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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capitulo 2

El rapto.

 

Henry galopaba a toda velocidad de regreso hacia su palacio. Aun estaba aturdido por las cosas de las cuales se había enterado en su última visita al templo. Y además, se encontraba un poco inquieto por la extraña sensación que había tenido durante su viaje de ida. No sabía por qué, pero sentía su palacio sumamente lejos.

Milán estaba atento, esperando entre los matorrales de aquel cerro. A una orden de su mano todos los soldados que se hallaban con él tomaron sus posiciones, justo en el momento en que se dieron cuenta que el caballo negro de Henry se asomaba entre el horizonte de la llanura.

—Ya saben —advirtió el príncipe, rotundo—, les prohíbo que intervengan en esto. Solo los traje para que me mantengan el terreno despejado de intrusos, nada más.

—Entendido alteza —respondieron sus hombres al unísono mientras Vladimir echaba una significativa mirada a su hermano.

—Buena suerte —le dijo a secas. Y con esto Milán espoleó su caballo, partiendo.

Bajó rápidamente aquel cerro, refugiándose entre el bosque con gran agilidad. Henry se acercaba muy de prisa, así que solo disponía del tiempo exacto poner en marcha su plan. Había estudiado cada detalle con minucioso cuidado durante cinco largos años y confiaba por tanto en que nada le fallara. De todas formas estaba algo asustado; ya sabía lo que significaba fracasar y quedarse al filo de la muerte. Aunque lo que más le aturdiera fuera pensar que la muerte no era tan terrible como el hecho de no conseguir a su amado tesoro. Se abrumó un poco pensando en ello, pero no le dio más vueltas al asunto, simplemente alzó el rostro para ver entre el trenzado de ramas que tenía delante, la figura de Henry cada vez más cerca.

—Es hora —susurró para sí mismo. Y diciendo esto su diestra se iluminó.

Milán formó con su palma una gran esfera de energía que mantuvo moldeando durante algunos minutos. Cuando los cascos del corcel de Henry, “Lucero negro”, ya se escuchaban casi a su altura, el príncipe la soltó haciéndola volar con la velocidad de una flecha.

Henry frenó en seco y volteó a toda prisa al percatarse de la presencia detrás de él. Sin embargo, al mirar sobre su hombro no pudo ver nada.

—Un eco energético —musitó arrugando el entrecejo.

Y eso era justamente el truco de Milán. Un eco energético; una inmensa concentración de energía que simulaba una presencia humana. Un truco de magia de altísimo nivel. El tesoro de Shion resopló, mirando a ambos lados. Para hacer un truco así se necesitaba muchísima concentración y un tremendo entrenamiento. Ahora estaba seguro: Había un pretendiente cerca. Y era uno bueno, uno muy bueno.

—¡Sal de allí! — exclamó entonces, caracoleando en su caballo para mirar en todas las direcciones. Sin embargo, no pudo visualizar nada ni oír algo diferente al silbido del viento. De todas formas se mantuvo alerta, tratando de retomar el paso con lentitud. Y justo en el momento en que se proponía espolear su caballo para volver a retomar la marcha, otra presencia más cercana, ahora frente a él, le detuvo.

—¿Otro? —se preguntó confundido. No lo podía creer. Si hacer un solo eco energético era ya una labor muy ardua, hacer dos era prácticamente imposible. Su corazón empezó a latir con algo de mayor prisa. ¿Sería acaso ese presentimiento que estaba sintiendo desde la mañana? ¿Sería eso y no las revelaciones que acababa de recibir de Shion? No pudo pensar más. Al instante un tercer  eco energético surgió de detrás de unos arbustos. Henry giró confundido, cada vez más mareado. Aquello no podía estar pasando; había enfrentado aquel truco antes, pero nunca tan bien ejecutados y con tan impecable técnica.

—¡Rayos! —maldijo por lo bajo tratando de localizar aquellas energías que se movían con la velocidad de un relámpago. Intentó concentrase con todas sus fuerzas para no dejar de sentir ninguna y rastrearlas en lo posible. Lo logró. Pero cuando lo hizo, las tres se encontraban a pocos pasos de su espalda.

Henry sintió una gota de sudor correrle por el cuello y descender hasta su pecho. En cinco años que llevaba lidiando con aquellos  pretendientes ninguno le había acorralado de esa forma tan contundente. Agarró fuerte las riendas, listo para girar. Tenía que hacerlo con lentitud pues estaba seguro que cuando girara del todo, su verdadero rival saldría de algún lado para atacarle. Confiado en esto giró… pero solo para confirmar que se había equivocado.

Lucero negro relinchó espantado parándose en sus patas traseras. Henry gritó cayendo del lomo de su montura estrepitosamente. Milán descabalgó de inmediato al verlo caer, apresurándose en llevar la punta de su espada hasta el cuello del abatido doncel.

—Es un placer volver a verle, Su Majestad —reía amenazándole desde lo alto.

Henry había perdido todos los colores de su rostro.

—¿Usted? —resopló totalmente anonadado—. ¿Pero cómo se atreve? ¿Cómo llegó hasta mis espaldas?

La estupefacción de Henry era comprensible. Los ecos energéticos lo habían distraído tanto que no se percató del momento en que su atacante se acercó. Pero ahora ya no era solo esto lo único importante. Henry no podía creer que por primera vez un pretendiente le estuviera enfrentando con el rostro descubierto, ni mucho menos, que aquel hombre se tratara justamente de Milán Vilkas. Reculó un poco tratando de huir del filo de aquella espada. Tenía que encontrar la manera de buscar una salida ¡No podía perder así!

