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La sombra sobre las flores por blendpekoe

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El comportamiento de mi mamá no cambió en lo absoluto, como si estuviera decidida a mantenerse amable y cariñosa pasara lo que pasara. Me ponía incómodo y nervioso porque no podía entenderlo. Cuando me quedaba solo con ella, el miedo a que revelara algo que mantenía oculto me hacía huir. Me quedaba en mi cuarto aunque eso no me protegía de nada, un golpe en la puerta podía ser el anuncio de un desastre a punto de ocurrir.

Tejer me distraía y alejaba de toda la situación. Me pasaba el tiempo libre armando cuadraditos de color amarillo y blanco que gradualmente se veían más parejos y prolijos. Tenía planeado unirlos y hacer un cobertor con ellos, me llevaría mucho tiempo pero estaba convencido que al terminarlo ya no tendría problemas para tejer cuadrados.

Unos golpecitos minúsculos en la puerta me dieron la señal de Agustina.

—Puedes pasar.

Entró sin hacer ruido ni decir nada y se sentó a mi lado. Me di cuenta que algo la tenía mal, su expresión y falta de energía la delataban, pero esperé un poco para darle tiempo a que hablara. Ella miró cómo tejía, luego revisó la caja de zapatos donde guardaba los cuadraditos ya terminados.

—¿Te falta mucho? ¿Cuántos lleva un cobertor? —preguntó levantando uno.

—No lo sé.

Siguió revolviendo la caja.

—También quiero uno, pero rosa. Rosa oscuro y rosa claro.

—Está bien.

—Y algunos que sean verdes, para que parezca un cobertor de frutilla.

—Es una buena idea.

—Ajá, es mía.

Pero no estaba contenta ni orgullosa por su diseño.

—Bueno, ¿y qué te pasa? —pregunté finalmente.

Hizo un gesto como de puchero.

—Discutí con mis amigas.

—¿Por qué?

Levantó los hombros sin querer responder. No me sorprendía, no era la primera vez que tenía problemas con amigas o compañeras de colegio. Cada tanto sucedía que alguna se burlaba de ella por no poder salir de casa sola, ni participar de las pijamadas, ni ir a discotecas.

—Cuando empiecen las clases vas a poder hacer más amigas —traté de distraerla—. Ya falta poco.

No emitió ninguna opinión al respecto, solo siguió mirando cómo tejía. Sentí mucha pena por ella y estiré mi brazo para darle un medio abrazo.

—Pero no hagas más amigas tontas.

Se apoyó en mí por un rato, dejándose mimar, pero sentí que mis palabras estaban lejos de animarla. Pensé en algo que le gustara que pudiera usar en su comienzo de clases, para llamar la atención y lucirse, pero el uniforme no dejaba muchas opciones.

—¿No tenías ganas de decolorarte el pelo? —Levantó la cabeza con curiosidad. Sabía lo que estaba pensando: "mamá no quiere"—. Decolorar unos mechones no debe ser difícil.

Sonrió olvidándose de todos los problemas, o mejor dicho, pensando en todos los problemas por "rebelde" que tendría para presumir en la escuela.

***

Con la paranoia a flor de piel, intenté escabullirme en silencio al salir hacia el trabajo. Pero no fui lo suficientemente hábil para mi mamá que me atrapó con una sonrisa frente a la tienda.

—Jero, el próximo domingo no trabajas, ¿verdad?

Titubeé por un momento al darme cuenta que acertaba con respecto a mi rotación de francos. Tendría que haber tomado ese detalle como una advertencia, en cambio asentí.

—Bien, porque hace mucho que no vienes con nosotras a la casa de tus abuelos. Vamos a almorzar.

No supe cómo retractarme para evitar participar en la reunión familiar. Tampoco sabía si era buena idea seguirle la corriente o no. Su calma y amabilidad me eran inquietantes.

***

Valentín estaba preocupado por la extraña situación pero yo no quería contagiarle mis angustias y ponía mi mejor cara cuando me preguntaba si todo estaba bien. Pero él no se dejaba engañar y me dedicaba una mirada de comprensión cuando le decía que las cosas estaban tranquilas.

Ese día en especial no quería pensar en mi mamá porque seguía carcomiéndome la duda sobre si era correcto actuar como ella lo hacía, como si nada hubiera sucedido. La idea de participar en reuniones familiares en donde debía fingir una normalidad irreal me hacía sentir cómplice de su puesta en escena. Así que me concentré en mi extraña propuesta de decolorar el cabello de mi hermana.

Valentín quedó sorprendido por mi plan.

—Tengo razón cuando digo que tienes alma de alborotador —se burló.

—No es cierto —me defendí.

Aunque el pelo de mi hermana no pasaría desapercibido y mi colaboración no quedaría ignorada.

