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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capitulo 9

“Esmaida”

 

   Ya llevaba cerca de siete meses en aquella abadía, y ahora más que nunca tenía grandes sospechas que la tragedia de su hermano mayor no había sido producto de ningún ataque a su familia, sino más bien, el resultado de la tremenda imprudencia y falta de juicio de este.

   Las últimas noticias que le trajo Vladimir lo habían dejado un poco más tranquilo. Por lo menos, Milán ya estaba fuera de peligro, y esa herida no le dejaría más consecuencia que una enorme cicatriz. Pero había algo más que merecía la pena evaluarse, y era el hecho de que su osado hermanito no intentara volver a repetir tamaña estupidez.

   Sin embargo, aquel exilio no estaba siendo un castigo tan terrible como en primera instancia pensó que sería. Sí, era cierto que extrañaba a su familia, en especial a su dulce papito, pero también debía reconocer que se divertía mucho más allí afuera que en el palacio; se sentía mucho más feliz ahora que podía corretear mariposas y bañarse al aire libre en ese maravilloso lago que tenia a quinientos metros de la abadía en la que se encontraba. Era muchísimo mejor ese ambiente que el estar todo el día teniendo que andar metido en la biblioteca de la mansión central, bajo la tutoría de ese anciano doncel que terminaba dormido a mitad de las lecciones. Ahora si podía ser él mismo. Y gracias a Vladimir, que prácticamente lo visitaba a diario, vivía en un verdadero paraíso terrenal, en total armonía con la naturaleza que tanto amaba y que le había enseñado muchísimas más cosas que esos polvorientos y aburridos libros.  

   Estiró su delgada figura sobre las colchas algodonosas, extrañándose de que su siempre puntual hermano no hubiera aparecido aun, trayéndole las deliciosas tortas de nueces que robaba de las cocinas del palacio. Tal vez pensaba que él aun no había terminado su menarquía, y seguía destilando por su brillante cabellera esos humores que adormecían a los varones durante esa etapa que marcaba el inicio de la vida fértil de los donceles. Habían sido días francamente dolorosos que por fortuna no se repetirían, pues ese proceso solo sucedía una vez en la vida.

   Pero aquel mecanismo fisiológico no le había servido solamente para sumergir en profundo sueño a todos los varones que se le acercaron por aquellos días, sino para despertar sus más profundos deseos. Esos, que hasta ese momento, habían permanecido latentes como una tenue lucecilla a punto de extinguirse, y que gracias a la marea de humores que lo sacudió tras su menarquía, se convirtieron en verdaderas flamas hirvientes.

   De tal manera que las fantasías del pequeño príncipe se habían convertido en verdaderas y pasionales puestas en escena. Todo los días el muchacho tomaba una de sus almohadas rellenas de plumas para improvisar con ellas alguna suerte de honorable caballero, colocándole a los almohadones cotas de malla y poderosos yelmos.

   — Kuno, mi amado Kuno —decía fingiendo de forma exagerada una gruesa y viril voz—, quiero decirte que desde el primer día que te vi me he quedado prendado del poder de tu mirada.

   Entonces rotaba rápidamente de posición, interpretándose enseguida a sí mismo, con la almohada siempre observándole en su patética actuación.

   —Yo... no puedo, no debo aceptarte. —Ahora su tono de voz era demasiado chillón para el de un doncel normal—. Eres el peor enemigo de mi hermano. Mi familia jamás lo aceptaría —remataba tirándose sobre las colchas de forma melodramática.

   —Por ti mi amado, me enfrentare a quien sea, incluso a ese soberbio de tu padre. —Tomaba de nuevo el papel del noble caballero—. Solo deseo saber si no eres ajeno a mis demandas.

   —Claro que no —se contestaba con la voz chillona una vez más—. No me eres indiferente para nada. —Y sus ojos se entornaban tras un sonrojo y un sensual batir de pestañas.

   Entonces, tras el término de aquello, tomaba de nuevo la almohada y le estampaba un beso cadencioso y fiero, luego se tiraba en su cama y después de una larga carcajada, suspiraba sonriendo.

   Vladimir recordaba en ese momento la escena de la almohada. Recordaba que la primera vez que había visto a Kuno haciendo eso, llegó a pensar que el jovencito se estaba volviendo loco por el exilio. Pero luego de un tiempo, el mismo Kuno le confesó su amor por Xilon Tylenus, y las pocas esperanzas que aguardaba de algún día conseguir su amor.

   >>Lo peor de todo es que de veras le gustabas imbécil, pero lo arruinaste todo>>, pensó Vladimir mientras bajaba desde uno de los torreones de la mansión central para dirigirse hacia el templo. Llevaba en sus manos el reloj de cristal de Ariel como si fuese un talismán. Cada vez que veía aquel objeto, su corazón le decía que se volvería a encontrar con aquel chico. Y Vladimir no sabía aun que tan cerca estaba de hacer ese sueño realidad.

 

 

 

 

   Caminaba raro. Casi podía jurar que Milán lo observaba con satisfacción durante todo el trayecto al templo, y eso le molestaba bastante aunque no pudiera evitarlo. Le dolía un poco el trasero y mientras se cambiaba de ropa pudo percatarse también de que había sangrado un poco. Tal vez no debió haberse incorporardo tan bruscamente mientras Milán tenía aquel dedo dentro de su cuerpo, pero en honor a la verdad, se asustó tanto al pensar en que podía ser sorprendido en semejante situación, que su cuerpo reaccionó por puro instinto.

   Ahora rogaba a las diosas porque Milán se mantuviese lo más lejos posible de él y no lo obligara a terminar lo que él mismo empezó. Y para su consuelo estas parecían escucharlo, ya que el príncipe no se notaba con intención de hacer tal cosa, dejándole bajar tranquilamente las escaleras principales de la mansión central. Cada peldaño le resultó particularmente incómodo a Henry, y a cada escalón sentía un molesto tirón que lo hacía parecer como un doncel puérpero, hecho que lo avergonzaba bastante por la única razón de que el midiano se encontraba caminando a sus espaldas.

