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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capitulo 12

   Ruinas.

 

   El templo mayor de Ditzha, diosa del amor y el placer, había sido el escogido para llevar a cabo las honras fúnebres de Jamil Tylenus. El lugar estaba lleno a reventar y las campanas de sus torres no habían dejado de doblar en todo el día, provocando un ensordecedor lamento que martillaba pesadamente en la cabeza de Ariel.

   Los príncipes se hallaban sentados en la primera banca debajo de la gran plataforma central sobre la que se hallaba el féretro. La  parte más alta de la edificación, donde se hallaban las campanas, alcanzaba casi los cincuenta metros, y desde allí, empinados hacia delante, a cada lado de las magnificas paredes talladas en piedra marina, sobresalían miles de faroles que producían el efecto de mil soles. Las bancas, de más de siete puestos, se hallaban dispuestas en forma circular recortando su recorrido por sendos postes espiralados, los cuales, ascendían hasta una cúpula decorada con las figuras mitológicas de hombres mitad humanos, mitad peces, los cuales, jugaban con su deidad cepillándole los cabellos y enjuagando sus piernas con la bruma del océano.       

   Jamil lucía sereno después de muerto. Le habían vestido con un jubón bordador en oro y llevaba una capa del mismo material, tejida de un largo tan apabullante que rodeaba casi los tres metros que media la plataforma sobre la que se hallaba ubicado. Sus hijos lo observaban desde la parte baja mientras los sacerdotes impregnaban el cuerpo de incienso, y en lo alto, en las galerías del coro, se entonaba un canto lúgubre y sordo.

   Las pestañas de Ariel se veían más largas delineadas por las lágrimas; su llanto incontrolable era recibido por el abrazo tierno de su hermano. Xilon sabía que ese temblor de Ariel no era solo de tristeza. Y tenía razón. Ariel estaba furioso, furioso consigo mismo y furioso con su padre muerto. Durante toda su vida la relación entre ambos había sido muy tensa y terrible, pero Ariel siempre había conservado la esperanza de que pudiesen solucionar las cosas. En el fondo de su corazón el pequeño príncipe siempre había deseado poder demostrarle a su padre su valía, ganarse aunque fuese una gota de cariño, pero jamás lo había logrado. Ahora Jamil se había ido a un lugar donde él no podía encontrarlo. Era como si ambos hubiesen estado toda la vida jugando un macabro juego y de repente, su padre se hubiese ido dejando la partida inconclusa. Ariel se sentía así. Y una parte de él, había muerto con su padre.

   —Ariel, tienes que calmarte. Toda la corte está aquí. —Xilon intentó a medias secar las lágrimas de su hermano con su pañuelo de lino. Ariel se recompuso un momento pero se veía tan agitado que Xilon dudó que se conservara sereno durante todo lo que durara la ceremonia. El desfile de nobles era cada vez mayor y todos, como era de esperarse, querían saludarlos a ellos primero.

   Ariel viró el rostro hacia la entrada del templo y se sintió mareado al ver la gran fila de gente que aun esperaba para mostrarle sus condolencias a él y a su hermano. Por más grande que fuera el templo, con tanta gente, el fogaje de la mañana se estaba colando y el ambiente allí adentro era como el de mil hornos. Ambos príncipes sudaban bajo sus jubones y sus capas; el incienso que los sacerdotes usaban para el ritual se expandía cada vez más y más, formando una especie de niebla penetrante que dificultaba incluso, la respiración. Xilon se separó un momento de Ariel y este comenzó a ver borroso, sentía unas gotas de sudor rodándole por la espalda y por la frente. El canto del coro le empezó a parecer lejano y las campanas ya no martilleaban tanto en su cabeza. Vio como un hombre se le acercaba pero no escuchó nada de lo que este le dijo; su visión se tornó tan blanca y brumosa como el incienso frete a él, y lo último que sintió fue su cuerpo girando en un espiral que le hizo caer en un profundo vacío.

   —¡Por las diosas, el príncipe se ha desmayado! —gritó la voz de un doncel. Xilon, que volvía a su lugar otra vez, empujó al gentío que rodeó a Ariel y de prisa lo tomó en sus brazos. La corte empezó a cuchichear a medida que el nuevo rey avanzaba por todo el centro de la nave con miras a la puerta. Una vez afuera, Xilon se sentó en una banca junto a su hermano y colocándole cerca a la nariz un pañuelo empapado de perfume, lo ayudó a volver en sí.

   —Calma, calma, mi amor —le decía acunándolo entre sus brazos—. Tranquilo, solo ha sido un desmayo. Todo estará bien.

Pero Ariel no creía que todo fuera a estar bien, y menos con ese dolor que le empezó a retorcer las entrañas.

   —Me duele mucho la panza —se quejó encorvándose. Y fue en ese momento que Xilon recordó que el facultativo le había dado a Ariel unas hierbas para provocarle la  menarquía.

   —¡No puede ser! Justo tenía que ser hoy —masculló. Ariel lo miró extrañado mirándose luego la panza.

   —¿A qué te refieres?

   —Me refiero a tu menarquía, empezará hoy. Eso dijo el facultativo… Y ya veo que es verdad. ¡Sirvientes! —Xilon se alejó rápidamente de Ariel dejándolo en manos de sus esclavos. Cuando los donceles entraban en su menarquía, de sus cabelleras comenzaban a emanar fuertes humores que producían somnolencia en los varones, y Xilon lo había comenzado a sentir.

   —¡Hermano, no! ¡Por favor, no me dejes solo! —chilló Ariel. Pero no pudo hacer nada. Sus sirvientes lo montaron en su corcel y lo alejaron a toda prisa de allí.

   Desde las puertas del templo, Xilon vio a su hermano alejarse entre lágrimas. Su cabello plateado brillaba hermosísimo bajo el brillante sol de casi medio día.

