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LOST por RoronoaD-Grace

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Notas del capitulo:

Nuevo cap <3

LOST

 —Capítulo 2—

 

 

La primera vez que Satōru vio a Yūji, fue cuando él se preparó para salir de la base para una misión en busca de provisiones. Yūji había llegado junto a su hermano mayor; un tipo con cara de perro rabioso que parecía odiar a todos una excepción de su hermano. Sukuna, se llamaba. 

Sukuna lo llevaba en los brazos, inconsciente, luciendo aterrado y desesperado por ayuda. Claro, la ayuda no les fue negada de ninguna forma, recibiendo de hecho quizás un trato especial, pues los gemelos parecían conocer al líder del grupo. 

Como estaba previsto, Satōru salió esa mañana en busca de más provisiones junto al resto del equipo, aunque personalmente preferiría salir solo; por lo que realmente no pudo acercarse a los chicos, tan solo ver en la distancia como los auxiliaban.

Sin embargo, luego de una semana volvió, llevándose una sorpresa en su regreso.

Yūji era un chico muy alegre y carismático, algo tontito pero con un enorme corazón. Su curiosidad por él al inicio se dijo que solo era porque se trataba de una cara nueva; pero con el paso de los días no tuvo más opción que aceptar para si, que era lindo, y por ello no podía evitar buscarlo con la mirada. 

Tenía un aura tan hermosa y su sonrisa era un contraste demasiado notorio en un ambiente tan lúgubre como en el de esos días. 

La base en la que yacían no era más que un instituto que ahora servía como refugio para quienes lograran llegar con vida a este. Estaba rodeado de un muro de concreto y barandas metálicas altas, que funcionaban de excelente manera manteniendo a los infectados fuera de la zona. Aunque, claro, siempre habían guardias armados para mantenerlos a raya.

Al ser los hermanos Itadori nuevos por el lugar, se les asignaron ciertos roles para que así pudieran contribuir con su parte y ganarse la comida del día. A veces Satōru veía a Yūji ayudando en la cocina, otras veces estaba en el salón que utilizaban como almacén, organizando las provisiones junto a los encargados, también organizando las armas y municiones. O en otras ocasiones simplemente lo veía interactuando con los otros chicos de su edad que yacían en el refugio.

Sukuna, que era más diestro en la pelea contra los infectados debido a ciertos inconvenientes que tuvieron antes de llegar, fue asignado a los grupos que salían a explorar. Así que cuando este se iba en una misión, era normal ver a Yūji yendo de vez en cuando al portón que daba a la salida, para pedir información de su hermano. 

Se preocupaba, claro que lo hacía, era su hermano, la única familia que le quedaba. A diferencia de Satōru, que ya no tenía a nadie. 

La primera vez que hablaron, fue porque el líder le pidió un favor personal. Ya que Satōru, incluso si pensaba que Yūji era lindo, creía que solo observarlo de lejos estaba bien. Él era un chico lleno de vida y Gōjō se sentía muerto por dentro, no quería ensuciar esa linda sonrisa que se dibujaba en sus tiernos labios. 

Él sabía cuan maldito podía llegar a ser. 

Getō se lo decía todo el tiempo, y aún así nunca se había alejado de su lado… hasta que por su culpa había muerto. 

—¿Podrías entrenarlos personalmente? —el jefe pidió. 

Satōru era pésimo como instructor, y todos parecían odiar su sonrisa idiota, motivo por el que él se metía aún más con ellos y no los entrenaba. De eso se encargaba el jefe y Nanamin. Y, a pesar de ello, el primero estaba frente a él pidiendo un favor personal, como sí no tuviera las agallas suficientes para hacerlo él mismo.

Por primera vez desde que lo conoció, hacía unos meses atrás, casi un año, el hombre lucía afligido; por lo que Satōru no pudo evitar que la espinita de la duda se clavara en su pecho y se preguntara qué clase de relación él tenía con los gemelos. 

Aún recordaba el primer día que llegaron, a lo lejos solo pudo ver como él se acercaba a ellos, revisando si se encontraban heridos, en especial a Yūji pues él estaba inconsciente. Lo último que alcanzó a ver antes de que las puertas se cerraran en su cara, fue como abrazaba a Sukuna antes de que este al parecer comenzara a temblar. 

—Asegúrate de que sepan defenderse correctamente, de que sobrevivan allá afuera—agregó. 

—¿Qué relación tienes con ellos? —no pudo evitar preguntar, la curiosidad fue demasiada para Satōru. 

