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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Notas del capitulo:

 

 

 

Capitulo 20

La invasión de Kazharia.

 

   Las caras serias de los presentes en la estancia no daban buenos augurios. Reflexivos, tratando de controlar los nervios y sin poder evitar que venenosas sensaciones de sospecha comenzaran a perturbar sus corazones dubitativos y débiles, esperaban que alguien fuera el primero en hablar, rompiendo así con las molestas especulaciones mentales que todos llevaban.

   ¿Quién hubiera podido sospechar dos horas antes de que empezara todo aquello, que el extraño niño “ungido” sería portador de una carta con noticias tan catastróficas? ¿Quién podía pensar que el príncipe Nalib sería el autor de dicha carta, y que en una afanosa agonía se hubiese visto obligado a enviar a ese niño a Midas antes de ser prácticamente obligado por sus guardias personales a exiliarse en un lugar desconocido con el fin de salvaguardar su vida?

   —Kazharia invadida —susurró Henry, como si decirlo en voz alta le hiciera más fácil asimilarlo y creerlo.

   Después de que el muchacho Kazharino se hubo recuperado de su desmayo, producto de un fuerte stress y un gran cansancio, según diagnosticó Vincent; luego de darle algo de comida y unas bebidas relajantes, e inmediatamente después de bañado y cambiado con ropas nuevas, entonces sí le sobrevino el interrogatorio.

   En el palacio de Midas ni siquiera los nobles hablaban el idioma de aquel extranjero, y el chico por su parte, era evidente que no entendía nada de Kraki. Sin embargo, para fortuna de todos, Henry y Divan solucionaron aquel contratiempo. Ambos hablaban a la perfección el idioma de Kazharia aunque no estuviesen obligados a conocerlo. Las relaciones comerciales de Earth con Kazharia y los hábitos nómadas de Diván les permitían a los dos conocer varios dialectos de aquel reino.

   Cuando el niño escuchó su lengua madre por primera vez durante aquellas terribles horas, aquello pareció resultar francamente refrescante para él. Porque si bien el chico se había relajado y estaba un poco más tranquilo luego de que le asearan y le dieran de comer, también era cierto que aun temía que en cualquier instante las cosas dieran vuelta de hoja y su cabeza terminara adornando los portalones de acceso al palacio.

   Con una franca sonrisa, Henry fue el primero en abrir el camino de la confianza. Se sentía plenamente identificado con aquel jovencito. El sabía muy bien lo que era servir de por vida a una promesa no elegida, sabía lo que era tener el destino escrito y comprender lo que le deparaba éste: soledad. Sabía lo que era aislarse del mundo para que no fuera tan doloroso ver como los demás avanzaban mientras tú quedabas atrás atado a tu agonía. Si, él lo sabía…lo sabía de sobra.

   El chiquillo levantó su mano conmovido cuando vio una lágrima descender hasta la mejilla de Henry. Sin miramientos se la limpió y la tomó entre sus dedos casi acariciándola. Era la primera vez en su vida que veía a alguien llorar. Henry se sintió sucio y cruel ¿Cómo se atrevía a quejarse de su situación cuando tenía frente a él a una persona que durante muchos años había mantenido solo el contacto humano estrictamente necesario? ¿O acaso su situación era peor? Después de todo ¿qué era más difícil, nacer ciego o perder la visión después de haber conocido la belleza de los colores?

   La mano del chiquillo volvió a ascender muchas veces durante los minutos de meditación de Henry. De forma medio juguetona, el niño tocó la cinta dorada que el rey llevaba en la frente y leyó en voz alta la inscripción.

   Henry se sorprendió visiblemente.

   —¿Conoces el lenguaje de las diosas? —le preguntó enseguida en un perfecto Seevetal, la lengua Kazharina.

   El muchacho asintió sonriente. Ahora sabía que se hallaba ante otro semejante… ante otro “ungido”.

   Hablaron durante casi una hora. Diván mientras permanecía con los brazos cruzados recostado en una esquina, haciendo que los otros dos presentes se olvidaran de su presencia. El varón sabía que ese encuentro era necesario, de manera que considero mejor dejarlos hablando solos. Era menester que Henry se viera a sí mismo representado en alguien más.

   Divan escuchaba todo atentamente desde su rincón sin interrumpir en lo absoluto. El dialogó trascurría sin inconvenientes y hasta podía haber sido considerado ameno de no haber sido por el momento en el que el niño comenzó a relatar lo acontecido en su nación solo dos días atrás.

   Ante la mirada estupefacta de Henry y Divan, el muchacho narró la forma como su reino fue sometido en tan solo una noche por un ejército proveniente de Dirgania. Un rio de sangre cubrió aquella noche desde las aldeas más sencillas hasta el lujoso castillo donde vivían los reyes. Según el chico, los alaridos horrorizados de los civiles llegaban hasta sus oídos, atenuados por las gruesas paredes rocosas del templo, y por algunas horas todo había sido confusión y caos. Se podían escuchar alaridos horrendos, mezclados con suplicas de ayuda que solo cesaban cuando el filo de una espada acababa con el tormento de algún desdichado. Sin embargo, luego de que alguno callara, dos más gritaban por él, y esos dos eran callados a su vez y así sucesivamente.

   —Fue como si los demonios del desierto hubiesen emanado de las arenas —anotó el chico en su idioma natal, mientras sus ojos llenos de lágrimas miraban a Henry con angustia.

   Aquella noche, Fadel, como se llamaba el chico, se encontraba en compañía del príncipe Nalib realizando las ofrendas correspondientes al reciente cambio de estación en honor a la diosa Latifa. En los templo Kazharinos las imágenes estaban prohibidas pues eran consideradas blasfemas y sacrílegas, razón por la cual la deidad protectora de este reino era representada en la flama de una hoguera que se hallaba en toda la mitad del templo. Dicha llama nunca se había apagado a pesar de no ser mantenida con nada, y era justamente esa fuerte evidencia milagrosa la que le concedía al fuego de aquel santo recinto un carácter divino.

