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Un Amor A Través Del Tiempo por midhiel

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Un Amor A través Del Tiempo


Capítulo Dos: El Compromiso Anulado


Mil gracias, Ali, por corregir.

…………

-Estel, vas a comer todos tus guisantes – ordenó Elrond con su ceja izquierda enarcada, cuando, durante la cena, notó cómo su hijo menor apartaba la comida con el tenedor hacia un costado del plato.

Por lo general, impartida la orden, Estel hacía un puchero y suspiraba, resignado, pero ahora, sorpresivamente, se volvió hacia su padre y sonrió.

-Me los comeré todos, ada – prometió y, acto seguido, llenó su tenedor de guisantes y se lo llevó a la boca.

Elrond y los gemelos quedaron pasmados.

El niño masticó sus guisantes y hasta los saboreó.

-Estel, ¿te encuentras bien? – Elladan sonó preocupado.

-Sí, Addy – respondió el pequeño, con una nueva sonrisa, y comenzó a mecerse feliz en el asiento y a tararear, como sólo los niños saben hacerlo.

-Hijito, quédate quieto, por favor – pidió Elrond, al descubrir que la pila de cojines de la silla de Estel se corría peligrosamente hacia un costado.

El pequeño se detuvo y, sin perder la alegría, bebió un largo sorbo de leche de su vaso.

Los gemelos intercambiaron miradas divertidas. Cuando bebía leche, Estel olvidaba limpiarse los restos y un simpático bigote blanco terminaba siempre adornando su boca.

Elrond lanzó a sus hijos mayores una mirada de reprobación y alcanzó una servilleta al niño.

-Límpiate los labios, Estel.

El pequeño obedeció y siguió degustando alegremente su cena.

-¿Cómo resultó la audiencia con el Rey de Mirkwood, ada? – preguntó Elladan, antes de llevarse una porción de ensalada a la boca.

-El compromiso de Arwen está sellado – anunció Elrond -. Cuando lleguen a Lothlórien, ella firmará el acuerdo y la boda podrá realizarse el año entrante.

-Esta sí que es una buena noticia – se alegró Elrohir -. ¿Quién lo diría? Nuestra hermanita comprometida con el Heredero de Mirkwood.

De pronto, Elladan se echó a reír. Su padre y hermanos lo miraron confundidos.

-Perdonen – se disculpó entre risas -. Pero hablar de esa gente me recordó algo divertido – bebió un sorbo de vino con avidez para calmarse y aclaró -. Cuando terminó la audiencia, el Rey de Mirkwood pidió a uno de sus numerosos hijos que buscara a Legolas. El elfo salió a los jardines corriendo y se tropezó… - hizo una pausa, ahogado por las carcajadas -. ¡Se tropezó con la estatua de Gil Galad!

Estel abrió los ojos como platos ante la mención de Legolas.

-¡Por los Valars! – se asustó Elrond -. No se lastimó, ¿verdad?

-No, sólo se hizo un bollo en la frente del tamaño de una nuez – repuso Elladan, sin dejar de reír -. Y la estatua, dura como la cabeza de Elrohir, siguió impávida en su pedestal.

-¡Oye! – protestó su gemelo, propinándole un codazo.

Su padre enarcó la ceja en dirección a Elladan, claramente enojado.

-No causa gracia que te burles del accidente de Su Alteza – giró hacia su otro hijo -. Y tú, Elrohir, no golpees a tu hermano.

-¿Conocen a Legolas? –preguntó Estel.

-¿Al Príncipe Legolas? – Elrond se volvió hacia el niño -. Claro que sí. Fui el sanador que lo trajo al mundo hace algunas centurias.

-¿Legolas es un príncipe? – el pequeño soltó un suspiro de admiración.

-Es uno de los hijos de Thranduil, el Rey de Mirkwood, Estel – aclaró Elrohir, limpiándose los labios con la servilleta -. Y sí, es un príncipe.

Estel bajó la cabeza, preocupado. No sería el hijo del Rey que estaba a punto de casarse con Arwen, ¿verdad?

-El Príncipe Legolas es uno de los testigos del compromiso de Arwen – comentó Elrond distraídamente -. Esa es la razón por la cual viaja con su padre a Lóthloriel.

-Entonces él no se casará con ella – quiso confirmar el niño.

-¿Quién? ¿Legolas? –sonrió Elladan -. ¡No tiene más de cinco centurias! Un adolescente de pies a cabeza.

