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Paradise por Eiri_Shuichi

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Notas del capitulo:

Espero, tengo toda mi fe en que la historia sera corta... o tendre q mutilarla en el proceso, pero por ahora un segundo cap.

No voy a actualizar diario, hoy POR CASUALIDAD tuve tiempo, asi q por favor no piensen q tengo por costumbre subir tan seguido.

     Alan estaba en las nubes, en un borde del cielo, a punto de caer directo en la mayor de sus tentaciones. Sus manos se habían quedado estáticas en el pecho de Bruno, sin decidirse entre apartarlo para mantener su dignidad o agarrarlo para no dejarlo ir.

 

 

 

-Me muero por una cerveza- sí, ya se imaginaba que en cualquier momento su acompañante diría aquello, si era casi un bebedor empedernido y ni los veinte mil besos que llevaban en menos de una hora lo iban a hacer desistir, pero el no podía dejar las cosas sin luchar.

 

-¿Vas a beber?, ¿ahora?

 

-Oh vamos mi amor, una botella no hará daño- Alan rodó los ojos en una muda queja que no pasó desapercibida por el otro -¿ahora vas a reñirme por esto?, Dios Alan, creí que habías venido para que tuviéramos una cita decente de una vez por todas

 

-¿Esto te parece un lugar para citas?- ironizó señalando la pista donde había contado al menos siete personas teniendo sexo de algún tipo –que romántico eres, en serio…

 

-Si vas a quejarte toda la noche entonces puedes irte por tu cuenta

 

 

 

     Sintió la sangre hirviendo en su interior y no tenía nada que ver excitación, al menos no la que él hubiera esperado; le molestaba que Bruno fuera tan despreocupado, le molestaba que hiciera cosas así, que le hablara de aquella manera, que pareciera estar tan poco dispuesto a esforzarse por él. Dio media vuelta sin fijarse por donde iba, mezclándose entre la multitud, pensando por un instante que tal vez debía hacer lo que ellos y dejarse ir contra el primer desconocido que encontrara, besarle y, ¿por qué no?, acallar a la consciencia y llegar hasta el final. Pero no podía, odiaba saberlo.

 

     Cuando se dio cuenta estaba acorralado contra la pared; sin demasiada brusquedad, le habían dejado el rostro en el muro frío, un par de manos yacía sobre su cadera y las conocía suficientemente bien. Quiso apartarlo hasta sentir como esa húmeda lengua recorría la parte posterior de su cuello, como una mano se dirigía a su abdomen, como los cuerpos se iban acercando peligrosamente.

 

 

 

-¿Por qué Alan?, ¿por qué tienes que actuar de esa manera?- no quería abrir la boca, porque si lo hacía dejaría escapar un gemido antes de poder dar una respuesta -¿por qué no solo me dejas amarte?, me sacas de quicio…

 

-Idiota- pudo pronunciar apenas aquello, percibiendo el olor a alcohol

 

-¡Otra vez esa actitud!, bien, no te parece este lugar, ¿por qué no lo dijiste desde el principio?

 

-¿En verdad te parece que era la mejor opción?

 

-No, era la única, porque siempre pareces paranoico de que nos vean juntos

 

-Tienes que entender…

 

-No puedo Alan, no puedo entender que te comportes así, ¡ya pasó!

 

-¡Para ti es muy fácil decirlo!- sintió las manos de Bruno sobre las suyas, entrelazando sus dedos para tranquilizarlo pues estaba a punto de llorar –es muy difícil…- se liberó del mayor y giró su rostro para verlo, aunque apenas si pudo distinguir sus facciones por las luces cegadoras de “Paradise”

 

-No es fácil, pero no quiero que sigas sufriendo por algo tan insignificante

 

-Cállate…- no lo decía agresivamente, era de hecho una súplica para que, por un momento, se olvidaran otra vez de todo, para que le devolviera la felicidad un par de minutos. Y su deseo fue concedido en cuanto Bruno le besó apasionadamente. –Vamos a tu departamento

 

-Si vamos ahí no voy a dejarte ir en toda la noche- por primera vez le sonrió seductoramente, corroborando que era precisamente por eso que se lo pedía y él no lo hizo esperar.

 

 

 

     Alan había conocido a Bruno hacía unos cinco años y no estaba ni cerca de imaginarse que terminarían en aquella situación.

