Habían pasado ya dos semanas, y él no mejoraba… y eso le impacientaba. Mucho. Demasiado. Se pasaba todo el tiempo dando vueltas y vueltas por la blanca habitación, mirando continuamente aquella cápsula de forma semejante a una flor.
Era frustrante.
-Riku, ¿te encuentras bien? –preguntó una dulce voz a sus espaldas.
Riku volteó, para encontrarse con una cabellera rubia y un vestido blanco que perfectamente podrían camuflarse en aquella habitación, de no ser por esos ojos azul cielo que brillaban, ahora con cierta preocupación.
-Perfectamente, Naminé. –fue su respuesta, pero ese tono seco, entre dientes, hacía entender perfectamente a la rubia que lo que Riku quería hacer en esos momentos era patear una y otra vez esa odiosa cápsula.
-Él no despertará porque sigas dando vueltas enfurruñado y encerrado aquí. –le recordó, con ese tono siempre dulce, caminando tranquilamente hasta la blanca silla que se encontraba justo enfrente de la dichosa cápsula.
El albino apretó los puños, tratando de mirar hacia allí, pero incapaz de hacerlo. No podía verlo. No se atrevía, sentía la culpa como pequeñas punzadas que se clavaban de forma lenta y dolorosa en su pecho.
Porque todo esto había sido culpa suya.
Si hubiera estado ahí, si hubiera sido más rápido… si no hubiera dudado… si no hubiera cedido a la Oscuridad aquella noche de tormenta…
-No ha sido tu culpa, Riku. –le recordó, una vez más, Naminé, como si pudiera leer su mente. –Todo ha sido culpa mía.
Riku negó con la cabeza, y caminó hacia ella, cabizbajo.
Ya había asumido que la pequeña “bruja” –así era como era llamada por DiZ– no tenía la culpa de lo que le había sucedido a su mejor amigo. Todo había formado parte del plan de la Organización XIII, de Marluxia. Naminé sólo era un peón, y no tuvo más remedio.
Pero ahora debía agradecerle todo lo que estaba haciendo por enmendar su error. Estaba dispuesta a hacer lo imposible por salvarlo.
-¿Cuánto crees que tardará en despertar? –se atrevió a preguntar.
-Quién sabe… Todo el tiempo que necesite para recuperar sus recuerdos. –respondió la chica. –Necesita recuperarlos absolutamente todos, y debo unirlos correctamente, o no sólo le afectará a él, sino que afectara a todas las personas con las que esté conectado.
El peliplateado sólo asintió. Sabía que su amigo necesitaba tiempo. Después de todo, lo había olvidado todo. Sus viajes, su pasado, los amigos que hizo durante aquel tiempo, e incluso los amigos que conocía desde su más tierna infancia. Tidus, Wakka, Selphie… incluso ella, incluso Kairi.
Había olvidado a todos, a absolutamente todos… menos a él. O eso era lo que Naminé le había contado.
“No se olvidó de ti. No te ha culpado nunca de nada, Riku”
Esas eran las palabras que la bruja repetía siempre que parecía necesitarlo. Y siempre sonreía, pero sabía que sólo lo recordaba por esa maldita réplica suya que no dejó en paz a su amigo, culpándolo de todo, del tormento que había sufrido Naminé, e incluso del suyo propio.
Lo mismo que hizo él cuando estuvo bajo el control de Ansem.
-Sólo un idiota como él dejaría que hurgaran en sus recuerdos… -comentó con notable amargura.
-Es muy valiente. –comentó la rubia con una sonrisa, mirando hacia la cápsula.
-O muy idiota.
Naminé rió y, de pronto, se levantó.
-Tengo que hablar con DiZ. –explicó mientras se marchaba.
-¿Por qué? ¿Has… descubierto algo? –preguntó, comenzando a asustarse. –Todo… va bien, ¿verdad?
La joven asintió.
-No te preocupes, Riku. Sólo… creo haber descubierto que es lo que está ralentizando el proceso.
-¿Qué es? ¿Puedo hacer algo para solucionarlo?
Esta vez, negó con la cabeza.
-Debo hablarlo con DiZ. Él te dirá qué hacer.
Y, sin esperar a más reproches de Riku, Naminé continuó caminando hasta la puerta de la habitación. Miró de reojo al chico, sonriendo al comprobar, una vez más, que era incapaz de mirar la capsula. Incapaz de ver lo que había dentro de ella.
-Habla con él.
Riku arrugó el entrecejo.
-Eso no lo despertará.
-Pero se sentirá mejor si escucha tu voz.
-No me escuchará.
Una nueva risita pudo escucharse en la habitación. Naminé sonreía, pero Riku parecía cada vez más irritado.
-Lo hará. –fue todo lo que dijo, antes de marcharse.
Riku se quedó ahí, con la mirada fija en el suelo, incapaz de alzarla para encontrarse con él, con su rostro dormido, tan tranquilo, como si simplemente estuviera haciendo eso. Dormir, sin más. Tan pacífico. Parecía brillar más en aquella pequeña cápsula que de lo que brillaba normalmente.
Y lo odiaba, porque era incapaz de mirarlo precisamente por eso. No merecía mirar algo así. Riku se consideraba una sombra, poco más que una sombra, mientras que él era…
-Sora…
Silencio. Fue esa la única respuesta que recibió el albino. Y, es que… ¿qué esperaba? Su amigo ahora era poco más que un muñeco, que podía ver a través de aquella cápsula que cumplía la misma función que un escaparate. Podía hablar con él, pero Sora no respondería. No podía tocarlo, no podía ni siquiera abrazarlo. Sólo podía observarlo desde ahí, sintiéndose culpable, inútil, débil… impotente.
Pero, tal vez, si hablaba con él… si se desahogaba de ese modo… se sentiría mejor.
A Riku nunca le justo hablar de sus sentimientos, siempre lo guardaba todo para él, siempre callaba y se limitaba a escuchar los problemas de Sora, o a veces los de Kairi, y cuando estos preguntaban se limitaba a sonreír y decir que estaba bien. Que él siempre estaba bien.
Pero, ahora, era su oportunidad. Podría desahogarse, podría contarle a Sora todo aquello que siempre callaba y reprimía, todos los sentimientos que jamás le dejó ver a su amigo. Sólo tenía que… hablar. Después de todo… ¿qué tenía que perder?
Así que, con decisión, miró hacia la cápsula, sintiendo una nueva punzada en el pecho al hacerlo. Ahí seguía, dormido plácidamente, como ni nada ocurriera, como si no corriera ningún peligro. Sólo dormido en esa especie de flor, quién sabe si soñando…
Rió con cierta amargura y, por fin, decidió hablar.
-Sora… ¿recuerdas…?