—Ellos… Ellos son los amigos de mi hijo —por un momento, una sombra cubrió el semblante del hombre, sus ojos verdes lucieron realmente tristes—. Y su padre… nosotros estábamos saliendo —esa sombra lució aún más lúgubre. 

Satōru no sabía qué fue lo que sucedió realmente, pero el jefe se encontraba en otra ciudad, por trabajo, cuando todo se fue al carajo. Cuando volvió en busca de su hijo, no lo encontró por ningún lado. Quizá había tenido la esperanza de que estuviera con los gemelos, pero ellos habían yacido solos, sin su padre también. Lo que significaba que había perdido tanto a su hijo como a su novio. 

Gojō le tenía un sincero respeto al hombre, por lo que podía ser una persona normal y no un grandísimo idiota cuando se trataba de él. Bueno, al menos no tanto. De todos modos el otro también era medio loco.

—Cuenta con ello, Jefe —aceptó, dibujando en sus labios una risita burlona, pero poniendo una mano en su hombro a forma de consuelo silencioso.

—Gracias. 

 

~•§•~

 

—¡Soy Itadori Yūji! —el de cabellos rosa estaba haciendo un saludo militar. Él se encontraba de pie frente a la puerta del gimnasio del instituto, que era el lugar que los chicos del club de baloncesto usaban para sus entrenamientos antes de que todo explotara, había una cancha y graderías… pero ahora funcionaba como sala de entrenamiento para los refugiados—, ¡Mi signo zodiacal es Piscis y mi tipo son las personas altas con gran trasero, gusto en conocerlo! —él lucía realmente serio.

Desde ese instante, Satōru supo que estaba jodido. Yūji era un maldito sol caminando sobre la tierra… y él era grande de todos lados excepto del trasero. 

Algo empezó a brotar desde su garganta, un sentimiento que hacía mucho no experimentaba y comenzó a calentar poco a poco su pecho; una carcajada escapó de sus labios en una sonrisa sincera. 

—¡Un placer conocerte, Itadori Yūji! —Satōru dijo, haciendo muecas con los labios e imitando el saludo militar del chico—. ¡Yo soy G…! 

—¡Lo sé!  —interrumpió Yūji.

Se alejó del marco de la puerta y corrió hacia el de cabellos claros, sorprendiendo a este en cuanto lo tuvo frente suyo muy rápido. Un aroma extraño combinando cítricos y frutos rojos llegó a sus fosas nasales… resultaba fresco, de alguna forma agradable. 

En serio muy agradable. Satōru sintió un rico cosquilleo en la nariz. 

—¡He escuchado mucho de usted! —sus ojos castaños brillaban y en sus labios una enorme sonrisa se había pintado—. ¡Escuché que trabajaba en S.W.A.T.! ¡Y Nanami dijo que era realmente muuuuy genial! 

Satōru alzó las cejas, luego sus ojos se entornaron con algo de duda. Actualmente se podían decir muchas cosas sobre él, y estaba seguro que Nanamin era uno de los que hablaría pestes sobre su persona sin ningún remordimiento. Sin embargo, Yūji parecía un chico muy sincero, ¿Por qué motivo mentiría? Gojō decidió que no lo hacía, por lo que el rubio entonces había hablado maravillas de él. 

—Vaaaya~… —dijo, llevando una mano hacia su mentón en una pose pensativa—. Nanamin debe amarme en secreto, posiblemente.

En algún lugar de la base, escalofríos le retorcieron la espalda a Nanami.

Yūji emitió una risita divertida y en cierto punto, tierna, por lo que Satōru no pudo mantener sus manos quietas. Él acarició con suavidad sus cabellos mientras le sonreía de medio lado. Lo que no esperó fue que el chico fuera tan consciente de su toque; pudo ver claramente como su sonrisa titubeó un momento, sorprendido por la caricia, y luego un ligero sonrojo coloreó sus mejillas.

«Lindo», pensó, aunque eso ya lo sabía.

—¿Qué fue lo que dijo Nanamin de mi? —curioseó, alejándose un poco. 

—¡Él dijo que era una jodida peste! ¡Que era un maldito egocéntrico, que tenía una personalidad de mierda y que no hacía más que joderle la existencia y hacer su vida miserable! ¡Un día por accidente no tan accidente podría dispararle entre las cejas en lugar de a un infectado!

Una venita se hinchó en la frente de Satōru mientras en su boca había una sonrisa tétrica. Eso definitivamente sonaba más como Nanamin. 

—¡Pero sobretodo…! —continuó Yūji—. ¡Dijo que su único punto a favor era que para su maldita suerte, porque luego tenía que aguantarlo cuando presumía, era el mejor en su trabajo! 

