Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Del Odio al Amor por Kitta

[Reviews - 80]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Kitta: A pedido de todos los que han dejado su comentario!!!

Helio: Hace años que no actualizo, soy horrible T.T Y después me ando quejando que no actualizan mis fics xD jajjaj

Eleo: Que lo disfruten!

Capítulo 17: Iniciando los planes

 

Dumbledore suspiró y cerró sus ojos cansadamente. Su familia, al igual que muchas familias pura sangre, habían mantenido grandes relaciones con los Potter, y a pesar de todo lo sucedido con los padres de Albus, el Señor y la Señora Potter nunca les habían dado la espalda. Eran personas generosas y muy benevolentes a pesar de toda su fortuna. Es por eso que una vez recibido de Hogwarts, Albus había conocido y mantenido una amistad muy estrecha con los padres de Charlus Potter, y luego, cuando éste entró a Hogwarts para estudiar, Albus siempre había mantenido un ojo sobre él para cuidarlo. Habiendo hecho todo eso, no era de extrañar que Dumbledore notase la mirada que Stefan Rookwood le lanzaba continuamente al joven Gryffindor. Al principio lo había desestimado creyendo que era un simple enamoramiento de mejores amigos, pero cuando Dorea Black entró en el juego, esas miradas se volvieron más desconcertantes. Amenazantes, terroríficas y terriblemente obsesionadas. Albus debió cuidar de que nada malo le pasase a Dorea o a Charlus. Por suerte, Stefan nunca se atrevió a hacer ningún daño a nadie. Dumbledore no creía que fuese por su buena voluntad sino más bien por el miedo a las consecuencias. El tiempo pasó y cuando Charlus se casó con Dorea, Stefan desapareció de la faz de la tierra. Eso desconcertó un poco a Albus, pero le bastó un poco de investigación para saber que se había mudado a Sudamérica. Por un tiempo, Dumbledore siguió asegurándose que Stefan no iba a hacer nada, pero luego, Albus desestimó cualquier preocupación y se olvidó del chico. Todos merecían ser feliz, y si él encontraba la felicidad en otro país, bienvenido sea.

 

Es por esa razón que se sorprendió terriblemente cuando Stefan Rookwood tocó la puerta de su despacho y entró para pedirle el puesto de Defensa contra las artes oscuras. Parecía ser que estaba en el país hacía unos cuantos meses y se había enterado del ataque al profesor titular. En el momento, desesperado como estaba por encontrar un nuevo profesor, Albus no había escatimado en detalles, pero con el tiempo se dio cuenta que toda la situación resultaba un tanto conveniente para el profesor suplente. ¿Cómo se había enterado tan rápido que Albus necesitaba un reemplazo para el profesor herido? ¿Había sido una mera casualidad o era una causalidad? ¿Era Rookwood quien había atacado al profesor? Albus sacudió suavemente su cabeza intentando quitar aquellos pensamientos de su mente. No era ni meramente posible. Rookwook era un cobarde. Jamás atacaría a nadie y mucho menos del modo en que había sido atacado el antiguo profesor de defensa. Aunque Albus debía admitir que Stefan no era el mismo niño Stefan que se había graduado de Hogwarts y huido a Sudamérica. Aquel niño tímido e inseguro de sí mismo se había ido para siempre. En su lugar, un hombre diestro en las artes del duelo y seguro de lo que estaba haciendo había cruzado la puerta de su despacho aquel día. Aquel conocimiento era lo que más lo había desconcertado en un principio pero luego le había dado la bienvenida como si no lo hubiese notado. Las personas cambian, y volverse hábil y con autoestima no es realmente malo. Al menos no por sí solo. El problema era cuando, como con Stefan, la persona guardaba oscuros demonios en su interior.

 

El ruido de unos golpes en su puerta sacó de su ensimismamiento a Dumbledore quien se repuso rápidamente y con voz gentil y suave le dio permiso a la persona para pasar en su despacho. Antes de que ésta pudiese entrar, Albus guardó en el primer cajón de su escritorio la fotografía que había estado sosteniendo con fuerza hasta hacía unos minutos. Los rostros de unos jóvenes graduados miraban felices desde el otro lado del vidrio y entre ellos se encontraban Charlus y Stefan.

 

----------------------------------------------------

 

Luego de haber visto como un feliz James entraba en la sala común de Gryffindor, Rookwood volvió sobre sus pasos y se dirigió a su despacho. Caminaba con la frente en alto y con una expresión seria en todo su rostro. En su mente se maquinaban cientos de planes que podría llevar a cabo, pero ninguno lo suficientemente bueno como para que le llame realmente la atención. Todo tenía que salir perfecto y ser cuidadosamente planificado. No podía hacer las cosas rápido pero tenía que darse prisa. El tiempo apremia y no iba a permitir que alguien le arrebatara su trofeo. Hablando de “alguien”. Tenía que encontrar algo realmente bueno para deshacerse de ese maldito Tom Riddle sin que nadie sospechara de él. Rookwook no era estúpido. Notaba la mirada que James le lanzaba a Riddle y eso lo sacaba de quicio. ¡¿Cómo se atrevía?! James le pertenecía, era ¡Suyo! Tenía que acabar con esa asquerosa serpiente rastrera antes de que el Slytherin comenzara a ceder a los avances de James. Jamás se perdonaría el perder de nuevo, ¡Jamás! No iba a aceptar otra derrota.

