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La sombra sobre las flores por blendpekoe

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Cuando llegaron las vacaciones de Valentín fui a visitarlo a su casa. A escondidas, como siempre. No haríamos ningún paseo como en algún momento fantaseamos, no nos expondríamos a las miradas ni nos arriesgaríamos a ser objeto de desprecio. Una decisión lógica pero también triste. Él merecía ir a todos los sitios que quisiera visitar, ver a todos los animales que quisiera conocer y comer en todos los restaurantes que llamaran su atención. Esos pensamientos le daban mayor determinación a mi deseo de darle una vida feliz. No podía cambiar el mundo que nos rodeaba pero podía crear un mundo aparte para él. Al menos quería intentarlo.

Esperé junto a la entrada a que me abriera. Por la calle transitaban algunas personas y yo miraba el suelo cada vez que alguien pasaba por mi lado por si se trataba de algún vecino. Unas pisadas anunciaron la llegada de Valentín que sonrió al entreabrir el portón y me hizo señas para seguirlo. En el camino se dio vuelta a verme varias veces con una actitud alegre. Vestía una camiseta blanca holgada y unos shorts de jeans más cortos de los que se vendían en las tiendas, deshilachados en sus bordes, por lo que supuse que fueron cortados por él. Sus piernas quedaban más expuestas a causa de su osadía, hermosas, libres de las reglas que regían del otro lado del portón y las murallas. El collar con la estrella colgaba segura y orgullosa sobre su ropa. Suspiré maravillado. Ese ingreso furtivo se sentía como una travesura de verano con los grillos y las ranas haciendo sus sonidos a nuestro alrededor. Me llenaba de vida. Él podía llevarme a donde quisiera y yo lo seguiría sin la menor duda.

Después de cruzar la ventana, lo abracé tomándolo por sorpresa.

—Te extrañé. —Olía a shampoo y jabón—. Me gusta tu ropa.

—¿Mi ropa?

Asentí.

—Siempre tan raro —se burló.

Se alejó y acomodó su cabello en un intento de ocultar el efecto del halago.

Cenamos carne con ensalada en el piso de su cuarto mientras la música de la radio ocultaba nuestra existencia. Valentín admitió que el corte del short era de su autoría pero que solo lo usaba dentro de casa porque no podía darse el lujo de llamar la atención fuera. Los hombres no usaban pantalones de jeans tan cortos.

—Traje algo para ti —anuncié cuando terminamos de comer.

Me miró escéptico esperando que siguiera. Tomé mi mochila y saqué del bolsillo dos pequeños frascos. Eran esmaltes.

—El celeste me costó conseguirlo —conté mientras se los enseñaba.

Los tomó con cierto asombro.

—¿Los compraste?

Estiré mi mano hacia él invitándolo a acercarse y así lo hizo. Apoyó su mano en la mía mientras se acomodaba a mi lado.

—Para mí es más fácil, no es raro que compre cosas para mi hermana. ¿Cuál quieres en esta mano?

Miró sus dedos y pensó con cuidado.

—Celeste.

Agité con energía el frasco dejando en evidencia mi alegría por la tarea. Me ilusionaba volver a pintar sus uñas, era un momento íntimo entre nosotros que, a la vez, sentía como algo solo mío.

—Recordaste los colores.

Y su cara me indicó que ese detalle lo sorprendía.

—Todo lo que dices es importante para mí.

Tomó aire pero no me acusó de exagerado ni de nada.

Comencé a esmaltar con cuidado y lentitud, extendiendo cada segundo, disfrutando de la sensación de entrega. Cada pincelada decía cuánto lo quería y que él me permitiera pintar sus uñas decía que apreciaba mis sentimientos. Cuando levantaba la vista, rápidamente él hacía lo mismo, sus ojos seguían de cerca todos mis movimientos y su boca parecía querer decir algo. Seguí esmerándome, entusiasmado con su atención. Su rostro se mantenía cercano al mío por lo que podía escuchar su respiración alterada por alguna emoción, cada tanto humedecía sus labios y yo, a propósito, me inclinaba más hacia él. Nuestras piernas chocaban y su mano libre se apoyaba con decisión sobre una de mis rodillas.

—Yo también tengo una sorpresa. —Miré intrigado y él sonrió—. Pero hay que esperar que se sequen las uñas.

Volví a la tarea riendo, ansioso por saber qué podía ser, emocionado porque significaba que pensaba en mí, que me extrañaba cuando no estábamos juntos.

—Tú no lo crees pero sí eres tierno.

Frunció el ceño.

—No soy tierno.

Terminé con su mano derecha y pasé a la izquierda donde aplicaría el color rosado. Él sopló con suavidad las uñas celestes mientras su cabeza acompañaba con un suave movimiento una canción de Wet Wet Wet que sonaba en la radio.

Cuando finalicé, Valentín observó sus manos complacido con el resultado, concentrado en algún pensamiento, y sin dejar de mirarlas me habló.

—Tuve suerte de haberte conocido —murmuró contento.

Pasé mi brazo por su cintura y apoyé mi cabeza en su hombro. También contemplé sus uñas y acaricié su pierna guardando en mi memoria la suavidad de su piel, el roce de su vello bajo mis dedos, el calor de su cuerpo y el fuerte latido de mi corazón. Yo era el afortunado por conocerlo y poder ser parte de su vida.

