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Donde las lucettas me esperan por Lalamy

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Las luces que temblaron

 

 

 

-   Estás más misterioso que de costumbre. Culparía al vino de diente de león, pero ya te he visto ebrio antes – noté fastidio en su voz, y luego decirme eso fue hacia la chimenea, la cual encendió -. ¿Viniste a hablar conmigo o no? Para ver si me voy a dormir.

-   Sí y no – respondí después de haberle seguido. La ambigüedad era intencional, después de todo, no estaba seguro si dar un paso más adelante o unos miles hacia atrás. Todavía tenía tiempo para retractarme, aunque la cabeza y el alcohol batallaban sobre mi futuro. Parecía una vieja historia en mi vida.  

 

Llevé una de las sillas acomodadas en la mesa para acercarla a la chimenea, mientras que Diluc, en un gesto resignado, hizo igual. Por un momento dudé de la realidad, puesto que sentía que eso ya había pasado antes. Las mismas chispas que despedía el fuego. La misma persona frente a mí. El mismo sentimiento de culpabilidad.

 

-   Espero no sentirme ridículo en unos minutos más por esperar lo que me quieres decir – Diluc no retuvo su tercer reproche. Aunque lo entendía, el suspenso nunca fue su fuerte. En ese momento reí, por lo que él frunció el ceño -. Estás muy ebrio – y tras esa conclusión, pude escuchar un suspiro. La ebriedad era algo que Diluc nunca comprendería.

-   Creo que deberías de dejar el jugo por hoy y compartir una copa conmigo – con el codo en la mesa, aquella que tenía a un lado, apoyé mi cabeza en los nudillos de mi mano izquierda.

-   ¿Por qué lo haría?

-   Ya lo dije, para compartir – y volví a reír, no pude evitarlo, sentía mi cuerpo tan liviano que ni siquiera era dueño de mis gestos. 

-   Esto es absurdo.

 

El cuerpo del confundido Maestro Diluc hizo un movimiento que indicaba la intención de levantarse, pero yo me adelanté haciéndolo de golpe, por lo que se mostró sorprendido, quizás, por aquella determinación. “Es solo una copa”, insistí. Por lo general, no era la clase de borracho necio que imponía su voluntad a quien tuviese al frente.

 

-   ¿Me obligarás a beber algo que no me gusta?

-   Obligar es una acusación muy grave, ¿no te parece? – fingí inocencia -. Solo será una copa para ti, jovencito – traté de usar un tono más paternal, uno que Diluc recibió con otro suspiro.

 

Su silencio fue la única autorización que necesité para ir a buscar la botella de vino que se encontraba en uno de los muebles del salón. La había puesto ahí intencionalmente hacía muchos meses atrás, aunque al momento de hacerlo no tenía nada planeado. Conocía el lugar a la perfección, por lo que me desplacé de un lugar a otro con seguridad a pesar de la escasez de luz. Al volver a la chimenea le ofrecí una copa y cuando este la sujetó con desgano, vertí el vino en ella. Por supuesto, después tocó servir mi propia copa, y al estar lista, la alcé con la intención de hacer un brindis.

 

-   ¿Qué estamos celebrando? – Diluc se rehusó a alzar la suya.

- Esta noche.

- ¿Qué pasó esta noche? – me miró con sospecha. Aún mantenía la copa apoyada en su pierna, y como lo conocía bien, sabía que no la alzaría a menos que no le diera una buena razón.

-   Todavía nada – también sabía que aquella razón sería insuficiente para él.

-   Me iré a dormir, no quiero jugar a esto – y en ese instante sí se levantó, pero antes de que pusiera la copa sobre la mesa, tomé su brazo para detenerlo -. ¿Por qué estás aquí? ¿Y por qué actúas así? – me encaró. Sus rojizos ojos parecían encenderse, no sabía si por el reflejo del fuego que había en la chimenea o por el que él llevaba en su interior. Sonreí, como puede esperarse. Esa mirada encendida parecía una provocación de la que él no estaba consciente.

 

Alejé mi mano de la tela a la que me había agarrado y estreché el espacio entre nosotros. No se me habían brindado muchas oportunidades para verle tan de cerca, por lo que pude encontrar detalles en su rostro que solo se pueden apreciar cuando te acercas peligrosamente a alguien. Podía ver sus cejas, por ejemplo, tan rojizas como su cabello. La mayoría del tiempo no reparaba en ellas porque su flequillo las ocultaba. No sabía si era intencional o por descuido, pero muchas veces se ocultaba su expresión debido a las cejas.

 

-   Deberías cortarte un poco el flequillo – comenté en un tono más íntimo. No podía escuchar a nadie husmeando por los alrededores, pero aun así, me vi egoísta.

 

Quizás no fue tan visible, pero sus ojos parecieron abrirse un poco ante mi comentario. Algo pasó por su cabeza. Algo de lo que, seguramente, no había pensado hasta ese momento. Conociendo la audacia de Diluc, pude barajar la posibilidad de que descubriera mis intenciones, después de todo, los dos éramos adultos. Y tras esa expresión, dio un pequeñísimo paso atrás, y me pregunté concretamente qué estaría imaginándose.

 

-   No beberé contigo – dejó la copa sobre la mesa. Su voz se escuchó con ese desinterés con el que siempre me trataba, mas yo sabía que algo se ocultaba allí –. Así que, si quieres seguir emborrachándote, hazlo solo.

-   ¿Qué pasó? – no rompí el contacto visual. Quizás, más sobrio, podría haberme sentido avergonzado por mi osadía, pero esa noche no. Esa noche era diferente.