 

Caminó con pasos furiosos por los corredores desiertos y ni siquiera se preguntó por qué no había alumnos vagabundeando por ahí. No era tan tarde después de todo. Aún faltaba la cena. Abrió sin ver la puerta de sus habitaciones y se quedó estático cuando una persona sentada en uno de sus sillones le devolvió la mirada con una sonrisa en su rostro.

 

-Buenas tardes, Stefan.

 

----------------------------------------------------

 

-Profesor Dumbledore.- Llamó la profesora McGonagall una vez que ingresó al despacho del director. Su porte, siempre elegante, hacía que incluso los alumnos más traviesos le mostrasen respeto.

 

-¿Si, mi querida Minerva?- La sutil sonrisa de Dumbledore siempre presente no se hizo rogar y alzó el rostro para mirar directamente a los ojos de su profesora favorita. La susodicha evitó hacer cualquier gesto que demostrara su irritación y continuó caminando hasta detenerse delante del escritorio. Miró a la silla que estaba situada sugerentemente delante de ella y se sentó mientras depositaba los papeles que tenía en la mano sobre el escritorio frente a ella.

 

-Profesor Dumbledore.- Dijo nuevamente con total seriedad.- Han llegado a mis manos recientemente estos papeles con un pedido de intercambio. Al parecer un estudiante de Beauxbatons se ha mudado recientemente a Inglaterra y desea dejar de asistir a su antiguo colegio para comenzar sus clases aquí. Si bien, ya hemos empezado el ciclo lectivo, los padres del muchacho han sido muy insistentes, diciendo que no habían podido mudarse antes ni enviar la carta antes tampoco debido a los preparativos.

 

-Mmmm… Ya veo.- Dumbledore llevó una de sus manos a su mentón y se lo frotó pensativo. Tendría que pasar por muchos problemas con el Consejo Estudiantil para aprobar el ingreso del nuevo chico, pero estaba seguro de que iba a poder lograrlo. Nadie merecía perder un año de escolaridad por tonta burocracia. Además los estudiantes de Beauxbatons eran muy aplicados, por lo que seguramente el chico tendría un buen nivel y unos pocos días de clase, no serían gran problema. Siempre podía poner a otro chico para que lo ayudara a ponerse al día.- Dígame, profesora Minerva, ¿Tiene usted por casualidad las notas del muchacho?

 

-Por supuesto.- McGonagall buscó entre los papeles que había dejado olvidados en el escritorio y cuando encontró lo que necesitaba lo separó del resto de la pila y se lo extendió al director para que lo revisara. Dumbledore agarró los papeles con una suave sonrisa y un simple “gracias” y comenzó a examinar las notas del futuro nuevo alumno de Hogwarts. Eran muy raras las ocasiones en las que un niño de más de 11 años entraba al colegio y mucho más un alumno de intercambio, pero no era la primera vez y Dumbledore estaba seguro que tampoco sería la última. Mientras leía su cabeza subía y bajaba en gesto apreciativo y de su boca salían sonidos de conformidad. El muchacho era muy inteligente, no le sorprendería que acabase siendo sorteado en Ravenclaw.

 

-Muy bien. Haré lo que esté en mi poder para ayudar al niño. Mañana en la mañana iré de inmediato a ver al Consejo Estudiantil. Estoy seguro que entrarán en razón. Mientras tanto, por favor, contésteles a los padres para que sepan que estamos haciendo lo posible para tramitar su traspaso y que quiero una cita con ellos en dos días. No deseo que esto se alargue más. Él niño está perdiendo clases.

 

-Por supuesto, profesor.- Dijo McGonagall y se retiró dejando el resto de los papeles en el escritorio para que el director los leyera luego. Estuvo a punto de decirle que el niño tenía ya dieciséis años, pero seguramente a Dumbledore aquello no le importaría. Si por él fuera, seguiría diciéndole niña a ella. Evitó sacudir su cabeza de un lado a otro y salió del despacho sin decir nada más. Pronto tendrían en Hogwarts un ex-estudiante de Beauxbatons. Minerva esperaba que nadie de su casa lo espantara.

 

En cuanto Minerva salió de su despacho Dumbledore inmediatamente recogió pergamino y tinta y se dispuso a escribir la carta para informarle al Consejo Estudiantil que mañana a primera hora estaría haciendo una visita en el Ministerio para tratar asuntos de Hogwarts. Dumbledore sabía que seguramente el presidente del consejo se enteraría solo con el tiempo necesario para llamar a una reunión de emergencia, pero Albus no quería posponer ni un solo día aquel asunto. Se preguntaba qué cosas había hecho que los padres se mudasen con sus hijos a Inglaterra tan improvisadamente. Cuando terminó de escribir la carta, la selló, escribió el nombre de su destinatario y llamó a Fawkes para que la enviara. La ató a la pata del ave fénix y con un suave empujoncito hizo que saliera volando por la ventana que se mantenía abierta en su despacho. Fawkes seguramente estaría de vuelta en unas horas así que Dumbledore se levantó de la silla y se dispuso a ir al Gran Comedor. La cena estaba por comenzar.

