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Cambio de destino por Lalamy

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Notas del capitulo: Penúltimo capítulo.

Siguiéndome… (Primera parte)

 

Cuando David abrió los ojos aquella mañana, sintió un leve y helado soplar en su entumecido rostro. Le pareció extraño en un principio, no recordaba que la habitación tuviese ventanas, hasta que cayó en cuenta que no había despertado en el internado…

En sueños su mente se lo repetía, vagos indicios de sus acciones recriminaron su decisión ¿Pero que podía hacer? Todo ya estaba hecho, no había reparos, no existía otra salida.

- Me duele la cabeza…- dijo sin razón aparente, como si decir algo tan trivial como aquello, le hiciese sentir…

 

“¿Menos solo?”

 

Se sentó sobre la cama, y con horror volvió a observar detenidamente la habitación, al igual que la noche anterior.

 

Era su habitación, la habitación que dio refugio a un matrimonio tormentoso, forrada de un papel mural, blanco invierno con estampados confusos que tanto detestaba, y que Marcela no le dejaba cambiar. Estaba sentado sobre aquella cama de dos plazas en las que amó, odió, y olvidó su relación conyugal con su mujer “¿Su…mujer…?” se detuvo a pensar, si, ella era su esposa, él la había elegido para estar con ella en la salud, y en la enfermedad mental…

 

Entonces se preguntó: “¿Qué nos sucedió?”

 

- Hola, David-entró la mujer empujando levemente con su brazo la puerta para así poder pasar mejor, sujetando, a su vez, una bandeja de plástico con ambas manos- ¿Cómo amaneciste?

- Bien, bien…- dijo refregando sus ojos con fuerza.

- No te desperté al levantarme ¿Cierto?- colocó la bandeja frente a sus pies.

- No, me desperté solo…

Y con esto miró lo que ella le había traído; café, pan tostado, una rodajas de jamón ahumado sobre un plato, y compartiendo el mismo lugar, unas tres láminas de queso chanco.

- No tengo hambre, gracias…

- Tienes que comer, David… el desayuno es la…

- “…comido más importante del día”- interrumpió sin ánimos-. Esa basura ya la sé, pero no tengo hambre ¿Qué quieres que haga? ¿Qué vomite para hacerle espacio?- dijo agudo.

- Deberías ser más respetuoso con quien te ayuda…

- Ya has ayudado demasiado- se puso en pie súbitamente, buscando sus sencillos zapatos de escuela.

- ¿Sabes David?- esta se le quedó viendo ciñendo las cejas- me llama bastante la atención tu personalidad… a pesar de que tienes dieciséis años, aveces hablas como todo un viejo amargado.

- Si, siempre me lo han dicho- respondió este sin prestarle mayor atención, en tanto se mantenía agachado para ver con claridad por debajo de la cama-. Aquí están.

- ¿A que se debería aquello?

- Soy el mayor de cinco hermanos…- mintió, sentándose en el borde de la cama.

- No tienes hermanos…

 

El hizo una pausa.

 

- No tengo idea, soy así y punto, no hay mayor relevancia en eso ¿Por qué no te llevas la bandeja? Temo que se derrame el café y armes un escándalo, echándome la culpa.

“Y no digas que no, te conozco”

- No soy tu empleada…- se mostró ofendida.

- No quiero discutir ¿De acuerdo?- elevó la voz, y la miró fijamente- Me basta con la muerte de Ignacio, no me jodas tu también, por favor…

- Vete a la mierda, pendejo- no tomó la bandeja y salió de la habitación, dando un portazo tras de ella.

 

David suspiró.

 

Definitivamente se sentí más a gusto en el internado. El había llego a media noche en el auto de Marcela, quedando pasmado al notar que su lugar de destino era la misma casa que compraron por accidente, ya que en la búsqueda de un barrio en específico donde vieron un aviso en el diario, se perdieron, encontrando aquella vivienda en venta de la cual se enamoraron a primera vista.

En un principio, David no quería ingresar, un mal presentimiento lo detenía, sin embargo, no pudo evitar cruzar la puerta de entrada, estaba cansado, demasiado como para improvisar un nuevo rumbo. Le preguntó a la mujer si era realmente seguro esconderse allí, puesto que de ser la casa de la profesora, sería uno de los primeros lugares que registrarían, ella le respondió que no había problema en ello, ya que para todos ella vivía con sus padres, pues aquella era la casa de su novio, quien viajó a Paris por todo el invierno.

