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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capitulo 14

El soplo de la muerte.

 

   El colorido y la exaltación popular lo invadían todo durante las fiestas en honor al “Gran Pacto”. Todos los reinos las celebraban a su modo anualmente, pero sin duda era Jaen el reino donde los festejos cobraban más vida y color. El espíritu de la plebe, alegre y un tanto excesivo, enardecía por completo en esos días, y el número de eventos que departían a lo largo y ancho del reino era tan incontable como las olas del mar.

   El mar Jaeniano se engalanaba como escenario principal de las festividades, meciendo en su superficie los incontables desfiles que se celebran durante los cinco días que duraban las fiestas. Un festín de alegría, lascivia y belleza, donde el recato definitivamente no era un invitado de honor. Los donceles que desfilaban podían desnudarse montados en pequeñas barquitas a lo largo del mar, y sin correr el riesgo de ser llamados putos, podían exponer su belleza a todo el que quisiera verla. Luego, se escogía uno de entre todos y se le coronaba como el más bello durante todo un año.

   Ariel había soñado durante mucho tiempo con ver aquellos desfiles pero su hermano Xilon nunca se lo había permitido. Estaba muy pequeño aun, solo siete años, le decía, y podía resultar peligroso que se acercaran tanto al pueblo. Sin embargo, entre suplicas y lloriqueos el pequeño príncipe había conseguido que por primera vez le dejasen asistir al desfile principal que recorría una de las más importantes aldeas de Jaen, y su alegría era tan grande que quería ponerse a saltar. Así  que en lomos de un grácil pony blanco miraba todo embelesado. Las comparsas que se desplazaban por las callejuelas eran de un colorido y una pomposidad tan fastuosa que Ariel no había visto algo parecido ni siquiera de lejos en los bailes más excéntricos de la corte; los donceles iban casi desnudos y cubrían sus cuerpos con materiales que brillaban tanto o más que si fuesen de plata o de oro, mientras la gente, agolpaba en las calles, gritaban vítores al paso de las carrosas y lanzaban a los chicos flores perfumadas

   En esas, el sonido de un fuego de artificio, esas luces brillantes que traían de Midas, iluminó la noche que empezaba a caer. Los haces de color rojo, que brillaban gloriosos en el cielo despejado de estrellas, parecían como lluvia cayendo sobre la gente. Ariel alzó el rostro y vio aquellas luces sin parpadear; era como si pequeñas gotas cayeran sobre ellos, gotas rojas e incandescentes, lluvia escarlata, lluvia de sangre.

   Lluvia de sangre, pensó. Y tal pensamiento lo sobresaltó. En aquel momento no supo porque, pero un extraño presentimiento lo invadió, turbándolo. La certeza de la muerte, de la sangre, la sangre y la muerte cayendo sobre él y sobre todo su pueblo comenzó a pulular por su interior, inquietando su espíritu.

   Entonces, el sonido de una comparsa lo alertó, haciendo que desviara su atención de las luces de artificio. Una danza extraña llamaba ahora su atención. Un hombre vestido por completo con una gran capucha negra movía su cuerpo al ritmo de los tambores, a un compás fuerte, casi convulso. Frente a él un grupo de chicos descalzos y semidesnudos bailaban despreocupados también. Y cuando aquel hombre misterioso y cubierto se acercaba a ellos tocándolos con una guadaña que llevaba en su diestra, los muchachos iban cayendo uno a uno, como tocados por la muerte.

   —¿Qué significa ese baile, hermano? —preguntó Ariel a Xilon, el cual se encontraba a su lado. Este le miró por unos instantes y luego sonrió.

   —Significa la muerte, vida mía —contestó parco—. La muerte que siempre está cerca, rondando, acechando, hasta que un día finalmente llega hasta nosotros y nos elige.

   —Ya veo. —Ariel asintió espoleando su montura.

  —¡No te separes de mí! —le advirtió Xilon, pero el chico apartándose de él y del resto de los guardias se perdió entre la muchedumbre y las comparsas, tratando de seguir a aquel hombre encapuchado.

