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The Servant

Uno

Cuando River volvió en sí, lo primero que reaccionó fue su sentido del oído, mientras que el primer rastro de consciencia fue la pregunta constante de qué era lo que estaba haciendo tanto ruido. Al menos diez voces flotaban a su alrededor; unas más dispersas que otras, unas más claras, precisas, unas demasiado altas y otras a murmullos.
Unas manos lo tomaron por los hombros y, agitándolo, lo sacaron de ese estado de adormecimiento. Abrió de golpe los ojos, reparando en lo liviano que parecía ser su cuerpo para que alguien ligeramente robusto lo pudiera manipular con tal facilidad.

El inconfundible aroma alfa del hombre y su expresión de urgencia de pronto le hicieron pensar que quizá estaba demasiado vulnerable. ¿De dónde vendría un pensamiento así de poco profesional? ¿Dónde estaba su armadura? ¿Qué pasó con su espada?

- ¡Hasta que reaccionas, mocoso! – Gritó el hombre, seguido de un pronunciado suspiro de alivio de una omega a sus espaldas. Había tantos olores a su alrededor. Él paseó la mirada por el lugar; las personas vestidas de blanco, la humedad sofocante del ambiente, el calor y las especias que ocupaban el aire de la habitación.

¿Estaba en una cocina?

Una beta lo apartó de un movimiento del alfa, llevándole la mano a la frente. - ¡¿Qué demonios fue eso, Gabe?! ¡Si te sentías mal pudiste habérnoslo notificado!

- ¡Patrañas! ¿Qué va a ser además de querer saltarse sus obligaciones? – De tratarse de otra circunstancia, muy probablemente palabras no le faltarían para exigir respeto. Sin embargo, todo lo que pudiera decir se quedó deambulando en su mente al reparar en el nombre.

“Gabe” parpadeó varias veces, apartando con cuidado las manos de ella al no saber cómo reaccionar a absolutamente nada. Una campana sonó, y un alfa se acercó a toda prisa con una bandeja en las manos. - ¿Qué demonios hace aún aquí? ¡Su alteza real se pondrá fúrico si demora más!

“¿Alteza?” De sus labios salió un quejido cuando la bandeja fue empujada hacia su pecho. Escucharla le hizo espantarse por tercera vez en lo que iba del día. Esa voz no era la suya.

Los demás sirvientes se fueron acercando de manera coordinada; uno ponía el plato de sopa, otro vertía el contenido. Uno servía la taza de té, otros colocaban las servilletas de forma elaborada, otro más acercaba los aderezos, uno más el postre, y los cubiertos se alineaban a la par de todo. El hombre lo empujó de nueva cuenta. – No lo arruines, ¿entendido? Su majestad ya encontró al sirviente perfecto en ti, no queremos ningún percance.

River entonces fue empujado fuera de la cocina, empujando un carrito con la bandeja; la única indicación: Sube escaleras arriba, hacia el este, a los aposentos del príncipe Andrew.

La cara de River quizá era demasiado expresiva a juzgar del fastidio de los demás al momento de escuchar. Completamente desorientado, siguió a un malhumorado alfa que, sin parar de mencionar a los de “su calaña”, de cómo siempre esperaban a que otros llegaran a solucionar sus problemas o… algo por el estilo.

En medio de la confusión, y la ola de recuerdos que atacaban su aturdida mente. Debería estar en un castillo, sí, pero no era ese castillo. Él servía para el reino de Ganna, y según los comentarios dispersos que alcanzaba a escuchar de otros sirvientes, estaba en Zima. ¿Qué era lo que estaba haciendo ahí? ¿Qué no había una emboscada en Ganna hacía un momento?

El alfa dejó de indicarle el camino una vez que llegaron al segundo piso, recordándole lo que suponía, era el protocolo de la servidumbre, que, por suerte, no distaba mucho de lo que River estaba acostumbrado en su reino. Siguiendo la corriente del extraño sueño, avanzó solo por los pasillos, buscando tal alcoba. Sus pupilas se encogieron cuando, en medio de la búsqueda, chocaron con una silueta discordante frente al espejo.

Donde debería estar su reflejo, un joven menudo en uniforme monocromático le regresaba la mirada; lo único que tenían en común era el cabello negro. Se llevó las manos al pecho, tanteando la tela morada y violácea de ese uniforme, donde estaba el escudo de Zima. Sus propias manos, que debieran ser pálidas eran un par de tonos más oscuras y delgadas, los dedos y nudillos no tenían los callos que años entrenamiento le había dejado. River solía ser uno de los espadachines más importantes de Ganna, con el emblema de la espada en todas sus túnicas y armaduras, pero donde una cara orgullosa y angulosa debería regresarle la mirada, estaba una más delicada, de ojos más bien aturdidos y oscuros. Pero eso no era lo más preocupante.

De pronto ciertos comentarios parecían tener más sentido.

River era un alfa.       
Pero el chico que estaba viendo en su reflejo a todas luces era un omega.

