Estático en tardes anaranjadas.
El otoño ha empezado y las hojas caen, me quedo quieto entonces y veo pasar las horas estático. Pierdo el tiempo dicen, aquellos que manejan la vida y ven el orden, pierdo el tiempo dicen. Pero no es cierto...
Nos molestaban por nuestros nombres y aquello solo hacía más feliz mi corazón, aunque mi voz expresara otras cosas, ninguna de ellas era cierta.
Desde que te vi supe que quería hablarte, desde que te vi supe que tú no pasarías por un lado de mi vida. Yo supe que tú de cualquier manera posible estarías dentro de mi mundo, yo siempre lo supe. Y aún sin saberlo... lo sabía.
Como un día como los tantos de hoy, fue cuando te vi... la mañana silbaba una canción triste, la rutina empezaba, los alumnos se formaban esperando avanzar a las aulas, tan silencioso como siempre yo me encontraba en mi propio sentir, sin deseos o sueños, pero vivo al fin y al cabo, las voces, la charla, los gritos, los autos rompiendo el asfalto, y te encontré. Un pensamiento gracioso voló por mi mente “aquel chico debería de estar en mi clase”, ¿habrá sido esa frase un deseo arraigado al destino?
Y los minutos se esfumaron y aquel chico estuvo en mi clase.
Y yo no podía dejar de asombrarme.
Y tampoco podía dejar de mirarlo discretamente. Y aunque lo común hubiera sido hablarle el primer día de clases no lo hice. ¿Por qué?, no lo sé, pero una respuesta podría ser que aguardaba un momento indicado o como dicen mis amigos: eras demasiado cobarde como para envalentonarte y hablarle de buenas a primeras.
Diversas opiniones y las entiendo, pero prefiero creer lo que yo pensaba. Esperaba algo, puede y esperaba ver como eras, cuidar todos tus movimientos y acercarme. Y aunque para un chico es más sencillo hablarle a otro, para mí fue lo más difícil del mundo y más cuando noté y notamos casi toda la clase el curioso carácter que tenías. De ese modo esperé paciente... hasta que empezaste a mirarme y reírte a escondidas de mis chistes tontos, también de las conversaciones hilarantes de mi grupo de amigos, así igual tu repentina quietud cuando yo en medio de las asfixiantes clases inventaba mil historias en papeles de colores y las pasaba a mi amiga sin que, según nosotros, alguien se diese cuenta. Y esperé aún más a que pudieras hablarme sin bajar la cabeza y aguardé también que sorprendido por la sucesión de hechos yo también me viese inmerso en mi espera.
En ese día, sí, como podría olvidar aquel jueves en que hablamos sin necesidad de pedirnos las hojas caídas o los borradores agonizantes en el suelo. En esa mañana nuestras voces se interrumpían, por fin habías roto el silencio de meses y conversabas con alguien, incluso reías y movías tus manos rozándolas con el viento. Me mirabas a mí y sonreías... solo a mí, y aunque pueda resultar presuntuoso lo que diga: algo había entre los dos que me hacía temer aceptar lo que rondaba en mí.
Los días pasaron y pronto no podíamos dejar de estar juntos, pasaron y nos volvimos unidos, pasaron y yo tenía miedo de arruinar todo esto que habíamos construido, así que me dije a mí mismo que no intentaría nada contigo salvo permanecer como amigo.
¿Debió dolerte?
Ahora que lo pienso fui realmente cruel cuando me lo dijiste.
Me odié entonces, pero por más que me martirizaba tú no volvías, deseaba que aparecieras para decirte “yo también, yo también te quiero”, sin embargo tu sombra se había desvanecido de mi mundo.