Bueno, eso no sonaba a un alago para nada. 

—¿Y en qué parte de esa conversación él dijo que yo era «muuuuy genial»?

—¡En todo! 

—¿¡Ah!?

—¡Sí! —Yūji parecía muy seguro—. ¡Porque el hecho de que sea un bastardo infeliz con una personalidad de mierda que le encanta presumir, esa seguridad en sí mismo solo es posible si realmente sabe que es bueno! Además, Nanami admitió que lo era muy a su pesar. Lo que significa que incluso si solo escuchar su voz le da dolor de cabeza y acorta su vida un poco más cada que lo ve, sabe que realmente es muuuuy genial, y presume porque puede hacerlo y no hay lugar a debates.

Por primera vez en mucho tiempo… no, por primera vez desde que recordara, Satōru se había quedado sin palabras. Esa definitivamente era una extraña forma de alagarlo. 

—Así que, cuando Tōji nos dijo a Sukuna y a mi que nos entrenaría personalmente, aunque Sukuna se negó rotundamente alegando que jamás se metería voluntariamente en una habitación donde estuviera usted… yo estaba muy feliz. 

Un nuevo tono de carmín pintó las mejillas de Itadori Yūji. Por primera vez lució realmente nervioso mientras jugueteaba con sus dedos y una risita tímida se torcía en su boca. Gojō no pudo evitar quedársele viendo de más cuando mordió uno de sus labios. 

Impulsado por una fuerza demasiado atrayente, se inclinó hacía Yūji para así observarlo a los ojos, desde muy, muy cerca, ladeando la cabeza como un gato en serio demasiado curioso. Cuando el chico alzó la mirada y sus ojos castaños se clavaron tímidos en su rostro, todo su interior revoloteó. 

Parecía que podía ver todo de sí, incluso a través de sus anteojos oscuros.

—¿Por qué? —quiso saber. 

El de cabellos rosa no dudó en su respuesta. 

—Porque es el mejor… y no querría que nadie más me entrenara, más que usted.

Sus ojos lucían tan grandes y hermosos, sus mejillas estaban sonrosadas.

Gojō se alejó, soltando una risita, una de sus grandes manos de nuevo viajó a los cabellos del más bajito, despeinándolos durante unos segundos. Después se giró, dándole la espalda.  

Ese día descubrió dos cosas. 

La primera: su corazón no yacía del todo muerto como creyó estaba; en ese momento era capaz de sentir sus latidos golpeando su garganta y resonando en sus oídos.

La segunda: incluso él podía sonrojarse. 

—Me alagas, niño. Pero dime algo que no sepa. Además, no me trates de “Señor” —carraspeó un poco la garganta—. Me hace sentir realmente viejo y no lo soy, ¿sabes? Apenas tengo veintisiete años, estoy en plena flor de mi juventud, sin mencionar lo increíblemente sexy y atractivo que soy.

—¡Oh! Lo siento jeje. Yo tengo diecinueve, así que tampoco soy un niño. 

Sus palabras fueron inocentes, con una sonrisa hermosa en sus labios, pero Satōru lo interpretó a su manera.

—Oh. 

No era un niño, y tampoco tenía el cuerpo de uno, averiguó más tarde mientras le daba su primera cla…

.

.

.

 

A Satōru un dolor en la parte trasera de su cabeza lo devolvió de golpe a la realidad. Al voltearse para encarar a su agresor, tenía una sonrisa tétrica en los labios y una vena se hinchaba en su frente, su respiración estaba frenética y había alzado el brazo que sostenía su Katana negra. Sin embargo, por muy atemorizante que pudiera verse, cuando Sukuna lo encaró, lucía relativamente tranquilo, incluso si sus malditas y asquerosas feromonas estaban esparcidas por todo el lugar.

—Ya párale a tu mierda —Sukuna dijo, apretando los labios—. ¿Crees que haciendo puré de malditos infectados encontrarás a mi hermano? 

Entonces la lucidez volvió. 

Sus ojos celestes barrieron el lugar, a través de sus anteojos observó el desastre que había hecho. Los quince infectados, que tristemente se habían cruzado por su camino, se encontraban esparcidos en partes en todos lados. Satōru no se había limitado solo a asesinarlos definitivamente… los había destrozado. 

Su ropa yacía sucia, todo él se veía asqueroso. Sukuna no sabía que apestaba más, si sus feromonas o el mismo Satōru. 

Pero el de ojos rojizos tenía parte de la culpa, al inicio lo había dejado hacerlo porque entendía su frustración, y era bueno que liberara un poco de ella o más adelante le explotaría en la cara, y eso definitivamente no lo quería. Sin embargo llegó a un punto en el que fue demasiado grotesco, el de cabellos blancos lucía como un maldito loco: con ojos desorbitados y sonrisa desquiciada.

