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Palabras rotas por starsdust

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El santuario. Siglo XX.

Triunfante pero maltrecho, Milo acababa de llegar de una misión difícil. Sabía que debía ir con el patriarca cuanto antes, pero no podía presentarse de esa manera ante él. Estaba sucio. Aún podía oler la sangre ajena que manchaba su piel, y también la de sus propias heridas. La única razón por la que no dejaba un rastro de ella tras de sí era porque estaba haciendo un esfuerzo consciente por detenerla.

Al entrar en su templo se fue deshaciendo de su armadura y de los trapos que temporalmente le servían como vendas. Algunos sirvientes insistieron en ayudarlo, pero Milo quería estar solo.

Entró en el baño y se hundió en el agua caliente que lo esperaba, dejándola teñida de un color más oscuro con tintes rojizos. Cerró los ojos, buscando sumergirse en un momento de paz antes de continuar el camino hacia arriba, mientras el agua limpiaba su cuerpo, pero un sonido insistente lo interrumpió poco después. Alguien lo llamaba desde la puerta del templo, y su voz atravesaba la densidad del líquido que lo rodeaba.

-¡Milo! -gritaba Aiolia.

Primero Milo creyó que era su imaginación, pero no tardó en darse cuenta de que se trataba de algo real. Salió del agua de mal humor, se cubrió apenas con la primera cosa que encontró, y fue al encuentro del león dorado sin hacer ningún esfuerzo por ocultar su fastidio.

-¿Qué quieres? -espetó Milo con una voz pastosa, todavía adormilada.

Aiolia, que estaba preparado para discutir como era costumbre, se lo quedó mirando en silencio. Milo chorreaba agua, y Aiolia podía ver en su cuerpo las huellas de un encuentro que parecía haber sido bastante violento.

-¿Estás bien...? -preguntó con un tono ligeramente condescendiente que irritó aún más a Milo.

-¿Disculpa? ¿Qué clase de estúpida pregunta es esa?

-¿Qué te pasa? Te estoy haciendo una pregunta común y corriente.

-Lo último que necesito es que justamente tú vengas a hacerte el preocupado por mí.

Haciendo un esfuerzo, Aiolia se contuvo para no contestar. Después de hacer una pausa en la que los dos intercambiaron miradas desafiantes, transmitió su mensaje con seriedad.

-El patriarca te espera para que des el informe de la misión. Espera también que lleves el documento que recogiste en ella para que sea correctamente archivado. Es importante y urgente.

Milo gruñó de disgusto. Sabía bien que era importante y urgente. ¿Acaso Aiolia estaba disfrutando de esa ocasión en que tenía la oportunidad de decirle lo que debía hacer?

-Estaba ya en camino, así que puedes irte y dejar de molestar -dijo, dándole la espalda. Antes de que pudiera alejarse demasiado de él, la voz de Aiolia volvió a sonar una vez más.

-Milo.

-¿Ahora qué? -bramó Milo.

-Descansa bien después -susurró Aiolia. Milo meneó la cabeza y se internó en su templo, sin saber si sentirse enojado por el comentario.

-Ese idiota...

De vuelta en la parte residencial, encontró que los sirvientes habían dejado ropa limpia y vendas a su alcance. Milo no quería perder tiempo, así que envolvió sus heridas en ellas sin demasiado cuidado, se colocó la armadura y fue en búsqueda del documento, que había quedado descansando sobre una mesa.

Pero cuando llegó allí, no lo encontró. Tomado por sorpresa, Milo se quedó en blanco por unos segundos, antes de comenzar una búsqueda frenética. Registró cada rincón de la habitación, sin entender cómo podía haber desaparecido. Deshizo sus pasos, pero terminó volviendo al mismo cuarto, seguro de que era el último lugar donde lo había visto.

Cuando una ráfaga de viento sopló a través de la ventana, Milo tuvo una idea. Quizás hubiera volado a alguna parte. Se arrodilló, hizo una inspección al nivel del piso, y allí lo vio: el documento que buscaba estaba debajo de un mueble. Deslizó su mano con cuidado para alcanzar el papel, y en el momento en que estiraba sus dedos tomarlo, sintió algo extraño. Había un desnivel en el piso, y al tantearlo mejor se dio cuenta de que acababa de correr de lugar una baldosa.

