soltó, desatando la venda de mis ojos. Me encontraba dentro de una especie de guarida, casa, choza, cabaña… no sabía muy bien como describirla. Estaba hecha de madera, barro… de materiales que podías encontrar en los alrededores de la isla. Centré mi mirada, encontrándome con tres personas al frente y con dos a mis espaldas, que volvían a sujetarme fuertemente. Delante de mí había dos mujeres y un hombre. Una de ellas se encontraba sentada sobre una especie de trono forrado con láminas de oro y metal. En la parte alta de éste había numerosas espadas, lanzas y hachas incrustadas en él. Tenía una mirada penetrante, pero juvenil a la vez. No podía ser mucho mayor que yo. A su lado, se encontraba una mujer de más edad que la anterior, con rasgos maduros y cicatrices en su rostro, y al otro lado del trono, había un hombre de gran barba blanca y ojos achinados. Todos tenían su cara pintada con una especie de pintura negra, formando símbolos. La chica joven tenía pintada la cara como si llevase un antifaz, aumentando así el contraste con su color de ojos.

-          ¿Es esta la chica, mi señora? – La chica sentada en el trono se levantó y desenvainó su espada, que se encontraba guardada en el correaje ajustado en su cintura, para después acercarse a mí y a los dos hombres que seguían sujetándome.

-          Pelo castaño, largo hasta el pecho. – Colocó su espada sobre mi cuello y siguió la longitud de mi cabello con el filo de ésta, para después alzar mi mentón con la misma espada. – Ojos verdes. – Centré mi mirada en la suya, tragando saliva fuertemente al ver sus ojos de color azul zafiro. Mantenía una postura firme, una mirada seria y un porte elegante. – Una pequeña cicatriz en el labio inferior... – Apretó ligeramente la empuñadura de su arma y la deslizó sobre mi labio. – Es ella. – Levantó su mentón, entrecerrando su mirada. – Dime, ¿Cómo te llamas?

-          Conoces el color de mis ojos y la cicatriz de mi labio, ¿Y no sabes mi nombre? – La miré ferozmente, apretando mi mandíbula al notar como endurecía el gesto de su rostro. Pero antes de que pudiese volver a abrir la boca me dieron un tremendo rodillazo en las costillas. El cual me hizo escupir sangre, y bastante.

-          Muestra respeto a la líder, ¡Basur…! - La chica de los ojos azules desenvainó la espalda, hundiéndola en la pierna del hombre que me había atacado.

-          Te dije que nada de violencia con ella, imbécil. - Sacó la espada de su pierna y la volvió a guardar. - ¿Estás bien? – Me giré, zafándome del agarre del otro hombre y le propiné un gran cabezazo al hombre que había pateado mis costillas.

-          Que no se te ocurra volver a tocarme. – Me resbalaron algunas gotas de sangre proveniente de mí ahora ceja rota. Creo que le había dado bastante fuerte, puesto que su nariz no paraba de sangrar. - ¿Qué quieres de mí? – Me giré y crucé mi mirada con la azul de la “líder”.

-          Necesito tu ayuda. – Respondió tajante, volviendo a entrecerrar sus ojos.

-          ¿Y por qué debería ayudarte? Tu trato no ha sido muy… adecuado. – Giré mi rostro, observando como el hombre al que le había roto el tabique nasal seguía en el suelo, probablemente inconsciente.

-          Porque aquí mando yo. – Me miró directamente a los ojos, infundiendo en mí un pequeño nerviosismo.

-          Oh, sí, “líder”. – Torcí una media sonrisa burlona. – ¿Tan joven y ya mandas a todo un equipo de matones? Felicidades.

-          Será mejor que nos ayudes, no me gustaría obligarte.

-          Oh, ¿Y qué piensas hacerme? ¿Matarme?

-          Lya. – Pronunció sin dejar de mirarme. – Trae a la rubia. – Alcé la ceja, observando como la mujer que estaba al lado del trono se movía lentamente hasta una de las puertas delanteras. Despareciendo tras ella.