—Le aconsejo que no se mueva si no quiere dañar su traje —le aconsejó Milán. Su sonrisa era de total triunfo. Henry volvió a recuperar el rojo de su tez pero esta vez de pura rabia.

—Aun no ha ganado alteza, aun no se ría —le dijo mirándolo enfebrecido. De repente una idea cruzó por su mente y con un movimiento ágil la aplicó.

Henry lanzó un destello de luz muy brillante que tenía como objetivo cegar a su oponente. Era un recurso desesperado, pero no encontró otro. Sin embargo, le funcionó a medias. Milán retiró la espada de su cuello para desviar el impacto de luz .Pero el destello rebotó en esta devolviéndoselo a Henry.

—¡Por las diosas! —exclamó despavorido, poniéndose a medias de pie. Estaba totalmente ciego de momento, y para tratar de ganar tiempo solo se le ocurrió colocar una muralla de protección mientras recuperaba la visión. Cuando lo hizo, vio nuevamente a  Milán esperando. Era claro que este también sabía que esa barrera solo duraba pocos segundos. Se irguió completamente mirando a su oponente; intentaría un truco más antes de verse obligado a luchar en serio. Milán dejó de sonreír poniéndose en guardia. Sabía lo que vendría y la esquivó. La bola de energía que Henry le lanzó pasó cerca a su hombro derecho, pero ni siquiera le rozó. Milán sabía que Henry solía atacar por el lado derecho razón por la cual se apartó a la izquierda. Aturdido y molesto, Henry no tuvo más opción que desenvainar  su espada; si su enemigo conocía sus poderes mágicos, entonces debía vencerlo cuerpo a cuerpo.

 

 

Era verano. La suave brisa se paseaba expectante y excitada entre los dos rivales. De repente se  tornó densa, alzando ligeramente el césped y meciendo los árboles.

Henry desenvainó su espada con apabullante seguridad. Frente a él, Milán hizo lo propio, conservando aun aquel matiz divertido en los ojos. Caminaban en círculos, estudiándose detenidamente. Ninguno parecía estar dispuesto a realizar el primer movimiento, pero sí parecían muy preparados por si recibían un ataque. Después de algunos segundos, Henry se acercó un par de pasos y Milán se puso en guardia. A pesar de no perder su sarcástica sonrisa, Henry supo por ese movimiento que se estaba tomando aquello en serio.

—Usted no ha cubierto su rostro —siseó el rey—. ¿Acaso esta tan seguro de que va a vencerme?

Milán amplió la sonrisa.

—Lo estoy tesoro… lo estoy.

—Pues yo le aconsejo no tener tanta confianza —aseguró este devolviéndole la sonrisa con sorna. Y diciendo esto se acercó dos pasos más con mucha velocidad y atacó de primero.

El golpe fue certero, alcanzando a desprender dos botones de la chaqueta de Milán. El susodicho sin embargo, reaccionó rápidamente apartándose de nuevo.

—Excelente. No esperaba menos de ti tesoro —halagó volviendo a su posición de ataque. Pero esta vez no esperó. Tomó un poco de impuso con sus rodillas abalanzándose contra Henry en una amague de ataque a su derecha que justamente tomó aquella dirección. Con su espada, el rey lo detuvo dando de inmediato un giro completo para asestarle un golpe desde arriba. Milán interpuso igualmente su arma usando ambos brazos de palancas contra el aguerrido impacto. Era increíble, pensaba. No era la primera vez que luchaba contra un doncel; había enfrentado guerreros de tribus salvajes de apariencia más fiera que un varón, y ni aun así había encontrado tanta fuerza en un ataque ni tanta resistencia en una oposición como la de los brazos de su tesoro. Sonrió mientras bloqueaba el golpe, dando medio giro para escurrirse hacía un lado. Tuvo que retrasar varios pasos cuando Henry se abalanzó con toda su disposición, asestándole cuatro violentas acometidas que le obligaron a poner un poco de terreno de por medio.

Henry vio aquello como un pequeño triunfo y fue su turno para sonreír.

—¿Y ahora quien ríe, alteza? —fanfarroneó un poco dándose algo de tiempo para estudiar su siguiente embestida. Milán le miró cambiando ágilmente su pie de apoyo para recuperar el equilibrio, pensando en que gracias a las diosas había elegido un terreno plano para luchar. Tomó posición otra vez y se aventuró de nuevo.

El choque de ambos metales se volvió a oír entre el silbar del viento y en ese mismo momento unos pájaros remontaron el vuelo. Las espadas formaban una X perfecta sin querer ceder ni un ápice.

—Estas sudando mi amor —siseó Milán viendo unas gotas de sudor que escurrían por las sienes de Henry—. Conozco otra serie de actividades más placenteras para sudar.

—¡Cállese, atrevido! —Henry aprovechó la ligera distracción de Milán para, con un movimiento agilísimo, escurrirse entre las piernas del príncipe dando varios botes antes de volver a quedar de pie.  El pasto le había tratado de resbalar un poco al hacerlo, pero logró balancearse antes de recibir aquella estocada cerca de su brazo. El filo de la espada de Milán si alcanzó a tocarlo esta vez, y un ligero corte en su brazo comenzó a escocer.

—¡Rayos! —se quejó cambiando la espada a su zurda. Los brazos eran los sitios donde siempre le atacaban pues no eran zonas vitales, pero sí, sus principales centros de ataque.

—¿Qué pasa tesoro? —se abalanzó de nuevo Milán intentando acorralarle—. Concéntrate o la próxima que cortaré será esa cinta de tu cabeza… aunque prefiero hacerla caer de otra forma.