   —Felicidades, precioso mío —murmuró para sí llorando las lágrimas que no había logrado arrancarle su padre muerto y que no le arrancaría jamás—. Ya no eres un niño.

 

 

   Los príncipes de Khazaria habían marchado con las primeras luces del alba. No era posible dilucidar cuál de los dos lucia mas desilusionado, pues en esos momentos de pesadumbre eran tan tremendamente parecidos que hasta para sus padres era un verdadero acertijo saber cual era cual. Kuno lucia preocupado. Nalib le había dejado claro que nunca se daría por vencido y eso no le agradaba para nada. Suficiente tenía ya con sus preocupaciones como para tener que temer por un hombre despechado. Empezaba a sentir que perdía absolutamente todo el control de su vida. Odiaba que en pocos días todo su mundo hubiese colapsado como si se hubiese perdido en un laberinto sin salida. Y fue por eso que desesperado y fastidiado, hizo lo que hizo.

   —¡Por el amor de Johary! —Benjamín lanzó un grito que se oyó por toda la mansión central cuando Kuno apareció ante su vista—. ¿Qué es lo que has hecho? —le riñó.

   De pie frente a su papá, Kuno hizo un mohín de disgusto.

   —No es para tanto —replicó—. No seas tan dramático.

   —¡¿Qué no sea tan dramático?! ¡Tu padre va a enloquecer cuando te vea así!

   Y justo ante aquella mención, Ezequiel se apareció ante ellos seguido de dos de sus concejeros. Cuando sus ojos se concentraron en el menor de sus hijos, un jadeo ahogado abandonó su boca, y su rostro se puso tan pálido como un copo de nieve dirgano.

   —P Pero… Pero… ¡¿Qué es esto?! —exclamó totalmente contrariado. De un solo movimiento avanzó hasta Kuno y colérico como pocas veces lo empezó a zarandear del brazo—. ¿Por qué has hecho esto Kuno Vilkas? ¡Explicate!

   —¡Sueltame, padre! —Kuno comenzó a sollozar asustado. Sabía que sus padres tendrían una mala reacción ante lo que había hecho, pero no pensó que fuera para tanto.

   —Lo que acabas de hacer, jovencito, es el peor acto de rechazo a la fertilidad. Cortar los cabellos hasta la altura de la usanza de los varones significa rechazar la fertilidad.

   Y eso era justamente lo que buscaba Kuno con aquella acción. Se encontraba en espera ante una posible paternidad pero había descubierto que era lo que menos deseaba en el mundo. Rogaba a las diosas porque su vientre estuviera limpio y la semilla de Xilon no estuviese germinando en su vientre. Con sus ojos aguados levantó la vista mirando a su padre como nunca lo había mirado antes. Estaba harto de los varones y de la sumisión que los donceles debían tener ante estos, estaba harto de agachar la cabeza siempre, estaba harto de ser un doncel.

Pero no podía decir nada de eso con palabras.

   —Solo me pareció que se veía bien —respondió después de breves segundos. Ezequiel le miró disgustado aun pero menos exaltado, y con un suspiró lo soltó.

   —Ya veremos cómo solucionarlo —dijo antes de dejarlo libre. No tenía la más mínima intención de pasar por alto esa afrenta, pero en ese momento una carta de procedencia Jaeniana lo hizo tener que dejar el asunto aplazado.

   —Es urgente, majestad —dijo con rostro adusto el concejero que la había traído. Ezequiel la abrió ipso facto y su rostro se fue descomponiendo a medida que avanzaba en la lectura. Benjamín y Kuno lo miraban intrigados, sabían que algo grave debían decir aquellas líneas pero ninguno se atrevió a preguntar. Finalmente fue el mismo Ezequiel quien los sacó de dudas.

   —Jamil Tylenus ha muerto —informó, casi incrédulo—. Murió ayer de causas naturales.

   —¿Qué has dicho? —Benjamín se acercó un par de pasos hacia su esposo y le arrebató la enmienda para constatar el mensaje con sus propios ojos. Milán y Vladimir que se acercaba por el pasillo donde se hallaban sus padres y su hermano, se interesaron también por lo sucedido.

   —¿Qué es lo que ha pasado? —preguntó Milán mirando a su padre—. ¿Y a ti que te ha pasado en el cabello, Kuno? —se crispó mirando al pequeño doncel.

   —Jamil Tylenus a muerto —suspiró Ezequiel—. Acaba de llegar una enmienda de Jaen. Y sobre tu herma…

   —¡¿Xilon será rey antes que yo?! —Milán interrumpió a su padre con un mohín de disgusto. Ezequiel fastidiado lo fulminó con la mirada.

   —Gracias por invocar la muerte para mí de esa forma tan sutil, querido hijo —le reprochó. Milán lo miró avergonzado. No quería parecer un insolente con su padre pero le jodía mucho que Xilon asumiera el trono antes que él. De todos modos no hubo mucho tiempo de seguir preocupándose por nimiedades. A los pocos minutos la familia real de Midas se preparaba para partir hacia Jaen y acompañar a Xilon y a Ariel en los funerales de su padre. Milán, sin embargo, no viajo con los demás. Se excusó en asuntos pendientes que exigían su presencia y aseguró que los alcanzaría si podía. Ezequiel estaba demasiado harto para seguir discutiendo así que lo dejo hacer lo que pedía. A las pocas horas el resto partió y Milán quedó liderando Midas.

   Con tanto alboroto nadie notó que Henry no había sido visto en horas.

 

 

 

 

   Henry llevaba muchas horas amarrado en aquel lugar, no sabía cuántas pero debían ser muchas porque el sol se había escondido desde hacía un rato y ahora por la ventana de aquella habitación solo se colaba una tenue lucecilla traída por la luna. Sus pupilas, completamente dilatadas, trataban de acostumbrarse a la penumbra; sus oídos se concentraban en el más ligero movimiento que sintiera cerca. Pero las horas pasaban y su cuerpo había empezado a temblar del hambre. ¿Sería posible que Milán cumpliese con su palabra? ¿Sería posible que le fuera a dejar allí como su prisionero?