 

     Por aquel entonces tenía dieseis años, estudiaba y tenía una vida completamente normal; excepto tal vez porque en vez de ir tras las chicas del colegio, terminaba besándose con varones. No había tenido problemas para aceptar su situación, le parecía algo tan trivial angustiarse por ser homosexual que prefirió usar su energía en cosas más productivas y fue así como todo terminó tomando un curso un tanto curioso.

 

     Había asistido a una fiesta organizada por un compañero de su padre, cuestiones de negocios. Sin muchos ánimos accedió a ir porque, al final, prefería evitarse conflictos en su casa así que fue a parar en una cena donde solo conocía a sus progenitores a los que les perdió la vista muy rápido, aunque no les echó de menos cuando divisó a un joven alto, moreno, de cabello chino enmarañado y ojos de aceituna

 

     Se acercó al desconocido con claras intensiones en la mente. Comenzó con una conversación casual, agradeciendo que prácticamente todos los presentes fueran adultos o “niños buenos” con aires de insoportables. En menos de media hora estaba riendo de lo lindo con el chico de ojos verdes, con quien había congeniado bastante bien y cuyo nombre era Adam, aunque sabía que sus planes se habían ido al demonio: era heterosexual.

 

     Adam le llevaba un par de años, nada que no pudiera manejar y como igual era el hijo de otro compañero de trabajo de su padre, pudieron ser amigos. Hablaban de vez en vez y salían cuando sus actividades se lo permitían, nada fuera de lo normal. Era otoño una de esas ocasiones, habían quedado de verse en el centro para ir a ver una película de terror que esperara durante semanas, aunque aún no sabía cómo podría pasar siendo menor de edad, sin embargo Adam le aseguró que se encargaría de todo y no le quedaba más que confiar.

 

     El frío de aquella estación le apaciguaba, tenía un gusto particular por las temperaturas bajas y mientras esperaba, observaba los mechones de cabello entre sus dedos, mirando el color castaño de las hebras, preguntándose cuál sería el mejor color para teñirlo. Vio a su amigo acercarse acompañado por una chica morena, de cabello corto y facciones aniñadas, pero linda y d apariencia gentil que de inmediato se presentó con él con una sonrisa; Marisol resultaba agradable.

 

-¿Vamos?- le preguntó a Adam intranquilo por que se hiciera tarde

 

-Disculpa pero invite también a un amigo del liceo y creo que esta retrasado- Alan bufó por lo bajo, tenía la costumbre de llegar puntual a sus compromisos y por lo mismo le molestaba que los demás llegaran tarde. El reloj de pulsera que llevaba marcó quince minutos después de la hora acordada y su paciencia se iba evaporando cuando vio a un joven acercarse; era alto, delgado, de cabello castaño muy oscuro como sus ojos, casi negros, su rostro era casi cuadrado y su aire despreocupado le irritó aún más.

 

-Te pedí que fueras puntual- Adam fue el primero en hablar, sabiendo que si no intervenía “el pequeño Alan” podía estallar; tenía un temperamento volátil y difícil.

 

-Lo siento, había más tráfico del que imaginaba. Hola Mari, ¿cómo estas?- ella se limitó a sonreírle, sintiendo también el disgusto de Alan que no decía nada.

 

-Bruno, te presento a mi amigo Alan; Alan, este idiota es Bruno y espero que puedas perdonar su descuido- los ojos de Bruno destellaron al verlo y lo sabía, podía notarlo en la forma que lo miraba, pero era tal su disgusto que solo giró el rostro para otra parte, sin intensiones de ser amable.

 

-Iré por las entradas…- vio como Bruno se aproximaba a la taquilla antes de volver con los tickets –listo

 

-¿No tuviste problemas por Alan?- el de ojos verdes aún parecía angustiado por tener que cancelar la idea del cine.

 

-Descuida, el jefe dijo que podía entrar siempre y cuando no lo dejemos solos. Trabajo aquí- sabía que esas palabras iban dirigidas para él, pero igual su molestia era demasiada. –Vamos, aún no empieza la película- los cuatro se dirigían a la sala guiados por Adam y su novia cuando Alan sintió que Bruno le detenía por la muñeca, volteó el rostro y sintió su corazón acelerado por la expresión seria del mayor, temiendo que estuviera a punto de recibir la paliza de su vida –oye, lo siento, no quise hacerte esperar

 

     Asintió, fue la primera de muchas otras veces, porque cuando se trataba de él, siempre conseguía hacer acopio de paciencia.


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