Aturdido por semejantes muestras de descaro, Henry se concentró en defenderse. Necesitó usar ambos brazos para contener los ataques de Milán que cada vez lo arrinconaba más contra los matorrales. Tenía que retomar el control, pensaba, usando su pie derecho de pivote para esquivar varios golpes. Pero de repente, una roca en medio del pasto le hizo tropezar. Henry cayó pesadamente, sorprendiendo incluso a Milán que yéndose en seco al asestar un ataque tampoco pudo evitar caer. La espada del príncipe rodó lejos de su mano y Henry aprovechó aquello para intentar vencerle.

—Voy a cortarte la lengua, maldito sinvergüenza —dijo con rencor aun en el suelo, intentando incorporarse. Sin embargo, Milán viendo sus intensiones, dio de inmediato varios rollos sobre el césped llegando hasta su altura. Fue algo bastante arriesgado pero lo logró. Con un movimiento de medida agilidad, Milán se abalanzó sobre Henry. El golpe que este asestó en ese momento, logró rozarle muy cerca de la cabeza, cortándole algunas hebras de cabello. A pesar de esto, el príncipe logró ponerse sobre él capturándole las manos por encima de la cabeza en un acto de agilidad sin precedentes.

—¡Suéltame infeliz! —gritó Henry intentando hacer palanca con su rodilla izquierda para desprender aquel cuerpo de encima suyo—. ¡Eres un desgraciado sin temor de Shion!

—A lo único a lo que yo le temo es a morir sin tu amor —le contestó Milán con tanta firmeza que Henry soltó un pequeño gemido. En ese momento el aliento de aquella boca sobre la suya lo desconcentró, y sus manos adormecidas por la presión soltaron la espada. Asustado por la posibilidad de por primera vez pensar en perder, Henry hizo acopio de sus fuerzas logrando dar un bote hacia atrás llevándose a Milán consigo.

El midiano quedó impresionado por aquella fuerza. Nunca antes había conocido un doncel tan fuerte. Sin embargo, antes de que Henry lograra hacerse de nuevo con su espada, Milán se le arrojó de nuevo encima, y presionados por la gravedad de un ligero descenso en el terreno, ambos rodaron varios metros hasta quedar uno sobre el otro, jadeantes y llenos de fango.

Al verse con aquel cuerpo de nuevo sobre él, Henry se apresuró en voltearse a toda prisa. Con su rodilla dio un golpe en el bajo vientre de Milán y este se apartó dolido.

—¡No vuelva a tocarme! —escupió el rey lleno de ira, agachándose un poco para buscar algo entre su bota. A los pocos instantes Milán vio en la mano diestra de su tesoro una daga de impresionante filo. Sintió miedo, no iba a engañarse, pero luego, al ver a Henry realizar aquel conocido movimiento no pudo evitar sonreír internamente.

El leve desplazamiento hacia la derecha, usando el pie derecho como punto de apoyo con la mano buscando el flanco izquierdo de su oponente, hizo a Milán reconocer de inmediato la técnica con que le habían vencido cinco años atrás. Reaccionó de inmediato, casi que por instinto, disfrutando de la boca anonadada y los ojos llenos de pánico de Henry, cuando vio su ataque asestándole al vació. De inmediato lo tomó de un brazo desequilibrándolo con una zancadilla en la rodilla derecha y dándole un golpe contundente en la nuca.

—No puede ser. —Henry miró los ojos miel y la sonrisa triunfante de Milán mientras este lo recibía entre sus brazos. Casi de inmediato sintió también como un objeto metálico se cerraba en torno a su muñeca.  Sus ojos casi saltaron de sus cuencas al reparar en lo que era.

—Un talismán —le confirmó Milán antes de que perdiera la conciencia—, el sello de que ahora eres mío.

Y diciendo esto, alzó entre sus brazos el cuerpo exánime de su tesoro. Al hacerlo, un coro de vítores se alzaron desde lo alto del cerro y una marea de jinetes bajó a toda prisa rodeándole. Milán orgulloso y jadeante les enseñó su carga como quien alza un trofeo. Henchido de felicidad miraba a Vladimir que le sonreía desde su montura.

—Por fin te tengo tesoro —le dijo besándole tiernamente los cabellos antes de subirlo junto a él en la montura—. Ahora eres mi tesoro.

 

 

 

Midas era el reino más joven de Earth de acuerdo a su fecha de fundación. Extensión del reino de  Earth durante muchísimos siglos, libró una gran batalla por su independencia, lográndola finalmente dos siglos antes de El gran pacto.

Era un reino vasto y muy diverso. De todos los pueblos del planeta era el único que gozaba de todos los pisos térmicos y gran variedad de fauna y flora. Multicultural, lo habían calificado los ministros reales en su último concilio, al exponer los resultados de sus últimos censos. Al parecer, la población había crecido lo suficiente para ya no ser solo “Ese ducado con ínfulas de reino”, como les llamaban con menosprecio algunos Earthianos. Y es que realmente era así. A fuerza de trabajo y esfuerzo, Midas había ido escalando a pulso el status que como segundo reino más esplendoroso de Earth tenía, volviéndose un gran centro de cultura y progreso. En suelo midiano habían nacido los magos más memorables que recordase Earth. Y también, de entre sus gentes, habían surgido pensadores magnánimos que llevaron al reino a mostrarse como un imperio de ciencia y civilización. La alquimia y la magia de Midas les llevaban casi tres siglos a reinos como Dirgania y Kazharia. Y como si esto fuera poco, habían sido pioneros en diversos sistemas de educación y líderes en la conservación del saber. Sus universidades eran famosas por todo lo ancho y largo del planeta, haciendo que todos los años miles de jóvenes provenientes de los lugares más recónditos, emigraran al reino en busca de erudición.

