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Babysitting Estel por midhiel

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Babysitting Estel

Mil gracias, Ali, por corregir.

Capítulo Dos


Por el camino, Haldir y Elrohir intercambiaron miraditas seductoras, que pasaron inadvertidas para Estel, pero no para el resto de los elfos.

Al llegar al valle, la comitiva de Lórien fue trasladada a sus aposentos para que sus integrantes se dieran un baño y se alistaran para el torneo, que sería en el campo de tiro, cerca de la cascada.

Cuando ya los elfos habían entrado en sus respectivas habitaciones, Haldir pensó que era el momento preciso para robar un beso a su amado. Con una mirada sugerente, sonrió a Elrohir, que respondió a la invitación acercándosele. Pero apenas el capitán apresaba su cintura, Estel, que calladito había estado siguiendo a la pareja, exclamó:

-¡No me dijiste si querías jugar, Haldir!

Elrohir sólo atinó a sonreír, resignado. ¿Qué más podía hacer ante su inquieto hermanito?

-Estel, ¿qué te comenté de seguir a los adultos? – le reprochó.

-Pero Glorfy me dijo que no me alejara de ti – respondió el niño con un puchero.

-¿Glorfy? – Haldir miró al gemelo, confundido.

-Glorfindel – tradujo Elrohir -. Estel se crió entre humanos hasta los dos años y su lengua materna es el westron. Por eso aún no pronuncia bien algunos de nuestros nombres.

El blondo elfo sacudió la cabeza.

-No me dijiste si querías jugar, Haldir – insistió Estel.

El capitán frunció el ceño y Elrohir entendió que no contestaría algo amable. Entonces, tomó la manita del niño.

-Vamos, Estel. Dejemos a Haldir tranquilo, que tuvo un viaje agotador.

No muy convencido, el pequeño permitió que se lo llevase, siguiendo a Haldir con la mirada. Según su impresión, el elfo rubio no parecía cansado, al contrario, se veía feliz de estar junto a Elrohir. ¿Por qué entonces no parecía entusiasmado en jugar?, razonó.

En un esfuerzo supremo por parecer amable, Haldir saludó a Estel, mientras éste se alejaba, y el niño le devolvió alegremente el saludo.

-Dulce Elbereth – suspiró el elfo, en voz baja, alzando los ojos en dirección al techo -. Haz que Elrohir lo ponga a dormir una siesta de mil años o lo mande de vacaciones a Mordor. Pero, por favor, no permitas que se me cruce otra vez – suplicó.




…………….



Dos horas más tarde.


Mientras los concursantes se preparaban en el campo de tiro para el torneo, Haldir se recargó en el puentecito arqueado que conectaba las dos orillas del lago que bañaba los jardines, y se puso a meditar en silencio.

Hasta que una vocecita alegre lo apartó de sus reflexiones.

-Hay un torneo de arcos y flechas, Haldir.

-Sí, un torneo de arquería – corrigió el elfo, volteando hacia el pequeño Estel. Lamentablemente, Elrohir no lo había puesto a dormir por mil años ni lo había enviado a Mordor.

-Mira, aquí tengo las mías – le extendió un arquito y flechas de juguete -. Mi ada me las regaló para mi cumpleaños.

-Ah, qué bien – repuso Haldir, sin entusiasmo.

-Y también una espada – el niño señaló una de madera, que estaba ceñida a su cintura.

-Te felicito – ironizó el elfo, volviendo la mirada hacia los jardines.

El inocente Estel no captó su sarcasmo y le tironeó la túnica para conseguir su atención.

-¿Sabes disparar flechas, Haldir?

Haciendo uso de toda su paciencia, que no era mucha, el elfo se volvió otra vez hacia el niño.

-Escucha, elfito… quiero decir, niñito. ¿Por qué no vas a jugar a otra parte? Con Glorfindel, por ejemplo.

Estel se puso serio, mientras sacudía la oscura cabecita, decidido.

-No, Haldir, no puedo. Glorfy está ayudando a los elfos y no debo molestarlo.

“Pero a mí sí”, pensó el blondo capitán, cuidándose de no repetirlo en voz alta.

-Sabes, Haldir – continuó Estel -. Cuando crezca, iré a un lugar llamado Mourdor, donde viven los orcos que matan mis hermanos. Allí hay una torre negra y larga – el niño se puso en puntas de pie y extendió los brazos hacia arriba para enfatizar la altura -. En esa torre vive un señor muy malo, llamado Sao-dun. Yo acabaré con él.

