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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capitulo 10

Heridas.

 

   El huracán había pasado, ya era historia al igual que su embriaguez. Y ahora, Ariel solo tenía una terrible jaqueca que se intensificaba a medida que la luz ingresaba por el espacio dejado por las tablas que iban siendo retiradas una a una por sus sirvientes.

Despacio se paró del lecho y adormilado aun llegó hasta una jofaina para enjuagarse un poco la cara y la boca. Cuando la luz del sol ingresó radiante a su habitación, y la terraza de esta quedó despejada del todo, el príncipe se asomó lentamente y sus ojos, acostumbrándose al resplandor de la mañana, se abrieron espantados ante lo que vieron.

   —¡Por el amor de Ditzha! —exclamó llevándose una mano al pecho—.¿Qué es lo que veo?

   Desde el mirador de sus aposentos, el reino de Jaen, o por lo menos las partes más bajas y cercanas, eran siempre como una pequeña maqueta llena de casitas apiñadas y chiquitas. Pero aquella mañana, después del paso de “Esmaida”, lo que se veía desde aquel lugar era un completo desastre.

   Ariel se recostó al parapeto del balcón incrédulo aun. El mar había arrasado casi por completo el puerto, se veían restos de embarcaciones despedazadas flotando en las orillas y los diques habían cedido permitiendo inmensas inundaciones que se contemplaban perfectamente desde lo alto. Había fuego ardiendo en las orillas del puerto, y Ariel no necesitó ser oráculo para adivinar que se trataba de los muertos que eran quemados para evitar pestes.

   —¿Mi padre ya vio esta tragedia? —Dio media vuelta y comenzó a desnudarse él mismo. Rápidamente sus sirvientes se le acercaron, ayudándole.

   —Su majestad Jamil aun no abandona sus aposentos, alteza —respondió uno de ellos.

   —Recuerde que hoy es el aniversario de la muerte de su majestad Lyon, y por ende el aniversario del natalicio de su alteza —agregó otro—. Felicidades, mi señor.

    Ariel bajó la mirada. Era cierto, pensó. Su decimoquinto aniversario de natalicio llegaba en medio de la tragedia. Pero… ¿De qué se quejaba? ¿Acaso tenía algo de diferente a los anteriores?

   El haber nacido el mismo día de la muerte de su papá nunca le había permitido disfrutar de aquella fecha; siempre debía esperar varios días a que pasara el duelo de su padre y de su hermano para poder organizar una celebración acorde con su titulo y edad. Y él no podía ni quería reclamar; después de todo fue su nacimiento el que trajo consigo el deceso de su papá. Según le habían contado, la hemorragia posterior al alumbramiento desangró a Lyon Tylenus hasta la muerte y aunque Xilon trató siempre de que su hermano no se sintiera culpable por eso, Ariel sabía que las miradas de odio que recibía de parte de Jamil eran por este motivo. Su padre lo odiaba por haber matado a su papá, y si de él hubiese dependido, era obvio a quien hubiese preferido para que viviera.

   —Felicidad es lo que menos hay hoy  —replicó dirigiéndose hacia la alberca ubicada al fondo de su habitación—. Llamen a los concejeros, me reuniré con ellos. Si mi padre no quiere comportarse como un rey, y mi hermano Xilon no está… Entonces por hoy, yo me sentaré en el trono.

   Tembló al entrar al agua. Era la primera vez que regiría el reino. Le asustaba demasiado asumir esa responsabilidad, pero no tenía otra opción más que ponerse al frente; no sabía cuánto tiempo tardaría Xilon en regresar, y Jaen no podía quedar solo bajo el amparo de las diosas. Era obvio que estas estaban muy poco misericordiosas por aquellos días, así que era mejor no sentarse a esperar milagros.

   Suspiró. Ditzha tenía que estar muy enojada para permitir tal tragedia. Seguro, la diosa estaba airada con él y aquello había sido un castigo divino. Por eso tenía ahora que asumir el poder y por segunda vez en menos de una semana, responsabilizarse de los que sus acciones provocaban. Una hora más tarde estaba listo para entrevistarse con los concejeros. Sus donceles le habían ayudado a cubrir el golpe que le había dado su padre el día anterior, y el príncipe lucía impecable. Llegó a la sala del concejo y precedió la reunión bajo la mirada incrédula de los concejeros. Los hombrecillos de mirada sombría y actuar mucho más oscuro lo recibieron estupefactos, pero luego de un rato no les quedó más remedio que aceptar que el pequeño príncipe sería el encargado de regirlos hasta nuevo aviso.