Si, midas era un reino bello, un reino floreciente y muy fructífero. Pero lástima que entres sus muros se escondiesen hechos no tan magníficos ni tan magnánimos; especialmente uno que sucedería en pocas horas.

 

 

Kuno  Vilkas, príncipe de Midas y hermano menor de Milán Vilkas, se encontraba especialmente inquieto aquella mañana. Había visto desde la terraza de su amplia habitación, salir desde muy temprano, a su hermano mayor acompañado de Vladimir y buena  parte de los hombres de palacio. No sabía con exactitud a donde se dirigía, pero tenía la sensación que llevaba el mismo destino que aquel día en que volvió al castillo medio muerto.

Suspiró. No podía dejar de sentir preocupación al pensar que Milán era un inconsciente por arriesgarse a llevar a cabo la misma empresa que casi lo mata varios años atrás. Y lo peor de todo era que Vladimir le alcahueteaba siempre. Si sus padres se enteraran, pensó con un mohín de fastidio. Cinco años atrás Milán les había ocultado la verdad a todos con excepción de Vladimir. Y los reyes, ante el temor de estar siendo atacados por algún espía desde dentro del mismo palacio cuando vieron a su heredero medio muerto, enviaron a Kuno lejos por un par de años, a una especie de abadía oculta en el bosque.

Fue también por aquella época cuando Kuno logró sacarle la verdad a Vladimir durante una de sus visitas periódicas a aquel lugar. Y fue también a causa de ese obligado exilio y las mencionadas visitas, que se empezó a comentar que él y el otro susodicho sostenían una relación prohibida; se rumoraba que Kuno abandonaba la abadía a solas con su hermano adoptivo y que se internaban juntos en el bosque, donde incluso, algunos guardias aseguraban que les habían sorprendido bañándose juntos.

Kuno resopló fastidiado recordando aquellas épocas y espoleando su caballo dio un giro internándose en el bosque. La guardia que le escoltaba de cerca se apresuró en seguirle a toda prisa. Sabían que pensaba dar una vuelta por los alrededores de la abadía, la cual todavía echaba de menos. Ya llevaba más de tres años de regreso en palacio pero aun así no se adaptaba del todo de nuevo a las rígidas costumbres de aquel lugar. Quizás se había acostumbrado demasiado a la libertad de estar fuera de las murallas de su castillo o tal vez era el fastidio de volver a adentrarse en la corte y en su hipócrita rutina.

Sonrió al ver la abadía desde lo lejos. Rodó un poco los ojos y contempló desde el peñasco donde se hallaba, la laguna a donde iba con Vladimir. Si, era cierto que se bañaban juntos, antes de su menarquía, su edad fértil, claro está. Y no le veía nada de malo. Vladimir era su hermano más querido, incluso más que Milán. Era el ser que más lo comprendía y protegía, el que leía en sus ojos todos sus pensamientos como si los viera a través de un traslucido cristal.

—Alteza, creo que es mejor volver. —La voz de uno de sus guardias lo sacó de sus cavilaciones. Kuno asintió levemente y giró de regreso.

Ya empezaba a caer la tarde y la brisa vespertina mecía sus cabellos lacios y morados; tan largos que ya descendían hasta la altura de sus muslos. Como doncel que era, tenía un cuerpo pequeño pero algo llenito al igual que su papá Benjamín. No era gordo, ni adiposo, sino curvilíneo y macizo como un potro. Tenía unas piernas de muslos gruesos y cintura no tan estrecha; su espalda era un poco más ancha que el promedio, pero lo compensaba con lo más atractivo de su figura: sus voluminosos glúteos. Dos redondas y respingadas nalgas que hacían las delicias de quien las veía, y que habían obligado a sus hermanos a desenfundar sus espadas de vez en cuando ante alguno que otro soldado que se atrevía a mirarle sin reparos. Kuno en definitiva era bastante atractivo, y sus ojos azules como el zafiro, no hacían más que aumentar su belleza, junto a la envidia que esta desataba entre otros nobles menos bendecidos por Johari, la diosa midiana.

Y justamente a esta invocó, rogándole por su hermano antes de apresurar la marcha y volver a palacio. Esperaba que al regresar, ninguna otra desgracia le esperara…

 

 

El camino desde el palacio de Jaen hasta el de Midas era de casi tres días si se iba por tierra. Si se tomaba la vía del mar, el tiempo se reducía en casi un día. Xilon tomó la vía al mar considerando lo apresurado que estaba. Había desembarcado en una aldea midiana a pocas horas del alba y de inmediato había puesto en marcha a su guardia con rumbo a palacio. No podía creer que aquello estuviese pasando. No podía creer que Milán Vilkas hubiese sido capaz de cometer aquel vil acto, y justo con él, con Ariel. Era espantoso… las historia se repetía y de qué forma, de que macabra y espelúznate forma.

Gruñó apretando más las riendas de su caballo. ¡Malditos Vilkas! ¡Asquerosas alimañas! Habían acabado con su familia por completo y no parecía bastarles nunca. Resoplaba de ira mientras tantos recuerdos se agolpaban en su mente… se sentía muy culpable.

Desde que Ariel había posado sus ojos en Milán él debió haberse hecho cargo de inmediato y no dejar que la situación se descontrolara así. Sin embargo, no pensó que las cosas llegaran a ese punto; jamás pensó que su omisión y pasividad derivaran en… en algo tan horrible… Milán y Ariel… no, ese matrimonio tan soñado por su hermano no podía ser. Y Xilon sabía muy bien la razón.

