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Varados por Iztaxochitl

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Notas del capitulo:

Disfruten

 

 

Habían pasado aproximadamente 130 días desde que Seto Kaiba y Joey Wheeler quedaran varados en aquella isla desierta… 4 meses y 1 semana aproximadamente. Claro que ellos no sabían esto, pues no llevaban cuenta de los días.

Repasemos un poco.

A estas alturas, ambos estaban muy cambiados. Cuatro meses sin afeitarse ni cortarse el pelo no son cualquier cosa, en especial para el ojiazul, quien durante los últimos 7 años había aparecido prácticamente igual ante los medios, y ahora, lejos de su “perfecto corte de cabello”, ciertamente no se veía nada mal.

El rubio por su parte, a pesar de ser menor, también traía unos muy ligeros barba y bigote, así como un cabello rebelde por ningún lado.

Pero eso no era todo, ambos tenían contacto con el sol la mayor parte del día, por lo cual su color de piel había cambiado. Los primeros días sí les había causado comezón y ardor, pero ahora ya era todo más tranquilo. El CEO se veía especialmente bien, oficialmente había dejado su palidez.

Ahora, en respecto a ellos… de alguna y muchas maneras, extrañaban la civilización y las comodidades, pero… se sentían tan libres… tan vivos… Seto Kaiba no recordaba jamás en su vida haberse sentido así, y el menor tampoco.

Era matemática simple. Tenían hambre, comían. Tenían sueño, dormían. Tenían sed, bebían. Querían abrazarse, lo hacían. Vivían de una manera natural, con sus instintos bien despiertos, y sobre todo, en armonía con ellos mismos y con la vida alrededor.

Fue impactante para ellos descubrir cuantas cosas de su vida cotidiana, las cuales creían totalmente indispensables, realmente no necesitaban. Se dieron cuenta de que no poseer nada realmente les daba una intensa satisfacción, y el hecho de poder vivir naturalmente, también. Ya podían decir que eran seres sanos para la vida en el planeta, pues no contaminaban ni hacían daño a la Tierra, siendo esto bastante satisfactorio.

Era como si hubieran tenido que vivir eso para caer en cuenta de todas estas cosas tan insignificantes, que paradójicamente son tan significativas.

Vivían en la isla, pero no les pertenecía. Usaban la cueva, para dormir y pasar ratos en el día, pero sabían que no era suya. Sabían que, si la vida así lo quería, regresarían algún día a sus casas, pero que en esos momentos, aquella cueva se había convertido en su hogar.

Algo que ambos amaban de la isla era el mar. Todos los días, sin excepción, entraban al mar. Habían encontrado una sensación reconfortante al sentir el agua en todo el cuerpo. Además, cuando se habían lastimado, el mar los había curado, y ayudado con las quemaduras del sol gracias a las cualidades minerales del mar.

En un principio, el CEO estaba con su pantalón todo el tiempo, y el rubio con bóxers. A estas alturas, ambos estaban con bóxers en todo momento. Incluso en ocasiones, especialmente al entrar al mar, se quedaban totalmente desnudos. Sentir la frescura del mar en su cuerpo era algo que habían aprendido a amar.

Psicológicamente hablando, ambos consideraban el hecho de haberse quedado solos en la isla como un acto del destino. El ojiazul se sentía como nunca en la vida, feliz. El haber conocido a Joey era, sin duda, un evento de mayor importancia en su vida. Por primera vez, se sentía realmente afortunado. La alegría que manifestaba el rubio, la tranquilidad y simplicidad con la que veía la vida… era la mejor medicina para el castaño. Se sentía vivo a su lado. Ya no se escondía si quería reír, llorar, enojarse, o hacer un puchero o berrinche. Su Joey le inspiraba total confianza, y sabía que podía hacer o decir lo que fuera, y el rubio le obsequiaría una hermosa sonrisa. SIEMPRE.

Por su parte, Joey se sentía en las nubes con Seto. El rubio sabía que Kaiba era un hueso duro… MUY DURO de roer, pero el hecho de saber que con él hablaba, reía o lloraba, lo hacía sentirse completo. Se sentía la verdura de la sopa, el hombre más afortunado y feliz del planeta, y eso no lo cambiaría por nada.

Lo único que no le agradaba a Seto, era no poder ver a sus hermanos. Obviamente, el ojiazul daba por hecho que sus Mokuba y Noah pensaban que estaba muerto. Y de seguro lo estaría, de no ser por un angelito rubio y bastante obstinado.

Kaiba había caído en cuenta que, a pesar de que sus hermanos eran lo más preciado para él, casi nunca se los expresaba, y se prometió a si mismo, que si los volvía a ver, les diría que los amaba y les daría un gran abrazo.