Palpó el hueco que había quedado vacío debajo de ella, y notó que era inusualmente profundo. Metió la mano en él y sintió la forma de algunos objetos dibujarse contra las yemas de los dedos. Los ojos de Milo se abrieron, llenos de un repentino entusiasmo casi infantil. Había encontrado un lugar secreto. Recordando que debía ir a presentar el reporte de su misión sin demoras, tomó algo al azar, volvió a dejar la baldosa en su lugar, y se puso en pie.

Ahora tenía en sus manos, además del documento que debía presentarle al patriarca, una carta misteriosa. Sin poder contener la curiosidad, se decidió a darle un vistazo rápido mientras iba saliendo del templo. El sobre estaba abierto, y la tinta con la que había sido escrito el nombre del destinatario estaba desgastada.

En su interior encontró una serie de hojas escritas en una letra que comenzaba siendo prolija, y que luego se iba volviendo cada vez más descuidada. Milo no podía entender el idioma, pero reconoció el alfabeto cilírico y supuso que se trataba de ruso. A medida que iba pasando las hojas, una sensación de angustia fue creciendo en su interior.

Se preguntó cuánto tiempo llevaría en ese lugar escondido. ¿Cómo habría llegado? ¿Habría estado dirigida a algún habitante anterior del templo de Escorpio? Mientras se hacía estas preguntas, gradualmente se fue volviendo más consciente del palpitar de su corazón. Lo escuchaba no solamente en su pecho, sino dentro de su cabeza. Una oleada de calor repentina lo obligó detenerse y a apoyarse contra una columna para no perder pie.

Los papeles se escaparon de las manos y terminaron esparcidos por el suelo. Milo esperó a que su cuerpo volviera a la normalidad. A pesar de la confusión inicial, se daba cuenta de que esa reacción física era parte de una respuesta a sus preguntas. Y también había nacido en él una certeza. Sabía quién era el destinatario. Recogió la carta y la guardó dentro de su propia armadura.

Mientras daba su reporte de la misión, en un rincón de su mente había un espacio dedicado a la carta que aguardaba para ser leída y también para Camus, que se quedaría en el santuario durante un tiempo antes de volver a Siberia. No había podido hablar demasiado con él porque había llegado mientras Milo estaba fuera, pero sabía que lo esperaba en el templo de Acuario.

Por eso, apenas quedó libre se puso en marcha hacia la onceava casa. Encontró a Camus en la biblioteca, inclinado sobre un libro. Su expresión era serena. Los rayos del sol de otoño que entraban a través de la ventana cubrían su silueta con un brillo especial. Parecía que su aura estuviera rodeada por cristales danzantes. No llevaba puesta la armadura, sino que vestía ropa casual, pero aún así se veía solemne.

Milo se quedó observándolo a cierta distancia. Camus estaba concentrado en algo que daba la impresión de ser muy importante, así que Milo contuvo la respiración unos momentos, mientras decidía cuál sería su curso de acción. Camus lo notó, y finalmente se dirigió a él con la misma calma con la que pasaba las hojas de su libro.

-¿Vas a quedarte allí, Milo?

-Perdón. No quería interrumpir -respondió Milo en voz baja, sin poder evitar dejar escapar una sonrisa cuando Camus levantó la vista y la posó sobre él.

Camus cerró su libro y le devolvió la sonrisa. El gesto animó a Milo, que se acercó.

-¿Cómo te fue en tu misión, entonces?

-¿La misión? Fue pan comido -dijo Milo, acompañando su orgullosa declaración con un chasquido de dedos.

Al volver a mirar a Camus, Milo percibió que ya no quedaba rastro de la sonrisa de hacía un momento. En su lugar había una expresión de una dureza que provocaba escalofríos.

-¿En serio? -preguntó Camus, observándolo de arriba a abajo.

-Bueno, quizás terminó siendo un poco más difícil de lo que me habían dicho -admitió Milo, rascándose la cabeza-. Pero de esa manera es más honorable, así que está bien. Lo que me molesta es cuando nos envían a misiones que son demasiado fáciles para lo que es nuestro nivel. Eso es un desperdicio de fuerza, ¿no crees? -Mientras Milo hablaba, Camus no parecía escuchar con demasiada atención. Una de sus manos recorría el contorno del cuerpo de Milo, aunque sin tocar la armadura. Lo estaba examinando. Cuando Milo se volvió consciente de lo que Camus hacía, detuvo su discurso-. ¿Qué...?