    Según el relato del muchacho, fue casi finalizando el ritual, es decir, en el momento en que Nalib pronunciaba la oración del perdón y dejaba caer una gota de su sangre real en el fuego, cuando se oyeron los primeros gritos. Nalib había agudizó su oído para lograr captar de qué iba aquel motín en las afueras del templo. Pero los sonidos, que cada vez se alzaban más, lejos de tranquilizarlo le hicieron saltar el pecho con dolor. En ese momento el príncipe había entendido el verdadero significado de las visiones que había estado teniendo a lo largo de aquellos días.

   A diferencia de su hermano gemelo, Paris, a Nalib se le daba mejor la tarea de oráculo y por eso era él el encargado de realizar los homenajes a Latifa, quien lo bendecía con sabiduría para comprender sus premoniciones. Pese a ello, Nalib no le había encontrado ninguna explicación a las visiones bélicas y sangrientas que había estado teniendo luego de su regreso de Midas. << Son tiempos de paz >> se decía. << Estoy aturdido por el desprecio que sufrí en Midas por parte de Kuno >> Y de esta forma el príncipe se había convencido de que aquellas premoniciones tan absurdas solo eran el resultado de sus ánimos apesadumbrados y anhelos frustrados. Por lo tanto no fue hasta el momento en que todo aquel horror les cayó encima, que el príncipe se pudo dar cuenta de lo equivocado que había estado.

   —Fue muy complicado convencer al príncipe de huir y dejar el templo —narró Fadel temblando y con la vista perdida.

   Nalib no había querido huir y portarse de forma cobarde, mucho menos abandonar a su familia.

   —Fui yo quien lo convenció —dijo Fadel—. De haberse quedado allí posiblemente ahora estaría muerto. Era muy poco lo que podía lograr y mucho lo que podía perder. Según los informes de su guardia, el palacio también había sido tomado por los enemigos y en aquel momento era prácticamente imposible entrar al castillo sin ser visto. Además, un infiltrado de su guardia nos comunicó que la familia real aun viva y que el líder del ejército enemigo no parecía tener intensiones de acabar de momento con las vidas de mis señores. Aquello le dio tranquilidad a mi señor Nalib y fue entonces cuando nos tomó el consejo y huyó.

   Pero antes de huir, Nalib había escrito una apresurada carta dirigida hacia las únicas personas que sentía podían ayudarle. Y esas personas eran justamente ellos, los monarcas de Earth y Midas, los dos reinos más amistados con Kazharia. Sin más demoras el príncipe había sellado la misiva y se la había entregado a Fadel antes de  desaparecer por un pasadizo secreto que se hallaba en lo más profundo del templo.

   Fadel les contó a Henry y a Divan cómo había estrechado el papel contra su pecho mientras lloraba de forma convulsa. Les dijo también cómo unos guardias de Nalib lograron llevarlo, no sin muchos esfuerzos, hasta la frontera con Earth donde lo despidieron a prisa y de esta forma el muchacho se había visto obligado a atravesar un duro desierto que en más de una ocasión le hizo sentir al borde de la muerte.

   Y ahora aquella carta reposaba en las manos de Henry, el cual, se apresuró a llevarla con los demás convidados que se hallaban en Midas, poniéndolos a todos en sobre aviso acerca de lo contado por el Kazharino.

   Pero parecía que una sola lectura no había sido suficiente para nadie.

   —¿Quieren que vuelva a leerla? —inquirió entonces rompiendo el silencio que se había apoderado de la sala del concejo. Los presentes asintieron levemente sin despegar los labios. Necesitaban escuchar esas palabras de nuevo para poder creerlas por fin.

   Henry abrió la carta otra vez y comenzó a leer.

   Sus majestades Henry Vranjes y Ezequiel Vilkas:

   Benditos sean.

   Anhelaría tanto poder saludarles bajo condiciones más gratas, y no para ser mensajero de noticias nefastas. Pero así es la voluntad de las diosas.

   Dispongo de poco tiempo porque me encuentro en franca situación de peligro: en este momento mi amado reino, Kazharia, está siendo violentado y masacrado por un ejército supuestamente proveniente de Digania, y digo, “supuestamente”, porque no me encuentro en el palacio y dispongo de pocas noticias sobre los acontecimientos que se suceden en mi nación. Les escribo desde el templo mayor del reino, desde donde puedo escuchar con horror e impotencia lo que ocurre a las afueras de las murallas que me celan, sin poder hacer nada para evitar ni frenar el ultraje hacía mi pueblo.

    No cuento con más datos que me permitan saber qué razones han movido a este ejercito a atentar contra mi gente y mi familia. En estos momentos no dispongo tampoco de ningún medio que me permita reunir tal información. De momento debo huir y refugiarme, investigar poco a poco sumergido en las sombras o de lo contrario correré igual suerte que mis padres y mi hermano mayor, Paris.

   Les suplico, por amor a las diosas y clemencia hacía Kazharia, que por favor ayuden a mi pueblo y a mi familia. Yo trataré de llegar hasta ustedes una vez tenga las medidas de seguridad necesarias. No les puedo comunicar el sitio donde me encontraré refugiado ya que si esta carta llega a parar en manos enemigas entonces estaré condenado al igual que mi país.

    No contando con más tiempo me despido suplicando por su respaldo, pues los considero líderes magnánimos incapaces de atacar por la espalda como lo ha hecho el responsable de este genocidio. Les agradezco de antemano su colaboración.

   Su más grande servidor, Su alteza real Nalib Eljall.

   Que las diosas tengan misericordia y nos guarden.