 

 

Kuno llegó a palacio justo en el momento en que la comitiva de Jaen empezaba a hacerse evidente desde el horizonte. Se extrañó mucho pues sus padres se hallaban de visita en Kazharia y no esperaban a ningún invitado en palacio. Trato por tanto de distinguir los escudos de armas que portaban los abanderados que abrían el cortejo, pero la distancia era aun muy grande para divisarlos correctamente. Entonces divisó al guardia de la garita más cercana a las puertas de la muralla preguntándole al respecto. Pero la vista de este tampoco lograba discernir nada. El hombre se excusó con una negación de cabeza y Kuno decidió mandar a un grupo de hombres por si acaso.

—Acérquense con precaución y si vienen en paz, escóltenlos hasta aquí —pidió a uno de los jefes de la guardia.

El hombre asintió y sin más demora se fue con varios de sus hombres rumbo a la comitiva que se acercaba. Las puertas volvieron a abrirse para darles paso y volvieron a cerrarse tras la partida de ellos.

Kuno se quedó aun un rato más a las puertas de la muralla. No tenía necesidad de quedarse allí pero prefirió hacerlo. Tenía el presentimiento de que aquella visita inesperada no traería nada bueno. Media hora más tarde, sus especulaciones quedaron satisfechas a medias. Cuando la comitiva ya estaba lo suficientemente cerca de las murallas del castillo, el soldado de la garita, quien ya no tenía duda de quienes se trataban los visitantes, le gritó desde arriba.

—¡Los visitantes viene de Jaen, Alteza! —aseguró reconociendo el escudo de armas Jaeniano.

Kuno no pudo evitar una mueca de consternación. Las visitas de los miembros de aquel reino nunca eran por cortesía; los reinos de Jaen y Midas llevaban años en disputas fronterizas y tensiones diplomáticas que los habían tenido muchas veces a las puertas de la guerra. Solo las leyes de El gran pacto, los obligaban a detenerse, y parecía que estas cada vez lo lograban con menos éxito. Frunció el rostro y ordenó la entrada de los visitantes. Mientras estos terminaban de llegar se retiró a sus aposentos y se cambió de ropa. Cuando volvió a las plantas bajas de palacio, los jefes del concejo ya habían reunido a los invitados en una de las cámaras principales.

Xilon continuaba tan guapo y serio como Kuno lo recordaba. Llevaba más de un año sin verlo, contabilizó mentalmente. Sin embargo, cada mínimo detalle de su anatomía seguía grabado a fuego en su mente. Jamás pensó que fuese el mismo príncipe en persona el que se fuese a presentar, pero sin duda aquello lo había sorprendido de muy grata manera. Se sonrojó un poco pensando en ello mientras avanzaba por la enorme alfombra que cubría desde la entrada de la sala hasta la enorme mesa del fondo, donde se encontraban sus concejeros y ministros junto a los Jaenianos. Kuno hizo una reverencia escoltado por su cortejo una vez estuvo frente a Xilon.

—Es un placer tenerlo en nuestros predios, Alteza —le dijo tratando de ocultar su turbación ante él—. Sin embargo, nos sorprende mucho esta repentina visita.

Xilon, que se había puesto de pie ante la entrada del otro príncipe, respondió a la reverencia con otra muy respetuosa y formal. Luego, avanzando un par de pasos, presentó sus disculpas.

—Comprendo perfectamente el motivo de su sorpresa, Alteza —se excusó, grave —. Lamento enormemente este atrevimiento, pero mis motivos son urgentes. Necesito entrevistarme con su hermano, el príncipe Milán, lo más rápido posible.

Kuno asintió levemente, suponiéndolo. Sin embargo tuvo que ser él quien ahora se excusara.

—Comprendo su apremio, Alteza —le respondió, invitándolo de nuevo a tomar asiento—, pero mi hermano no se encuentra —añadió con una tímida sonrisa—. No sé  a dónde ha partido ni cuánto tardará. Si gusta usted esperarle.

—Si, gusto hacerlo —aseguró Xilon, ensombreciendo el gesto—. No tengo prisa y estoy seguro que su compañía me será muy grata— intentó sonreír. Y Kuno al que solo le bastaba un pequeño gesto de aquel sujeto para derretirse como un trozo de hielo dirgano en verano, solo pudo sonreír tontamente y sentarse a su lado.

 

 

La tarde fue amena. Después de los protocolos de llegada, Kuno y Xilon decidieron dar un paseo por los jardines de palacio. Degustaron pastelillos al aire libre justo a la sombra de varios sauces que se hallaban junto al lago del castillo. Kuno recordó en ese momento un suceso acontecido años atrás, siendo aun él un pequeño niño, durante otra de las visitas de los príncipes Jaenianos a Midas.

Había sucedido hacía aproximadamente seis años antes, durante la fiesta de natalicio de su padre Ezequiel. En aquella ocasión, Xilon y Ariel habían ido juntos y se habían hospedado como huéspedes reales en la torre principal del castillo de Midas. Durante los días que duraron allí, los dos pequeños donceles, Ariel y Kuno, eran sacados a los jardines por sus hayos para que jugaran juntos. Para que, según los mayores, empezaran a cultivar una amistad que lograra romper tensiones entre ambos reinos. Sin embargo, los buenos deseos no se quedaron más que en eso. Al tercer día de juegos, el carácter de los niños resolló sin contemplaciones y la visita real de los Jaenianos se suspendió abruptamente.

La culpa había sido de Ariel. Egoísta y huraño a pesar de solo contar con nueve años, se negó a compartir un juguete con el otro príncipe. Kuno, como venganza, le quitó uno de los que le había prestado antes: un hermoso caballo tallado en madera que se mecía en la base. Ariel había alzado el rostro cuando se vio sin él, y con un mohín de disgusto había exigido su regreso.

—Si yo no puedo jugar con tus juguetes, tú tampoco podrás usar los míos. —Era lo que había contestado Kuno, recogiendo todo lo que le pertenecía.