   —Bien, quiero que me expliquen la situación —comenzó la junta sentado frente a los cinco varones que lo rodeaban. Ariel nunca había confiado del todo en ellos y menos en uno que siempre lo miraba como si quisiera merendárselo.

   —La verdad, alteza, es que se tomaron todas las medidas de seguridad, pero el huracán fue mucho más fuerte de lo imaginado —contestó uno de los sujetos. Era rechoncho y calvo, de tez cetrina y voz ronca dejada por una tos que le había aquejado hacía varios años.

   Ariel volvió a repasar los informes y frunció el ceño, dudoso.

   —¿Pero acaso los meteorólogos no habían medido la intensidad de los vientos y determinaron con antelación con que fuerza llegaría a tierra? —preguntó mostrando el informe a los demás concejeros—. No puedo creer que con su experiencia hayan fallado de una forma tan estrepitosa.

    —La verdad… —Otro de los hombres quiso decir algo pero se contuvo mirando primero a los demás presentes. Nervioso se tocaba la punta del bigote sin saber qué hacer. El hombre rechoncho asintió con la cabeza.

   —Es que creemos que aquí hay algo mas implicado —dijo el más joven de los concejeros, el que veía a Ariel con ojos libidinosos.

   El príncipe los miró a todos confundido.

   —¿Algo más?

   —Sí, mi señor —habló de nuevo el hombre rechoncho—. Creemos que hay magia implicada en esto, alteza. Magia poderosa… y oscura.

   Al oir aquello, Ariel se puso de pie y se acercó hasta la ventana donde el inmenso Mar Jaeniano recuperaba la calma que le había robado “Esmaida”. El también había tenido una extraña sensación desde que contempló toda esa hecatombe desde su terraza; se le hacía increíble como el huracán había incrementado su poder destructivo en cuestión de horas, y luego de causar tantos estragos, había desaparecido como si nada, como si su único objetivo hubiera sido solo destruir Jaen.  

   —Estoy casi seguro que el huracán se formó por causas naturales; es decir, llegaría de todas formas pero con menos impacto energético. Sin embargo, coincido con ustedes —reflexionó luego de varios minutos volviendo a su asiento—. Alguien uso una magia extremadamente fuerte para incrementar el poder de los viento, y no se con que propósito ni con qué clase de poder… Pero definitivamente, fue un hechizo muy poderoso.

   —Nuestros magos tampoco han podido determinar con qué clase de conjuro se puedo realizar esto. —Uno de los concejeros que faltaba por hablar intervino, taciturno—. Pero sin duda se trata de algo nunca antes visto… algo muy peligroso y quizás prohibido. Sin embargo, los magos pudieron encontrar algo. —Miró a Ariel con atención—. Dicen que la fuente de poder fue rastreada cerca de la frontera entre Midas e Earth.

   —¿Entre Midas e Earth? —Los labios del príncipe se apretaron con nerviosismo. Su rostro se tensó ante la idea que estaba pasando por su mente… En la frontera de Midas e Earth se hallaba un lugar muy importante—. El templo de Shion —dijo estupefacto mirando a sus concejeros.

   Los cinco hombres asintieron al unísono.

 

 

   Tras haberse quedado varias horas sumergido en la alberca de su recamara, la piel de Kuno lucía tan apergaminada y arrugada como la de un bebé recién nacido. Desde que había sido sorprendido por Vladimir en brazos de Xilon, la conciencia le recriminaba desde lo más profundo de su cabeza y le reñía sin contemplaciones. No había nada que lo hiciera sentir limpio de nuevo. Por más esencias o  perfumes que bañaran su cuerpo, el muchacho se sentía tan sucio como cualquier ramero de burdel. ¡Se había acostado con el hombre que le había humillado hacia poco más de una semana! ¡Se había entregado a ese mismo hombre sin el menor escrúpulo!