Entonces empecé a anhelarte, tanto así que incluso tu voz se adhirió a mis oídos y repetía lo que una vez me dijo, también el sonido de tus pasos por las escaleras desgastadas parecía seguirme cuando subía a nuestra aula... inimaginablemente el olor a la nicotina hacía que yo volteará rápidamente buscando tu sonrisa entreabierta. Los meses pasaron y la primavera retrasada se presentó sobre nuestras cabezas, con ella llegaron los exámenes de ingreso a la universidad, con ella llegaron de igual modo mis esperanzas de verte una vez más...
Inexplicablemente te volví a encontrar. Llevabas el cabello más largo, la cara cansada y los ojos abiertos y rasgados como siempre. Siempre pensé que ese día sería horrible, con el gris así de feo ventilándose por el cielo, mas al parecer la llegada de la primavera atrasada por fin daba inicio, el día se abrió en un color celeste rodeado de blanco. La tarde moría y con ella un beso y otro más de nosotros emergían de nuestros labios. ¿Puedo contarlos?, sé cuantos fueron, hasta aquel robado antes de despedirnos.
Fueron más de treinta. Por que no solo besaste mi labio inferior, si no también mis mejillas rojas, mis ojos grandes, aquellas pecas que odio, inclusive aquel lunar que siempre busco ocultar, pero sobre todo mi corazón que buscaba un poco de amor.
¿Te acuerdas de la luna? , yo sí... nos sorprendimos de verla y dijimos que lo recordaríamos. Planeaste un futuro cercano entre tu risa franca y mi ingenua aceptación, quedamos en vernos después e ir a los lugares que siempre quisimos... solo pude decir que sí lo más animoso que me permitió la emoción.
Cuando fue el momento de partir y te dije adiós con la mano algo en mí hizo que me doliera el lado derecho de mi pecho, mientras que tus ojos tristes me decían hasta pronto, el viento y mi nariz conservaron el olor a tierra y nada que tú poseías...
Ya han pasado varios años.
Tú no volviste a aparecer nunca más.
Por más que esperé todos los días que la pequeña ventana anunciara “tienes un contacto que desea agregarte” esta nunca se asomó por ahí.
¿Cuánto tiempo esperé? , no lo sé... ya perdí la cuenta de las horas y los días sin voz, así que dolido por no verte aparecer en la pantalla del ordenador decidí aguardar tu llegada viendo las hojas amarillas del otoño...
¡Taka!
Giro el rostro como siempre y sueño con que la voz que me llama sea la tuya. Anhelo verte sonreír para mí y que me beses sin decir nada más que mi nombre cariñosamente, sé que es un deseo estúpido pero ya me he acostumbrado a pensar de ese modo. Sonrío y digo qué pasa.
Qué manía de estarte tonteando aquí sin hacer nada más que ver los árboles.
Observo los árboles de colores cálidos y me siento en una banca de piedra, abrazo mis piernas y sigo mirando el viento mover las hojas. He cambiado el lugar de espera por uno más lindo y limpio, además de aquí puedo observar a la luna traviesa colarse por los días celestes. Tan solo he cambiado nuestro lugar de encuentro por uno que sé, te gustará más.
Escucho el mismo sermón de los que saben y no saben o de los que no saben y no entienden mi razón.
Espero, solo eso, espero...
Taka... él no volverá, él no volverá nunca más, entiéndelo, Take-kun no regresará por ti.
Elevo los ojos a la luna blanca, ella parece elevarse como un globo con gas de color, espero que ella pueda verte y decirte cuanto te quiero aún.
Ya sé que no volverás.
Los recuerdos hermosos no vuelven jamás. Lo sé.
El otoño ha empezado y las hojas caen, me vuelvo a quedar quieto entonces y veo pasar las horas estático. Pierdo el tiempo dicen, aquellos que manejan la vida y ven el orden, pierdo el tiempo dicen. Pero no es cierto... no creo que pensar en ti sea perder el tiempo, y aunque sé que no volverás Takehito, siempre guardo algo en mí que dice que, probablemente si veo las hojas amarillas caer haría que tú, otra vez, pudieras aparecer y sonreírme entre la luz parpadeante de las tardes anaranjadas...