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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capitulo XXVI

   Tribulaciones.

 

   Siete días completos con sus noches permaneció Henry recluido en el templo de Shion. Durante ese tiempo, un único doncel entraba en la sagrada edificación para ayudarle con el aseo de su cuerpo y llevarle comida; aunque los primeros días, en el colmo del misticismo, Henry se había negado a comer considerando que un ayuno prolongado calmaría la ira de Shion. Henry estaba convencido de que la muerte de Milán era un castigo de las diosas por su pecado y esperaba que con su inanición, tal penitencia no se extendiera a su hijo.

   —¡De todas formas lo matarás de hambre! —le había gritado Diván durante el tercer día de ayuno, desde las afueras del templo donde se encontraba en vigilia junto a la guardia personal del rey. Se lastimó la garganta forzando su voz para conseguir ser escuchado a través de las gruesas puertas de madera que días atrás habían sido reparadas. Gracias a esto, Henry aceptó tomar dos comidas al día, obviando todos los entremeses.

    A su regreso a palacio, después de un lento viaje bajo un crepúsculo naranja, los guardias que originaron todo el revuelo en el fuerte de Meller fueron llamados a su presencia; media hora más tarde, sus cabezas adornaban las murallas que rodeaban el castillo. A su vez, Divan se encargó de guardar el oro que no alcanzó a ser repartido, y al día siguiente fue el encargado de despedir a Xilon y Kuno, quienes habían permanecido hospedados en los predios de Henry durante el tiempo en que éste se mantuvo en oración. Kuno había partido muy ofuscado después de una terrible riña con Henry. Fue necesario incluso, apartarlos, pues llegaron a las manos. Kuno llegó a abofetear a Henry y lo llamó asesino. Para Kuno, Henry era el directo responsable de la muerte de Milán. ¡Y ese miserable no había tenido ni una lágrima para él!

   —Kuno tiene razón —dijo Henry mientras se estiraba sobre la mullida cama de su recamara donde se encontraba ahora—. Todo esto ha sido mi culpa.

   —Eso no es verdad —replicó Divan, de pie, recostado en el baldaquino que sostenía el dosel purpura que Henry había mandado a colocar con motivo de su duelo.

   Henry lo miró desde su postura y se hizo un ovillo sobre los edredones bordados en plata. Uno de sus donceles de compañía le tejía una trenza mientras otro le enjuagaba los pies con un agua perfumada a rosas. Henry bajó su mirada y observó, por encima de su ancho camisón, el vientre que ya empezaba a insinuarse.

   —En dos semanas más empezará a moverse  —le advirtió Divan con una cálida sonrisa —. ¿Qué has pensado sobre lo que te propuse? Sobre hacerme cargo de…

    Antes de que Divan terminara de hablar, Henry apartó su cabello de las manos de su sirviente, recogió sus piernas y con un movimiento ordenó que le dejaran a solas con el varón.

   —Durante esta semana, ése ha sido uno de los principales puntos sobre los que he meditado  —contestó una vez estuvieron solos.

   —¿Y qué has decidido? —acució Divan. Henry se incorporó hasta quedar sentado y sus ojos se posaron como puñales sobre Divan. Sus mejillas se tiñeron de rojo, pero su expresión era dura y tensa.

   —Antes de responde a eso, necesito saber si estás consciente de que no será posible fingir un matrimonio falso.  —soltó como un trueno—. Tú mejor que nadie sabes que los sacerdotes de Shion tienen ojos y oídos dentro de este palacio, espías que los mantienen al tanto de todo lo que sucede entre estos muros. No podremos engañarlos…no puedo engañarlos fingiendo que eres mi marido sin serlo ¿Comprendes a lo que me refiero?

   —Lo comprendo perfectamente —Divan sostuvo la mirada de Henry y éste se sonrojó un poco más, pero tampoco perdió su expresión dura —Te crie como a un hijo —dijo el varón—, pero soy consciente de que no llevas mi sangre, y también soy consciente de tu apabullante belleza. Hace un tiempo en Earth, cuando intentaste seducirme, me dije a mi mismo que haría lo que fuera por ti, Henry Vranjes; aún en contra de mis propios sentimientos y principios. Pues bien, creo que ha llegado la hora de probarlo. Te crié como a mi hijo, pero ahora eres mi rey… Y si tú lo deseas, seré tu marido. Lo seré en todo el sentido de la palabra.