-   Nada, solo quiero irme a dormir, estoy cansado.

-   Mentir no se te da bien, no conmigo, ¿no lo recuerdas, “héroe oscuro”? – y no pude evitar reír, aunque por alguna razón me dieron ganas de toser, por lo que bebí un poco más de vino -. Deberías beber un sorbo, así no te incomodaría que esté borracho.

-   No lo haré – dio otro paso atrás, y luego me dio la impresión de que iba a girarse para darme la espalda.

-   ¿Por qué huyes, Diluc?

-   ¿Disculpa?

 

Contuve la risa al verle ofendido, ¿por qué se ofendía? Yo estaba borracho, ¿acaso no estaba acostumbrado a tratar a hombres como yo en la taberna? Oh, no. No, no lo estaba; no estaba acostumbrado a tratar a hombres como yo. Nuevamente intenté contener la risa al pensar en el predicamento en el que se veía, “Oh, por Barbatos, ¿Kaeya está coqueteando conmigo? ¿Ha perdido la cabeza? ¿O es una horrible broma?”.

 

-   Estás huyendo – hablé con un dije de jocosidad, aunque no era mi intención se sonar así.

-   ¿Por qué huiría?

-   Dímelo tú - y con el índice empujé la copa que él había abandonado para que se deslizara hacia él. Diluc la observó de reojo con un rechazo poco normal. En ese momento pensé en que si al día siguiente tendría que excusar mi comportamiento.

-   Ya te dije que no quiero jugar, no quiero beber, y que deseo irme a dormir. Estoy seguro de que el capitán Kaeya tiene mejores lugares para divertirse en la ciudad – y él deslizó la copa de vuelta al punto de partida.

-   Ah, si quisiera divertirme no estaría aquí, tenlo por seguro.

-   Más razones para largarte.

-   ¡Vaya! ¡Ahora, el maestro Diluc está siendo poco cortés! – reí con más ganas. ¿Recuerdan cuando en algún momento me preocupó que los demás escucharan? Pues, qué puedo decir, la discreción se me olvidó.

-   Como lo sería con cualquier borracho necio – escupió sus palabras de una forma más mordaz.

 

Me había dicho necio y quise darle la razón. Había llegado lejos, ¿pero tan lejos? No me lo parecía. Un espíritu temerario se había apoderado de mi cuerpo, aunque más que temerario, parecía suicida. Una parte prudente en mí me decía “Déjalo ya, todavía hay tiempo de inventar alguna historia”, pero otra, susurrante, me alentaba a que siguiera. ¿Qué tan lejos podía llegar? ¿cuál era el límite entre lo reparable y el desastre? Ah… pero yo había probado el desastre. De momento en que revelé mi verdadera identidad frente a la única persona que confiaba, probé el sabor de lo insalvable. Y ahora estaba ahí. Nuevamente estaba al alcance de mi mano la oportunidad de destruirlo todo con tal de sentirme liberado.

 

Qué sensación más interesante.

 

-   Hay algo que se ha rumoreado mucho entre los cuarteles de la caballería. Ya sabes cómo son las personas, un poco de tiempo libre y comienzan a contar historias – no creí que yo mismo lo mencionaría, pero estaba haciéndolo -. ¿No se ha visto con mucha regularidad al Maestro Diluc con la Gran Maestra Jean? Me pareció una observación curiosa, ya que, por lo que tengo entendido, el Maestro Diluc no está interesado en los movimientos de los caballeros de Favonius debido a nuestra ineptitud.

-   Así que es eso – y fue la primera vez en la noche en que Diluc sonrió -. ¿Viniste a advertirme? Ignoraba tu interés por la Gran Maestra Jean, aunque lamento decepcion—

-   Estoy seguro de que lo que estás apunto de decir es importantísimo – lo interrumpí. Apenas lo vi agarrando seguridad, me vi con la imperiosa necesidad de congelar su ilusión –. Pero tengo correcciones – y llevé la copa a mis labios para saborear aquel veneno que me estaba llevando a mi destrucción, y tras asegurarme de que aún lo deseaba, me volví a acercar a él. Previsible fue ver que él no retrocedió, por supuesto que no lo haría, se sentía a salvo. Ese terreno inexplorado que le estaba mostrando, ya no estaba ahí, según él -. La Gran Maestra Jean me interesa, ¿cómo no interesarme por ella? Así como también me interesa Ámber, Lisa, y todos los que son parte de los caballeros de Favonius.

-   ¿Entonces qué--? – nuevamente lo vi encogerse en su confusión. Por un momento Diluc vio en el tablero la jugada perfecta, pero le arrebaté esa esperanza.

-   Ahora puedes decirme por qué me decepcionaría.

 

Desvió la mirada, ¿lo había dejado en un camino sin salida? ¿es que acaso nos veíamos en el mismo punto? Y en un gesto inesperado, Diluc tomó la copa que hacía un rato había rechazado reiteradas veces y bebió de golpe su contenido, sin ahorrarse la expresión de asco en su rostro.

 

-   Bien. Vamos a hablar.

 

Y ese era el Diluc que yo recordaba.

Notas finales:

Hola, mentí. Este capítulo se me fue de las manos. Mi intención era cerrarlo ya, pero no pude, y no sé si lo lamento JAJAJAJAJA

 

Espero que, quien haya llegado a este punto, haya disfrutado de este capítulo. Por mi parte me divertí muchísimo al escribirlo.


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