Sabía que existía la ligera posibilidad de que aún lo estuvieran buscando, más remoto aún, que los fueran a encontrar… pero solo el Creador sabía cuando.

Joey por su parte, tenía poco tiempo de haber salido del orfanato, en donde sí tenía un mejor amigo… nunca le dijo que subiría de polizón al avión privado de Seto Kaiba (que locura…) así que no sabía que pensaba su amigo. Si algún día lo volvía a ver, le platicaría de sus aventuras y de cómo se enamoró de un ricachón engreído y ego centrista, que resultó ser un bombón.

Bueno, ciertamente, nuestros protagonistas vivían de manera natural, agusto, contentos y tranquilos.

Llevaban ya 2 meses desde que se habían hecho pareja, y al ser Seto el dominante, no había habido una pregunta de “quieres ser mi novio?”… pero ambos daban por hecho eso.

-Seto… puedo preguntarte algo?- le dijo Joey mientras estaban acostados juntos en la arena, viendo el atardecer.

Kaiba ya le tenía miedo a esas preguntas, pero no le podía negar nada a su koi.

-Dime cachorro-

-Sonará estúpido pero… extrañas a tus hermanos?- El ojiazul suspiró.

-Ciertamente es una pregunta muy estúpida, claro que los extraño… pienso en ellos todos los días- el castaño miró hacia el cielo.

-Lo siento- dijo el menor, a lo cual Kaiba volteó a verlo.

-De qué? No es como si fuera tu culpa que estemos aquí… a decir verdad, lo único que hace agradable de estar en esta isla… eres tú- A estas alturas, sentados frente al mar, Seto acariciaba la mejilla del rubio, y cuando Joey escuchó las palabras del castaño, se sonrojó… pero no tanto como cuando su koi se acercó y lo besó.

Ninguno de los dos se había sentido tan lleno de energía en mucho tiempo.

Joey había ideado una manera de acarrear agua hasta la cueva. Hizo un ligero orificio en algunos cocos, y los usó como envases para transportar agua. Ahora ya no tenían que ir al rio cada vez que les daba sed.

Seto por su parte, había empezado a perfeccionar el arte de pescar. Cada vez se le facilitaba mucho más sacar pescados para el almuerzo o la cena, y se sentía bien por ello.

Aparte de eso, procuraban siempre tener plátanos o cocos, o alguna fruta comestible cerca del “campamento”.

Una de las más grandes revelaciones de esta aventura, fue para el CEO, quien se dio cuenta de lo insólito… no pasaba absolutamente nada si no se bañaba todos los días. Claro que no era la sensación más agradable, pero lo hacía y vivía para contarlo.

Ahora, ambos empezaban a experimentar algo nuevo en su relación… los besos ya no eran suficientes. Un par de ocasiones Seto se había aventurado a explorar la espalda y el pecho del cachorro, acariciándolo, pero sin llegar a más.

Y Joey, sabiendo el traumático pasado del ojiazul, no se atrevía a dar el próximo paso.

 

Era media noche, y Seto despertó con ganas de orinar. Joey estaba al lado de él, dándole la espalda, aparentemente dormido.

-Cachorro, saldré a orinar- Susurró el ojiazul, a lo cual recibió un simple “aja” por respuesta… un poco raro, diría él.

Salió, dio unos 7 pasos lejos de la cueva e hizo lo suyo. Regresó, y tomó su lugar. Comenzó a relajarse para volver a dormir, pero no pudo. Se dio cuenta de que la respiración de Joey era agitada, y se preocupó. Por algunos minutos no hizo nada, pero al ver que el rubio no se tranquilizaba, se empezó a preocupar cada vez más. Se sentó, puso la mano en el hombro de Joey, y lo movió ligeramente.

-Cachorro, estas bien?- … Nada, ni un sonidito. Volvió a preguntar, sin obtener respuesta alguna, y su respiración seguía anormal. Ahora sí estaba preocupado de verdad.

-Joey… Joey…- Otra vez sin respuesta, así que sorpresivamente volteó el castaño al rubio, encontrándose con su mirada despierta y un rostro totalmente rojo.

-Se… Seto…- Joey no podía ni hablar bien, mucho menos pensar, y el ingenuo CEO no cayó en cuenta de que sucedía.

-Cachorro?... Que….- OK, ahora sí vio que pasaba, y se puso más rojo que el rubio, si es que era posible. De reojo vio que la mano del rubio estaba sobre su erguido miembro. El menor se volteó bruscamente, entre que en verdad no podía pensar bien, la situación incómoda, y además no sabía que hacer.