 

----------------------------------------------------

 

Llegó a su despacho y se preguntó si era demasiado tarde para escribir a los padres del muchacho. Luego de un tiempo de duda, decidió que el horario no era importante. Aquel tema debía ser tratado con urgencia y cuanto antes se enteraran, mejor. Además, si recibían la carta hoy, podrían contestar mañana y luego al día siguiente ya estaría confirmada la cita. Suspiró cansinamente y comenzó a redactar la carta disculpándose por el horario de llegada de la misma. Les explicó que el Director quería tratar todo a la mayor brevedad posible y que por eso estaba escribiéndoles inmediatamente después de recibir su carta. Los citó para el día después de mañana a las cuatro de la tarde en el despacho del director de Hogwarts y les dijo que si tenían algún problema con el horario o con el día podían informarlo en una carta y verían que otro horario o día se podía elegir.

 

Cuando acabó de escribir suspiró nuevamente con cansancio y se recostó por un momento en su silla. Le gustaba su profesión, pero a veces era tan agotador. Sobre todo con aquellos diablillos. Como Jefe de la casa de Gryffindor, McGonagall había ido ese día a la mañana a visitar a los dos muchachos que se encontraban en la enfermería después de que recibieran ese taque por parte de los Slytherin. Debía admitir que era aterrador que Black y Potter hayan realizado una travesura lo suficientemente irritante como para sacar aquella reacción de los otros. Aunque debía suponer que colas y orejas de gato no eran exactamente una travesura que ella estuviese dispuesta a ser víctima. De solo pensarlo le causaba gracia y la hacía reír. Bueno, debía recomponerse. Era una profesora imparcial y aquello había estado muy mal. Por ambos lados. Aunque según Albus, solo Potter tenía la culpa de aquello. ¡Qué suerte la suya! Su alumno favorito haciendo cagada. Bueno, no era algo del otro mundo después de todo cuando se hablaba de James Potter

 

----------------------------------------------------

 

-¿Lo viste?

 

-¿Qué cosa?- Preguntó James cuando entró por el retrato de la Dama Gorda y fue asaltado por un entusiasmado Peter. ¿No lo había visto hacía dos segundos? ¡Merlín! ¡Era tan empalagoso! Ciertamente, Peter tenía suerte de no tener otros amigos. Pero más suerte tenía que le cayera bien a Remus. Si no, él y Sirius le habrían dado una buena patada en el trasero hace años. Le gustaba ser admirado, pero ese punto ya era empalagoso.

 

-El Profeta. Saliste en primera plana, junto con tus padres.

 

-¿Qué?- Preguntó consternado sin prestar ni dos segundos de atención a la emoción de Pettigrew. James le arrebató el diario de las manos y se puso a leer el titular. “Auror Reconocido”, debajo de aquellas palabras había una foto en grande de su padre con su sonrisa arrogante que hacía a su hijo orgulloso y luego en una esquina había fotos de su madre y de él mismo. Bueno, aquello no era exactamente un “junto con tus padres”, pero suponía que podía pasar por alto la estupidez de Peter por haberle mostrado aquel artículo que él había pasado por alto. Miró arriba en la fecha de emisión y notó que la fecha era de hace cinco días. ¿Por qué nadie lo había notado antes? Tal vez lo habían hecho y nadie creyó importante decírselo. ¿Pero por qué ni sus padres le habían mandado una carta? ¿Habían esperado que él les escribiera?

 

James se despidió rápidamente de Peter sin prestarle ningún pensamiento y subió a su habitación para terminar de leer en paz el artículo entero. Caminó por el cuarto, que sin Sirius ni Remus se encontraba bastante vacío aquellos días, y se tiró en su cama con gesto concentrado. Pasó histéricamente las páginas, rompiendo algunas en el proceso, y comenzó a leer enfurecido. Odiaba ser dejado de lado. Su madre tendría un poco de sus pensamientos mañana a primera hora. Ya iba a ver.

 

Luego de terminar de leer y calmarse un poco llegó a la conclusión que la situación no era para alarmarse demasiado. No le agradaba que su padre hiciera cosas muy riesgosas a su edad, pero tampoco era su padre para ir y retarlo. Sin embargo, eso no quitaba que mañana a primera hora su madre se enteraría que tenía un hijo. Único, caprichoso y demasiado mimado, HIJO. Ya iba a ver. Volvió a tomar una respiración para calmarse y decidió que la carta la escribiría luego de la cena. Él no era madrugador, así que no iba a perder tiempo mañana en la mañana para escribirla, solo se levantaría para enviarla y tal vez, con suerte, volver a la cama a dormir. Abrió la puerta de su habitación satisfecho consigo mismo y salió con una enorme sonrisa adornando su rostro. Definitivamente, sus padres se iban a acordar de él mañana a primera hora, se iba a asegurar de que su vociferador hiciera llegar adecuadamente el mensaje. ¿Tal vez con alguna travesura incluida? Mmmm. No. Eso era demasiado y James no quería estar castigado por todo el verano. Le hizo señas a Peter cuando lo vio para que lo siguiera y se dispuso a bajar las escaleras para ir al Gran Comedor. Amaba las cenas de Hogwarts. Aunque nada como la comida que su adorada madre le hacía. Había muy pocas cosas que su madre hacía sin magia. Pero un capricho de James, era un capricho de James.

