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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capitulo 19

Presagios

   Al décimo intento iba a darse por vencido. Estaba más inseguro que nunca con respecto a su poder de levitación, y el estar siendo entrenado por ese hombre tan extraño y hábil lo ponía más nervioso aun.

   —¿Por qué le tienes tanto miedo a tu poder?

   Kuno frunció el seño ante esa pregunta y miró de nuevo a Divan quien lo escrutaba con rostro casi divertido.

   —No le tengo miedo —trató de replicar no muy convencido—. Es solo que… no puedo concentrarme —explicó.

   —Mentiroso —Divan se acercó unos pasos a él, disimulando una sonrisa traviesa—.Sí le temes a la levitación, niño —aseguró con descaro—. Y yo te voy a explicar  por qué.

   De inmediato, Kuno se tensó, cruzó los brazos sobre su pecho en actitud falsamente enojada y esperó la explicación que le daría aquel hombre.

   Kuno, furioso por no poder ver a su papá moribundo, había salido a practicar con su espada aquella mañana, rememorando las épocas en las que entrenaba con Vladimir en aquella abadía donde había sido exiliado. Su hermano le había enseñado a usar toda clase de armas, y Kuno había adquirido destrezas sobresalientes en algunas. Sin embargo, Vladimir nunca había logrado que su hermano superase su miedo a levitar.

   Pero ahora ese hombre parecía conocer perfectamente la base de todos sus miedos, cómo si pudiese leer en su mente. Como si estuviese acostumbrado a enseñar más que simples movimientos o posturas de defensa. Como si hubiese entrenado a alguien temeroso y frágil en el pasado.

   Divan comenzó a rodearlo, hablándole con voz suave pero increíblemente autoritaria y segura. Desde que había visto a ese chico practicando con la espada en los patios de armas, su sutileza y su gracia le habían recordado al instante las épocas en las que entrenaba a Henry en Earth. Y por ello no había podido evitar acercársele y recordar viejos tiempos enseñándole algunos trucos a ese niño.

   —La levitación es un arte complejo —decía con sus manos entrelazadas detrás de su espalda—. Se necesita de un fuerte equilibrio entre la mente y el cuerpo para dominarla a la perfección —acotó.

   —Y supongo que yo no tengo ese “equilibrio” —replicó Kuno refunfuñando. Maldita la hora en que le había contado a Divan que su poder era levitar y que no le gustaba practicarlo.

   El antiguo regente Earthiano sonrió.

   —Obviamente no —anotó degustando con su mirada la cara indignada que se le formaba a Kuno—.Tu balanza interna está muy averiada, muchacho.

   —¡¿Pero qué dice?! —Kuno se turbó. Su rostro se puso colorado como un trozo de salmón mientras bajaba la cabeza. No era posible que un desconocido lo estuviera analizando de esa forma tan veraz.

   Divan se explicó.

   —Hablo de que al separarte de la tierra pierdes por completo tu seguridad —dijo con más suavidad—.El sentirte inestable te produce una ansiedad terrible. El pisar tierra firme te brinda estabilidad y confianza. Cuando estás en el aire la sensación desaparece y empieza a liberarse la angustia.

   Kuno no replicó nada. Y es que… ¿Qué podía contestar? Ese sujeto le había descrito a la perfección lo que sentía cuando intentaba levitar. La única vez que lo había conseguido, y solo a medias, había sido justamente el día que espió la conversación entre ese hombre y Henry. Y solo lo logró porque se aferró con fuerza a los calados del ventanal y se apoyó en la cornisa. De lo contario, Kuno estaba seguro de que jamás hubiera podido mantenerse en el aire por más de cuatro segundos.

   Era un cobarde de lo más de patético, pensó. Quizás era por eso que Xilon nunca se había fijado en él. Para su prometido él no sería nunca nada más que un compromiso y un buen cuerpo en el cual descargar sus penas y sus rencores.

   “Cuídate” era todo lo que le había dicho tras su partida de Jaen. “Cuidatehasta que nos volvamos a ver”. Nada más.

   —Entonces…¿Tengo o no tengo razón?—interrogó de nuevo Divan sacando a Kuno de sus abrumadoras cavilaciones.

   —Tiene razón —respondió el chico en voz baja levantando de nuevo la cabeza—. Toda la razón —aceptó.

   Divan sonrió recordando a Henry de nuevo. Cuanto se parecían.

   —Perfecto —dijo conservando la sonrisa—. Has dado el primer paso que es aceptar que tienes miedo. Pero ahora debes ir más allá. Debes saber a qué es a lo que temes y creo que la respuesta está en hacerte una pregunta mucho más sencilla.

   —¿Cuál pregunta? —susurró Kuno mirando a Divan fijamente.

   El hombre se tornó serio de repente pero no desvió la mirada del príncipe.

   —¿Por qué cortaste tus cabellos? —le preguntó tocando con su espada los mechones cortos de Kuno—. ¿Por qué hacer algo que significa casi renunciar a la naturaleza de doncel?

   Kuno bajó la cabeza de nuevo y se quedó observando fijamente un punto insignificante del suelo. Después colocó sus manos sobre la empuñadura de su espada y respondió casi en susurró.

   —Odio ser doncel.

   —¿Qué has dicho? —Divan le alzó el rostro con la punta de su espada obligando a repetir sus últimas palabras—. ¡Habla! —exigió.

   —¡Que odio ser doncel! —gritó Kuno, esta vez con un sollozante jadeo.

   Divan suspiró.