Ariel se puso rojo de ira. Por años su hermano le había dicho que los midiano se sentían superiores a ellos, que los consideraban inferiores y gentuza; que gozaban humillándolos y restregándoles sus victorias en la cara.

—Pues en primer lugar yo no te pedí que me los prestaras —replicó orgulloso—. Fuiste tú mismo quien me los ofreció, igual que tu padre nos ofreció su hospitalidad. Quizás esa sea la naturaleza de los midianos, ofrecerse al mejor postor.

Pálido de incredulidad y rabia por aquellas palabras, Kuno no pudo evitar hacer lo que hizo. Temblando de pura indignación se puso en pie y antes que sus hayos lo pudieran evitar, o que los de Ariel lo pudieran detener, el príncipe midiano soltó una fuerte bofetada sobre la mejilla del otro chiquillo.

Ariel gritó, sintiéndose muy humillado. No estaba acostumbrado a que la gente respondiera a sus ofensas. Se llevó la mano a la cara, dolorido, y casi al instante, luego de estudiar con sus ojos el rostro congestionado de Kuno, se abalanzó sobre él, tirando de sus cabellos. En cuestión de minutos los pequeños príncipes se encontraban enzarzados en una batalla de arañazos y golpes.

Xilon se había aparecido justo cuando los sirvientes los separaban. Incluso el mismo Ezequiel había llegado atraído por los gritos. De inmediato, el príncipe heredero había alzado a su hermano en brazos y se habían marchado sin mediar palabra. Ezequiel tampoco dijo nada, les dejó marchar sin problemas y sin la escolta que Xilon rechazó. Justo antes de la partida, Ezequiel vio a lo lejos a Ariel, a esa criatura de cabellos plateados y ojos rojos como el fuego. Su corazón pareció apretujarse contra su pecho ante el recuerdo del otro ser que había dado vida a aquella criatura. Ese ser que a pesar de los años, en su alma, aun parecía seguir vivo.

Concluida la anécdota, Kuno sonrió. Según Xilon, Ariel ya no recordaba aquello, y tampoco sentía resentimientos hacia Midas ni hacia él. Todo lo contrario, a Ariel le fascinaban Midas y sus leyendas. Gozaba con sus compendios de magia y los interesantes libros que muchas veces le obsequiaban los ministros midianos durante las visitas reales. En el fondo Xilon se sentía feliz de que el odio que él y su padre le profesaban a aquel reino, no hubiese dado fruto en el corazón de Ariel. Era mejor así, consideraba él. Era mejor que el corazón de su hermano estuviese libre de odio.

Pero nada de esto último comentó  a Kuno. Guardo todo aquello en su corazón mientras reparaba en su anfitrión. Había crecido mucho y se había puesto muy bello; era raro que no hubiesen anunciado ya su compromiso con Vladimir Girdenis.  A pesar de que mucha gente aseguraba lo contrario, Xilon estaba seguro que los reyes de midas casarían a su hijo menor con el campesino huérfano que habían criado. No era lo normal dentro de una corte real, pero recoger a un plebeyo y darle el título de príncipe tampoco.

—¿Quiere ver las criptas? —invitó de repente Kuno. Ya entraba la tarde y francamente ya no encontraba con que entretener a su invitado. Si su papá Benjamín estuviese presente seguro se le ocurrirían millones de cosas, pero él era muy malo como anfitrión y no prestaba mucha atención cuando su maestro de etiqueta le hablaba. Se estaba lamentando de aquello cuando Xilon sonrió después de terminado el ultimo trozo de pastel.

—Está bien —dijo este aceptando la invitación—. Vayamos a las criptas.

Las criptas estaban al otro lado del castillo, debajo de unas almenas viejas y medio desplomadas a las que ya no acudía nadie. Estaban llenas de maleza y humedad, y ahora solo eran la guarida de aves y de ciertas alimañas rastreras.

—A Vladimir casi lo muerde una víbora el año pasado —comentó Kuno, arrepintiéndose en el acto—. Lo siento, no debí traerlo a este lugar —se excusó, esquivando unas raíces.

Pero en lugar de sentirse intimidado, Xilon sonrió. Era raro pero junto a Kuno se sentía bien. La tensión y el odio se disolvían de manera extraña al verle sonreír y al escuchar su voz dulce de pajarillo. Lo tomó del brazo y lo escoltó adentro.

—No le tengo miedo a las víboras —apuntó mientras avanzaban—. Existen seres más peligrosos, seres que no se arrastran ni muerden pero que hacen mucho más daño.

Sin entender muy bien a que podía estarse refiriendo su acompañante, Kuno se dejó llevar. Era casi un sueño lo que estaba sucediendo; ese apuesto príncipe paseando de su brazo. Kuno no entendía por qué Milán y él tenían que llevarse tan mal si ambos se parecían tanto; los dos eran honorables, espadachines talentosos y grandes líderes. Tampoco comprendía como un hombre como Xilon podía ser hermano de un niño tan repulsivo y desagradable como Ariel. A pesar de lo dicho por Xilon durante el té, él si seguía considerándolo un presumido y un hipócrita. No iba a decírselo a su invitado pero a él aun le desagradaba mucho su hermano. Entonces, en aquel momento, el graznar de varios cuervos se oyó a la distancia. Los príncipes dieron un rodeo por las ruinas de una antigua capilla hasta quedar finalmente de pie frente a la almena más alta de aquella zona.