   Ariel vio como el sujeto misterioso se perdía entre laberintos de callejuelas solitarias y pestilentes. No le gustaba nada estarse alejando tanto de su hermano pero si ese hombre encapuchado era la muerte entonces había sido él quien se había llevado a su papá. De manera que tenía que encontrarlo, hablarle y decirle que se lo devolviera a la vida. Si lo hacía, por fin su padre Jamil lo querría y Xilon ya nunca más estaría triste. Serían una familia de nuevo.

   Con este pensamiento siguió su camino. Las comparsas habían quedado a lo lejos y el sonido de los tambores y las salvas de artificio se iba haciendo cada vez más imperceptible. Ahora era el sonido de las olas lo que llegaba hasta sus oídos, combinado con el silbar del viento y el ladrido de perros a la distancia.

   El hombre encapuchado giró por un recoveco del camino y Ariel lo vio entrar en una  casucha de tablas reforzadas. Afuera, unos niños pequeños jugaban saltando sobre la arena, y en ese momento el príncipe se dio cuenta que había llegado a la playa. Entonces, descabalgó y lentamente se acercó a la pequeña estancia. Con cuidado abrió la pequeña puerta que rechinó ante el empuje, y cuando la pequeña lucecita del candil que se mecía sobre la única mesa de aquel lugar le recibió, Ariel sintió un desagradable olor a pescado podrido que parecía cocinarse en una olla que ese extraño sujeto calentaba sobre un horno de leña.

   No hubo ninguna palabra entre ellos. Ariel quiso abrir la boca y hacerle a ese hombre misterioso la pregunta que estaba anhelando, pero no pudo articular ninguna palabra cuando lo tuvo frente a él. Aquel sitio parecía tener en su interior todo el frio que albergaba Dirgania, y el aire putrefacto y hediondo que se expandía cada vez más parecía quererlo ahogar.

   —¿Quieres un poco de mi guisado? —Entonces aquel hombre volteó a mirarlo aun con la capucha de su capa cubriéndole el rostro—. Cómelo pronto porque ya casi no queda tiempo —dijo extendiéndole a Ariel un cuenco lleno de guiso—. El príncipe tomó el guisado con sus manos y al mirarlo vio espantado como un corazón putrefacto lleno de gusanos se movía en el caldo sanguinolento y pestilente. Con un gritó soltó aquel cuenco y en ese momento el hombre misterioso se bajó la capucha y su rostro quedó frente a él.

   Otro grito más abandonó la boca de Ariel cuando vio de quien se trataba. El hombre le sonreía y sus cabellos como la plata le daban más frialdad a sus ojos verdes. Su papá Lyon era quien se encontraba frente a él, con un rostro más frio y más aterrador que el de la misma muerte… Lyon Tylenus era la muerte.

   Aterrado y temeroso, Ariel despertó de su sueño encontrándose con que otros ojos verdes también lo miraban desde las sombras en el mundo real. Su corazón se estremeció y de un salto quiso apartarse y llamar a sus guardias, pero aquel sujeto lo apresó antes de que tuviese tiempo de hacer nada y con un solo movimiento le cubrió la boca y se amaró a su cintura.

   Ariel se debatió intentando escapar de aquellos brazos pero aquel sujeto era muy fuerte y podía dominarlo sin problemas.

   —Tranquilo, encanto —escuchó que le decía aquel hombre. Y entonces no tuvo dudas de quién se trataba—. Tú y yo tenemos algunas cuentas pendientes, y es hora de que las saldemos.

   ¿Pero… cómo era posible que ese hombre estuviera allí?, pensó. ¿Sus humores de la menarquía… Por qué no lo afectaban?

   Sin embargo no tuvo mucho tiempo de buscar respuesta a sus preguntas. Una caricia en la palma de su mano lo alertó, como un llamado de atención a sus sentidos. Aquel toque, tan suave, tan sutil era a la vez demasiado íntimo para pasarse por alto. Era lo que Benjamín Vilkas le había advertido horas antes. Ese hombre del pasado había vuelto, como una burla de las diosas, como un castigo más… como otra pesadilla.

   Mientras tanto, Vladimir comenzó a olisquearle los cabellos. A pesar de todos los frutos que había comido, los humores de esa criatura eran tan fuertes que se sentía un poco adormilado. Pero no se dejó envolver por el sueño; con sus labios rozó los hombros desnudos de Ariel, recibiendo el penetrante perfume a vainilla que brotaba de sus poros. Le dio un corto beso en la espalda tersa, rozándola luego con su nariz hasta regresar a su cuello. ¡Diosas!, pensó. Era casi una blasfemia desear a tal nivel.  