   —¿Esa es la razón por la que has cortado tus cabellos? —preguntó con desdén y el príncipe asintió.—En ese caso eres un tonto —masculló retirando su espada del mentón de Kuno. Este lo miró aturdido.

   —¿Eh?

   —Ser doncel no es el problema, chico —Divan alzó la vista para ver la bandada de pájaros que volaba sobre ese cielo azul de medio día sobre el que se hallaban—. El problema es ser débil —aseguró.

   —¿Y es que acaso no es lo mismo? —replicó Kuno sin querer perder aquel debate—. ¡Soy débil porque soy doncel!

   —No… Eres débil porque eres tonto.

   Kuno abrió su boca intentando decir algo, pero las palabras no salían de su garganta. Sendas lágrimas bajaban de sus ojos mientras todo su cuerpo empezaba a temblar.

    —¿Crees que Henry lucía muy débil después de herir mortalmente a esos pretendientes que le acosaban? —continuó azuzándolo Divan—. ¿Crees que tu papá parecía indefenso el día en que nos conocimos, cuando creó esa poderosa barrera mágica para protegerte a ti y a su persona?

   —No sé. Yo… yo, solo.

   —¡Vamos contesta! —se ofuscó Divan—. Eres tonto, chico. Y eres débil —le arrojó sin compasión.

   Con un horrible nudo en la garganta y sin argumentos con los cuales defenderse, Kuno tiró su espada y corrió lejos de allí. Durante su huida, el príncipe tropezó con Henry quien venía en dirección contraria con miras hacia los jardines. Del impacto, casi se caen los dos. Sin embargo, Henry logró conservar el equilibrio y sujetar a kuno, viendo de inmediato como el muchacho temblaba y sollozaba desconsolado.

   —¡Por las diosas, Kuno! ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? ¿Qué te ha sucedido? —preguntó el rey Earthiano tomándolo al príncipe de los hombros. Kuno se debatió bajando su rostro.

   —¡¿Por qué no puedo ser como tú?! —susurró.

   —¿Que? —inquirió confundido Henry.

   —¡¿Por qué no puedo ser como tú?! —exclamó Kuno, y liberándose del amarre de Henry se echó a correr de nuevo en dirección a la mansión central.

   Henry lo soltó, extrañándose mucho por aquella pregunta. Por un momento pensó en devolverse y seguirlo pero enseguida reflexionó pensando que por el momento lo mejor sería dejarlo a solas.

   Entonces, siguió su camino en busca de lo que buscaba, y atravesando los jardines lo encontró. Divan se acercaba en su dirección y arrugó el ceño nada más ver a su pupilo.

   Henry se detuvo, confrontándolo otra vez.

   —Divan… Tenemos que hablar.

   —Pues ya iba siendo hora.

   Después de su primera platica de aquella tarde, y por culpa de todo lo recién acontecido con Benajmín, Henry no había encontrado ocasión para hablar con Divan. O mejor dicho, lo había estado evitando.

   Henry no quería tener esa conversación que él y Divan debían tener, y no quería hablar de ese sentimiento que por años le había guardado a su tutor. Sin embargo, había llegado el momento de hacerlo. Henry necesitaba aclarar una duda que le carcomía el pecho y no podía perder más tiempo. Era hora de tomar decisiones.

   De esta forma avanzaron ambos hacia lo jardines, internándose a solas por el callejoncito que llevaba hacia el pequeño lago del palacio. Cruzaron el puentecillo y llegaron hasta los pies de un arcano muy alto y viejo. Allí hicieron una pausa.

   —Divan, se que estás molesto —habló Henry recostándose sobre el árbol.

   —No estoy molesto, Henry —replicó Divan—. Pero me has decepcionado. ¡¿En qué rayos pensabas al exponerte así ante esos pretendientes?! ¡¿Te sentías más vivo, más libre?!

   —¡Me acordaba de ti! —Henry apartó la vista de Divan concentrándose en un conejito que pasó de repente olisqueando unas flores para luego perderse entre los arbustos. Divan miró a su rey por unos instantes para luego suspirar pesadamente.

   —¿Me odias por no haberme despedido de ti? —preguntó a pesar de saber la respuesta—. Eso es una tontería, Henry Vranjes.

   —¡No es una tontería! —los ojos del doncel brillaban con rabia. Su pecho se empezó a convulsionar como si luchara fuertemente contra las ganas de llorar—. Estuviste a mi lado por muhos años —anotó a continuación, más tranquilo—. Pensé que en ese tiempo habías llegado a sentir algo por mí.

   Divan avanzó varios pasos, su cuerpo se inclinó levemente hacia Henry apoyando su mano diestra sobre el árbol, justo al lado de la cabeza del doncel.

   —¿Sentir algo cómo qué? —inquirió en un susurró sonriendo ante el sonrojo que inundó las mejillas de su pupilo. Sin embargo, Henry logró vencer la vergüenza y sus ojos confrontaron a los de Divan.

   —Amor… ¿Quizás? —preguntó temblando ligeramente—. Te amo, Divan. Desde que era casi un niño.

   Hubo un momento de silencio. Henry sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, mientras Divan solo acertaba en mirar a su antiguo pupilo de forma intensa e inescrutable.

   De repente, Divan cambió su postura acariciando una de las sonrosadas mejillas de Henry para luego, tranquilo y confiado, sonreírle con dulzura.

   —Cuánto tardaste en decir esas palabras, Henry. Y ahora que las dice ya solo son una mentira.

   —No, no son una mentira —Henry replicó. Necesitaba creer que aquellas palabras seguían siendo verdad. Que su amor por Divan seguía intacto en su corazón, que seguía allí, esperándolo.

