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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capitulo 13.

Irreversible.

 

 

   Después de más de veinte minutos de inconsciencia, Ariel abrió los ojos con lentitud. Sentía la cabeza supremamente pesada y al tocársela en la región del occipucio sintió una pequeña tumefacción que le punzaba horrible. Entonces, llegaron a su memoria los últimos acontecimientos vividos: La muerte de su padre, el inicio de su menarquía, la conversación entre Xilon y Ezequiel Vilkas, y por último, su reencuentro con aquel sujeto.    

   —No, no…¿Por qué tú?—decía aun medio dormido mientras trataba a medias de incorporarse. Cuando finalmente pudo reparar en lo que había a su alrededor, notó de inmediato que se hallaba en sus aposentos y que frente a él se encontraban vigilantes, su médico y dos donceles que reconoció en el acto: Benjamín y Kuno Vilkas. Todos lo miraban con rostros de preocupación y parecían esperar ansioso su despertar. Y así era.

   —¿Cómo te sientes, querido? —Benjamín fue el primero en acercase al lecho y con rostro afable se sentó junto a Ariel. Sus ojos contemplaban al muchacho con dolor. No había en su corazón resentimientos para con él. Sin embargo, Benjamín no podía verlo sin recordar al puto de Lyon Tylenus. Ese malnacido que destruyó su matrimonio y le arrebató a su marido.

   Por su parte, Ariel le devolvía la mirada dudoso. ¿Sabría acaso ese hombre lo dicho por Ezequiel? ¿Sabría que él era hijo de su marido? Bajó la mirada de forma automática y no pudo evitar tirarse sobre el lecho en donde volvió a romper en llanto. La calma ya no lo acompañaba más y solo quedaba la angustia burlándose de su atormentado espíritu. Al parecer las diosas habían encontrado la forma de castigarle tantos años de rebeldía, manipulación y mentiras; tantos momentos en los que se aprovechó y se burló de otros. Ahora era él el burlado, el engañado y el humillado. Era él quien ahora descubría que había vivido siempre dentro de una gran mentira.

   Su llanto era tan desgarrador que todos lo demás lo dejaron desahogarse. Ariel se sentía más enfadado de lo que hubiera estado en toda su vida y no sabía cómo proceder. Sentía que odiaba todo y a todos. Odiaba a Xilon por haberle mentido durante tantos años, a su papá Lyon por no haber estado nunca para él, a Jamil por tantos años de rencor y malos tratos, a Ezequiel Vilkas por haber arruinado su vida con aquella revelación, a su cuerpo que lo torturaba en los peores momentos, a las personas que le acompañaban en su habitación y que lo miraban con lastima, a ese hombre de Midas que no debió regresar a su vida, a Milán por haberlo rechazado, al puto Henry Vranjes por robarle el amor de Milán. Odiaba a todos y a todo, y  quería hacerles sentir su dolor. ¡Quería acompañar a Jamil de inmediato! 

   Entonces, viendo la gran congoja del jovencito, Benjamín lo sostuvo entres sus brazos acunándolo como solía hacer con sus propios hijos cuando estaban enojados o enfermos. Kuno, que se había acercado un poco más al lecho, también lo miraba con pesar comprendiendo su dolor. El sabía muy bien lo que era estar al borde de la desesperación, sentirse tan angustiado y perdido como un naufrago en medio del mar. Sabía lo que era desear morir para escapar del dolor.

   Pero Kuno no dijo nada. Continuó de pie junto al lecho para ver como el facultativo de Ariel, ayudado por Benjamín, colocaba unos polvos en su boca. Luego, hizo beber al príncipe un poco de agua fresca y le colocó un emplasto en el golpe de la cabeza. Cuando el galeno se retiró buscando entre sus frascos unas hierbas somníferas, Benjamín le hizo un gesto de negación con la mano.

   —Creo que es mejor dejarlo desahogarse —opinó abrazándolo de nuevo a Ariel—. Si usted lo permite, facultativo, mi hijo Kuno y yo daremos a su alteza un pequeño masaje. Le sentará muy bien, se lo aseguró.

   —Está bien —El médico aceptó la propuesta despidiéndose para bajar a hasta la torre donde se hallaba Xilon y los demás esperando noticias. Y de esta forma Benjamín y Kuno se pusieron manos a la obra. Era irónico, pensaba Benjamín mientras secaba las lagrimas de Ariel. Tanto orgullo, tanto sarcasmo contra su marido, tanto resentimiento ¿Para qué? si había terminado haciendo de papa de su hijo ilegitimo, consolando con dulzura al fruto de su traición. Era realmente estúpida su situación, era como una bofetada por parte de las diosas.

