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El trono abandonado por Lizzy_TF

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Preguntas y más preguntas


 


En los jardines verdosos y floreados, la brisa veraniega acompañaba a los rayos del sol cálido. Los niños jugaban cerca de las camas de flores blancas y azules, al este de la mansión. Traían muñecos de tela, rellenos de arroz y las caritas pintadas y cocidas con botones. Estaban sentados en el césped, con sus manos y rostros manchados de lodo. Sus risitas y voces se escuchaban alegres y tiernas.


—¡Eilif, Lillie! ¡Es hora de estudiar! —dijo uno de los centinelas que tenía el cuerpo enano y las alas ocultas por una especie de armadura metálica. Estaba cerca de la entrada de la terraza derecha—. ¡Sus papás están aquí!


Los niños se levantaron, corrieron y entraron a la casona. Debido a la emoción y el esfuerzo, sus mejillas estaban sonrosadas. Dejaron sus muñecos en el trinchador más cercano y llegaron hasta el recibidor, donde encontraron las figuras encapuchadas de sus padres. Lillie se acercó al de la derecha, el que tenía una barba pronunciada y la tez morena. Eilif se dirigió al de la izquierda, el que mostraba un cabello rojo intenso y tez púrpura. Ambos se dijeron hasta pronto y siguieron a sus papás.


El chico caminó por un pasillo detrás del hombre, y se adentraron a una sala privada. Se sentó frente al escritorio grande y aguardó.


—Te gusta jugar mucho con tu hermana, ¿verdad? —el padre inició la conversación. Agarró un libro del estante cercano y se sentó frente al pequeño—. Algún día tendrás que enfrentarla, así que considera que puede ser complicado.


—¿Enfrentarla? ¿Por qué? —dudó, con los ojos verdes abiertos de par en par.


—Porque ella será la Reina Celestial y tú el Rey Infernal, figuras contrarias en la Creación, enemigos eternos —explicó y abrió el libro—. Ya he hablado de eso con su papá, y buscaremos la manera en que las cosas sean mejores para ustedes. Por supuesto, no podemos exponerlos todavía, o los asesinarán.


El chico agachó la mirada, se percató de sus manos manchadas y se limpió en la ropa. No comprendía muchas cosas, entre ellas el hecho de que nunca podían dejar la casa y los alrededores. Siempre eran vigilados por los centinelas, quienes parecían demonios y ángeles. Todos eran pequeños y rechonchos, con alas minúsculas, cuernos reducidos y voces chillonas, pero con diferencias únicas entre ellos, como sus pieles de colores variados. Asimismo, tenían prohibido hablar de sus padres cuando no estaban presentes, justo como de la educación que recibían por separado. Tampoco le quedaba claro por qué serían asesinados si abandonaban la mansión. “¿Por quiénes?”, era una de las principales dudas que aparecía en su mente.


—Hoy vamos a aprender algo muy importante, así que presta atención —dijo su papá.


Asintió y buscó un cuaderno en los cajones de un mueble archivero. Lo abrió y comenzó a escribir.


—El Infierno tiene una política muy específica. Está dividido en naciones llamadas ‘Piedras’. Cada una es comandada por un Lord, que es un pequeño rey que obedece a uno más poderoso.


—¿A ti? —preguntó Eilif curioso.


—Sí, a mí.


—¿Es lo mismo en el Cielo?


—No. Por ahora no estudiaremos la política del Cielo. Quiero que analicemos el Infierno y a cada uno de los Lores actuales. Hoy conoceremos a uno en específico.


—¿Por qué? —insistió y lo miró atento.


Los ojos rojos de su padre no brillaban, significando que su poder estaba en total control e imperceptible. No obstante, su mueca denotaba una seriedad pesada, que causaba angustia y consternación en el pequeño. Era casi como si estuviera molesto, como si realmente no quisiera estar ahí.


—Porque ese Lord podría ayudarte a llegar a mi trono —confirmó el hombre.


—¿Y para qué quiero llegar a tu trono?


—Lo entenderás cuando seas un poco más grande.


Estuvo a punto de cuestionarlo frenéticamente, pero reconoció la boca torcida de su padre. Asintió y esperó en silencio.


—De todos los líderes de nuestro mundo, uno de ellos es extremadamente poderoso. A diferencia de Samael, quien robó el poder de los Terrores hace tiempo, este demonio no necesita una extensión para mostrar su potencial, ya que es un proto-demonio. De hecho, es mucho más que eso. Es un Archidemonio.