A David se le fue confusa la historia del novio y la casa, mas lo dejó así, no tenía la intención de seguir perturbando su mente con innecesarios detalles. Pero la situación comenzó a incomodarle cuando examinó con detención cada rincón del domicilio, percatándose con horror que se encontraban allí todos los objetos que compraron en sus años matrimoniales, entre ellos los platos azulinos obsequio de su suegra, o el televisor que compraron en doce cuotas, o aquel cuadro que mostraba a una mujer de espaldas, mirando por una ventana, que siempre le provocaba unos suaves escalofríos cuando se encontraba solo por las noches en el primer piso, sin saber nunca el por qué.

 

El lugar estaba atestado de anécdotas, tanto buenas, como desastrosas, que latían en las paredes, en las puertas, en cada rincón añejado de la casa, como volviéndolo al pasado, como si el jamás hubiera asesinado a su esposa.

- ¿A dónde piensas ir?- inquirió Marcela al verlo descender de las escaleras en dirección a la puerta, en tanto ella se colocaba una chaqueta de cuero anaranjada para abrigarse de la ventolera que había afuera.

- No sé… necesito salir…

- Deberías mantenerte oculto, eres el principal sospechoso de un asesinato.

- Lo sé, pero necesito tomar aire, estoy mareado- insistió.

- Si lo que quieres es aire, ve al patio trasero…- sacó un manojo de llaves de una caja con el estampado de una azucena en la tapa.

- ¡No molestes!- gritó.

- ¡Silencio, imbécil!- le ordenó con los ojos saltones- Cierra la boca, ¿No recuerdas que te estás escondiendo? No estás de paseo, mocoso…- dijo susurrante- Nadie debe saber que estás aquí, ni siquiera que yo me alojó esporádicamente en este lugar…- hizo una pausa- Te vas a quedar aquí, te guste o no, y si es necesario te encerraré.

- ¿A dónde vas?

- A San Luis, tonto… ¿A dónde más? No deben sospechar… te contaré como va todo.

- Está bien- murmuró- ¿Te puedo pedir un favor?

- ¿Qué?

- ¿Puedes ver como está Guillermo?- no ablandó su mirada, como si aún Marcela le diese cierta desconfianza.

- No. Debes olvidarte de él- dijo esta altanera, y con esto cerró la puerta tras de sí, dejando a David boquiabierto.

- Maldita perra…- murmuró molesto.

Y oyó como Marcela cerraba con llave. El corrió a la puerta y tomó el picaporte para asegurarse de la acción de su cómplice.

- Marcela… abre la puerta…- dijo tratando de no gritar- Marcela…- dio unos débiles golpes- … abre la maldita puerta. ¡Abre la puerta!- terminó por vociferar, mas no hubo respuesta alguna, Marcela ya se había marchado.

Detestaba sentir la sensación de que él se encontraba en las manos de aquella mujer de expresión arrogante, atrapado en la rejilla que se formaba con sus dedos.

Soltó la manilla.

Bufó molesto por estar encerrado en ese fastidio de casa, llena de los más oscuros recuerdos, e intentó calmarse, dirigiéndose a la cocina para ver si un té lo tranquilizaba, pero al momento de atravesar el umbral para entrar a esta, fijó su mirada clara en la mesita plegable que se encontraba al medio.

 

“Si tan sólo se hubiese quedado muerta”

 

Pero no entendió a que se debió su pensamiento. Ella no tenía la culpa de que en un arrebato homicida acabase con la vida de Ignacio.

Se estaba volviendo irracional.

Se sentó en la silla, la misma silla que se colocó esa mañana, viendo con detención y sin sorpresa caer el cuerpo fallecido de la mujer a quien le prometió amor eterno.

Trató de olvidar esto.

Cuando el agua hirvió en la tetera, este pensó en la razón de porque jamás compraron un hervidor eléctrico siendo de que estaban tan baratos, no había razón en ello, simplemente no lo pensaron. En realidad en sus años de matrimonio no pensaron en nada importante, él se la pasaba en el trabajo, un oficio al que él repudiaba, con gente que se aprovechaba de su buena disposición y su sometimiento, llegando a la desconcertante conclusión de que si no se hubiese casado y no hubiese tenido un hijo, el no habría abandonado sus estudios, comenzando recién a sus veintiséis años a ejercer su sueño… ser oftalmólogo.

 

“Y lo peor de todo es que nuestro hijo tuvo que morir en… en… en…” comenzó a divagar en sus recuerdos “… en… murió porque… ¿Por qué murió?.... ¡Yo lo sabía! Era en… un… ay, yo sabía eso, lo fue a bus…fue en… yo… yo…” y miró frenéticamente todas las cosas, y luego de esto apretó los ojos para recordar algo que era absurdo olvidar, si fue terrible.

Lo peor de vino después de esto; no recordaba nada más, más atrás del asesinato de Marcela, y algunos torpes recuerdos que carecían de relevancia.

