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El trono abandonado por Lizzy_TF

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3


¿Destino o deseo?


 


Los días siguientes, Eilif visitó los mercados en compañía de Gill. Los edificios tenían techos triangulares para evitar que la nieve se quedara estancada y mantener una arquitectura armónica. Casi todos mostraban letreros exteriores, encuadrados y hechos de madera, con ilustraciones detalladas. Para los restaurantes, se usaban cubiertos o platos. Los talleres de ropa tenían agujas e hilos, y las tabernas jarras de cerveza. Había una uniformidad en los trazos, como parte de la belleza singular de la ciudad. Luego, estaba otra zona más popular y menos bonita, donde los mercaderes ponían sus tiendas en carritos movibles y cubiertos con telas o láminas. La mayoría vendía frutas secas o baratijas.


Gracias a las explicaciones del demonio, el pelirrojo comprendió cómo se dividía el Infierno.


La Piedra Gris estaba ubicada al norte, por donde la cordillera más alta y extensa iniciaba. Sus principales actividades comerciales eran la producción textil y la minería. Hacia el sureste, colindaba con un territorio boscoso muy grande, húmedo y pantanoso, llamado la Piedra Púrpura. De acuerdo con los medios oficiales, ese lugar estaba deshabitado, aunque algunos reportes decían lo contrario. Los mercenarios y viajeros habían visto en los vestigios a habitantes desahuciados, bandidos y de más alimañas.


El territorio de Lord Astaroth contaba con distritos, justo como el resto de las otras Piedras. Cada uno de los soberanos ajustaba su política para cumplir las demandas de la ciudadanía. Un claro ejemplo era la Piedra Verde, en el extremo oeste, en el continente que cruzaba el trópico norte. Como la mayoría de su territorio era un desierto, su economía se basaba en la exportación e importación de mercancías fuera del Infierno, pues no había manera de trabajar en la agricultura. Asimismo, conectaba con La Puerta del Paso de la Roca, que llevaba a otros mundos.


Al suroeste, se hallaba el continente con mayor superficie, controlado por dos Lores: Samael, en la Piedra Roja, y Leviathan, en la Azul. El primero era el más grande productor de alimentos agrícolas, así como armas para la guerra. El segundo se distinguía por sus valles hermosos, penínsulas e islas turísticas.


Para Eilif no era claro por qué se usaban colores en las ‘Piedras’, pero no lo cuestionó.


Había otras islas y pequeños lugares esparcidos en todo el planeta, que no necesariamente eran parte de un territorio por su locación, sino por el líder que ejercía poder allí. Algunos estaban más abandonados que otros, especialmente los del extremo este, que tenían vestigios de los proto-demonios y conducían a lo que alguna vez fue el Averno.


 


 


***


 


 


Durante la segunda semana de estadía, Eilif participó en eventos de la ciudad y conoció más la cultura. En la capital se celebraba el día de la Conmemoración de los Antiguos. Se hacía un festival en las calles más cercanas al castillo, y los participantes lucían adornos en sus cuernos y caras. Se pintaban los brazos con figuras en forma de caracoles y también vestían faldas ornamentales, para hacer referencia a su origen: los proto-demonios. Existía algo muy parecido en el resto del mundo como parte de la fiesta histórica, pero cada uno hacía diferentes eventos.


Durante una de las mañanas en el castillo, no pudo evitar escuchar una conversación entre Gill y su padre. La guerra civil complicaba cada vez más el comercio, y el pánico crecía desmesuradamente entre los pobladores. Si no cesaba pronto, el mundo quedaría envuelto en una revuelta, justo como milenios atrás, cuando el Averno se separó por completo del Infierno.


No se atrevió a discutir con ellos, pero se preguntó si valdría la pena quedarse e intervenir en el conflicto. “¿Para ayudarles? ¿Y por qué lo haría?”, pensó, mientras acompañaba a Gill a la biblioteca más grande del castillo. “Sin un líder, el Infierno volverá a ser un mundo caótico y lleno de autodestrucción. Eso fue lo que ambos dijeron”.


Cuando llegaron a la biblioteca, se sentaron en una mesa del balcón elevado y comenzaron a leer. Era sorprendente encontrar libros de todo tipo, desde la historia, secretos de la milicia, lenguas y dialectos, diversidad cultural, creencias, ideologías, filosofía y hasta del arte. Eilif investigó lo más que pudo y le pidió a Gill explicarle lo más posible.