   Se perdía en tales pensamientos cuando escuchó un ruido en la puerta y vio al instante la figura de Milán entrando en el recinto. Una vela que el príncipe llevaba en su diestra iluminó un poco más el lugar, mientras Henry alzaba la vista mirándolo con rencor.

   —Buenas noches, tesoro —le saludó el príncipe desde lo alto—. ¿Cómo va tu confinamiento?

   —¿Qué es lo que pretende con esto? ¿Hasta dónde va a llegar? —La voz de Henry sonaba débil y cansada. Sin embargo, Milán no pareció conmovido por ello. Se acercó un poco más sentándose justo al lado de su tesoro, y haciéndose el desentendido, sacó un gajo de uvas de debajo de su guerrera.

   —¿Gustas? —le dijo con ironía comiéndose una. Los labios de Henry temblaron y su boca comenzó a salivar. Tenía muchísima hambre.

   —Usted es un miserable, Milán Vilkas. Las diosas tengan misericordia de usted.

   —¡Yo no quiero misericordia de las diosas! —Sin poder ocultar su disgusto Milán tomó a Henry del mentón obligándolo a mirarle —. Yo solo quiero tu misericordia… Sácame de esta agonía, amor mío.

Con un movimiento brusco de su cabeza, Henry se zafó de su amarre. Miraba a Milán con soberbia y resentimiento. No sabía cuáles eran las intensiones de aquel hombre pero era claro que no serían dejarlo ir en paz.

   —Mis ministros comenzarán a buscarme, algún día darán conmigo… —dijo taciturno y con mirada ausente. Milán que se había reclinado junto a la pared le escuchaba mirando a la nada—. Y usted… Usted será colgado de la muralla más alta de mi reino.

   —Si voy a perderte entonces será mejor estar muerto.

   —Usted es el hombre más insensato y loco que he conocido jamás. ¿De veras va a perder su vida por mí, Milán Vilkas?

   —Ya yo perdí mi vida por ti, tesoro. —Milán sonrió con tristeza—. ¿Es que aun no te das cuenta?

   Entonces Henry volvió su rostro a él. La mirada de Milán, como miel quemada por la luz de la vela, era tan triste que Henry sintió que le quemaba. Nunca había visto una mirada tan desolada como aquella, ni siquiera en los ojos vacios de sus padres en las horas más cercanas a la muerte. Se sintió culpable de tal dolor; él y su oscura belleza provocaban eso; lo habían provocado a miles de hombres y lo seguiría provocando hasta el día de su muerte. ¿Sería esa la razón por la que Diván se había marchado? ¿Por qué presentía que él también estaba en peligro?

   —En unas horas volveré —suspiró Milán poniendo con su boca una uva en la boca de Henry. Lo besó lentamente al darle la fruta y en esa ocasión este no puso ninguna resistencia a su contacto.

   Milán dejó la vela cerca al catre donde se hallaba Henry y dejó el resto de las uvas cerca a él. Henry le vio salir y por segunda vez sintió que algo muy pareció a la tristeza le invadía el pecho. No le cabía duda que aquel hombre estaba loco, y el más… Por empezar a comprenderlo.

 

  

 

   Sus sabanas amanecieron empapadas de sudor, y Ariel  sentía que el dolor en su bajo vientre era cada vez más agudo. Sentía la cabeza como si se la estuviesen inflando con  un fuelle y estuviese a punto de reventar. Si eso era la menarquía y duraba cinco días, mejor que lo doparan durante lo que restaba, porque no creía poder resistirá aquello durante mucho tiempo. Su doncel de compañía había estado toda la noche a su lado sobándole la espalda y tratando de quitarle los escalofríos que lo acosaban. Sin embargo, nada de eso había sido suficiente para Ariel. Se sentía fatal y ponerse de pie para asistir desde el balcón de su terraza al sepelio de su padre, se estaba convirtiendo en casi un martirio. Lo peor era no poder estar cerca de su hermano, prefería que fuese él quien lo consolara y lo mimara, pero era imposible: en ese momento él era para los varones como el más potente de los somníferos.

   —Facultativo…—dijo incorporándose a medias sobre su lecho—. Nunca he entendido por qué los varones se duermen cuando están cerca a los donceles en menarquía. Muchas veces busqué la respuesta en los libros pero no la encontré —apuntó mirando al médico que había entrado a revisarlo. El facultativo alzó una ceja escuchando aquella duda y luego se encogió de hombros.

   —Es porque la respuesta no existe, Alteza. Aun es un misterio para la medicina el por qué de ello.

   —Pero tú eres doncel y puedes estar cerca de mí sin dormirte, mis demás sirvientes donceles también ¿Por qué solo se duermen los varones?

   —Parece ser porque sus humores son diferentes a los nuestros, mi señor —explicó el muchacho acercándose al lecho para revisar al príncipe. Ariel se alzó la bata y el galeno le palpó el vientre con cuidado. En aquel momento una inquietud que había pululado mucho tiempo en su cabeza cobró fuerza.

   —¿Podrías explicarme exactamente cómo es que llegan los bebes hasta nuestras panzas, facultativo?...—preguntó  señalando su vientre—. Es decir… —continuó, sonrojándose un poco—. Lo he leído muchas veces en los libros y lo he estudiado en mis clases de bioenergía curativa pero nunca nadie me ha explicado como tal, qué es lo que sucede… Imagino que porque aun era un niño y preferían no perturbar mi inocencia. Pero ya no lo soy un pequeño doncel. Así que quiero saber qué es lo que sucede exactamente.