—¿Qué significa eso?


—Que es un ente capaz de manifestarse con un cuerpo gigante, como una lagartija de alas enormes, con el poder para destruirlo todo. Casi como La Bestia, mi mascota favorita.


—¿Parece un dragón?


—Sí, pero no lo es —aseguró el padre y, ante su rostro tierno y lleno de interés, se mostró más afable—. El Lord de la Piedra Gris, Astaroth, también conocido como Ishtar, es el que más poder ejerce en el Infierno debido a su posición como el Gran Duque. Aunque Beelzebub también mantiene mucha influencia, no es tan astuto.


—¿Acaso significa que es tu hermano? Tú eres el rey, ¿no, papá? —dudó con dulzura—. Si él es el Gran Duque, sería tu hermano, ¿verdad?


—No. Astaroth no es mi hermano. Sí, tuvo un hermano menor, del que se desconoce absolutamente todo. Lo que su título refiere es su origen.


—¿Sobre que es un Archidemonio?


—Exacto. Justo como lo fue el primer rey del Infierno, el antiguo Señor del Averno.


—Señor del Averno —repitió y escribió las notas en su libreta, luego agregó dibujos caricaturescos de los personajes que conocía en las lecciones.


Su padre continuó la explicación, pero Eilif escuchó pasos y voces en el corredor externo. Reconoció la voz aniñada de su hermano menor y se preguntó algo sorprendente. “¿Por qué Joshua no estudia con mi papá o el de Lillie?”. Movió la cabeza un poco y se mostró distraído.


—¿Estás escuchando? —La voz de Lucifer capturó su atención.


—¿Qué? —dijo tímidamente.


El hombre soltó un respiro profundo y negó en forma reprobatoria.


—¿Qué pasa? ¿Por qué te distraes?


El niño aguardó titubeante. Puso el bolígrafo sobre la mesa y bajó las manos. Agachó la cabeza y vaciló, como si se debatiera entre lo que debía decir o hacer.


—Eilif —lo llamó el padre con un tono duro.


—¿Por qué Joshua no estudia como nosotros? —por fin, externó.


—Estudia con los centinelas. Ahora, concéntrate, por favor.


—Pero… —levantó la cara y le arrojó una mueca de incertidumbre—, ¿por qué?


No hubo respuesta.


Su papá se puso de pie y se acercó a la ventana. Su figura parecía más humana que la del papá de Lillie, o eso creía. Había una extrañeza a su alrededor, que iba más allá de la contrariedad de su belleza y apariencia temible.


—Supongo que teníamos que asegurar a descendientes poderosos, por eso creímos que podíamos traer a uno más en caso de que los primeros no mostraran el potencial deseado.


—¿Eh? —expresó el niño y se recargó en la mesa con los codos. La explicación le pareció demasiado compleja, así que volvió a decir—: ¿A él no lo quieren?


—¿Qué? —contestó y se giró. Le sonrió y se sentó de vuelta—. Claro que sí. Es tu hermano menor, ¿por qué no lo querríamos?


—Si Lillie y Joshua son mis hermanos, ¿por qué no puedo llamarle papá al de Lillie?


—Porque no lo es —dijo con un leve siseo y contuvo su ira ante la noción expuesta—. Yo soy tu padre, ¿lo entiendes? Él y yo tenemos un acuerdo, eso es todo.


Los ojos tiernos del niño lo tranquilizaron. Le sonrió y se aclaró la garganta para continuar la explicación. El chico decidió enfocarse en el estudio y regresó el interés a sus notas. Creía que era mejor no tocar un tema así de complicado para papá, en especial por la manera en que siempre reaccionaba cuando le hacía la misma pregunta. Quizás, algún día, llegaría el momento en que se lo revelaría sin molestarse.


La voz del hombre lo arrulló lentamente y cerró los ojos. Se sintió pesado, como si estuviera a punto de caer a un costado y desaparecer. Abrió los ojos y encontró un techo desconocido, además estaba en otra posición. Se percató de la suavidad debajo suyo y comprendió que estaba en la cama de un lugar distinto. Se incorporó y miró los alrededores. Era una habitación enorme, con muebles variados y adornos de figurillas de demonios en el área de la mesita de té. Recordó la noche anterior y, por la cantidad ingerida de alcohol, se recriminó un poco.