   Cuando sus donceles terminaron de secarlo y le ayudaron a vestirse otra vez, Kuno se acordó de algo importante. Xilon había estado dentro de él y su esencia lo había invadido de nuevo. ¡Si no había quedado embarazado la primera vez que este lo tomó, podía quedarse preñado ahora!

   —¡Por las diosas! —exclamó mientras corría a toda prisa hasta las torres de los galenos. Encontró a su facultativo de cabecera dentro de uno de los laboratorios de alquimia, hirviendo unas hiervas mientras pesaba en una pequeñísima báscula unas diminutas piedrecillas.

—Senescal ¿Podemos hablar? —preguntó entrando del todo al reciento. El anciano alzó la mirada al oír la voz del príncipe. Varios jovencitos que se encontraban mirando atentos cada movimiento del viejo doncel también alzaron la mirada, pero su maestro los despidió rápidamente a fin de atender a su señor.

   Kuno contó al hombre lo que había sucedido. Estaba muy avergonzado pero no le ocultó nada. Aquel sujeto le había cuidado en sus días más grises y merecía saber la verdad. Además, necesitaba que le ayudara otra vez, y por lo mismo.

   —Alteza. —El anciano quedó confundido por lo que escuchó, aunque luego, atando cabos lo comprendió todo —. ¿Entonces fue el príncipe Xilon quien…?

   Kuno asintió ligeramente.

   —¿Entonces, fue por eso que…? —continuó el otro hombre mirándolo fijo—.Usted ama a ese hombre —afirmó—. Fue por eso que lo protegió.

   Los ojos de Kuno se congestionaron y tomando asiento en una butaca comenzó a sollozar.

   —¡Senescal, por favor! ¡Ayúdeme! ¡Por favor!

   —Escúchame, hijo… —El anciano suspiró. Ahora comprendía porque Kuno había ocultado el nombre de su agresor. Ahora sabía que no era solo para evitar confrontaciones con el otro reino sino porque en el fondo su pequeño señor amaba a ese miserable y quería protegerlo—. No es mi trabajo juzgarte —le dijo—. Pero debes saber que la decisión que tomes podría ser decisiva para muchas personas. Debes pensar bien si quieres asumir tu compromiso con ese hombre o si quieres contarlo todo.

   —No lo sé. —Kuno alzó la vista limpiándose las lágrimas. Su voz también se serenó—. No sé en qué va a desembocar todo esto pero…Me siento muy confundido. Tantas veces rogué a las diosas por un día como el de ayer, senescal —confesó con un jadeo—. Pero, ahora no se… No sé en que pueda acabar todo esto. —Escondió el rostro entres sus manos suspirando con fuerza—. Y tengo miedo.

   Los pasos del anciano se alejaron de él. Kuno alzó la vista viendo a donde se dirigían y luego lo vio volver trayendo unas raíces entre sus manos. El viejo las colocó sobre la mesa donde hervían las hierbas, y haciéndose de un pequeño mortero que tenía a su lado, las machacó hasta convertirlas en una pasta amarillenta y de un grato olor. Después, tomó una hoja de albahaca y envolvió en ellas la pasta, poniéndolas en manos de Kuno junto a una advertencia.

   —Mezcla la pasta en vino y bébelo tres veces al día por dos noches.

   —¿Es lo mismo que me dio la vez pasada? —preguntó Kuno intrigado. El facultativo negó con la cabeza.

   —No tenía de estas raíces hace una semana. Son muy difíciles de conseguir y apenas hasta esta mañana uno de mis pupilos me las trajo.

   Kuno olisqueó la medicina con cuidado.

   —Si he llegado a concebir… ¿Le hará daño al bebe? —Era un temor que necesitaba despejar. Pero por primera vez su acompañante sonrió.

   —No preparo pócimas para abortar, mi joven señor —le aseguró acariciándole dulcemente la mejilla—. Juré servirle a la vida, no a la muerte.

   —Que las diosas lo bendigan, senescal. —Kuno también sonrió por primera vez y escondiendo muy bien su medicina salió de los laboratorios.

   Cuando partió, el senescal se quedó mirándolo con unos ojos cargados de tristeza.

   >>Ojala existiesen pócimas para aclarar lo designios del corazón>>, pensó.