  Henry se turbó mucho ante esas palabras y bajó  la mirada, tratando de ocultar su estupefacción. Realmente había llegado a pensar que su advertencia detendría, o por lo menos, haría dudar a Divan. Pero no había conseguido amedrentarle. ¿Por qué? Una horrible inquietud se asentó en su pecho en ese momento, y punzó con advertencia cuando Divan se acercó, tomándole del mentón.

   —Seré un padre para tu hijo… y un marido para ti —repitió el hombre.

   —No necesito tanto un marido —respondió entonces Henry, apartándose para ponerse de pie—. Lo que más necesito es un aliado. Y nada mejor que un conyugue en el que pueda confiar.

   —¿Un aliado? —inquirió Divan, frunciendo el entrecejo—. ¿Un aliado para qué?

   —Un aliado para la guerra, por supuesto —respondió Henry sin el menor atisbo de duda—. La muerte de Milán no va a quedar impune. Los dirganos van a pagar por cada gota de su sangre.

   Los ojos de Divan se abrieron de par en par. ¡Henry había perdido el juicio! Acercándose de nuevo, lo tomó de ambos brazos y lo encaró. ¡Debía detenerlo!

   —¡¿Te has vuelto loco?!

   —Aún no, para mi desgracia y para la de mis enemigos —respondió el doncel.

   —¡Rayos! —blasfemó Divan—.  Nunca debí mostrarte esa carta —dijo refiriéndose a una misiva que había llegado a palacio durante la semana de clausura de Henry. Era una carta sellada y firmada por Nalib Elhall—. Henry, no puedes empezar una guerra con Dirgania por la muerte de Milán. En todo caso, son los midianos quienes deberían reclamar por su muerte no nosotros.

   —¡La carta Nalib Elhall no tiene nada que ver con mi decisión! —Henry se apartó bruscamente de Divan y comenzó a pasearse por su recamara—. ¿Es qué no te das cuenta? Los driganos no solo mataron vilmente a Milán, también es casi seguro que son ellos quienes tienen la amatista de plata. Es cosa de tiempo para que intenten algo contra Earth y contra los demás reinos. Los dirganos llevan siglos envenenados de odio contra Earth. ¡Ellos nunca han olvidado todo lo que perdieron durante la última gran guerra anterior al Gran Pacto! Los dirganos llevaban generaciones alimentando un fuego que ahora por fin ha estallado. ¡No se detendrán si no los detenemos!

   Divan resopló y se llevó las manos a la cabeza. Henry le sonrió con tristeza.

   —Nalib sospecha lo mismo que yo  —dijo a continuación—. Piensa que el invasor de Kazharia busca el libro de las diosas, y tal parece que su hermano Paris es el único que sabe donde está sepultado ese misterioso libro.

   Divan se colocó junto a Henry cuando éste levantó una loza de la pared y extrajo la mencionada carta. Divan la leyó por encima del hombro de Henry y esa cercanía le permitió quedar a pocos centímetros de su piel. Henry olía a rosas y claveles, también había aumentado un poco de peso a pesar de sus días de ayuno, y su piel tenía un brillo perlado que le asemejaban a una estatua de mármol tan similar a esas que solían adornar los templos dirganos.

   —Ahora entiendo porqué me querían a mi —dijo Henry con un suspiro. A sus espaldas, la respiración de Divan se empezó a sobresaltar—. Estoy seguro que Paris me pidió como trueque para revelar la ubicación del libro. Divan… ¡Divan! ¿Me estas escuchando?

   —¿Eh?… Por supuesto.

   Henry dio media vuelta y vio que Divan estaba sonrojado y le evadía la mirada. Nunca le había visto así antes y le extrañaba mucho esa actitud. Aún así, no hizo ningún comentario al respecto.

   —Te decía que solo Paris Elhall sabe el paradero del libro de las diosas. Y es justo por la razón que Nalib específica aquí —anotó entonces, guardando de nuevo la carta bajo la loza.