Ahora el irritado elfo comenzó a reír, aún más sarcástico. ¿Ese enano parlanchín creía que acabaría con Sauron, el Señor Oscuro de Mordor? Verdaderamente el niñito tenía una imaginación prodigiosa.

-Quizás lo mates con esa espadita – Haldir señaló el arma de juguete.

Estel asintió, serio y convencido, logrando que el capitán rodara los ojos y mirara en distintas direcciones, buscando al gemelo. ¿Dónde rayos estaba Elrohir cuando más se le necesitaba?

-Ahí llega Ro – anunció de pronto el niño y corrió al encuentro de su hermano.

Elrohir lo cargó en brazos y subió el puente hacia Haldir.

-Debo llevarte al salón de juegos, hermanito – avisó. Estel frunció el ceño con un puchero -. Lo siento, tithen. Pero este torneo es peligroso y ada dejó en claro que te quiere lejos del campo de tiro.

Haldir apenas disimuló la sonrisita de triunfo.

-Debes marcharte, Estel. Ya platicaremos luego sobre tus juguetes y tu futuro como vencedor de Sauron.

Elrohir se sintió feliz al ver que su hermanito y el elfo habían congeniado.

-Me alegra que te guste Estel. Es un niño abierto y le encanta sociabilizar con las personas que considera amigos nuestros.

Haldir rodó los ojos y se guardó el comentario.

El niño indicó a su hermano que inclinara la cabeza y le murmuró algo en la oreja puntiaguda.

-Estel quiere que te comente que es un jinete muy diestro – Elrohir se dirigió a Haldir -. Tiene un pony, llamado Celuliel, con el que sale a trotar por las tardes en compañía de Glorfindel.

-¡Qué bien! – el capitán esbozó una sonrisa forzada.

El niño hizo otra confidencia a su hermano y arremangó su brazo izquierdo para que Haldir notase un rasguño.

-Se hirió una vez que cabalgó muy brusco – explicó Elrohir. El pequeño suspiró, compungido -. Ada debió darle tres puntadas, pero Estel se comportó como un adulto y no lloró.

-Qué valiente – opinó Haldir, sin muchas ganas -. ¿Por qué no te marchas al salón de juegos ya, Estel?

Elrohir descendió a su hermanito, que dejó veloz el puente, y se acercó al elfo.

-Al fin tenemos un tiempo a solas – opinó el capitán, arqueando las cejas.

Elrohir le rodeó la cintura con los brazos.

-¿Te estás divirtiendo?

-Más que aquella vez, cuando te ayudé a masacrar a ese grupo de cuarenta orcos – bromeó Haldir.

Acercaron los rostros para darse un beso. Pero cuando los labios ansiosos estaban a punto de unirse…

-¿Orcos? ¿Dijiste orcos, Haldir? – exclamó el pequeño, dando brincos -. ¡Adoro jugar a los elfos y los orcos! Pero siempre quiero ser un elfo valiente, como mis hermanos. No me gusta ser un orco.

Haldir y Elrohir suspiraron.

-Creo que ya es hora que lo acompañe al salón de juegos – decidió el gemelo, tratando de consolarse con una sonrisa.

-Llévatelo lejos de aquí – suplicó Haldir a su oído -. Lo más lejos que puedas.



………..



Haldir estaba atravesando un nuevo nivel de frustración. Elrohir había tenido que arreglar asuntos urgentes mientras su hermanito merendaba y, para que no quedara solo, pidió al rubio capitán que se encargara de cuidarlo. Así, sentado en la mesa del comedor, el soberbio Haldir de Lórien observaba a un niño de cuatro años merendar en silencio. ¿En silencio? A decir verdad, eso estaba por verse.

-Haldir – habló el niño, después de un sorbo a su tazón de leche caliente -. Pareces cansado. ¿Bebiste vino?

-No – respondió el elfo, ásperamente.

Estel frunció el ceño.

-¿Conoces a Restor, el consejero de mi ada?

-Lord Erestor – corrigió el capitán. ¡Cuánto lo exasperaba la mala fonética del niño! -. Sí, lo conozco.

-Cuando Restor bebe vino, se ve como tú – confió el inocente pequeño -. Tiene sueño y la cara se le pone roja como una frutilla. ¿Te gustan las frutillas?

Haldir soltó un suspiro profundo, como para tragarse el valle entero.

-Anda, bebe tu leche, tithen.

Estel dio otro sorbo.

-Restor dice que no es el vino lo que lo pone así, sino el miruvor. Pero yo lo vi una vez beber vino a escondidas y después decir a ada que fue el miruvor.