Casi todas las tardes, se pasaron el tiempo ahí, discutiendo sobre lo que llamaba su atención. La historia le parecía magnífica, incluso fantástica.


El Infierno fue muy diferente a lo que su padre consolidó cuando gobernó. Previamente, un rey, originario de los primeros proto-demonios llamados Archidemonios, comandó el mundo. Se suponía que ese sujeto fue el padre biológico de Astaroth, quien tuvo como título anterior ‘Príncipe Ishtar’. En aquél entonces, la mayoría de los demonios de clase baja, que actualmente correspondían a la clasificación cinco, cuatro y tres, fueron tratados como esclavos. No existió una división; no obstante, los que mostraban la capacidad para transformarse en bestias gigantescas y aladas, Archidemonios, fueron considerados ciudadanos dignos y los únicos que tuvieron derechos. La sociedad vivió envuelta en disturbios sin poder avanzar en la agricultura, el arte, ni mucho menos en el estudio complejo de las ciencias, conocidas también como las Sabidurías. Por muchos años, puesto que los Archidemonios vivían cientos de miles de eones, el Infierno fue referido como ‘El Averno’, por las crueldades que se cometían contra todos los advenedizos. Hasta que un día, el Príncipe Ishtar, aliado a un grupo de insurgentes, enfrentó al rey y comenzó la rebelión, misma que se disputó por casi 15 años. Luego, la llegada de un ángel especial lo cambió todo.


—¡Increíble! ¡Mi papá fue un héroe! —opinó Eilif, al finalizar la lectura.


—Por supuesto. Aceptó el plan de mi padre y asesinó al antiguo rey —agregó Gill. Cerró los libros y los acomodó en los estantes cercanos.


—Pero se dice que no fue coronado hasta tiempo después.


—Primero fue un forajido, después un ciudadano rebelde, hasta que, pasada la muerte del Rey del Averno, el pueblo lo proclamó soberano. Creó el Consejo de Lores, les asignó tareas específicas e inició una restauración de los pueblos y culturas.


—Era un sujeto admirable —pronunció, con menos sorpresa, y agachó el rostro—. Sabía lo que quería, a diferencia de mí.


—Probablemente no siempre fue así. Quizá le tomó tiempo descubrirlo. No todos nacemos sabiendo qué haremos en el futuro, ni qué valor tiene la vida —ofreció consuelo, cuando notó su postura cerrada. Se acercó a la mesa y retiró los libros frente suyo—. Ya es un poco tarde, Eilif. Vamos a dormir.


—Está bien.


Se despidieron en el pasillo que conectaba con las habitaciones, pero Eilif no durmió de inmediato. Se quedó prendido de una memoria que tenía de su padre. No era algo importante en particular, solamente él hablando, mientras hacía aquella expresión que le había parecido genuina y cálida. Fue una de esas tardes de estudio regular, cuando el chico no paró de observarlo. Cada que su papá trató el tema del Infierno, le pareció radiante y satisfecho. Tal vez, Lucifer disfrutó su vida como rey, más allá de las comodidades que encontró, sino por lo que logró. Convirtió a su pueblo en uno de los más poderosos, peligrosos, prolíficos y ricos de la Creación. Uno capaz de competir contra el Cielo.


No conocía mucho de este último, pero sabía que de allí provenía el padre de Lillie. Si él se convertía en rey y ella en reina, entonces, ¿tendrían que luchar en algún momento? No deseaba hacer la guerra sin sentido, a pesar de que comprendía la dualidad que existía entre ambos mundos. En el Cielo se hablaba del Creador como un ser perfecto y todo poderoso, al que se veneraba incondicionalmente. En cambio, en el Infierno, era visto como una figura mística, llena de sabiduría, pero también de errores. Además, la percepción del Balance, por ambas naciones, era muy diferente. ¿Acaso sería suficiente justificación para hacer una guerra nueva? No estaba del todo seguro.


Cerró los ojos y abandonó los pensamientos de incertidumbre. Tal vez no valía ni la pena considerarlo, pero no podía evitar sentir una curiosidad extrema por conocer más y más de los demonios. En ese mundo, por primera vez, desde que su padre lo abandonó, se sintió más cercano a sí mismo.