 

----------------------------------------------------

 

No podía ser cierto. Era imposible. Stefan se quedó estático en el umbral de su puerta mirando boquiabierto y con los ojos desmesurados a la persona que estaba invadiendo su privacidad. Habían pasado tantos años y sin embargo seguía igual que siempre. Avejentado quizá, pero igual de arrogante que el primer día en que lo conoció. Esa sonrisa de suficiencia y aquella mirada llena de amabilidad. Por un momento tuvo un flash back y creyó estar en la sala común de Gryffindor, con su amigo del alma, sentado en sus sillones favoritos, pero nuevamente, aquella persona tenía arrugas en su rostro, y su amigo no las tenía la última vez que lo vio. El corazón de Stefan estaba tan apretado que estaba teniendo problemas para respirar. Podía soportar que Charlus ya no pudiera ser suyo, podía tolerar tener que conformarse con su hijo, pero lo que no podía aguantar, bajo ningún punto de vista, era volver a verlo. Ver todo lo que perdió, y todo por una asquerosa Black. Sus nudillos estaban blancos mientras sujetaban el picaporte de la puerta y pudo notar como la sonrisa de Potter vaciló por un momento. Stefan aún no se movía y solo podía pensar en ellos, en el pasado, en todo lo que perdió y en lo que nunca tuvo el valor de luchar por. Tomó una respiración profunda e intentó calmarse. Charlus lo miraba de modo interrogante. ¿Qué era lo que esperaba? ¿Qué lo abrazase como dos hermanos que fueron separados por la guerra y le dijese lo mucho que lo había echado de menos? ¡Pues no! Por mucho que Stefan lo hubiera deseado él no iba a hacer eso. Se serenó y pensó en sus planes. Ninguna conversación con Charlus lo iba a hacer cambiar de parecer. Se irguió nuevamente y entró a la sala de estar dispuesto a hacerle frente a todo aquello.

 

-Buenas tardes, Charlus.

 

----------------------------------------------------

 

Los dos días pasaron velozmente y Dumbledore estaba feliz de saber que el Consejo Estudiantil había aceptado su propuesta y el joven estudiante ahora era un alumno más del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Ahora solo faltaba presentarlo ante el resto del alumnado y hacer una selección pública para ver en qué casa estaría situado. Ya era el cuarto día desde que McGonagall hubiera llegado a su despacho para informarle sobre el estudiante de intercambio. Por suerte en el colegio las cosas iban viento en popa. Los jóvenes Lupin y Black estaban recuperándose adecuadamente de los daños ocasionados por las maldiciones y los jóvenes Snape, Malfoy y Potter estaban llevando sin quejas sus castigos, aunque Albus tenía la leve sospecha de que Severus y Lucius estaban disfrutando bastante su castigo. ¿Debería cambiarlo por otro más desagradable? Mmmm… No. Ciertamente quien no parecía estar nada bien era el joven Potter. Las cosas con el Señor Riddle no parecían ir como Albus las había planeado, es decir, ideado, no, imaginado… Bueno, está bien, Albus no iba a poner excusas para decir que no tenía deseos de que enfrentaran de una buena vez la situación. ¿Tal vez haría falta otro incentivo? Quién le estaba generando ciertos problemas y comenzaba a ponerlo alterado era el profesor Stefan. Había estado actuando algo raro desde el día que Minerva entró en su despacho. ¿Qué podía haber sucedido? Según la profesora de transformación alguien lo había visitado a su habitación, pero Albus no había podido saber quien fue y el profesor no quería soltar letra. Eso desconcertaba a Albus y más el hecho de que, tan descaradamente, no quisiera revelarle quien había entrado a su colegio, sin que ni siquiera Dumbledore se enterase. Tal vez debía comenzar a ser un poco más estricto con respecto a eso. Ningún profesor podía negarle ese tipo de información al director. ¡Cualquiera podía entrar y matar a alguien! Fuera de ser chismoso, eso era un tema de seguridad y Dumbledore no podía permitirse que lo pasaran por encima.

 

Suspiró sonoramente e intentó tranquilizarse. Ahora que prestaba un poco de atención, desde ayer por la tarde no se había cruzado al joven Riddle por ninguna parte y, según el joven Potter, éste no se había presentado a su “reunión” para buscar en los libros de la biblioteca la cura para los Señores Snape y Malfoy. Dumbledore frunció el ceño mientras pensaba con mayor claridad. ¿Podría haberle pasado algo? Es cierto que el Señor Riddle nunca faltaba a sus obligaciones como estudiante y esta mañana no asistió a las clases que tenía programadas, sin embargo, no es raro que el joven Riddle desaparezca de vez en cuando vaya a saber uno a qué lugar, para, vaya a saber uno, hacer qué cosas. Albus suspiró nuevamente dejando de fruncir sus labios y decidió que, si el joven Riddle no se presentaba ese mediodía para el almuerzo, daría el alerta a los profesores para que silenciosamente y sin mencionar el tema con nadie, abrieran un ojo para ver si encontraban al Señor Riddle en algún lugar. Decidió que también olvidaría, convenientemente, mencionarle aquella orden al profesor Stefan. Nunca está demás prevenir. Se levantó de la silla que estaba detrás del escritorio y salió del despacho directo al Gran Salón. Era hora de poner manos a la obra. En unas horas seguramente estaría llegando el nuevo alumno.