   —¿Le divierte todo esto verdad, alteza? —En el último escalón del recorrido, Henry volteó de repente tomando a Milán de un brazo para apartarse un poco de la corte que les seguía. Milán no respondió a primeras, sino que se acercó un poco hasta él obligándolo a escabullirse un poco bajo las escaleras.

   —No más de lo que te divertiste tu también allá arriba —le respondió en susurros cuando se aseguró que nadie más escuchaba. Hizo un ademán de tocar el cabello de Henry, pero este le apartó la mano de un manotón.

   —¡Escúcheme, Milán Vilkas… Y escúcheme muy bien! – replicó iracundo—. Usted no me conoce, no sabe nada de mí… No pretenda hacerme creer otra cosa. —Milán guardó silencio, dedicándose solo a escuchar—. Ahora, eso que sucedió allá arriba, fue cosa de momento— continuó el doncel. Pero había bajado la voz al ver que Milán no le replicaba—. Los relámpagos me asustan… Y usted aprovechó eso para confundirme. Solo fue un momento de debilidad que nunca volverá a suceder ¿Me oye?... Si tanto me conoce como aparenta, entonces lo sabe de sobra. —Se puso en marcha de nuevo, retomando el camino al templo. Milán se quedó de pie junto a las escaleras viéndole partir. Su rostro era inescrutable.

 

 

   El templo del palacio de Midas, que por su tamaño era mejor llamarlo capilla, se llenó rápidamente de nobles en espera de las bendiciones en honor a Johary, suplicando por que “Esmaida”, nombre con el que los Jaenianos habían bautizado el huracán, fuese benevolente con la nación. Las galerías del reciento estaban repletas y en las bancas principales ya se encontraban Ezequiel y Benjamín en espera del resto, pero estos parecían empeñados en demorarse.

   La lluvia se sentía repiquetear en la piedra caliza del templo. Arriba, desde los grandes vitrales, se veían resbalar las gruesas gotas de agua y se notaba el brillo resplandeciente de las centellas; los cristales vibraban con los truenos, cada vez más cercanos.

   La silueta oscura de Henry, nuevamente vestido de negro, apareció por la puerta del templo luego de diez minutos de espera. Tras de él venía una corte de donceles con cara de impávida seriedad y varias ofrendas para la diosa. Paris Ellhall, que se hallaba justo en la banca contigua a los reyes midianos, lo vio entrar y sus ojos se extraviaron en la belleza sublime del doncel, de quien se preguntaba, como haría para ser cada día más bello. Su hermano Nalib estaba a su lado, preguntándose a su vez por el retraso de Kuno. Pero ambos tuvieron que dejar a un lado sus especulaciones cuando los monjes aparecieron en el altar dando por empezada la ceremonia.

    —¿Y mis hijos? —preguntó el rey consorte al rey de Earth cuando este se colocó a su diestra.

   —Milán venía tras de mí —respondió Henry no muy convencido y algo incomodo—. Seguramente no tardará en llegar. Pero de los demás no sé nada, majestad. Lo siento —apuntó.

   Benjamín estuvo a punto de replicar, pero justo en ese instante, Vladimir apareció, haciendo su entrada triunfal al lado de su hermano mayor. Ambos venían en una actitud de complicidad y cuchichiándose algo en tono bajo. Cuando pasaron por delante de los presentes, saludando lo necesario, procedieron a tomar asiento uno al lado del otro, justo detrás de la banca donde se hallaban sus padres junto a Henry. A pesar del sitio donde se encontraban Vladimir no podía evitar hablar y reír muy quedo, mientras Milán le escuchaba en silencio, asintiendo con atención.

   —¿Y por qué no me habías contado nada hasta ahora? ¿Cómo se llama? —preguntó el heredero luego de un rato. Sabía que hablar de aquello en plena ceremonia era irrespetuoso pero sinceramente le importaba más lo narrado por el otro muchacho que el rito del incienso.

   —Pues, veras… La verdad es que aun no lo sé —contestó Vladimir con una mueca de disgusto—. Pero pienso averiguarlo —aseguró.

   Una centella, la más fuerte de la noche, hizo vibrar el crucero del templo. Milán miró a Henry estremecerse pero luego volvió la vista hacia su hermano.

   —¿Cómo que aun no lo sabes? —le replicó en un tono más alto que el permitido en aquel lugar. Ezequiel volteó desde su asiento mirándolos con reprobación y los chicos le sonrieron avergonzados.

   —¿Ves lo que hiciste?—le riñó el rubio. Y viendo que su hermano no había entendido bien la historia procedió a contársela de nuevo, esta vez con lujo de detalles.

   —Entonces se desapareció por arte de magia y lo único que tienes para buscarle es ese reloj de cristal ¿Ahora quien está más obsesionado de los dos, Vlad? —Milán se burlo sin compasión una vez el otro muchacho terminó con su relato.

   —Oye, no compares —se defendió este—. Además, yo no he dicho que este enamorado.  

   —¿Eso significa que aun no olvidas a Vincent? —La pregunta hizo que Vladimir se estremeciera. Apartó la vista de Milán y se entretuvo con la visión de los monjes recibiendo las ofrendas.

   —Vincent es asunto muerto —dijo luego de un rato y Milán le creyó —. Ahora solo quiero entretenerme en la búsqueda de ese chico… Y de alguien más.

   —¿Alguien más?

   —¿Cómo es físicamente Ariel Tylenus, hermano? —Ahora fue el turno de Milán para quedarse pasmado por un momento. No entendía a que venía aquel cambio tan abrupto de tema.

   —Ariel es un chico bello. —Se encogió de hombros—. Es un mocoso fastidioso e impertinente pero la belleza no se le puede negar. Se dice que se parece mucho a su desaparecido papá, las diosas guarden.