   Sin embargo, sus caricias resultaron efectivas para calmar los ánimos del jovencito. Poco a poco Ariel fue controlando sus crispados nervios y la melodiosa voz de Benjamín lo hizo entrar en una especie de oasis temporal; uno cuyas cálidas aguas, le lavaban poco a poco el dolor y la tristeza. ¿Era así como se sentían las caricias de un papá? Se preguntó en aquel momento. Y su comodidad y confort se hicieron tan grandes que no opuso resistencia al hecho de que estuviesen desnudándolo lentamente.

   Benjamín se deshizo una a una de las prendas que envolvían al pequeño doncel. Le quitó la capa, el jubón, la camisa interior, las calzas, las botas de cuero, los calcetines de hilo, las joyas, todo. Simplemente lo dejó con sus calzoncillos interiores y con su despeinada cabellera platinada envolviéndole hasta las caderas.

—Recuéstate sobre mi pecho, vamos —dijo después de deshacerse de la última prenda. Y de inmediato Ariel lo obedeció reclinándose sobre él.

   Entonces un sirviente trajo un frasco de aceite perfumado y Benjamín comenzó a frotarlo por los brazos de Ariel, usando para ello movimientos lentos y seguros. Cuando el olor de la vainilla comenzó a impregnar sus fosas nasales, Ariel se acomodó mejor y sintió como las caricias bajaban hasta sus manos, desplazándose luego, suaves y firmes, por su pecho y su abdomen.

   Suspiró y se sonrojó con mortificación al notar que sus pezones se habían endurecido como respuesta a las caricias de Benjamín. No sabía por qué estaba reaccionando de esa forma siendo que no era la primera vez que le daban un masaje. Sin embargo, a sus espaldas, Benjamín si parecía tener la repuesta, pues cada vez que sentía un jadeo o un respingo de parte de Ariel, una risilla brotaba de sus labios. Sabía perfectamente que durante la menarquía los donceles se ponían muy sensibles, y hasta el más mínimo estimulo resultaba tan arrollador como la sacudida de un temblor de tierra. Por eso sabía que Ariel se encontraba así.

   Kuno también se percato de ello y se sonrojó ligeramente al ver la agitación de Ariel. Durante su menarquía él también había sido víctima de aquello, y había pasado una gran vergüenza el día que le habían dado un masaje igual a ese.

   Cuando las caricias se volvieron más profundas, Ariel cerró los ojos y suspiró fuerte. Benjamín frotaba la palma de sus manos con movimientos circulares y delicados.

   —Cuando alguien te haga algo así en otra situación… ¡Cuidado! Porque eso solo significa que te quieren hacer el amor — le dijo con una risita picara.

   —¡Papá! —le riñó Kuno totalmente colorado—. No le digas esas cosas.

   —¿Y por qué no? —replicó Benjamín—. Si ya no es un niño, y es bueno que vaya sabiendo algunas cosas. ¿Cierto querido? —Ariel asintió entre jadeos. Aquello se sentía tan bien que había dejado de llorar y una deliciosa somnolencia comenzó a invadirlo. Para ese momento, Kuno también había empezado a masajearlo, ubicándose a los pies del lecho. Sus movimientos no eran tan seguros como los de Benjamín y sus manos temblaban mientras trepaban como arañas por las piernas de Ariel. Sin embargo, para este, resultaron igual de placenteras.

   Y así por un rato, continuaron los masajes. Ariel sintió como sus parpados comenzaban a pesar y poco a poco empezó a cerrarlos hasta que las brumas de la inconsciencia lo absorbieron de nuevo. Cuando Benjamín se percató que se estaba quedando dormido, lo hizo tumbarse de espaldas y con sus dedos realizó un suave masaje por todo lo largo de su columna. Kuno mientras, profundizó sus caricias subiendo hasta la altura de los muslos, casi rozándole los glúteos.

   —Bueno, ya está —sonrió Benjamín al contemplar la figura de Ariel completamente dormido—. Ahora dejémosle dormir —apuntó mirando a Kuno. Este sonrió y asintió. Y de esta forma ambos abandonaron la recamara dejando a Ariel junto a unos donceles de compañía que terminarían de acomodarlo y cobijarlo.