 

 

 

 

   Después de recorrer varias aldeas afectadas parcialmente por el paso de “Esmaida”, Milán, Vladimir y Ezequiel regresaron a Palacio. El rey se adelantó con su guardia mientras sus hijos dieron un rodeo por la ciudadela antes de volver a la mansión central. Vladimir cabalgaba lento junto a Milán que le seguía el ritmo. Tenía las manos muy lastimadas por su insensatez de la noche anterior al tratar de abrir las puertas clausuradas de la mansión central, y aunque varios facultativos se las habían curado ya, el dolor aun palpitaba bajo los vendajes con los que cubría las heridas.  

   En una de los recodos del camino, ambos príncipes cruzaron un pequeño riachuelito donde sus monturas aprovecharon para tomar algo de agua. Milán ya se había enterado que Vladimir le había solicitado a su padre la mano de Ariel Tylenus. Al principio había pensado que había sido idea de su progenitor el casar a su hermano con el otro príncipe de Jaen, como un doble enlace entre las familias. Pero cuando supo que la idea del compromiso había salido completamente de la cabeza de Vladimir, realmente no lo pudo creer.

   —He oído que le has pedido a nuestro padre que consiga para ti la mano de Ariel Tylenus —dijo, azuzando a su montura para que continuara el paso—. ¡¿Te has vuelto loco?!

   —¡¿Por qué debería estar loco?! —Vladimir siguió el paso sin mirarlo a los ojos. Si lo hacía, Milán descubriría que había otra razón detrás de todo aquello—. Tu mismo has dicho que es un chico hermoso —respondió cruzando del todo el riachuelo.

   —La belleza no es suficiente para casarse con alguien, Vladimir. Y lo sabes.

   —¿En serio? —Vladimir alzó una ceja—. ¿Y lo dices tú? —preguntó con sorna.

   —¿Insinúas que me gusta Henry solo porque es bello? —replicó Milán. Aquella suposición lo había disgustado. Sin embargo, el otro muchacho solo se encogió de hombros.

   —Imagino que debes tener otros intereses en ese hombre, pero no me niegues que la belleza fue lo primero por lo que te interesaste en él.

   —¡Conozco a mi tesoro, Vladimir! Y amo todo lo que se de él, no solo su belleza.

   —Ya deja de engañarte, Milán. —Alterado, Vladimir detuvo un momento la montura cerrándole el paso a su hermano—. Que hayas estado espiando por años a ese hombre no significa que lo conozcas del todo. He visto muy bien a Henry Vranjes durante estos días y he de decir que se me hace un sujeto más inteligente de lo que supuse. Por momentos pienso si fue buena idea alentarte a que lo capturaras.

   —Pues lo abría hecho con o sin tus ánimos —le replicó Milán, adusto. Vladimir supo que no mentía. Tomaron el camino de regreso apresurando un poco la marcha pero manteniéndose lo suficientemente cerca para retomar la conversación en cualquier momento. Cuando finalmente atravesaron toda la  ciudadela y empezaban a entrar a los establos, Vladimir volvió a hablar.

   —Creo que ha llegado hora de sentar cabeza, hermano —le dijo, algo melancólico—. Ya no somos unos niños y necesitamos formar nuestras propias familias. Kuno se ha comprometido con… con Xilon Tylenus y tú… Bueno, esperemos que pronto lo hagas con Henry… —Hizo una pausa mientras bajaba del corcel—. ¿Y qué hay de mí? Yo también quiero un compañero.

   Milán descabalgó junto a su hermano. Pusieron las monturas en manos de dos esclavos que llegaron apenas los vieron descabalgar y los jóvenes príncipes siguieron a pie con miras en la mansión central.

   —¿Y qué hay del chico del que me hablaste anoche? —preguntó Milán mientras cruzaban los jardines principales.

   Vladimir suspiró. EL sol de nuevo brillante incidía sobre su cabeza arrancando de su cabello destellos dorados.

   —Ese chico jamás podría ser un esposo, Milán. Si lo llego a encontrar no creo que pueda ser más que un amante personal.