   —Si es así, entonces debe parecerse mucho al muchacho que estoy buscando. Aquel también parecía un dirgano.

   —Es porque hay muchos dirganos en Jaen —reflexionó Milán—. La mayoría putos… Imagino que por el parecido que tienen con Ariel. Y ya sabes… más de un plebeyo debe enloquecer con la fantasía de estarse follando al príncipe.

   Aquel comentario los hizo reír a ambos, aunque a Vladimir no le gustaba mucho la idea de que su añorado chico resultase siendo un puto. De todas formas, no dijo más nada. El plan que se estaba cocinando en su mente necesitaba aun más tiempo para convertirse en un hecho, y él por lo pronto necesitaba pensar.

 

 

   Terminada la ceremonia, los diferentes miembros de la corte comenzaron a retirarse a sus respectivos torreones. Ezequiel se retiró un momento con sus consejeros mientras los demás varones de la corte perfilaban sus pasos hacia el salón principal de la mansión central. Paris había tratado de acercarse por un momento a Henry, pero este fue capturado de improviso por el afable brazo de Benjamín Vilkas, el cual, con una sonrisa, lo llevó con él hacia el fondo de una galerías.

   Aquel lugar era un poco oscuro. Parecía más una sala de oración que un salón ordinario. Las tenues luces bioenergéticas les hacían proyectar a ambos donceles sombras largas y deformes tras ellos, y de las paredes colgaban cuadros pintados sobre lienzos. Había también un enorme estante lleno de libros viejos y desvencijados, y al fondo del recinto una mesa rectangular los aguardaba.

   Benjamín ofreció asiento a su acompañante. Mientras dos sirvientes les servían un dulce vino de uvas jaenianas, fue por un libro gordo y pesado que abrió luego sobre la mesa.

   —Es un libro de poemas —sonrió con nostalgia, enseñándole algunas a su invitado—. De épocas más dulces… Más inocentes.

   —¿Los escribió usted? —preguntó Henry ojeándolos ya.

   —Algunos… —contestó el otro doncel. Entonces volvió a pedir que le llenaran la copa que había vaciado de golpe. Cuando el sirviente iba a hacer lo mismo con la del otro rey, este negó con la cabeza.

   —No beberé más —apuntó parco—. No me gustan los excesos.

   —¿No le gustan los excesos? —Benjamín le sonrió a Henry con esa sonrisa que a pesar de serlo parecía más un grito de dolor—. ¿Qué es para usted excederse, majestad? —inquirió—. Usted no bebe mucho, no baila, no fornica… Yo no podría vivir sin ciertos excesos… Me pregunto como lo hace usted.

   Henry lo miró fijamente, sin responder. Luego, apartó la vista con una tímida sonrisa volviendo de nuevo a la lectura de aquellos poemas. No sabía por qué pero por un momento llegó a sentir que la mirada de Benjamín Vilkas podía ver muy dentro de su corazón, como si ambos compartiesen un mismo e infinito dolor.

   —¿Qué rayos pasa con Kuno? ¿Por qué no baja? —volvió a comentar el rey consorte esperando que el doncel que había mandado en busca de su hijo regresara con respuestas de su paradero. Cuando Kuno no se apareció para la ceremonia, Benjamín había creído que se trataba de un berrinche, pero ahora con ese silbar del viento que parecía más un animal salvaje, se había preocupado en serio.

   Entonces, en aquel momento, una algarabía que provenía del salón principal, donde se hallaban congregados los varones, se alzó más fuerte que el ulular del viento. Cuando Benjamín y Henry llegaron hasta el lugar, Vladimir luchando contra su hermano, Paris y algunos guardias, intentaba abrir las puertas de la mansión y arrojarse a la tormenta.

   —¡Tengo que ir por Kuno! ¡Tengo que ir por mi hermano!

   —¿Qué está sucediendo aquí? ¿Qué es este alboroto? —Benjamín cruzó rápidamente el reciento evaluando la situación. Uno de los guardias se adelantó para explicarle.

   —Le hemos dicho a Su Alteza, Vladimir, que Kuno y el príncipe Xilon Tylenus de Jaen se han quedado atrapados en las caballerizas. Un sirviente Jaeniano no los dijo.

   —¡¿Qué?! —bramó Benjamín.

   —Pero no se preocupe, Majestad —replicó el guardia de inmediato—. Ya le hemos explicado a su Alteza que las caballerizas fueron perfectamente acondicionadas y en este momento son incluso más seguras que la mansión central. Es peligroso que ustedes salgan de aquí. Les aseguro que el príncipe Kuno y el noble de Jaen están a salvo donde están.

   —¡No, papá no! —Pero Vladimir seguía bramando como loco—. ¡Tengo que ir por él! ¡Tengo que ir por él!

   Henry avanzó varios pasos. Solo él entendía la urgencia de Vladimir por llegar de prisa junto a Kuno. A los demás les parecía una actitud algo desmesurada por parte del príncipe y no podían comprender su angustia. Vladimir estaba totalmente fuera de control y su desesperación se hizo mayor al ver que nadie más lo apoyaba. Se había lastimado las manos tratando de mover él solo las vigas reforzadas, pero estas no se movían ni medio centímetro debido a la impresionante fuerza del viento. Después de un rato y cuando por fin se dio cuenta que todos sus esfuerzos eran inútiles, rodó hasta el piso dando puñetazos secos y fútiles contra la madera.

   Entonces Henry no se lo pensó más y llegó hasta a su lado, tomándolo de los hombros para incorporarle. Todo el mundo se los quedó mirando con intriga pero el doncel llevó al príncipe aparte para hablarle a solas.