   —Yo no entiendo para qué puede querer el ladrón de la amatista el libro de las diosas —se preguntó Divan, retomando su compostura ahora que Henry ya no estaba tan cerca de él—. ¿Por qué no se ahorra todo ese esfuerzo y pide su deseo de tener el libro y ya? —inquirió.

   —Porque el libro de las diosas es mucho más poderoso que la amatista —explicó Henry, viendo consumirse los troncos en la chimenea frente a él—. Sólo el libro de las diosas puede invocarlas y convertir a un humano en dios. Es un libro asquerosamente blasfemo y la amatista no puede rastrearlo porque sobrepasa su poder. Paris tiene el don de ver el pasado a diferencia de su hermano Nalib, quien ve el futuro. Por eso sólo él pude saber cuál fue el sitio donde se extravió ese libro. Es lo que nos dice Nalib en su carta.

   —Aun no podemos estar seguros de que el mismo ladrón de la amatista sea el que está detrás de la invasión de Kazharia; ni que en efecto, tal ladrón esté planeando encontrar el libro de las diosas. No sabemos si Lyon realmente está vivo de nuevo gracias al poder de la amatista y si es él el responsable de todo esto.

   Divan se frotó la cara y se sentó sobre el borde de la cama de Henry. Henry miró la actitud apesadumbrada de Divan y se sentó en un taburete junto a él.

   —No, pero es la teoría que mas sentido tiene —apuntó Henry—. Divan, me contaste que Xilon estaba contigo la noche que entraron en la joyería del hombre que hizo la réplica de la amatista, ¿verdad? —Divan asintió—. Dime una cosa. ¿Xilon también reconoció aquella letra?

   Divan negó con la cabeza.

   —Xilon era todavía un niño cuando Lyon murió. No creo que pueda acordarse de un detalle así. O por lo menos así lo creo yo.

   —¿No estuviste atento por si tenía alguna reacción ante tu descubrimiento? —preguntó Henry.

   —¡Por supuesto! —contestó Divan—. Pero no hubo ninguna reacción en él aquella noche; ningún gesto por el que debamos pensar que él haya reconocido aquella caligrafía del mismo modo en que lo hice yo.

   —Perfecto —Henry tomó su cabello y terminó de tejer la trenza que su sirviente había dejado a medias—. Entre menos personas sepan de esto mejor —anotó.

   —Aun así, esto sigue siendo casi un disparate, Henry. O sea, hablamos de un hombre que lleva quince años muerto. ¡Es casi ridículo que lo estemos siquiera considerando!

   —¡Pues tú fuiste el primero en considerarlo! —le recordó Henry a Divan—. Y yo también lo considero así. Son demasiadas coincidencias para que sean sólo coincidencias. Además… hay algo más.

   —¿Algo más? —Divan frunció el ceño con tenacidad. Henry asintió.

   —Vladimir ha escrito también. Benjamín Vilkas despertó y está absolutamente recuperado.

   —¡¿Cómo?! —Eso sí que no se lo esperaba Divan. Los padres de Henry nunca se habían podido poner en pie luego de que la maldición de la amatista los llevara a la cama. ¡Era increíble que Benjamín Vilkas se hubiese recuperado en tan corto tiempo!

   —Parece que Vincent de Hirtz tenía razón —comentó Henry—: Ariel Tylenus es increíblemente poderoso con su bioenergía curativa. Debemos tener a ese muchacho muy presente en nuestros planes, Divan.  

   —Por supuesto. Es impresionante lo que me cuentas.

   —Pues eso no es todo —Henry trazó una inquietante sonrisa y ató el extremo de su trenza con un pequeño listón—. Benjamín Vilkas ha confesado lo mismo que confesó Xilon. Ellos robaron la amatista de plata.

   —Pero eso ya lo sabíamos —resopló Divan con algo de petulancia.

   —Sí, pero Benjamín Vilkas ha agregado los detalles que faltaban en el relato de Xilon —detalló Henry—. Según el propio Benjamín, el deseo que le pidió a la amatista de plata fue, literalmente, éste: “Quiero que Ezequiel Vilkas sufra lo mismo que yo he sufrido”

   —¡¿Qué?! —Divan se puso de pie y recorrió de extremo a extremo la habitación. Henry lo miró con atención.