   —Muy bien. —Sonriendo el facultativo se sentó en el lecho y comenzó a aplicar una pomada mentolada sobre el vientre de su joven príncipe. Mientras empezaba su explicación iba frotándola suavemente—. La cosa es más sencilla de lo que se imagina, alteza —comenzó a decir—. Todo sucede aquí adentro, en este sitio que le estoy tocando. Allí llega la semilla de los varones hasta nosotros. Llega hasta una especie de “bolsa” que está en el interior de nuestros vientres, y esa “bolsa” se llama matriz.

   —¿Y cómo llega hasta ese lugar?

   —Muy fácil. —La sonrisa del galeno se intensificó. —¿Alguna vez ha visto mi señor a los animales de los establos cuando están en celo?—. Ariel asintió. Sí que lo había visto pero había imaginado que entre los humanos podía ser un poco diferente—. Pues es de la misma forma —remarcó el otro doncel—. Los donceles tenemos un conducto diferente a los varones, un conducto por el que la semilla que estos depositan en nosotros viaja hasta aquí… hasta nuestro vientre, y allí nosotros fertilizamos esa semilla y la hacemos germinar.

   Ariel se dio la vuelta y el facultativo masajeó ahora su espalda.

   —Una vez abrí un cadáver con mi tutor de bioenergía curativa —dijo el príncipe pensativo—. Me mostró algo que tanto donceles como varones tenemos detrás de la vejiga.

   —¿La próstata?

   —Sí.

   —¿Y qué hay con ella?

   —Me dijo que la próstata era la que filtraba la semilla de los varones y la llevaba hasta el conducto que llega a nuestros vientres—. Ariel giró de nuevo mirando menos apenado al otro chico—. Dijo que solo la semilla que servía pasaba por ella.

   —Y así es —sonrió el galeno—. La próstata solo deja pasar la semilla fuerte y de calidad. De esta forma no se gestan niños débiles que se salgan de nuestros vientres antes de tiempo. Solo por caídas o golpes se aborta espontáneamente, nunca por estar gestando malas semillas.

   —¿Y por donde salen luego los bebes, cuando se aborta o cuando se van a parir?

   —Por un conducto que se forma entre nuestras piernas unas horas antes de que salga la criatura; un conducto diferente a aquel por el que somos fecundados.

   —¿Y ese conducto se cierra luego?

   —Por supuesto —asintió el joven galeno—. Una vez se ha expulsado al bebe, vivo o muerto, el conducto se cierra y no se abre más hasta un próximo parto… o aborto.

   —¿Y si alguien quiere sacar a su bebe de su vientre antes de tiempo?—. Ariel también había leído sobre eso. Sabía que era algo horrible que jamás se le ocurriría hacer, pero quería saber cómo se hacía. El rostro del facultativo se ensombreció.

   —Existen pócimas —dijo adusto—. Pócimas que abren el conducto del que le hable, antes de tiempo. Es algo terrible, es muy triste.

   Compungido por lo oído, Ariel miró el vientre del médico y en ese momento sintió como si un estremecimiento dulce y placentero lo recorriera. Era algo raro pero de inmediato supo que sucedía.

   —¿Estas embarazado, facultativo? —le preguntó. El otro jovencito respondió con una sonrisa.

   —Así es, alteza. Ya se me estaba haciendo raro que no lo preguntara.

   —¿Y eso por qué?

   —Porque cuando un doncel tiene su menarquía puede sentir cuando otro doncel está embarazado. — El facultativo llevó una mano hasta su vientre y se lo acarició—. Tengo cinco semanas en promedio.

   Sin saber muy bien por qué, Ariel estiró su mano y acarició el vientre de su médico. No pudo evitar que una sonrisa adornara sus labios. No sabía si era por toda aquella marea de humores que lo estaba sacudiendo en ese momento, pero en aquel instantes sintió una ganas irresistibles de saber cómo se sentiría tener un hijo en el vientre.

  

 

 

 

    A Divan no le había gustado tener que desviar su camino de una forma tan abrupta, pero desde hacia unas horas un terrible presentimiento le estaba rondando la mente y debía resolver esa duda antes de poder continuar con su plan para rescatar a Henry. No sabía exactamente qué rayos era lo que estaba pasando pero era obvio para él que su antiguo pupilo no estaba de invitado en el palacio de los Vilkas. Eso era una idea muy ridícula. Henry escasamente aceptaba visitas en su propio palacio como para imaginarlo ahora de paseo por otro reino, y menos en el reino de Midas. Una nación con las que pocos tratos tenía Earth.

   Cuando Divan divisó a lo lejos las cataratas que rodeaban al templo, junto a la inmensa neblina que salía de estas, acomodó sus ropas y se echó encima  la capa negra que se había quitado en Jaen debido al calor. Ahora, en Earth, el clima era diferente, y la llegada del otoño estaba  provocando que la temperatura descendiera muchísimo. Sin embargo, él estaba lo bastante acostumbrado al frio como para amedrentarse por ello. Después de casi tres años viviendo en Dirgania, el clima de Earth no era nada para él aunque aquel templo siempre le hiciese sentir un extraño escalofrío que le calaba hasta los huesos.

   Caía la tarde y decidido a apresurarse, espoleó su montura golpeando el flanco derecho de su corcel. Sus cortos cabellos negros le orlaban la frente y su barba descuidada de varios días le daba un aspecto de bandolero. Aun así, a Divan no le importó aquello, y haciendo caso omiso a las miradas recelosas que provocaba en los aldeanos que vivían cerca a la frontera, se encaminó a toda prisa hacia el templo. La tarde había caído por completo y el sol comenzaba a ocultarse, de manera que esperaba estar llegando al templo con la llegada del alba. Si el tiempo no le jugaba una mala pasada y las cosas salían como pensaba, podía estar dirigiéndose a Midas de nuevo en la mañana del día siguiente y estar en el palacio de los Vilkas antes del medio día.