-          ¿A quién? – Crucé mis brazos, acercándome levemente a la chica joven que tenía delante. – No creas que puedes chantajearme con… - Desvié mi mirada al ver como Lya volvía a entrar, pero llevaba junto a ella una persona atada, con los ojos vendados.

-          ¿L… Liz? – Las palabras murieron en mis labios al comprobar que efectivamente era ella. Tenía la camisa empapada en sangre y andaba torpemente. - ¡Liz! ¡Liz!  – Grité a todo pulmón, notando como otro hombre posicionado detrás de mí me agarraba fuertemente de los brazos.

-           ¿Eva? ¿Eres tú? ¿¡Eva!? – Intentó zafarse del agarre de Lya, pero ésta la redujo forzosamente contra la pared. - ¿¡Estáis bien!?

-          ¡Todos nosotros estamos vivos! – Le respondí. – ¿¡Dónde está Rick!?

-          Basta de cháchara. – Volvió a desenvainar la espada, cruzando su mirada con la mía, de nuevo. – Volved a encerrarla con los demás.

-          ¿Con los demás? – Desvié mi mirada de Lizz a la líder de aquella “tribu”. - ¿Cuántos supervivientes hay? – Torció su sonrisa, dándome la espalda y acercándose lentamente a su trono.

-          Creo que… ahora escucharás con más atención lo que tengo que decirte. – Colocó una mano bajo su mentón, mientras que con la otra acariciaba el filo de su espada. - ¿Te apetece hablar ahora?

-           ¿Estás disfrutando con esto, verdad? – El agarre del hombre se hizo más fuerte, obligándome a andar para acercarme a la chica líder de ojos azules y parte de la cara pintada de negro.

-          Acércate, Eva. – Me dijo, o más bien me ordenó, pero me resistí. – Si no me ayudas, mataremos a todos los tuyos. Si me ayudas, los liberaré. – Pasó el filo de su espada por las yemas de sus dedos y me sonrió con burla. - ¿Te he convencido?

-          ¿Por qué yo? – Di un par de pasos a pesar del dolor en mis costillas. - ¿Qué necesitas precisamente de mí?

-          Sígueme, y lo entenderás. – Se levantó y me hizo una señal con la mano para que la siguiese, pero me detuve al ver que el hombre de la cara pintada seguía agarrando mis muñecas.

-          Pero que me suelte. – Alcé la voz secamente. – Sé andar, tengo dos piernas y puedo moverlas solita.

-          Te quedarás sin ellas si se te ocurre seguir dando cabezazos… - Alzó su cabeza, señalando con el mentón al cuerpo inconsciente del suelo. – Suéltala, pero no la pierdas de vista.

-          Gracias. – Ironicé y la seguí, aprovechando para observarla de arriba abajo. El pelo ondulado le llegaba hasta la mitad de la espalda. Su hombro derecho se cubría con una pequeña hombrera de metal que tenía engarzado una banda de color rojo, que la marcaba como la líder de aquella… ¿Tribu? Bajé mi vista y vi sus pantalones, que, aunque no logré descifrar de qué tejido estaban hechos, eran bastante ajustados. – Pasa. – Ladeó su cabeza, ofreciéndome a pasar primero.

-          ¿Pero…? – Alcé la vista, reconociendo un pequeño dormitorio el cual estaba decorado por unos cuantos muebles hechos con la madera de la isla y una cama hecha de plumas forrada con una especie de tela bastante suave. Sobre ella, había una niña de unos… ocho años, que agonizaba. Tenía la cara enrojecida y sudaba bastante, parecía tener fiebre.

-          Hemos visto como ayudabas a los heridos del accidente. – Se acercó a mí, con los brazos cruzados y con un gesto serio. - ¿Eres médico?

-          ¿Médico? – Alcé la ceja y solté una risa nerviosa. – Tengo 23 años.