   —¿Y qué pasará entonces con tu promesa? ¿Acaso la has olvidado? ¿Has olvidado tu compromiso con Shion?

   —¡Ya no quiero ser mas el tesoro de Shion! —Hasta él mismo se asombró de lo que acababa de decir. Ni en sus sueños más osados había siquiera pensado en pronunciar semejante herejía. Pero repentinamente era así cómo se sentía, y ya no quería reprimirlo más.

   Divan lo miró con seriedad.            

   —Ya no quiero ser más el tesoro de Shion —repitió Henry, y una lágrima corrió por su ahora pálida mejilla—. Yo solo quiero ser Henry Vranjes, Henry Vranjes y nada más —suplicó.

   —El tesoro de Shion y Henry Vranjes son la misma persona —señaló Divan mirándolo con dureza—. Quizás ambos se odien pero no pueden estar separados. Son prácticamente una quimera.

   Henry jadeó ante las palabras de Divan. Por más que quisiera replicarlas no podía, porque esas palabras eran tan ciertas como la brisa que los envolvía en aquel momento. Había pensado en volver a Earth junto a Divan y convencerlo de quedarse junto a él, gobernando ambos en un compromiso de amor y castidad.

   Pero ahora Henry sabía que eso no podía ser. Necesitaba a Divan por completo. Tenerlo de la misma forma en la que había tenido a Milán. Esa era la única forma de olvidar ese loco apasionamiento hacia Milán Vilkas, y la única forma de dejar de ser el tesoro de Shion. De Shion, su dueña. La diosa que le había mentido.  

   Alzó sus brazos y no dudó más. Besó a Divan con apremio, casi mordiéndole la boca. Divan se separó por pocos instantes y miró a Henry directo a los ojos. Por un momento Henry llegó a pensar que el varón lo rechazaría pero no fue así. Divan volvió a tomar la boca del doncel y a responder a aquel beso con toda la pasión de su sangre.

   Minutos después de iniciada la caricia, las capas de ambos cayeron sobre las hojas secas que el otoño empezaba a tumbar de los árboles. Divan delineó suavemente con su dedo el cuello desnudo de Henry, tras abrirle un poco la guerrera, y sus labios se deslizaron sobre el mentón del doncel.

   Henry jadeó ante la caricia y todo su cuerpo se tensó, excitado. Por un momento llegó a confundir esa pasión con el antiguo amor que había sentido hacia Divan. Llegó a alegrarse sinceramente al creer que ese sentimiento aun estaba vivo, pero fue justamente en ese momento que Henry las recordó.

   Repentinamente, Henry abrió sus ojos. Era como si su mente le hubiese pedido buscar algo en medio de la vegetación, haciendo que sus ojos recorrieran el lugar, y que luego de unos instantes éstos las encontrara apartadas en aquel rincón.

   Eran sus rosas negras. Estaban allí casi frente a él. Casi marchitas, algunas ya muertas.

   “Cuando terminé de plantarlas me paré de la tierra removida y me vi todo sucio, con la ropa vuelta nada, y entonces me dije: ¡Rayos, Milán! ¡Mírate! Estás cultivando rosas .Tú, un experto en combate y armas. Entonces lo supe, lo reconocí. Te amaba”

   La confesión que le había hecho Milán hacía días atrás llegó por fin al corazón de Henry y le tocó las puertas.

   Finalmente Henry decidió abrírselas.

   —¡Detente! —dijo entonces apartando a Divan.

   Divan se apartó sin miramientos observando como Henry avanzaba hasta ese rosal tomando una rosa marchita que se hizo añicos entre sus manos.  

   —¿Qué pasa? —le preguntó con suavidad.

   —Tienes razón —respondió Henry, dejando que los pétalos marchitos se escurrieran entre sus dedos—. Mi amor por ti ha muerto, Divan —aseguró mirando a su antiguo tutor a los ojos—. Amo a alguien más ahora. Y esta vez no dejaré que ese amor muera.

   Y de esta forma Henry avanzó recogiendo su capa, volviendo sobre sus pasos hasta salir de aquel jardín y regresar a la mansión central.

   Divan dio un suspiro al verlo partir. Tal vez estaba consintiendo una locura pero era la primera vez que veía a Henry confesar sus sentimientos con seguridad. Con una sonrisa en los labios recogió su capa y marchó tras los pasos de su pupilo. Había sido muy raro haber besado de esa forma a alguien que era casi un hijo para él y una sensación muy extraña lo invadía.

   Divan siempre había querido a Henry como a un hijo, y quizás ese sentimiento era el que le había salvado de enloquecer de amor como uno más de esos locos pretendientes que acosaban a su pupilo. Sin embargo, él estaba seguro que de ser necesario haría lo que fuese por Henry. Cualquier cosa que éste le pidiera, aunque fuese incluso algo que estuviera en contra de sus propios sentimientos.

   Durante todos los años que había estado en Earth, Divan se había dado cuenta de que Henry empezaba a albergar sentimientos hacia él, sentimientos que eran imposibles y prohibidos. Por eso se había apartado, aprovechando que el chico nunca se había atrevido a declarársele.

   Ahora era distinto. Lo que él no había logrado en más de diez años, Milán Vilkas lo había logrado en pocas semanas. Henry había aceptado que amaba a ese hombre y que en esta ocasión no quería perder ese amor.

   Shion podía fulminarlo allí mismo, pensó Divan, pero él realmente deseaba que Henry y Milán Vilkas pudiesen ser felices. Había estudiado a ese hombre y se había dado cuenta que realmente amaba a Henry.