   —Escuche… Estoy seguro que Kuno está bien. No conozco mucho a Xylon Tylenus pero sé que no es tan tonto como para dañar de nuevo a su ahora prometido, y menos sabiendo que usted los sabe todo… ¿No le parece? —Vladimir, resoplando miraba a Henry con atención—. Además —continuó este—, Xylon sabe que Kuno podría estar esperando un hijo suyo, y si vino aquí es porque sabe que cometió un error y pretende repararlo, no agravarlo más. Y usted no puede salir con esta tormenta. Hay demasiados terreno entre la mansión central y las cabellerizas… Hay árboles cayendo a cada paso, ¡Escúchelos! Y le aseguro que las vigas de los potreros deben ser en este momento como lanzas bailando al son del viento.

   Aquellas palabras tuvieron el efecto deseado. Vladimir pareció meditarlo mejor y recobrar su anterior postura. Si seguía mostrándose tan alarmado solo conseguiría despertar sospechas que a la larga comprometerían y podrían poner en evidencia la mancillada virtud de Kuno. Además, Henry tenía razón. Si de algo estaba seguro, era que Xylon Tylenus era extremadamente sobre protector con todo lo que llevaba su sangre. Recordó en ese instante aquella historia que circuló varios años atrás, una donde se contaba que Xylon había cortado el rostro de un sujeto que se atrevió a tocar los cabellos de su hermano Ariel durante una cabalgata de la familia real.

   De esta forma Vladimir aceptó volver al salón principal mientras caía en cuenta de algo: La idea que rondaba por su cabeza desde hacia varios días y en la que había estado pensado durante la ceremonia de bendición, ya no necesitaba meditarla más. Ya tenía más que claro que no dejaría a ese mocoso llamado Ariel Tylenus sin un castigo. Pese a los ruegos de Kuno, quien le había suplicado no complicar más las cosas, él no podía tomárselo tan a la ligera. Ese niño malcriado era el arma perfecta para atacar a Xilon. En pocas palabras, era matar a dos pájaros de un solo tiro. Si la debilidad de aquel infeliz era ese muchachito, entonces, era a través de él que debía dirigir su ataque. Tal vez pudiese parecer algo poco honorable, pero Xylon Tylenus tampoco se había comportado con honor al atacar a Kuno, y a diferencia de su hermano, Ariel Tylenus no era ningún inocente.

   Superado aquel percance, los nobles volvieron a sus pláticas. Aquella sería una noche larga y muchos habían preferido mantenerse despiertos, con los sentidos alerta ante cualquier emergencia. Benjamín volvió a llevarse a Henry a la galería, esta vez enseñándole un poema que había sido grabado en una gruesa placa de mármol:

 

Te mando, mi bien, dos lirios blancos.

El significado lo llevas ahí:

Que no me olvides mí bien porque te adoro,

Y yo no puedo sin tu amor vivir.

 

Desde que supe, que eras impedido,

No sé lo que sufre mi pobre corazón,

Sufre mucho al verte una lágrima.

Y esa lágrima es lágrima de amor.

 

Quisiera que le dediques un momento,

A mi lectura, con paciente calma;

Porque tengo por pluma el pensamiento,

Y por tinta las lágrimas de mi alma.

                                                     

Existe entre los dos un mar muy leve,

Donde sus aguas, tristísimas se mueven;

No les temas, sus ondas son de nieve,

Y mis ansias de amarte son de fuego.

 

    —Es hermoso —susurró Henry al término de la lectura—. ¿Es uno de los que usted escribió, Majestad?

   —No. —El rey consorte hizo un movimiento de cabeza como recordando algo—. En la época en que se escribió este poema, ya yo no creía en el sentimiento que lo inspiró —confesó, sin la tristeza que aquello debería ocasionarle—. Fue Milán quien escribió esto.

   —¿Milán? ¿Milán, su hijo? —Los ojos de Henry se abrieron cual grandes eran. Volvió a enfocarlos sobre las letras cursivas tallabas sobre aquella tabla y su corazón se agitó dentro de su pecho.

   —Milán escribió esto una noche de julio —volvió a hablar Benjamín, mirando el también la tabla—. Ese día lo vi llorar como nunca. Pensé que mi niño moriría de tristeza. El pergamino original donde la escribió quedó manchado por sus lágrimas. Yo sabía que mi hijo lo había escrito en honor a un amor no correspondido… Por eso yo también lloré con él aquel día.

   Henry quedó sorprendido por aquello. ¿Habría tenido Milán Vilkas un antiguo amor? ¿De quién podría tratarse?

   —¿Y usted sabe a quién iba dirigido ese poema? —No pudo evitar preguntar aquello, curioso.

   —Nunca lo supe —respondió Benjamín—. Pero me dijo que su amado estaba gravemente enfermo… Creo recordar que se trataba de unas fiebres y al parecer no había muchas esperanzas para él… Aquello fue hace poco más de dos años.

   La inocente confesión de Benjamín hizo a Henry perder el aliento. Hacía exactamente dos años había enfermado gravemente de unas fiebres por culpa del tifo y había estado a las puertas de la muerte. No había lugar a dudas, se trataba de él; ese poema había sido escrito para él. Milán Vilkas tenía entonces que llevar muchos años espiándolo y amándolo en silencio. Cuando abandonaron la galería, y tanto él como el rey consorte se reunieron en el salón principal junto a los varones, Henry miró al príncipe de Midas de soslayo. Este se hallaba dormitando al lado de Vladimir, quien no podía conciliar el sueño. Se veía tan apacible, tan sereno, tan… Hermoso, pensó. Y por primera vez desde que empezara aquello, Henry sintió que ese irritable y atrevido príncipe era la verdadera victima de aquel absurdo juego.

 

 

   No podía quitarle la vista de encima. Su respiración acompasada, el rápido movimiento de los globos oculares debajo de sus parpados y el escaso movimiento de su cuerpo, le decían que se hallaba profundamente dormido. Sin embargo, no debía confiarse. Había aprendido de la peor de las formas que con ese hombre no se podía ser descuidado y jamás volvería darle la espalda.