   —Ezequiel Vilkas estaba, y puede que aún lo esté, perdidamente enamorado de Lyon Tylenus, ¿no es verdad? —Divan posó sus ojos en Henry y asintió ligeramente—. Pues bien: Puede que de alguna forma, una forma retorcida, la amatista de plata considerase que el sufrimiento de Ezequiel Vilkas debía darse a manos del hombre que más había amado ¿o no? ¿Te parece ahora que todo tiene más sentido?

   —¡Por las diosa, lo tiene! —Divan regresó a la cama y se volvió a sentar. ¡Todo tenía sentido! ¡De una manera terrible y macabra, pero lo tenía!

   —Pues yo también pienso que tiene sentido —declaró Henry—. Son demasiados cabos sueltos que no pueden unirse con una teoría diferente a la que tenemos ahora. Por lo menos, yo no lo veo de otra forma.

   —¡Por las diosas!

   —Divan, tú conociste a Lyon durante muchos años. ¿Hay algo sobre ese hombre que yo debería saber?

    << ¡Que fuimos amantes y que yo soy el padre de Xilon! >> pensó Divan, pero ese no era el momento para soltar aquellas revelaciones.

   —Nada —mintió entonces, sintiendo que comenzaba a jadear. Henry se puso de pie y lo incorporó acariciándole el rostro.

   —Divan, escúchame —A pesar de que Divan le sacaba casi dos palmas de altura a Henry, se veía increíblemente pequeño en ese momento—. Divan, te he escogido como esposo porque eres la persona en la que más puedo confiar. Voy a casarme contigo y a ser un esposo en todos los sentidos, pero necesito que me respaldes y me ayudes en todo. Necesitamos, sacar a Paris Elhall de Kazharia y traerlo aquí…con vida. Necesito verlo en persona. Haré que ese hombre me diga a mí dónde está el libro de las diosas.

   —Henry… ¿qué es lo que planeas? —Divan temblaba entero. El toque de aquellas manos y el poder de aquellos ojos lo tenían casi sin habla.

   —Haré lo que sea necesario por derrotar a los Dirganos —reveló Henry casi en susurro—. ¿Estás conmigo?

   —Lo estoy —Divan se puso de rodillas y besó las manos de Henry. Cuando se puso de pie, sus brazos sujetaron con premura la cintura del doncel y sus labios buscaron su boca. Divan besó a Henry con una ansiedad y una necesidad que no había experimentado jamás. Su lengua se introdujo apremiante en la otra cavidad y su aliento buscó refugio en aquel rincón. Cuando el beso terminó, Divan jadeaba. La expresión de Henry era estupefacta.

   —Estoy contigo en todo lo que me pidas —dijo el varón—. Mandaré un recado a Su Majestad Ezequiel. El y su ejército están camuflados en Kazharia y como sabes, han entrado incluso en el palacio de ese reino. Pediré que rescaten a Paris Elhall y lo envíen a Earth.

    —P perfecto —balbuceó Henry, aún aturdido por el aquel besó—. Pero diles que no se apresuren —apuntó después—. Si todo sale como planeo, que por Shion espero que esta vez sea así, aprovecharemos la confusión que se va a armar cuando todo Earth se entere que Henry Vranjes, el rey condenado a castidad perpetua, se va a desposar con su antiguo tutor y regente del reino.

    Divan asintió, estupefacto ante la sonrisa que despuntó de los labios de Henry tras decir aquello. Era una sonrisa tan bella e inquietante, que le pareció digna de ser plasmada en un retrato. Una sonrisa muy parecida a la que la mismísima Shion lucía en el óleo que adornaba el salón comedor de palacio.

    Varios minutos después, Divan abandonó la recamara de Henry con la intención de entrevistarse con los altos mandos del ejército. Por el camino, no dejó de pensar en el beso que él y Henry habían compartido minutos antes.