—Astaroth… —susurró y bostezó.


 


 


***


 


 


—¿Estás seguro que es el hijo del Señor? —la voz preocupada de Astaroth resonó en toda la sala de comando.


Estaba sentado frente a una mesa redonda que mostraba un mapa en tercera dimensión. Frente a él, se hallaba su descendiente, con una vestimenta de dos prendas. Gill había despertado temprano y se había duchado en otra habitación, para no molestar al invitado. Luego, le había pedido a su padre una reunión privada, antes de verse con el comandante y los generales.


—Sí, me lo confirmó —dijo Gill con seguridad.


—Joder… ¿En qué momento tuvo un hijo? ¿Y por qué no me lo contó? —expresó la última frase dolido. Se puso de pie y se acercó a la puerta.


—Le pedí que hablara contigo. Dice que está buscando pistas o respuestas, pero no le entendí bien. Se autodenomina el Príncipe de la Oscuridad. Incluso, me dijo que su padre se lo reiteró el día de su partida.


—Bien. Dile que lo esperaré aquí. Mandaré traer el desayuno y le pediré a Izad que retrase la reunión.


—De acuerdo —aceptó y salió de la sala.


Durante el trayecto, Gill no pudo dejar de sentir un escalofrío ligado al nerviosismo. Jamás había creído que se sentiría así por algo que había ignorado por mucho tiempo. No tenía suficientes recuerdos del rey para crear una imagen más allá de la que siempre proyectó frente a sus súbditos. Las memorias más frescas en su mente eran referente a su padre y su obsesión con Lucifer. La única vez que se encontró con el rey, le pareció un demonio temible, de temperamento volátil y pensamientos crueles e inmundos. No obstante, Eilif le generaba una contradicción enorme, pues se expresaba de una manera muy diferente a la de cualquier demonio.


—Porque no lo es —musitó.


Se detuvo frente a la puerta de su habitación, pero no la abrió. Estaba en una coyuntura, porque tampoco creía que el muchacho se comportaba como un Nefilino.


Antes de tocar la manija, la puerta se abrió y Eilif apareció.


—¡Guau! —expresó este sonriente y lo miró de arriba hacia abajo. Inclusive detectó un aroma agradable entre la vainilla y las fresas frescas—. ¡Te ves fenomenal!


Gill sintió a sus mejillas sonrojarse un poco y se aclaró la garganta. Habló, pero el otro no prestó mucha atención, ya que estaba impresionado por la estética andrógina que mostraba. La ropa le cubría una parte del pecho y dejaba ver el vientre delgado y pálido, mientras que sus piernas se notaban por la falda rectangular, elegante, abierta y de tonos oscuros. Como el descendiente de Astaroth era muy delgado y mucho más bajito que él, le parecía demasiado tierno y con una belleza única. Entonces, se cruzó de brazos y asintió, como si lo escuchara atento, pero no desprendió la mirada de su cuerpo.


—Oye… —Gill sintió su mirada acosadora y se molestó—, ¿me estás escuchando?


—¿Eh? Ah, sí, sí. Dijiste algo de tu papá, ¿no? —respondió levemente apenado.


—Sí. Te recibirá en la sala de comando. Sígueme, por favor. Desayunaremos juntos, ¿te parece bien? Además, te pregunté que cómo te sientes.


—¿Sentirme? Muy bien. Tu cama es muy cómoda —agregó juguetón y casual.


Definitivamente, ese muchacho no tenía nada de parecido con la personalidad de Lucifer, ni con el resto de los mitos que se contaban sobre los Nefilinos.


—Sígueme —le insistió el demonio.


Eilif no dijo más y caminó a su lado, pero no pudo dejar de admirar los detalles del castillo. Nunca había estado en un lugar así, lleno de armaduras ornamentales gruesas y con protecciones para alas y cuernos. Tampoco había visto pinturas de paisajes variados, por lo que su cabeza se perdió en dudas inusuales. ¿Por qué nevaba en el Infierno? Gracias a las enseñanzas de su ex cuidador, Thirzal, había logrado llegar a un camino conocido como ‘El Paso de la Roca’, que conducía hacia la zona desértica más grande del Infierno, en el continente del este. Entonces, vagó en otra conjetura. ¿Por qué había un desierto gigantesco en el Infierno? ¿Acaso existían climas variados? Por mucho tiempo, cuando fue un niño, creyó que todo ese mundo estaba hecho de lava y volcanes explotando.