   No entendía porque lo había encerrado allí con él, si a la larga no le había dicho nada. Xilon había sido incapaz de articular palabra una vez tuvo a Kuno frente a él. Quizás pensaba que de su parte ya estaba todo dicho, y ahora solo esperaba una respuesta del doncel; respuesta que este no parecía dispuesto a darle. Finalmente había dado varias vueltas para tratar de encontrar nuevamente el valor mientras Kuno trataba de mantener una distancia prudencial. Pero después de varios minutos siguió sin haber palabras y Kuno sintió un gran alivio cuando vio al otro hombre dirigirse hacia la puerta para ver si el sirviente que los había encerrado seguía cerca y los sacaba.

   Fue en vano. Con solo medio asomarse por la rendija se dio cuenta que ninguna persona que se considerase mentalmente sana estaría allí afuera en esos momentos. Y ambos tuvieron que resignarse a pasar el huracán encerrados en aquel potrero.

    Durante el tiempo que siguió, recordaba haber visto a Xilon echado en un rincón sobre unas pajas, orando en la lengua natal de Jaen, de la cual, Kuno no comprendía ni la más mínima sílaba. De manera que no había comprendido aquella plegaria, aunque suponía que era una especie de bendición como la que seguramente rezaba su propia familia en el templo. Optó por copiar la piadosa actitud del jaeniano y se puso a rezar en kraki, a pesar de que últimamente Johary  parecía ignorar todas sus plegarias.

   Después de un largo rato, cuando la tormenta aullaba afuera y las centellas martillaban sobre la madera reforzada, a ambos jóvenes los invadió el sueño. Xilon se había tendido sobre las pajas donde había estado orando y allí quedó completamente dormido. Kuno por su parte sentía el cansancio en los ojos pero no se había permitido dormir ni un segundo. Se quedó sentado en una butaca de madera frente al otro príncipe, y como si de un guardia se tratase le había estado velando el sueño durante todo lo que iba de la noche, bajo la luz de una pequeña antorcha que habían encendido después que Xilon terminó de orar.

    De esta forma fue que Kuno pudo percatarse del sueño incomodo que Xilon estaba teniendo. Se asustó cuando lo escuchó hablando entre sueños y revolviéndose con inquietud. Le asombraba en demasía que a un hombre como aquel, tan fuerte y seguro, lo pudiese asustar algo, y menos si ese algo estaba solo en sus sueños.

   Pero a Xilon lo asustaban muchas cosas, y una de esas eran los recuerdos, recuerdos que aquel día llegaban de nuevo a él como fantasmas en busca de redención. Fantasmas que no tenían paz… Y que le quitaban la suya. Fantasmas como aquel sueño… Como aquel recuerdo.

 

Xilon se veía a sí mismo dentro de su sueño. En esa época era solo un niño de doce años, recién despertando a la adolescencia. Correteaba por todo lo largo del palacio cuando  vio a su papá, aun vivo en aquella época, bajar a toda prisa por los peldaños de las escaleras de un inmenso torreón. Se movía bastante rápido a pesar de que solo tenía una semana de haber dado a luz a Ariel, el pequeño doncel que dormía plácidamente en aquel momento.

   De repente, Lyon tomó uno de sus caballos y uno de sus donceles de compañía lo arrebujó en una gruesa capa ayudándolo a salir por una puerta secreta de la muralla más alta del castillo. Y Xilon lo siguió. Conocía también ese pasaje secreto y  estaba dispuesto a sortear cualquier peligro con tal de saber a dónde se dirigía con tanta prisa su papá. Sabía que aquel día este había recibido una carta y que el mensaje de aquella enmienda le había descompuesto los ánimos. Por eso sabía que la fuga de su papá era por un motivo grave… Lo presentía.

   Xilon dejó que el caballo de Lyon tomara cierta ventaja, y de esta forma su papá no lo descubriera espiándolo. Debía ir muy lento ya que este cabalgaba con pasmosa calma para evitar el terrible dolor que le producía andar a caballo a tan escasos días de haber salido de un parto. Recorrieron un trayecto bastante amplio desde el castillo hasta casi llegar al inicio del bosque “De los Olmos”, cerca de la frontera con Earth. Y luego de atravesar un gran terreno llano y unos cuantos terrenos baldíos lo vio descender al fin junto a unos delgados y frondosos árboles de naranjo que la llegada del otoño empezaba a deshojar.

   Lyon bajó de prisa de su montura, y amarrándola en uno de los naranjos, avanzó en medio de la planicie hasta quedar de pie junto a un pequeño montículo de la llanura. En ese momento Xilon también llegó a aquel lugar, y pudo ver claramente que en la punta de aquel montículo otro hombre esperaba a su papá. Bajó de su montura, y llevándola de las riendas, se acercó un poco más quedando oculto entre unos matorrales. Podía ver desde su escondite todo lo que sucedía, pero no podía escuchar absolutamente nada. Pensó en acercarse un poco pero se dio cuenta a tiempo que sería una imprudencia y un grave error, así que aguardó en su lugar y siguió observando.

   El desconocido con el que hablaba su papá portaba también una gruesa capa de hilo negro. No podía ver el largo de sus cabellos pero por su contextura era obvio que se trataba de un varón, y por los gestos de reclamo que hacía, parecía que llevaba un rato esperando a Lyon y se había impacientado.

   Lyon trataba de calmar a aquel hombre, acercándose a él con demasiada confianza. Xilon se extrañó del contacto tan íntimo que se dispensaban los dos. Aun no sabía algunas cosas, pero tenía claro que esa clase de tratos solo debían reservarse para los esposos. Sintió miedo. Si alguien además de él veía a su papá en una situación tan escandalosa, su progenitor corría el riego de ser colgado por adultero y tanto él como su hermano recién nacido podían ser exiliados del reino para siempre o colgados también. Xilon tembló. La sola idea le produjo nauseas. Su papá era un hombre decente, él estaba seguro; aquella escena que estaba presenciando debía tener alguna explicación, una buena… Y en esta idea se aferro el niño con todo su corazón hasta que finalmente no le quedó más opción que rendirse a la evidencia: Lyon alzó los brazos y estos rodearon el cuello del varón que lo acompañaba, de un movimiento se inclinó y en pocos segundos ambos hombres se besaban sin reparos.