 

 

 

   En un gran estudio ubicado en la planta baja de las torres principales, Vladimir bebía sin control. El cristal plateado de su vaso reflejaba los brillantes haces de luz de las lámparas bioenergéticas mientras él caminaba de un extremo a otro mesando sus doradas hebras y murmurando algo entre dientes. Junto a él se encontraban también Ezequiel y Xilon, sentados frente a frente y con los nervios tan crispados como los de un recién nacido. Todos esperaban noticias sobre Ariel y no se habían dirigido la palabra por largos minutos.

   —¡Ya deja de beber de esa forma, Vladimir! —Entonces Ezequiel rompió el silencio dirigiéndose a su hijo—. No fue tu culpa lo que sucedió, solo fue un accidente —puntualizó.

   —¡Por supuesto que fue su culpa! —Pero Xilon no parecía muy de acuerdo. Su rostro no había abandonado su acritud y todo su cuerpo parecía en tensión, como si fuese un animal salvaje a punto de atacar—. ¡No entiendo por qué rayos tuviste que acercarte a él! —exclamó mirando a Vladimir con furia—. ¡No quiero que vuelvas a acercártele ¿Me oyes?! ¡Nunca más!

   —¡Y ni ganas que tengo de hacerlo! —Vladimir gruñó con furia. Su corazón latía de ganas de volver a ver a aquel niño, pero se sentía demasiado humillado para admitirlo—. ¡Ese mocoso es la criatura más rebelde y malcriada que he conocido en mi vida! ¡Una azotaina no le sentaría nada mal! —expresó—. Si me permites yo se la daré por ti. A mí no me temblará la mano.

   —¡¿Pero cómo te atreves?! —rugió Xilon—. ¡No permitiré que le pongas una solo mano encima a mi hermano!

   —¡Pues por eso está como está! ¡Porque le conscientes todo! ¡Cuando lo encontré estaba a punto de meterse en las caravanas que están partiendo de Jaen ¿Lo sabes? ¡Debes agradecer que no lo deje salir del palacio como pretendía!

   Ante aquello Xilon no pudo replicar nada más. No le quedó más remedio que suspirar atormentado mientras se frotaba el rostro con fuerza. Se sentía demasiado cansado y no tenía ni idea como iba a afrontar aquella situación.

   Mientras tanto, Vladimir volvió a entretenerse con su bebida. La verdad también se encontraba nadando en un mar de confusiones. No podía creer que ese niñato malcriado fuese el mismo chico que se había encontrado en Midas. Ese niño le había tomado el pelo por completo dejándole creer que se trataba de un esclavo y manteniendo su anonimato. ¡Había sido engañado por un niño! Y eso lo molestaba mucho. Ariel Tylenus había resultado ser toda una caja de sorpresas y todo un experto en el arte de la manipulación y el engaño y él no iba a pasarle por alto aquello.

   Suspiró pasando un largo trago de vino. Su corazón latía con mucha fuerza y en su cabeza no dejaba de rondar el recuerdo del rostro de ese mocoso. Vladimir no podía creer como una sola persona podía despertar sentimientos tan opuestos. Por un lado tenía ganas de darle unos buenos azotes y una lección que le enseñara a no decir tantas mentiras, pero por otro lado, tenía ganas de perderse de nuevo en el embrujo de aquellos ojos; extraviarse en el fuego de esa mirada que le había quemado por completo. Se sentía tonto, pero tenía que reconocer para sí que los pocos segundos que lo vio habían sido suficientes para hacer hervir su sangre de nuevo. Saberlo tan cerca y a la vez tan lejano le producía una zozobra incesante. Necesitaba volver a sentir ese cuerpecito entre sus brazos, ese calor en su piel, le urgía comprobar si esa boquita carnosa y rojita servía para algo más que para decir mentiras.

   Era la primera vez que deseaba a alguien de esa forma y la desesperación se estaba convirtiendo en urgencia. Tal vez se estaba metiendo en la boca de lobo por su propia voluntad, pensó apartándose un poco para mirar por una de las grandes ventanas de aquel recinto, pero ahora poseer a Ariel Tylenus ya no era solo cosa de venganza: Era cosa de orgullo, de loca pasión. Ahora sí que no pararía hasta lograr que ese chico fuera total y completamente suyo.   