Cuando llegaron a la sala de juntas, su atención regresó a la realidad. Observó impactado al sujeto que aguardaba junto a la mesa. No se parecía en nada al rubio, a excepción de uno de sus ojos y la tez pálida color gris. Hizo una ovación de respeto y obtuvo lo mismo.


—Eilif, ¿cierto? Un placer conocerte. Soy Astaroth, Lord de la Piedra Gris —el demonio se presentó.


—Mucho gusto. Agradezco que me permitan quedarme aquí. Conocí a tu… —se detuvo, al recordar las enseñanzas de su padre—, perdone. Conocí a su descendiente ayer, en la noche.


—Puedes hablarme de tú, jovencito. Gill me contó lo que ocurrió ayer, así que me gustaría hablar respecto al tema. Por favor, toma asiento. El desayuno está servido.


Miró la mesa y encontró platos humeantes. Aceptó la invitación y se sentó como un chiquillo ansioso por comer. Vio que la puerta fue sellada con un símbolo mágico y supuso que era el poder de uno de los dos demonios. Gill se sentó a su lado y el Lord en la silla más elegante.


—Mi descendiente me contó algunas cosas sobre ti, joven Eilif. Por ejemplo, mencionó que eres el hijo de nuestro Señor Lucifer —inició Astaroth y bebió un poco del café caliente—. Debes perdonar mi indiscreción, pero es difícil creerlo. Lord Satán nunca tuvo hijos.


—Sí, sé que nunca habló de mí —confirmó el chico y comió entusiasmado.


Gill lo observó con impresión y le pareció un poco ridículo. No era el hecho que parecía carecer de los modales típicos de la realeza, sino que se comportaba muy tranquilamente ante la presencia de dos Archidemonios.


—Varias veces me explicó que no podía revelarlo porque debía protegerme de sus enemigos —siguió Eilif, sin dejar de sonreír por el sabor delicioso de la comida—. Pero también me dijo que tú —pronunció, al dirigirse al Lord— me ayudarías en algún momento de mi travesía.


—¿Yo? ¿Y por qué lo piensas así? —dudó el hombre. Su mirada pesada no pareció infundirle el terror que otros solían sentir frente suyo, por lo que esperó a su respuesta.


—Porque alguna vez lo ayudaste. Me contó que llegó al Infierno, después de un problema que hubo en el Cielo, y que tú y Beelzebub lo convirtieron en su rey.


—Es correcto. No obstante, ¿qué te hace creer que haré lo mismo por ti? No puedes corroborarme que realmente eres su heredero.


—También dijo que dirías eso —soltó una risita tierna y levantó la mano.


Frente a ellos, un destello dorado se expandió y una espada apareció sobre la mesa.


El Lord observó intrigado y, titubeante, tocó el mango del arma. La reconocía a la perfección, pues era una de las reliquias más poderosas de la Creación, debajo de la Lanza de Longino, aquella que Luzbel trajo consigo el día de su exilio del Cielo. Sin embargo, la espada frente a él únicamente podía ser controlada por Lucifer, ya que estaba ligada a su esencia.


—Te lo dije, papá —Gill confirmó satisfecho por la mueca de impacto que su padre no podía ocultar.


—Quiere decir que Lucifer está muerto —susurró Astaroth y agachó la mirada—. Hemos perdido a nuestro líder.


Los jóvenes lo miraron. Su descendiente se sorprendió, debido a que era la primera vez que veía su rostro totalmente derrotado y decadente. Eilif, por su cuenta, soltó un respiro pesado y llamó su atención.


—Si realmente está muerto, entonces, ¿qué voy a hacer? —habló el pelirrojo con honestidad y se limpió la boca con la servilleta—. Lo único que me dejó fue a Brimstar y la obligación de que nunca olvidara quién soy. Me hizo repetírselo el día en que nos sacó de nuestro hogar y que se marchó.


Los otros lo observaron y luego lo hicieron entre ellos.


—Papá… —Gill pronunció.


—Fue tu padre el que te enseñó que eres el Príncipe de la Oscuridad, por lo tanto, eres su heredero al trono —confirmó Astaroth más tranquilo.


—¿Y es lo que debo hacer? —siguió Eilif, pero ahora con una sensación de derrota.