   —¿Y crees que Ariel Tylenus aceptará algo así? Conozco a ese niño, Vladimir. Es orgulloso como nadie. Si una vez desposado contigo se llega a enterar que tienes una relación duradera y permanente con un plebeyo, que además parece un dirgano, lo mandará a matar antes que tengas tiempo a replicar. ¿O dime entonces…Por qué no aceptaste tú la infidelidad de Vincent cuando este te engañó con aquel soldado?

   —¡Eso era diferente! ¡Vincent y yo nos amábamos, esperaba respecto de su parte! Lo de  Ariel Tylenus solo será una unión de conveniencia. A él solo tengo que hacerle algunos hijos y acompañarlo de vez en cuando en la corte. Además, casi todos los nobles tienen algún que otro amante y pocas veces los donceles se dan por enterados. —Milán no podía creer lo que escuchaba. Estaba seguro que Vladimir no pensaba así. El lo conocía y sabía cómo era su hermano. No sabía porque estaba actuando así pero definitivamente ese no era el Vladimir con el que se había criado.  

   —Una cosa es un amante de una noche, un acostón casual, y  otra muy distinta un amante permanente que sea causa de humillación para un doncel noble —le dijo ya como última reflexión, viendo las puertas de la mansión central ante sus ojos—. Escúchame, Vladimir. Tú no conoces a Ariel Tylenus. En las fiestas a las que él ha asistido nunca han coincidido; solo la fiesta de mi natalicio fue la excepción, pero no tuviste la oportunidad de cruzarte con él entre tanta gente. Por favor, conoce a ese niño antes de comprometerte con él… Yo sé porque te lo digo.

   —Pues entonces iré a Jaen a conocerlo, pero no pienso dar mi brazo a torcer. —Vladimir cortó camino por un arco de setos para terminar de una vez con aquella discusión. Dio unas palmadas en el hombro a Milán y le señaló hacía el frente antes de retirarse. Cuando Milán volteó la vista hacia el sitio donde su hermano le había señalado, vio como Henry aparecía en todo el crucero del jardín principal y la mansión central acompañado de Paris Elhall. Se sintió irritadísimo al instante, y en solo unas cuentas zancadas llegó hasta la altura de sus invitados.

   —Majestad, alteza —saludó improvisando una sonrisa algo altanera. Los aludidos respondieron con una cortés reverencia.

   Entonces Milán se hizo rápidamente con un tulipán que tomó de la enredadera por la que cruzaban y se lo entregó a Henry con caballerosidad mientras miraba de reojo a Paris.

   —Dígame una cosa, alteza —dijo, acto seguido, dirigiéndose al otro varón—. ¿Ha contemplado usted en alguna otra nación o en la suya propia, en alguna pintura o en algún vitral, un ser más bello que este doncel que nos acompaña?

   Al oír aquello, Henry lo miró con ojos desorbitados poniéndose más rojo que una amapola. Paris tomó la diestra del doncel y con un gesto galante besó la mano enguantada con la que este sostenía el tulipán.

   —Temo tener que decepcionarle, alteza —respondió mirando a Henry con ojos estrechos—. Este hombre que tenemos el placer de contemplar es sin duda lo más bello que han visto mis ojos.

   —Entonces, estamos de acuerdo. —Milán detuvo el paso colocándose en frente de sus interlocutores. Miró a Henry de pies a cabeza y luego mirando a Paris añadió:— Es realmente magnifico que compartamos el gusto. Pero… Es una lástima que ciertas joyas solo hayan sido hechas para adornar un solo cuerpo.

   El tulipán que Henry sostenía cayó al suelo y el rey de Earth lo aplastó con su bota. Miraba a Milán con odio y rencor, comprendiendo el significado de aquella última frase. Para él el significado de aquello era muy obvio: Milán Vilkas se creía su dueño. Con furia abandonó a toda prisa el jardín echándose a correr con miras a la mansión central mientras un aturdido Paris se quedaba inmóvil en el jardín.

   Milán se echó a correr tras su tesoro.

   —Tesoro, tesoro. —Le dio alcance antes de que entrará a su recamara. Empujó la gruesa puerta y haciendo entrar a Henry la aseguró tras de sí.

   —¡¿Cómo se atreve a decir esas cosas sobre mí?! —gruñó este furioso una vez estuvieron dentro de la recamara. Iba a añadir algo más pero en ese momento Milán se aproximó hasta él tomándolo de la cintura.