   De repente, lo pensamientos de todos fueron interrumpidos por la llegada del facultativo. El joven galeno atravesó la estancia y haciendo una reverencia se dispuso a darles el parte.

   —Buenas noches, majestades, alteza —saludó con cortesía—. Su Alteza, Ariel ha despertado. —El suspiro de alivio de todos los presentes lo interrumpió—. Sin embargo se dio un fuerte golpe en la cabeza y habrá que estarlo revisando cada cierto tiempo para constatar que todo vaya bien —remarcó—. Por ahora lo he dejado tranquilo pero volveré en un par de horas a revisarlo de nuevo.

   —¿Pero se pondrá bien? ¿Ese golpe no será peligroso? —Xilon que se había levantado de su asiento con la llegada del médico miraba al galeno con ojos preocupados. Los demás presentes también de pie esperaban igualmente la respuesta del chico.

   —Pues esperemos que no —respondió este—. Pero será necesario esperar para estar del todo seguros. Por lo pronto todo parece estar en orden. Así que será mejor que guarden calma.

   —Muy bien, gracias facultativo —le despidió Xilon un poco más tranquilo—. Gracias facultativo —dijeron los demás viendo partir al jovencito. Cuando el silencio se hizo de nuevo en el salón, Xilon volvió a tomar asiento y apretando fuerte los ojos se reclinó sobre su silla. Sentía que aquel día había durado mil años y aun faltaban más de dos horas para la media noche. Se sentía supremamente culpable por todo lo ocurrido y por no haber sido capaz de proteger a su hermano de aquel terrible secreto. Tendría que encontrar la forma de hablar con él cuando acabara su menarquía. Tenía que explicarle las razones por las que había guardado silencio y tenía también que contarle otros dos grandes secretos.

 

 

   De vuelta a los jardines centrales del palacio de Jaen, Vladimir se puso a reflexionar sobre lo ocurrido en las últimas horas y tratar de ordenar sus ideas. No tenía dudas de que debía hablar lo antes posible con Ariel Tylenus y de esta forma aclarar todo lo ocurrido tanto en la noche en que se conocieron como en esa noche. Sin embargo, estaba el problema de la menarquía del chico y Vladimir sabía que duraría cuatro días más. No, definitivamente no podía esperar tanto.

   Su silueta se perdió entre las sabanas de hojas secas que empezaba a dejar el paso del otoño. El rojo y el café eran los colores que dominaban el panorama y los farolillos bioenergéticos que alumbraban los jardines le daban a todo un matiz anaranjado bastante hermoso. No cabía duda que aquel era un reino muy bello y que cada uno de sus recovecos resultaba fascinante. Sin embargo, Vladimir empezaba a descubrir que los muros de aquel lugar encerraban más que belleza. Jaen definitivamente escondía entre las brumas del mar mucho más que mitos y leyendas.

   En esas vio entre los matorrales y las flores de aquel jardín un fruto que le llamó mucho la atención haciéndole recordar algo que le había enseñado su verdadero papá años atrás. El fruto se llamaba Alpiste y tenía muchos beneficios medicinales, pero también tenía una particularidad muy especial que pocos conocían: Anulaba en los varones el efecto que producían los humores de los donceles en menarquía.

   Vladimir no se lo podía creer. Aquello tenía que ser una señal divina, un mensaje de las diosas y por ello eso solo podía significar que las deidades querían que él se viera con aquel mocoso esa misma noche. Siendo esto así, arrancó varios frutos y se sentó en una banca bajo la luz de la luna para comerlos. En pocas horas tendría el efecto deseado y podría acercarse a Ariel Tylenus sin problemas. Ahora sí que aquel niño malcriado tendría que enfrentarle sin más escapatorias.   

 

 

 

   Entre más pasaban las horas, más creía Henry que la decisión que había tomado era la correcta. Su orgullo era grande, pero no era un tonto. Era la primera vez que un pretendiente se acercaba tanto y lograba llevarlo hasta ese punto. Pero él podía aun escapar de aquella situación si usaba la cabeza. Su mente había empezado a comprender los sentimientos de Milán Vilkas y el loco amor que turbaba a aquel pobre hombre. Y si, al principio, la noche anterior, había alcanzado a sentir algo de pena por él, pero ahora era necesario que dejara esos remordimientos aparte. Si lograba tomar el control de aquel absurdo juego que le planteaba aquel sujeto entonces la partida estaría ganada. Y sin duda había llegado la hora de que él hiciera el próximo movimiento.