   De esta forma avanzó entre los poblados cercanos escuchando entre la plebe muchos rumores sobre el paradero de Henry. Todo parecía indicar que la noticia de la desaparición del joven rey ya era del conocimiento general como era de esperarse y aquello no auguraba nada bueno. Divan escuchó incluso versiones que daban a su pupilo por muerto, otras que decían que Shion lo había llevado con las diosas al paraíso, elevado en una nube blanca y brillante, mientras otros aseguraban que el rey se había fugado con un noble caballero en un corcel blanco.

   No importaba cual de todas esas versiones fuese más descabelladla y absurda, pensaba Divan al escucharlas, lo importante era que el pueblo se estaba inquietando y pronto podrían empezar revueltas que clamaran por un nuevo líder. Henry no había dejado sucesión directa, y sus familiares más cercanos eran unas personillas detestables que sería de miedo sentar en el trono.

   Finalmente, con todo este montón de reflexiones en mente, Divan se encontró en el camino angosto que llevaba al templo. Bajó de prisa de su montura apenas sus orbes celestes vieron el lamentable estado de la entrada ¿Quién habrías sido el blasfemo capaz de tamaña aberración?, pensó caminando hacia la destruida puerta. Caminaba con precaución, sin saber que podría encontrarse allí adentro. Sin embargo, no tuvo que esperar mucho por la respuesta: Al asomarse dentro del recinto, el olor que provenía del interior de este era tan nauseabundo que le obligó a devolverse de inmediato. Diván corrió hacia su montura en busca de un pañuelo impregnado en licor como ayuda para respirar dentro del templo; con fuerza ató el paño a su nuca y sin más reparos volvió a entrar.

   —¡Por las diosas! —susurró al ver de qué se trataba. De inmediato alzó la vista hacia el altar y vio con horror que la caja de cristal que resguardaba la amatista estaba vacía. Sus piernas templaron con terror y desesperado venció la repugnancia obligándose a requisar el cadáver putrefacto de Vatir—. Maldito rubio, ¿Acaso sabías de la existencia de la amatista? Pero si es así, ¿Dónde te la guardaste?

   Después de una exhaustiva búsqueda, Divan se dio cuenta que Vatir no tenía la piedra. Lo que si tenía era una gran herida en el pecho. Lo habían asesinado, concluyó. Y sospechó también que el asesino debía haberse quedado con la piedra.

   ¡No podía ser! ¡Aquello estaba mal, estaba muy mal! Durante años había estado seguro que él y Henry eran las dos únicas personas vivas que sabían de la existencia de este objeto poderoso. No quería imaginar que podía suceder si había caído en mano de alguien más que tuviera conocimiento de su poder. Ahora si era definitivo… Tenía que encontrar a Henry lo antes posible y debía ponerlo al corriente de todo.

 

 

 

   Los presentes a los funerales de Jamil Tylenus superaban los mil. Ilustres personalidades de muchas provincias y aldeas querían despedir a su antiguo rey y  presentar sus respetos al nuevo señor de Jaen. Vasallos leales a la corona Jaeniana que deseaban juramentarse de nuevo a órdenes de Xilon habían recorrido grandes distancias con tal de estar allí aquella tarde.

   Pero no solo había gente de Jaen en aquel lugar. Se podría decir que eran incontables los extranjeros de los otros cuatro reinos que habían viajado por largas horas para asistir a las ceremonias fúnebres con todo el respeto. Aun así, había también otros tantos que lo habían hecho llevados solo por el deseo de observar de cerca como se llevaría a cabo la sucesión del trono y como se moverían ahora los sucesos políticos de Jaen ante un nuevo monarca.

   Y Vladimir Girdenis era una de esas personas.

   Vladimir nunca había conocido personalmente a Jamil Tylenus. Cuando había llegado al palacio de Midas las relaciones de su reino con Jaen ya eran tensas. Recordaba que la primera vez que había escuchado hablar de aquel hombre había sido por boca de Ezequiel. Su padre le había dicho que el rey de Jaen se había vuelto loco tras la muerte de su esposo, y Vladimir pensó que exageraba, hasta que años después, cuando entró en la corte, comprobó que era cierto. Jamil Tylenus nunca asistía a ningún evento, nunca asistía a las reuniones de estado y era Xilon el que siempre daba la cara por su nación.

   Ahora Vladimir quería conocer a aquel hombre aunque fuese después de muerto. Deseaba escuchar los que se decía de él en su propio reino y saber que pensaba la gente de Jaen sobre Xilon. También aprovecharía aquel viaje para algo más: Conocer en persona a Ariel Tylenus.

   Su montura se desplazaba frente a las murallas del palacio Jaeniano. El, Kuno y sus padres cruzaban la calle de honor hecha por la guardia real que recibía a los invitados que desbordaban el castillo. Había tanta gente en aquella fila de nobles que Vladimir se sentía perdido. Aquello era como una caravana y él odiaba el paso lento de los corceles, le daba repelús y fastidio.

   Pero de repente, se dio cuenta que había gente que le llamaba por su nombre, gente que se acercaba a las murallas y al reconocer los blasones de Midas y al verlo diferente al resto de su familia, le reconocían como el “campesino noble”, el muchacho sin sangre real que pese a ello era todo un príncipe. Sonrió. Podía notar que aquellas personas que le vitoreaban y le lanzaban flores eran campesinos como lo había sido él, gente humilde que se maravillaba de que alguien como él hubiese podido entrar en la nobleza como todo un señor.

   En esas, un pequeño doncel se le acercó. El muchachito se escabulló entre los guardias y logró llegar hasta a él entregándole un ramo de alelíes.

   —Eres el príncipe de los campesinos —le sonrió antes de que uno de los guardias se lo llevara a rastras. Vladimir le hizo un guiño antes de verlo regresar junto a sus padres y se guardó las flores en un saco de su montura.