   —Vamos tesoro, acepta ya lo que sucedió ayer y deja de fingir… Acepta que juntos podemos ser muy felices.

   —¡Suélteme! ¡Déjeme en paz! ¡No me toque! ––Henry se retorció entre los brazos del varón, zafándose al instante—. ¡¿Hasta cuándo entenderá que no siento lo mismo por usted?! ¡¿Cuándo piensa comprender que esto es una locura?! —Caminó varios pasos y llegó hasta el ventanal donde empezaba la terraza. La brisa suave y ligeramente fría movió los encajes de su cuello. Milán se acercó hasta él.

   —Pero lo que pasó ayer… Eso no puedes negarlo. También participaste y respondiese a mis besos y a mis caricias. ¡No lo niegues!

   —Eso fue un error. —El cuerpo de Henry dio un giro perfecto confrontando a Milán cara a cara—. Estaba asustado —apuntó mirándolo directo a los ojos—, y usted se aprovechó de eso.

   —¿En serio? —El rostro de Milán se contrajo en una mueca de indignación. Miraba a Henry como nunca lo había visto antes. Su mirada estaba cargada de dolor y decepción. De repente estiró su diestra y con ella le apresó fuertemente la cabellera. Henry dio un respingo y todo su cuerpo se estremeció. Sospechaba que Milán Vilkas comenzaba a perder la paciencia y eso no le gustaba para nada. No imaginaba que podía perder él si los deseos de ese hombre se desbocaban.

   Pero Milán no hizo más que obligarlo a mirarle a los ojos. Sus irises como la miel parecían hervir y su respiración era agitada e inconstante. Era obvio que estaba muy alterado y más al darse cuenta que Henry le sostenía la mirada controlando sus nervios.

   —¿Eres un cobarde, lo sabes? —espetó el príncipe luego de varios segundos de silentes miradas—. Es muy doloroso saber que en el fondo no eres tan gallardo como te vez desde tu montura… ¿Pero sabes que es peor? —Acercó su rostro a pocos centímetros de la otra boca—. Seguir amándote como un loco a pesar de eso.

   Los ojos de Henry se aguaron ante aquella recriminación y cuando Milán tiró un poco más de sus cabellos, el rey alzó sus manos sujetando el fuerte brazo que le lastimaba. Sin embargo, casi al instante, Milán lo soltó tirándolo sobre la cama.

   —Es una suerte que tu cuerpo sea más valiente que tú —le volvió a recriminar mirándolo desde lo alto. Henry temblaba y hacía lo posible por no llorar. Sin embargo se sentía tan indefenso como un pajarillo enjaulado.

   —El cuerpo es débil…pero la voluntad no —respondió luego, apartando sus ojos de Milán—. Es mi cuerpo el que duda antes usted, no mis principios.

   —Ya veo. —Milán continuaba examinándolo mientras entendía un poco de que iba el tremendo acondicionamiento mental que embargaba a su tesoro. Tendría que llevarlo al límite o no habría forma de hacerle ceder. Henry tenía que sentir que estaba siendo obligado a algo para de esta forma dejar la culpa a un lado y ceder a los impulsos de su corazón.

   Era terrible, pero tendría que presionarlo mucho más.

   —Muy bien —añadió el príncipe luego de un largo suspiro—. Veo que te gusta jugar a un juego donde solo tú puedes ganar. —Henry lo miró extrañado, sin comprender—. No importa —continuó Milán—. Ya lo entenderás. Solo quiero dejarte claro que a partir de ahora no serás el único en poner reglas en este juego. Y si no te incomoda, me gustaría ser el próximo en hacer mi jugada.

   Y diciendo esto el príncipe abandonó la recamará dejando a Henry sumido en la inquietud. No tenía idea a qué clase de juego se refería ese hombre, pero de seguro era uno donde cualquiera mala jugada podría costarle demasiado.

 

 

 

   Al segundo día después del paso de “Esmaida” por Midas, el reino lucía nuevamente impecable. El agua sobrante había drenado totalmente y los caminos se hallaban secos. Un sol algo tímido, pero más fortalecido que el día de la tempestad, se levantaba en un azulísimo y despejado cielo mientras Dereck despejándose también de la pereza se levantaba presuroso recordando que aquel día regresarían a Jaen.