—¿Se da cuenta que alta era, Alteza? —suspiró Kuno emocionado—. Dicen que desde allí fue que se lanzó el príncipe Mikhaelis, el de la leyenda midiana, loco de amor por su propio hermano. —Hizo una pausa en ese momento, mirando a Xilon que se había quedado como de piedra con los ojos fijos hacia la torre— ¿Qué desagradable, no?—continuó Kuno—. Enamorarse de su propio hermano.

Xilon agachó la cabeza con brusquedad mirándolo fijamente. De repente toda aquella paz que había sentido durante aquellas horas en compañía de Kuno parecía haberse deshecho como una pared de arcilla golpeada por una ariete de hierro. Sus facies se tensionaron y su respiración se hizo más fuerte y rápida. Kuno notó como el color se acrecentaba en su rostro y las venas que se le lograban ver por encima del cuello de su guerrera, se dibujaban sobre su piel. Sintió miedo al verle así. No sabía que había dicho o hecho para ponerle en ese estado, pero sin duda había sido algo grave.

—¿Dije algo malo, Alteza? —preguntó, dubitativo. Pero Xilon negó con la cabeza luego de una breve pausa. A medias esbozó una sonrisa y su rostro se serenó un poco. No del todo pero si se relajo un poco más.

—Vayamos a la cripta —propuso intentado relajarse. Y tomando de nuevo a su anfitrión descendieron por los estrechos túneles de piedra que los llevaron hasta unas bóvedas bajo la tierra.

Eran estrechos y fríos, húmedos y muy oscuros. Habían sido por muchos años las tumbas de las familias reales midianas. Pero un siglo antes, durante el reinado de los abuelos de Kuno y Milán, aquellas tumbas fueron vaciadas y las reliquias enviadas a una nueva cripta ubicada al oeste del castillo. Aquella zona había quedado abandonada desde entonces y ya no reposaban muertos allí. Sin embargo, los tallados sobre la roca y las magistrales pinturas sobre las paredes eran aun motivo de recreo.

Kuno hizo un alto en el camino para ingresar por un túnel muy angosto. Pidió a su escolta detenerse allí y esperarlos; iban a ingresar a una pequeña sala de embalsamamiento que hacía años no funcionaba como tal, pero que a pesar de ello, no era lugar para soldados y plebeyos.

La cámara estaba muy oscura. Era cuadrada y algo pequeña, totalmente cerrada a excepción del gran túnel por el que se entraba. Las arañas habían hecho ya enormes redes en las esquinas y en el enorme altar del centro. Kuno tomó la antorcha que llevaba en la mano y con ella prendió los cuatro grandes hachones que se hallaban en cada esquina, apagando luego la suya y dejándola a un lado. Cuando la luz se hizo en el reciento, Xilon pudo ver las enormes manchas de sangre y el hongo verdoso que cubrían el altar donde acostaban a los muertos. Los años no habían logrado borrar por completo las huellas de muerte de aquel lugar, como tampoco lograban a veces quitar ciertos sentimientos del alma. Fue en ese momento también, que Kuno decidió confrontar a su invitado.

—Alteza —dijo con tono firme y claro a pesar del nerviosismo—, dígame realmente que ha venido a hacer hoy aquí. ¿Qué sucede con Milán?

Xilon lo miró, fijo. Por un momento aquel chiquillo pareció crecer diez años ante sus ojos y el brillo de sus ojos zafiro realmente pareció traspasarlo. Avanzó un par de pasos hasta él, devolviéndole la mirada.

—Necesito ver a Milán. Necesito hablarle de algo muy serio.

—¿Necesita hablarle de Ariel? —La pregunta fue hecha sin ningún tono en especial a pesar de la animadversión de Kuno por el príncipe menor de Jaen. Sin embargo, para Xilon, pareció cargada de desprecio. Avanzó un par de pasos más, quedando tan cerca de Kuno que este podía escuchar de nuevo su respiración superficial y rápida, cosa que lo asustó, pero no le hizo alejarse.

—¿Por qué cree usted que Ariel es el motivo de mi visita? —Xilon se sentía intranquilo, demasiado ansioso para su gusto. Algo en aquella plática que empezaba no le gustaba en lo absoluto.

Pero Kuno insistió.

—Xilon, no quiero parecer atrevido, pero considero que es mejor que usted persuada a su hermano de dejar a Milán en paz. Milán no ama a Ariel, y las intensiones de su hermano solo lo incomodan y lo ponen en aprietos.

Los ojos de Xilon relampaguearon con furia. Definitivamente lo que presentía era cierto, su ira se estaba desbocando.

—¿Usted piensa que mi hermano no es digno del suyo? —Avanzó aun más, ya casi que pegado al cuerpo del otro príncipe—. ¿Usted piensa que Ariel no es digno de Milán?

—¡No! ¡Yo no he dicho eso! —Kuno comenzó a sentir mucho miedo. El presentimiento de que aquella conversación estaba derivando hacia algo muy malo comenzó a carcomerlo también. Desvió la mirada del hombre mayor, pero Xilon lo tomó del mentón obligando a mirarle.

—¿Dónde está tu hermano? —susurró de forma tan fiera que Kuno sintió que sus palabras cortaban. Tragó saliva pesadamente y decidió que lo mejor era responder sinceramente.

—Mi hermano esta en busca del hombre que ama de verdad. Está en busca de Henry Vranjes.

Xilon dejó escapar un gruñido casi asesino ante aquella respuesta. Tal como había imaginado, Ariel solo había sido un desfogue para Milán, un premio de consolación mientras este conseguía lo que realmente quería. La sangre comenzó a hervirle al pensar que su querido hermano, el niño que había criado como suyo tras la muerte de su papá, había sido usado como puto de cantina; envilecido por un extranjero infeliz, ¡Un Vilkas! ¡Un maldito Vilkas! Un hombre que además era… era… no podía ni pensarlo.