-Ven conmigo -dijo Camus. Milo lo siguió hasta salir de la habitación y entrar a un cuarto cercano, donde Camus le señaló una cama sin ningún tipo de preámbulo-. Siéntate allí.

Intrigado pero sin tener razones para quejarse, Milo obedeció. Camus se sentó detrás de él y comenzó a desarmar la parte superior de la armadura de Escorpio, sin darle demasiado tiempo para deducir qué era lo que pretendía. Milo supuso que tenía vía libre para buscar un contacto más íntimo, así que se dio la vuelta para avanzar sobre Camus, pero éste lo detuvo con gentileza y le indicó que se mantuviera sentado donde estaba.

-¿Qué pasa? -Milo estaba decepcionado. Se mordió los labios, a falta de algo mejor.

-Espera, ten paciencia -respondió Camus, apartándole la melena de la espalda-. Todavía tienes el cabello mojado.

-¿Qué tiene que ver? ¿Me vas a regañar por eso? -preguntó Milo con incredulidad.

-Acuéstate. -Camus empujó a su compañero hacia abajo, hasta que éste estuvo recostado boca arriba-. Estas heridas no fueron convenientemente tratadas -dijo, señalando algunas de las marcas en la piel de Milo.

-Ah, eso. No tuve tiempo -respondió Milo, cruzándose de brazos mientras desviaba la vista.

-Para cumplir con nuestro deber de la mejor manera posible debemos no solamente controlar nuestras emociones sino también cuidar de nuestros propios cuerpos.

Camus acompañó su sermón deslizando sus manos sobre la piel de Milo, que pudo sentir una oleada fresca e invisible fluir hacia sus heridas, disolviendo de a poco el dolor remanente. La energía que estaba recibiendo actuaba como una fuerza curadora más potente que cualquier otro remedio.

-Lo sé, pero... -La voz de Milo se suavizó hasta desvanecerse en el silencio antes de que pudiera terminar su protesta. No quería interrumpir esa sensación tan agradable, así que no había necesidad de explicar.

-Date la vuelta.

Milo cumplió con la indicación. Se acostó sobre su pecho y disfrutó del mismo efecto placentero de antes, esta vez sobre la espalda. Camus acompañó su accionar con caricias cuidadosas. Milo sonrió cuando sintió los labios de Camus descender desde su cuello hasta la base de su columna. El pedido de mantenerse quieto estaba siendo hecho ahora con un susurro silencioso que se filtraba dentro de su cerebro, aunque Milo estaba teniendo problemas para acatarlo.

Se deleitó en el placer de ser el centro de tan exquisita atención hasta que en el momento en que Camus empezaba a retirar la parte inferior de su armadura, el aire se congeló. El flujo de energía que venía de Camus se detuvo repentinamente. Milo se apoyó en los codos y miró hacia atrás.

-¿Camus...? -preguntó con voz somnolienta.

El acuariano sostenía en sus manos una carta, la carta que Milo había encontrado en su templo y que luego guardado entre los recovecos de su propia armadura. Milo se incorporó. Había olvidado que traía aquello. La expresión de Camus era de asombro y confusión.

-¿Qué es esto?

Milo sintió sus latidos acelerarse.

-No sé. Lo encontré en el templo de Escorpio.

-Está en ruso -dijo Camus, que parecía estar paralizado por la sorpresa. Se propuso comenzar a leerla cuando sintió que los dedos de Milo se cerraban sobre su muñeca. Su mirada se había vuelto suplicante.

-Ah... tú puedes leer ruso, verdad -susurró Milo. Desconcertado por esa pregunta que era más una afirmación, Camus asintió-. No la leas.

-¿Qué?

-No la leas... -insistió Milo, sin entender el significado de sus propias palabras ni la angustia que destilaban. Ignorando su pedido, Camus le dirigió una mirada inflexible.

-Silencio.

Después de soltarse del agarre de Milo, Camus se levantó de la cama y salió de la habitación llevándose consigo la carta. Sin poder creer lo que acababa de ocurrir, Milo quiso ir tras él, pero se encontró con que la puerta estaba trancada desde afuera. Intentó abrirla a la fuerza, pero mirando a través de la cerradura se dio cuenta de que estaba sellada con una capa de hielo.