   Xilon dejó de respirar. Le era imposible seguir negando lo obvio: un amante, su papa tenía un amante. Por un instante agachó la vista confundido y alterado. Se dio cuenta que había empezado a llorar pues unas lagrimas cayeron sobre sus manos, pero no se permitió ser débil. No en ese momento… No podía. Así que enjuagó sus ojos y al volver la vista al frente vio como ahora el hombre desconocido apartaba a Lyon de su lado, y este, tembloroso y alterado, le abrazaba por la espalda. ¿Discutían?, se preguntó Xilon, y la respuesta llegó a él más clara que el agua de un estanque: El sujeto desconocido se deshizo por completo del abrazo del doncel y alejándose a grandes zancadas lo dejó sobre el pasto, sollozante y desconsolado. Xilon vio como aquel hombre partía en su semental negro mientras Lyon se arrastraba por el suelo de aquel montículo, histérico y aturdido. Aquella imagen fue como un puñal atravesándole el corazón. Era horrible ver como su mayor ejemplo de decoro, altivez, orgullo y dignidad se retorcía de dolor en medio de la hierba, con el orgullo afrentado y pisoteado.

   Era cruel, era demasiado terrible ver a su mayor amor en esas circunstancias, y más cruel aún era no saber que esa caricatura en la que se había convertido su papa, y que el destino le había obligado a observar con dolor, sería la última imagen que vería de él con vida.

   La centella más terrible que hubiese caído hasta ese momento hizo vibrar por completo el establo, y con ella, Xilon despertó. Era justo la media noche, y aquel día que empezaba, se cumplía un nuevo aniversario de la muerte de Lyon Tylenus.

   Kuno vio a su acompañante despertar. Sudaba y resoplaba, mirando a todos lados como un animal enjaulado.

—¿Qué sucede?—preguntó alarmado, temeroso por la actitud de Xilon. Empezó a temblar de pánico, creyendo que posiblemente estaba ante un loco o un poseído, porque no era normal que una persona cambiase tanto su manera de ser tan abruptamente. Se paró de la butaca donde estaba sentando buscando también una salida. Sentía que iba a ser atacado de nuevo y que esta vez aquel demente lo mataría.

   Pero no sucedió nada de eso.

   Después de varios segundos, Kuno se dio cuenta que Xilon no iba a atacarlo, más bien parecía que iba a colapsar. Respiraba a bocanadas, como si no tuviese suficiente aire para hacerlo, o como si sus pulmones estuviesen tan colapsados que no los podía expandir lo suficiente. Se llevaba las manos al pecho, y finalmente, aturdido, comenzó a avanzar hasta las puertas reforzadas del establo para intentar abrirlas a toda costa.

   —Aire… Me ahogo…Aire. —Buscaba alguna rendija por donde entrara un poco de brisa—. Me ahogo.

   Kuno lo miraba con los ojos bien abiertos, entrando en pánico también. No sabía que pensar de todo aquello ¿Sería algún truco? ¿Otra trampa? ¡¿Qué debía hacer?!

   —¿Qué es lo que te sucede? —le volvió a preguntar finalmente—.¿Q Qué tienes?

   —Me…voy…a ahogar —resopló Xilon—. Debo…salir.

   —¡¿Qué?! —Kuno bramó desconcertado. ¿Acaso estaba loco? —. ¡No puedes hacer eso! ¡No puedes salir de aquí! ¡Hay una tormenta inmensa afuera! —le replicó.

   —¡Tu no lo entiendes! —Pero Xilon estaba demasiado histérico para comprender—. ¡Me ahogaré si sigo aquí! ¡Me ahogaré! —aulló, y enseguida se prendió de una de las tablas reforzadas intentando arrancarla.

   En ese momento Kuno no se lo pensó más y llegó hasta él.

   —¡Por favor, detente! —le suplicó, agarrándole las manos—. ¿Por qué te has puesto así? ¿Es por ese sueño que estabas teniendo? ¡Fue solo un sueño!

   Xilon se zafó de su amarre y acto seguido lo tomó ahora a él de las manos.

   —¡No! —gruñó, estremeciendo a Kuno—. ¡No fue solo un sueño!

   Entonces el midiano lo miró, y vio que por los ojos del otro príncipe resbalaban algunas lágrimas. Sin darse cuenta cómo ni por qué, se deshizo del amarre de Xilon y levantando su diestra las limpió. Xilon lo miró a los ojos y un estremecimiento lo recorrió. Aquella pesadilla recurrente era un recuerdo que renacía con cada aniversario de la muerte de su papá. Un recuerdo vivido cada año… Para que no lo olvidara.

   Pero la mirada de Kuno le había devuelto un poco de paz. Su mano cálida limpiándole las lágrimas le habían llenado el espíritu de una extraña calidez, una reconfortante tranquilidad que nunca había sentido antes, y poco a poco su respiración se fue acompasando.

   —¿Lo vez? —preguntó Kuno al verlo volver a la calma—. Solo tienes que calmarte… Los sueños son solo sueños… No pueden hacernos daño.

   Pero Xilon sabía que aquel recuerdo había sucedido realmente quince años atrás, y hasta que el culpable del sufrimiento que había embargado las últimas horas de vida de su papá no pagara, él no dejaría de soñar aquello. Sin embargo, no dijo nada. Los ojos de Kuno mirándolo con alivio eran como la más efectiva de las medicinas. Afuera el viento resoplaba con furia, como un espíritu airado que viniese del más allá en busca de venganza. Pero Xilon podía pensar en ello más tarde… cuando pasara la tormenta.