Parpadeó varias veces, buscando en el escenario algo que le diera más indicios que no estaba en la realidad. ¿Qué podía ser más irreal que eso? Pero todo… todo era tan palpable, las cosas que podía tocar, las emociones que podía sentir eran tan extremas que ya deberían de haberlo despertado. Los aromas eran tan…

Tan nítidos.    
River tuvo que cubrirse la nariz en tanto sintió aquel aroma, o más bien, aquellos aromas. Si bien, no acostumbraba a estar presente cuando una pareja copulaba, ambas esencias mezcladas en el ambiente sólo podían sugerir aquello. Suponiendo que el alfa seguía del otro lado del pasillo esperándolo, comprendió lo evidente; estaba cerca de la alcoba del príncipe.

También estaba por descubrir a qué se referían los demás con que “su majestad había encontrado al sirviente perfecto en él”.

En sus años de servicio, River había enfrentado y aprendido infinidad de cosas. Sabía entonces cómo ocultar sus emociones tras una expresión fría y servicial. Cuando estuvo frente a la puerta de la que emanaban los aromas alfa y omega se limitó a tocar, escuchando un gruñido perezoso decir “adelante”.

Sabía ocultar sus emociones, pero al ser inexperto en una situación desconocida no sabía cómo tomarse las reacciones de su nuevo cuerpo. Controlaba el movimiento de sus manos que sudaban frío y su expresión no se alteró ante la extraña sensación de vulnerabilidad que las pesadas feromonas del alfa en la cama le provocaron al abrir la puerta y entrar. Tampoco estaba preparado para tal escena, no creía haber escuchado un rumor lo suficientemente nítido, ni tener la mente así de enferma como para tener un sueño tan extraño.

-Tardaron mucho esta vez – El segundo hijo del rey Esteban de Zima, Andrew, decía casualmente. Como si no estuviera completamente desnudo de rodillas, penetrando y embistiendo a un omega en la cama. Al notar la posición tensa de River, sonrió con gracia, rodeando con su brazo al chico de cabello gris por el cuello en una llave para levantarlo. - ¿No vas a saludar a tu amiguito?

River apartó la vista de inmediato, su pecho retumbaba al percibir amenaza de un modo que nunca había experimentado antes, mientras que su respiración se hacía pesada. - ¿Dónde dejo la comida? – Habló, haciendo un esfuerzo porque su voz no temblara. El chico que era penetrado frente a él soltó un gruñido bajo y él no podía estar más incómodo.

 

-Déjala por ahí. – Asintió en un movimiento rígido, avanzando un poco más para dejar el carrito con la bandeja, sólo fueron unos segundos antes de que desviara la vista, pero pudo percibir moretones en la cara del otro omega.

Cuando River volvió en sí, lo primero que reaccionó fue su sentido del oído, mientras que el primer rastro de consciencia fue la pregunta constante de qué era lo que estaba haciendo tanto ruido. Al menos diez voces flotaban a su alrededor; unas más dispersas que otras, unas más claras, precisas, unas demasiado altas y otras a murmullos.
Unas manos lo tomaron por los hombros y, agitándolo, lo sacaron de ese estado de adormecimiento. Abrió de golpe los ojos, reparando en lo liviano que parecía ser su cuerpo para que alguien ligeramente robusto lo pudiera manipular con tal facilidad.

El inconfundible aroma alfa del hombre y su expresión de urgencia de pronto le hicieron pensar que quizá estaba demasiado vulnerable. ¿De dónde vendría un pensamiento así de poco profesional? ¿Dónde estaba su armadura? ¿Qué pasó con su espada?

- ¡Hasta que reaccionas, mocoso! – Gritó el hombre, seguido de un pronunciado suspiro de alivio de una omega a sus espaldas. Había tantos olores a su alrededor. Él paseó la mirada por el lugar; las personas vestidas de blanco, la humedad sofocante del ambiente, el calor y las especias que ocupaban el aire de la habitación.

¿Estaba en una cocina?

Una beta lo apartó de un movimiento del alfa, llevándole la mano a la frente. - ¡¿Qué demonios fue eso, Gabe?! ¡Si te sentías mal pudiste habérnoslo notificado!

- ¡Patrañas! ¿Qué va a ser además de querer saltarse sus obligaciones? – De tratarse de otra circunstancia, muy probablemente palabras no le faltarían para exigir respeto. Sin embargo, todo lo que pudiera decir se quedó deambulando en su mente al reparar en el nombre.

“Gabe” parpadeó varias veces, apartando con cuidado las manos de ella al no saber cómo reaccionar a absolutamente nada. Una campana sonó, y un alfa se acercó a toda prisa con una bandeja en las manos. - ¿Qué demonios hace aún aquí? ¡Su alteza real se pondrá fúrico si demora más!

“¿Alteza?” De sus labios salió un quejido cuando la bandeja fue empujada hacia su pecho. Escucharla le hizo espantarse por tercera vez en lo que iba del día. Esa voz no era la suya.

Los demás sirvientes se fueron acercando de manera coordinada; uno ponía el plato de sopa, otro vertía el contenido. Uno servía la taza de té, otros colocaban las servilletas de forma elaborada, otro más acercaba los aderezos, uno más el postre, y los cubiertos se alineaban a la par de todo. El hombre lo empujó de nueva cuenta. – No lo arruines, ¿entendido? Su majestad ya encontró al sirviente perfecto en ti, no queremos ningún percance.