Luego de un rato quedaron completamente secas y Valentín se apartó para ir hasta su armario. Cuidando sus uñas recién pintadas, abrió despacio un cajón de donde sacó una cámara de fotos.

—Conseguí un rollo.

Levantó el aparato con ambas manos para mostrármelo. Era una Nikon negra con el flash incorporado, un poco vieja, de las que necesitaban pasar el rollo manualmente después de cada foto. Se sentó de nuevo a mi lado sonriendo ampliamente.

—Podemos tener una foto juntos.

Se acercó más a mí, pegando su cuerpo al mío, y estiró sus brazos manteniendo la cámara en altura. Apoyé mi cabeza en la suya y la primera fotografía nos capturó, aunque tendríamos que esperar hasta revelarla para saber si había salido bien. Luego siguieron más fotos mientras reíamos en voz baja. Abrazados, dándonos besos, haciendo gestos a la cámara, repitiendo fotos que sabíamos que la risa no permitiría que salieran bien.

—Al que le toque revelarlas se va a llevar una sorpresa —comentó con buen humor. —Hay que dedicarle una.

Valentín hizo una seña con su mano mostrando el dedo central, besé su mejilla e imité la seña para la cámara pero la risa complicó la estabilidad del aparato. Nos reímos otro rato y a nuestra risa le siguieron los besos.

Nos dormimos acurrucados, con la música melosa de la medianoche y el sonido del ventilador arrullándonos.

Las noches siguientes que lo visité fueron como esa, llenas de armonía, calma y cariño. Hablábamos en voz baja y reíamos en silencio. Nos hicimos los cuestionarios de las revistas, comparamos las líneas de nuestras manos, bailamos cuando en la radio sonó nuestra canción, nos sentamos en el borde de la ventana a contemplar las estrellas, renové el esmalte de sus uñas y fantaseamos con algún día vivir juntos.

En el día no hacía otra cosa que contar las horas, deseoso de que llegara la noche para escabullirme en su casa, indiferente a todo lo demás. Las miradas y los cuestionamientos que recibía de parte de mi familia me eran insignificantes porque Valentín era todo en lo que podía pensar. Él era la vida que yo quería tener.

Pero no todas las noches fueron perfectas. En una, algo extraño sucedió. Cerca de la medianoche un sonido que no pude identificar llamó mi atención. Primero pensé que venía de la radio pero la reacción de Valentín me mostró que fue un sonido real que surgió en la casa. De estar cómodamente abrazado a mí, jugando con una de mis manos, pasó a ponerse tenso. Se apartó de inmediato, atento a cualquier otro sonido. Solo había otra persona en la casa y guardé silencio asustado ante esa idea.

—Ya vuelvo —murmuró Valentín.

Salió de la habitación y me quedé sentado en la cama sin saber qué hacer. Hasta entonces la presencia de su padre había pasado desapercibida, como algo irreal. Temí hacer ruido por lo que no me moví de mi lugar y, aunque intentaba, no lograba oír nada. La radio no me dejaba. Busqué con la mirada mi mochila por si debía salir corriendo por la ventana y esperé en estado de alerta a cualquier cosa que pudiera ocurrir. El momento se me hizo eterno y en la radio sonaron entre tres o cuatro canciones hasta que Valentín regresó. Su expresión era grave pero cerró la puerta sin apuro, sin mostrar la prisa que merecería tener que sacarme de allí.

—¿Está todo bien?

Asintió y se sentó a mi lado. Pero algo no estaba bien, su mirada se posó en el suelo con amargura.

—No pasa nada.

Sus palabras tampoco eran convincentes, su voz y su expresión no acompañaban esa afirmación.

—¿Tu papá está bien?

Valentín no respondió, siguió mirando el suelo atrapado en sus propios pensamientos. Me acerqué y pasé mi brazo por sus hombros pero él no reaccionó.

—Valen.

—No pasa nada —repitió tomando aire.

Salió de su ensimismamiento y trató de actuar con normalidad pero se le dificultó, se veía desanimado e incómodo. Acaricié su rostro preocupado.

—Vamos a dormir —sugirió en respuesta a mi caricia, en una especie de evasión.

Me sentía desconcertado por no saber qué sucedía pero callé y accedí a lo que pedía.

Aunque la cama era pequeña, lo sentí distraído y distante así que lo abracé con fuerza. Valentín suspiró en mis brazos. Después de un rato, levantó la cabeza para mirarme.

—Sé que debería contarte —dijo con seriedad— pero no ahora.

—Cuando tú quieras.

Me miró un largo rato, estudiándome, pensé que diría algo más pero solo se acurrucó con otro suspiro. Besé su cabeza.

—Cuando tú quieras —volví a repetir en voz baja— y si no quieres, no tienes que hacerlo.

Aunque la realidad era que quería saberlo porque de pronto tenía un mal presentimiento. Esa noche me dormí pensando en cosas en las que nunca pensaba: en el padre de Valentín, en la situación que los llevaba a vivir allí solos, en su madre, en el resto de su familia y en que nunca hablaba de ninguno de ellos.

Notas finales:

Siguiendo este enlace pueden encontrar mis redes y otras cuentas.


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