Se puso en pie desesperado ¿Qué paso con su vida? ¿Qué pasó con todo lo que había hecho? ¿Con la gente que conoció? ¿Por qué había sido despojado de sus recuerdos? ¿Qué le sucedía? Y miró a su alrededor, todo se le hacia ajeno, hasta el mismo era ajeno, y no podía evitar sentirse perturbado ¿Es que se estaba volviendo loco?

Su corazón se agitó, estaba asustado, nada era normal, pero aquello excedía todo límite de la razón, aquella razón de la que tanto presumía, esa misma que al desaparecer estimulaba a lo más desequilibrado de su ser.

Se hincó en el suelo, aún intentaba forzar las imágenes que diesen señales de que existían, pero sólo consiguió una jaqueca, una horrible y punzante jaqueca que se apoderó de todo su rostro.

Sacó el celular de Ignacio de su bolsillo, percatándose, para su infortunio, de que estaba apagado, pues la batería se había agotado…

…realmente necesitaba ver a Guillermo…

- ¿Sabías que cuando despierto, siento como si mi cuerpo fuera de otra persona? No puedo moverlo para nada… una sensación desesperante.

- A mi también me ha pasado…- recordó que le dijo alguna vez.

Claro, recordó eso, pero esto no lo había hablado en el internado… y era lo que más le aterraba, el hecho de que conocía a Guillermo desde antes, y no se le ocurría de donde, ni cuando, ni por que se dejaron de ver.

- Te amo, David… no importa si no es correspondido.

- Que bien, porque no lo eres.

- Estoy delirando- dijo para si mismo-. Esto se me está desquiciando…

 

Y así se quedó por un largo tiempo, tanto así, que se quedó dormido, como si hubiese permanecido la noche anterior en vela, pasando así todo el día, olvidando entre sueños absurdos aquella melancolía latente e insensata, tan insensata como lo fue siempre él.

Cuando Marcela llegó, él se encontraba tirado en el sillón con la vista al techo.

- Por Dios, hombre ¿Has estado así todo el día?

- Me encerraste ¿Qué más quieres que haga?

- Te dejé la puerta trasera abierta...

- Ja... que entretenido, no soy un perro...

- Ve televisión, lee un libro… vamos, cualquier cosa que no sea tumbarte en un sillón, vegetando, que desperdicio de tiempo.

- ¿Viste a Guillermo?

Esta frunció el ceño con molestia.

- Te dije que te olvidaras de el.

- ¿Cuál es el problema?- se sentó para apoyarse en el respaldo y así mirarla mejor-. Estoy dispuesto a no acercármele ¿Pero olvidarlo? Tu no puedes ordenarme a hacerlo ¿Quién te crees que eres?

- Mira David, yo sólo me aseguro de tu bienestar, ahora si quieres salir, sale, si quieres pensar en ese idiota, hazlo… ¿Quieres saber por que te aconsejo que no lo hagas? Porque por tu impulsividad, por tu imprudencia, después de mucho extrañar a ese niñito, terminarás buscándolo jodiéndote a ti, y a mí… ¿A caso es algo muy difícil de entender?

- ¡¿Y tú crees que soy un estúpido?!

- Baja la voz, idiota- le susurró exaltada- Y si, lo eres, o sino no estarías metido en toda esta mierda… ¿Y sabes que? Me aburriste, me voy a dormir, que bien cansada que estoy.

Y con esto subió las escaleras dejando al castaño solo, sentado en aquel sillón de color lúcuma, sólo atinando a encender el televisor que estaba frente a él, para espantar el insomnio.

Pasando así los días.

Marcela se encargó de encerrarlo para que no cometiese ninguna locura, pues repentinamente David comenzó a ponerse más violento de lo acostumbrado, como cuando de una sola patada rompió el cajón de la cocina, porque este se había trabado, o la forma agresiva con la que comenzó a hablar. También caminaba de un lado a otro, estando esta o no en la casa, como para apaciguar la ira, era perfectamente un animal enjaulado, que era peligroso soltar.

Ella pensó en dejarlo salir, pero se vio con la obligación de cerrar también la puerta del jardín trasero todos los días, puesto que temía que le hiciese daño a alguien, o cometiese alguna irreflexión en su tranquilo barrio.

Fue cuando él perdió toda paciencia.

- No has comido nada en tres días- le dijo esta echándole un vistazo al refrigerador.

- Estoy cabreado- le respondió este sentado sobre la mesa plegable.

- Mira, estoy viendo que puedo hacer, al parecer puedo sacarte de aquí y llevarte a un lugar mucho más tranquilo… ten un poco más de paciencia…

- Yo quiero decidir que hacer conmigo…-sus ojos eran dos esferas congeladas, posadas en su esbelta figura. Esta lo miró.

- No me hagas esto más difícil ¿Vale? Estoy haciendo todo lo posible, he chantajeado a Hug…

- Enferma.

