Capítulo 2
Sobreviví.
"La luna, la única fuente de su salvación. Las fuerzas se le iban y sus piernas cada vez más bajaban la velocidad hasta quedarse parado. Se dejó caer, apoyando sus manos en sus rodillas mientras inhalaba y exhalaba con dificultad. Sin levantarse pasó la mirada por encima de los hombros, más no le dio tiempo ni de gritar cuando vio que esos ojos y esas bocas en cantidad, lo estaban alcanzando..."
El despertador digital lo despertó de sobresalto, había tenido otra vez ese sueño; se pasó la mano por la cara con cansancio y se estiró como un felino. Miró el reloj, eran las 8:30 am y como todo día empezó con su rutina monótona. Se colocó la camisa para luego salir del cuarto. Una vez estado en la cocina, se preparó el desayudo y encendió la televisión.
-Muy buenos días, Nueva York...-hablaba la mujer de la televisión.
-Estamos en el día 27 de marzo del 2020.-concluyó con aburrimiento para después verse como si fuera un especie de adivinador al notarse que la mujer segundos después de él había repetido las mismas palabras. Sin embargo, no era ningún adivinador, de todas las veces que había escuchado el mismo noticiero ya se le había aprendido de memoria.
Terminó de comer, apagó la televisión, se acercó a la ventada para después correrla con delicadeza dando paso a la cegadora luz del sol, afiló la mirada.
-Jamás descansan, ¿eh?-enarcó una ceja.
Miró con repugnancia esos cuerpos andantes y tambaleantes. Les daba asco, esas bocas babeantes sedientas de sangre y hambrientas de carne. Esta vez había más de lo normal, le sería muy difícil manejar con tanta escoria en el camino. Soltó la cortina con aburrimiento, se alejó de la ventana mientras se dirigía a su habitación para cambiarse la ropa; se decidió por unos jeans oscuros un poco rasgados, una camiseta blanca de tirantes gruesos junto con una chaqueta de cuero bastante antigua pero que hacía juego con la camiseta y por último un par de tenis. Se acercó al espejo y se admiró, su cabello negro que se encontraba revuelto y algo largo hacía contraste con su tez pálida tanto o más que la leche junto con esos dos pozos oscuros ónice que tenía como ojos.
Determinantemente, se acercó al espejo, se tocó la cara, le estaba a punto de crecer la barba, suspiró. Odiaba afeitarse. Se alejó caminando directo hacia su closet que al abrirlo se encontró con una extraña valija de color marrón, estropeada por los años. Le quitó el seguro y la abrió haciendo un leve chirrido en el momento. Sonrió de lado, con cuidado tomó el objeto en manos, admiró su belleza, la acarició para después cargarla de balas. Cómo le encantaba su fiel amiga, la mejor de todo el grupo, una AK 47* color negro. Con una sonrisa de orgullo, se la pasó en la espalda, seguido, se llevó dos armas más y de último se colocó un machete de los dos que tenía, para colocarlo en el bolsillo de la pierna izquierda.
Una vez listo, se dio un último vistazo, agarró las llaves de su camioneta y entró al garaje. La camioneta resplandeció en la oscuridad, apretó un interruptor y sus ojos negros se toparon con una Hummer* reluciente cromada de color gris metálico, con parrilla delantera además de tener un polarizado espléndido. Vio su reflejo antes de entrar en una de las ventanas del auto, que al estar dentro miró sus propios ojos por el espejo retrovisor al mismo tiempo que se colocaba los lentes oscuros. Sin perder más tiempo, arrancó el auto mientras se abría el portón del cual automáticamente se cerró una vez que el auto se encontraba afuera. En el camino atropelló a uno que otros repugnantes cuerpos.
La radio comenzó a sonar con una de sus canciones de su disco compacto, comenzó a tararearla, si quitar la vista de enfrente; varios cuerpos se estrellaban en su parrilla cromada, sin embargo no le daba la más mínima importancia, había tantos que contrabajo podía esquivarlos.