   Rezó a Shion con todas sus fuerzas y le pidió perdón por lo que haría, pero no había otro camino. La resolución que había contemplado en los ojos de Milán Vilkas le hacía darse cuenta que no iba a dejarlo escapar nunca, y su esperanza en la llegada de Divan era algo muy lejano en lo que no podía confiar del todo. En definitiva solo se tenía a él mismo… a él y a su cuerpo.

   Milán entró en el oscuro desván sin ninguna intención de silenciar sus pasos. Bajo la luz de la vela que llevaba en su mano, vio a Henry tendido a sus pies y sintió que el corazón se le retorcía de dolor. Sin embargo, él tampoco daría su brazo a torcer. Estaba muy cerca, muy cerca de conseguir lo que tanto anhelaba y no podía más que llevar aquello hasta las últimas consecuencias. Había momentos en los que mirar hacia atrás no era una opción y Milán sabía que ese era uno de esos momentos.

   Al principio había creído que su tesoro se hallaba dormido, pero al acercarse del todo se dio cuenta que no era así. Henry estaba despierto, rezando en su lengua natal. Milán se sentó junto a él dejando la vela a un lado. Luego, le acarició los cabellos negros como la noche y tomándolos con algo de fuerza subió su rostro hasta su altura. Los labios del doncel estaban secos, sus ojos aguados y su mentón tembloroso. Se veía tan indefenso, tan diferente al soberbio chico que tantas veces observó sentado a lomos de “Lucero negro” pensando que quizás jamás lograría atraparlo.

   Le sobó las mejillas y lo recostó sobre su pecho. De su guerrera sacó una pequeña bota llena de agua, la cual ofreció colocándola sobre su boca. Henry comenzó a beber de inmediato, ávido. En ese momento, al bajar la cabeza, aprovechó para sonreír por lo bajo.   Lo sabía. Sabía que Milán Vilkas lo atesoraba demasiado como para dejarlo morir. Y si así era entonces no rechazaría la propuesta que le haría.

— Milán Vilkas… ¿Hasta dónde eres capaz de llegar por mi?—El tono ronco e intimo de Henry, hizo ver a Milán que por fin había llegado al momento que había estado esperando por tanto tiempo. Sintió escalofríos al darse cuenta que sus predicciones habían sido acertadas y que conocía tan bien a su tesoro como para darse cuenta que estaba tratando de manipularlo. Sin poder evitarlo sonrió. Si Henry por fin había aceptado participar y entrar en aquel juego, entonces seguirían moviendo las fichas.

—Creo que te he demostrado muy bien hasta donde soy capaz de llegar por ti —respondió sin detener sus caricias por aquella cabellera larga y sedosa—. La pregunta es ahora… ¿Hasta dónde me dejarás llegar tú? —Con un movimiento suave, Milán fue abriendo de a poco la túnica de Henry. Con delicadeza pero con seguridad, desató los cordones que la amarraban a su espalda y la hizo descender sobre sus hombros, dejando la espalda, el cuello y parte del pecho descubiertos.

   Henry no se resistió cuando los labios de Milán se aproximaron a su cuello. El midiano esparcía suaves y cortos besos por su mentón, su cuello y sus hombros; besos tan suaves y delicados que parecían más bien pequeños roces sobre su piel.

   —Tesoro… —Milán llevo su mano hasta uno de los pezones de Henry y este se crispó dejando escapar una ligera exhalación. Sin embargo, Milán no  paró en sus caricias. Sus labios se perdieron en el cuello del doncel y su lengua comenzó a lamer desde el mentón hasta la punta de su oreja.

   Henry se dejaba hacer. Era parte de la estrategia, se decía a sí mismo. Se lo decía mentalmente mientras intentaba no perder el control de su cuerpo. Algo que se le estaba haciendo realmente difícil pues tenía que admitir aunque fuese solo para sí, que las caricias de ese hombre, tan suaves y a la vez tan intensas, le estaban dejando sin aliento. Milán Vilkas sabía lo que hacía sin lugar a dudas. Y se lo estaba haciendo ver.

   —Me haces caer en el pecado —le dijo entonces sin saber a ciencia cierta cuan en serio lo decía—. Me has hecho ceder a la lascivia y me condenaré por tu culpa.