   —¿Si te descubro la boca… prometes no gritar? —le dijo entonces, tratando de recuperar los estribos. Ariel asintió con la cabeza y a pesar de sus antecedentes, Vladimir tuvo la sensación de que esta vez no mentía. Lentamente fue retirando su mano y cuando el doncel se vio libre del todo se apartó rápidamente, saliendo a toda prisa del lecho.

   —¿Quién es usted? —Los ojos de Ariel temblaban mientras los de Vladimir se embelesaban con su magnífica desnudez alumbrada por la luz de la luna—. ¿Cómo hizo para llegar hasta mis aposentos? —preguntó aturdido—. ¿Y por qué mis humores no lo aturden? ¿No es acaso usted un varón?

   Vladimir sonrió, y saliendo también del lecho se puso de pie. Esta vez sí vestía con la elegancia y la solemnidad de un príncipe, pero en cada uno de sus movimientos seguía implícita la tosquedad de campesino que tanto confundían a Ariel.

   —Por supuesto que soy un varón —respondió acercándose varios pasos—. ¿O acaso tienes dudas de ello?

   Ante aquella pregunta y el tono juguetón de Vladimir al decirla, Ariel no pudo evitar sonrojarse con violencia.

   —Atrevido —replicó esquivando aquellos penetrantes ojos verdes—. No sé cómo ha logrado llegar hasta aquí pero no me interesa. Haga el favor de marcharse inmediatamente o llamaré a mi guardia.

   —¿Entonces aun no sabes quién soy? —La nueva pregunta de Vladimir hizo que Ariel entornara los ojos hacia él. ¿Acaso lo tomaba por tonto?

   —¡Por supuesto que lo he reconocido! —apuntó con tono indignado—. Usted es aquel hombre que conocí en Midas… aquel… el de las caballerizas.

   —Aquel al que engañaste haciéndote pasar por un esclavo, y al que no tuviste reparos en besar.

   —Me vi obligado por las circunstancias.

   —¿En serio? —Vladimir avanzó dos pasos más haciendo a Ariel retroceder la misma distancia—. ¿Y se puede saber cuáles eran esas circunstancias? —agregó, ahora con un tono más  adusto—. ¿Tenían algo que ver acaso con tu hermano y lo que este le hizo al mío?

   —¿Con tu hermano? —El rostro de Ariel se tensó, su corazón comenzó a latir con violencia, tanto que podía escucharlo en sus oídos.

  —Así es —remarcó Vladimir sonriendo maliciosamente—. Kuno Vikas es mi hermano…Yo soy Vladimir Girdenis.

 

 

 

 

   Pasada la media noche, el hambre acució a Kuno. Desde que había llegado a Jaen había tenido fuertes nauseas y no soportaba nada en el estomago. Se sentía mal, sucio, hundido, como si hubiese caído en un lago empantanado del cual era imposible salir. Podía casi que oler la pestilencia, sentirla sobre su piel, en su vientre, en el deseo que se movía en su interior cuando pensaba en el hombre que le había deshonrado, y el cual, a pesar de ello, conseguía humedecerle cual puto con solo un pensamiento.

   Con la calma y la impunidad que proporcionaban las sombras de la noche, salió de la recamara que le habían acondicionado junto a sus padres y avanzó por los largos corredores que se extendían de norte a sur del castillo. El lugar estaba muy silencioso, e incluso los guardias apostados sobre las puertas lucían tan parcos y adustos que parecían más prolongaciones de las paredes cubiertas de metal que seres de carne y hueso.

   Cuando el rumor de las olas estrellándose contra el acantilado sobre el que se asentaba aquella fortificación llegó hasta sus oídos, Kuno vio una larga y ancha escalera que lo condujo hacia otro pasadizo cuyo final eran unas grandes y gruesas puertas enchapadas en oro, abiertas de par en par. Al no ver guardias resguardando el sitio, Kuno pensó que podía tratarse de algún salón de oración, solitario a esas horas, así que intrigado decidió entrar. Sin embargo, el recinto que lo acogió a pesar de grande, sombrío e inquiétate, no era para nada un lugar de oración. Desde la parte más alta de las paredes se desprendían largos visillos blancos que se mecían al compas del viento; hacía el ala del acantilado se veía a través de la tela translúcida de las cortinas, la luz del faro más importante de Jaen junto a los haces plateados de la luna que, en lo alto del firmamento, se veía velada por la seda.