 


 


***


 


 


La mañana siguiente llegó con una mala noticia. El ejército de Samael avanzaba rumbo al centro del planeta, donde estaba la Piedra Negra, el viejo territorio de Lucifer. No obstante, algo había detenido a los soldados y provocó una retirada. Los generales y el comandante Izad informaban a su Lord e intentaban sacar conclusiones. La curiosidad de Eilif lo hizo quedarse detrás de la puerta sellada, así que, para escuchar mejor, pegó la oreja en la madera.


—¿Un bosque de espinas? ¿Están bromeando? —sonó la voz molesta de Astaroth.


—No señor. Nuestros reportes indican que salió de la tierra de forma extraña. Ocurrió cuando la brigada del comandante Og’Zothot tocó el puerto principal del oeste —corroboró Izad, quien se hallaba frente a la mesa.


—Nunca creí que el rey fuera un sujeto tan excéntrico —opinó Gill.


—Sin duda lo fue —aseguró su padre—. Quiero que retiren a las tropas de la frontera del río Azui. Es probable que nos ataquen por el suroeste, en las ciudades costeras, así que moviliza a la guardia de seguridad, Izad. Contactaré con Lord Beelzebub y lo mantendré al tanto del plan.


—Como ordene, mi Lord.


—¿Qué estás haciendo aquí? —una voz chillona sonó detrás de Eilif.


El chico reaccionó con un brinco y, sin querer, golpeó la puerta. Soltó un quejido suave y volteó. Encontró a un demonio gordo, pequeño y de alas cortas, justo como los centinelas que vivieron en la misma casona de su infancia.


—¿Estás espiando la reunión de nuestro señor? —insistió el demonio.


—Eh… No, no… —intentó mentir, pero sólo logró sonreír apenado.


—Lord Astaroth te ha ofrecido hospitalidad, así que es muy grosero de tu parte ponerte a espiar, muchacho.


—Lo siento.


Antes de que pudiera continuar, la puerta se abrió, y Eilif cayó hacia atrás. Volvió a quejarse y miró a los costados. Todos lo observaron inquietos, excepto Gill y su papá, quien se acercó y le ayudó a ponerse de pie.


—¿Eilif? ¿Qué hacías en la puerta? —preguntó, como si fingiera sorpresa.


—Lo lamento, yo… —fue interrumpido. 


—Estaba espiando, mi Lord —informó con dolo el demonio gordito.


—Comprendo. Tenías curiosidad, ¿cierto, muchacho?


—Sí —aceptó y agachó el rostro.


Gill caminó hacia él y le sujetó del brazo. Lo condujo frente a la mesa y le regaló una sonrisa. Le parecía una buena idea que se quedara, especialmente porque sabía que el comandante Izad estaba molesto, pues no podía ocultarlo.


—Retírate —ordenó Astaroth, al dirigirse al sirviente.


—¿Vamos a dejar que un desconocido se quede en una reunión de guerra? —recriminó Izad, cruzando los brazos y bufando un poco.


—Sí. ¿Por qué no? —dijo tranquilo. Volvió a la mesa y modificó el mapa holográfico—. Ya hemos terminado casi todo. Sabemos que Samael intentará contactarnos, aunque de manera agresiva. Es bueno que nuestro invitado sepa que correremos riesgos en unos días más, por si decide quedarse.


Izad no hizo más reclamos, pero arrojó una mirada de odio hacia Eilif y Gill. El resto de los presentes se miraron unos segundos entre ellos y no reprocharon.


—¿Qué significa ese bosque, mi Lord? —inquirió uno de los generales. A diferencia de los demás, era demasiado robusto y tenía un cuerno extra en el puente de la nariz ancha. Su tez era de color azul marino y su armadura de tonos negros. Sus brazos estaban tan hinchados de músculos que lo hacían ver más temible que cualquiera, pero no tenía alas grandes, como el comandante.


—Significa que Lucifer no aceptará que nadie tome su lugar, Orkomin.