   Divan no se reconocía a sí mismo. Hasta hacía unos cuantos días, Henry era como un hijo para él, ahora en cambio… << ¿Qué es lo me está sucediendo?, se preguntó azorado mientras bajaba las escaleras con rumbo a las torres centrales ¿Por qué rayos me  estoy comportando de esa forma? ¿Por qué estoy sintiendo este terrible deseo? >>

   Divan no lo sabía en ese momento, pero a pesar de haber sido por muchos años inmune a sus encantos, finalmente había caído rendido bajo el embrujo del “Tesoro de Shion”.

 

 

 

   —¡Maldito y desgraciado seas Henry Vranjes! ¡Que las diosas me permitan bailar y embriagare de dicha el día de tu entierro! ¡Qué Johary te expulse del paraíso! ¡Que tus enemigos usen tus ojos de cuentas y se bañen en tu sangre!  

   Los gritos de Kuno se escuchaban por toda la segunda planta del castillo de Jaen, alertando a casi todos los donceles del servicio doméstico y provocando que Xilon suspendiese una reunión que mantenía con sus concejeros para atenderle en persona.

   Kuno estaba recién llegado a Jaen. A diferencia de Xilon, el midiano hizo una pequeña escala en Midas para ver a Benjamín y llevarles la terrible noticia de la muerte de Milán. El impacto había sido como el de una roca envuelta en fuego. Benjamín había estado a punto de volverse loco.

   A Kuno le hubiese encantado quedarse unos días más en Midas con su familia, pero no le fue posible. Esa misma tarde se llevaría a cabo la ceremonia de coronación de Xilon y él debía estar a su lado, como su esposo. Los religiosos de Jaen los bendecirían como pareja en el ritual de nupcias jaeniano y Kuno sería coronado también bajo el título de Rey consorte.

   Xilon entró a la recamara de Kuno después de que un doncel de compañía le avisase que su esposo había perdido los nervios luego de leer una carta proveniente de Earth. Al entrar a la recamara conyugal, se topó de frente con la imagen Kuno tirado sobre las sabana, sollozando al lado de unos trozos de pergamino. Con cautela se acercó, recibiendo de costado los rayos de sol que entraban por los ventanales que conducía al balcón. Estaba escrupulosamente acicalado de nuevo, con la barba a medio poblar y su cabello emparejado por encima de la nuca. Lucía una versión en blanco de su uniforme militar para acompañar el duelo de su marido; las botas inmaculadas también crujían en el piso de roca previniendo a Kuno, quien se incorporó de prisa, con el rostro envuelto en lágrimas al verlo llegar.

   —¡Mira esto! —Kuno extendió hacia Xilon la causa de su llanto. Eran los trozos de la esquela que había recibido al llegar a Jaen. Xilon tomó las piezas, las reunió y las armó sobre una mesa. Los trozos reunidos permitieron vislumbrar los nombres de dos conocidos, anunciando un enlace matrimonial que se concretaría en cuatro días.

   —¡No había visto un matrimonio más escandaloso desde que Teodoro Vermin, vizconde de Bacorf, se casara con su propio hijo! —masculló el midiano, rompiendo en llanto de nuevo.

   —No lo puedo creer —susurró Xilon estupefacto.

   —¡Pues yo sí! —replicó Kuno—. Espero lo que sea de ese miserable traidor. Ni siquiera esperó a que termináramos el novenario de mi hermano y ya está anunciando con bombos y platillos que se casa con otro. ¡Mi pobre hermano Milán! ¡Seguro solo fue un juego para él!

   —Creo que es mejor analizar esto con calma —Xilon avanzó, sentándose en la cama. Con cuidado secó las lágrimas de Kuno y lo tomó por el mentón—. Kuno, escucha. Henry Vranjes es un rey y está embarazado. Creo que, tal vez, sólo quiere darle un padre a su hijo y, ¿quién mejor que el hombre que fue como un padre para él?

   —¿Padre? —Kuno se echó a reír con un tono de mordaz ironía. Su rostro estaba congestionado de ira—. ¡Yo no creo nada de eso! —exclamó—. Quién sabe desde hace cuanto ese par son amantes. Ahora hasta me atrevo a dudar de que el hijo que espera ese canalla sea en verdad hijo de Milán.