   Kuno avanzó un poco más en el recinto y vio una mesa larga apostada sobre una pared con varias sillas de cobre alrededor. Al fondo, la oscuridad no permitía ver nada, sin embargo un extraño presentimiento le hacía sentir como si alguien o algo lo mirase desde las sombras. De repente, el sonido de unos sirvientes pasando por el corredor le hizo volverse y ver como un par de donceles le hacían una reverencia antes de seguir su camino. Entonces, de pie frete a la pared frontal de aquel salón, observó en lo alto, colgado en un pequeño altar, el lienzo de un doncel bellísimo, de largos y platinados cabellos que enmarcaban unos ojos cual brillantes esmeraldas. Acercándose un poco más, hasta un punto en el que la luz de la luna le dejaba contemplar mejor el retrato, Kuno se percató de quien era la persona plasmada en él.

   —Lyon Tylenus —susurró para sí. Pero en medio de aquel silencio sepulcral sus palabras fueron oídas por alguien más.

   —El mismo —dijo Xilon prendiendo una pequeña lamparita bioenergética que iluminó a medias su figura. Kuno giró sobre sus talones, sobresaltado, y reparó de inmediato en la figura del varón mirándolo desde la distancia—. ¿Sabes que ni papá fue uno de los sanadores que trató de salvar la vida de los reyes Earthianos?—preguntó con tono de abandono—. Quizás hubiese logrado salvarlos de no haber muerto antes.

   Un largo suspiró abandonó su boca. El ahora rey de Jaen estaba sentado en un gran sillón apostado en al otro extremo de donde se hallaba Kuno; de su mano diestra se mecía un vaso de aluminio con incrustaciones de rubíes y en la mesa que estaba a su lado había una botella de licor casi del todo vacía. Era obvio que había bebido mucho y Kuno sintió un poco de miedo al notarlo.

   —Acércate. —pidió entonces, con un tono tan parco que para el doncel sonó como una orden. Temeroso pero obediente, Kuno caminó hacia él, primero dudoso, pero luego con pasos más firmes y confiados. Cuando finalmente se halló frente a él, Xilon lo asió con su mano y de un solo movimiento lo sentó en sus piernas.

   Lo contempló en silencio, viendo sus ojitos azules temblorosos, su boquita seca. Vio la túnica delgada que cubría su cuerpo y sonrió, pasando una mano por esos cabellos cortos que le hacían lucir más maduro y bello. Removió un dedo en su bebida y alzando su mano lo introdujo despacio entre los labios del principe. Kuno, trémulo, abrió la boca y degustó aquel licor. Era fuerte y amargo, diferente a los vinos de Mida, aunque para él resultó casi como una caricia. Caricia que si se hizo evidente cuando Xilon sacó aquel dedo de su boca y con él comenzó a delinear sus labios, su mentón, su cuello y poco a poco fue descendiendo hasta tirar de los cordones de su túnica, haciéndola caer hasta sus caderas.

   Un suspiró brotó de la garganta seca de Kuno, y sus ojos se cerraron con fuerza mientras sentía como Xilon comenzaba a besar su hombro derecho. La mano que este había usado para desvestirlo se hallaba ahora acariciando su espalda, y su aliento cálido y alicorado se desplazaba cada vez más cerca a su boca.

   Cuando Kuno sintió aquellos labios subiendo por su mentón, se rindió del todo a las caricias y su cuerpo cayó laxo sobre el pecho de Xilon quedando expuesto del todo a sus besos y a sus manos. Nuevamente había caído rendido a sus pies, pensaba mientras veía a su acompañante vaciar de un solo trago su vaso, dejándolo luego sobre la mesa. Después de eso, los labios de Xilon se apoderaron de los suyos y Kuno sintió por completo el sabor amargo de la bebida inundando su paladar. Afuera, el rumor del mar traía un sonido sereno y casual pero para ellos solo eran perceptibles los ruidos fervorosos que manaban de sus gargantas.