Satōru sonrió nerviosamente mientras bajaba la Katana y se pasaba una mano temblorosa entre los cabellos blanquecinos, peinándolos hacia atrás.

—Solo es un poco de ejercicio. 

Sukuna lo observó muy serio, con el entrecejo arrugado. 

—No tenemos tiempo para tus estupideces —dijo—, tenemos que barrer lo más que podamos antes de que anochezca. 

No dijo más, y Satōru tampoco respondió, se limitó a guardar su Katana en la funda que usaba en la espalda y sacar un pañuelo para limpiarse el rostro.  

Sukuna tenía razón, no podía continuar siendo tan idiota. Yūji estaba ahí afuera, posiblemente solo, o quizá con algo de compañía, pero aún así Gojō no podía dejar de estar preocupado. Su lindo Yūji seguro estaba pasándola mal, si los traumas respecto al celo y las feromonas descontrolando a los infectados volvían, no quería ni pensar en cuan difícil se podían volver las cosas para él. 

Quería encontrarlo lo más pronto posible, sin embargo, dejando que sus impulsos le ganaran no lograría nada, mas que retrasar la búsqueda. 

Inhaló hondamente, dejando que el oxígeno entrara en sus pulmones y que se le enfriara la cabeza. 

—¿En que zona toca buscar? —preguntó luego. 

Realmente era un asco admitirlo, pero Sukuna era el más sensato de los dos en ese momento. Y se suponía que el adulto era él. 

Su cuñado lo observó con ojos inquisitivos durante unos segundos, antes de sacar el mapa que cargaba en la mochila que colgaba en su espalda, para luego extenderlo sobre el capó de un auto destartalado. 

—El supermercado está aquí —señaló el chico un punto en el mapa—, y nosotros ya revisamos esta parte de aquí y ahora estamos por acá. Pero tomando en cuenta que estamos en un lugar con un número considerable de infectados y Yūji es idiota, pero no estúpido; hay tres opciones. Este condominio —señaló el mapa—, es bastante lujoso por lo que posiblemente las casas estén circuladas, lo que definitivamente ayuda a que los infectados no ingresen a estas. Este club deportivo, que definitivamente restringe el ingreso y, por ultimo —sus dedos se movieron hacia otro lugar en el pedazo de papel—, este complejo de apartamentos. Es el más lejano, por lo que podemos dejarlo para el último.  

—En ese caso vayamos primero al condominio —Satōru sugirió. 

—Condominio entonces. 

—Okay. 

Silencio. 

Sukuna tomó el mapa y lo enrolló de nuevo para luego guardarlo en la mochila donde cargaban cosas necesarias para la búsqueda. Satōru también tenía una colgando de uno de sus hombros, pero esta era más un maletín. El único que cargaba provisiones era Sukuna, y sin embargo estas estaban acabándose. Necesitaban reabastecerse y no solo con lo necesario para ellos, no sabían con cuantos del grupo de Yūji se encontrarían y si ellos tenían provisiones, así que debían juntar un buen botín. 

—Ten —Sukuna dijo y de inmediato lanzó algo al rostro del de cabellos blancos, este lo tomó en el aire e inspeccionó el objeto. 

Era una barrita de granola. 

—El almuerzo —su cuñado se encogió de hombros. 

—Yomi, mis favoritas… —Satōru fingió un entusiasmo que no le llegó al rostro.
 
Bueno, no era como si pudieran ponerse caprichosos en esos tiempos. Solo… no le importaría si Yūji estuviera a su lado. En momentos como esos no podía evitar que su mente divagara y pensara lo peor. 

Solía ser un imbécil, lo tenía claro, sin embargo no era negativo. 

Pero desde lo de Getō algo se había roto, y ese algo Yūji lo había sanado con su presencia y sus hermosas sonrisas inocentes y tontitas. Nadie nunca lo había cautivado tanto como él… y ahora no estaba a su lado. Sí llegaba a perderlo no sabía de qué sería capaz. 

Algo había sucedido, y quería creer con todo su maldito corazón que estaba sano y salvo, que todo el entrenamiento que le había dado y las prácticas fuera de la base, solo ellos dos, habían dado sus frutos. Era solo que… habían pasado tres semanas. 

Tres malditas semanas. 

¿Si estaba a salvo, por qué no volvía? 

Tendría que saber que tanto él como Sukuna estarían muertos de la preocupación si no sabían nada acerca de su paradero. 