   Entonces pasó lo inesperado. Xilon tomó a Kuno en sus brazos. El midiano quedó inmóvil en el abrazo del otro príncipe pero no se resistió. Nuevamente el magnetismo de aquel hombre le quebraba por completo todas sus defensas, como una torre de asedio ante una pequeña fortaleza sin murallas. Cuando volvió a reaccionar, ya estaba respondiendo al beso. El aliento de Xilon era tibio, como el agua de un riachuelo bajo el sol de medio día. Kuno estiró sus brazos y le rodeó el cuello. Sus cuerpos chocaron y se deslizaron sobre la paja, sus lenguas danzaban como bailarines en un carnaval impío; los labios se rozaban con dulzura, húmedos y trémulos.

   Duraron varios minutos así, solo recreándose en sus bocas; disfrutando de sus alientos sobre sus labios. Entonces, Xilon acarició la espalda de Kuno. Sus manos se deslizaron sobre la suave tela de su túnica y la levantaron hasta la altura de los muslos del doncel. Con su otra mano trepó hacia la sedosas cabellera morada y sus dedos deshicieron la coleta que los sostenía, dejándolos libres a sus espaldas.

   —Eres precioso… Te deseo demasiado —le dijo cuando una de sus manos abarcó uno de los redondos y abundantes glúteos. Kuno respiraba agitado, apretando fuerte los ojos mientras la marea de sensaciones lo recorrían desde la cabeza a los pies.

   ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué estaba dejando que le hicieran?

   Con un gemido se separó un poco de Xilon, pero este, ardiendo de deseo como nunca antes, lo sostuvo con ternura pero con firmeza.

   —Amame hoy… Solo por hoy —le suplicó al oído con una voz tan ronca que estremeció a Kuno—. Aunque el resto de tu vida te dediques a odiarme… Pero hoy no, por favor… Hoy no podría soportarlo.  

   Kuno se dejó desnudar dócilmente. Los tiernos besos que Xilon depositaba en sus mejillas lo tenían tan hechizado que no se dio cuenta cuando su cuerpecito fue completamente despojado de la túnica y las zapatillas, y recostado sobre la paja. El pequeño príncipe no podía creer que el mismo hombre que lo golpeó y lo ultrajó, le estuviera propiciando esas caricias tan tiernas y dulces. Esa si era merecedora de ser llamada su primera vez, con ese agraciado cuerpo, fuerte y viril, llegando cada vez más lejos, robándole su intimidad de nuevo; esta vez con un poder mucho más amenazante que el miedo y la violencia…El deseo.

   Lo sintió recostarse sobre él sin recargarle mucho el peso, y se tensó un poco. Xilon le tomó las manos y se las besó, liberándolas enseguida para acomodándose totalmente sobre su delgada figura.     

   —Puedes detenerme cuando quieras, te juro que si en algún momento quieres parar, me detendré.

    No terminaba de decir estas palabras cuando sus manos comenzaron a pasearse por eso muslos tersos y llenitos. Xilon pensó que contrastaban un poco con el resto de la estilizada figura de Kuno, pero luego se dio cuenta que era comprensible teniendo en cuenta el tremendo trasero que tenían que sostener. Se situó entre ellos, separándolos con delicadeza, luego de quitarle por completo la prenda interior; subiendo luego hasta esos glúteos perfectos, la curva perfecta de su espalda. Ahora lo tenía nuevamente para él, para sus manos, y no desperdiciaría ocasión en disfrutarlo.

    Le dio unos cuantos besos más antes de tomar de nuevo su boca mientras abandonaba un momento sus piernas para acariciarle las mejillas coloradas y rozar ligeramente los crispados pezones. Xilon besó el cuello de Kuno, desde el lóbulo de la oreja hasta el hueco de la clavícula. Besó su pecho y los botones rosados que se respingaban al contacto con su boca, besó su abdomen terso y plano y bajó de nuevo su mano para tantear con ella otra vez entre los mullidos muslos. Cuando uno de los dedos de Xilon ingresó por la hendidura entre sus glúteos, Kuno se crispó y dejó escapar un ligero gemido. Xilon se detuvo un momento y lo miró a los ojos.

   —¿Quieres parar? —le preguntó, retirando la mano de entre sus piernas. Kuno le respondió con un jadeo. El interior de su cuerpo ya no dolía, pero no estaba seguro de poder resistir una nueva penetración. Xilon lo comprendió sin necesidad de palabras. Entonces, introdujo de nuevo su mano y tanteó el terreno. Si hacia las cosas con suavidad posiblemente pudiese entrar de nuevo en él, y eso era lo que más deseaba: estar de nuevo dentro de aquel muchacho, mostrándole cuan placentero podía ser aquello.

   Kuno simplemente ladeó el rostro, pegando su mejilla contra la paja; respirando a bocanadas. Era evidente que estaba muy excitado y que no estaba dentro de sus planes parar. Xilon volvió a deleitarse con su oreja, introduciendo su lengua, lamiendo la mejilla que estaba frente a él, introduciéndose del todo con su dedo dentro del otro cuerpo.

   Entonces Kuno comenzó a antojarse. Sus manos subieron hasta Xilon y  tiraron de su guerrera tratando de bajarla. Le quedaba difícil desde su posición así que fue el mismo Xilon quien se detuvo un momento en sus caricias para desnudarse. Kuno vio como el torso, dorado bajo la luz de la antorcha, se tensaba al sacarse las prendas y luego las piernas tersas y firmes separaban las suyas para ubicarse de nuevo sobre él.

   Ahora sus pieles desnudas se frotaban por completo. Xilon volvió a besar a Kuno y este le abrazó acariciando su espalda. No supo cuantas veces había soñado con ese momento pero se dio cuenta que era muy diferente a como su mente inocente lo había fraguado. Hacer el amor con tal pasión superaba todo lo que se hubiese imaginado. Y cuando Xilon se deslizó en su interior con el cuidado y la diligencia de un tierno amante, Kuno pensó que estaba volviendo a nacer.