   Se vistió a toda prisa, dándose un corto baño junto a los esclavos de la mansión central y tomó algunos panes duros de la cocina para desayunar. Cuando llegó a las caballerizas vio que Xilon ya había abandonado su recamara y daba órdenes a sus hombre mientras tomaba las riendas de su semental. Se alegró de verlo otra vez despejado, pues el día anterior su señor no había abandonado el torreon que habían dispuesto para él los midianos, muy posiblemente por tratarse del aniversario de la muerte de su papá. Dereck había investigado los rumores del pueblo y de algunos sirvientes del palacio de Jaen y sabía que aquella fecha siempre resultaba álgida para la familia real. Por eso había dejado a su señor tranquilo y había esperado que con el nuevo día las cosas volvieran a la normalidad. Y así había sido.

   —Vaya, vaya —–. Xilon miró de forma recriminatoria al muchacho una vez este se halló a su altura—. Hasta que por fin se digna a despertar, su majestad —le riñó con sarcasmo—. ¡Son casi las nueve de la mañana, Dereck!

   —Buenos días para usted también, alteza —respondió el chico haciendo una burlesca reverencia, con esa reciente impertinencia que desplegaba cada vez más—. Usted sabe que en mi trabajo en la cantina- burdel a esta hora apenas me estaría acostando. Levantarme temprano no es mi costumbre.

   —Tampoco ser cortes por lo que veo —replicó el príncipe. Pero estaba tan apurado que decidió no discutir más.

   También se sentía confundido. Su destino parecía más nublado que el cielo el día que llegó “Esmaida”. No sabía exactamente como habían quedado las cosas con Kuno, y aunque de momento el muchacho era su prometido, para él no estaba tan claro que aquello continuase así. Rápidamente puso a Dereck al corriente sobre lo sucedido en los establos. Necesitaba orientación urgente.

   — Perdone que le pregunte esto, pero… ¿Es usted tonto, mi señor? —Dereck había escuchado todo el relato y al término de este no pudo hacer otra cosa que suspirar con fuerza. No cabía duda que Xilon era bastante biche en asuntos del corazón, aunque el príncipe, sin embargo, no parecía muy de acuerdo con eso, y ante la pregunta de Dereck, solo había optado por estrechar la mirada, indignado.

   —¿Por qué? —preguntó con un ligero puchero. De veras estaba tratando de hacer las cosas bien.

   Dereck volvió a suspirar.

   — ¿Pues. Por qué va a ser?... ¡Porque ha sido muy pronto! Ahora ese chico se debe estar sintiendo como yo, o sea como un cualquiera.

   —¿En serio? —Xilon frunció el ceño. Eso no sonaba nada bien—. Bueno ¿Pero ahora, qué hago ?– preguntó terminando de guardar su pertenencias. Dereck se disponía a responderle pero en ese mismo momento una pequeña corte que salía de la mansión central llegó hasta ellos. Xilon pensó que se trataba de Ezequiel Vilkas que veía a despedirle, pero cuando vio que quien lideraba aquella corte era nada menos que Vladimir Girdenis, todo su cuerpo se tensó.

   —Mi padre quiere verlo, alteza. —Vladimir le hablaba con una parquedad escalofriante—. Quiere hacerle una propuesta.

   Los ojos desconfiados de Xilon miraron al otro príncipe de pies a cabeza. No tenía que ser adivino para saber que ese hombre lo odiaba mucho y tenía algo entre manos. De repente volvieron a su mente esos rumores del pueblo sobre una relación entre él y Kuno, y Xilon no pudo evitar que un latigazo de celos lo sacudiera. Después de lo ocurrido con Kuno en los establos estaba seguro de los sentimientos del chico hacía él, pero no podía decir lo mismo sobre ese rubio advenedizo.

   —¿Una propuesta? —Sus ojos volvieron a entornarse y fue entonces cuando Vladimir asintió. Xilon puso las riendas de su semental en manos de Dereck y sin más preguntas se fue con sus acompañantes hacía las torres de la mansión central.