El Lord se levantó, caminó hasta su silla y le tocó del hombro para que prestara interés en sus frases.


—Tu padre era un ser excesivamente poderoso. Tenía una curiosidad desmesurada, que le ayudaba a encontrar las respuestas de las dudas que siempre lo atormentaron. ‘Astaroth’, me decía —contó afable—, ‘¿por qué me he transformado en un demonio, si provengo del Cielo?’. Por más que le diera opiniones y explicaciones de lo que yo comprendía, no eran suficientes. Investigaba, buscaba hasta en lo más recóndito del infinito, para saciar su deseo. Era un demonio sin igual —confirmó con remembranza y se sentó a su lado—, un líder nato y un ente casi puro. Tenía una tenacidad única, por lo que no comprendí aquello que contradecía una parte de su ser: su orgullo dañado. Allá en el Cielo, fue catalogado como el ángel más bello y peligroso de todos, pero le negaron la grandeza. Cuando quiso convertirse en el Campeón, el rey se lo prohibió por motivos idiotas.


—¿El rey? ¿Elohim? —inquirió, con los ojos abiertos de par en par.


—Sí, él. Le dijo que todavía era muy joven, inmaduro y que no podía controlar sus dotes. Le dijo que no sería justo darle el título porque dejaría afuera al resto de los ángeles. Luzbel lo retó, cansado de ser sobajado. Algunos más se le unieron en el proceso, y provocó lo que el Cielo cuenta como sus días más oscuros. Peleó por sus ideales, por aquello que consideraba justo. ¿Por qué no podía convertirse en el Campeón? ¿Por qué no podía tener las mismas oportunidades que los demás? ¿Por qué era culpable de algo que no podía controlar? Él no deseó tener la magnitud de poder que presentaba, ni la capacidad de comprensión y curiosidad que lo colocaba a la par del rey. Por eso, cuando llegó al Infierno, se encontró con una oportunidad como ninguna otra.


—En aquellos años, nuestro mundo no tenía orden —agregó Gill, como si informara en un salón de clases—. Era considerado un pozo sin salida, sin forma y sin reglas.


—Tu padre decidió asesinar al antiguo soberano, con mi ayuda. Luego, le propuso a los rebeldes, que habían mantenido una pelea por años contra ese mandato podrido, crear un Consejo. Pequeños gobernantes custodiarían las zonas que originalmente conocían mejor. Su perspicacia lo convirtió en una figura de alabanzas, pero sus estrategias y planes lo coronaron como el nuevo rey. Todos le juramos lealtad, pues ganábamos guerras y sometíamos a otros a voluntad. Estábamos a punto de iniciar la batalla del Armageddon contra el Cielo, con estrategias que nos harían posicionarnos como los más poderosos y temibles de la Creación, así que debíamos prepararnos.


—¿Acaso esa guerra no ocurrió ya? —dudó Eilif atento.


—Sí, pero no fue auspiciada por nosotros. Para llevarla acabo, debíamos seguir un método —aseguró. Se puso de pie, se movió del otro lado de la mesa y quedó de frente—. Debíamos romper todos los Sellos, por lo que Lucifer nos dio instrucciones precisas. No obstante, alguien rompió el Séptimo e ignoró los otros seis, pero lo volvió a cerrar al forjarlo con la ayuda de un ente antiquísimo. Nuestros ejércitos se prepararon, a pesar de que el rey no dio la orden. Los Legión, nuestros segundos al mando, viajaron a la Tierra y enfrentaron a los ángeles. Sin embargo, la Tierra no estaba lista como estipulaban las profecías de la Creación y el Balance. Los humanos todavía no tenían las armas para contrarrestarnos, por lo que fueron aniquilados sin reparo. Un ángel se convirtió en el Destructor y bajó al Infierno para cumplir su sentencia. Pero hubo juicios, encarcelamientos, acusaciones y de más, incluidas aquellas contra el Señor. El Consejo Supremo nos culpó, pero logramos limpiar nuestro nombre. Luego, inculparon a Elohim, aunque de una forma distinta, ya que creen que ese cabrón es descendiente directo del Creador. ¡Lo cuál es una estupidez! —opinó molesto y se aclaró la garganta—. Hace tiempo, Lucifer dejó el Infierno sin explicación aparente. Hace más de 30 años me percaté de sus comportamientos apáticos y sus escapadas. Lo interrogué, pero me dijo que no me preocupara, que todo estaría bien. Me aseguró que las cosas volverían a la normalidad. No le creí. ‘¿Cómo?’, lo cuestioné, pero no me contestó. Me evadió una y otra vez, hasta que un día jamás regresó. Fue el día en que uno de los Jinetes se presentó en la Piedra Verde en busca del responsable de la ruptura de la prisión de Corrupción.


