Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La sombra sobre las flores por blendpekoe

[Reviews - 14]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Mis encuentros con Antonio terminaron junto con el secundario. Nunca logró simpatizarme por completo, en clases era desagradable y luego conmigo se mostraba discreto e inseguro, ambas cosas me incomodaban. Me molestaba cómo después del sexo se quedaba mirando el techo con arrepentimiento en los ojos. Nunca lo verbalizó pero sabía que lamentaba lo que hacía conmigo, o mejor dicho, con otro hombre. Para él, cada encuentro era una confirmación de algo que no quería confirmar. Me daban ganas de cuestionarle qué temía pero mis palabras no habrían salido de mi boca con preocupación o compasión, habrían sonado a reclamo. Eso se debía a que me generaba un doble sentimiento, por un lado lástima, por su conflicto que no deseaba empeorar con preguntas, y por otro rechazo, porque no era difícil entender que se acostaba con un hombre porque le gustaba. Que actuara como si hiciera algo vergonzoso conmigo me irritaba.

Un día me hizo una pregunta sumamente extraña:

—¿Qué piensas de los gays?

Creí que quería hacer una broma pero estaba serio, en uno de esos momentos de arrepentimiento suyos que le agarraban cada tanto.

—Yo soy gay —aclaré sorprendido por si no se daba cuenta.

No respondió a eso. Entre nosotros había un mundo de distancia y no extrañé acostarme él.

***

Estudiar la carrera para ser docente no fue lo que esperaba, la mayoría de mis compañeros me superaban en edad y había un curioso interés por trabajar en instituciones públicas. Las conversaciones de índole político ocupaban los descansos y escuché más juicios, prejuicios y condenas en esos momentos que en toda mi vida. Un gran cambio de la distendida rutina escolar a la que estaba acostumbrado. En clase no estaba bien visto cuestionar métodos de enseñanza ni el material de estudio, tampoco mostrarse en desacuerdo con los programas educativos y nunca, jamás, podía decirse en voz alta que existían malos profesores. Lo más importante era entender que en el gremio debíamos protegernos entre todos.

No podía saber si tenía compañeros que se sentían tan decepcionados como yo porque los rumores corrían rápido y tener una mala opinión sobre el mundo docente no terminaba bien. Estar en desacuerdo con algo era estar dispuesto a discutir y mantener confrontaciones. Por eso me callaba todo, al principio por precaución, por ser nuevo, recién salido del colegio, luego por inseguridad.

En algún momento, al comienzo de la carrera, se dieron conversaciones sobre las cosas que nunca debían hacerse o decirse, cosas que podían dar como resultado despidos en los que el gremio no intervenía. En los descansos se citaban casos ocurridos aquí y allá, y fue angustioso escuchar la historia de un profesor despedido por ser gay, un hecho aceptado como lógico y natural por quienes eran mis compañeros. Esa fue mi introducción del futuro al que me dirigía y la causa de mi inseguridad.

Pero lejos de pensar en cambiar de carrera, sostuve mi decisión. Opté por tolerar los detalles amargos considerándolos como una mera etapa, una transición de la que debía aprender a reconocer los caminos y las palabras más seguras.

Cuando salía de los cursos y regresaba a casa mi humor cambiaba. Mi mamá no dejaba de mostrarse orgullosa, le brillaba la mirada cada vez que llegaba y ofrecía, de manera innecesaria, prepararme comida si tenía hambre o cualquier cosa que tuviera ganas de comer. Mi tío Aldo intentaba ser más discreto y de vez en cuando, como de casualidad, me preguntaba cómo me iba pero se le notaba que estaba pendiente y lleno de expectativas. Cuando estábamos solos se apuraba en ofrecerme dinero para que no anduviera con los bolsillos vacíos. La carrera era gratuita y no cursaba lejos pero le preocupaba que quisiera comer o beber algo y no tuviera con qué pagarlo, o que no saliera con mis compañeros porque no me alcanzaba.

Dinero no me faltaba para ninguna de esas cosas porque lo recibía de mi mamá aunque pronto dejó de agradarme esa situación. En mi segundo año contemplé la idea de buscarme un trabajo, si tenía suerte, además de dinero, me daría compañeros que hablaran de tonterías. Extrañaba las charlas relajadas y casuales sobre temas insignificantes.

