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Infierno de Ángeles por PokeGirl Uchiha

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Notas del capitulo:

Gracias a todos los que leyeron y a los que me han dejado un review!! Espero que con este ya empiece a parecerles un poco mejor la historia n_n

Dicen que el blanco refleja la paz de las personas. ¿Entonces por qué los hospitales eran completamente blancos? Allí no había paz, por lo menos no para mí.

Habían pasado cuarenta y ocho horas desde que entré a mi casa y vi como se llevaban a mi padre en una camilla: había sufrido un paro cardíaco y habían tenido que internarle de emergencia. No comprendía como mi padre, un hombre relativamente joven, pudo sufrir uno. Siempre pensé que eso eran cosas que sucedían a las personas mayores, pero el paro solo sería la primera de las cosas que pensé que no podrían suceder en mi familia.

Había llamado a Adrian, no supe por qué lo encontré un tanto indispuesto a venir, pero al escuchar el tono de mi voz finalmente vino a hacerme compañía. En esos momentos su mano estaba entrelazada disimuladamente con la mía. La imagen de mi madre no ayudaba a calmar mis ánimos. Tuvieron que pasar otras cuarenta y ocho horas más para que pudieran decir que se encontraba relativamente fuera de peligro, pero lo habían dejado en observación por si las dudas. Aquello lejos de aliviar el corazón afligido de mi madre le preocupaba más. No tenían el dinero necesario para pagar los gastos del hospital y al parecer la compañía para la que mi padre era obrero no podía esperarlo y habían contratado a alguien más.

Me sentía tan abrumado, que los brazos de Adrian apenas y eran un consuelo para mí—No te preocupes, todo saldrá bien—me había dicho al oído. Yo no estaba tan seguro de eso.

 ¿Han escuchado que cuando algo va mal solo se puede poner peor? Pues la persona que dijo esas sabías palabras debió haber pensado en mí.

Aquel día en particular había sido realmente agotador. Después de clases tuve que salir corriendo a casa a buscar más ropa para mi madre. Miré la caja donde tenía mis ahorros. Se suponía que con ellos iba a ir con Adrian de vacaciones pero en esos momentos los necesitaba más mi familia. Abrí el cajón y empecé a contarlo. Nunca me gustaba gastarlo. Las pocas veces que salíamos con Adrian era él quién terminaba invitándome, lo cual me servía mucho para ahorrar.

Al final tenía ahorrado $2, 500 dólares. Era suficiente para pagar la deuda del hospital y más, así como era suficiente para irme de vacaciones. Nunca había deseado algo tanto en mi vida  irme lejos de este lugar. Anhelaba ser libre,  demostrar que amaba a mi novio porque lo amaba, y estaba seguro que él me amaba a mí. Ir a Estados Unidos y viajar solo los dos, conociendo nuevos lugares sonaba algo utópico. ¿Y saben que es lo peor de las utopías? Simple, que nunca se vuelven realidad.

—Pero Ariel, este es tú dinero no puedo aceptarlo, lo has guardado por mucho tiempo—Era cierto. Lo había guardado para una ocasión especial, pero de camino al hospital lo había pensado mucho y realmente un viaje no se comparaba con la familia.

—Mamá, anda tómalo, tú misma lo has dicho, lo he tenido guardado por mucho tiempo. Es un hecho que nunca lo he necesitado realmente y ahora tú lo necesitas—La vi vacilar unos segundos, sabía que no cedería tan fácilmente—Hagamos un trato, tómalo y cuando tengan oportunidad me lo pagan de vuelta ¿sí? —Aquello pareció gustarle, pero ambos sabíamos que difícilmente volvería a ver ese dinero. No importaba ya.

Con mamá creímos que mi padre saldría  pronto, pero de pronto empezó a desmejorar muchísimo. Mi madre lloraba sin saber qué hacer. Yo tampoco sabía bien cómo actuar, entre exámenes y hospital finalmente salí de vacaciones. Mis notas apenas y fueron lo suficientemente buenas como para poder aprobar, pero estaba seguro que fue gracias a los profesores que logré pasar el año. Mis promedios anteriores eran casi brillantes, pero al final y apenas tuve cabeza para Newton y Shakespeare.