Walter había pasado esa mañana para llevarse la recaudación así que nos atrevimos a quitar el estreno de la semana, una copia barata de Aladdin, y la cambiamos por Jurassic Park para entretenernos un poco más. En reemplazo de la radio que teníamos prohibido encender en el local. A los clientes también pareció gustarles el cambio y se distraían mirando escenas enteras antes de seguir buscando películas para rentar.

—Me gusta verla contenta, nada más —expliqué.

Mi compañero se apoyó en el mostrador volteando un poco su cabeza para verme con una pequeña sonrisa.

—Son hermanos y amigos.

—Hasta que empiecen las clases, después se va a olvidar de mí. Siempre pasa lo mismo, me persigue todo el verano hasta que vuelve al colegio.

—Su amigo de repuesto entonces.

Asentí.

De repente un sonido sordo nos hizo saltar. Miramos hacia la calle donde dos personas golpeaban el vidrio del videoclub con las palmas de las manos y reían a carcajadas. Enseguida reconocí a uno de ellos. Los clientes también observaron el escándalo, asustados por los golpes que se repetían, inmóviles, sin entender si se trataba de una broma u otra cosa. Uno de los individuos señaló en nuestra dirección con un dedo acusador, gesticulando palabras que no atravesaron el vidrio, antes de apartarse para seguir con su camino. Ambos caminaron sin apuro, riendo bajo el sol, como si golpear vidrios fuera habitual para ellos. Al desaparecer de nuestra vista un murmullo recorrió el local pero los clientes se recuperaron rápido y dejaron atrás el episodio para seguir con sus asuntos. Nosotros no pudimos hacer lo mismo.

Valentín siguió vigilando la calle, tenso y alterado. Él también había reconocido al chico del McDonald's. Nos quedamos en silencio, dentro de un estado de alerta, esperando descubrir lo que había sucedido, lo que significaba y si se trataba de un episodio aislado. Después de un rato en lo que nada más pasó, Valentín me miró de reojo.

—Se creyeron graciosos —murmuró intentando desestimar lo ocurrido.

Pero era imposible minimizarlo y recuperar la calma. Mi corazón estaba acelerado. Toqué su mano para encontrarme con un puño que se mantenía cerrado con fuerza.

—No pasó nada —insistió.

No pude responder. Nada de lo que pasaba por mi mente servía para dar alivio o consuelo.

Un cliente se acercó y Valentín se me adelantó para atenderlo, así demostraba que todo estaba bajo control y que los golpes en el vidrio no eran más que un hecho insignificante. Solo los miré. Me fijé con una repentina preocupación que el cliente observaba a mi compañero con atención, algo a lo que me había habituado al punto de dejar de notarlo. Aunque no hizo ni dijo nada, los manerismos de Valentín no pasaban desapercibidos para la persona frente a él. Siempre estaba esa extrañeza, curiosidad o sorpresa, que los obligaba a observarlo con cuidado, para cerciorarse que sí veían lo que creían ver.

Al quedar solos en el mostrador Valentín suspiró con gravedad, todavía inquieto por los dementes que golpearon el vidrio. Nuestras energías se drenaron y nos quedamos sin ánimo hasta para hablar. Más avanzada la tarde y con el paso de clientes que yo no podía dejar de estudiar cuando Valentín los atendía, solté una pregunta terrible.

—¿Nunca pensaste en buscar otro trabajo?

Me dedicó una expresión de desconfianza.

—¿Otro?

—Uno donde estés menos expuesto.

Su rostro se transformó y me gané una furia contenida que me heló.

—Otro —repitió con desdén.

Sus ojos me advertían que tuviera cuidado con lo que fuera a decir así que me callé. Pero no dejó pasar mi falta, me sostuvo la mirada, esperando, retándome, a que siguiera con lo que empecé hasta que mi silencio lo fastidió.

—¿Te cuento cómo conseguí este trabajo? —habló con amargura. Miré a nuestro alrededor, a él no parecía importarle que alguien pudiera estar cerca—. Nadie me daba trabajo, en ningún lado. Un día entré a un supermercado que buscaba empleados y me corrieron cuando pregunté por el trabajo. Walter estaba ahí, era un cliente, y me siguió por la calle para decirme que necesitaba gente. ¿Sabes qué me dijo? —Esperó mi respuesta y negué con la cabeza sonrojándome—. "Un marginado que no consigue trabajo no va a faltar los fines de semana". Y tomé lo que ofrecía porque fue mi única opción.

Un nudo se me formó en el estómago y bajé la mirada avergonzado.

—Lo siento, dije una estupidez.

—No, no —contradijo exagerando un sarcasmo—, lamento no trabajar encerrado en un sótano para que nadie me vea.

Salió del sector de cajas para ponerse a acomodar películas decidido a no dirigirme más la palabra. Ni siquiera me miró en el resto de la jornada.

***

Al cerrar la puerta con llave seguía ignorándome.