Por unos minutos, toda la sala quedó en silencio. Eilif sintió un escalofrío recorrerlo desde el pecho hasta la espalda. La consternación llegó con pensamientos incoherentes, y casi se olvidó de respirar. Entonces, se cuestionó algo nuevo. ¿Qué pasaría si entraba al territorio de su padre? ¿Sería expulsado por el residuo de su poder o sería capaz de quedarse con el trono?


—Quiero que hagan lo que les pedí —dijo Astaroth con un tono neutral—. Si retiramos la defensa, Samael creerá que tiene una oportunidad para acercarse a nosotros. Prepararemos un contraataque, en conjunto con Lord Beelzebub. Me atrevo a decir que enviará agentes especiales, así que manténganse alertas. Izad, quiero a una escolta especial custodiando a Gill todo el día y la noche.


De tan sólo escucharlo, el comandante puso un rostro displacido. Bajó los brazos y asintió, aunque era obvio que lo hacía por obligación y no por gusto.


La reunión terminó. Eilif salió de inmediato, y Gill lo siguió. Hablaron unos minutos, pero el primero prefirió evitar el tema recién tratado en la reunión. En lugar de eso, Gill lo invitó a comer y a salir a pasear al sur de la capital para distraerse juntos.


 


 


***


 


 


A pesar de las malas noticias, la zona metropolitana era la menos afectada en la Piedra Gris, debido a su ubicación y cercanía con la parte montañosa, así que Eilif y Gill pudieron disfrutar un momento de tranquilidad y diversión.


El pelirrojo sonreía cada que encontraba artículos inusuales en las tiendas de escaparate, luego, como un niño pequeño, interrogaba al rubio cuando deseaba más información sobre las calles y edificios que llamaban su atención. Hasta le pedía probar todos los alimentos callejeros que le parecían apetitosos.


Llegaron a una plaza repleta de árboles sin hojas, que acrecentaban la imagen fría de la ciudad. Se sentaron en una de las bancas libres y comieron helados de multicolores que compraron previamente.


—Eilif, ¿cómo fue tu vida antes y después de que te abandonara tu padre? —dudó Gill.


—Antes de que desapareciera, la mayor parte del tiempo fue muy divertido. Me pasaba casi todo el día jugando con mis hermanos, más con Lillie —externó tranquilo y comió de su helado—. Joshua era muy pequeño, así que apenas tenía la edad para decir un par de frases. Nos cuidaban unos demonios, como los que trabajan en tu castillo, y unos ángeles de tamaño reducido. Se encargaban de nuestra alimentación y educación básica, como aprender a leer y escribir. Si nos enfermábamos, se quedaban a nuestro lado y nos consentían. Eran muy amables y cálidos, como una mamá —se burló un poco, pero cambió su mueca de inmediato. Respiró hondo y mantuvo la mirada baja. Cada que pensaba en su pasado, tenía la necesidad de llorar, pero se contenía. Ni siquiera lo hizo libremente frente a su cuidador, el capitán Thirzal—. Dos veces a la semana, mi padre nos visitaba, junto con el de Lillie.


Gill no opinó. Le parecía sumamente inusual que se expresara del otro progenitor como un completo desconocido. Lo mencionaba como el padre de su hermana, pero no de su hermano ni mucho menos suyo.


—Pero, una noche, todo cambió. Fue el día en que el cielo se oscureció y una tormenta azotó la mansión —reveló el Nefilino, con el corazón palpitante y las manos temblorosas—. Escuché a los centinelas decir que alguien había entrado por la parte trasera del huerto, desde el oriente de la casa, y que los atacaron. Antes de salir de mi habitación, espié detrás de la puerta. Estaban alterados y volaban de aquí para allá. Intentaron sellar todas las entradas y usaron un círculo de conjuración para llamar a mi papá y al otro. Ellos llegaron casi de inmediato y nos sacaron de nuestros cuartos. Por lo menos, a Lillie y a mí. No sé si regresaron por Joshua. No pude despedirme de mis hermanos porque Lucifer me condujo hasta una zona boscosa, y nos detuvimos al quedar frente a un Deirum.


—Un portal —confirmó el demonio.


—Sí. Lo cruzamos y… —acalló y levantó el rostro. Se aclaró la garganta y se esforzó para que su voz no se quebrara—, llegamos a un desierto. Ahí, nos estaban esperando unos mercenarios.


—¿Quiénes?