   Xilon se sintió en la gloria al sentirse cobijado por la calidez de aquel cuerpo. Kuno se quejó un poco ante la primera estocada y comenzó a sudar. La paja se pegaba a su piel desnuda y sus cuerpos se sentían resbaladizos y calientes. Xilon empujó despacio, aun mas de los que su deseo y ansias se lo permitían, hasta que luego de inquietantes momentos estuvo totalmente en su interior. Casi ni parecía que ya hubiera tomado su virginidad, seguía tan estrecho como la primera vez a pesar de que ahora se encontraba relajado y dispuesto.

   Mientras comenzaba a embestirlo, tomó su mentón obligándole a mirarle. Era casi un requisito imprescindible mirar ese rostro arrebolado y esos ojitos nublados por el placer al tiempo que se lo cogía. Kuno lo tomaba por las caderas confundido por sus sentimientos. No entendía como un mismo acto podía ser, de acuerdo a las circunstancias, tan radicalmente opuesto. La dolorosa sensación, casi mortal, que sintió la primera vez, era en esos momentos solo un espejismo obsoleto que se perdía entre la corriente de placer que ahora sentía en medio del cuerpo.

   Los jadeos de ambos comenzaron a expandirse por todo el establo asustando a los caballos. Se besaban con desesperación y premura, sus cuerpos se fundieron bajo el sonido de la tormenta y los crépitos de la madera que luchaba contra el viento. Las llamas de la antorcha cada vez más tenue, iluminaba sus figuras perladas de sudor; retozando como bestias en celo sobre un rincón del potrero. Cuando la lluvia empezó a ponerse más intensa y los truenos hicieron estremecer el recinto, ambos jóvenes encontraron el éxtasis sobre la paja. Y así, sudorosos y jadeantes, se quedaron dormidos.

 

 

  

   A Vladimir le importaba muy poco evaluar como habían quedado los alrededores luego del paso del huracán. De eso se encargaría más tarde junto con su padre y Milán. En ese momento  tenía la prioridad de buscar a Kuno en las caballerizas y constatar con sus propios ojos que ese malnacido de Xilon Tylenus no le había tocado ni un solo cabello. De manera que lo primero que hizo cuando los esclavos por fin pudieron despejar la entrada de la mansión central, fue correr como loco hacia los establos, llevándose una tremenda sorpresa ante lo que encontró.

   Cuando sus guardias le ayudaron a quitar las vigas que clausuraban la puerta de los establos, Vladimir ingresó junto a estos. La penumbra del lugar le hacía difícil ver bien donde se hallaba su hermano, pero luego, caminando un poco más hacia los cubículos traseros, vio la llamita de la antorcha ya casi extinta pululando en una esquina.

   Su respiración se cortó de improviso y su boca dejó salir una leve exhalación. En ese mismo momento los cuerpos desnudos se removieron y Kuno abrió los ojos lentamente. Su corazón pareció detenerse al ver a su hermano de pie frente a él y los brazos de Xilon estrechando su cintura.

—Vla… Vladi…—quiso hablar pero de la vergüenza no le salieron las palabras. A toda prisa se incorporó y temblando de bochorno se vistió lo más rápido que pudo. Sus bruscos movimientos despertaron a Xilon, y este aturdido, miró también a Vladimir despertándose por completo.

—¡Mierda! —exclamó como impulsado por una catapulta. Intentó tomar del brazo a Kuno, pero este crispado, se soltó de un manotón terminando de vestirse y echándose a correr. Vladimir intentó detenerlo pero él tampoco lo logró. El pequeño midiano se fue tan rápido como los vientos de “Esmaida” y nadie más lo quiso detener.

   Entonces, de pie donde estaba, Vladimir miró atentamente a Xilon mientras este se terminaba de vestir. Era obvio lo que había pasado entre Kuno y él, aunque también era obvio que esta vez había habido consentimiento por ambas partes. Vladimir llevó la diestra hasta su espada, pero no pudo desenvainarla ni siquiera. Estaba claro que ese maldito hombre había vuelto a hechizar a su hermano y este, inocente y puro, había caído en sus redes por completo.

   —Ariel Tylenus —susurró antes de dar media vuelta y salir de allí. Xilon lo vio partir sin entender que había dicho ni que pretendía, pero algo en la mirada del otro hombre no le había gustado para nada.

   Cuando cayó la tarde y las tareas de inspección del reino tras el paso de “Esmaida” se habían puesto en marcha, Vladimir aprovechó un momento de descanso y entró al estudio de Ezequiel. Este revisaba unos papeles junto a uno de sus concejeros reales, pero ante la solicitud de su hijo de hablarle de algo importante, despidió al hombre haciendo sentar al muchacho frente a él.

   —Bueno hijo, tú dirás —abrió la conversación tomando asiento frente a Vladimir.

   Este soltó su pedido de golpe.

   —He pensado que ha llegado la hora de que tome un esposo padre. Creo que sería bueno para mí.

   Ezequiel abrió los ojos de golpe. Eso sí que no se lo esperaba. Pensaba que era más probable que Milán se casara primero con el rey de Earth.

   —Hijo, debo confesar que me has sorprendido —le respondió cuando salió de la estupefacción —. Pero me alegra tu decisión. Ahora solo quiero saber algo —apuntó alzando una ceja—. ¿Tienes un candidato ya, o quieres escoger algo entre la corte?

  Vladimir se puso de pie. Su rostro se puso tan serio que más que anunciando un compromiso parecía anunciando una tragedia. Su padre le miró ceñido hasta que finalmente el muchacho habló.

   —Mi candidato es Ariel Tylenus, padre —soltó como un latigazo—. Quiero casarme con el hermano de Xilon Tylenus. Y te ruego que lo consigas para mí.

 

 

Continuará…


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