Cómo había cambiando tanto la cuidad, muy pocas construcciones seguían en pie, otras ya se habían desmoronado, habían plantas y yerbas por doquier, generalmente, en el pavimento lo cuales estaban llenas de grietas. Toda la cuidad estaba hecha un desastre, ya no había gente normal caminando como antes se veía. De los dos años que llevaba viviendo en esas condiciones, con un poco de gente normal se había topado, la mayoría de ellas ya estaban a punto de morir para después convertirse en uno de ellos, sin embargo, los que no se encontraban de esa manera, siempre terminaban muriendo.
Estaba tan sumergido en sus pensamientos cuando se dio cuenta de que ya había llegado a su destino, aquel supermercado del cual recientemente había estado yendo, ya que en los anteriores no quedaba nada. Se estacionó en un lugar, se dirigió al supermercado entrando sin dificultad alguna por el simple hecho de que las puertas y ventanales estaban rotas. Por precaución, tomó su fiel amiga, la querida AK 47. Se dirigió a la sección de alimentos con algo de dificultad, ya que las lámparas de los pasillos parpadeaban y uno que otros colgaban de un solo cable, amenazando con caerse al suelo. Escogió la comida, la metió a su mochila de la cual nunca dejaba. De pronto, un sonido le llamó la atención deteniéndolo en el momento, se quedó de piedra y miró atrás por el rabillo del ojo.
Frunció el ceño, molesto, al ver que no se había dado cuenta de que había un cuerpo en el suelo tirado con la mitad desmembrada, estaba comenzándole hacer efecto el virus. Se alejó del estante de alimentos para luego acercarse al cuerpo y notar que se trataba de una mujer, no más de 30 años, podía verse que era bella cuando estuvo viva, suspiró.
-Qué desperdicio de mujer-dicho eso, acercó la boquilla de su AK 47 en la frente de la mujer, quien trató de agarrarlo con lentitud, más el hombre apretó el gatillo sin compasión, para después ver como de la cabeza se le hacía un gran hueco al mismo tiempo que salpicaba el suelo con sangre. Chasqueó la lengua al darse cuenta de que había hecho demasiado ruido. No tardarían en llegar los demás. Terminó de agarrar lo que le faltaba para luego salir del lugar mientras esquivaba uno que otro caminante.
Al salir, continuó con la misma rutina de todos los días, buscando algún sobreviviente por los alrededores, pero como siempre no encontraba a nadie. Estaba pensando seriamente en avanzar un poco más lejos, pero le preocupaba su casa. No podía dejarla.
Ya estaba oscureciendo, era tiempo de llegar a su casa, lo único que había hecho en todo el día era matar a los caminantes, esa rutina ya le estaba aburriendo, había pensado varias veces en acabar con su vida tan monótona y aburrida ya que no había nadie más que él, tampoco planeaba quedarse solo hasta morir. Al llegar a casa, se topó con el ladrido de su perro, le hizo una señal de silencio con sus dedos, para después acariciarle con cariño. Por él no había terminado con su vida, si él se moría, su compañero se quedaría solo y moriría de hambre. Su reloj de mano sonó dando las once, sin esperar más, apagó todas las luces de la casa, se sentó cerca de la ventana, seguido de su perro que se acostó a su lado. Se quedó mirando la ventana, viendo un punto de la nada; si alguien se encontraba ahí afuera, desearía con toda su vida encontrarla, le hacía falta una compañía además de su perro, no le importaba si era un hombre, una mujer o un niño, se sentía realmente solo, tenía la esperanza de encontrar a alguien y con esa persona pasar los días, aún tenía deseo de formar una familia, no quería quedar soltero para el resto de su vida. Si sus padres y su hermano lo estuvieran escuchando en este momento, cualquiera diría que Uchiha Sasuke, se encontraba al borde de la locura.