—Thirzal y su gente. Mi padre me entregó la espada, Brimstar, y esto —sacó un par de adornos para el cabello y se los mostró.


Eran broches cilíndricos y morados con detalles escritos en una lengua angelical. Gill los reconoció, pues fueron los mismos que Lucifer utilizó como parte de su atuendo, en su cabello largo y rojo. Eran considerados parte de la corona real, así que aquello confirmaba todavía más el origen de Eilif.


—Después de que me dejó con los mercenarios —el pelirrojo siguió y guardó los broches—, mi vida fue como la de un nómada. Viajé por muchos lugares, mientras que Thirzal me enseñaba a pelear, a negociar y a navegar.


—¿Navegar? ¿Sabes usar naves de presa?


—Sí. Como las que usan los soldados de aquí. También me mostró cómo usar mi magia, aunque mi padre fue quien me entrenó para controlarla a la perfección. No fue por mucho tiempo, pero practiqué todo lo que me pidió. Sin embargo… —su voz se tornó sombría—, tuve un problema con los mercenarios. Entre más pasaban los años, más me percataba de algo. No deseaba estar con ellos. No lo malinterpretes, no eran malos como tal, pero no eran como los guardianes de la casona. Sé que, de algún modo, en algún momento, se preocuparon por mí. Me alimentaron y me dejaron divertirme, aunque solían hacer muchos comentarios extraños sobre mí. Quizá lo hicieron por su origen, por ser demonios.


—¿Comentarios extraños? —preguntó con inquietud y buscó su mirada.


—Me gusta la soledad, aunque es porque otros me ven como a un raro —dijo y sonrió con una mezcla entre la inocencia y el dolor—. Además de ser un Nefilino, mis intereses siempre han sido encontrar respuestas de lo que llama mi atención.


Gill movió la cabeza levemente, pero no habló. Le parecía otra similitud con el ex gobernante. Eilif presentaba un nivel muy alto de curiosidad, como si todavía fuera un niño pequeño que se maravillaba con todo lo que veía, escuchaba y sentía. De cierta forma, le parecía muy tierno.


—Los mercenarios no son mucho de preguntar, sino de pelear. Y yo prefiero encontrar respuestas. Así fue como descubrí muchas cosas sobre mi persona. Y, entre ellas, hay una que Thirzal cree que es una anormalidad o algo así. Las discrepancias crecieron demasiado, hasta que decidí alejarme… —acalló, pues recordó el trago más amargo junto a esos mesnaderos—. Aunque discutíamos mucho, aprendí de él, pero nunca lo vi como a una figura paterna. Siempre me pareció más como un pariente lejano, y por eso no me interesó desobedecerlo muchas veces. El día en que me marché… —soltó una risita suave y observó al rubio—, bueno, no han podido localizarme. Supongo que funcionó entrar al Infierno.


—Thirzal es reconocido por sus trabajos y contactos con exiliados. No sabía que aceptó una misión así de importante del rey.


—¿Y tú? —inquirió Eilif sumamente curioso.


—¿Yo? —respondió con leve confusión.


—¿Cómo ha sido tu vida aquí?


Gill soltó un respiro profundo y evitó su mirada.


—Soy descendiente del Gran Duque Ishtar Astaroth, así que puedes hacerte una idea —contestó con desazón—. Mi padre deseaba un hijo varón que fuera igual de intimidante y poderoso que él, pero nací yo. A diferencia de la mayoría de los herederos actuales del resto de los Lores, yo soy el hazmerreír de la corte. La hija de Samael es muy hermosa, poderosa, despiadada y astuta como su padre. Los hijos gemelos de Belphegor también son fuertes y aptos para la guerra como él. El resto encaja en esas categorías, incluso desde que fueron niños. Con eso, puedes darte una idea de la decepción que mi padre sintió cuando comencé a crecer. Casi todos sus subordinados me tratan como si fuera una zorra, por la forma en que me visto y expreso, pero, más que eso, lo hacen por los rumores que comenzaron a escucharse de mí.


—¿Qué tipo de rumores?


—Que soy más como un íncubo y que no tengo nada de un Archidemonio.


—Eh… entonces, ¿prefieres el sexo que la guerra?


El rostro de Gill mostró pánico y negó aprisa.