   —Pues será una dulce condena —replicó Milán tomando sus labios. Henry abrió la boca y el beso se volvió profundo y demandante, Milán había abierto su túnica del todo y sus manos palpaban cada recoveco de piel mientras su lengua exploraba aquella cálida y dulce boca.

   De repente, Henry interrumpió el beso y mirando a Milán con ojos vidriosos de deseo le hizo una confesión sorpresiva.

   —Te deseo Milán Vilkas —le dijo jadeante y sonrojado—. Te deseo y quiero que seas tú quien se entregue a mí.

   Fingiendo sorpresa Milán abrió los ojos como platos. Desde que había entrado a aquella habitación sabía que Henry le propondría aquello, seguramente pensando que él lo rechazaría. Era humillante y deshonroso que un varón se dejara tomar como un doncel pero a Milán no le importaba la deshonra ni le importaba el orgullo. Le importaba tener a aquel hombre y si de momento era la única forma de tenerlo entonces así sería.

   Por un momento Henry se quedó impávido, pensando que Milán daría vuelta atrás. Cuando el príncipe se acercó hasta él y desató las cadenas que ataban sus manos y pies llegó a pensar incluso que aquel absurdo juego acabaría allí mismo y que Milán lo dejaría marchar rendido. Sin embargo, cuando Henry vio que este sonreía y se acostaba de espaldas contra el catre, su respiración se cortó por breves instantes y sus mejillas se tornaron tan rojas como una flama.

   —Tómame, amor mío. Si es lo que deseas. —Milán comenzó a abrirse la guerrera y a desatar sus calzas mientras Henry lo miraba aun alucinado. Finalmente cuando el doncel recobró la compostura se acercó ligeramente y lo miró a los ojos.

   —Milán Vilkas… definitivamente estás loco.

   —Si, lo estoy.

   Entonces, se miraron directo a los ojos. Henry se tumbo sobré Milán y rozando levemente su boca, separó ligeramente los otros labios, mordiéndolos hasta dejarlos húmedos e hinchados. Fue en ese instante, cuando la boca ardiente de Milán y su cuerpo dispuesto estuvieron a su merced, que Henry supo que no habría vuelta de hoja. De manera que se apretando fuerte los ojos se encomendó a Shion y que pasara lo que tuviera que pasar.

 

 

   El frío de otoño llegaba hasta ellos a través del suelo frio. Para ese momento las ropas de ambos había quedado descartadas en un rincón y ambos yacían desnudos sobre el catre. Henry sobre Milán no sabía muy bien lo que tenía que hacer. Sin embargo, el midiano había resultado ser un muy buen mentor, guiándolo a cada paso a  cada movimiento.

   Estaban unidos en un cálido y dulce abrazo. La respiración agitada de los dos era lo único que rompía el silencio de la noche y el canto lejano de los grillos. Las manos de Henry acariciaban los brazos de Milán y su boca esparcía besos por su pecho y por el hueco de su clavícula mientras este, ansioso y agitado, le acariciaba los muslos sondeando entre estos hasta subir por el montículo respingado que era aquel trasero.

   Después de un rato de caricias sus pieles comenzaron a traspirar. El sudor de ambos cuerpos brillaba bajo los haces de luz de la vela y los pocos rayos de luna que entraban por la ventana. Las piernas entrelazadas se confundían entre las sombras como reptiles arrastrándose en la penumbra. Milán sonrió cuando sintió la mano de Henry deslizarse más hacia el sur. Era obvio que su tesoro estaba temeroso y dudoso de hacer aquello pero él se apresuró a animarlo tomando su mano y haciéndola llegar hasta el sitio que sabía que el doncel quería tocar.

   —Tócame allí… sin miedo.

   Y de esta forma la mano de Henry apresó el miembro de Milán, acariciándolo lentamente con movimientos pausados y sedosos. La respiración del príncipe se cortó ante las caricias y dejando escapar un jadeo metió su mano dentro de las piernas del doncel tomando también su sexo, henchido y erecto. Le fascinaba tenerlo así, descarado, desinhibido; había valido la pena tener que llegar a esos extremos si la recompensa era ahora verlo exhibir tal grado de pasión. Henry respiraba muy quedo acariciando el miembro de Milán al mismo ritmo que sentía que era acariciado el suyo. Ambos resoplaban sudorosos y extasiados mientras esperaban el alivio del clímax. Cuando finalmente ambos se corrieron, Milán tomó un poco de la simiente de Henry que había quedado entre sus manos y la llevó hasta su boca. Este se sorprendió un poco por tal hecho, aunque luego, cuando Milán alzó su diestra para darle a probar también, Henry se acercó lentamente sin ocultar sus nervios y finalmente abrió su boca catando aquella escancia.