   —Veo que sigues siendo toda una sensación entre el pueblo. —Entonces una conocida y molesta voz sonó a sus espaldas. Vladimir suspiró. Sabía que se encontraría con él pero no pensó que tan rápido. Giró su montura para darle la cara. Como decía el dicho: Al mal tiempo darle prisa.

   —Excelencia. —El hombre frente a él era su antiguo amante, Vincent de Hitrs, heredero del ducado más importante de Midas. Su primer amor. —Quisiera decirle que es un placer volver a verlo —masculló mirándolo con rencor—, pero… sería mentira. Placer es algo que hace mucho no tiempo no siento con usted.

 —Vaya, ¡Que mordaz! —El tal Vincent hizo un falso puchero de disgusto con toda la intensión de ser mordaz. A pesar de estar sentado sobre un corcel blanco, se notaba que era  un sujeto alto y espigado. Tenía unos rizados cabellos castaños hasta la altura de los hombros y unos grandes y expresivos ojos grises. Era un varón por nacimiento, pero sus modos y sus formas eran tan ambiguos que a primera vista, para muchos, no resultaba tan claro—. Te recordaba más amable —remarcó con una sonrisa coqueta—. Y menos atractivo.

   —¡Pues yo no te recordaba en lo absoluto! —Disgustado, Vladimir espoleo su montura y continuó la marcha volviendo al lado de su familia. No había querido darle el gusto al estúpido de Vincent de verle disgustado pero no había podido evitarlo. Aun le dolía su traición y no podía evitar recordar aquello con solo mirarlo.

   Volvió  al lado de Kuno y de sus padres gruñendo entre dientes. Estos se habían dado cuenta que se había encontrado con Vincent pero prefirieron mantenerse al margen. Aunque muy en el fondo a todos les hubiese encantado patearle el trasero al duque traidor.

   Cuando entraron de todo a palacio, Vladimir había recuperado su buen humor. El lugar donde enterrarían a Jamil Tylenus eran unas criptas de roca que estaban del lado sur del acantilado sobre el que se hallaba el castillo. Desde aquella inmensa terraza donde se llevaba a cabo la última ceremonia de las exequias, se abría el inmenso mar de Jaen con el rumor de sus olas pululando entre el gentío.

    Ezequiel y Benjamín estrecharon fuerte a Xilon una vez se hallaron junto a él. El cuerpo del fallecido era trasladado por varios vasallos reales hacia las criptas pero antes lo dejaron un rato sobre un gran pilar de roca que se hallaba dispuesto para que todos le dieran el último adiós. Ezequiel miraba el cadáver con algo de remordimiento. Por fin aquel hombre había descansado en paz, había sido un buen rey pero la pena lo había consumido y los últimos años de su vida habían sido como haber estado muerto en vida. Ahora, por fin, su cuerpo tomaría el mismo camino que llevaba su alma desde hacía mucho.

   Benjamín también se acercó a mirarlo, pero sus sentimientos eran totalmente distintos a los de su esposo. El estaba furioso. Sabía que Jamil Tylenus había sido un pobre hombre consumido por el dolor y por el engaño. Aquel desdichado no había tenido las fuerzas suficientes para soportar el engaño y la muerte del hombre que amaba, pero él no sería así. El no sería consumido hasta no hacer sufrir a Ezequiel lo mismo que este le había hecho sufrir a él. El no conocería a la muerte antes de conocer primero a la venganza.

   Mientras tanto Vladimir inspeccionaba el lugar en busca de Ariel Tylenus. Ya debería estar allí y le parecía raro no verlo por ninguna parte. Por eso, haciendo a un lado el malestar de tener que estar al lado de Xilon, se atrevió a preguntarle por el chico.

   —¿Dónde está tu hermano? También quisiera darle mis condolencias.

   Los ojos de Xilon lo miraron con atención. Al parecer Vladimir no pensaba rendirse en sus intenciones de boda y tenía que tener cuidado de que no se encontrara con Ariel en ningún momento.

   —Mi hermano colapso durante las ceremonias fúnebres de ayer. Está muy alterado y sus facultativos le exigieron reposo. Mirará el entierro desde allí—. Xilon señaló la gran terraza de la habitación de Ariel. Desde allí, el príncipe asistiría al entierro de su padre. Vladimir alzó el rostro, desde esa distancia sería difícil verlo bien. Se sintió frustrado.

  

 

 

   Kuno se sentía anonadado y embelesado al mismo tiempo. Era la primera vez que veía el océano tan de de cerca y en ese momento pensaba que no había en todo la creación de las diosas, algo que superase en belleza a ese magnifica bóveda de agua rodeada por ese hermoso cielo azul que degradaba miles de colores bajo aquella luz del atardecer.

   Todavía no había podido ver a Xilon pues se había retrasado en los establos y se había separado de sus padres. Así que de momento solo se había entretenido con la visión del mar mientras conversaba con varios cortesanos de su reino.

    —Te sienta muy bien el cabello corto. —Entonces, de un momento a otro, la voz de Xilon resonó a sus espaldas. Kuno volteó a toda prisa y en ese instante Xilon cortó toda la distancia que les separaba y tomándolo con delicadeza lo besó en los labios—. ¿Serían tan amables de dejarme un momento a solas con mi prometido? —pidió acto seguido. Y enseguida los cortesanos que rodeaban a Kuno se apartaron entre risitas.

   —Siento mucho lo de tu padre —dijo Kuno, sin saber que más agregar. La brisa marina hacía ondear las capas de ambos. Xilon suspiró.

   —Pues yo no lo siento —aseguró sorprendiendo a su prometido—. El alma de mi padre llevaba muerta muchos años, desde la muerte de mi papá. Ahora estarán juntos por fin.