—¡No! ¡No seas ridículo! Claro que amo la destrucción y la guerra, pero no voy por allí gritándolo y haciendo estupideces, como la mayoría de los Lores. No quiero ser un íncubo, así otros piensen lo contrario sólo por mi comportamiento y forma de expresión —agregó triste y agachó la cabeza—. Lo sé, no me veo fuerte, y no puedo hacer muchas cosas que mi padre sí.


Eilif acortó la distancia y le tocó del hombro en forma de consuelo.


—No tienes que lucir de una forma para ser respetado —le ofreció.


—Gracias —dijo y le sonrió.


Se pusieron de pie y caminaron hacia un lago con puentes. Tomaron uno, pero no pudieron llegar al otro extremo, ya que unas explosiones distantes los asustaron.


La gente comenzó a correr despavorida, y la guardia reaccionó primero. Un grupo de demonios, que parecían civiles regulares, llegaron al puente y el lago. Interceptaron los ataques de los soldados e intentaron acercarse a los chicos.


Gill tomó la mano de Eilif y lo condujo al otro lado. Corrieron por la zona boscosa, pero los árboles se prendieron con fuego verde y algunos cayeron como obstáculos en su paso. Por detrás, unos cuantos enemigos los alcanzaron.


—Gill Astaroth, no te resistas. Prometo que no te haremos mucho daño. Te necesitamos vivo para una negociación entre nuestro Señor y tu padre —expuso uno de los demonios atacantes.


Eilif dio un paso al frente, pero el otro lo detuvo. Negó, como indicativo de que era mejor no pelear. Sabía muy bien que esos ‘civiles’ eran realmente agentes de Samael y que no tenían idea de quién era el pelirrojo.


—¡Joven maestro! —uno de los soldados gritó en las cercanías.


La mitad de la escolta llegó y abrió combate directo. Sin embargo, fueron contrarrestados con facilidad. Gill activó su magia y creó circunferencias llenas de símbolos antiguos en los alrededores. Las rocas se unieron a los troncos caídos y las flores expandieron sus hojas y raíces como lianas, creando extraños autómatas que se movían gracias a una energía azul resplandeciente.


—¡Títeres! ¡Tengan cuidado! —ordenó el líder de los enemigos.


Nuevamente, los chicos corrieron y aprovecharon la distracción, pero otros más los interceptaron cerca del lago. Uno tomó a Gill del brazo y voló hacia el frente, por lo que Eilif reaccionó. Sacó una pistola, que mantenía oculta en su cinturón, y disparó. El demonio cayó al lago y rompió el hielo, pero no soltó al joven.


El lago se quebró por completo, y Eilif también se hundió. El agua estaba excesivamente fría y quemaba al contacto con la piel. No obstante, el pelirrojo nadó y se les acercó. El enemigo forcejeaba con Gill, quien pataleaba para regresar a la superficie. Logró zafarse por unos instantes, pero recibió un espadazo en el brazo. Su sangre adornó el burbujeo turbulento, y Eilif se sintió en pánico. Del poco tiempo que lo conocía, estaba agradecido por su amabilidad y no deseaba que nada malo le pasara. Entonces, sacó la pistola y disparó otra vez. Aunque estaban bajo el agua, el arma fue capaz de funcionar, y las balas traspasaron la cabeza del contrincante. Se acercó al rubio y lo jaló hacia arriba. Salieron y respiraron hondo.


—¿Estás bien? —inquirió Eilif.


Gill asintió, con la respiración agitada y el cuerpo tembloroso.


—¡Joven maestro! —un soldado de la escolta llamó desesperado. Volaba encima de ellos y los ayudó a salir del lago.


A diferencia de Gill, Eilif no resentía el frío. Podía percatarse del dolor, pero su cuerpo tenía la capacidad para soportarlo de una manera única. Ni la lava ni el agua congelada podían matarlo. Las heridas físicas, así fuera una lanza atravesándole el corazón, le causaban malestar, pero su cuerpo sanaba a una velocidad altísima. Mientras que los demonios sí eran afectados por los climas hostiles, magia y ataques con cualquier tipo de armas. Eran resistentes, justo como los ángeles, pero no al grado de sobrevivir asaltos continuos ni letales. Entonces, el pelirrojo se inclinó a un lado de Gill, le tocó la herida y activó su magia. La piel del joven Lord se regeneró y su cuerpo sintió una temperatura agradable, como su hubiera entrado a una bañera de agua tibia. Dejó de temblar y le regaló una sonrisa dulce.