Luego de fallar al querer derribarla, Milo buscó otra manera de salir. Entonces reparó en la ventana entreabierta y se maldijo por no haberla visto antes. A través de ella pasó hacia la habitación contigua, que estaba vacía, y de allí llegó al pasillo. Intentando ubicar el cosmos de Camus, Milo encontró una puerta escondida entre las sombras. Apoyó la mano sobre ella y la sintió fría.

Golpeó sus nudillos contra la superficie de puerta, pero no obtuvo respuesta. De todas maneras, no la necesitaba para saber que Camus estaba allí. La empujó esperando que estuviera trancada, pero se equivocaba. La puerta se abrió con un crujido suave.

En el interior, la habitación estaba oscura, con apenas un tenue rayo lánguido filtrándose a través de una pequeña ventana abierta. Le tomó un tiempo acostumbrarse a la falta de luz. El aire estancado allí estaba helado.

Divisó la silueta de Camus en un rincón. Estaba sentado en el suelo, apoyado contra una de las esquinas.

-Perdón -murmuró Milo, tragándose su orgullo para reconocer que no había actuado de la mejor manera. Camus no dijo nada, y Milo se acercó cautelosamente, creyendo que sería justamente reprendido-. Eso fue muy egoísta de mi parte, perdóname... ¿Camus? -preguntó, agachándose frente a él.
Cuando Camus levantó la cabeza, Milo sintió que se le formaba un nudo en la garganta al ver que su rostro estaba cubierto de lágrimas. Su mirada fue hacia el puño cerrado de Camus, donde estaban aprisionadas las hojas de la carta. Sin saber qué decir y sintiéndose responsable sin saber por qué, abrazó a Camus con fuerza.
-Quizás tenías razón -dijo Camus en un hilo de voz que terminó por quebrarse-. Quizás no debería haberla leído.

-¿Qué es lo que dice? -preguntó Milo, aunque una parte de él temía conocer la respuesta.

-Cosas que podrían haber sido de utilidad en el pasado, pero ya no. Cosas que quedaron atrás.

Sin querer decir más, Camus rodeó a Milo con sus brazos. Acarició su piel tibia, depositó un beso sobre sus labios y cerró los ojos buscando cortar de una vez el flujo de sus lágrimas.

La carta era una súplica por ayuda, cargada de un antiguo y pesado dolor. El pedido desesperado se había extraviado en el camino, extinguiéndose en los ecos del silencio antes de que nadie llegara a escucharlo. Era un mensaje dirigido a quien él mismo había sido en un pasado distante, recordándole acerca de una preciosa promesa y un lugar al que debía proteger. Un mensaje que de haber llegado a tiempo podría haber cambiado el futuro.

Camus intentó tragarse el peso de la culpa que se metía bajo su piel con una intensidad que amenazaba con hacerlo perder el control. Buscó la muñeca de Milo, que no terminaba de comprender lo que ocurría, y comenzó a contar los latidos de su corazón. Cuando los sintió fuertes y regulares, su ansiedad comenzó a disminuir. Soltó las hojas que tenía aún apretadas en su otra mano, y dejó que la brisa del atardecer las empujara perezosamente hacia la puerta. Ya no quedaba nada por hacer. Ahora aquellas eran solamente palabras perdidas en el tiempo.

Fin~

 

Notas finales:

 

¿Cuál era el contenido de la carta? 

No quise aclararlo en la historia, pero lo explico aquí: Unity, el viejo amigo de Degel, tenía una hermana que era además como una tía para Degel. 

En el momento en que ella murió, Unity terminó por volverse loco y se volvió un villano. Imaginé que esa carta que Kardia esconde en este fic contaba de la muerte de la hermana de Unity (cosa que Dégel no sabía, de hecho Degel parecía no saber demasiadas cosas sobre lo que había pasado con Unity) y la angustia y soledad que sentía. 

De haber contestado Dégel la carta, Unity quizás no hubiera terminado provocando la gran tragedia que más tarde en el manga provoca sobre Dégel y Kardia por la locura que tiene encima. Toda la locura de Unity viene del dolor y la soledad, y de no haber tenido a nadie en un momento tan terrible como ese.

¿Por qué Dégel no quería contestarle a Kardia cuando Kardia le preguntaba si quería volver a Siberia?

Porque la respuesta era NO. Dégel se sentía culpable de no querer volver a Siberia, y prefería evitar pensar en eso, así como tampoco quería pensar en que Kardia estaba de camino a morir pronto.


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