—¿Corrupción? —interrumpió Eilif a toda prisa. Era la primera vez que escuchaba ese nombre, así que no pudo esconder su asombro—. Dijiste que alguien rompió el Séptimo Sello, ¿qué tiene que ver eso aquí?


—La Corrupción es una entidad antigua y arcana que habita en lo más recóndito del infinito, en el centro —Gill le explicó amable, al notar el pánico que se mostraba en su rostro—. No tiene vida. Es como un virus. Necesita de un huésped para manifestarse. Por eso, cuando lo hace, quiere decir que ya tiene uno. Se dice que despierta cada determinado tiempo porque su prisión está controlada por el Cronómetro de Cronos.


—¿Eh? ¿La deidad de los humanos?


—Cronos es el nombre del guardián que el Consejo Supremo tiene como su carcelero.


—¿Y mi padre liberó a la Corrupción?


—No —respondió el Lord—. Él sabía que ya estaba libre y no tenía el poder para romper la prisión. No sabemos quién lo hizo, pero sí sabemos de lo que es capaz. Tanto nosotros, como los ángeles, le tememos. Cuando ella alcance su máximo esplendor, corromperá toda la realidad y la reescribirá, utilizando los lineamentos que el Balance supone correctos.


—Entonces, si mi padre sabía de eso, probablemente fue la razón de su huida.


—No lo creo. Lo que sí sé es que él sabía sobre la primera ruptura, por eso podía reconocerla cuando estaba libre. Creo que ese día, cuando el Jinete nos visitó, Lucifer iba a servir como testigo. El Jinete buscaba información muy específica; sin embargo, tu padre salió del reino por otro motivo. Uno que todavía desconozco. Quizá tenga que ver con Corrupción, por una parte, pero… —titubeó un poco—, por lo que he visto, creo que tú eras la otra razón. Alguien debió enterarse de tu existencia, así que su único objetivo era protegerte.


—Eso no explica por qué no regresó al Infierno —dijo, con un tono bajo, y se cruzó de brazos.


—Es verdad. Probablemente, no tuvo opción. O, tal vez, se sacrificó para que tú vivieras.


—¿Sacrificarse? —cuestionó Eilif lleno de sentimientos encontrados, entre la esperanza, el cariño y el dolor.


Tanto Astaroth como Gill lo notaron. El primero comprendió que el pelirrojo era muy joven todavía. Un chico dañado por la imagen distorsionada que tenía de Lucifer, tal vez proveniente de las palabras que le había dicho, justo como él lo hizo alguna vez con su descendiente. El segundo se sintió identificado. Era muy parecida a la relación con su propio progenitor, con la distorsión constante entre las razones de lo que hacía. ¿Lo sobreprotegía porque lo amaba de verdad o por alguna otra cosa? Quizás, Eilif había vivido algo muy parecido, con un padre ausente, crítico y juzgador.


—Es una teoría —confirmó Astaroth.


—Entonces, si soy el Príncipe de la Oscuridad, ¿debo quedarme con el trono? Él lo deseaba —reveló Eilif y bajó los brazos—. Pero no quiero algo que él deseó para mí sólo porque él lo quería. Nunca me explicó sus planes reales. ¿Por qué debo quedarme aquí, cuando ni siquiera soy un demonio?


—Tu padre tampoco lo era. Se convirtió en uno, debido a la grandeza de su poder. Su sangre se manchó por completo, y su esencia cambió.


—Soy un Nefilino. Mi padre usó la sangre de Elohim para concebirme. Él me lo confesó. Entre Elohim y él nos crearon. A Lillie, para quedarse como la Reina Celestial, y a mí, para tomar su posición aquí.


—¿Quién carajos les mostró el método? Tenía entendido que Lilith era la única capaz de tal cosa —Gill habló con sorpresa.


—Si tu padre deseaba que tú te quedaras en el trono, no era por tu origen, sino porque así lo creía correcto. Eso no significa que debas sentirte obligado —aceptó el demonio mayor y asintió—. Tú debes decidirlo, Eilif.