   Después de varios minutos de ardoroso contacto entre sus bocas, Xilon hizo parar a Kuno frente a él. Lentamente le comenzó a alzar la túnica hasta introducir sus manos debajo de la suave tela. Los muslos de Kuno, sedosos y mullidos, recibieron el calor de aquellas manos fuertes y traviesas que sondeaban entre ellos con lascivia y curiosidad.

   —¿Que me has hecho Kuno Vilkas? ¿Qué le has hecho a mi corazón? —Xilon alzó la vista y sus ojos empañados de tristeza se clavaron en los de Kuno. Suavemente deslizó el pantaloncito interior del muchacho y alzándole la túnica por completo deslizó su mano por el sexo tierno y suculento, el cual comenzó a humedecerse a su contacto.

   Kuno sintió que todo su cuerpo temblaba mientras Xilon lo tocaba en aquel lugar. Avanzando un paso, colocó sus manos sobre los hombros del varón en busca de apoyo y en ese momento la mano de Xilon se desplazó un poco más atrás mientras su boca ascendía hasta lamerle ligeramente la punta del sexo.

   —Ah…—Kuno se estremeció agitándose con brusquedad.

   —¿No te han hecho esto antes? —preguntó Xilon separándose de su miembro. Un hilillo de saliva corrió por su mentón mientras Kuno negaba con la cabeza—. ¿Entonces los rumores entre tú y tu hermano no son ciertos? ¿Nunca has tenido nada que ver con Vladimir?

   —Vladimir es mi hermano —respondió Kuno, impávido. Siempre le había disgustado que algunos cortesanos indiscretos le hicieran a veces esa pregunta. Pero ahora, en labios de Xilon, aquel rumor le pesaba más y le hacía desear con todo su corazón desmentirlo—. ¿No me crees?

   Xilon guardó silencio. Sus ojos intensos y fríos siempre hablaban por él. Sin embargo, al ver la carita suplicante de Kuno, parecieron volverse un poco más cálidos y confiados.

   —Te creo —respondió finalmente volviendo a su tarea. Su boca volvió a abrirse y a cobijar con ella el sexo húmedo y pulsátil que tenía frente a él. Las rodillas de Kuno temblaron, sintiendo la lujuria recorrerle todo el cuerpo. Metió su mano entre los rizos castaños de Xilon empujando levemente su cabeza para sutilmente imponer el ritmo, pero la experiencia de este le hizo darse cuenta de lo que el doncel le pedía y ciñendo su cintura lo atrajo más hacia él; separándose momentaneamente del manjar que degustaba con su boca para volver a servirse un poco de licor y remojar en este su dedo índice.

   Kuno miró sin parpadear todo lo que hacía Xilon. Cuando la mano diestra de este se perdió de nuevo entre su retaguardia, sondeando entre sus apetitosos y generosos ejemplares, el principe tuvo que retener el aliento por varios instantes para no caer desmayado ante la deliciosa y lasciva invasión; y su boca, soltando un gemido sin ilación, se abrió por completo como si fuese la de un moribundo en busca de aliento.

   La noche siguió su curso, los visillos seguían ondulando con cadenciosa sensualidad mientras ellos continuaban el fantástico frenesí. La lengua de Xilon, cual serpiente, envolvía el sexo del doncel mientras el dedo invasor, grueso como una pequeña estaca, sondeaba entres sus entrañas. Kuno sentía que el placer lo abrasaba como una flama, volviéndolo polvo entre aquellos brazos. Sentía que todo su cuerpo era como una lava sinuosa que se derretía sobre las piedra firme que era el cuerpo de aquel hombre; un remolino de éxtasis, deseo y pasión.

   Xilon se obligó a aumentar el ritmo, embriagado por el olor húmedo de aquel sexo y por la presión rugosa y febril de aquel agujero. Abriendo del todo su boca, trago por completo el miembro de Kuno, el cual, al sentir la intensificación de los movimientos y la succión enloquecedora de aquellos labios, no pudo evitar dejar salir su simiente, espesa y abundante tras un largo y espástico jadeo. El dedo dentro de su cuerpo quedó apresado por su culo, rígido por el orgasmo. Y Xilon sintió aquella presión como señal de satisfacción. Sonriente, sorbió toda la esencia que lleno su boca y al desprenderse de aquel miembro, laxo y exánime y de aquel agujero estrecho, repasó sus propios labios con su lengua mirando a Kuno con fantástica intensión.