   —Es un obvio llamado de auxilio —Xilon fue el primero en hablar. Adusto, se puso de pie  y el repique de sus botas al caminar dio muestras de su nerviosismo, hecho que solo fue reconocido por Ariel—. Lo que no entiendo es por qué atacar Kazharia. Jaen es un reino mucho más indefenso en estos momentos —anotó con frialdad.

   —Ditzha nos libre, hermano —replicó  Ariel juntando sus manos en señal de oración.

   —Esto no tiene ningún sentido. Los reinos solo tenemos conflictos internos pues desde “El gran pacto” no se presenta una guerra entre uno y otro.

   La reflexión de Ezequiel era muy cierta. Años de paz cobijaban al planeta de Earth desde aquella alianza en donde todos los reinos juraron respetar los límites fronterizos y no intervenir de ninguna forma en los asuntos políticos de sus vecinos. Fue a través de ese acuerdo que Earth, Midas, Jaen, Kazharia y Dirgania delimitaron su fronteras, establecieron su leyes internas y firmaron acuerdos de no agresión. Si los Dirganos habían osado romper aquel acuerdo que se había mantenido por siglos, entonces algo verdaderamente serio estaba ocurriendo y era mejor que los demás reinos declararan bandera roja.

   —¿Creé usted que la invasión pretenda avanzar más allá de Kazharia Majestad? —inquirió Divan luego de un momento de intensa reflexión.

   —No se debe descartar ese supuesto —respondió Ezequiel, sin un atisbo de duda.

   Henry se turbó completamente.

   —¡En ese caso mi reino sería el próximo blanco —exclamó angustiado—. ¡Earth es el reino más vecino a Kazharia!

   Pero Xilon negó con la cabeza.

   —Yo de usted no estaría tan seguro, majestad —repuso serio a pesar de la evidente tención que reflejaba su voz—. A mí aun me parece extraño que los Diganos no hayan preferido atacar Jaen, que se encuentra tan devastado luego el paso de “Esmaida”. Así que saco dos conclusiones de esto —Todas las miradas estaban sobre él, algunos incluso ni respiraban.

   —¿Y qué conclusiones saca? —preguntó Henry sin poder evitar por más tiempo aquella zozobra.

   Xilon habló de nuevo.

   —Es muy fácil —afirmó casi con desdén—. O los Dirganos tienen algún problema directo con Kazharia, cosa que dudo mucho pues los kazharinos son gente muy pacífica o…—Nadie le quitaba los ojos de encima—. O buscaban algo en aquel reino.

   —¿Buscar algo? —preguntó Henry anonadado.

   —Si —afirmó Xilon—. Algo posiblemente muy valioso que seguramente los kazharinos no iban a darles por las buenas.

   Tenía sentido, pensaron todos aunque nadie dijo nada. Minutos de gran silencio sobrecogieron el ambiente dentro de aquel salón. Luego de un rato todos convinieron en que sería mejor mandar un grupo pequeño de soldados a investigar antes de hacer algo que pudiese significar grandes bajas. Ezequiel, Henry y Xilon estuvieron de acuerdo y aceptaron enviar a algunos de sus hombres más hábiles en espionaje y recaudo de información.

   Ya había caído la tarde sobre Midas. La mayoría de los concejeros se habían retirado cuando Xilon haciéndole una seña a su hermano, se dirigió a Ezequiel con la mayor solemnidad.

   —A pesar de lo recién ocurrido en Kazharia, Majestad, es ahora de otro asunto del que debemos ocuparnos —dijo tomando de la mano a Ariel—. Vengo a traerle a mi hermano y a entregarlo en compromiso a Vladimir Girdenis, aquí presente, quien lo ha solicitado en matrimonio.

   Al escuchar aquello, el rostro de Ezequiel se volvió casi un poema. No podía creer que Xilon hubiese aceptado la propuesta de Vladimir ¿Qué había ocurrido?, se preguntó.

    A Vincent se le cortó la respiración. ¿Vladimir y Ariel comprometidos? ¡Tenía que ser una broma!

   De igual forma, Kuno, quien había salido de sus habitaciones luego del alboroto que se armó con la llegada del Kazharino, y que se encontraba en aquel momento junto a su padre, se alarmó mucho al oír sobre aquel compromiso. ¡Por las diosas! ¡¿En que estaba pensando Vladimir?!

   —¡¿Qué es esto?! —preguntó entonces mirando fijamente a su hermano adoptivo —. ¿Esto es acaso una broma?

   —No, no lo es —respondió Xilon, muy serio —. Vladimir quiere la mano de mi hermano en matrimonio y Ariel vendrá a vivir aquí. De la misma forma —advirtió—, tú vendrás conmigo a Jaen.

   —¡¿Qué?! —Kuno se puso de pie sobresaltado pero sobre todo muy indignado—. ¡¿Es esto alguna clase de trueque?! —exclamó agitado de rabia—. ¡Y tú, Vladimir! —le gritó enojadísimo —¡No puedo creer que te hayas atrevido a hacer algo así! ¡Eres un estúpido! ¡¿Cómo pudiste?!

   Y diciendo esto el príncipe corrió de nuevo con destino a sus aposentos. Divan, Henry, Vincent y los pocos concejeros y sirvientes que se hallaban en el salón se habían quedado en un silencio casi sepulcral, presos de la tensión.

   —¿Qué es lo que acaba de suceder aquí? —preguntó finalmente Ezequiel mirando a Vladimir con tensa advertencia—. ¡Habla!