 

----------------------------------------------------

 

Tom salió ese día de la sala común temprano por la mañana. Había pasado la noche haciendo un trabajo especial para el condenado de Stefan Rookwood. Ese maldito maniático tenía algo en contra suyo. Tom tenía a todos los profesores, exceptuando obviamente a Dumbledore, comiendo de la palma de su mano. ¡Incluso la profesora McGonagall tenía predilección por él! Quitando a Potter del medio por supuesto. Esos Gryffindor son todos iguales. Como sea. Todos los profesores lo amaban. Pero ese inútil bueno para nada nuevo profesor no podía ni verlo. ¿Por qué? Tom no tenía la menor idea. Es cierto que él siempre había sido muy arrogante aunque los profesores no lo notaran porque sabía jugar bien sus cartas, pero Tom desde la primera clase había sido flechado con la estaca del rechazo al instante. ¡Y Tom ni había hablado! ¡Había sido una clase de presentación con todos los cursos presentes! ¿Cómo podía siquiera haber encontrado algo en él para hacerle la vida imposible todas las clases? ¡Era irritante! Condenadamente irritante. Tom deseaba poder sacar sus sesos de su interior y dárselos de comer al Calamar Gigante. Tenía que calmarse si no quería que todo el mundo se enterase que era extraordinariamente bueno lanzando maldiciones oscuras. A Tom no le molestaba hacer trabajos. Lo que le molestaba era hacer trabajos extenuantes demás como si estuviese siendo castigado. Y por si fuera poco aquel maldito profesor le sacaba puntos sin excusa. Todos los alumnos se habían dado cuenta, pues Tom no era estúpido como Potter y no le daba razones al profesor, pero aún así, día tras día perdía puntos en la clase de Defensa contra las Artes Oscuras. Lo fastidiaba. Tenía que reforzar sus esfuerzos para sacar puntos de las otras clases.

 

Dobló la esquina de uno de los corredores y continuó caminando en dirección hacia el Gran Comedor. Después del desayuno tenía Transformaciones, un recreo de veinte minutos para llegar a la otra clase, y luego tenía Defensa contra las Artes Oscuras. Su mochila estaba fuertemente sujetada de uno de sus hombros y su uniforme estaba impecable como siempre. El trabajo extra que lo había retrasado en su búsqueda de la cura para Severus y Lucius se encontraba guardado bajo hechizos en uno de los bolsillos de su mochila. No deseaba que se “perdieran misteriosamente”, como le había sucedido más de una vez, y ¡Oh casualidad!, siempre había chocado con Rookwood horas antes el día de entrega. Algún día tendría pruebas de las artimañas de ese profesor y lo hundiría como al maldito Titanic. Lo que más le molestaba a Tom, aunque nunca lo admitiría, era no poder darse cuenta, el modo en que hacía desaparecer sus pergaminos para lograr castigarlo con un trabajo aún peor. ¡Él era un puto genio! No podía ser superado por un estúpido profesor que se la agarraba sin ninguna razón con un alumno de dieciséis años. ¡Era exasperante!

 

Tom tomó aire hondamente una vez más y suspiró asegurándose que nadie lo viese hacer algo tan plebeyo. Prestó atención a su alrededor y notó que en modo automático había llegado hasta el corredor que tenía en el medio, la puerta de entrada al Gran Salón. Algunos alumnos madrugadores estaban entrando a unos metros de distancia de él. Se preguntaba si Malfoy ya estaba allí. Después de todo, no lo había visto en la Sala Común cuando había salido de su habitación especial por ser Premio Anual. El nombramiento no había tomado por sorpresa a Tom, pero sin embargo fue un gran placer recibirlo. Al igual que cuando había sido nombrado prefecto, Tom ahora tenía otra placa para lucir en su uniforme. Eso lo volvía más orgulloso de lo que ya de por sí era. Si antes se pavoneaba por los pasillos ahora volaba sobre ellos. Cruzó el umbral de la puerta del comedor y miró directamente hacia la mesa de Slytherin. Completamente opuesta a la mesa de Gryffindor, la mesa de las serpientes tenía varios de sus integrantes sentados en sus bancos tomando sus desayunos esa mañana bien temprano. Eso siempre lo volvía orgulloso a Tom. A diferencia del resto, inútiles perezosos, su casa estaba atiborrada de gente madrugadora y responsable. Solo Ravenclaw era comparable con su casa. Pero ellos eran unos dementes del conocimiento que leían libros y los repetían como loros, pero carecían completamente del arte de la manipulación y de la capacidad de utilizar esos conocimientos a tu completo favor, generando situaciones favorables para uno. No, definitivamente ninguna casa tenía comparación con Slytherin. Tom se hinchó como un gallo y con paso firme y la frente en alto se dirigió hacia donde estaba sentado Malfoy y se ubicó a su izquierda. Ni siquiera notó como los ojos del profesor Rookwood se posaron sobre él en todo el trayecto.

 

-¿Profesor Rookwood?- Preguntó un poco más alto de lo normal intentando llamar la atención de su colega quien al parecer no estaba escuchando lo que le había estado diciendo por minutos. Horace Slughorn era una persona muy animada en las mañanas, demasiado jovial para algunos profesores, y por esa razón se ganó varias miradas enfadadas cuando casi gritó el nombre del profesor de defensa quien al instante se giró alejando su rostro del profesor de pociones y mirándolo como si estuviese demente.- Entonces, ¿Qué le parece?- Preguntó como si no hubiese notado absolutamente ninguna mirada.