   —¡No hables tan a la ligera! —replico Xilon—. Yo pienso que Henry Vranjes sí que está sufriendo con la muerte de tu hermano.

—¡ Pues yo no lo creo! ¡No lo creo! ¡No lo creo! —Echándose de nuevo sobre el lecho, Kuno apretó fuerte las cobijas—. Henry Vranjes nunca amó a Milán —aseguró gimoteando entre lágrimas—. ¿Acaso no viste cómo se marchó cuando llegó a la cabaña ese día? Y luego, ¿qué hizo luego? ¡Pues encerrarse  en su templo disque a meditar! ¡¿A meditar qué?! ¡¿Qué rayos debía meditar?! ¡La muerte de Milán fue su culpa y no le vi derramar ni una sola lágrima por él! ¡Ni una miserable lágrima para el hombre que lo amo más que a su vida!

   Al ver a Kuno tan alterado, Xilon se apresuró a envolverlo entre sus brazos, dejándolo desahogarse. Por un rato, sólo estuvieron abrazados en silencio. Kuno lloraba con desazón mientras Xilon le acunaba tiernamente.

   —Yo sigo pensando que Henry Vranjes está pasando un mal rato —dijo Xilon cuando el llanto de Kuno se aplacó.

   —¿De veras lo crees? —inquirió éste.

   —Así es —asintió Xilon—. Henry Vranjes es un hombre parco en expresión de sentimientos, pero yo creo que si sufre. Sufre mucho.

   —Ya veo. —Con un poco de brusquedad, Kuno se apartó del abrazo de Xilon y se puso de pie. Sus ojos cayeron sobre él con rencor y desdén.

   —¿Qué pasa? —preguntó Xilon. Kuno sonrió con mordacidad.

   —No pasa nada. Es sólo que ya creo entender por qué defiendes tanto al miserable de Henry Vranjes.

   —¿Qué quieres decir? —Xilon miró a Kuno con el ceño fruncido. El tono de su esposo no le gustaba nada.

   —Quiero decir que tú eres igual a él —le increpó el midiano con molestia—. Ambos tienen el corazón tan marchito como higos secos. A Henry Vranjes lo marchitó esa promesa a Shion, pero a ti… ¿a ti qué te marchitó, Xilon Tylenus? ¡¿Qué te marchito?! ¿Acaso fue la muerte de tu papá?, ¿acaso fue ese rencor rancio por mi padre Ezequiel y  la muerte de Lyon?

   —¡Calla! —La respiración de Xilon se volvió espesa. El también se puso de pie. No iba a permitir que ese niño le hablara de esa forma. ¡No iba a permitirlo!

   —¿Qué pasa, Xilon Tylenus? ¿Acaso he dado en el clavo? ¡La muerte de tu papá te marchitó, ¿verdad?! Estoy en lo cierto ¡No vives más que para tu maldito rencor!—Kuno metió más el dedo en la herida.

   —¡Que te calles! —gritó Xilon, y alzó su mano diestra, sosteniéndola en el aire por una fracción de segundos. Kuno se crispó pero mantuvo el desafío guardando su posición. Sus ojos eran como dos relucientes zafiros.

   —¿Vas a pegarme?

   —No puedes hablarme así. Soy tu marido —La voz ronca de Xilon pareció quebrarse. Su mano se cerró en puño pero sólo para estrellarse contra su propio rostro en gesto de terrible frustración. Kuno avanzó hacia él y lo tomó por el talle. Nuevamente era testigo de la fragilidad de ese hombre. Por años, Xilon había sido para él un epítome de rudeza y templanza. Era de esa imagen de la que se había enamorado. Sin embargo, ahora, después de todo lo ocurrido, Kuno se daba cuenta de que su fantasía de niño había sido sólo un espejismo. Su antigua imagen de Xilon se había destruido pero gracias a ello, ahora podía ver al verdadero hombre tras la máscara, al hombre del que no estaba enamorado como un niño soñador. Xilon Tylenus era ahora un hombre de carne y hueso, no una idea ilusa e infantil. Xilon era un hombre débil y destruido, el hombre que Kuno empezaba a amar de verdad.  