Había pasado ya casi  semana y media desde que mi padre ingresó  al hospital. Aquella tarde había enviado a mamá a descansar a casa prometiendo que yo cuidaría de él. Estaba leyendo un rato mientras él dormía. Creo que ya había mencionado que mi padre era lo que muchos llamarían un adulto joven. Tenía cuarenta y dos años, era bastante alto, gracias a él yo no había sido un liliputiense y decía con orgullo que medía el metro ochenta mientras que mi padre medía el metro noventa. Siempre dije que él pudo haber sido un buen basquetbolista, pero odiaba los deportes, así que me conformé con el pensamiento que hubiera sido un buen guardaespaldas porque tenía un no sé qué, que por momentos si le mirabas fijamente te intimidaba.

Era normal que todos esperaran que heredara aquella mirada, pero aparentemente mi madre se había cagado en mí y lejos de intimidar  era, en palabras de Adrian, la persona más tierna que él hubiera visto. Todos decían que tenía un aura, o vaya usted a saber que mierda, delicada y  pura  que me hacia lucir  frágil y que a todos les producía unas grandes ganas de protegerme. Incluso las chicas de mi curso lo decían ¡Las chicas! Aquello no podía ser más humillante, una cosa era que fuera gay y otra muy diferente que no tuviera mi orgullo de hombre y me estuviera comportando como una nena que necesita ser salvada las veinticuatro horas del día.

Si bien es cierto, me parecía mucho a mi padre: había heredado sus cabellos rojizos y sus ojos color verde jade, mi apariencia lejos de parecer amenazadora lucía más delicada, todos decían que era “gracias” a mi madre, ella tenía una menudita figura, muy delicada, casi de porcelana con sus cabellos negros y ojos de verde, pero este era un verde un tanto más suave que los de mi padre. 

Había intentado de todo para dejar de verme tan “uke” como solía decirme Adrian, el cual era fanático del manga yaoi. Inclusive había invertido todo un semestre en ir al gimnasio, pero lejos de verme más varonil todos decían que estaba luciendo mejor que mis compañeras. Otro golpe bajo para mi orgullo.

Me había quedado perdido en mis pensamientos que no noté cuando la puerta de la habitación se abrió lentamente. Un escalofrío recorrió mis huesos ante esa sensación alcé la mirada y noté que había alguien más en la habitación: Un hombre. Nos observamos en silencio y sentí como si estuviera viendo a la muerte misma— ¿Qué haces aquí? —Di un brinco en mi asiento. No había notado en qué momento mi padre había despertado. Sus ojos lucían  amenazadores. Si antes había dicho que su mirada intimidaba a cualquiera, en esos momentos le agregaba el agravante de parecer que en verdad pudiera pulverizarte con la mirada.

— ¿Así me recibes, Civella? —Por un momento creí que aquel hombre se había equivocado de habitación, pero al ver como mi padre se iba poniendo cada vez más rojo y el monitor cardiaco empezaba a sonar cada vez más rápido, corrí hasta donde estaba y tomé su brazo intentando de alguna manera que se calmara.

—Papá, tranquilízate por favor—Cuando hicimos contacto visual  me estremecí de puro terror. Él pareció notarlo así que quitó la mirada de allí, pero en ningún momento la suavizó.

— ¿Con que papá? Vaya, vaya, nunca has tenido el gusto de presentarnos a tu hijo a todos los de la pandilla.

La manera en que lo dijo me hizo temblar un poco. Le miré confundido. Aquel hombre era aterrador. Estaba seguro que jamás lo había visto en mi vida porque si no lo recordaría.

— ¿Qué haces aquí, Morello? —repitió, pero esta vez lucía más amenazador.

—Mapelli manda a preguntar cuando dejarás de jugar al enfermo—Mi boca se había puesto seca de repente y sentía que estaba presenciando algo que no debía—. Sabes que dejaste tu trabajo incompleto. Lo tenemos aún allí…

Sentí la mirada de mi padre, pero no me atreví a mirarle a los ojos, no otra vez—Cinco días, dame cinco días y…

—Papá, ¿estás loco? Tú aún no puedes moverte y…—reaccioné.

No tenía idea que pasaba, pero él no estaba en condiciones ni siquiera de levantarse—Tú no te metas Ariel—pronunció con voz venenosa. Solté el agarre que tenía porque por un momento me pareció que aquel que llamaba padre podía hacerme mucho daño si se lo proponía—Cinco días, dile a Lupo que se encargue de todo para mientras.