No respondió. Soltó un respiro profundo y agachó el rostro.


—¿Por qué no te quedas unos días más? —Gill insistió, debido a la preocupación y empatía que comenzaba a sentir por él—. Si quieres, podemos pasear en la ciudad. También puedo enseñarte más sobre la Corrupción porque la he estudiado mucho.


Levantó la cara y encontró un rostro sonriente. Afirmó y también le regaló una sonrisa.


—Sí, está bien. Les agradezco mucho su hospitalidad.


 


 


***


 


 


Durante la primera noche, Eilif no concilió el sueño. Estaba en la cama con los ojos puestos en el techo, sin dejar de pensar en lo que debía decidir o hacer y en lo que era correcto. Se puso de pie y se acercó a la ventana del pequeño balcón. Aguardó un par de segundos, tocó la perilla de la puerta de vidrio y respiró hondo. Se criticó ante la indecisión; odiaba dudar demasiado sobre sus deseos. Por fin, salió y se recargó en la baranda de piedra. Miró los jardines de pinos y arbustos cubiertos de nieve, luego las montañas cercanas y lejanas también con sus picos blanquecinos, y recordó los días en que todo fue más simple. Aquellas aventuras que vivió con el capitán Thirzal. Una en particular llegó a su mente. Habían entrado a un bosque misterioso ubicado en otro mundo.


—No vayas a separarte de mí, muchacho —le dijo el demonio en voz baja.


Se quedó a su lado, mientras que el resto del equipo se ocultó detrás de los troncos. La nieve se sentía densa, por lo que sus botas se hundían un poco con cada paso. Algunos comenzaron a trepar los árboles, en busca de una mejor visión y un suelo estable.


El crujir de las ramas los asustó, y sacaron sus armas. Frente a ellos, había un caimán de cuerpo grueso, de más de 50 metros de largo. De su boca salía un trazo de sangre, pero su rostro lucía extraño, pues carecía de ojos. Los orificios ennegrecidos acrecentaban su figura horrible, pero les arrojaban pistas. No podía ver, solamente guiarse por el olfato y el ruido.


Los mercenarios lo enfrentaron y lo mataron. Fue un encargo de los pobladores cercanos. Los ataques recurrentes del monstruo causaban estragos en las actividades agrícolas y de caza. El capitán Thirzal aceptó el trabajo por un buen pago, y el grupo se adentró a la zona boscosa. Eilif se sintió satisfecho y, durante la celebración, disfrutó en compañía del resto. No obstante, al paso de unos minutos, se sintió enajenado, puesto que sus pensamientos se centraron en preguntas relacionadas al futuro. Entonces, regresó a la actualidad y comprendió algo. Aunque había vivido en relativa calma, toda su vida se cuestionó lo que debía hacer y lo que ocurriría el día de mañana, cuando llegara al Infierno.


La decisión de abandonar a los mercenarios era la prueba más clara. Después de un incidente, viajó por su cuenta hasta la frontera infernal y decidió dejarlos de una vez por todas. Se aventuró por su cuenta, con la esperanza de encontrar lo que buscaba y así apaciguar a su mente.


Su rostro mostró una mueca decaída y agachó la mirada. Ahora estaba ahí y seguía sin saber qué hacer o qué era lo indicado.


—Es una noche fría, pero muy agradable, ¿cierto? —La voz de una persona lo asustó un poco.


Volteó a la derecha y encontró a Gill en el otro balcón. Ya no portaba su atuendo de dos piezas, sino una capa afelpada y morada. Le sonrió y afirmó.


—¿No puedes dormir? —siguió el demonio.


—No estoy acostumbrado a la comodidad y suavidad de una cama —dijo en son de broma y se acercó a la esquina—. ¿Tú?


—Tampoco puedo dormir, pero no es por la esponjosidad de mi cama —le siguió el juego y también se movió hasta la orilla—. Aunque la situación está en calma en estos días, no sabemos si podremos detener a Samael.


—¿Cómo es? —preguntó curioso.


—Es alto, demasiado fornido, con cuernos prominentes, cola gruesa y larga, así como sus alas gigantes e inversas. A diferencia de mi padre, parece intimidante.


—No me refería a su físico —compuso.