   Más de uno se sobresaltó con aquel grito. A Vladimir le temblaba la mandíbula y estaba al borde del llanto. Durante el tiempo en que habían estado reunidos discutiendo la situación de Kazharia, él se había mantenido prácticamente ajeno a todo más sumergido en sus propias preocupaciones. Pensaba cada vez más alarmado que en pocas horas Xilon se llevaría a Kuno para Jaen y su hermanito quedaría solo en un reino extranjero a merced de ese infeliz. Ni siquiera el tener a Ariel era garantía de que Kuno estuviera a salvo. En fin. Estaba muy disgustado, y le parecía que todo lo que había hecho hasta ese momento había sido una total y absoluta pérdida de tiempo. No se sentía satisfecho con nada y para acabar de completar ahora estaba atrapado en el laberinto de sus pasiones.

   Amaba a Ariel Tylenus. Lo amaba locamente. Con desesperación, con furia, con hambre. Hacerle el amor lejos de calmarlo le había perdido definitivamente; lo había vuelto adicto a aquella piel, a esos labios, a ese cuerpo, a esos ojos de ángel y demonio que eran capaces de hacerlo pasar del cielo al infierno en cuestión de instantes.

   No valía la pena negarlo. Durante todo el viaje de regreso a Midas, Vladimir había tenido a Ariel en frente suyo y se había dado cuenta de que el muchacho era presa de un terrible sufrimiento. Entonces había deseado consolarlo y arrullarle como si fuese un bebé. ¿Qué clase de venganza era aquella? Se preguntó entonces. Había ido por lana y había resultado trasquilado. Se había enamorado locamente de aquel niño y no le iba a ser posible negarlo.

   —¡Fuera! ¡Fuera todos! —gritó con energía, echando a los sirvientes y a los concejeros que aún seguían allí. Henry ya lo sabía todo, se podía quedar, lo mismo que Divan y Vincent que terminarían por enterarse.

   De esta forma el resto de la gente se fue. Vladimir miró a Xilon y poniéndose de pie se dispuso a dar por terminado todo aquello. Cuando Ariel se dio cuenta de lo que Vladimir pretendía, se levantó de su asiento y se arrojó a sus brazos.

   —¡No! ¡Por lo que más quieras! ¡Por las diosas, Vladimir! ¡No lo hagas!

   —Lo siento —respondió éste apartándolo con suavidad—. Ya no más mentiras.

   Entonces Ariel se refugió en el abrazo acogedor de Vincent, llorando amargamente. Vladimir rodó sus ojos concentrándose en la figura de Xilon quien lucía terriblemente tranquilo.

   —Padre —hablo con cautelosa lentitud—. Este hombre que tienes ante tus ojos —apuntó señalando a Xilon—, no es lo que piensas.

   —¿A qué te refieres? —preguntó Ezequiel.

   —Me refiero a que te hemos estado mintiendo todo este tiempo, padre —continuó diciendo—. Incluso yo —admitió—. Kuno no se veía a escondidas con Xilon desde hacía años ni nada de esas cosas. Xilon Tylenus estuvo aquí el día del supuesto incidente con el caballo que “supuestamente” tumbó a Kuno.

   —Sí, yo sabía eso —admitió Ezequiel—. Uno de los concejeros me lo dijo pero… ¿A dónde quieres llegar con todo esto, Vladimir?

   —¡A que lo del caballo no es cierto, padre! ¡Xilon Tylenus ultrajó a Kuno! ¡Aquí mismo! ¡Dentro de este palacio!

   Más de uno quedó rígido como una estatua. Ariel se estremeció dentro de los brazos de Vincent, sollozando sin control. Ezequiel quedó tan tieso que parecía esculpido en piedra. Y Xilon… Xilon seguía imperturbable.

   Pero aquello no había hecho sino empezar. De repente, Ezequiel se había levantado velozmente y sacando su espada se había lanzado sobre Xilon. El resto de la audiencia contuvo la respiración. Kuno, quien venía de vuelta hacia el salón, quedó congelado en el umbral de la puerta. Todo sucedió demasiado rápido para ser capturado por la vista, y solo se supo que después de un sonido agudísimo, Divan se hallaba delante de Xilon, deteniendo la espada de Ezequiel con la suya.

   —P Pero… ¿Qué es esto? —rugió Ezequiel anonadado—. ¿C Cómo se atreve?

   —Lo siento, Majestad, pero no puedo permitir que mate usted a Xilon Tylenis —repuso Divan empuñando con más fuerza su arma.

   —¡Este hombre ultrajó a mi hijo! —exclamó Ezequiel.

   —Pero planeo reparar mi falta —habló por fin el protagonista de todo aquello poniéndose en pie—. Voy a casarme con Kuno y a enmendar su honor —aseguró.

   —¡Malnacido!

   —¡Basta ya! —Kuno lloraba a lágrima viva. Se sentía tan humillado que tenía ganas de matarse. Sin embargo era más su rabia que su dolor. Vladimir no le había hecho caso cuando le pidió que dejara las cosas así e hizo exactamente lo contrario, metiendo también a Ariel en todo aquello.

   —Hijo… ¿por qué no me habías contado nada? —susurró Ezequiel aun con la espada en alto. Kuno intentó responder pero justo en ese momento Ariel se liberó del abrazo de Vincent y corrió hasta echarse a los pies del rey.

   —¡Todo es mi culpa, Majestad! —aseguró temblando por el fuerte llanto—. Mi hermano es inocente. Solo actuó llevado por la ira. ¡Yo le mentí! Le dije que Milán me había deshonrado. Levante una terrible calumnia contra su hijo, majestad, y con ello orillé a mi hermano a cometer esta bajeza. Por favor, perdónelo. Si alguien debe ser castigado soy yo y no el.

   —Ariel… —Ezequiel había bajado su espada del todo. Xilon empezó a llorar.

   —Ariel, levántate —le pidió su hermano al verlo así. Pero Ariel seguía llorando desconsolado.