River entonces fue empujado fuera de la cocina, empujando un carrito con la bandeja; la única indicación: Sube escaleras arriba, hacia el este, a los aposentos del príncipe Andrew.

La cara de River quizá era demasiado expresiva a juzgar del fastidio de los demás al momento de escuchar. Completamente desorientado, siguió a un malhumorado alfa que, sin parar de mencionar a los de “su calaña”, de cómo siempre esperaban a que otros llegaran a solucionar sus problemas o… algo por el estilo.

En medio de la confusión, y la ola de recuerdos que atacaban su aturdida mente. Debería estar en un castillo, sí, pero no era ese castillo. Él servía para el reino de Ganna, y según los comentarios dispersos que alcanzaba a escuchar de otros sirvientes, estaba en Zima. ¿Qué era lo que estaba haciendo ahí? ¿Qué no había una emboscada en Ganna hacía un momento?

El alfa dejó de indicarle el camino una vez que llegaron al segundo piso, recordándole lo que suponía, era el protocolo de la servidumbre, que, por suerte, no distaba mucho de lo que River estaba acostumbrado en su reino. Siguiendo la corriente del extraño sueño, avanzó solo por los pasillos, buscando tal alcoba. Sus pupilas se encogieron cuando, en medio de la búsqueda, chocaron con una silueta discordante frente al espejo.

Donde debería estar su reflejo, un joven menudo en uniforme monocromático le regresaba la mirada; lo único que tenían en común era el cabello negro. Se llevó las manos al pecho, tanteando la tela morada y violácea de ese uniforme, donde estaba el escudo de Zima. Sus propias manos, que debieran ser pálidas eran un par de tonos más oscuras y delgadas, los dedos y nudillos no tenían los callos que años entrenamiento le había dejado. River solía ser uno de los espadachines más importantes de Ganna, con el emblema de la espada en todas sus túnicas y armaduras, pero donde una cara orgullosa y angulosa debería regresarle la mirada, estaba una más delicada, de ojos más bien aturdidos y oscuros. Pero eso no era lo más preocupante.

De pronto ciertos comentarios parecían tener más sentido.

River era un alfa.       
Pero el chico que estaba viendo en su reflejo a todas luces era un omega.

Parpadeó varias veces, buscando en el escenario algo que le diera más indicios que no estaba en la realidad. ¿Qué podía ser más irreal que eso? Pero todo… todo era tan palpable, las cosas que podía tocar, las emociones que podía sentir eran tan extremas que ya deberían de haberlo despertado. Los aromas eran tan…

Tan nítidos.    
River tuvo que cubrirse la nariz en tanto sintió aquel aroma, o más bien, aquellos aromas. Si bien, no acostumbraba a estar presente cuando una pareja copulaba, ambas esencias mezcladas en el ambiente sólo podían sugerir aquello. Suponiendo que el alfa seguía del otro lado del pasillo esperándolo, comprendió lo evidente; estaba cerca de la alcoba del príncipe.

También estaba por descubrir a qué se referían los demás con que “su majestad había encontrado al sirviente perfecto en él”.

En sus años de servicio, River había enfrentado y aprendido infinidad de cosas. Sabía entonces cómo ocultar sus emociones tras una expresión fría y servicial. Cuando estuvo frente a la puerta de la que emanaban los aromas alfa y omega se limitó a tocar, escuchando un gruñido perezoso decir “adelante”.

Sabía ocultar sus emociones, pero al ser inexperto en una situación desconocida no sabía cómo tomarse las reacciones de su nuevo cuerpo. Controlaba el movimiento de sus manos que sudaban frío y su expresión no se alteró ante la extraña sensación de vulnerabilidad que las pesadas feromonas del alfa en la cama le provocaron al abrir la puerta y entrar. Tampoco estaba preparado para tal escena, no creía haber escuchado un rumor lo suficientemente nítido, ni tener la mente así de enferma como para tener un sueño tan extraño.

-Tardaron mucho esta vez – El segundo hijo del rey Esteban de Zima, Andrew, decía casualmente. Como si no estuviera completamente desnudo de rodillas, penetrando y embistiendo a un omega en la cama. Al notar la posición tensa de River, sonrió con gracia, rodeando con su brazo al chico de cabello gris por el cuello en una llave para levantarlo. - ¿No vas a saludar a tu amiguito?

River apartó la vista de inmediato, su pecho retumbaba al percibir amenaza de un modo que nunca había experimentado antes, mientras que su respiración se hacía pesada. - ¿Dónde dejo la comida? – Habló, haciendo un esfuerzo porque su voz no temblara. El chico que era penetrado frente a él soltó un gruñido bajo y él no podía estar más incómodo.

-Déjala por ahí. – Asintió en un movimiento rígido, avanzando un poco más para dejar el carrito con la bandeja, sólo fueron unos segundos antes de que desviara la vista, pero pudo percibir moretones en la cara del otro omega.

 


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