 

 

 

   Henry ya casi llegaba a la mansión central cuando un sonido de caballería detuvo sus pasos. Intrigado por la posible llegada de alguien importante decidió subir a las almenas de su torreón y observar desde allí. Desde lo alto pudo contemplar que se trataba de Ezequiel Vilkas y Vladimir regresando a palacio, aunque luego, detrás de ellos, pudo notar que le seguían unos portaestandartes con los blasones de Jaen.

   —¡Por las diosas! A Kuno le dará un ataque —susurró al ver que Xilon avanzaba bajo el rastrillo de muralla frontal. Detrás de él, un grupo pequeño de lo que parecían ser donceles, cerraba el desfile, y en el centro de aquella pequeña comitiva, un muchacho vestido de negro luchaba contra el viento que le alborotaba una larga y brillante cabellera platinada.

   A pesar de la distancia, Henry pudo notar que el chico era casi un niño. Sus delicadas facciones tenían un cariz infantil y su cuerpo menudo lucía aun en desarrollo. En ese momento no pudo recordar pero tenía la leve impresión de haber visto a ese muchacho antes.

   —Vaya, vaya. Veo que pronto dejaremos de ser los únicos invitados aquí —. La voz de Divan a sus espaldas, hizo que Henry diera un respingo. No se había dado cuenta que su tutor le había seguido, pudiendo observar también la llegada de los Jaenianos.

   —¿Sabes quién es el chico de los cabellos plateados? —le preguntó entonces en un tono tan casual que nadie hubiese pensado que le había comido la boca minutos antes.

   Divan asintió divertido.

   —Es Ariel Tylenus —contestó—, el hermano menor de Xilon.

   —¿Ariel Tylenus? —Algo muy molesto se revolvió en el estomago de Henry. Ariel Tylenus. Si, lo recordaba muy bien. Así que ese niño era el acosador numero uno de Milán. Claro, ahora recordaba que ese chico era el mismo que había visto en la fiesta de natalicio de Milán y el que tan atrevidamente le había apartado de la compañía de éste. En aquella ocasión no le había prestado mucha atención pues en realidad no le interesaba. Pero ahora la cosa era distinta. ¿Qué rayos hacia ese mocoso allí? Debía descubrirlo y pronto.

   —Voy a bajar. Quiero verlos en persona —informó. Pero Divan lo retuvo de un brazo impidiéndole la marcha.

   —No, Henry. Tú y yo tenemos una conversación pendiente.

   —Si, ya lo sé —Henry dio un suspiro al pensar en ello—. La amatista —susurró a pesar de que los guardias más próximos a ellos se hallaban a casi diez metros de distancia—. He estado pensando en ello pero aun no se me ocurre nada. Y mientras tenga este talismán en la muñeca… —lo señaló—. Milán dice que ya no afecta mis poderes pero yo siento que sí me desconecta un poco de mi vínculo mágico con la amatista. Por eso no sentí cuando la robaron, por eso no sé donde pueda estar.

   —En ese caso tendremos que empezar buscando pistas en el templo de Shion. Allí fue donde la robaron —recalcó Divan.

   Henry se llevó las manos a la cabeza y dio varios pasos a derredor. Se suponía que solo él y Divan sabían de la existencia de esa piedra y por lo tanto no sabía cómo rayos había sido robada.

   —No debí dejarla en ese templo —se arrepintió recostándose contra un muro de la torre—. Debí tenerla junto a mí, tal como hacían mis padres. Pero yo… yo no la quería cerca… no la soportaba cerca.

   —Si, tranquilo. Ya lo sé —Divan se acercó a él y lo abrazó. Henry aceptó su abrazo, tan cálido y seguro como el de un padre. Cuanto habían cambiado sus sentimientos hacía su tutor.

   —Divan…¿Sabía alguien más acerca de la amatista de plata? —preguntó entonces mirando a Divan a los ojos. No desconfiaba de él, en lo absoluto, pero tenía miedo que por algún error o algo así, Divan le hubiese contado a alguien algo referente a la piedra.

   Divan lo miró adusto y finalmente asintió. Henry se puso pálido.

   —No sé como lo hizo, Henry. Pero Vatir, tu primer ministro, sabía sobre la joya.

   —¿Que? —La palidez de Henry se asentó. Ahora necesitó sentarse sobre la almena. Divan le acompañó y le obligó a escucharle con atención.

   —Antes de venir a buscarte pasé por Earth para tranquilizar a los concejeros y esas cosas. Vatir no estaba en palacio y un presentimiento me hizo ir al templo —Henry no espabilaba, aturdido por la tensión—. Encontré a Vatir muerto en el templo, Henry. Lo habían asesinado. Y la joya ya no estaba.

   Del shock, Henry no podía decir nada. Se llevó las manos a la cabeza tratando de encontrarle sentido a algo pero nada parecía tener lógica.

   —Pero… ¿Cómo se enteró Vatir de la existencia de la amatista? —preguntó confundido—. Yo nunca he hablado con mis concejeros sobre la joya. ¡Nunca!

   —En ese caso yo tampoco sé cómo se enteró —anotó Divan—. Se suponía que solo tú y yo sabíamos al respecto. Antes de eso solo conocieron el secreto tus padres… ellos y… y otra persona.

   —¿Qué persona? —El ceño de Henry se frunció, severo.

   —Lyon Tylenus —respondió Divan. Su expresión se oscureció.

   —Lyon Tylenus ¿El papá de Xilon y ese chico, el tal Ariel? —preguntó Henry.