-          Bueno. – Suspiró sin dejar de romper el contacto entre nuestras miradas. – Yo tengo dos años más y soy la líder de toda una aldea. - ¿Y bien? – Miró a la enferma. - ¿Podrás hacer algo?

-          Solo soy estudiante de medicina, todavía desconozco muchas de las enfermedades y… no puedo asegurar que pueda… curarla. – Todo lo que escupí por mi boca, salió acompañado de un leve tartamudeo nervioso. No sabría decir el motivo de mis nervios: si por la gran responsabilidad que tenía en mis manos de salvar a aquella niña. O por la incesante mirada de la oji-azul sobre mí. – Intentaré ayudarla.

-          Y será mejor que lo hagas o… puede que nunca más veas a los tuyos. – Se apoyó sobre el marco de la puerta, manteniendo sus brazos cruzados.

-          ¿Perdón?

-          Si ella muere, todos tus amigos lo harán.

-          ¿Me estás vacilando?

-          Solo te informo de lo que pasaría en el caso de que ella muera. – Se adelantó un par de pasos y se giró para volver a mirar. – Pero… eso no pasará, ¿Verdad? – Apreté mi mandíbula para canalizar toda mi rabia y suspiré profundamente, con la única idea en mi cabeza de intentar averiguar qué le ocurría a la enferma.

-          ¿Cuánto tiempo lleva así? – Me acerqué a ella, colocando mis manos bajo su cabeza y moviéndola lentamente. - ¿Esto te duele? – Asintió.

-          Una semana. – Se acercó a la cama y mantuvo su semblante serio.

-          ¿Una semana? – Pregunté con extrañeza. - ¿No tenéis un médico que la haya examinado o… algo parecido?

-          Murió hace un mes, aproximadamente. – Su mandíbula se tensó. – El pueblo enferma y yo… no puedo hacer nada.

-          Sí, de hecho sí que puedes. – Me apoyé sobre la cama y la miré ferozmente. – Amenazar a una persona que casi muere en un puto accidente de avión para que cure a uno de los tuyos. Y si no lo hace… matar a todos los demás supervivientes que han sobrevivido junto a ella. – Examiné las pupilas de la enferma y la volví a mirar. – Sí, de hecho la estás jodiendo bastante. – Me devolvió la misma mirada seria de antes, intimidándome.

-          Ser la líder conlleva tomar decisiones difíciles. – Se volvió a acercar. – Tú deberías saberlo.

-          ¿Y por qué yo?

-          Por ser la líder de los supervivientes.

-          Yo no soy líder de nada. – Bajé mis manos por el cuello de la niña y palpé su abdomen. - ¿Te duele aquí? – Asintió y emitió un gran gemido de dolor. - ¿Tienes dificultades para dormir?

-          Sí… - Volvió a gritar cuando le palpé el pecho y cerró sus ojos fuertemente.  – Dime si sientes esto. – Comencé a moverla ligeramente por la parte del costado y asintió. - ¿Y esto? – Subí un poco hasta sus hombros y la levanté levemente, pero se quejó enseguida. – Vale… Intenta respirar profundamente. – Comenzó a toser de manera adolorida y comenzó a quejarse mientras lloraba.

-          ¿Qué le pasa? – La líder se acercó al ver mi cara de preocupación. - ¿Es grave? – Miré a la líder y volví a mirar a la pequeña, volviendo a examinar sus ojos. – Dime, ¿Cómo te llamas?

-          Etna… - Coloqué mi cabeza sobre su pecho y pedí que respirase. Escuché un silbido cuando lo hizo y concluí el diagnóstico.

-          Dime, Etna. ¿Cuánto hace que tienes asma?

-          No sé qué es eso… - Respondió débilmente y miré a la líder.

-          ¿Es alérgica a algo?

-          Cuando está cerca de moho, no para de toser. – Aparté un par de mechas pegadas en su piel por el sudor.