Satōru abrió el empaque de su almuerzo y llevó la barrita a sus labios, le dio un mordisco al mismo tiempo que sus ojos se enfocaban en Sukuna. Él era idéntico a Yūji, pero al mismo tiempo tan diferente; sus rasgos se veían un poco más maduros y su mirada más salvaje que la de su hermano. A veces resultaba extraño porque ellos en verdad tenían un rostro idéntico, y aún así podían verse totalmente distintos.

Satōru de vez en cuando veía a su cuñado. Sabía que el chico era hábil, lo había comprobado con sus propios ojos; se dijo que no tenía que preocuparse por él.

Y aún así hizo un juramento mental en ese momento. Si algo ocurría, y esperaba que no fuera el caso; si algo pasaba que estuviera totalmente fuera de sus manos y se viera en la obligación de priorizar su vida o la de Sukuna; haría lo posible por mantenerlo vivo a él. 

Si Yūji llegara a perder a la única familia que le quedaba, eso lo destrozaría. Y era lo último que Gojō querría que sucediera. 

Claro, eso solo sería en el hipotético caso de que una bomba nuclear estallara porque, por favor, el era Gojō Satōru, tenían que bombardearlo y partirlo en pedazos si realmente querían terminar con él. Y para ser sincero, ¿Quién podría hacerlo en tiempos como esos? Prácticamente era invencible.  

Era el maldito hombre más fuerte de todo el jodido apocalipsis. 

Sukuna volvió la mirada hacia el de cabellos claros al escuchar que soltaba una risita. No tenía idea de qué cruzaba por su cabeza, pero seguro era algo estúpido porque tenía una sonrisa tan idiota y una expresión muy imbécil en la cara. Lo habitual, aunque un poco más.

¿Cómo rayos su hermano se había enamorado de ese maldito?

Oh, cierto, Yūji y Satōru compartían neuronas. Sukuna en la vida iba a olvidar la vez que ese par de estúpidos se “escaparon” para ir a casarse. Le salían piedras en los riñones de solo recordar.

Grandísimos idiotas. 

Continuaron avanzando por las calles con sus bolsas al hombro y las armas en sus manos, caminando pegados a los locales y edificios, siempre alertas ante cualquier sonido. Sukuna iba al frente y Gojō cuidando la retaguardia. A su alrededor la destrucción era un panorama al que ya estaban acostumbrados: Basura, autos destrozados, locales saqueados y destruidos, el sol burlándose de ellos desde las alturas mientras sentían que se derretían debido al calor.

En su camino hacia el condominio, ingresaron en algunas tiendas en busca de suministros, alertas y con sus armas en las manos pero sin llegar a usarlas pues no habían infectados en estas, escudriñaron a fondo por algo que fuera útil. También ingresaron en una farmacia y tomaron medicamentos que habían en algunos estantes y también tirados en el suelo. 

Principalmente Gojō buscaba supresores para Yūji, siempre los buscaba cuando salía en alguna misión, pero como le había dicho antes a su cuñado, era muy difícil encontrarlos, y era claro que no encontraría nada en esa farmacia, pero no perdía nada al intentarlo. Los que le había dado a su ángel seductor antes de partir, obviamente ya los había usado, así que necesitaba encontrar más para él y dárselos cuando lo encontraran. 

Una vez aceptó que no encontraría nada, salieron de nuevo a la calle, donde el panorama desalentador los esperaba. Gojō no podía evitar sentirse incómodo ante lo que se hizo evidente conforme continuaban avanzando a su destino trazado, y es que era innegable la falta de infectados. 

Es decir, no encontrarse con ellos siempre era de agradecer, pero aunque no quisiera, debían toparse con unos cuantos al menos, los habían en todos lados y era inevitable, esa era la vida ahora. Si bien se podían de hecho evitar el contacto, de todos modos siempre debían poder observarlos en la distancia. Sin embargo, después de los quince que Satōru había destripado antes, en el centro comercial y unas horas antes, no volvieron a toparse con ninguno, no había nada … y eso era muy extraño.

No tenían idea de lo que ocurría, pero al menos debían estar agradecidos de que el camino estuviera limpio, ahorraban mucha energía. Aunque, secretamente, Gojō había estado deseando toparse con más para liberar un poco  de frustración. 

Habían estado caminando sin descanso hasta que finalmente vislumbraron la elegante verja que separaba el terreno del condominio con el perímetro del exterior. Totalmente alertas, se adentraron en las calles de este, esperando encontrar algo que fuera útil. Entraron a un par de casas en busca de más suministros, e iban por el camino hacia la tercera cuando los gruñidos los alertaron. 