   Divan asintió con la cabeza.

— Lyon Tylenus fue médico de cabecera de tus padres. El conoció el secreto, puesto que de no decírsele la verdad él jamás hubiera podido mantener a tus padres con vida durante más de cinco años.

   Era cierto. Henry no lo había tenido en cuenta pero ese hombre había sido el facultativo de sus papás debido a su prestigio como el mejor sanador de los cinco reinos en la época en que sus padres vivían. Sin embargo, Lyon había muerto en el parto de su hijo menor, según le habían contado, y eso evitó que continuara su labor. Henry se preguntó si quizás ese hombre hubiese podido salvarlos.

   —Pero ese hombre también está muerto —reflexionó Henry luego de una breve pausa.

   —Y Vatir también —agregó Divan—. Al parecer antes de morir envió a un esclavo que me contactó en Dirgania y me habló sobre tu rapto. Estoy seguro que el maldito de Vatir pensaba recibirme sentado en tu trono —refunfuñó.

   —Pero… entonces —Una idea horrible cruzó por la mente de Henry—. ¿Tendría Vatir algún cómplice que le traicionaría a última hora? —especuló mientras veía a los recién llegados empezar a desmontar de sus corceles—. Eso podría ser una posibilidad.

   Divan negó con la cabeza.

   —Esa rata mañosa de Vatir no confiaba ni en su sombra. No creo que hubiera tenido aliados en esto. Ni siquiera permitió que la guardia lo acompañara hasta el templo. Lo escoltaron hasta un trayecto del camino y luego los hizo volver. El mismo jefe de la guardia me lo contó.

   Aquello fue un punto nuevo de meditación para Henry. Aquella duda que había estado teniendo desde el colapso de Benjamín Vilkas se volvió casi una certidumbre y era mejor consultarla con Divan.

   —Divan… —sus ojos se volvieron hacia las caballerizas donde Henry vio como Vladimir se acercaba hasta ese chico, Ariel Tylenus, y le bajaba suavemente de su corcel.

   Su tutor lo miró fijamente.

   —¿Qué sucede?

   —Divan, a pesar de que este talismán ha reducido un poco mi conexión mística con la amatista, he sentido recientemente su poder.

   Los ojos de Divan se abrieron tan grandes eran.

   —¿Cómo? Pero… ¿Por qué no me habías dicho nada? Es más, me acabas de decir justo lo contrario —se alteró el hombre.

   Henry negó con la cabeza.

   —No te he mentido. No puedo rastrear la piedra —aseguró—. Pero su poder sí que lo he sentido muy cerca… Aquí, en este palacio. Justo en esta torre. Benjamín Vilkas. Divan… Creo que Benjamín Vilkas usó la amatista de plata.

   —¡¿Qué?!

   —Al principio pensé que solo era víctima del ladrón de la joya, quien podría estar usando la piedra en su contra —Henry se puso de pie viendo como la gente de abajo empezaba a desplazarse hacia la mansión central. Pero ahora… después de las cosas que me has contado tengo mis dudas y creo que fue él, creo que fue Benjamín Vilkas quien robó la joya… y alguien más le ayudó —remató mirando la figura de Xilon quien caminaba al lado de Ezequiel.

   Divan jadeó impresionado, pero en ese momento empezaron a sonar las trompetas anunciando la llegada del rey. Tenían que bajar.

   —Por cierto —dijo Henry antes de comenzar a caminar hacia las escaleras de acceso a la torre—. Le he contado a Milán sobre mis dudas y ahora él también lo sabe todo.

   —¿En serio? —Más que un reproche, aquello fue una pregunta. Divan quedó atónito ante la sonrisa y el asentimiento de Henry confirmándole lo dicho sin ningún temor.

   Ahora no le quedaba duda de que Henry confiaba en Milán Vilkas y que su pupilo le amaba.

   —¿No me vas a reñir? —preguntó Henry dispuesto a defender su acción. Pero Divan solo le obsequió una sonrisa.

   —Milán Vilkas te ama, hijo —dijo usando aquel calificativo tan intimo—. Tal vez yo esté siendo más tonto que tu, pero también confío en él. Además, su papá está muriendo por culpa de esa joya y él tiene derecho a saberlo.

   —Fue lo que yo pensé —dijo Henry—. Además, Milán escuchó toda nuestra conversación el día que llegaste y vio mi reacción. Es un sujeto muy perspicaz. Sin duda empezaría a atar cabos. Y si queremos recuperar la joya tendremos que confiar en algunas personas y colaborar en todo lo que esté a nuestro alcance para que Benjamín Vilkas sobreviva y diga la verdad.    

   Divan estuvo de acuerdo y con estos pensamientos ambos hombres bajaron a recibir a los reyes y a sus acompañantes.

   Una vez se halló dentro del salón principal del concejo, Henry comenzó a rodar sus ojos por todas las direcciones en busca de Milán. Sin embargo, no había ni rastro de él. Henry llevaba varias horas sin verle y por alguna extraña razón eso le empezaba a preocupar.

    Pocos minutos después de su entrada el grupo de recién llegados penetró al amplio salón. Ezequiel ni siquiera se molesto en hablar con sus concejeros y haciendo gala de una grosería casi incompatible con él, pasó por encima de sus invitados sin notar siquiera la presencia de Divan quien en ese momento se hallaba junto a Henry.

   Sin embargo, Divan si que reparó en él. El eatrhiano observó al rey con descaro desde el instante mismo en que éste ingresó al recinto y no dejó de verlo hasta que desapareció por una puerta lateral.