   Kuno asintió con rostro apesadumbrado. Xilón lo tomó de un brazo y lo llevó con él hacia el sitio donde se haría la bendición final. Desde el balcón de la terraza de Ariel, los donceles de este, esperaban la orden de sacarlo fuera. Cuando el ritual empezó y el sacerdote empezó a entornar aquel canto fúnebre, Ariel salió a la vista de todos ubicándose en la terraza de su habitación.

   Todo el mundo volteó a mirar hacia el sitio donde la silueta lejana del príncipe se veía totalmente envuelta en ropajes negros. Era imposible repararlo a detalle pero se veía magnifico de pie como un hado de la noche. Vestía un jubón negro con lacrados de plata y oro blanco. Tenía una capa negra de gamuza y un collar de diamantes negros. Su cabello estaba recogido en un peinado alto que envolvió luego bajo un sombrero negro de alas, adornado con plumas de cuervo.

   Allí estaba por fin ese muchacho, pensó Vladimir al verle desde lo lejos. Era imposible para él, a tal distancia, reconocerlo, pero tuvo que aceptar que había perdido el aliento al ver el porte tan magnífico que el jovencito lucía desde su posición. Todo el mundo había quedado fascinado mirándolo, porque aun a tal distancia, su tristeza, su desesperanza y su belleza parecían embrujar.

   Allí estaba su hijo, pensaba Ezequiel. Ariel, ese pequeño niño, fruto de su amor prohibido con Lyon Tylenus, realmente llevaba su sangre. Pero él nunca había tenido el valor de decirle la verdad y llevarlo con él a Midas. Por eso había terminado recogiendo a Vladimir como una forma de expiación, como un recurso desesperado para aplacar su conciencia. Y no, no se arrepentía de haber adoptado a su muchacho, pero lamentaba el hecho de no haber podido gozar del amor y el cariño de su propio hijo. Como le hubiese gustado encontrar el valor para gritarle a todos que el chico que en ese momento todos contemplaban con admiración y que tenía por nombre Ariel Tylenus, debía haber sido en realidad, Ariel Vilkas. 

   Finalmente, cuando el cuerpo de Jamil Tylenus fue colocado en el lugar que le correspondía dentro de la cripta, Xilon ingresó al mausoleo desprendiéndose momentáneamente de la mano de Kuno, el cual, había permanecido a su lado durante todo el ritual. Cuando la oscuridad de aquellas bóvedas lo envolvió, el ahora rey avanzó unos pasos amparándose en la luz de unas antorchas llevadas por varios de sus sirvientes, y vio que la loza que cubría la entrada de la cripta donde se hallaba su papá Lyon estaba descorrida. En ese momento Xilon no pensó que se tratara de nada malo. Creyó solo que se trataba de las labores de inspección de los arquitectos que por esos días estaban verificando que las criptas no estuviesen inundándose por culpa de los daños dejados por “Esmaida”. Por eso Xilon ni siquiera volvió a pensar en ello, pues de haberlo hecho, hubiese descubierto antes de tiempo, algo tenebroso y horrible.

 

 

   Después de terminadas las exequias los diferentes asistentes comenzaron a buscar su rumbo. Algunos aceptaron la hospitalidad de Xilon y aceptaron quedarse en Jaen mientras otros prefirieron volver a sus tierras lo antes posible.

   Ariel se sentía un poco mejor después del masaje y la charla que había tenido con su facultativo. Por eso había decidido bajar un momento y ver si lograba dar un paseo por los jardines para despejarse un poco. Sin embargo, había decidido ver si antes podía hablar un momento con su hermano aunque fuese a cierta distancia y por pocos minutos. Con el cabello completamente recogido era posible que el efecto de sus humores disminuyese, y pudiese al menos preguntarle sobre las causas de la muerte de su padre. Ya le habían dicho varias personas que Jamil había muerto por causas naturales pero Ariel aun tenía dudas al respecto.

   Le habían informado que Xilon estaba en la segunda planta reunido con alguien más, de manera que fue hasta allí con la esperanza de encontrarlo aun. No había guardias custodiando la puerta de aquel estudio, lo cual se le hizo extraño. Sin embargo, vio que esta estaba ligeramente abierta y por ella se escuchaba la conversación que se llevaba a cabo en el interior del recinto.

   —Dejémonos de juegos, Xilon —decía una voz gruesa con acento midiano—. En nuestra última charla me di cuenta que sabes lo que hubo entre Lyon y yo. —Ariel quedó pasmado ante esa afirmación. Con cuidado abrió un poco más la puerta y vio que el hombre con el que conversaba su hermano era el padre de Milán.

   —¿Qué es lo que quiere, Ezequiel Vilkas? ¿Qué pretende luego de tantos años? —Su hermano tenía las manos entrelazadas bajo su mentón. Estaba sentado detrás de un escritorio justo frente a Ezequiel. Lucía muy cansado.

   —Quiero recuperar a mi hijo, Xilon. —Aquel pedido produjo un estremecimiento en Ariel, aunque él aun no sabía sobre quién estaban hablando—. Sé que no comprendes —continuó Ezequiel, adusto—, pero cuando seas padre lo sabrás, entenderás mi desesperación.

   —¡¿Cómo se atreve a pedir algo así?! —Los ojos de Xilon refulgían con una ira demencial. Se había parado tan bruscamente de su asiento que Ezequiel había dado un respingo antes de ponerse también de pie.

   —¡Ariel es mi hijo! —exclamó desesperado, sin saber que el aludido espiaba tras la puerta—. Quiero tenerlo a mi lado, Xilon. Quiero recuperar el tiempo perdido. Quiero…

   Y entonces en aquel momento  ambos hombres escucharon el quejido que se oyó tras la puerta. Xilon avanzó hacía ella y al abrirla del todo vio a Ariel sollozando a lagrima viva.

   —Ariel…Ariel… ¡¿Qué has oído?! ¡¿Qué has oído?!