—Alto… —susurró Gojō mientras sostenía el brazo de Sukuna para detenerlo, el chico volteó a verlo con una expresión de molestia y un insulto por la osadía de atreverse a tocarlo, pero entonces él también lo escuchó. 

Ambos lo vieron al mismo tiempo, unos diez infectados aparecieron por el costado de una casa. Gojō sonrió de medio lado a la vez que hacía una maniobra con la espada negra en su mano mientras al mismo tiempo le hacía un gesto a su cuñado en señal de que él se encargaría.  

Pero entonces, nuevamente a medio camino de su cometido, los gruñidos intensificaron de golpe y donde antes habían diez infectados, de pronto habían treinta, y luego cincuenta. Y antes de procesar lo que estaba sucediendo, cientos de infectados comenzaron a rodearlos. Gojō soltó una maldición y luego se giró hacia Sukuna, que tenía los ojos muy abiertos mientras observaba a su alrededor, sosteniendo sus cuchillas con fuerza y una expresión en el rostro absolutamente tensa, sudor bajaba por los costados de su rostro mientras los gruñidos y los pies siendo arrastrados sobre el pavimento enviaban escalofríos por su columna. 

Sukuna le devolvió la mirada. «Son demasiados», pudo leer en sus ojos rojizos. Su respiración estaba agitada, podía ver como su pecho se hinchaba y como sus orificios nasales se expandían al respirar con  fuerza. 

Gojō no lo pensó antes de correr en dirección de Sukuna y tomarlo del brazo para luego correr hacia la casa más próxima. Escalaron de prisa la alta verja metálica y corrieron sobre el césped muerto con dirección a la puerta, que con una fuerte patada abrieron, al entrar, cerraron de inmediato esperando los golpes de los infectados, que seguro más de algún par había logrado atravesar la valla, pero cuando el silencio fue lo único que los saludó, la extrañeza se dibujó en el rostro de ambos chicos. 

Cauteloso, Sukuna se acercó hacia una de las ventanas, corrió un extremo mínimo de la cortina y luego observó hacia afuera. No había ningún infectado al otro lado de la puerta, ni en el jardín. Todos continuaban al otro lado de la verja. De hecho, parecía que ninguno, de entre esos cientos, se había percatado de su presencia. 

Gojō no lo dijo, pero el mal presentimiento solo se volvió más fuerte.

 

~•§•~

 

«Cuando abrí los ojos, todo era oscuridad. Yo estaba recostado en el sofá mientras abrazaba a mi pecho el revólver que había encontrado. Debía realmente haber estado muy, muy cansado para haberme dormido de esa manera dos veces seguidas. O quizá era que desde hacía mucho no me sentía tan relajado como para tomarme la libertad de dormir con tranquilidad sin ninguna preocupación.

O quizá era la anemia debido a la pérdida de sangre por el golpe en la cabeza. Lo cual era mas seguro. 

Dejé el arma en la mesita y salí al pequeño balcón. No tenía idea de la hora pero parecía que dentro de no mucho amanecería. El aire estaba helado pero no me importó y decidí permanecer allí un momento, observando el paisaje oscurecido. En otro tiempo, esa sería una vista demasiado hermosa, con las luces de la ciudad iluminando mientras los primeros rayos del sol se abrían paso entre las nubes.

Cuando al fin entre, fui directo hacia el cuarto de ducha de la habitación, necesitaba asearme, no olía precisamente a flores. También esperaba encontrar algo en el armario ya que mi ropa era un desastre. 

Me bajé los pantalones junto con la ropa inter…».

—¿Qué estás leyendo, Su-ku-na? —absorto como había estado en su lectura, Sukuna dio un pequeño salto al no haber sentido a su compañero posicionarse detrás suyo, hasta que este susurró en su oído. 

—¡Maldito pedazo de mierda! ¡Un día te voy a meter una bala entre las cejas, maldita sea!

Estaba sentado sobre la terraza de la enorme casa de dos niveles en el condominio desolado al que habían planeado ir, casi una mansión prácticamente.

Fue el día anterior cuando se toparon con el grupo grande de infectados a media investigación, ellos habían salido prácticamente de la nada. Habían decidido que esperarían a que terminara de pasar por el lugar y luego se largarían… solo que estos no se movieron del condominio en toda la noche. Los sonidos que hacían eran escalofriantes ya de por sí, pero con tantos reunidos en un solo punto, eran jodidamente aterradores en plena noche.