    << Por fin te conozco Ezequiel Vilkas. Parece que estaba en nuestro destino tener que encontrarnos alguna vez >>  pensó sin ocultar una retorcida sonrisa.

   Henry a su lado no notó nada.                     

 

 

 

   Ezequiel atravesó rápidamente los pasillos que lo separaban de la habitación de Benjamín. El mensaje que le había enviado Milán con uno de los esclavos había sido muy escueto, dejándolo más confundido que informado.

   ¿Qué podía estar ocurriendo con Benjamín? Cuando se despidieron en Jaen, Ezequiel recordaba haberlo dejado rebosante de salud, y de energías. La última noche antes de separarse habían intimado en Jaen, y Benjamín se había mostrado tan fogoso como siempre, un poco más incluso.

   Pensando en ello, Ezequiel llegó finalmente a las puertas de la recamara de su esposo y con un ligero temblor de su mano empujó una de ellas. Lo primero que lo golpeó al entrar fue toda una orgia de aromas medicinales que parecían danzar por toda la habitación. El humo que flotaba en el aire daba un aspecto místico y casi reverencial a la silueta menuda que reposaba sobre el colchón.

   Con piernas temblorosas, Ezequiel se acercó tímidamente hasta el baldaquín, apartando un poco el mosquitero, para luego, delicadamente, acomodarse al lado de Benjamín.

   Desde allí lo miró con detenimiento y el corazón se le oprimió en el pecho. La palidez de su esposo era digna de personas que ya descansaban en la paz de las diosas. ¡Y por Johary que él no quería eso aun para Benjamín!

   —Majestad, no sabía que estaba aquí. Lo lamento —. La voz suave y respetuosa de Vincent no sorprendió a Ezequiel. Ya Milán le había puesto en sobre aviso acerca de la presencia del joven médico en palacio, y Ezequiel no podía estar más de acuerdo. Sabía que a pesar de su juventud, Vincent era el mejor sanador de Midas.

   —No te preocupes, Vincent —los ojos de Ezequiel se posaron en el facultativo, inquietos—. Ahora solo quiero que me digas qué es lo que pasa con mi esposo.

   ¿Qué pasaba con Benjamín Vilkas? Esa era una excelente pregunta, pensó Vincent al instante. A él tan bien le encantaría saber la respuesta ya que llevaba días preguntándose lo mismo.

   A pesar de sus arduos conocimientos, Vincent aun no sabía qué rayos estaba sucediendo exactamente con su paciente, y era por ello que esperaba la llegada de Ariel para que le ayudase.

   —Aun no tengo claro  que está sucediendo aquí —respondió entonces acercándose al lecho para depositar en él unos cuarzos cargados con bioenergía—. Solo se trata de un efecto mágico muy poderoso y desconocido… Por lo menos para mí.

   —¿Mágia?  —Las facciones de Ezequiel se ensombrecieron. ¿Qué rayos podía significar eso?

   Vincent negó con la cabeza a sabiendas que no podía dar más datos. Benjamín pareció removerse un poco en el lecho pero no contestó cuando Ezequiel lo tomó de la mano, hablándole con suavidad.

   —Es inútil. Hemos intentado de todo y no despierta —aseguró Vincent—. Es por eso que necesito que alguien más venga a ayudarme y será mejor que lo traigan pronto.

   —¿Alguien más? —preguntó Ezequiel soltando la mano de Benjamín.

   —Así es —corroboró Vincent—. Se trata de Ariel… Ariel Tylenus.

   —¿Ariel Tylenus? —Las cejas de Ezequiel se encontraron en un gesto aturdido—. Pero si Ariel Tylenus está aquí —informó—. Vino conmigo, con Vladimir y con su hermano Xilon.

   —¿Que? —Vincent sonrió ampliamente—. ¿En serio? —Ezequiel asintió.

   —Está abajo. En la sala del concejo. Ve por él.

   —S Si, si, claro.

   A los dos minutos, Vincet se encontraba en la planta baja de la mansión central. En el salón del concejo el ambiente no se encontraba mucho mejor que en la planta superior, y los presentes en el lugar parecían estar supremamente incómodos.

   Vladimir se moría de ganas por ver a su papá, pero Ezequiel le había suplicado que esperase allí y atendiera a sus invitados. Además, desde lo ocurrido el día en que Henry y Milán entraron juntos a la habitación de Benjamín, Vincent había considerado que lo mejor era que la visitas solo entraran de una en una.

    De manera que Vladimir había optado por matar el tiempo en presentaciones y protocolo, mientras esperaba para ver a su papá.

   —Algunos de ustedes ya se conocen. Así que presentaré a los que aun no se ha visto —anunció algo irritado.

   Sus acompañantes asintieron. Tampoco parecían tener muchos ánimos para tales menesteres. Así que decidieron darle prisa al asunto.

   —Ariel —dijo entonces tomando suavemente la mano de su ahora prometido—. Te presento a Su Majestad, Henry Vranjes, Rey de Earth. Majestad, le presento a Su Alteza, Ariel Tylenus, príncipe de Jaen.

   Los dos jóvenes se estudiaron sin delicadeza, sin una pizca de agrado de ninguna de las dos partes.

   —Realmente, ya nos conocíamos —respondió Ariel finalmente y solo realizó una leve inclinación como saludo—. Nos conocimos en la fiesta de Natalicio de Milán hace varios meses. Por cierto —añadió mirando hacia todos los rincones del salón—. ¿Dónde está él?