 

-Estupendo.- Acotó simplemente esperando que eso fuese suficiente para sacar el tema de circulación. No había oído ninguna palabra de su antiguo profesor y no tenía intenciones tampoco de hacerlo. Si no lo había escuchado cuando era su alumno, ¿Qué le hacía pensar que lo iba a escuchar ahora que era su colega? Terminó de comer rápidamente sus huevos, tragó con velocidad un poco de su jugo de calabaza y se levantó de la mesa sin mediar ninguna otra palabra con nadie más ni siquiera despedirse. Horace lo miró sorprendido mientras se levantaba, pero luego decidió que su tocino era más importante que la falta total de respeto de su antiguo alumno, así que se giró sobre la mesa nuevamente y acabó su desayuno comenzando una nueva conversación con el profesor Flitwick que se encontraba a su izquierda.

 

Mientras tanto, el profesor Rookwood se dirigió rápidamente a su aula para comenzar a impartir la primera clase del día. Por suerte, iba a empezar aquel día de la mejor manera. Deleitándose de la vista que el joven Potter le iba a ofrecer. Su primera clase eran los Gryffindor y Slytherin de sexto año. Y luego, veinte minutos después, entrarían los Gryffindor y Slytherin de séptimo. No podía ser mejor. Primero se deleitaría con la vista de su amado y luego disfrutaría torturando a ese condenado Slytherin. Nada podía salir mal el día de hoy. Era… Perfecto. Y luego, Rookwood tenía intenciones de volverlo incluso mejor. Sonrió de modo que incluso algunos alumnos adormecidos se apartaron de su camino y aceleró su caminar. Potter no se había presentado al desayuno pero aún quedaba mucho tiempo para tomarlo. Y hablando de Roma, cuando Stefan dobló sin mirar por la esquina del corredor se chocó con un atolondrado mocoso que iba a toda prisa y dormido hacia el gran comedor. Ese mocoso tenía mucha suerte de ser Potter.

 

-L-lo siento.- Dijo sin siquiera mirar a quien había atropellado.

 

-Señor Potter, debería prestar más atención por donde se dirige.- Stefan pudo notar como el simple sonido de su voz provocó un sutil estremecimiento por todo el cuerpo del joven león y eso le sacó una gran sonrisa de autosuficiencia. Sacó pecho y miró desde lo alto al joven que era unos centímetros más bajo que él. Potter lo miró alzando su rostro y en sus ojos se podía ver algo de temor. Tragó duro y se dispuso a hablar.

 

-Disculpe, profesor Rookwood. Quería llegar pronto para tomar el desayuno. Con suerte podría visitar a mis amigos a la enfermería antes de comenzar las clases. No quería tener que esperar hasta bien entrada la tarde porque mis obligaciones con Riddle me mantienen ocupado en el intervalo después del almuerzo.- Potter notó como al mencionar a Tom el rostro del profesor adquiría una sombra oscura, pero no le prestó mayor atención. Supuso que era imaginación suya.

 

-¿Obligaciones con el Señor Riddle?- Dijo destilando desprecio en toda su voz.- ¿Por qué tienes obligaciones con él? ¿Qué son?

 

-Ahh… bueno.- Potter no estaba seguro de por qué tenía que darle a él explicaciones, pero ya que quería llegar pronto al comedor y poco le importaba las tonterías de Rookwood se decidió que lo mejor era acabar con ello rápido.- A causa de mis idioteces estoy castigado y tengo que encontrar una cura para Snape y Malfoy, así que por órdenes de Dumbledore debo ayudar a Riddle con ello. Adiós.- Dijo a toda velocidad y, esquivando al profesor, dobló la esquina para ir a desayunar. No le importaba si había resuelto las dudas del profesor o si lo había dejado aún más confundido. Él solo quería ver a Remus y Sirius.

 

James corrió el resto del tramo hasta el Gran Comedor y entró sin ningún decoro con la mayor velocidad que pudo. Casi se atragantó con lo poco que se puso en su desayuno y comió a toda velocidad lo que tenía. Tomó bastante jugo de calabaza para bajar los trozos enormes que se había metido en la boca y volvió a levantarse del a mesa de Gryffindor con toda la velocidad que pudo. La carrera seguramente bajaría la comida. Y si no la bajaba entonces iba a lograr vomitarla por revolverla tanto. Corrió hasta la punta de su mesa, luego de haber tomado la mala decisión de querer sentarse al lado de Peter que misteriosamente se había levantado más temprano que él ese día, y cuando estaba a punto de cruzar la puerta se chocó contra un idiota de Slytherin. Estuvo a punto de levantar el rostro para insultar al imbécil por no haberse corrido, cuando se dio cuenta que un irritado Tom Riddle le devolvía la mirada como retándolo a decir algo fuera de lugar. James escupió un débil “lo siento” y siguió su camino a toda velocidad hacia la enfermería. Sirius y Remus lo estaban esperando. Él les había prometido la noche anterior ir a visitarlos antes de esconderse en su capa de invisibilidad para regresar a su sala común sin ser atrapado luego del toque de queda.