—Capturamos a los sobrevivientes —agregó el soldado y contuvo la sorpresa ante el poder que el pelirrojo mostró.


Los chicos miraron a los infiltrados, quienes estaban aprisionados con lazos mágicos en las muñecas y piernas, pero sólo uno de ellos observaba atento la escena. Ninguno decía nada, ni aunque sus cuerpos estuvieran dañados.


—Llévenlos al castillo. Los interrogaremos allá —ordenó Gill y se incorporó junto a Eilif.


—Como pida, joven maestro.


 


 


***


 


 


Los soldados de Samael fueron llevados hasta los calabozos en las profundidades del castillo. La escolta buscó al comandante Izad y le reportaron el incidente, mientras que Gill y Eilif se dirigieron a la sala de control y encontraron a Astaroth frente al mapa holográfico.


—Papá, tenías razón. Samael mandó a un grupo de infiltración —externó el rubio de inmediato—. Le pedí a Eilif que no usara a Brimstar, o lo reconocerían, pero… —detuvo sus frases y miró al chico—, usó su magia y sé que algunos pueden asociarla a la de Lucifer porque es casi idéntica.


—¿Estás bien? —dijo el Lord y se le acercó. Le tocó el brazo herido, aunque ya estaba cicatrizado. No obstante, Gill dio un paso atrás y le arrojó una mirada de enojo—. Menos mal que estás a salvo —aceptó, con un tono de leve decepción—. No quiero que dejes el castillo. Samael podría asesinarte, si no consigue su objetivo. Por ahora… —fue interrumpido.


—¿No quieres que deje el castillo? ¿Y qué voy a hacer? ¡¿Quedarme de brazos cruzados?! —recriminó a toda prisa—. Esos sujetos dijeron que me utilizarían para una negociación entre tú y él. ¿Por qué no aprovechas el momento?


—¡No seas estúpido! ¡No voy a ponerte en riesgos innecesarios! —lo regañó duramente—, mucho menos ahora que sus agentes saben de la existencia de Eilif. Obedece, Gilliusth. Si te enfrentas a sus mejores soldados, incluso a su hija, no podrás defenderte. ¡Quédate aquí!


El sonido de la puerta interrumpió, pero Eilif ya se sentía ajeno e incómodo. A pesar de que no había discutido de igual forma con su propio padre, sí había sido reprendido varias veces por mencionar un tema en particular. Prefirió retirarse de inmediato, así que dio una media vuelta, pasó junto a los soldados que se adentraban y salió.


Caminó lo más rápido que pudo y buscó una habitación vacía. Se acercó a la ventana y se quedó en quietud. No comprendía del todo lo que Gill debía sentir, respecto a lo que le había contado. Probablemente, escuchar las palabras de decepción pronunciadas por su papá le hería una y otra vez, mucho más que el dolor que pudiera experimentar en una batalla física. Además, el pánico que Astaroth presentaba era entendible. El Infierno sufría una crisis.


Soltó un respiro pesado y se cruzó de brazos. Si se quedaba, se convertiría en un estorbo en la guerra civil, pues no divisaba cuál era su lugar. Pasaba igualmente como lo que sintió minutos atrás, durante la discusión entre los Archidemonios. Los asuntos políticos no le incumbían porque era un extranjero. Luego, agachó el rostro y miró sus manos. Tal vez no lo era del todo. Una parte de él era la herencia de Lucifer, de Lord Satán, del demonio que comandó al Infierno, del ser más temido de la Creación, a la par con el Rey Celestial. Sin embargo, si se quedaba, significaba que debía aceptar su posición como el Príncipe de la Oscuridad.


 


 


***


 


 


—¡Entiéndelo, Gilliusth! ¡No eres un guerrero! ¡No tienes la capacidad para pelear directamente! —refunfuñó Astaroth, desde su posición junto a la mesa. Hizo un ademán para indicarle a los soldados que podían acercarse.


—Mi Lord, tenemos malas noticias —informó Izad y obedeció—. Los agentes de Samael buscan a su hijo. Quieren capturarlo y torturarlo, antes de usarlo como carnada para que usted se presente en la Piedra Roja.