   —Tú no eres mi marido, Xilon. Por lo menos no en la práctica. Estás tan muerto aquí adentro —señaló su pecho—, que me sorprende que aún no lo estés aquí también.

   La mano de Kuno bajó por el abdomen de Xilon y se cerró sobre su entrepierna. Xilon dio un respingo y de improviso tomó a Kuno para de un solo movimiento caer ambos sobre el lecho. Xilon cayó sobre la cama arrastrando consigo a Kuno. El choque de ambos cuerpos fue tan fuerte que hicieron vibrar el dosel. Los visillos bailaban al compás de la brisa matinal, trayendo consigo el canto de las golondrinas.

    Xilon y Kuno luchaban en un lecho que en más de cuatrocientos siglos no había conocido tanta pasión. Era seguro que los rostros enmarcados en los óleos que colgaban en aquella habitación, nunca antes habían gozado de un espectáculo similar.

   —¿Qué pasa? ¿Acaso piensas tomarme a la fuerza otra vez? ¿Es la violencia lo único que habla por ti? —riñó Kuno forcejeando entre los brazos de su esposo.

   —¡Basta! —gruñó Xilon sujetándolo por las manos.

   —¿Qué pasa? —Kuno se detuvo y miró al varón a los ojos—. ¿Te molesta escuchar la verdad? Dime una cosa… Ese tal Dereck, el que parirá a tu bastardo, ¿a él también lo forzaste o ese puto si te abría las piernas a placer?

   —¡Tu también me has abierto las piernas a placer! —Xilon tomó las manos de Kuno y las presionó sobre el lecho, a ambos lados del cuerpo del doncel—. Y también se las abriste al chico de la posada.

   —¿Celoso?

   Una mueca mordaz se dibujo en el rostro de Kuno. Xilon gruñó y sin más aviso bajó su rostro y lo besó. Fue un beso demandante y fiero. Furioso y apasionado. Las manos de Xilon soltaron las de Kuno y se ensañaron con su túnica, desgarrándolas hasta dejarle hombros y pezones al descubierto. Cuando el beso terminó, la boca de Xilon se perdió en el cuello de Kuno. Kuno suspiró.

   —No fui yo quien abrió las piernas esa noche. El hijo del posadero se entregó a mí y yo lo tomé como si fuese un varón.

   —¿Y te gustó? —Xilon sacó su rostro del cuello de Kuno y lo miró fijamente. Sus ojos eran como un mar agitado.

   —Me gustó mucho —aceptó Kuno—. Tanto que desde ese día no pienso en otra cosa que no sea hacerte lo mismo a ti.

   Un silencio sobrecogedor cayó sobre ellos, ambos hombres se miraban como dos enemigos a punto de empezar un duelo; respiraban agitados y habían empezado a transpirar. El pecho de Kuno subía y bajaba. Estaba tan excitado que sus pezones estaban erguidos como dos montañitas.

   Entonces, de repente, Xilon dio media vuelta y quedó boca arriba sobre el lecho. Sin mediar una sola palabra más, comenzó a desabrochar su guerrera y camisa, hasta dejar su pecho descubierto.

   —Si tanto lo deseas, ven y toma lo que quieres —fue todo lo que dijo tras desnudarse. Kuno dudó por varios segundos pero luego se incorporó, colocándose sobre su esposo.

    —Tienes razón —habló Xilon de nuevo, con una voz que empezaba a ser jadeante—. Todos estos años he estado marchito. Pero quiero creer que puedo renacer bajo tus manos. Necesito creerlo.

    —Renacerás bajo mis manos —prometió Kuno y lo besó; una disyuntiva nació en su mente. Maldito fuera Xilon Tylenus, pensó, maldito fuera por encerrarlo en esa telaraña mortal.

   << No sé si pueda hacerte renacer Xilon, pero si no lo logro, sólo quiero que sepas que me marchitaré contigo. Te amo >>

      

 

   Kuno jadeaba mientras una mano de Xilon acaparaba casi por completo la longitud de su miembro, deslizándose de abajo hacia arriba, haciéndolo olvidar hasta de su propio nombre.