Mi mamá armó escándalo por mi búsqueda laboral porque creía que ponía en peligro mi desempeño e insistió en que trabajara en nuestra tienda si tanto quería un empleo. Pero no quería ese empleo, si trabajaba en la tienda ella estaría allí cuidando que yo no hiciera nada y no recibiría un pago de su billetera para eso. Ella no lo entendía, mi tío sí aunque también hubiera preferido que me quedara en la tienda, y fue tener conversaciones poco productivas donde descubrí que a mi mamá le dolía mi aparente independencia. Pero a mí no se me ocurría alejarme de ella, siempre que fantaseaba con irme a vivir solo ni siquiera podía imaginarme en un vecindario diferente. En eso me pesaba la ausencia de mi papá, me sentía responsable de velar por su bienestar, por estar cerca y cuidar de ella.

***

Todo el drama retrasó mi búsqueda que comenzó en el mes octubre pero en noviembre conseguí una entrevista para un trabajo de medio tiempo en un Blockbuster.

Fui al local que se encontraba a media hora de mi casa, antes de su apertura. Allí me esperaba un encargado que me hizo pasar sin encender las luces.

—Si prendo las luces la gente cree que estamos abiertos —explicó con mal humor.

Dos paredes del local eran solo de vidrio y la luz de la mañana entraba iluminando todo. No había oficinas ni escritorio y la entrevista fue frente a frente sentados en sillas.

—Necesito gente que no falte —advirtió casi con amenaza.

La cara del encargado, que se presentó como Walter, era la cara de alguien que estaba harto de las ausencias y de las entrevistas, supuse que el personal no le duraba mucho.

—Soy responsable.

—Tampoco se puede faltar los fines de semana o feriados, si quieres andar de paseo en esos días este no es tu lugar. Tampoco tolero que salgan de noche para venir al otro día a trabajar viéndose impresentables.

Asentí. Miró el currículum que entregué.

—¿En qué días y horas estudias?

—Lunes, martes, miércoles y viernes, por la noche.

—Puedo acomodarte los horarios pero no puedes faltar, mucho menos en fin de semana —insistió.

Asentí de nuevo. Siguió leyendo el papel.

—¿Tienes experiencia cobrando dinero?

—En mi casa tenemos una tienda y he cobrado dinero.

Puso su atención en mí, mirándome sin hablar, probando si me intimidaba.

—Yo contrato gente para que trabaje —informó de repente—, no para que den problemas, tampoco soy niñero, así que se tienen que hacer cargo entre ustedes del local.

—Entiendo —dije aunque no entendí a qué se refería.

—¿Me vas a dar problemas?

—No.

Luego me pidió el talle de mi ropa y me dijo que empezaría la siguiente semana. De allí no salí tan entusiasmado, el encargado parecía irritable y su trato me daba desconfianza. Agustina, mi hermana, se puso feliz con la noticia.

—Vamos a tener todos los estrenos —celebró—. ¿Te puedes llevar gratis las películas por trabajar allí?

—No sé pero si hay que pagarlas no importa, te las traigo igual.

—No vayas a gastar dinero en eso —pidió mi mamá que nos escuchaba.

Asentí y a mi hermana le dediqué una sonrisa cómplice.

El primer día Walter no me recibió, ni siquiera apareció. Llegué temprano antes de que abrieran y a las diez se acercó un chico, más o menos de mi edad, que me miró de arriba abajo.

—¿El nuevo?

—Sí.

—Soy tu compañero, Rafael —anunció estirando su mano.

Abrió el local y me hizo seguirlo dentro.

—Yo voy a enseñarte las cosas pero antes hay que darte tu ropa.

Lo seguí hasta un pequeño cuartito multiuso lleno de elementos de limpieza, paquetes con bolsas plásticas, cajas vacías, carteles de promociones, casilleros y la puerta al baño. Rafael golpeó uno de los casilleros.

—Este es tuyo.

Lo abrió para mostrarme el interior: había dos camisetas, una sudadera y una gorra, todo color azul con el logo de la cadena.

Mi nuevo compañero me quitó la mala sensación que me dejó el encargado. Tenía buen humor y le gustaba hablar. Con la ropa puesta lo seguí en todas las tareas que me explicaba mientras las hacíamos juntos. Prendimos las luces, abrimos las puertas, cambiamos algunos carteles del fin de semana, tomamos las películas dejadas en el buzón para acomodarlas en su repisa. Cuando entró un cliente fuimos detrás del mostrador donde lo observé con atención.

—No es un trabajo pesado o complicado —comentó en el momento en que volvimos a quedar solos.

Debajo del mostrador había un calendario con los horarios y turnos de todos los empleados que me recomendó copiar.

—Los únicos días complicados son los viernes a la noche y los fines de semana, porque se llena de gente y no da tiempo a reponer y limpiar —explicaba—. ¿Walter te habló de los fines de semana?

—Dijo que no hay que faltar —resalté con gravedad.