 

Marcela se mostró anonadada.

 

- ¿Por qué me dices eso?

- Lo único que quieres es mantenerme aquí, contigo, no paras de hablar de “nosotros” y te atribuyes un rol que jamás te cederé, desde ahora voy por mi cuenta.

- ¿De… de que hablas?- cerró la puerta de la nevera.

- Lo único que quieres es mantenerme aquí, contigo, maldita enferma, me encierras, y quieres que me olvide de… de…

 

“¿Cómo se llamaba?”

 

- ¿Guillermo?-la mujer terminó su oración. - Exacto…-retomó su idea- …sólo para tenerme, pero ¿Te doy una noticia? Ya no puedes…

- ¿Qué? ¿De que hablas? ¿Y por que según tú no puedo?- pareció confusa, preguntándose lo que sucedía con él.

- Porque estás muerta.

Y con esto tomó con disimulo el cuchillo de cocina que estaba sobre la mesa detrás de él. La mujer de pálidas mejillas, y ojos petrificados no se percató de esta acción, sin embargo, no por eso pareció menos aterrada, pues aquellas palabras carecían de toda lógica, lo que podría ser peligroso.

- Voy a salir, quédate aquí- dijo la mujer temerosa.

El castaño le dio el pase con su silencio.

De un saltó se bajó de la mesa, y siguiendo a la delgada figura de su ex mujer, con un ligero paso como fresca brisa dispuesta a derrumbar nuevamente una torre de naipes endeble, sin pensar en nada, llevado por una impulsividad a la que debió de frenar muchas veces, se aproximó a Marcela y de una sola apuñalada en la costilla, hizo que esta se detuviera para darse media vuelta, con una exclamación ahogada entre dolor y estupefacción, ante tal atentado contra su vida, pero este fue frío, no le importó el apabullado rostro de su víctima, la tomó del brazo, y la lanzó sobre la mesa para continuar aquello que recién iba a comenzar.

 

Para que los gritos de desesperación de su eterna víctima no se oyesen, encendió la radio que se encontraba en un mesón entre muchos frascos de diversos tamaños-la cual puso premeditadamente allí, por las dudas- siendo sólo Dios y el francés Charles Trenet, sus únicos testigos, continuando con total calma su desquite, en tanto la mujer aún se resistía ante las apuñaladas que el hombre le proporcionaba sin dar cabida a una pausa.

El asimiló la sensación de acuchillarla, a cuando un apuñala un cojín del sillón; quizás para muchos era una comparación ilógica, pues para él no había mayor diferencia en ello, en ambos casos se sobrepasaba una superficie dura que te incomoda en un primer intento, la que luego desaparece haciendo del trabajo mucho menos dificultoso, sin embargo, a la visibilidad del ojo asesino, claramente no era lo mismo, pues de Marcela no saltaban plumas a su cuerpo, y su rostro, por mucho que el castaño lo desease.

Hasta el momento de que Marcela dejase de forcejear, David no dejó de presionar su mano contra el alargado y frágil cuello de esta, y ya al ver que su víctima dejaba caer lacio su brazo sobre la mesa, la miró detenidamente y sin ninguna expresión en su rostro, la analizó de pies a cabeza, y dejando caer el cuchillo carnicero ensangrentado arbitrariamente, paró de ahorcarla.

Se preguntó “¿Y que viene ahora?” mas sólo se le ocurrieron dos opciones; enterrar el cuerpo completo, o desmembrarlo en pequeños trozos y esconderlos en distintas partes, como lo había pensado alguna vez en vida.

Se le apeteció la primera opción, era más sencilla y menos repugnante, y si bien no estaba en condiciones para discernir entre lo agradable y lo repulsivo, logró para de manipularse por la frialdad y el desquicio por unos instantes.

Miró el reloj de pared que estaba a un lado del refrigerador, señalando las nueve treinta de la noche, preguntándose si era mejor esconderla dentro de la casa o en el patio, pero le pareció complejo lo del jardín, puesto que siempre había un vecino merodeador y chismoso que terminaba jodiéndole los planes. Al menos eso le sucedió en su primer homicidio.

“Definitivamente haré su tumba dentro de la casa”, pensó “¿Pero donde?”

Se irritó al no poder pensar con claridad con tanto bullicio que emitía la radio, así que decidió apagarla, al menos mientras pensaba en como debía de hacer las cosas.

- Ahora si…- murmuró volviendo su vista al cadáver.

Tocaron a la puerta.

El salió de la cocina, y miró la entrada un tanto asustado, deteniendo inconscientemente el aliento. Tenía miles de pensamientos atropellados por sus neuronas aturdidas, y con un segundo de tiempo para reaccionar.

Notas finales: Dentro de unos minutos más subiré la segunda parte la que está practicamente lista.

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