   Entonces Ezequiel guardó su espada y levantando al chico lo abrazó con fuerza comenzando a llorar también. Amaba muchísimo a Milán pues era su primogénito y su orgullo, pero Ariel era algo especial. Era su pequeño. El único hijo que había tenido producto del amor. Un amor que aunque fuese prohibido había sido amor.

   —Hijo —dijo estrechándolo más entre sus brazos aunque nadie, excepto Xilon y el mismo Ariel, comprendieron la razón de esto.

   —Majestad, perdone a mi hermano —volvió a pedir Ariel hipando con fuerza.

   Ezequiel asintió y sus ojos buscaron a los de Xilon. ¡Maldito fuera! Pero lo comprendía. Comprendía la locura que debía haberlo embargado al pensar en Milán y Ariel cayendo en un incesto repugnante. El también lo había temido muchas veces cuando supo que Ariel rondaba a Milán, pero su corazón se había tranquilizado al saber que el mayor de sus hijos solo tenía ojos para Henry Vranjes.

   Con lágrimas en los ojos bajó su cabeza y dio un beso en los cabellos platinados de Ariel. No dañaría a Xilon, supo en ese momento. ¿Cómo podría hacerlo después de conocer los motivos que le habían hecho hacer lo que hizo? Allí solo había un culpable para toda aquella locura y ese culpable era él y solo él.

   << ¿Con que cara miraré a las diosas el día de mi juicio si castigo a Xilon Tylenus por mis pecados?  >> pensó. << ¿Con qué cara las miraré? >>

   Ezequiel soltó a Ariel y tirándose sobre su asiento se echó a llorar. ¿Acaso existía alguien más culpable que él en todo aquello? ¡No! Se respondió a sí mismo. El había colocado desde hacía muchos años la primera piedra en aquella muralla de mentiras. Su cobardía y solo su cobardía habían llevado las cosas a semejante puerto.

   —Xilon Tylenus, te casarás con Kuno y nunca más volverás a pisar mi reino —dijo luego de un momento al recuperar la calma—. Lo tratarás como si fuese una diosa sobre la tierra o de lo contrario iré a Jaen y te mataré. ¿Me has entendido?

   Xilon asintió con gravedad. Su rostro estaba pálido y perlado de sudor.

   Pero Kuno no parecía contento con nada de aquello.

   —¡No me casaré con Xilon! —gimió con ira avanzando hasta la mesa del concejo—. ¡¿No se dan cuenta de que siguen pasando por encima de mí?! —gruñó dando un manotón sobre la madera—. ¡Me siguen pisoteando! ¡Los odio!

   —Kuno…

   —¡Cállate, Vladimir! ¡Cállate! ¡A ti es a quien más odio!

   —¡Pero…!

   —¡Pero nada! —lloró más alto—. ¡Te pedí que te mantuvieras al margen! ¡Confié en ti! ¡Te supliqué que no dijeras nada y no hiciste nada de eso! ¡Solo actuaste movido por tu maldito orgullo y tu propio rencor! ¡No pensaste en mí en lo absoluto! ¡Solo en ti! ¡Solo pensaste en ti!

   Vladimir se quedó pasmado. Todos lo estaban. Nadie había visto a Kuno tan exaltado jamás. Era como si hubiesen colocado a otra persona en su lugar y el dulce y tierno niño hubiese muerto de repente.

   Y así era en parte. Porque Kuno estaba harto. La conversación con Divan le había abierto los ojos en muchos sentidos y había llegado a su límite. Ariel fue el primero en comprenderlo y avanzando dos pasos le dijo:

   —Kuno, acepta la mano de mi hermano. Tú lo amas. Yo lo sé.

   —¡No! Yo no lo amo —negó Kuno tozudo—. Y no lo aceptaré.

   —¡No hables guiado por tu orgullo! —replicó Ariel—. Sé que lo que te ha hecho Xilon es una humillación terrible, la peor humillación para un doncel, algo horrible. Pero yo se que tu le amas, que le has amado siempre. Lo supe desde que te veía en los bailes, rondándolo tímidamente. Lo supe la noche que entré a Midas de incognito y te busqué para hablarte de mi hermano; lo supe esa noche aunque tuve mis dudas, y lo sé ahora que te miro y puedo ver en tus ojos ese fuego del amor. Así que por eso te lo pido, Kuno. Pon fin a esta agonía y se feliz con mi hermano.

   —No…yo —Kuno lloraba a lagrima viva. El resto solo esperaba por su respuesta—. Yo no puedo —jadeó—. ¡Yo no puedo!

   —¿Entonces es eso? —volvió a hablar Ariel sonriendo con dulzura—. ¿Lo que necesitas es una excusa? Muy bien. Entonces yo te la daré. Si necesitas pensar que tu matrimonio es a la fuerza y que eso te ayudará a no sentirte tan humillado, entonces yo te daré la solución. Me han dicho que necesitan de mi ayuda para curar a tu moribundo papá. Pues bien, si eso es cierto entonces será así. Yo curaré a su majestad, Benjamín, si y solo si, tú te casas con mi hermano.

   Todo el mundo calló. Los gimoteos de Kuno cesaron de repente. Ambos donceles se miraron a los ojos y de repente, Kuno avanzó hasta Ariel y en contra de todo pronóstico le dio un beso en la mejilla y luego se retiró dos pasos.

   —Gracias, Ariel —le dijo mirándolo de forma inescrutable—. Me has abierto los ojos en muchos sentidos y te tomaré la palabra. Sin embargo te pediré algo más que la curación de mi papá.

   —Pídeme lo que quieras —aceptó Ariel con tono firme.

   —Quiero que abraces Midas como tú nuevo reino —le soltó sin reparos—. A partir de ahora, éste será tu nuevo hogar y mi familia tu nueva familia. Vivirás aquí hasta que mueras y nunca más podrás salir del reino.