Se turnaron de nuevo para la guardia nocturna y decidieron que en la mañana recorrerían la casa. A la mañana siguiente hurgaron el lugar en busca de algo útil, no encontrando nada realmente pues se veía que había sido saqueada muy a fondo; por lo que cada uno se perdió en cualquier cosa. Aprovecharon, gracias a que había agua, para tomar un baño realmente refrescante y necesario y luego buscar de nuevo, quizá encontraba algo. Sukuna, por su lado, subió a la azotea para vigilar la horda de infectados mientras se escondía entre plantas muertas, por suerte el sol también estaba oculto entre espesas nubes, así que no era un problema. Lo único incómodo era los incesantes gruñidos provenientes del enorme grupo de infectados, que parecía hacerse más y más grande con el paso de las horas. 

Que tantos infectados estuvieran juntos era demasiado extraño. Es decir, se podía ver seguido manadas de estos yendo muy juntos, entre veinte o treinta, a veces hasta cincuenta; pero nunca había visto un grupo tan grande, y hablaba de que en serio era enorme. Tendrían que tener de verdad mucho cuidado. 

Estando allí sin realmente hacer nada más que observar, decidió tomar el diario destartalado que guardaba en su chaqueta. 

Por lo que, al salir en su búsqueda pues estaba demasiado aburrido y si se quedaba sin nada que hacer, su mente divagaba y eso no era bueno; Satoru lo encontró sentado en posición india y encorvado, leyendo muy concentrado. El de cabellos claros sonrió mientras se acercaba sin hacer un solo sonido y estiraba el cuello para tratar de ver que leía, no haciéndolo realmente, porque no estaba interesado en ello, solo quería molestar.

—Sí, sí, que miedo. Como sea, ¿Qué lees? —Satōru retrocedió un paso para que la patada que lanzó Sukuna no le diera, pero luego estiró el cuello tratando de ver una vez más el contenido del diario.

Sukuna guardó silencio un momento, ocultando el objeto recelosamente. 

—Es un diario —dijo al fin—, de alguien que vivió en este mundo podrido.

Porque, el hecho de que Sukuna lo tuviera en sus manos solo significaba una cosa, y no era algo bueno: El dueño de dicho diario ya estaba muerto.

—mmm… —Satoru alzó una ceja.

—¿Qué? 

—Nada, solo no pareces del tipo que lee.

Y no lo era, en realidad. 

—… Es interesante —dijo nada más, luego de unos segundos de silencio.

Satoru sonrió. Era raro ver a su cuñado esos días así de distraído o concentrado, tomando en cuenta los sucesos de no hacía mucho. Incluso estaba escondido por ahí para poder leer tranquilo. Aunque tampoco era tan malo, para el carácter que se tenía y que había empeorado los últimos días aunque dijera que no, que se calmara un poco era un alivio. Y era divertido hacerlo enojar. 

Así ambos se distraían al menos un momento.

—¿Seguro que no es un relato erótico? No te conocía esas mañas, Su-ku-na~, creí que odiabas a todo el mundo a excepción de tu hermano.

Sukuna se puso de pie con velocidad, se acercó al hombre de cabellos claros y luego lanzó un puñetazo con intensiones de romperle toda su, según el mismo Satōru, “Octava maravilla del mundo”, o sea, su cara. Pero así como hábil era Sukuna, mucho más lo era su compañero. El de ojos celestes esquivó con gran facilidad el golpe, solo moviéndose hacia un lado sin mucho esfuerzo, sus anteojos apenas y resbalaron de su posición, pero los acomodó rápidamente. Sukuna intentó arremeter de nuevo, pero entonces Satōru solo escapó, corriendo hacia dentro de la casa.

—¡Maldito cobarde! —gritó a susurros, tampoco quería llamar la atención de los cientos de infectados en la zona.

—¡Sabes que puedo ganarte en cualquier momento, Su-ku-na~! —sus gritos iguales a los de Sukuna, tan solo susurros, mientras se adentraba en lo que antes fue un hogar acogedor— ¡Pero ahora no tengo ánimos y tú tienes una lectura erótica pendiente! ¡Disfrútala por cierto! —le guiñó un ojo de forma juguetona.

El de cabellos rosa soltó un resoplido mezclado con una sonrisa, «Maldito infeliz hijo de perra», pensó en modo amigable. Debían sentirse ambos de la mierda para estar bromeando juntos. Luego le compensaría el distraerlo un poco. O quizá eso saldaba la deuda por él haberlo animado antes. 

Sukuna permaneció un momento de pie hasta que buscó con la mirada el lugar donde había dejado el casi destartalado diario/cuaderno. Lo tomó con cuidado para que sus hojas no se desprendieran aún más y luego volvió a tomar asiento donde había estado al principio.