   —¿Quieres probar? —le preguntó. Pero antes de que Kuno lograra siquiera responder ya lo había hecho sentarse de nuevo sobre sus piernas y le daba un beso suave haciéndolo degustar su propia esencia—. Mira como me pones—le dijo un momento después, rompiendo el beso. Había tomado la mano de Kuno con la suya y besándole la oreja la había llevado hasta su entrepierna—. La tengo tan dura que me duele.

   —Yo… —Kuno intentó contestar pero antes de concretar una respuesta como tal, Xilon ya se había parado de su asiento colocándolo ahora a él de rodillas sobre el mueble. Con esa posición Kuno quedó de espaldas al varón y este alzándole del todo la túnica observó aquel mullido y respingado trasero en todo su esplendor.

   —Tienes el culo más perfecto de los cinco reinos ¿Lo sabes? —le dijo, acariciándoselo suavemente, y Kuno se preguntó si estando sobrio, Xilon se atrevería también a decirle aquellas cosas. Se dijo mentalmente que no mientras sentía como aquella pelvis se restregaba sedosamente contra sus glúteos.

   —Xilon…

   —Tienes el mismo trasero de tu papá, Benjamín… Tú papá también está bien bueno… Las diosas lo bendigan por heredarte este trasero tan hermoso… —Si definitivamente Xilon no diría eso estando sobrio. Kuno estaba alucinado por lo que oía y lo estuvo más cuando aquella voz rompió sus ahogados jadeos.

   —Honor que me hace jovencito… Y coincido con usted, un trasero bonito es una bendición de las diosas. —Benjamín estaba de pie justo frente a las puertas de aquel reciento. Cuando Kuno y Xilon repararon es su presencia, ambos dieron un respingo. Xilon sintió que la embriaguez abandonaba por completo su cuerpo, mientras Kuno se acomodaba las ropas con el corazón casi en la boca.

   —Papá…

   —¡A tu habitación de inmediato, pequeño sinvergüenza! —exclamó Benjamín irritado—.¡Y que te hayas lavado para cuando suba a verte! Y en cuanto usted Xilon —dijo bajando el tono de voz pero mirando al rey con mayor intensidad—, haga algo con eso —pidió señalándole la entrepierna—. Y luego vuelva aquí… Debo hablar con usted.

   Los más jóvenes obedecieron sin ninguna replica. Kuno se limpió a medias con sus propias ropas antes de subir en estampida hacia su recamara. Tenía unas ganas increíbles de que la tierra se lo tragase y de esa forma no tener que darle la cara a su papá, luego.

   De su parte Xilon también salió del reciento a buscar alivio en un sitio más privado. No podía creer lo que había dicho y la forma como ese crio le hacía perder la cabeza de semejante manera. Al rato regresó, y justo como había prometido,  Benjamín se encontraba esperándolo en aquella habitación. Cuando Xilon entró, el doncel midiano miraba el retrato del fallecido monarca de Jaen con una mirada tan intensa que parecía atravesar la tela de aquel lienzo.

   —Disculpe… Majestad… sobre lo que acaba de pasar…—Xilon intentó romper la tensión con una disculpa, sin embargo, como respuesta, la mano de Benjamín se alzó silente y sus ojos concentrados en el retrato giraron lentamente hasta caer sobre él.

   —Te queda prohibido volver a ver a mi hijo antes de la boda, Xilon… Apenas despunte el alba me lo llevo para Midas.

   —Majestad… escuche…

   —¡No soy un mojigato, muchacho! —Con un rodeo Benjamín se abrió paso entre los visillos y salió al balcón de aquella terraza. Xilon lo siguió—. Pero no quiero que Kuno sea de nuevo la comidilla de la corte —explicó ya más sereno—. Si durante años tú y él se dedicaron a follar como conejos en el monte, no tengo problemas al respecto teniendo en cuenta que vas a desposarlo. Pero la corte de Midas no es tan comprensiva como yo. Kuno ya ha padecido demasiado con esos rumores sobre él y Vladimir —Xilon asintió—. Así que no quiero ver su nombre envuelto de nuevo en escándalos.

   —Comprendo, majestad… Se hará como usted desee.

