Esa noche el Omega estaba librando una dura batalla interna, sostenía los supresores en su mano frente a la taza del baño, quería arrojarlos para cumplir lo que su casta le dictaba pero…
-No -susurró-, no lo hagas.
Su mano se tornaba amarilla debido a la presión que estaba ejerciendo en la caja de fármacos pero la voz del alfa resonaba en su cabeza haciendo que sus vellitos se erizaran al recordar el filo de los colmillos en su piel, dejándolas caer.
Instantes después, se apresuró a tomar la fotografía de evidencia.
Sólo que no la envió a ningún lado.
No tenía cómo contactar al alfa.
El resto de la noche estuvo tan callado, distante y triste que su madre tuvo que interrogarle sin mucho éxito; “estoy cansado” era lo único que salió de sus labios.
Por suerte, tan pronto como llegó la siguiente mañana su madre le entregó una caja de nuevos supresores.
-La enfermera me advirtió que podrías hacer eso -dijo sirviéndole el desayuno-, es porque tu casta quiere tomar el control de tu cuerpo.
El Omega se limitó a mover la cuchara dentro de su plato, muy desanimado.
-Lamento tanto no haber indagado más, es mi culpa que ahora tengas que enfrentarte a tu casta.
¿Enfrentarse a su casta?
Así como el alfa que insistía en tomar el control del chico, botando al drenaje las colonias que solían ocultar su aroma.
-Axel -le llamó su madre-, quiero ser clara contigo: si vuelves a hacer una tontería voy a mutilar tu glándula de aroma.
De pronto estaba mostrándole sus colmillos, advirtiéndole que ni siquiera debía volver a repetirlo.
-Ajá -susurró su madre divertida-, soy más Alfa que tú así que baja la cabeza.
Su voz de mandó silenció toda la habitación, provocando que el chico clavara su mirada al suelo.
-Buen chico -se le acercó para acariciarle el cabello-, si no tienes el control sobre tu casta, no tendrás una. Esto es lo mejor que puedo hacer por ti; o soy yo destruyendo tu glándula o es el gobierno desapareciéndote.
Aun así, el alfa ladeó su rostro para evitar ser tocado por las delicadas pero fuertes manos de su progenitora.
-Hey, mírame- gruñó antes de cumplir esa nueva orden- Sabes que te amo.
-¿Por qué tengo que ser un alfa? -musitó- ¿Qué tan difícil era parir un chico normal?
Un rápido zape acertó en su cabellera antes de ser liberado del abrazo de mamá.
-Porque tu mami es un Alfa pura sangre -dijo orgullosa-, diez de diez. No había fallo, tenía que dar a luz a un semejante y estoy orgullosa de eso.
-Sólo de eso -susurró.
-De ti lo estaré cuando domines tu casta.
Finalizó la conversación llevándolo a la puerta de casa para hacerlo salir.
-Si me dices en dónde está la maldita glándula, yo mismo me la arrancaré.
-No puedes -se rió despidiéndolo-, tu alfa interno no te dejaría, pero soy más fuerte que tú por eso soy quién debe hacerlo. Ahora date prisa, es un nuevo día para enorgullecer a mamá.
Le lanzó un beso al aire y cerró la puerta.
-Bueno, no importa lo que diga la señora -se dijo moviendo sus hombros para destensarse-, sólo no te metas en problemas.
Caminó hasta la parada del autobús.
No tardó ni cinco minutos cuando subió al mismo, buscar un asiento no era difícil porque realmente no le importaba si iba de pie ya que era lo suficientemente alto y fuerte -según él-, para sujetarse de los pasamanos superiores.
Lo que no anticipó es que el omega subía al autobús acompañado de una delta porque inmediatamente perdió el control sobre si, dando paso a que su casta le tomara por completo, llevándolo hacia esa “parejita”.
-Uhm -susurró nerviosa- ¿me das permiso de pasar?
El alfa estaba obstruyendo el único espacio que había para acceder a los asientos.
-Aléjate -usó su voz de mando, poniendo nerviosos a algunos pasajeros gammas como omegas de segunda generación-, no te quiero ver cerca suyo de nuevo.
Un orden tan ambigua, como efectiva, hizo que ambos chicos se alejaran uno del otro sacándole una sonrisa al Alfa.