-          Esta isla es muy húmeda y fría por las noches. Eso agrava su estado, tiene que llevar mucho cuidado. Intenta descansar un poco, Etna, iré a hablar con… ella. – Me di cuenta de que aún desconocía su nombre y la miré de mala gana, siguiéndola hasta las afueras de la habitación.

-          ¿Es grave? – Torcí mi boca, realizando una mueca.

-          No debería serlo pero… las condiciones de la isla no la harán mejorar.

-          ¿Se puede saber qué le ocurre?

-          Tiene neumonía. – Crucé mis brazos y miré de soslayo a la niña. – Una infección en los alveolos de sus pulmones. – Los ojos azules de la líder me pedían más información.    

-          Vale… - Masajeó sus sienes. - ¿Existe…

-          Existe cura. – Afirmé. – Pero su caso es más complicado, tiene asma, por lo que se encuentra en un grupo de riesgo. -  Cerró sus ojos fuertemente, agachando el rostro. - Hay que tratarla con antibióticos. 

-          Tenemos algunos en la cabaña del curandero… cuando murió no tocamos absolutamente nada de allí.

-          Debe estar aislada de las demás personas de la isla, incluida tú. Es muy infeccioso.

-          Sólo dime qué tengo que hacer.

-          Solamente podrás entrar a verla tres veces al día, para alimentarla y darle el tratamiento.

-          Lo que sea. – Le expliqué con detalle todo lo que debía de hacer. Me fijé en sus ojos, los cuales reflejaban verdadera preocupación. Sentí por primera vez que aquella chica tenía al menos, un poco de corazón.

-          Libera a los supervivientes. – La encaré. – Mi parte del trato.

-          No recuerdo nunca haber dicho nada de una liberación. – Sonrió de lado y se separó unos cuantos pasos. - ¡Encerradla! – Gritó a la par que dos hombres me volvían a agarrar y me apretaban con fuerza.

-          ¡Eres una…! – No pude acabar, pues me habían propinado un golpe que me había dejado inconsciente.

¿Cómo las cosas habían podido cambiar tanto? Había pasado de sobrevivir a un accidente de avión a ser la prisionera de una “tribu”, la cual no conocía de nada, tenía presos a los demás supervivientes del avión y además, me retenían como si fuera una especie de curandera para ellos. Tenía miedo. Miedo de que de un momento a otro quisieran matarme, a mí o a los demás supervivientes por no poder hacer todo lo que me pidieran.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que abrieron la puerta de la celda. Horas, seguramente.

-          Tú. – Dijo secamente el hombre que entró. – La líder quiere verte. – Me agarró del brazo y me levantó del suelo bruscamente.

-          “Tú” Tiene nombre. – Me intenté zafar de la mano que me agarraba, pero sólo conseguí que apretara más fuerte.

-          Será mejor que bajes esos humos, bonita. – Apretó mis manos contra mi espalda y apretó mis muñecas. – Tienes suerte de que la líder te haya nombrado “intocable”, porque sino yo mismo te hubiera matado.

-          ¿Intocable? – Me removí intentando liberarme, pero fue en vano. - ¡Pues no lo parece!

-          Agradece que no te haya partido ya las piernas. – tragué saliva ante la voz intimidante de aquel tipo y decidí callarme. No podía jugar con fuego en aquella situación. Debía de hacer lo que ellos me dijeran hasta que viese alguna oportunidad de escapar y salvar a los demás supervivientes.

 

Atravesamos un largo pasillo cuyas paredes estaban construidas con grandes bloques de piedra, barro y algún que otro material que ayudaba a aportar resistencia. Parecía unas catacumbas o la prisión de algún castillo antiguo. Al final del pasillo, había una escalera que conducía hacia una especie de trampilla situada justo en el techo, por lo que supuse que la única salida estaba ahí.

 

Me empujó hacia la escalera y no me hizo falta que dijera nada, simplemente subí por aquellas escaleras y empujé la trampilla hacia arriba, dando un pequeño salto hasta llegar a la superficie. Estaba en una especie de cabaña cuyo suelo estaba recubierto de telas y pieles, algo de paja y algunas cosas que no supe qué eran. Eso sí, las armas que colgaban de las paredes eran inconfundibles.