   —Eres muy dulce ¿Lo ves? — dijo Milán resoplando. Entonces Henry tanteó entre sus piernas y tomando un poco de la simiente que este también había dejado, la probó ya sin tantos reparos, haciendo que esta vez Milán si se quedará completamente sorprendido.

   —Tú también eres dulce —respondió con un grado de lascivia desconocido hasta el momento para ambos.

   De esta forma volvieron a besarse. Henry no podía creer lo que acababa de hacer. Eso definitivamente no había sido parte de su estrategia, había sido solo un impulso loco. Sin embargo, en esos momentos no era algo sobre lo que quisiera seguir pensando. Por eso apartó los cabellos que caían de su pecho, y en un movimiento más que sensual comenzó a acariciar el torso bronceado de Milán, observando como esos rosados pezones se endurecían ante su contacto de sus dedos.

   —¿Y ahora qué debo hacer? —preguntó después de un rato de caricias. Milán que en ese momento le sobaba las sonrojadas mejillas lo miró  a los ojos con esa expresión de infinita entrega que empezaban a ser mella en el corazón de Henry.

   —Tómame —le pidió casi con desesperación. Y Henry sintió los latidos de aquel corazón anhelante. Entonces su propio corazón también empezó a latir con fuerza y algo desconocido hasta el momento comenzó a bailotear en su estomago. El doncel se perdió por varios instantes en el inmenso magnetismo que desprendía la mirada de Milán y a partir de allí no hubo más dudas.

   Separando las piernas del varón Henry se ubicó en medio de estas y cayó sobre sus labios besándolo con hambre. Milán se dejó hacer abriéndose por completo para su tesoro.

   —Te deseo Milán —le dijo este mordiéndole los labios—. No lo seguiré negando. Solo hubo un hombre antes que tú al que desee de esta forma. Pero el no me miraba como tú lo haces, él no me amaba como lo haces tú.

   —Diván te ama como padre —respondió Milán mirándolo a los ojos—, yo te amo como hombre —aseguró. Y luego de aquellas palabras a Henry no le quedó duda de que Milán Vilkas conocía todos sus secretos, tanto como él conocería ahora los más profundos misterios de su cuerpo.

   Los cabellos negros de Henry los cobijaban a ambos como un manto. Sus brazos entrelazados se exploraban a la par de sus bocas. Cuando Henry separó por completo las piernas de Milán y con un movimiento fuerte, tosco y brusco se introdujo en su interior, Milán se arqueó por completo y un grito ahogado salió de su garganta.

   Por un momento Henry pensó que la invasión por aquel agujero tan estrecho era imposible, pero Milán, experimentado y deseoso lo tomó por las caderas y en un par de movimiento lo tuvo por completo dentro de él. Henry sudaba, las hebras de su cabello se le pegaban a la frente. Nunca en su vida había sentido tanto placer como el que experimentaba al poseer a aquel hombre. El cuerpo bajo el suyo era trémulo como el de un fuego al viento y caliente como las llamas. Milán era estrecho y dulce, fogoso y tierno, loco y fervoroso. Y era suyo.

   Pensando en esto Henry se empezó a mover. Al principio sus movimientos eran simples vaivenes inseguros pero una vez las manos de Milán se enredaron es su cabellos y sus ojos llenos de deseo suplicaron por más, el doncel se entregó a un ritmo fuerte y salvaje, como si quisiera sacar fuego de aquel roce; como si quisiera marcar aquel cuerpo con su calor al igual que se hacía con los potros en los establos.

   Nunca se había sentido más inmenso que en esos momentos. Ni siquiera, cuando desde su caballo, hería letalmente a todos esos hombres había sentido sensación de poder más grande que aquella. El sonido de sus caderas chocando contra la otra era el sonido más lascivo, hermoso y perfecto que había escuchado jamás. Mientras que para Milán no había más gloria que sentir a su tesoro penetrando su cuerpo, haciéndolo suyo como nunca antes lo había hecho nadie, ni lo harían ningún otro jamás.

   —Ya sé que existe el paraíso —le dijo en medio del gozo—. Lo estoy tocando. — Y  como respuesta Henry le sonrió mientras se perdía más y más en su interior.