-Hablando de adolescentes que lo son y otros que, sin serlo, se comportan como tales – comenzó Elrohir, sarcástico, apuntando hacia su gemelo.

-No quiero discusiones en la mesa – interrumpió Elrond, tajante.

-No mencioné a nadie en especial, ada – se excusó Elrohir con más sarcasmo.

Elrond volvió, por enésima vez, a enarcar su ceja izquierda.

-Dije que no quiero discusiones – enfatizó.

-¿Cómo conoces a Legolas, Estel? – preguntó Elladan, más para desviar la atención de su padre que por genuino interés.

-Hablé con él en el jardín – repuso el niño, inocentemente.

-¿Cómo hablaste con él en el jardín? – Elrond se volvió hacia su hijo menor -. ¿Alguien te lo presentó?

-No –Estel bajó la cabeza, avergonzado. No sabía si confesar o no que había estado llorando -. Estaba arriba de un árbol y él me encontró.

-Ada no quiere que platiques con extraños, Estel – recordó Elrohir con severidad.

-¿De qué manera te encontró? – quiso saber su padre.

Estel comprendió que debía confesar la verdad.

-Yo…yo estaba llorando muy triste porque…porque no sé jugar como los elfitos –suspiró -. Legolas oyó que lloraba y se acercó a consolarme.

-Estel – susurró Elrond.

-Es verdad, ada – hipó el niño, girando hacia su padre -. Soy torpe y no sé jugar.

El Señor de Imladris abrazó con fuerza a su pequeño.

-No eres torpe, sólo diferente –lo consoló con suavidad, hablándole al oído -. Y eso te vuelve una persona muy especial, ¿lo sabías?

-Es lo que me dijo Legolas –sonrió el niño, más tranquilo.

-Hermanito, ¿por qué dices que no sabes jugar como los elfitos? – preguntó Elladan, amorosamente.

Con la cabecita apoyada en el pecho de su padre, el niño miró a su hermano.

-No corro rápido y no sé trepar los árboles.

-Pero, Estel – sonrió Elrohir -. ¿No sabes que Addy y yo hemos sido los mejores trepadores de árboles del Arda?

Estel sacudió la cabeza, asombrado.

-No lo sabía.

-Nadie ha superado nuestras marcas, Estel – comentó Elladan, lleno de orgullo -. Podíamos subir en cuestión de segundos, no nos alcanzaba ni el más ágil.

-Y después se caían – rememoró Elrond con cierto disgusto -. Y con su madre debíamos correr a la Casa de la Curación para suturarles las heridas. No enseñarán esa clase de juegos a su hermano, hijos.

-¿Se lastimaban y les salía sangre? – se sorprendió el niño, deshaciendo el abrazo -. ¿Cómo a los elfos en las batallas?

-No te enseñaremos nada que te lastime, Estel – repuso Elrohir -. Pero conocemos algunos trucos sencillos para trepar rápido que podrán ayudarte en tus juegos.

Elladan se volvió hacia su padre.

-Estel no aprenderá nada que lo dañe, ada – aseguró con convicción -. Por favor, déjanos enseñarle algunos trucos para trepar con rapidez.

Elrond sonrió a sus hijos mayores y asintió.

-¡Sí! – se oyó el grito agudo del niño.

-Estel, no te muevas así. Cuidado con tus cojines que… – al sabio Elrond no le quedó más remedio que rodar los ojos y sacudir la cabeza cuando la pila de almohadones voló en dirección al piso y su hijo menor acabó despatarrado en el suelo.


………….


Legolas estaba maravillado con el paisaje del Bosque de Lothlórien. Acostumbrado a las laberínticas cavernas del palacio de Mirkwood, sentía fascinación por las casitas brillantes construidas en las copas de los árboles, que se conectaban entre sí mediante puentes colgantes y escaleras de caracol.

Durante el día, los rayos de Anar las hacían resplandecer como faroles, y por la noche, la luz de Ithil se encargaba de iluminarlas cual estrellas.

-Una obra de arquitectura increíble – opinó el augusto Rey de Mirkwood, al ver la admiración de su hijo menor -. Observa, Legolas, ¿ves aquel talan? – le señaló una casa en lo alto de un abeto -. Allí estaba yo, charlando con mis amigos, cuando escuché cantar a tu naneth por primera vez.