—Es obvio que usarán cualquier método para sacarnos información —confirmó y analizó. Miró a su descendiente y luego al comandante—. ¿Cómo rayos sabes eso, Izad? ¿Los agentes hablaron?


—Sí. Hablaron descaradamente. No les importa revelar el plan.


—Es una trampa —opinó Gill y dio unos pasos hacia la mesa—. Es obvio que traman algo más. ¿Por qué otra razón nos revelarían su plan?


—Izad, te pedí a una escolta élite cuidando a mi descendiente todo el tiempo y no funcionó. Quiero que el general Orkomin se quede a cargo de Gill.


—Sí, señor —aceptó el militar.


—¡No! —recriminó el rubio de inmediato. Fulminó a su padre con la mirada y golpeó la mesa con los puños—. No quiero que me vigilen como antes. ¡No tienes idea de lo que se siente escuchar mierda de tus malditos subordinados! ¡Todos piensan que soy una basura! ¡Y parte de eso es tu culpa! ¡No necesito que me protejas! ¡¿Por qué no lo entiendes?!


—¡Eres tú quien no lo comprende! ¡¿Acaso crees que no me importa lo que pueda sucederte?! ¡Eres mi descendiente y mi única familia! —contrapuso el padre furioso.


—¡¿Tu familia?! ¡Eres un mentiroso! ¡Soy un trámite en el Consejo Infernal! Porque sin mí, el resto de los Lores dirían lo mismo que dicen de Azazel y Beelzebub, que sus dinastías están en riesgo y que no podrán seguir en sus posiciones, si no nombran a un heredero —hizo una pausa y respiró hondo. Sentía la sangre hervirle desde el esófago y su corazón retumbarle los tímpanos en cada latido. Estaba más que molesto, estaba dolido. Creía que su padre no lo amaba porque no era como él o como el resto de los demonios de su categoría. No desplegaba la grandeza de un Archidemonio y tampoco era un guerrero habilidoso. Agachó el rostro y cerró los puños—. Soy tu pase para seguir en el trono de la Piedra Gris y ejercer tu poder. Eso soy.


—¡¿Por qué insistes con estupideces?! ¡Estamos en medio de la guerra! ¡Entiéndelo! —vociferó y estuvo a punto de reprenderlo más. Estaba muy enojado, pero por problemas inconclusos entre ambos y preocupaciones actuales, que mezclaban todo y aumentaban la tensión—. Sin importar que tengas la magia de un Archidemonio puro, no tienes el poder para protegerte.


La mirada de Gill arrojó seriedad. Sus ojos se llenaron de lágrimas y expresó molestia en su mueca. Observó los costados y reconoció el rostro de satisfacción en el comandante Izad, quien lo veía de reojo. El resto de los soldados también sonreía casi con sorna, excepto el general Orkomin.


—Lárgate. Tengo que discutir con Izad al… —Astaroth fue interrumpido.


—Eres una mierda, ¿lo sabías? No eres más que un Archidemonio repugnante y desalmado. Nunca me has amado —respondió Gill sumamente cruel. Dio la vuelta y salió de la sala.


Sus lágrimas comenzaron a salir y su boca temblaba con cada gemido que soltaba. Luego, se detuvo en seco y limpió su rostro. Si su padre no lo escucharía, entonces tomaría en sus manos su propio camino. El hartazgo y martirio que lo acompañaban eran tan abrumadores que prefirió desobedecer.


Se dirigió a los calabozos y bajó las escaleras indicadas. No obstante, no se percató de que alguien más le siguió el paso. Usó un hechizo de vapor azul y durmió a los soldados que custodiaban la cárcel correcta. Abrió la puerta y entró. Sin embargo, se detuvo en seco, al sentir las miradas y encontrarse con las caras sonrientes de los prisioneros.


—Sabía que vendrías. Mi señor conoce muy bien a tu padre —dijo el que estaba al frente—. Dime, dulzura, ¿has discutido con papi? ¿Ha dicho, de nuevo, que no eres como el resto de nosotros? ¿Acaso mencionó lo decepcionado que está de que seas su sucesor? —se echó a reír y acrecentó la sonrisa—. Tan típico de Astaroth.


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