   —¿Lo que ha dicho este señor es cierto, hermano? —Los ojos incrédulos de Ariel rompieron el corazón de Xilon. En ese momento el muchacho solo ansió con todas sus fuerzas estrechar a su hermanito entre sus brazos y negárselo todo, pero no pudo. Sus ojos se aguaron y se le formó un nudo en la garganta. Y Ariel, pálido y tembloroso, sollozó más fuerte dándose cuenta que llevaba toda su vida viviendo una mentira.

   —Hijo… —Ezequiel trató de asirlo con angustia, pero Ariel se lo impidió con violencia.

   —¡Suélteme, no me toque!

   —Ariel… ¡Espera! —Xilon intentó detenerlo también. Pero el daño estaba hecho. Ariel se quitó su sombrero y espolvoreó su cabello. El fuerte humor que broto de sus hebras plateadas obligó a los varones a retroceder. Ariel salió corriendo y se perdió con rumbo hacia las caballerizas. Agitado Xilon y Ezequiel lo siguieron a todas prisa. Si Ariel se perdía entre las caravanas que abandonaban Jaen en ese momento, encontrarlo sería tan difícil como buscar una aguja en un pajar.

   —¡Búsquenlo! ¡Búsquenlo y tráiganmelo! —ordenó Xilon a todos los sirvientes donceles que hallaba a su paso. Estaba desesperado y le pedía a las diosas que le dieran calma para no matar a Ezequiel Vilkas allí mismo.

 

 

   Vladimir había visto como una silueta vestida de negro abandonaba a toda prisa la torre principal del palacio y entraba a las caballerizas. Se encontraba tomando aire cerca de los establos cuando lo vio saliendo en estampida a lomos de un corcel de crin cetrina muy veloz. No podía creer semejante golpe de suerte. A pesar de que no había podido verlo bien durante la ceremonia de la tarde estaba seguro que ese muchacho era Ariel Tylenus. No tenía ni idea por qué el muchacho estaba saliendo de esa forma del palacio, pero era su oportunidad perfecta para tenerlo cara a cara. Lo siguió.

   Ariel cabalgaba a toda prisa. El dolor en su bajo vientre había vuelto a acosarlo y ahora parecía tan fuerte como una garra rompiéndole las entrañas. Su cabeza también había empezado a doler y se preguntaba si no estaría dentro de una horrible pesadilla. Dudaba de su cordura porque nada de lo que había escuchado hacía unos pocos momentos tenía ningún sentido. Entonces, aturdido, decidió parar un momento a tomar aliento, justo bajo un pequeño claro de luna. Desde allí podía ver una inmensa caravana que cruzaba las murallas así que pensó en llegar hasta a ella y huir lejos, muy lejos de allí. No sabía a dónde iría, no sabía a donde quería ir; solo no quería estar cerca de Xilon, cerca del palacio, ni cerca de nadie más que le hubiese engañado.

   Pensando en esto descabalgó por un momento y se abrazó a un grueso roble que había en aquel bosquecillo. Allí Ariel comenzó a llorar de nuevo, y reposó por un instante el dolor que le taladraba la espalda y el abdomen. Estaba tan confundido y desesperado que no escuchó el suave galope del otro corcel que se acercaba.

   Vladimir descabalgó cauteloso tratando de no ser escuchado. Mientras avanzaba iba notando con mayor seguridad que el chico estaba llorando. Por un momento le pareció que esa figura delicada y esbelta recostada sobre ese árbol, lucia tan frágil y angelical como para pertenecer a alguien capaz de hacer tanto daño con sus mentiras.

   Con cuidado se fue acercando paso a paso. La noche había caído por completo y solo los rayos de luna les permitían distinguir sus siluetas. La suave brisa de la noche había refrescado el ambiente y su lento silbido llevaba a oídos de Vladimir los sollozos de Ariel. El midiano sintió pena. Pensaba que el llanto del muchacho era causado por la muerte de su padre y él sabía lo que dolía perder a un familiar cercano a esa edad. Sin embargo, no podía dudar. El estaba allí para tomar retaliación por la deshonra de Kuno, no para compadecerse de aquel niño.

   —¿Le gusta escapar de noche sin guardia, alteza? ¿No sabe que hay lobos feroces que atacan a estas horas? —Ariel dio un respingó y volteó a toda prisa al escuchar aquella voz a sus espaldas. La oscuridad le impedía ver el rostro de la persona que le hablaba y esto lo alteró más.

   —¡¿Quién es usted?! ¡¿Qué quiere?!

   —Solo alguien que lleva algún tiempo esperando por conocerlo.

   Entonces la figura de Vladimir salió de entre las sombras. El tampoco había podido reparar bien en el rostro del doncel hasta que lo tuvo a pocos pasos. Cuando finalmente lo tuvo cara a cara, Vladimir sintió que su respiración se cortaba y que toda la sangre de su cuerpo se le iba a los pies.

   —¿Encanto? —murmuró incrédulo.

   Los ojos de Ariel también se abrieron como platos. ¿Qué hacía aquel sujeto allí, frente a él?

   —¿Capataz? —preguntó anonadado. Y entonces, cuando Vladimir lo apresó de un brazo acercándosele más sin poder creer lo que veía, el sombrero de Ariel, que se había vuelto a colocar tras su huida, rodó de nuevo de su cabeza y su cabellera platinada se desparramó sobre su espalda.

   Agitado y temeroso, Ariel intentó escapar cuando vio que aquel hombre se tambaleaba aturdido bajo el poder de sus humores. Sin embargo, no logró darse a la fuga. Antes que se le escapara del todo, Vladimir sacó de sus últimos vestigios de conciencia las fuerzas que le permitieron retener a Ariel, y cayendo dormido encima de este, lo hizo desplomarse de espaldas y golpearse muy fuerte en la cabeza.

De esta forma terminaron ambos inconscientes, tirados en la tierra e iluminados a medias por la luz de la luna.

 

 

Continuará…


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