 

Me volvió a agarrar del brazo con brusquedad y me obligó a dar unos cuantos pasos hasta salir de la cabaña. Eché un rápido vistazo antes de que me volviera a agarrar y pude ver una especie de aldea, unas más o menos quince casitas hechas de piedra, troncos de árboles y demás materiales, no había mucho espacio entre unas y otras, pero se podía ver que entre ellas y en los alrededores de las mismas, había pequeñas granjas y criaderos de animales.  Algunas personas nos miraban: unas con rabia, otras incluso con pena. No me sentía nada bienvenida en aquel lugar.

 

Me dirigió hasta una casa que era notablemente más grande y tosca que las demás, dos espadas cruzadas adornaban la puerta de entrada y una gran placa grabada en un idioma que no entendía justo encima de ésta. Suponía que era la casa de aquella líder.

 

Esta vez no estaba sentada en el trono como la primera vez que vine, sino que estaba en medio de la sala, moviendo insistentemente su pie con los brazos cruzados, y a su vez agarrándose el brazo izquierdo con fuerza, se notaba las marcas de sus uñas clavadas. Estaba hablando con la tal Lya, la mujer de cicatrices en el rostro, de manera acalorada.

 

-          Líder, debe calmarse. La cautiva no puede verla así de nerviosa, o se pensará que usted no tiene autoridad.

-          ¡Me da igual! – Gritó. – La obligaré a que me ayude.

-          Líder. – El tipo que me agarraba se hizo notar. Lya y la líder giraron de golpe para vernos, sentí un escalofrío a través de mi columna cuando la mirada de la líder me atravesó. – Aquí la tiene, como me pidió. – Se quedó mirándome sin decir nada y pude ver en sus ojos nerviosismo y preocupación. Sentía mucha rabia en aquel momento, la había ayudado con su hermana y aun así no había cumplido su parte del trato. Detestable.

-          Ven conmigo.

-          ¿Para que me vuelvas a mentir? – La vi tragar saliva.

-          Lya, Darren. – Los llamó. – Abandonad el fuerte. – Deduje que así era cómo se llamaba el sitio en el que estábamos.

-          ¿¡Cómo!? – Gritó el hombre que estaba detrás de mí.

-          Ya me has oído. – Darren quería volver a reprocharle, pero Lya lo atrapó del hombro.

-          Vamos, Darren. La líder no tendrá ningún problema en defenderse contra esta chica en el caso de que intente algo. – Lya atrapó mi brazo, obligándome a mirarla. – Pero no vas a hacer nada, ¿verdad? – Negué con la cabeza y sonrió, satisfecha, llevándose a Darren consigo y abandonando “El Fuerte”.

 

Se quedó mirándome, con mucho nerviosismo en su mirada. Casi hiperventilaba. Me agarró el brazo con fuerza y me quejé por el gesto, tenía un gran hematoma en todo mi brazo debido a los golpes y agarres que me propinaban.

 

-          ¿Me vas a decir qué quieres? – Pregunté con algo de miedo por la situación, ella no era capaz de decir nada.

-          Ayúdame. – Quiso sonar autoritaria, pero su voz se quebró.

-          ¿Qué pasa? – Tragué saliva, aguantando la compostura y temiéndome lo peor.

-          Es mi hermana. Está mucho peor. Necesito que me ayudes… por favor. – La miré con el estómago encogido. Aún en esa situación quería mantener las formas y la autoridad de ser la líder para infundir miedo en mí y hacer que la ayudara. Pero no podía.

-          ¿¡Ha empeorado!? ¡Joder! – Corrí hacia la habitación donde se encontraba Etna, empujándola en el camino, pero se quedó parada. - ¿Se puede saber qué te pasa? ¡Venga! – La agarré del brazo y la moví para que reaccionase. - ¡Tu hermana te necesita! – Pareció reaccionar ante mis gritos y volvió en sí inmediatamente. Esta vez ella fue primero y nos dirigimos corriendo a la cama, cuyas sábanas estaban manchadas con algo de sangre. - ¿cuánto tiempo lleva sangrando? – Ella estaba paralizada, a los pies de la cama. - ¡OYE!