   Hubo un gemido intenso de parte de todos. Si Ariel aceptaba aquello, Xilon y él no se volverían a verse jamás teniendo en cuenta que Ezequiel le acababa de negar a Xilon la entrada a su reino para siempre. Los ojos de Ariel temblaron cuando su mirada buscó la de su hermano. El rostro de Xilon era una máscara de horror y sufrimiento que destrozó el corazón del doncel.

   Sin embargo, era claro lo que tenía que hacer.

   Ariel avanzó los dos pasos que le separaban de Ariel y estrechándolo con fuerza le devolvió el beso.

   —Acepto —dijo acto seguido. Y se desmayó.

 

 

   Media hora después de aquellos sucesos, Vladimir entró a la recamara donde Ariel era atendido por Vincent. El facultativo le colocaba unas compresas mentoladas en la cabeza y pasaba unas rocas bioenergéticas por sus muñecas.

   —Con esto se te estabilizará la tensión —le decía en el momento en que Vladimir llegó.

   —Vincent, déjanos a solas —pidió éste sin dirigirle la mirada a su antiguo amante.

   Vincent suspiró pero obedeció. No sin antes, claro, dar un beso en la frente de Ariel y mirar con intenso reproche a Vladimir. Reproche que a éste no le pasó inadvertido.  

   Cuando todo el mundo se hubo retirado, Vladimir habló de nuevo.

   —¿Me odias? —preguntó mirando a Ariel fijamente.

   Ariel negó con la cabeza. Una lágrima descendió por su mejilla. Era cierto. No odiaba a Vladimir. En lo absoluto. Más bien sentía que en parte ese hombre les había hecho un favor a todos, devolviéndoles un poco de la tranquilidad que hacía muchos días estaba perdida. 

   —¿Es él verdad? —inquirió entonces Vladimir, cambiando abruptamente de tema—. ¿Es Vincent el amigo del cual me hablaste el día que te entregaste a mí? ¿Es él cierto?

   Incorporándose en el lecho, Ariel miró a Vladimir a los ojos y lentamente asintió. La mirada colérica del varón lo aturdía y lo asustaba pero éste tenía razón. Ya era hora de dejar de mentir.

   —En ese caso… ¿ya sabrás que él y yo también…? —preguntó Vladimir.

   Ariel asintió más de prisa esta vez, sonrojándose hasta las orejas.

   —Sí, lo sé. Y no me importa —anotó.

   —¿No te importa? —Vladimir avanzó hasta el lecho y se sentó junto a Ariel tomándolo por la cintura—. ¿Tan descaradamente aceptas que no te importo nada? ¿Tan descaradamente como preguntas por mi hermano en mi presencia?

   —¿Milán? ¿Qué tiene que ver Milán con todo esto? —inquirió de vuelta Ariel.

   Vladimir resopló.

   —¡¿Qué que tiene que ver?!  —exclamó irritado—. Si no más llegar aquí lo primero que has hecho ha sido preguntar por él. ¿Aun lo amas? ¡Dímelo!

   —¡No! ¡En lo absoluto! —Ariel no se podía creer aquello. Sinceramente, no había tenido ninguna doble intención cuando había preguntado por Milán al llegar. La verdad era que solo le había extrañado no verlo. Luego de todo lo ocurrido en su vida, Ariel estaba seguro que lo que sentía por Milán no había sido más que un infantil capricho.

   —¿Entonces? ¡Contéstame! —le volvió a azuzar Vladimir estrechándole más fuerte—. Dime algo o voy a morir de celos —admitió confundido besándolo con desesperación.

   Ariel gimió pero aceptó por completo aquel beso. Vladimir estaba completamente desesperado. Ardía de celos, de dudas y se sentía muy atormentado por todo lo que acababa de pasar con Kuno.

   Finalmente no había podido evitar que Xilon Tylenus se lo llevara. Aunque lo que más le dolía era que Kuno hubiese terminado por aceptar aquello. Odiaba que su hermano a pesar de todo no hubiese dejado de amar a ese miserable.

   << Debiste suponerlo desde que los encontraste en el establo >> se reprochó Vladimir mentalmente. Sin embargo, resolvió que ya no intervendría más. Si Kuno estaba resuelto a darse una oportunidad con Xilon, entonces él también se daría la suya con Ariel.

   Se separaron luego de varios minutos. Vladimir se metió por completo en el lecho. Sus manos buscaron bajo la larga túnica que cubría el cuerpo de Ariel, tirando de su ropa interior hasta sacársela del todo. Luego, se echó sobre el doncel y maniobrando sus propias ropas, le separó las piernas y lo penetró.

   Ariel aceptó la invasión, respondiendo con calidez a los tibios besos que Vladimir le daba. Finalmente cuando el varón se corrió en su interior y Ariel hizo lo propio en medio de ambos, los dos príncipes se levantaron, se asearon un poco y se dispusieron a volver a la planta baja.

   —Si vamos a seguir haciendo esto tendremos que empezar a cuidarnos. A no ser que quieras un hijo pronto —dijo Ariel colocándose la ropa interior de nuevo.

   —No me disgustaría tener un hijo pronto —aceptó Vladimir—. ¿Te disgustaría a ti? —preguntó de vuelta.

   Ariel negó con la cabeza.

   —No —sonrió con timidez—. No me importaría. Y menos ahora que he perdido a mi hermano.

   Vladimir vio la tristeza clavarse en el rostro de Ariel, pero supo que no habría nada que él dijera que pudiera consolarlo.

   De esta forma ambos terminaron de acicalarse y bajaron juntos de vuelta al salón del concejo.

 No duraron mucho allí. Dos facultativos que ayudaban a Vincent en el cuidado de Benjamín llegaron en su búsqueda, solicitándolo.

   Casi todos corrieron a las habitaciones del rey consorte, quien titiritaba en el lecho a causa de una terrible fiebre.