Haldir rodó los ojos. Después de todo, no era mala idea adormecer a un niño con vino, ¿o sí?, pensó. ¡Por Eru!, se corrigió velozmente. Eso sería muy cruel. Las ideas que se le ocurrían por el fastidio al que estaba siendo sometido.

Cuando terminó de merendar, el pequeño invitó a su nuevo “amigo” a jugar al jardín. Al principio, Haldir se mostró renuente, pero enseguida comprendió que si el inquieto niño jugaba y jugaba, se cansaría pronto, y así Elrohir tendría que llevarlo a la cama.

Y al fin llegaría su ansiada paz.



………..




Haldir salió al jardín con el niño, llevando su ballesta preferida para limpiarla. Mientras Estel corría y se revolcaba en el pasto, el elfo, apoyado en un tronco, frotaba el arma con un paño. Al terminar la limpieza, dejó la ballesta erguida contra el tronco, justo en el momento en que llegaba Elrohir.

El entusiasmado niño se alegró de ver a su hermano y quiso salirle al encuentro, pero al correr hacia él, se llevó por delante el arma. La ballesta cayó de tan mala manera que impactó contra una roca, partiéndose en dos.

Estel se levantó de un salto pero, al ver lo que su caída había causado, se asustó y lloró. Elrohir corrió a consolarlo, en tanto Haldir recogía su arma partida en dos mitades.

-¡Esto es el colmo! – protestó Haldir, fuera de sí -. No me dejas en paz, Estel. ¡Eres insoportable! ¡Más molesto que un trozo de manzana en los dientes! ¿Sabes quién me regaló esta ballesta? ¡Mi Reina y Señora, la Dama Galadriel! ¡Con ella abatí a más de un centenar de orcos e infinitas bestias!

-Haldir, calma – terció Elrohir -. Es sólo un niño.

-¡Esto no es un niño! – gritó Haldir, exasperado -. ¡Es un orco!

Elrohir se puso rojo de furia, no podía creer que Haldir pudiera ser tan desalmado. Apenas terminó de asimilar las crueles palabras, lo calló con una fuerte bofetada.

Estel lloró con más fuerza. Su hermano se arrodilló para abrazarlo y consolarlo con cariño, mientras lanzaba al blondo elfo una mirada fulminante.

-Márchate, Haldir – ordenó con odio -. Antes que te corra a las patadas.


………..



Lleno de remordimientos, Haldir vigilaba la entrada del dormitorio de Estel, esperando que el gemelo saliera. Se sentía un monstruo con su comportamiento. Estaba claro que no soportaba a los niños, pero haber maltratado de ese modo a alguien tan inocente, que sólo se había acercado a buscar su amistad, lo hacía sentirse horrible.

Al fin, Elrohir salió de la recámara, acompañado de la elfa que se encargaba de atender al niño.

-Tráele una buena porción de pastel de chocolate – pidió gentilmente.

Haldir se acercó, contrito.

-¿Cómo se encuentra Estel? – preguntó en un susurro.

-¿Cómo te imaginas que se encuentra después que le gritaste que era un orco? – increpó el gemelo, enojado -. ¡Por Elbereth, Haldir! ¿Eres consciente de lo que hiciste? Llamaste orco a un édain de cuatro años.

El elfo rubio bajó la cabeza, sintiéndose la persona más miserable.

-Permíteme entrar y hablar con él.

-¡Para qué! – recriminó Elrohir, furioso -. ¿Para que vuelva a llorar?

-Quiero disculparme con él. Por favor, Elrohir.

-No voy a dejar que lo lastimes. Es más, ¡debería echarte del valle a los golpes y prohibirte que vuelvas!

-Mírame a los ojos –exclamó el capitán, dando un respingo -. ¡Estoy arrepentido de veras! Sólo quiero disculparme con ese pobre niño. Déjame verlo, y si suelta sólo una lágrima, te autorizaré a que me des cien bofetadas más.

A duras penas, Elrohir dio su consentimiento.

-Entra, discúlpate y márchate del valle, Haldir – ordenó con frialdad-. Pero si Estel vuelve a llorar, yo te juro…

Atravesado por la mirada de odio del gemelo, el capitán asintió.

-Me disculparé y abandonaré el valle. Lo prometo.

-No quiero verte nunca más – masculló Elrohir

Haldir no se atrevió a replicar y entró en la recámara en silencio.


TBC

Después del comportamiento con Estel, a Elrohir no le importará que Haldir permanezca virgen el resto de su arrogante vida. Veremos cómo el blondo capitán recupera su confianza.

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