—Lo sé —confirmó y se sentó en la baranda. Miró el cielo nublado y se puso la capucha—. Es muy poderoso, aunque no igual que mi papá. No es un Archidemonio, pero ha sido el único capaz de retar a Lucifer en combate directo, por eso el resto de los Lores le temen. Además, tiene el territorio más grande del mundo, la Piedra Roja. Su política es distinta a la nuestra, debido a que se enfoca en la guerra.


—Mi padre me contó que él robó el poder de los Terrores.


—No los robó como tal. Ayudó a alguien más a cambio de los corazones. Se dice que lo hizo porque fue traicionado por su consejera más importante, Lilith.


Eilif lo observó, pero no por el interés que le causaba, sino por la duda que lo carcomía. No tenía idea de que Lilith vivía en el Infierno y que, además, estuviera trabajando bajo el comando del rival a vencer.


—¿Cómo es ella? Lo único que he escuchado es respecto a su título —inquirió, ligeramente tímido.


—La Bruja de la Vida es muy poderosa. Tiene secretos antiquísimos, ya que es un ser que ha vivido desde mucho antes que los demonios fueran concebidos por el Creador. Incluso, antes de que la Creación fuera lo que conocemos como el Infinito. Por eso, sé que tiene mucho conocimiento sobre la Corrupción.


Analizó, con la vista al frente, e hizo recuento de todas las veces que investigó sobre el pasado del Infierno en sus estudios. Jamás había leído acerca de ese concepto, por lo que le parecía más que extraño.


—Sé que me contaste un poco, pero no me queda claro qué es exactamente —externó Eilif ansioso.


—Es lo que hundirá a la Creación. Va de la mano con la vida y la muerte —explicó el demonio y tomó un poco de la nieve del balcón. Después, se la mostró y prosiguió—. Dentro del Balance, existen muchas simbologías que han sido interpretadas de formas variadas. La Corrupción es considerada la más peligrosa de todas, por su capacidad. Sin embargo, sin un huésped, no es una amenaza. Pero, cuando es comandada por uno, se comporta de formas únicas. Claro que sigue patrones que no puede cambiar, porque son parte de su naturaleza. Primero, es visible, como la materia —dejó caer la nieve por sus dedos—, pero no puede ser tocada sin su consentimiento. Al estar libre, corrompe todo lo que toca, ya sea un organismo o un objeto inanimado.


—¿Se puede destruir?


—No. Es eterna. Aunque el huésped muera, ella regresará a la prisión que el Creador dejó y aguardará al siguiente, como si hibernara latente.


No dijo nada. Respiró hondo y no pudo esconder la desilusión que lo confundía. Gill lo notó y se subió sobre la baranda, luego se cruzó al otro balcón y se quedó a su lado.


—¿Estás bien? —le preguntó.


—Cada vez más, me doy cuenta que desconozco demasiadas cosas y que no entiendo ni lo más simple. Y eso me frustra.


—Es la naturaleza de la vida. Nunca terminamos de comprender todo. Es imposible. Se supone que sólo el Creador tenía todo el conocimiento, pero no lo creemos así. Mi padre me enseñó que el Creador no es un ser vivo, primeramente, y que tampoco es una deidad, como los ángeles dicen. Es más parecido a la Corrupción. Es un concepto. Es aquello ausente del plano físico, pero también está presente en todo lo que nos rodea. Nadie sabe si puede tomar la apariencia de un ser vivo, como en el Cielo se cree. Hasta dicen que su rey es descendiente de él, cuando no lo pensamos igual. Él, Ella o Eso, ya que ni siquiera sabemos si es un género, está en la roca de este balcón —dijo y acarició la piedra—, en las nubes, en las plantas… —hizo una pequeña pausa—, pero también en nosotros mismos.


Eilif giró un poco y lo miró con sorpresa. Había algo que reconocía cada vez más en Gill, y era ese parecido que tenía con la figura del Lord de la Piedra Gris. Lo recordaba muy bien de los días de estudio con su papá, cuando le contó aquello que Astaroth representaba. Gill se expresaba de una manera casi mística, irradiaba un aura única, misma que le hacía preguntarse muchas cosas y le causaba cierta paz. Le regaló una sonrisa y el otro replicó el gesto.


—Si quieres, puedo mostrarte la ciudad mañana. Tal vez así puedas llevarte un lindo recuerdo del Infierno —externó el demonio, con leve timidez.


—Sí, me gustaría —respondió muy agradecido.


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