   Vincent llevaba a Ariel de la mano. Era la primera vez que el príncipe vería al enfermo, por lo cual había gran tensión en todos.

   —Solo entraremos nosotros dos —ordenó Vincent dejando al resto de los presentes apostados en el inmenso corredor.

   Ariel miró a Vincent a los ojos. Aun no estaba seguro de qué era exactamente lo que tenía que hacer ni a qué clase de poder iba a enfrentarse. Sin embargo, momentos antes, Vincent le había dicho que confiara en las cosas que había aprendido junto a él en Jaen, pero sobre todo que confiara en su poder natural para la sanación.

   << Cuando estés con su majestad, Benjamín, solo míralo. Eso es todo. De momento no tendrás que hacer nada más >> le había dicho Vincent.

   Ariel asintió y entraron juntos a la recamara. El humo que levitaba por todo lo ancho de la habitación le impedía observar con claridad la figura Benjamín quien parecía una sombra sobre aquel lecho.

   Ariel y Vincent siguieron avanzando. Al principio Ariel no notó nada diferente a la típica habitación de un enfermo; con su aura a pesadumbre y los olores mentolados y espesos flotando por doquier. Sin embargo, cuando había atravesado más de la mitad del recinto y su cuerpo estaba lo suficientemente cerca al lecho como para poder tocarlo si estiraba su brazo, Ariel sintió una especie de brisa helada, imposible en aquel lugar, la cual pareció golpearlo como un alud de hielo congelándole todos los sentidos, los pensamientos, las sensaciones y hasta el alma.

   Con un grito ahogado, el príncipe cayó al suelo. Se llevaba ambas manos al pecho como si estuviera  siendo preso de un dolor insoportable, terrible y agudo.

   Vincent lo presintió, de modo que tomándolo en brazos lo sacó rápidamente de aquella recamara, cerrando la puerta a sus espaldas.

   Todos se acercaron a ellos al verlos salir de aquel modo. Ariel respiraba a bocanadas. Su rostro lucía más pálido que el de un muerto.

   —¡Por amor a Ditzha! —exclamó el jaeniano una vez hubo recuperado el aliento—. ¡¿Qué demonios fue eso?! ¡¿Qué sucede en esa habitación?! —preguntó exaltado.

   Vincent lo ayudó a sostenerse en pie. Vladimir, que se acercó a ellos de inmediato, tomó a Ariel entre sus brazos, arrebatándoselo a Vincent para examinarlo más de cerca.

   —¿Qué le ha sucedido a mi prometido? —preguntó asustado por la palidez que embargaba a su novio.

   Vincent sintió una amarga punzada en su corazón ante la cercanía de ambos jóvenes. La noticia de que Ariel y Vladimir estaban comprometidos le había hecho el corazón añicos, sin embargo había hecho acopio de toda su serenidad para no parecer perturbado por ello.

   —No se preocupen, Ariel estará bien —aseguró entonces volviendo la vista a todos los demás presentes—. Lo que sucedió ya me lo presentía. Ariel es un dirgano descendiente del mejor linaje de sanadores de ese reino. El extraño poder desconocido que está matando a su majestad Benjamín, reconoció su gran poder y lo atacó. Ahora no tengo dudas que hay una terrible magia involucrada en esto.

   Un pequeño cuchicheo se alzó entre los presentes. Vincent rebuscó entre sus ropas y después de un momento sacó del interior de uno de sus bolsillos un talismán dorado en forma de triqueta.

   —Deberás usarlo —anunció colgándolo del cuello de Ariel—. Los tres óvalos representan la naturaleza triple de las diosas: vírgenes, madres y crones. También simbolizan la muerte, la vida y el renacimiento. A su vez los tres círculos internos protegen la fertilidad y te servirá para que tu capacidad reproductiva no se vea afectada al luchar contra este poder desconocido. Con esto podrás equilibrar tus energías hasta que tu poder sanador haya despertado totalmente —explicó solemne.

   Ariel tomó el amuleto entre sus manos contemplando el intenso brillo dorado que brotaba de éste. Mientras tanto, a pocos pasos de aquella escena, Diván se acercó sigilosamente a Henry hablándole al oído.

   —La reacción que acaba de tener ese niño al entrar a esa habitación fue la misma  que tuvo su papá, Lyon, la primera vez que fue a revisar a tus padres a Earth —comunicó con voz grave.

   —¿En serio? —susurró Henry muy asustado.

   —Lo recuerdo perfectamente. No tengo la menor duda —asintió Divan—. Tenías razón Henry. No sé cómo ni por qué pero ya no tengo duda de que en efecto, tal cual sospechabas, Benjamín Vilkas usó la amatista  de plata.

    Henry intentó decir algo más a Divan pero en ese momento uno de los concejeros reales se acercó hasta Ezequiel trayendo un mensaje.

   —Los soldados encargados del patrullaje dicen que han visto movimientos sospechosos en la frontera con Earth, majestad —señaló aquel sujeto—. Mas exactamente en los alrededores del templo de Shion —añadió.

   Ezequiel arrugó el entrecejo.

   —¿Movimientos sospechosos en qué sentido? —preguntó alarmado.

   —Una patrulla fue atacada de forma directa y un soldado se encuentra malherido —contestó el concejero—. El líder de la tropa afectada no sabe si fueron atacados por malhechores ordinarios o si este incidente tiene directa relación con los sucesos recientemente ocurridos en Kazharia —concluyó.

   Ezequiel pareció meditar las cosas un momento. Nada de lo que estaba sucediendo últimamente tenía buena pinta y todo aquello comenzaba a preocuparlo en serio.

   —Manda a dos patrullas. Que vayan vestidos de civiles —terminó por ordenar—. Ordénales que investiguen dentro de Earth y en las cercanías del templo de Shion.