   Otro más que se daba cuenta de la ausencia de Milán. Henry se volvió a inquietar. Vladimir se encogió de hombros.

   —Debe estar con papá —especuló sin poder ocultar algo de molestia por la forma tan descarada en la que Ariel preguntaba por su hermano.

   —Yo no pensé que usted aun se encontrara aquí, Majestad —intervino Xilon rompiendo la tensión que se había empezado a formar.

   Henry se sonrojó. No quería parecer un abusivo por llevar tanto tiempo de “visita” en aquel palacio. Pensándolo bien era mejor que regresara pronto a Earth antes de que molestos rumores llegaran a oídos de los sacerdotes de Shion.

   —Pues yo pienso que lo mejor será que usted regrese pronto a Earth —dijo ácidamente Ariel mirando despiadadamente a Henry—. No me parece que éste sea el mejor momento para visitas de Estado.

   Henry lo fulminó con la mirada pero antes de poder replicar algo Vladimir salió en su ayuda.

   —Eso es algo que decidirá Milán. El fue quien lo invitó —dijo el príncipe con tono molesto—. Y será mejor dejar ese tema de lado. Más bien por qué no nos presenta a su acompañante, Majestad.

   Era obvio que Vladimir se refería a Divan. Xilon era el único de los presentes a excepción de Henry que lo conocía, y le asombraba por ello que ambos estuviesen aun allí. Le parecía increíble que ni siquiera ese hombre hubiese podido llevarse de allí a Henry Vranjes.

   —Mi nombre es Divan Kundera —dijo entonces el susodicho inclinándose ante los nobles—. Fui el antiguo regente de Earth, antes de que Henry cumpliera la mayoría de edad y tomara el poder. Es un placer saludarles, Majestad Xilon, Altezas.

   Vladimir se estremeció al oír de quien se trataba ese hombre. ¡Por las diosas! ¡¿Qué había sucedido en su ausencia?! ¡¿Y Milán, dónde estaba?!

   Mientras tanto, Divan se había quedado absorto reparando en Ariel. El chico era exactamente como la gente decía: Huraño, hosco y terriblemente parecido a su papá Lyon.

   Entonces, de repente, las puertas de aquel salón se abrieron. Los rayos que entraban por los ventanales del recinto y por los vitrales, iluminaron la figura sonriente que se acercaba a ellos.

   Eran Vincent.

   El facultativo recorrió rápidamente todo el largo de aquel salón y cuando estuvo lo suficientemente cerca de Ariel, de un solo movimiento lo abrazó alzándolo ligeramente del suelo, para finalmente besarle en ambas mejillas.

   —Ariel, estás aquí —saludó sonriendo.

   El rostro de Ariel también se iluminó. Ni en sus más locas fantasías hubiese soñado con ver a Vincent en ese lugar y el descubrirlo allí lo alegraba muchísimo.

   —¡Vincent! ¡Vincent! Amigo mío. Te he extrañado muchísimo.

   —Y yo a ti, mi precioso.

   Vladimir se quedó de piedra al ver a su antiguo amante.

   —Q Qué ¿Qué rayos estás haciendo aquí? —estalló con ira antes de apartar a Ariel de su lado—. Tu… tu ¡No te quiero aquí!

   —Oh, vaya —En contra de todo pronóstico, Vincent ni se inmutó por la grosería. Todo lo contrario, su expresión cambió de la ternura a la picardía en solo un instante y su expresión gozaba de absoluta malicia—. Esa no es la manera de tratar a tus viejos amigos —reprochó con falso enfado—. Yo que solo los estoy ayudando. Vine a atender a tu papá.

   —¿Cómo? —El semblante de Vladimir palideció. Era cierto, seguro Vincent estaba allí por pedido de Milán. Por más que le doliera su antiguo amante era el mejor sanador de Midas.

   Su rostro se frunció y su expresión se tornó muy seria. Un incomodo silencio sacudió el lugar pero fue eso justamente lo que le permitió a Ariel sacar sus propias conclusiones. ¡La reacción de Vladimir lo decía todo! Y esa sonrisa pícara era la misma que Vincent ponía cada vez que le hablaba sobre esa relación que había tenido con otro varón.

   ¡Vladimir Girdenis había sido el amante varon de Vincent! ¡Oh, por los cabellos de Ditzha!

   Un sonrojo cubrió su rostro al pensar en ellos dos… al pensar en…

   Pero no pudo pensar más. Al momento Ezequiel volvía al salón, esta vez con Kuno de su brazo.

   —Majestades, Alteza, perdonen la tardanza pero mi deber estaba primero junto a mi esposo —se disculpó. Vladimir se disculpó entonces y luego de saludar a Kuno, partió a ver a su papá.

   Xilon se adelantó y tomó la mano de Kuno para darle un beso suave. El príncipe apartó la mirada ruborizándose un poco.

   Divan observaba todo aquello desde su posición. Al ver la reacción que Kuno había tenido al ver a Xilon no le quedó duda que ese hombre tenía mucho que ver con los miedos y las dudas de aquel niño.

   Pero nuevamente algo más interrumpió sus reflexiones. Esta vez fue Ezequiel preguntando también por el mayor de sus vástagos.

   —¿Alguien sabe donde está Milán? —preguntó con algo de cansancio en su voz—. No lo he visto desde que llegué.

   —Está en la frontera con Earth —respondió Vincent, despejando por fin esa duda—. Se fue al templo de Shion. Según él, fue porque quería averiguar algo allí. Aunque francamente yo no sé qué es lo que quiera hacer realmente.