—Sí. Las únicas cosas que le importan es que —levantó la mano para enumerar con los dedos— lleguemos en horario para abrir, no faltemos y estemos presentables. Por el resto… le gusta hacerse el jefe malo pero no le importa mucho.

—¿Tiene mal carácter? —quise saber, confiado por la simpatía de mi compañero.

—Depende de lo que pase, si es algo que lo hace trabajar empieza a gritar que le arruinamos la vida. Si no tiene que mover un dedo, no se molesta.

Siguió explicándome cómo manejarme dentro del local. Me enseñó el truco para barrer la alfombra, acomodamos cajas de películas y nos turnamos para limpiar los vidrios. Luego hizo una pausa de la enseñanza y nos quedamos detrás del mostrador comiendo galletitas cuando no había clientes dentro del local que nos vieran. Más relajados me contó un poco de él y yo le conté un poco de mí. Al mediodía comenzó a entrar gente y casi no volvimos a tener momentos de soledad. En ese horario llegaban estudiantes de secundario que salían del colegio y visitaban la tienda casi a modo de paseo. Daban vueltas, revisaban la pared de estrenos, debatían cuál película era mejor y discutían cuál llevar. Muchos no llevaban nada, los que sí alquilaban películas viejas por ser más baratas. Después de las dos de la tarde todo volvió a calmarse.

Rafael miró el calendario de horarios y señaló un domingo que me tocaba descanso.

—A Walter no le importa que cambiemos días o turnos entre nosotros y los domingos son muy preciados, los demás van a querer que se los cambies. No lo hagas gratis, no importa lo que digan.

—¿Hablas de cobrarlo? —pregunté sorprendido.

—Siempre los negociamos. Por un sábado, un feriado, comida, algún favor… pero no gratis. Te lo digo porque alguno va a tratar de engañarte por ser nuevo.

—¿Hay malos compañeros? —tanteé.

—No, pero uno hace lo que puede por no venir un domingo —respondió riendo. Luego se quedó pensando un momento—. Valentín es el único que no pide nada —reflexionó—, si es un domingo o un feriado él siempre viene porque se paga más.

Antes de las cuatro de la tarde llegó otra compañera que cubriría el segundo turno hasta el cierre. Se tiró sobre el mostrador aplaudiendo.

—¡Compañero nuevo! —celebró—. ¿Te enseñó o se quedó mirando el techo como siempre?

—Le enseñé muy bien —se defendió Rafael

—Me llamo Nadia —se presentó con buen humor.

—Soy Jerónimo.

Nadia fue al cuartito para dejar sus cosas.

—Es importante —explicó Rafael con prisa— esperar que las dos personas del siguiente turno lleguen antes de poder irnos. Siempre tratamos de cubrirnos entre nosotros las llegadas tardes o cualquier urgencia, así Walter se entera lo menos posible porque el turno de la tarde es el que da más trabajo.

Asentí. Apenas terminó esa explicación entró otro chico que la ropa ya lo delataba como empleado, traía un casco en el brazo y una bolsa con películas. Se acercó al mostrador como si fuera un cliente.

—Vengo a devolver esto. —Rafael tomó las cajas—. No las rebobiné —avisó burlándose.

Mi compañero me miró molesto.

—Siempre hace lo mismo, se cree gracioso.

El recién llegado dio la vuelta al mostrador para saludarme.

—Espero que dures —fue su saludo.

Nadia se sumó curiosa por saber de mí

—¿Te gusta el lugar?

—Hay que preguntarle eso después de su primer fin de semana —respondió ese compañero de quién seguía sin saber su nombre. Me miró con una sonrisa—. Vas a aprender a odiar a la gente.

Rafael golpeó su brazo.

—No quieras asustarlo.

Al día siguiente la rutina fue muy parecida. Junto con Rafael acomodamos y limpiamos, me enseñó a hacer pedidos de bolsas, revisar el stock de los snacks y recepcionar proveedores. Luego me quedé a cargo de la caja con él detrás para aprender más del sistema y cobrarle a los clientes.

Cerca de las cuatro vimos a nuestro compañero estacionar su scooter frente al local y nos acompañó detrás del mostrador. Para esa altura ya sabía que se llamaba Simón.

—¿Y tu casco?

Levantó los hombros. Rafael me miró para hacer una pequeña aclaración.

—Ya se cayó tres veces, sigue entero de milagro.

—Sigo entero porque sé cómo caer.

Ambos quedamos poco convencidos con semejante defensa. La charla se pausó un momento cuando se abrió la puerta y otro más con ropa del local entró. Nos repasó con la mirada pero, en lugar de acercarse y saludar, se fue al cuartito a dejar sus cosas. Mis compañeros me miraron con una expresión extraña y seria.

—Ese es Valentín.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).