 

-“Tonto Gryffindor”- Insultó en su mente Tom mientras se acomodaba su uniforme pulcramente planchado. Echó una mirada de fastidio a la espalda de aquel león y comenzó a caminar lentamente hacia el aula de Minerva McGonagall. Quitó algunos puntos a varios estudiantes que ya comenzaban a hacer infracciones tan temprano en la mañana y continuó su camino con una sonrisa malvada en el rostro. Amaba quitar puntos. Y más amaba poner sonrisas malvadas que las estúpidas niñas consideraban atractivas y deliciosas. Por Merlín, las cosas que uno tenía que oír por saber Legeremancia y utilizarla indiscriminadamente en las pequeñas mentes de esos inocuos estudiantes. Aunque sin varita y sin hechizo, los pensamientos que Tom podía leer eran solo los absolutamente superficiales, eran lo bastante útiles como para poder manipular a las personas a cualquier antojo. Obviamente Tom no podía hacérselo a los profesores. Por más que no supiesen nada de Oclumancia eran demasiado adultos como para no notar una intrusión tan brusca como la primitiva legeremancia que Tom realizaba sin varita ni hechizo. Incluso con Snape, Malfoy y varios otros alumnos como Potter, Lupin y Black, para su desgracia, eran lo suficientemente hábiles como para notar que algo estaba inmiscuyéndose en su cabeza. Maní en el caso de Potter. No podía leer sus mentes sin que ellos buscasen quién era el que lo estaba intentando y con el tiempo se darían cuenta que era él. Ser acusado de hacer Legeremancia no era una buena maniobra y mucho menos si aquel conocimiento llegaba a oídos de Albus Dumbledore.

 

Dobló unas pocas esquinas más y finalmente llegó al aula donde se dictaría la clase de Transformaciones. Sabía que era temprano, pero sin embargo, McGonagall siempre dejaba el aula abierta cuando tenía clases con los de séptimo y sexto año. Entró despreocupadamente y miró por un instante alrededor para comprobar que no había nadie más que él en el interior de aquel cuarto. Caminó grácilmente hasta llegar al frente del pizarrón y se sentó en el banco más cercano al escritorio de la profesora. Eran pocas las aulas que tenían ventanas al exterior y ésta no era una de las excepciones. Abrió su mochila y sacó pluma, tinta y pergamino para comenzar a escribir.

 

Pasaron aproximadamente quince minutos más antes de que otro alumno entrase al aula. Era de Ravenclaw y se estaba ubicando en el segundo banco contando desde adelante hacia atrás, en la fila enfrentada a donde estaba Tom. Riddle sólo esperó a ver como sacaba su libro de Transformaciones y luego volvió a girar su rostro hacia su pergamino. Luego de cinco minutos más, el aula estaba casi llena y la clase estaba a punto de empezar. Sin embargo, la profesora aún estaba ausente. Faltaban solo dos o tres bancos por llenar en el aula cuando McGonagall entró por la puerta que se encontraba al costado de su escritorio y miró hacia la clase dispuesta a comenzar la lección del día de hoy. Con un pase de su varita cerró con un golpe fuerte la puerta de ingreso de los alumnos y comenzó a explicar el hechizo que iban a practicar ese día. Para Tom la clase se desarrolló con total normalidad. Nada fuera de lo cotidiano ni nada que pudiese realmente sorprenderlo. Suspiró sonoramente mentalizándose para lo que estaba por venir y caminó sin detener su paso hacia el aula de Defensa contra las Artes Oscuras. Esa clase iba a ser un verdadero suplicio, como todas las de DCAO desde que Rookwood las dirigía.

 

-¡Tom!- Lo llamó una voz arrastrando las palabras con toda la aristocracia que podía reunir en ese acto. Riddle detuvo su andar y giró lentamente para notar como Lucius se acercaba a él caminando tan lento que incluso para Tom le era irritante. Notó en el rostro del rubio que el día no era soleado, y sorprendido por este descubrimiento que no había notado antes, se giró de perfil para ver el cielo que se divisaba por las grandes ventanas de Hogwarts. Tom frunció el ceño al notar que las nubes eran oscuras y de vez en cuando se ponían blancas.- Relámpagos. Se acerca una tormenta.- Dijo el rubio cuando estuvo a un paso de su amigo. Con esas orejas y cola de gato a Tom le habían dado ganas de reírse de la seriedad de su amigo que se veía horriblemente arruinada. Aunque estaba sorprendido, ¿Desde cuando Lucius no estaba ocultando esas partes de sí mismo? Las amarillentas orejas felpudas se movieron como si supieran de los pensamientos de Tom y el rubio se giró con el ceño fruncido hacia él como retándolo a decirle algo.- ¿Aún no has encontrado ninguna “cura” verdad?- La amargura sutil se notaba en el tono de su amigo y eso hizo sentir mal a Tom. Lo estaba intentando con todo lo que tenía y aún así no encontraba nada. Había dejado muchos planes de lado por ayudarles y a pesar de todos sus esfuerzos eran inservibles. Le volvía loco.

 

-Lo siento, Lucius. Hago lo que puedo.- Tuvo que hacer un terrible esfuerzo para que la voz no se le quebrara con esas simples palabras y Tom juró por dentro por ser tan débil. Odiaba sentirse así.

 

-Lo sé. No tienes que preocuparte. A decir verdad, no la estoy pasando mal. Las burlas ya se acabaron sobre todo cuando se dieron cuenta que quedarían como Black y Re-Lupin si seguían su ejemplo.- Su voz había sonado bastante alegre hasta que un sonrojo cubrió sus mejillas cuando casi dijo el nombre del león. ¿Lucius en verdad había estado a punto de decir “Remus”? Tom definitivamente necesitaba una poción para evitar las alucinaciones. Esto era demasiado para él. Evitó sacudir su cabeza para despejar esos pensamientos de sí y continuó mirando a su amigo.