Kaiba tan solo se sentó recargado sobre la pared, sonrojado y sorprendido.

-Cachorro- Nada… Joey no podía, no se atrevía a contestar.

-Cachorro, contéstame- El rubio lo miró por encima de su hombro, pero no dijo nada.

-Joey… quiero… quiero verte… mientras te tocas…- El rubio estaba de mil colores, pero… le gustó la idea. Lentamente se giró sobre su espalda, y ahora sí quedaron frente a frente.

El rubio, tan rojo como un semáforo, comenzó a tocarse lentamente… aún con mucha pena. Y Seto se daba gusto viéndolo. Nunca había sido partidario de darle vuelo a sus hormonas, pero al ver así a su cachorro, empezaba a pensar diferente.

Poco a poco, el rubio empezó a aumentar el ritmo, cerrando los ojos y deshaciéndose de la pena que tenía. De un de repente, Seto, por mero impulso, lo jaló, y lo puso sobre de sus piernas. Seto con las piernas cruzadas, y encima el cachorro excitado recargando su espalda en el pecho del CEO.

-Anda, tócate para mí- Le susurró el ojiazul en el oído, cosa que le generó un gemido. Empezó de nuevo con su trabajo. El castaño estaba totalmente extasiado. Tenía un brillo lujurioso en la mirada, y es que ver así a su apetecible novio… era simplemente delicioso.

A la vez que Joey se masturbaba, Seto comenzó a acariciarle el pecho, tocando y dando apretones por doquier. Pasado un rato, tomó la frente del rubio con su mano izquierda, levantando su cabeza y dejando el cuello al descubierto, listo para aplicarle una mordida. Al momento en que el ojicastaño sintió los dientes del mayor en su cuello, soltó un gran gemido de placer. Y con su mano libre, Seto quitó la mano de su cachorro de su hombría, para tomarla él mismo y acariciarlo.

Decir que Joey estaba en las nubes, era quedarse corto. Definitivamente. El CEO variaba el ritmo, desde muy rápido, hasta torturantemente lento. Y cuando Joey empezó a pedir más, el, como todo buen amo, le dio gusto a su cachorro, haciéndolo gritar y venirse en su mano y en el estomago de él mismo.

-Mmm… cachorro… que delicioso…-

-Se… Seto…- Ahora, siendo que el cachorro estaba desnudo, pero el ojiazul traía bóxers, momentáneamente el menor no notó la erección del mayor. Pero bruto tampoco era. Así que, sin decir nada, se incorporó para ponerse de rodillas frente al CEO, y comenzó a besarlo. No estaba muy seguro de hasta donde podía llegar, pero confiaba en si mismo y en que su koi se lo haría saber.

Mientras lo besaba apasionadamente, lo fue recostando hasta quedar sobre el. El beso era correspondido con la misma pasión por el castaño, quien evidentemente estaba sumamente excitado.

Joey dejó su boca para pasar al cuello, dando lengüetazos y mordidas, así como besos por aquí y por allá. El CEO estaba extasiado con lo recibido. Poco a poco fue bajando el rubio, hasta llegar al abdomen, lamiendo el ombligo de Kaiba. Mientras lo hacía, le quitó los bóxers para dejar al descubierto su gran hombría.

El rubio volteó a ver al CEO, buscando aceptación para bajar más, pero se encontró con que el castaño tenía los ojos bien cerrados… así, que… confió… y bajo…

Primero, empezó a olfatear  todo alrededor del sexo del castaño, y a dar uno que otro lengüetazo. La respiración del castaño era agitada, pero de ahí en más, no mostraba mucho. Joey se decidió, y metió al CEO  en su boca.

Seto arqueó la espalda y gimió fuertemente. Y el rubio siguió con su labor, volviendo loco de placer a Kaiba, quien se revolcaba de tantas sensaciones vividas.

Después de unos minutos de intensidad…

-Joey… detente… yo me voy… a…- pero el rubio no se quito, siguió moviéndose hasta que Seto, con un grito de placer, derramó toda su semilla en la boca del menor, quien no conforme con probarlo, también lo tragó.

Unos minutos más pasaron, y el ojiazul reguló su respiración. Estaba acostado en la cueva, y su cachorro estaba sentado a un lado de él.

-Seto… te… gusto?- preguntó un inseguro perrito. El castaño abrió los ojos, y lo jaló hacia él, abrazándolo por la espalda, bien pegado hacia él.

-Cachorro… decir que me gustó… es una subestimación…- Le dio un beso en la nuca y así, tiernamente, ambos se quedaron dormidos, agotados del previo ejercicio.

 


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