Legolas sonrió. Su difunta madre, una hermosa elfa de cabellos crespos y dorados como el sol, había sido doncella y amiga de Galadriel, la Reina de Lothlórien. Thranduil la había conocido en un viaje protocolar a ese reino, cuando aún era un príncipe, y había quedado prendado al instante de su generosidad y belleza.

-¿Recuerdas cuál era la canción, ada?

-Claro que sí – suspiró su padre, perdido feliz en sus recuerdos -. Cantaba la Canción de Nimrodel con una voz tan dulce y triste que me arrancó una lágrima. ¿Puedes creerlo, Legolas? – rió -. Yo, el Príncipe Thranduil de Mirkwood, llorando frente a mis amigos como un bebé.

-Sólo nana conseguía esas cosas – replicó Legolas con melancolía.

-Sí, ion – Thranduil apoyó una mano en su hombro -. Sólo ella lo conseguía.

El Rey Elfo se entristeció. Aún amaba a su esposa con cada fibra de su corazón. Ella le había regalado los años más dichosos de su vida y siete saludables hijos varones. Desgraciadamente, ya hacía quinientos años que Mandos se la había llevado a sus Estancias, después de dar a luz a Legolas, su último retoño.

-Vamos, tithen – Thranduil palmeó el hombro de su hijo, antes que la emoción lo embargase -. Lleguemos pronto al claro para cerrar el compromiso.

En un bosquecillo de abedules, rodeado de elegantes estatuas de granito, había un claro. Allí se congregaron los Reyes de Lothlórien, Galadriel y Celeborn, junto con su nieta, Arwen Undómiel, para cerrar el compromiso de ésta con el Heredero de Mirkwood. Thranduil llegó con dos de sus hijos, Lasbelin, su primogénito y heredero, y Legolas, en carácter de testigo.

Ya se encontraban presentes los elfos nobles del reino y Haldir, el Capitán de la Guardia Real, con sus dos hermanos, Orophin y Rúmil, todos formando un círculo alrededor de los reyes y su nieta. Al arribar el Rey de Mirkwood, se arrodillaron ante él y, con la mano apoyada en el corazón, le presentaron sus respetos. Sólo los soberanos de Lothlórien y Arwen permanecieron de pie.

Con un gesto de su Reina, los presentes recién se irguieron.

La Corte de Mirkwood no guardaba un protocolo riguroso, así que Legolas quedó una vez más sorprendido.

-Mae Govannen, Arar Thranduil Oropherion – saludó el Rey Celeborn. Tomó la mano de su esposa y juntos se adelantaron un paso para mostrar a su bella nieta.

Legolas soltó un suspiro de admiración. Arwen tenía facciones tan hermosas que parecían esculpidas, cabello ondulado y negro como la noche, y la tez clara como la luna. Sus ojos grises resplandecían con el mismo fulgor plata que los de Estel, y Legolas, al verla, recordó enseguida a su amiguito.

-Mae Govannen, Majestad – saludó la joven elfa, inclinando la cabeza en dirección a Thranduil.

El Rey de Mirkwood le devolvió gentilmente el saludo y sus hijos lo imitaron.

A continuación, Celeborn dio permiso a su secretario para que leyera el acta de compromiso. Una vez finalizada, Arwen y Lasbelin dieron un paso al frente para pronunciar sus votos.

El Rey de Lórien indicó a su hija que comenzase.

-Príncipe Lasbelin – habló la elfa, clavando su mirada azul en la celeste de su prometido -, es un honor para mí, como noble doncella, ser recibida en vuestra regia Casa. Aunque, con el dolor de mi alma – su mirada tranquila se ensombreció -, debo negarme a aceptar este compromiso.

Todos quedaron estupefactos.

-¡Arwen! – exclamó una desorientada Galadriel.

La joven actuó como si no la hubiese oído.

-No deseo convertirme en tu esposa, Lasbelin Thranduilion. Y aunque parezca un capricho, tengo razones valederas para rechazarte – resuelta, pero con un tono suave, inclinó la cabeza en dirección al Rey de Mirkwood, que, desencajado, aún no alcanzaba a reaccionar -. Con vuestra venia, Su Majestad, volveré a mis aposentos.

Hizo una reverencia, que parecía una burla para coronar su desplante, y se retiró por el sendero de abedules.