   Sin embargo aquello no duró tanto como ellos hubiesen deseado. La inexperiencia de Henry y las ansias de Milán hicieron terminar todo de forma intensa y rápida. Y con un suspiro y un largo jadeo ambos terminaron exhaustos y sudorosos sobre el catre. La vela empezaba a extinguirse y la oscuridad comenzaba a tomarlo todo.

   —¿Ahora si me dejaras marchar? —preguntó Henry aun con la respiración descompasada.

   —No, respondió Milán. Aun es mucho lo que tienes por aprender.

   Y sin poder evitarlo… Henry sonrió.

 

 

 

   Cuando Vladimir vio salir al facultativo de palacio de la habitación de Ariel, supo enseguida que su oportunidad había llegado. Y sin perder más tiempo se camufló dentro de esta.

   Por un momento había temido que algunos donceles de compañía que pudiesen encontrarse cerca, le estropearan el momento. Sin embargo, aquella noche Ariel no tenía guardia en la puerta a causa de su menarquía y sus donceles estaban durmiendo del otro lado de la habitación tras los cortinajes.

Así que con sigilo, Vladimir se acercó hasta la cama de Ariel y lo observó con detenimiento ayudado por la claridad de la luna que entraba por los ventanales medio abiertos de la terraza. Tal como se lo esperaba el muchacho dormía profundamente y no se había percatado de su presencia. ¡Perfecto! , pensó acercándose varios pasos más y tentando un poco más su suerte se aventuró a apartar el mosquitero que cerraba la cama introduciéndose despacio dentro de esta.

   Ariel se quejó un poquito al sentir el movimiento de Vladimir en su lecho y entre pequeños gemidos se reacomodó. Su cuerpo desnudo quedó parcialmente a la vista de Vladimir y este embrujado por tal belleza, no dudo en estudiarlo a detalle.

Era precioso, pensó al verlo. Sin duda no se había equivocado en su primera impresión. Ese chico era tan bello como un príncipe porque lo era. Su boca era como una pequeña  cereza sonrojada y apetecible, su piel parecía de puro nácar; su cuerpo delgado era bien proporcionado y aunque era algo menudo estaba bien apetecible. Sin embargo, Vladimir necesitaba ver más, quería verlo todo mejor dicho, así que apartando por completo las mantas se encontró bajo estas, con un par de piernas largas y firmes. Y por supuesto, el trasero pequeño pero redondito que estas sostenían.

   Cuando Ariel dio otro pequeño giro, Vladimir reparó en el tatuaje en forma de sol que el muchacho tenía tatuado en el vientre. Ese era el signo inequívoco de que se trataba del mismo chico que había conocido en Midas y que no había podido olvidar. Aun podía recordar el sabor de sus labios y la textura de aquella piel…

   Confiado se acercó un poco más. Por la boca de Ariel salían unos tenues ronquidos que casi no se escuchaban de lejos. Vladimir tuvo que contenerse mucho para no romper la distancia y robarle un beso. Sin embargo, lo que sí hizo fue un movimiento brusco cuando un sonido del otro lado de la puerta lo alertó, y Ariel, detectando el brusco movimiento, abrió sus grandes orbes de par en par percatándose de la presencia del midiano.

   Incorporándose a toda prisa intentó dar la alarma, pero esta vez Vladimir fue más rápido y echándose sobre él lo apresó entres sus brazos cubriéndole la boca y apresándolo con su otro brazo contra su cuerpo. Ariel se debatió entre el amarre pero fue inútil. Vladimir sin  hacer gran esfuerzo era capaz de dominarlo por completo.   

 —Tranquilo, encanto —le habló al oído sosteniéndolo con fuerza pero sin llegar a lastimarlo—. Tú y yo tenemos algunas cuentas pendientes—continuó—. Y es hora de que las saldemos.

   Ante aquella advertencia, Ariel se quedó quieto y dejó de resistirse. Vladimir lo soltó de la cintura pero siguió cubriéndole la boca. Y ahora con la mano que le quedó libre tomó la mano derecha de Ariel y comenzó a acariciarla con sutileza. Entonces como un flechazo llegaron a la mente de Ariel las palabras dichas horas antes por Benjamín Vilkas:

>>Cuando alguien te haga esto en otra situación, ¡Cuidado!, porque eso solo significa que te quieren hacer el amor>>.     

Continuará…

 


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