    Xilon lo tomó de los brazos y acercó sus labios. Se besaron con lentitud, saboreando el placer.  Poco a poco, el miembro de Kuno pareció convertirse en diamante por la dureza que adquirió y por los fluidos que brillaban a la luz de la mañana. Al sentirlo totalmente preparado, y sin romper los cálidos besos, Xilon guió aquella virilidad  dentro de sus muslos y la ensartó en ese espacio que nunca antes había usado para el amor. Un gemido salió de su boca y un extraño goce se posó dentro de su cuerpo. Gozar con la posición en la que lo hacían los donceles era aberrante para él. ¡Pero qué bien se sentía!

   Kuno jadeó también. A medida que ganaba profundidad, podía darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Estaba en el sitio más cálido que tenía Xilon, ese hombre que todo el tiempo parecía un glaciar. ¡Por las diosas, aquello era el paraíso! Casi no pudo contenerse para empezar a moverse, pero la agonía del rostro de Xilon le dijo que no fuera tan goloso. Esperó un par de minutos y cuando por fin sintió que las gruesas fibras que atrapaban su miembro empezaban a ceder, no dudó en iniciar un suave vaivén que le hizo recordar cómo se bendecía a Johary en la versión más primitiva de la lengua madre midiana.

   Xilon mordió las sábanas para conservar la tranquilidad que brindaba el silencio. No quería manchar con obscenidades las paredes que por muchos años vivieron del mutismo de las parejas que solo habían copulado para procrear. Kuno sudaba, y se apoyaba en los hombros de Xilon para impulsarse en ese agujero sin final. Con cada embiste dejaba caer gotas de sudor sobre el pecho del varón.

   El sol estaba muy en lo alto, la recamara estaba caldeada y las golondrinas lejanas encontraban otra primavera. Xilon y Kuno se recostaron sobre las colchas para dormir los rezagos de su clímax. Ahora eran esposos y renacerían juntos.

   Renacerían juntos… o se marchitarían los dos.

 

 

 

 

   Tenía un sabor muy desagradable en la boca, aunque eso era lo de menos en esos momentos. Milán no sabía cuánto tiempo había estado dormido, ni siquiera estaba seguro de no seguir dormido en esos momentos. Frente a sus ojos se movían las imágenes borrosas de personas que caminaban de un lado a otro.  Había gente descalza, donceles y varones por igual, niños y ancianos. Algunos de ellos se detenían frente a él y lo miraban desde arriba.

   << ¿Dónde estoy? >> se preguntó entonces, dándose cuenta de que estaba tirado en un catre sobre el suelo. Trató de incorporarse pero aquello no resultó ser una buena idea. Al instante, una terrible punzada en el hombro le sobrevino y un mareo casi le cuesta la conciencia de nuevo.

   << Rayos >> pensó, quedándose quieto, intentado comprender su entorno a través de los sonidos que llegaban hasta sus oídos. Milán escuchó retazos de conversaciones. Algunas personas hablaban en Kraki, otras en la lengua natal de los Kazharinos y otras en dialectos que no supo identificar.  Alguien, posiblemente un doncel, a juzgar por el tono suave de voz, suplicaba a las diosas por más provisiones. Otra persona, también doncel, le contestaba que con la boda real todo iría a peor. Milán sintió un extraño malestar cuando escuchó eso de “boda real”, pero en esos momentos era incapaz de comprender el alcance de tales palabras.

   —Tesoro… Tesoro, ¿dónde estás? —susurró levemente. En ese momento, el rostro de un hombre de cabellos rojizos y gran sonrisa se coló ante sus ojos.

   —Vaya, veo que ya has despertado por fin —se alegró el sujeto—. Bienvenido, Milán Vilkas. Las diosas te bendigan.

   Milán observó al hombre y lentamente, sus ojos se fueron abriendo de par en par. ¡No podía ser posible! Ese hombre era… ese hombre era…

—¡Paris…! —exclamó con todo lo que daba su voz en ese momento. El otro hombre sonrió de nuevo y Milán cayó inconsciente otra vez.

 

   Continuará…

 

 


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