-          N-no… había… sangrado hasta a-ahora... – Pronunciaba con dificultad cada palabra.

-          Entonces aún estamos a tiempo de parar esto. – Coloqué mi frente sobre la de Etna y prácticamente ardió mi cara. – Joder, tendrá unos 40º. Tenemos que actuar rápido. – Me giré hacia ella y estaba totalmente estática, pálida y nerviosa.

-          Escúchame bien. – Agarré su brazo. – Tenemos que ir al lugar donde el avión se estrelló, coger el botiquín de las medicinas y traerlo aquí. – Le expliqué apresuradamente. – En el avión viajaban varios médicos de una ONG que iban a vacunar a toda una población, tendrán medicinas. Con un poco de suerte encontraremos lo que necesitamos. – Ella me miraba, estática. Con el rostro pálido.

-          No te dejaré salir de aquí hasta que… mi hermana esté bien. - Trató de sonar autoritaria pero estaba totalmente rota. Notaba en su voz que nunca antes se había tenido que enfrenar ante esta situación y eso la hacía sentir insegura. No había ningún tipo de médico en la isla y ella tenía que enfrentarse sola ante estas situaciones. Y por si fuera poco, era su hermana la que estaba entre la vida y la muerte. Puse mis manos en sus hombros y la obligué a mirarme.

-          Ve a por las putas medicinas si no quieres que tu hermana muera. – Apreté el agarre y mis palabras fueron como cuchillas en su pecho. Sentía mis ojos arder y juraría que hasta los tenía inyectados en sangre. - ¡REACCIONA, ¿QUIERES?! – Grité manteniendo mi cara cerca de la suya y vi cómo sus ojos azules se abrieron con sorpresa. La empujé hacia atrás violentamente y por fin, reaccionó. Cogió mi muñeca con su mano y la mantuvo en el aire, creando de repente tensión en el ambiente.

-          Iré a buscarlo yo misma. No quiero que cunda el pánico en el pueblo. – Tragó saliva y su agarre se hizo más suave. – Necesito que… cuides de mi hermana mientras yo estoy fuera. Y que… no digas nada de lo que está pasando. – Deshizo el agarre por completo y mantuvo mi mirada. – No pediré a nadie que te vigile, no puedo permitir que nadie se entere de esto. – Su voz se volvió más apagada. – Sí, me arriesgaré a que escapes… - Confirmó lo que estaba pensando en ese momento, que ella se fuese y no dejara a nadie para vigilarme, era toda una oportunidad para escapar. – Volveré en un par de horas, ordenaré que nadie entre en ninguna circunstancia. – Se calló un momento. - Espero encontrarte aquí. – Dijo en un suspiro que se instaló en mi estómago.

-          ¿Cómo te llamas? – Pregunté sin pensar. Ella sonrió de lado y se alejó de mí para dirigirse hacia la puerta, con todas las intenciones de irse sin responder. Abrió el pomo de la puerta y adelanté un paso.

-          No me iré de aquí hasta que tu hermana esté bien. – Paró todo tipo de movimiento y giró el rostro, sólo mostrándome su perfil. - Me quedaré en el pueblo hasta que ella se recupere. – La vi sonreír débilmente y cruzó la puerta.

-          Me llamo Aria. – Cerró la puerta tras ella. Me reafirmé en el sitio y apreté los puños. No iba a dejar que nadie muriese delante de mí. No iba a permitir que esta situación continuase sabiendo que podía hacer algo por Etna. Aunque sea intentarlo. No iba a huir, iba a dar mi vida si eso significaba salvar otra. Me guiaba por mi instinto, y éste me decía que permaneciese aquí. Aunque luego me pudiera arrepentir.

 

 


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