   —¡Por supuesto que se hará como yo deseo! —Los ojos de Benjamín brillaron con intensidad contra la noche y sus cabellos se revolvieron ante el ataque de la brisa marina —. Es por eso que no es por ello que lo he citado aquí, Xilon. Es sobre otra cosa que quiero hablarle.

   Xilon asintió, intuyendo de que podía tratarse. No se equivocó.

   —Yo se que Ariel es hijo de Ezequiel —soltó Benjamín. Y aquellas palabas tuvieron  sobre su acompañante el efecto de una flecha envenenada.

   —Ariel es mi hijo —respondió este con la mandíbula crispada de la ira—. Tal vez no fue mi simiente la que lo engendró ni le dio la vida pero fueron mis brazos los que lo alzaron cuando mi papá murió y mi padre lo rechazó. ¡¿Dónde estaba Ezequiel Vilkas el día en qué mi papá murió?! ¡¿Dónde estuvo todos esos años en que yo defendía a mi hermano a capa y espada?! ¡¿Todos esos años en qué rogaba a las diosas porque al despertar mi padre no hubiera lanzado a mi hermano por el acantilado?! ¡¿Dónde estuvo todas esas noches en las que no dormía pensando si al despertar, los asesinos a sueldo del reino no habrían entrado a matar a Ariel por ordenes de mi padre?! ¡¿Dónde estuvo su marido todo ese tiempo, Majestad?! ¡¿Donde?! —Al término de aquello los ojos de Xilon habían quedado húmedos por las lágrimas y su aliento saltaba en su pecho. Benjamín estiró su mano y le acarició el rostro con dulzura, sus ojos también estaban húmedos.

   —Tu también has sido una víctima más de todo esto… ¿Verdad, muchacho? —No era aquello una pregunta—. Pero no has sido la única víctima  —apuntó dejando las lagrimas salir por completo—. El niño que murió en mi vientre… ese que nunca vio la luz del día también fue una víctima. Y es hora de que reclame su justa venganza.

   —Mi papá también fue una víctima —reclamó Xilon.

   —Pues yo no le veo así —replicó Benjamín mirando hacia el faro—. Sin embargo entiendo que defiendas al hombre que te dio la vida… Además, ya está muerto… Una muerte que Ezequiel lamentó más que la de su propio hijo. Recuerdo que estábamos en Kazharia para el día que murió Lyon; cuando volvimos y nos enteramos de su muerte, Ezequiel no tuvo reparos en llorarlo como si hubiese sido su verdadero esposo.

   —¿Cómo? ¿Qué es lo que ha dicho, majestad? —Los ojos de Xilon se abrieron de par en par. No podía creer lo que estaba escuchando.

   —Dije que a mi marido le importó más la muerte de tu papá que la…

   —No, eso no —Xilon lo interrumpió con toda la cortesía que le permitieron sus nervios—. Hablo de estar en Kazharia el día de la muerte de mi papá. ¿Está seguro de eso?

   —Por supuesto —respondió Benjamín mirando a Xilon con ojos estrechos—. El día de la muerte de Lyon siempre ha coincidido con el natalicio del rey consorte de Kazharia. Ese año estábamos en los banquetes que se celebraron en su honor.

   —¿Y está seguro que Ezequiel estuvo en Kazharia durante todo ese día?

   —Si, estoy seguro. Recuerdo que durante el día estuvimos debatiendo el ceder o no unas tierras fronterizas en la península, y en la noche, Ezequiel estuvo a mi lado todo el tiempo. Ese día estaba muy feliz porque le había contado que tendríamos otro hijo y él no dejó de bailar conmigo todo el rato… Fue la última vez que bailamos.

   Con un suspiro, Benjamín dejó escapar la nostalgia de sus palabras. El mar recogió el eco de su voz y Xilon pasmado a su lado se perdió como un niño en la incertidumbre. Si Ezequiel Vilkas se encontraba en Kazharia el día en que su papá Lyon había fallecido, entonces ¿Quién había sido el hombre con el que lo había visto conversando horas antes de su muerte?  ¿Quién era el hombre que había visto junto a él aquella mañana? ¿El hombre que le había besado y dejado tirado en el suelo? ¿El hombre por el que se había suicidado?

   Durante años Xilon había estado seguro que el hombre con el que se había reunido su papá aquel día era su amante, Ezequiel Vilkas… Ahora sabía que no era así.