—Valen —llamé pero no respondió—. Lo siento, de verdad.

Fue al cuartito a buscar sus cosas y me apresuré en seguirlo, lanzando todo tipo de palabras que pedían perdón. Todas inútiles.

—Hoy no quiero que me acompañes —fue su única respuesta.

Apagó las luces del local pero me atravesé en su camino antes de que llegara a la puerta para salir a la calle.

—Lo que dije estuvo mal, me equivoqué, pero no fue a propósito. Jamás te diría nada con intención de molestarte o hacerte sentir mal.

—Ya déjalo, no importa.

—Sí que importa. Yo solo quiero verte feliz.

A pesar de la oscuridad, la luz que llegaba de las lámparas del exterior me dejaban ver que mis disculpas no surtían ningún efecto en él.

—Déjalo, solamente quiero irme a mi casa.

Intentó esquivarme pero volví a bloquear su paso.

—¿Cómo hago para que me perdones?

—No hagas nada, olvídalo.

El tono de su voz era seco y era evidente que se estaba conteniendo de decirme lo que de verdad quería decir. De hablarme como le hablaba a los clientes que le faltaban el respeto.

—Por favor. —Sin pensarlo, sintiendo que moriría si se marchaba enojado conmigo, me dejé caer al piso de rodillas—. Por favor.

Mi acto lo horrorizó.

—¡No hagas eso! —Tomó mi brazo y tiró de él con firmeza para que me pusiera de pie—. Estás exagerando.

Aproveché su agarre para aferrarme a su mano.

—Lo siento.

Miró mis manos pensativo.

—No creí que podía enojarme tanto contigo, hasta tuve ganas de decirte que no quería verte más.

Apreté con fuerza su mano.

—No digas eso —pedí temeroso.

Se tomó un momento antes de volver a hablar.

—Algo que me gusta de ti es que te empeñas en estar conmigo aunque tengas todo en contra. Como mi carácter.

—Tu carácter no tiene nada de malo. Tú no tienes nada de malo, eres perfecto. —Su expresión se suavizó al oír mi declaración—. Tienes todo el derecho de enojarte conmigo por lo que dije y lo lamento mucho.

—Basta con la disculpa.

—¿Me dejas acompañarte a tu casa?

Hizo una pausa para pensarlo y asintió.

Caminamos intercambiando muy pocas palabras, el humor de Valentín seguía siendo malo pero en la parada del autobús, mientras esperábamos, me miró mucho más tranquilo.

—Nunca creí que alguien se arrodillaría por mí.

—Lo volvería a hacer.

Frunció el ceño ante mi respuesta.

—Seguro que sí pero no.

Aunque parte del enojo había desaparecido, la amargura seguía allí. Valentín estaba cansado, molesto y desanimado. En el autobús no me atreví a tocarlo y en la esquina de su casa no supe cómo despedirme, apenado por lo ocurrido y con miedo de enojarlo más.

—¿Vas a estar bien?

Mi pregunta lo tomó por sorpresa y dudó antes de responder con otra pregunta.

—¿Te quedarías? Sigo enojado contigo pero…

Intentó buscar palabras pero no encontró cómo expresarse.

No fue una noche melosa o divertida, estábamos entristecidos y nos sentamos en el suelo a ponerle atención a la música de la radio.

—Me puse nervioso con los que golpearon el vidrio y hablé sin pensar.

Junté mis rodillas y escondí mi rostro en ellas.

—Si nuestro plan es estar juntos toda la vida, las discusiones van a suceder —opinó con un suspiro.

—Yo no quiero discutir, quiero que seas feliz.

—Pero yo sí voy a discutir cuando algo no me guste —advirtió.

Lo espié por un costado.

—Eso está bien, así no hago tonterías.

Casi no volvimos a hablar después de ese intercambio, tuve el cuidado de no repetir disculpas y me aguanté todo lo que quería decir para no molestarlo. Valentín estaba malhumorado pero no se apartó y, cuando en la radio sonó Truly Madly Deeply de Savage Garden, se apoyó en mí.

—Mañana a la mañana voy a perdonarte. Después del desayuno.

***

Por la mañana mantuvo su decisión y luego del desayuno me miró con seriedad.

—Ya estás perdonado, así que nada de volver a pedir disculpas ni de bajar la mirada... y nunca en la vida vuelvas a arrodillarte por nadie.

Asentí cabizbajo. Se inclinó hacia mí para tomar mi mano y me enderecé ante el contacto. Aunque me había perdonado, le faltaba la energía y brillo de siempre. Su cara no lo ocultaba, me perdonaba pero no significaba que se sintiera mejor.

—No podemos estar peleados —explicó—. Me sentiría solo y triste, y ya no puedo volver a esa vida.

Notas finales:

Siguiendo este enlace pueden encontrar mis redes y otras cuentas.


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