—De acuerdo. Aunque no le hará gracia esperarte—le advirtió. Hizo el ademán de irse, pero luego giró y volvió a posar su mirada  en mí. Sentía como si me desvistiera con la mirada y me quedé paralizado—Insisto Civella, a los de la pandilla no les molestaría conocer a la ricura de tu hijo…

— ¡LARGO DE AQUÍ, MALDITO! —Bramó mi padre con fuerza. Aquel hombre lejos de asustarse solo rió satisfecho. Se fue sin decir nada más, pero no dudó en seguirme mirando hasta que la puerta se hubo cerrado. No supe porqué las piernas empezaron a temblarme—Ariel, siéntate, estás pálido…

Obedecí y me quedé allí con la cabeza gacha sin saber si tenía el valor de mirar a mi padre otra vez— ¿Quién era ese hombre?

No supe de donde saqué el valor para preguntar aquello en voz alta; y mucho menos para mirarle a los ojos, por fortuna ya no lucía tan intimidante. Jamás había visto a mi padre actuar de esa manera y menos llamar maldito a alguien, como ya antes había explicado era un hombre profundamente religioso y jamás maldeciría a alguien o por lo menos eso pensaba hasta hace unos segundos.

—Lo importante que tienes que saber es que no debes acercarte a ese hombre. Si lo ves algún día en la calle no dudes irte de ese lugar rápido—lo dijo con una seriedad tan impropia de él que me preocupó.

— ¿Por qué? ¿Y por qué me miraba así? No me digas que es gay o algo por el estilo.

Me miró con ojos severos y solo agaché la mirada apenado—No es solo por eso. El que lo sea ya es un buen motivo para no quererte cerca de él—Aquello no me hizo sentir mejor—. Hay cosas que no debes saber—me preguntaba si dentro de esas cosas iba incluido el hecho que lo llamase Civella—. Ariel, —alcé mi mirada dudoso— no le digas nada a tu madre  lo que pasó aquí—no era una petición. Era más bien una orden que no podía ser desobedecida.

Los días siguientes Morello no volvió a aparecer por el hospital. Lo hubiera notado. Estuve el mayor tiempo en cuidando de mi padre, por lo tanto nuestras citas con Adrian pasaron a efectuarse en ese lugar. Mi madre solo sonreía y me decía lo afortunado que era por tener amigos que se preocuparan tanto por mí.

Esos últimos días había sentido una imperiosa necesidad por decirles a mis padres que Adrian no era mi mejor amigo, como ellos lo llamaban. Aunque tenía un gran miedo que la noticia la tomaran muy mal y más por el  delicado estado de salud de mi padre. No quería matarlo, literalmente, de un disgusto o decepción, pero algo me decía que principalmente no lo hacía porque no quería que me volviera a ver con esos ojos.

 Habían pasado ya cuatro días desde que Morello había visitado a mi padre. Había olvidado por completo la promesa de los cinco días, pero al quinto día que llegué al hospital con mi madre, la cual me había acompañado solo para buscar unas cosas a petición de mi padre, y no lo vimos fue que recordé sus palabras. Las siguientes horas fueron un absoluto caos. Más porque mi padre no contestaba su celular.

Tenía unos grandes deseos de decirle a mi madre que lo más probable era que estuviera con ese tal Morello, pero estaba seguro que  no tendría ni la más mínima idea de quién hablaba. Aún no comprendía por qué le había llamado Civella. La manera en que se enfureció me había hecho quedar perplejo.

Y por otro lado estaba Morello  quién se divirtiera  ser amenazado y jamás había conocido a  alguien  que osara llamarme “ricura” frente a mi padre. Aquello lejos de molestarme me había aterrado por completo.

Las horas pasaban y mi madre reclamaba a todos los del hospital su incompetencia. Aunque yo también no comprendía cómo no había sido visto por nadie. Es decir, estaba completamente enfermo. Y aún así se las había ingeniado para salir sin ser visto.

— ¿Dónde estás, papá? —susurré mirando por la ventana. Empezaba a anochecer.

 

Notas finales:

Gracias por leer!! Prometo subir el otro cap pronto


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