Prosiguió con su lectura. 

«Me bajé los pantalones junto con la ropa interior y luego la playera. Cuando el agua por fin golpeó contra mi piel, fue tan delicioso que solté un jadeo involuntario. Estuve metido no sé cuánto tiempo. Minutos, horas. No importaba. Me sentía en las nubes y no salí hasta que estuve satisfecho.

Una vez en la habitación, busqué en el armario algo que me quedara. Por suerte, además de ser un maníaco de la limpieza, el tipo tenía especial cuidado con su apariencia. Había ropa deportiva, trajes, ropa para dormir, todas de marca cara. Quién sabía que clase de vida llevaba, por el momento solo podía agradecer a ese desconocido. 

Tomé una playera gris que me quedaba holgada y unos pants negros. Luego salí de la habitación para terminar de hacer mi recorrido, pues el día anterior me había quedado dormido en medio de ello. 

¿Había dicho que me gané la lotería? Bueno, siempre debe haber una trampa en ello. 

Habían dos baños en el apartamento, uno en la habitación y otro para invitados. Y los que visitaran al sujeto vaya que se iban a llevar una gran sorpresa. En este caso fui yo el que se la llevó. 

En cuanto abrí la puerta del baño para visitas, un infectado se abalanzó sobre mi con la boca abierta llena de dientes mugrientos y apestosos, dispuestos a clavarlos en mi yugular. Caí al suelo con esa cosa sobre mi, sus manos sucias tomaron mis cabellos y me jalaron hacia él. Por suerte parecía tener muy buenos reflejos por lo que pude torcer el rostro del tipo hacia un lado para evitar que me mordiera, luego lo empujé con mis piernas con toda la fuerza que podía. 

Giré rápido y me apresuré a levantarme y luego corrí hacia la cocina para buscar un cuchillo, el más grande si era posible. Aunque en ese momento solo tomé el primero que tuve en frente. Cuando el infectado corrió hacia mi de nuevo, no dudé en tomarlo del cuello y clavarle el cuchillo en la cabeza. 

Un poco de su sangre mugrienta me cayó en la cara, fue absolutamente asqueroso. 

El cuerpo cayó en medio de la cocina, ensuciando todo el piso. Genial, ahora tenía que limpiar. Aunque claro, tenía todo lo necesario gracias al cadáver desperdigado en el suelo. El cadáver de alguien que seguro tenía planes y que pudo tener una larga vida, pero ahora estaba muerto, y no por mi mano, sino por un maldito virus que algunos malditos locos habían creado creyendo que sería divertida una nueva droga, como si no hubieran ya las suficientes en el planeta.

Y luego, sorpresa, no era solo una droga creada en un laboratorio clandestino como se había pensado pues se corría el rumor de ello en el bajo mundo, llegando a oídos de todos en poco tiempo. Solo que también existía otro rumor jodidamente aterrador que involucraba al gobierno.

Entonces, finalmente, cuando parecía que nada iba a mejorar y todo solo podía ponerse peor,  pero también gracias a la presión de miles, sino millones de protestantes, los gobiernos involucrados no tuvieron más opción que admitir que la droga en realidad era un arma hecha en conjunto por ellos, que disponía a ser usada contra los países enemigos para desestabilizar y neutralizar a los ejércitos desde su propio campo de batalla. Pero primero fueron poniendo a prueba los resultados al distribuirla en una pequeña parte de la sociedad. 

En países bajos, donde las personas vivían en condiciones deplorables y nadie les prestaría la suficiente atención, por lo que pasarían desapercibidos. Lo que no esperaron nunca fue que algún imbécil más idiota que ellos pudiera crear una réplica y luego distribuirla en todos lados. 

La indignación de la población fue tal, que hubo revueltas de magnitudes desorbitantes, allanamientos y ataques en varias zonas estratégicas. Los policías y soldados barrían las calles en las ciudades tratando de contener a los protestantes que exigían, no solo las cabezas de los involucrados, sino hacerles probar su propia droga en televisión mundial. Se libraban enfrentamientos, habían tantos heridos, muertos… era un infierno.

Pero fue entonces cuando todo se fue al carajo. La maldita droga que ya se había vuelto una infección, se volvió un virus que mutó en algo sumamente contagioso, de fácil y de rápida transmisión, principalmente por la saliva y la sangre. Y fue entonces y solo entonces, cuando el verdadero infierno se desató.

Mandaron todo a la mierda. Gracias por nada, hijos de tierra…

Notas finales:

Muchas gracias por leer, aunque me gustaría saber si les gusta o no ;) eso ayudaría con la motivación <3


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