Los presentes permanecieron tan envarados como las estatuas que los rodeaban. La enardecida Galadriel apenas consiguió indicar a Haldir que la siguiera. El Capitán se dirigió presuroso a cumplir la orden.

-Su Majestad – Celeborn trató de romper el hielo -. Mi nieta, en verdad, no sabemos sus motivos. Es una joven educada y respetuosa, no entendemos por qué reaccionó así. Por favor, sabed disculparla – se excusó.

Su esposa no dijo ni media palabra. Conocía bien el carácter volátil de la consentida Arwen. Sin embargo, a su parecer, esta vez la joven había llegado demasiado lejos.

-Adar – susurró Legolas, al ver como su padre enrojecía. Luego volteó a su hermano, el ofendido Lasbelin parecía tan rojo como una manzana.

-Escúchame, Celeborn de Lórien – bramó Thranduil, apretando los puños -. Desconozco las ventajas que buscas conseguir con este juego infantil, pero mi Casa acaba de ser terriblemente insultada y mi pueblo no olvidará este agravio en muchos milenios – se volvió hacia los presentes, que recién comenzaban a salir del asombro -. Agradeced, Reino de Lothlórien, a la dulce Elbereth Gilthoniel, que los elfos del Bosque Verde somos guerreros que buscamos la paz, porque sino, no dudéis que la ira de mi gente, ultrajada por esta joven, se desparramaría sobre vuestros bosques. Y a ti, Galadriel de Lórien – lanzó a la Reina una mirada furibunda -, te advierto que nuestras alianzas presentes y futuras están quebradas.

Nadie se atrevió a replicar. El Rey de Mirkwood dio media vuelta y se marchó por un camino contrario al que había tomado Arwen.

Lasbelin sentía lágrimas de furia y tristeza luchando por salir.

-Legolas – llamó con la voz a punto de quebrarse -. Ve con adar. Sólo tú consigues calmarlo.

El joven elfo miró a los Reyes de Lothlóriel, sin saber si saludarlos o no. Vaciló, hizo una ligera inclinación y salió detrás de su padre.

No hizo falta que el secretario avisara que la ceremonia había finalizado, o, mejor dicho, que había sido abruptamente interrumpida. Los elfos se retiraron discretamente uno por uno.

-Lasbelin, ven a mi talan, por favor – la atenta Galadriel tomó de la mano al heredero de Mirkwood -. Estás muy tenso, jovencito. Te prepararé una poción para tranquilizarte

El ofuscado príncipe no opuso resistencia.

-¿Qué pudo haberle ocurrido a Undómiel? – susurró Celeborn a su esposa.

Galadriel meneó la rubia cabeza.

-Es una elfa vanidosa, que no tiene respeto por nadie, cariño. Tu amor por ella te ciega, pero aquí está la prueba de lo que siempre afirmo, nuestra nieta es una persona caprichosa y egoísta. No piensa en nadie que no sea ella misma y únicamente se preocupa por aquello que pueda aportarle un beneficio.

Celeborn suspiró resignado. Era un abuelo orgulloso y sobreprotector, pero esta vez debía aceptar que su esposa estaba en lo cierto. Dio a Lasbelin una palmada en el hombro y, con Galadriel, lo acompañó a su talan para consolarlo.



……….



Consciente que Haldir la seguía, Arwen se apresuró en llegar hasta su talan. Allí, su séquito de doncellas la aguardaba expectante por el resultado del compromiso, pero la odiosa joven las echó a todas para encerrarse sola.

Aunque quería aparentar dolor por la decisión que había tomado, no pudo menos que reír. Por Eru, las caras del regio Thranduil y de sus inocentes hijitos la hacían estallar en carcajadas.

Seguro que nadie se había animado antes a tratarlo así, pensó. Era el Rey de Mirkwood, una eminencia entre los elfos, y ella lo había despreciado frente a la Corte de sus abuelos.

Pero claro, Arwen tenía un motivo.

Un par de días atrás, se había colado en la gruta donde su abuela guardaba la famosa fuente que le servía de espejo mágico, para espiar sus aguas. Vacilante, se había atrevido a asomar la cabeza más por picardía que por necesidad de adquirir algún conocimiento. Sin embargo, lo hallado en el reflejo no la entusiasmó en absoluto: en el Valle de Rivendell, donde residían su padre y sus hermanos, vivía con ellos un niño de ocho años. Dulce, amable, noble e inteligente.