   Henry y Divan se sobresaltaron. ¿Qué podía querer Milán en el templo de Shion? ¿Acaso pretendía buscar pistas sobre el ladrón o el paradero de la amatista?

   Henry sintió un extraño desasosiego. En ese instante un gran alboroto a las entradas de la muralla llegó hasta el salón real, y uno de los concejeros midianos entró al salón solicitando la atención de Ezequiel.

   —¿Se puede saber qué rayos es lo que está sucediendo allá afuera? —preguntó el rey.

   —Parece que han capturado a  un espía, Majestad —respondió el concejero—. Se solicita su presencia en los patios de armas.

    A toda prisa Ezequiel y compañía llegaron hasta el lugar del motín. Un soldado de la guardia real abrió paso para que Ezequiel pasara y rápidamente todo el gentío que rodeaba al supuesto espía se disperso formando un circulo a derredor.

   Ezequiel se quedó boquiabierto. El intruso se trataba de un muchachito que no podía tener más años que Ariel. Estaba sucio, sollozante y con claras señas de haber acabado de recibir una paliza. Punto aparte: Era un doncel.

   —Es un espía Majestad —dijo el jefe de la guardia. Un hombre de mediana edad, de piel cobriza y cabellos castaños—. Se camufló entre la comitiva que vino con usted desde Jaen para pasar desapercibido y entrar a palacio quien sabe con qué propósitos —aseguró golpeando al chico con saña.

   Ezequiel no dijo nada; con su diestra impartió una orden para que pusieran al chico a su altura. Los guardias obedecieron de inmediato, tomando al prisionero cada uno de un brazo para obligarlo a incorporarse. Con sigilo, Ezequiel se acercó hasta él, agachándose un poco para poder verle a la cara. Despacio se retiró un poco más, y luego, con algo de brusquedad, desenfundó su espada apartando con el filoso metal los largos cabellos rojizos del muchacho y levantándole la barbilla con la punta del arma.

   —¿Cómo te llamas? —preguntó con tono suave pero sin dejar de amenazar al chico con su espada.

   El muchachito gemía aterrorizado y negaba con la cabeza sin decir ni una palabra. Todo su cuerpo temblaba.

   —Es inútil majestad, el chico no quiere hablar —dijo de nuevo el jefe de la guardia—. Esta más que confirmado que se trata de un espía —concluyó con prepotencia.

   Ezequiel lo miró de soslayo.

   —Lo que está más que confirmado es que tu eres un idiota —replicó con desdén antes de volver a mirar al niño—. Este niño no habla porque no nos entiende—explicó—. No sé cómo sea posible pero este niño no comprende el Kraki.

   La gente amotinada comenzó a cuchichear. Nadie sabía que era exactamente lo que estaba pasando. Por lo menos, no hasta que alguien más intervino.

   —¿Se tratará acaso de un “Ungido”, Majestad? – La voz de Divan resonó entre el bullicio de la multitud. Y por primera vez Ezequiel notó su presencia—. Soy Divan Kundera —se volvió a presentar el earthiano haciendo una reverencia ante Ezequiel—. Fui el antiguo regente de Earth y conozco muy bien a este tipo de chicos —informó.

   —Con que un ungido entonces —Ezequiel volvió la vista hacia el prisionero. Conocía perfectamente quienes eran los famosos “Ungidos”. Niños que eran encerrados dentro de los templos después del destete y que nunca más volvían a salir al exterior. Eso podía explicar perfectamente porque ese niño no hablaba el lenguaje comercial de los cinco reinos, pero lo que no explicaba para nada era qué rayos estaba haciendo allí, en su palacio—. Tenía entendido que el ungimiento había sido prohibido hace varios años —comentó entonces a modo de duda—. Y que ya no se practicaba —recordó.

   —Pero no en todos los reinos —Divan avanzó dos pasos mirando fijamente al supuesto “Ungido”—. Jaen fue el primero en abolir la práctica —ilustró a modo de información—, luego le siguieron Midas y Dirgania. Los padres de Henry la prohibieron años después en Earth. De hecho, Henry fue el último “Ungido” que cayó bajo esta ley.

   Todos los rostros giraron en dirección al “Tesoro de Shion” y sin disimulo observaron la la cinta dorada que ceñía su frente. Ciertamente, Henry Vranjes era conocido en algunos lugares como “El ultimo ungido”. Aunque en su caso su condición real le permitió llevar sus votos sin necesidad de encerrarse de por vida dentro de las paredes de un templo.

   —En ese caso solo nos queda una opción—. La voz de Xilon volvió a atraer la atención de los presentes. El jaeniano se acercó al chico y los cabellos rojos que revoleteaban sobre la cabeza de éste le hicieron confirmar sus sospechas—. Si los cuatro reinos que ya mencionamos han prohibido el ungimiento solo nos resta uno —señaló—. Y miren esos cabellos… Es obvio que este chico viene de Kazharia.

   —¡Kazharia! —El chico finalmente habló. El nombre de su nación fue una palabra que sí reconoció. Sin embargo, aquello pareció alarmarlo bruscamente. Sus ojos se abrieron de par en par, y su cuerpo comenzó a convulsionarse con espanto, como si estuviese viendo a un mismísimo demonio o como si un recuerdo terrible estuviese cruzando por su mente.

   Cuando los guardias lo lograron poner de nuevo de rodillas, el chico volvió a susurrar el nombre de su nación en voz baja, y en seguida, como si la agonía lo abandonara de repente, soltó un vomito bilioso y se desmayó.

  

 

   Continuará…      

    

 

 

 

           

  

 

   


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