 

-Creí que tú y Severus ahora estaban castigados y tenían que hacerles los deberes a esos idiotas.- Tom pudo notar como Lucius frunció el ceño ante la palabra “idiota” pero desestimó cualquier pensamiento.- ¿No se están abusando de ustedes entonces? Si necesitan que les dé un buen recordatorio de por qué están en la enfermería solo dime. Me aseguraré que esta vez Dumbledore no encuentre ninguna prueba en mi contra o la de ustedes.

 

-Ellos están comportándose, no es necesario ninguna medida Tom. Incluso Severus la está pasando bien.- Dijo sugerentemente su amigo y eso desconcertó al heredero de Slytherin. Ok. Eso era más de lo que necesitaba saber.- ¿Cómo va todo con tu león?

 

-¿Perdón?- Tom casi se ahoga con su propia saliva y eso logró sacar una sonrisa socarrona de Lucius quien le golpeó el brazo con su hombro en un acto tan plebeyo que Tom incluso abrió más grande sus ojos y se lo quedó mirando como si no fuese realmente su amigo y alguien lo hubiese raptado. Lucius pareció no darse cuenta y Tom decidió que había tenido suficientes sorpresas por un día.

 

-Por favor, Tom. No es como si nadie se diese cuenta.- Acotó Lucius mirándolo fijamente.- Muy bien, si quieres seguir mintiéndote a ti mismo no me importa. Espero que no sea demasiado tarde cuando te des cuenta. Como sea. Espero que al menos ayude a encontrar la cura a la idiotez que se mandó.- Se rindió Lucius pero sonrió cuando Tom frunció el ceño mientras él insultaba a Potter.- Que tengas un buen día en tus clases. Te dejo para que pienses.

 

Tom se quedó parado en el medio del corredor por unos segundos hasta que se dio cuenta que no solo estaba en medio del paso sino que además no debía quedar mucho tiempo para que llegase a la clase de Rookwood. Maldijo por lo bajo y esperó a no llegar tarde. Suspirando internamente decidió que podía olvidarse de su arrogancia y correr hasta el aula. No podía llegar tarde. A cualquier clase si, pero a esa no. El timbre aún no había sonado así que estaba de suerte. Rezó a Morgana y Mordred para que le permitieran llegar a tiempo y suspiró audiblemente cuando vio a pocos metros la puerta de DCAO. Frenó a solo dos pasos de la puerta y se arregló el uniforme y colocó adecuadamente su mochila en su espalda para que no quedase mal colgada. La puerta estaba cerrada pero se podía oír a los alumnos en el aula. El timbre no había sonado, así que la clase no podía haber comenzado, y la ausencia de la voz del profesor lo confirmó. Se acomodó rápidamente el pelo y con solo dos segundos de diferencia entró por la puerta del aula de Defensa. Se quedó completamente estático en el umbral cuando vio la mirada que el profesor de defensa le dirigía. El hombre estaba parado detrás de su escritorio con todo su esplendor. Tenía puesta ropa un tanto formal de color marrón oscuro y una camisa de color blanco que apenas se veía debajo del chaleco. Los zapatos negros estaban reluciendo y no era de extrañar que todas aquellas tontas lo miraran fascinadas. Babeaban por él, incluso más que por Tom y eso también le molestaba. Sin embargo, en ese momento lo que menos le importaba a Tom era todo aquello. Solo una cosa le importaba y eso era la macabra sonrisa que adornaba el rostro de su profesor y que iba dirigida exclusivamente a él. Al verla a Tom le tomó solo medio instante darse cuenta que estaba muerto. Ese maniático iba a hacer una jugada y a Tom no le gustaría para nada. La sonrisa dejó relucir sus dientes completamente blancos y Tom tragó grueso. El timbre sonó justo en ese momento y Rookwood extendió su sonrisa un poco más. ¿Tendría el descaro de hacerlo?

 

-Llega tarde, Señor Riddle.- Sí. Lo tendría. Tom miró la sonrisa del profesor y notó de refilón el perfil de la puerta. De pronto bajó su mirada lentamente hacia el suelo y notó que en su asombro por la mirada del profesor había dado un paso hacia atrás y se encontraba fuera del aula. Maldito bastardo.- ¿Planea hacernos esperar más o va a entrar de una buena vez en la clase para que pueda dar mi lección?- Sin decir una sola palabra Tom entró y cerró suavemente la puerta. Para su desgracia el único banco que tenía lugar para él, albergaba también al más estúpido de todos los Gryffindor de séptimo curso. ¿Por qué tenía tanta suerte? Para colmo ese idiota lo miraba como si se hubiese ganado la puta lotería mágica. Tom se tragó los insultos y se dirigió hacia el banco dispuesto a sentarse, sin embargo, uno de sus compañeros se cambió de lugar hacia donde él debía sentarse y le hizo señas para que se fuera con su compañero. Tom le hizo un gesto de asentimiento y se giro para sentarse en el banco de atrás. Los Slytherin eran así con él.- Y por cierto, Señor Riddle.- Agregó cuando Tom estuvo a punto de sentarse y la serpiente juró para sí.- Está usted castigado. Quédese después de clases para hablar sobre su continua manera de llegar tarde a mi clase.

 

-“¿Continua manera de llegar tarde?”- Tom estuvo a punto de maldecirlo pero decidió que no valía la pena. Tal vez pudiese hablar con Horace sobre el continuo mal trato que ese profesor le daba. Aunque dudaba que realmente sirviera de algo. No. Tom iba a tratarlo él mismo. No era débil como para que alguien más hiciese algo por él.

 

 

 

Continuará…


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).