 

 

 

   El reino de Earth lucia muy cambiado luego de tantos años de ausencia, pensaba aquel hombre mientras recorría, cobijado bajo su capucha, las callejuelas de aquella aldea. El mercado popular no se hallaba ya en el lugar donde lo había visto por última vez, ahora estaba más cerca del palacio, el cual, se podía vislumbrar, soberbio y apabullante, en lo alto de la meseta. Con una sonrisa recordó los años en los que había estado dentro de él tratando en vano curar a los antiguos reyes, esos pobres infelices que murieron bajo el poder de aquella terrible maldición.

   Un corrillo de niños que correteaban una gallina casi lo tropezaron, y el hombre encapuchado tuvo que esquivarlos apresuradamente para no caer. Habían sido demasiados años en la oscuridad, pensó al sentir aun el entumecimiento de su cuerpo, la extraña sensación de libertad y de vida. La brisa fresca y traviesa volvía a enredarse entre su cuerpo recordándole épocas que parecían tan lejanas, mientras su mente volvía a recuperar todos los recuerdos perdidos por las sombras.

   Pensaba en esto cuando vio por fin el sitio que buscaba. El local estaba casi vacío a aquellas horas de la tarde y solo unas pocas personas pululaban a derredor. El sujeto se acercó todo lo que pudo a una estantería algo desvencijada y un varón gordo y maltrecho le salió al paso.

   —¿Qué pudo hacer por usted buen hombre? —preguntó con una sonrisa bonachona mientras se rascaba la gorda barriga. El sujeto de la capucha esperó a que los otros clientes salieran, y entonces, rebuscando algo entre sus ropas, sacó un pequeño paño que colocó sobre la palma de su mano.

   El dueño del lugar miraba atento hasta que el paño fue desdoblado y una pequeña piedrecita insignificante quedó a su vista.

   —¿Una amatista? —preguntó alzando una ceja. —¿Quiere venderme esto?

   —No. —La voz del sujeto encapuchado se dejó oír por primera vez; era suave como el canto de un ruiseñor, y tenía un acento extranjero que parecía dirgano—. Solo quiero que haga una réplica exacta —pidió sacando también de su túnica unas monedas de plata—. Pagaré muy bien por ello.

   —¿Pagará tanto dinero por algo tan insulso como una amatista? —preguntó el joyero incrédulo—. Si desea yo puedo mostrarle joyas mucho más valiosas que tengo a la venta —ofreció. Pero el otro sujeto negó con la cabeza.

   —Quiero tenerla en cuatro días —anotó, ahora en un tono frio que estremeció al sujeto rechoncho—. La necesito pronto.

   —En ese caso deberá dejármela —replicó el artesano—. Ya sabe, para no perder ningún detalle—.

   El sujeto frente a él negó de inmediato con la cabeza.

   —Es imposible, no puedo dejársela —replicó—. ¿Existe otra opción?

   El hombrecillo gordo se encogió de hombres.

   —Si me permite puedo hacer un dibujo. No hay nada que quede grande al mejor orfebre de Midas —dijo regodeándose mientras inflaba el pecho como una paloma—. ¿Me permite?

   El sujeto de la capucha pareció pensárselo, pero finalmente aceptó. Igual, era mejor correr el riesgo a tener una réplica mal hecha. De esta forma abandonó el local con la promesa de volver en cuatro días por su pedido. Al salir del recinto, la brisa fuerte que empezaba a ondear con la llegada de la noche, hizo caer su capucha haciendo que sus cabellos de plata brillaran con el fuego de los hachones que los aldeanos empezaban a encender por las callejuelas. De un solo movimiento el hombre la volvió a colocar y escurriéndose entre la gente se perdió entre las calles en penumbras.

   No se preocupó por aquel pequeño impase. Estaba seguro que habían pasado demasiados años para que alguien lo reconociera, en especial, aquellos aldeanos que nunca lo habían visto. Habían pasado demasiados años, pensó. Demasiados años en que ningún reino de Earth había vuelto a contemplar la esplendorosa figura de Lyon Tylenus. Porque justamente era él el hombre encapuchado que deambulaba por Earth... Lyon Tylenus, que había regresado de la muerte.

  

   

Continuara…

 


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