   —Como ordene, Majestad —dijo el concejero haciendo una reverencia. Pero no había avanzado ni tres pasos cuando una voz lo detuvo.

   —¡Alto! —exclamó Vladimir mirando a Ezequiel—.¡Déjame ir con ellos! —pidió a su padre—. En ausencia de Milán soy el más apto para dirigirlos —aseguró.

   Pero Ezequiel negó con la cabeza.

   — ¡No!  No quiero arriesgar a nadie hasta no tener claro que rayos es lo que sucede aquí —dijo impertérrito.

   —Yo iré con ellos —La voz Xilon los sorprendió a todos. Ezequiel Vilkas no podía darle órdenes al respecto así que el jaeniano no necesitaba de su autorización para partir. Era obvio por tanto, que hacía aquello para demostrar que seguía siendo un hombre de valor.

   Hubo un largo silencio. Ariel se puso tan pálido como había estado antes. Si Xilon salía aquel mismo día de palacio eso significaba que ya no podría entrar jamás, por lo que tendría que despedirse de su hermano en pocas horas. Creyó que se desmayaría de nuevo de solo pensarlo pero sus nervios pudieron resistir la terrible desazón que le invadió.

   Xilon parecía imperturbable pero por dentro se sentía destruido. Nunca había pensado en tener que separarse de su hermano en tales circunstancias, pero de momento eran así cómo debían ser las cosas. Había fallado a su hermano por completo y quizás hasta era mucho mejor que Ariel ya no siguiera a su lado, ni tampoco en Jaen donde tanto había sufrido.

   Una hora después, Xilon se preparaba para la marcha. Ariel se hallaba en un rincón mirándolo sin atreverse a dirigirle la palabra en ningún momento. En ese instante, Kuno entró al reciento donde se hallaban todos reunidos y poniéndose delante de Xilon le hizo una propuesta a todas luces imposible.

   —¡Llévame contigo! —pidió el doncel. Sus ojos centellaban resolución.

   —¡De ninguna forma! ¿Acaso has perdido el juicio? —exclamó Vladimir soltando la copa de vino que bebía.

   Kuno lo miró de soslayo pero de nuevo se volvió para ver a Xilon.

   —¿Qué me dices? —inquirió de nuevo el príncipe.

   —¡No te atrevas ni siquiera a considerarlo! —se ofuscó Ezequiel soltando los mapas que revisaba.

   El pequeño príncipe se ofuscó. ¿Vladimir y Ezequiel lo habían intercambiado como una asquerosa mercancía y ahora se atrevían a darle órdenes? ¡Que las diosas les patearan el trasero a ambos!

   —Seré tu futuro esposo —dijo acercándose a Xilon—. Empieza por tomarme en cuenta. No cometas el mismo error que este par —masculló mirando a su padre y a su hermano—. Por favor, aprecia mi valor.

   Xilon miró a Kuno a los ojos. Vladimir y Ezequiel guardaron silencio. De un momento a otro el jaeniano se puso de pie y con su habitual frialdad asintió dando su autorización.

   Vladimir y Ezequiel se opusieron rotundos.                                                                           

   —No llevarás a Kuno a Earth —amenazó Vladimir casi resoplando.

   —¡Yo iré a donde me plazca! —señaló el pequeño príncipe—. Padre, me has entregado a este hombre —anotó mirando a Xilon—. Ahora, déjame estar a su lado.

   Ezequiel se levantó de su asiento y miró a Kuno. Había tanta rabia en su niño, notó en aquel momento con tanto pesar que se le arrugó el corazón. La verdad era que Ezequiel siempre había menospreciado a Kuno, relegándolo a un segundo lugar, y solo fue hasta ese momento, cuando Kuno estaba a punto de dejar Midas, que el rey por fin se dio cuenta del verdadero carácter de su hijo y de cuanto lo quería.

   —Está bien. Puedes ir —dijo para sorpresa de todos—. Pero eso sí —añadió—. El sacerdote los bendecirá y los casará en una ceremonia rápida y sencilla antes de que se marchen. En Jaen se realiza luego la boda real por el rito de los jaenianos —ordenó.

   Kuno y Xilon estuvieron de acuerdo. Por su parte, Vladimir no asistió al ritual y se encerró por largo tiempo en el cuartucho que tenía junto a los establos.

   Diván se ofreció a acompañar a la joven pareja durante el viaje, pues él y Henry debían volver a Earth pronto.

   Entonces, fue justamente en ese momento cuando Divan se dio cuenta que desde hacía un rato no veía a Henry. Un presentimiento lo invadió, y luego de buscarlo sin éxito en la mansión central y en el torreón donde dormía, terminó por llegar hasta los establos donde reinaba en esos momentos una pequeña confusión.

   —…Y entonces ese hombre preguntó cuál era el corcel más rápido. Yo le señalé uno y él lo tomó sin más —decía en ese momento uno de los sirvientes.

   Divan no necesitó ser adivino para saber que esos hombres hablaban de Henry.  Ya no le cabía la menor duda de que su pupilo había huido con rumbo al templo de Shion en busca de Milán Vilkas.

   Y en efecto así era. La mayoría se habían olvidado de lo dicho por Vincent acerca de la visita que Milán había hecho al templo de Shion. Sin embargo,  Henry no lo olvidó en lo absoluto. Todo lo contrario. Cuando aquel concejero había llegado informando acerca de las revueltas que habían sucedido cerca al templo, un pavor horrible había retorcido las entrañas de Henry haciéndole ir a toda prisa en auxilio de Milan.

   Por eso, en ese momento, Henry galopaba a toda prisa por la planicie de Midas con un solo pensamiento entre ceja y ceja:

   << Resiste Milán, por favor. Te lo ruego Shion. Que no le haya pasado nada >>  

  

   Continuará…   


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