   Ezequiel terminaba de lacrar y sellar unos sobres cuando ellos entraron. Un sirviente se llevó los mensajes y los dejó a solas. Vladimir y Xilon tomaron asiento frente al rey, y Ezequiel se acomodó en su asiento tratando de calmar los ánimos con una sonrisa. Estaban solo ellos tres en aquella cámara para darle mayor privacidad al asunto. Sin embargo, Ezequiel sabía que no sería un tema fácil.

   —Majestad. —Xilon comenzó a hablar para alivio de los otros dos—. Quiero antes que nada agradecer infinitamente por su hospitalidad. Las diosas lo bendigan —apuntó con una media sonrisa. Ezequiel le correspondió el gestó, animado. Luego, dirigiendo una significativa mirada a Vladimir empezó con aquello.

   —Xilon —dijo, mirando al susodicho a los ojos—. Te has comprometido con mi hijo —remarcó—. ¿Qué te parecería extender ese compromiso a dos miembros más de nuestra familia?

   La sangre de Xilon comenzó a correr más de prisa. Sentía el peligro acechar como un cazador. Aun así no dijo nada de momento. Prefirió indagar.

   —¿Extender el compromiso? No comprendo.

   —Así es. —Un molesto carraspeo de Ezequiel intentó aliviar la tensión, no lográndolo en absoluto. Ezequiel amaba a Vladimir pero sabía que este no tenía sangre noble y no sabía cómo iba a tomar aquello Xilon. El jaeniano guardaba silencio en espera de una explicación más concreta, pero en ese instante el otro príncipe tomó la palabra y confrontando a Xilon hizo su propuesta.

   —Xylon Tylenus… Quiero casarme con su hermano… Aryel Tylenus. Y quiero que nos casemos el mismo día que usted despose a Kuno.

   >>Por los cabellos de Ditzha>>, pensó Xilon. Pero en ese momento no pudo decir nada. Sus ojos refulgieron con furia volcándose sobre Vladimir. Lo que había estado presintiendo era verdad y sin duda ese maldito recogido había sabido muy bien por donde dirigir su ataque.

   Mientras tanto Ezequiel esperaba atento una respuesta. Cuando Xilon volvió su vista a él y sus ojos relampaguearon en advertencia, supo también que aquello no sería nada fácil.

   —Se que Vladimir no tiene sangre noble —comenzó a decir—… Pero.

   —¡Pero nada…! —La voz de Xilon parecía casi el rugido de un león—. Lo siento, Majestad, pero no puede pretender que mi hermano sea desposado por este hombre.

   —¡Vladimir es un príncipe! —replicó Ezequiel—. ¡Tiene los títulos y es un buen muchacho! Lo he criado como a otro más de mis hijos.

   —¡No me importa! —Se puso de pie mirando a Vladimir con el rostro crispado—. ¡No casaré a mi hermano con ese hombre! ¡Jamás!

   —¿En serio? —Los ojos verdes de Vladimir también centellaron furiosos. Imitando a Xilon se puso de pie quedando ambos cara a cara—. Yo creo que tengo una forma de persuadirlo mucho más convincente que mis títulos, alteza —le dijo, gélido—. Así que mejor piénseselo bien.

   Las facies de Xilon se contrajeron furiosas. Ese desgraciado lo tenía agarrado de los cojones y lo sabía bien. Suspiró fuerte buscando calma, y dándose unos minutos para pensar tomó asiento. No sabía que decir para quedar bien parado antes los midiano, por más que pensaba y pensaba no encontraba ninguna excusa lo suficiente mente buena para esgrimirla ante ese par. Sin embargo, antes de tener tiempo de seguir pensando en algo más, Vladimir se adelantó.

   —De todas formas aunque su alteza se niegue, es Jamil Tylenus quien tendrá la última palabra ¿No es así, padre? —dijo el midiano dirigiéndose a Ezequiel.

   Y fue entonces cuando Xilon subió la cabeza, sintiéndose muy irritado. No supo nunca si aquello lo dijo por provocar o fastidiado por la forma como Vladimir quiso pasar por encima de su autoridad. Pero el caso fue que Xilon no pudo evitar soltar aquella revelación como un puñal.

   —Te equivocas, Vladimir —le tuteó mirándolo con rencor—. Ariel… es hijo mío.

 

 

Continuará…


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