“Un niño cualquiera”, había pensado Arwen al principio. “Mi adar adoptó a un simple édain y lo está educando con un afecto que me enferma.”

Egoísta, vanidosa y asqueada, la elfa había descargado el puño contra las aguas, evaporando la imagen. Pasados unos minutos, cuando se sintió más tranquila, había vuelto a mirar y el espejo le había revelado otra información: ese niñito inocente no era cualquier mortal, se trataba de Aragorn, hijo de Arathorn, y heredero legítimo del trono más poderoso del Arda.

Arwen casi se desvaneció de la sorpresa.

Presumida, engreída y orgullosa, sintió crecer en ese instante el deseo de ser reina, no de un pueblo élfico como su padre y sus abuelos habían decidido cuando sellaron la alianza con Thranduil, sino del reino más importante de la Tierra Media.

Por eso ahora se regodeaba el recordar el rostro descompuesto del Rey Elfo y la turbación en sus abuelos.

Ella no quería ser Reina de Mirkwood. ¿Para qué viajar hasta un bosque lejano, lleno de arañas gigantes, y languidecer en un palacio de cavernas, cuando podía ser coronada Reina de Gondor y gobernar con ese tal Aragorn hasta el fin de los tiempos?

Arwen sonrió con una mirada perversa. Entonces, su sabio padre no estaba educando a cualquier mortal, estaba educando al futuro Rey de Gondor y, por ende, a su futuro marido.


…………..



-¡Bravo, Estel! – aplaudió Elladan desde el suelo cuando su hermanito llegó a la copa del árbol -. ¿Te diste cuenta que no era tan complicado?

-Sí, Addy – sonrió el niño, feliz, bajando la cabeza hacia sus hermanos.

-Ahora no habrá elfito que pueda ganarte, Estel – exclamó Elrohir, junto a su gemelo -. Nadie consigue trepar con nuestra rapidez, excepto tú, que ya conoces nuestro secreto.

-Sí, Ro – contestó el pequeño, entusiasmado -. El secreto es colgarse de las ramas más cortas y…

-Calla, Estel – pidió Elladan, con un susurro -. Que no te escuchen. Es un secreto, recuérdalo.

Estel asintió, obediente.

-Bueno, hermanito – los jóvenes se despidieron finalmente -. Glorfindel nos espera para nuestra práctica de tiro. Más tarde te buscaremos para cenar, ¿de acuerdo?

-De acuerdo – respondió el niño, agitando la mano.

Los gemelos le devolvieron el gesto y se alejaron, cuchicheando bromas.

Estel se recargó en la rama y sonrió. Pocas veces se había sentido tan orgulloso. Al fin estaba en condiciones de aventajar a esos elfitos que tanto se burlaban de él. Ya los sorprendería mostrándoles esta habilidad que nadie más poseía.

El niño se preguntaba muchas veces por qué lo despreciaban tanto. Tal vez por ser diferente, deducía. ¿Pero acaso era tan malo no parecerse a ninguno de ellos?

Su ada y Legolas le habían asegurado que era una personita especial.

-El Príncipe Legolas – suspiró el niño, mirando el horizonte.

El crepúsculo teñía el cielo nítido y algunas estrellas comenzaban a iluminar el paisaje. No lejos de allí, el agua de la cascada se ennegrecía con la puesta del sol y su repiqueteo se perdía con el canto de grillos y pájaros.

Estel era inmensamente feliz en Imladris. Aquel valle era su hogar.

Su padre y hermanos no le permitían viajar lejos, temerosos de que el atento Ojo de Sauron lo reconociese, así que el pequeño no conocía el mundo más allá de sus fronteras.

-Legolas –volvió a repetir el nombre. Al hacerlo se transportó a un mundo de sueños.

Estel pensaba que no olvidaría jamás ese nombre ni ese rostro tan dulce y hermoso.

Y estaba en lo cierto.

Con el correr de los años, el niño creció y, cuando tuvo la edad suficiente, conoció su origen y su destino. También se rebeló contra la marca de ser el Heredero de Isildur y se unió a los montaraces para huir de su designio. Pero, más tarde, acabó aceptando finalmente el legado de su sangre.

Sin embargo, a pesar de todas las aventuras y proezas que vivió, no olvidó a su príncipe elfo.

Y lo siguió amando, con la misma devoción de ese primer encuentro.

TBC


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