Ciego de ira se abalanzó sobre lo único que tenía a la mano. Kuno vio el cambio tan terrible que había sufrido su invitado y presintió lo peor. Lleno de pánico trató de escabullirse hasta la entrada del túnel. Su guardia estaba a más cuatrocientos metros desde donde se hallaban; por más que gritara no iba a ser escuchado. Incluso, a pesar de la resonancia que produjera la voz, no le iban a oír más que ligeros ecos. Sin embargo, en aquel momento tenía que echar mano de todos sus recursos.

—¡Auxilio!— gritó a todo pulmón intentando alcanzar el túnel. Pero Xilon más ágil y fuerte, lo agarró por el largo y sedoso cabello poniéndolo de nuevo a su altura. Una sonrisa macabra y furiosa adornaba su rostro desencajado de ira.

—Tú y tu familia siempre nos han considerado inferiores. Se han burlado de nosotros y de nuestro honor por años.

—¡No alteza! ¡No es cierto! —lloriqueaba Kuno, pálido de pavor; medio encorvado tratando de soltar la mano que como garra se aferraba de su cabellera—. Nosotros…

—¡Calla! —Xilon lo interrumpió tirando más de su cabello. Se acercó completamente al rostro de Kuno mirándole con un sentimiento mezcla de odio, ira y lascivia. Con un movimiento brusco estrelló al doncel contra la pared y aplastándolo entre esta y su cuerpo sonrió malicioso—. Yo le mostraré a Milán el dolor de ver mancillado a un ser amado —pronunció como una promesa.

Por un instante Kuno no pareció comprender el significado de aquellas palabras, pero una vez lo hizo, sus ojos se abrieron como dos lunas llenas, brillantes de pánico y locos de desesperación. Trató de proferir un grito en aquel momento, pero sabiendo que lo haría, Xilon le cubrió la boca mientras buscaba la forma de deshacer los nudos de sus calzas. Kuno se retorció preso de un pánico incontrolable. Sus manos rasgaban la pared haciéndose daño, mientras con sus piernas pataleaba tratando de zafarse o desestabilizar a su atacante. No dio resultado. Xilon, fornido y mucho más alto, parecía estar hecho de la misma piedra de aquel lugar.

—Milán va a matarte por esto —logró decir durante un momento. Pero eso fue aun peor. El nombre de su hermano pareció reavivar las llamas que se agitaban furiosas en el espíritu de Xilon, y este loco de rabia lo arrastró más hacia una esquina, logrando en ese momento desatarle las calzas. Entonces, justo por un instante, Kuno vio la antorcha suspendida en un aro justo al lado suyo. Creyéndola su única salvación intento asirla velozmente y defenderse con ella. Lo logró. Mientras Xilon le soltaba una mano para bajarse sus propias calzas, Kuno aprovecho para estirarse un poco y hacerse con el hachón. Xilon retrocedió un poco cuando vio y sintió las llamas frente a su rostro y a Kuno con toda la intención de quemarle.

—No vas a escapar —le advirtió rodeándole mientras Kuno usaba el altar de aquella cripta como escudo.

—¡Déjeme pasar! —ordenó temblando cual hoja, sin dejar de sostener el hachón que se balanceaba trémulo en su mano.

Xilon sonrió entonces avanzando hasta él, sabiendo lo asustado que estaba. Kuno intento de nuevo llamar a su guardia una vez más, pero de nuevo fue inútil. Entonces, sin más opciones volvió a intentar correr a toda prisa hasta el inicio del túnel, pero con tan mala fortuna que en su huida se le enredaron los pies y sus manos se quemaron con la llama ardiente del hachón.

Lo soltó de un grito mirándose las manos heridas y sangrantes. Xilon lo volvió a capturar levantándole del piso con violencia y llevándolo a rastras hacia la pared donde lo acorraló de espaldas a él. Kuno volvió a resistirse con furia, pero esta vez el dolor y las heridas en sus manos no le dejaban pelar con igual libertad. Su boca fue cubierta por completo por la enorme mano de Xilon, y sus calzas bajadas hasta sus rodillas. Xilon separó los muslos del príncipe usando su propia pierna mientras con la zurda le sujetaba ambas manos por encima de la cabeza.

Kuno lloraba mientras buscaba en su mente todas las oraciones a Johary que podía recordar, pero ninguna pareció servir. Su boca fue descubierta unos instantes, pero solo para ser cubierta de nuevo y tapar el grito que se ahogó en su garganta cuando algo duro, húmedo y caliente atravesó sus entrañas con la fuerza y la furia de un puñal.

Xilon se estremeció ante la estrechez de aquel muchacho e incluso él también sintió dolor. Pensaba que los rumores del pueblo eran ciertos y que el muchacho se apareaba con su hermano adoptivo; ese campesino venido a más, llamado Vladimir Girdenis. En ese momento estaba comprobando que aquello no era verdad y que Kuno Vilkas estaba siendo tomado por primera vez, usado y envilecido como Milán había hecho con Ariel. Contento por esto, se hundió aun más entre esas carnes, contemplando ese par de glúteos que durante toda la tarde y en especial durante el recorrido a las criptas no había podido dejar de ver con interés. Eran grandes y mullidos, como dos colchones, pero lo mejor estaba dentro de ellos; en ese agujero que en ese momento le absorbía hasta el alma.

Mientras tanto, Kuno chillaba de labios para adentro. El dolor que estaba sintiendo era indescriptible e intenso. Y no solo el dolor del cuerpo. Con cada embestida sus ojos parecían querer salirse de sus cuencas y su cuerpo parecía poder abrirse en dos en cualquier instante. Pensaba que iba a desmayarse pero la conciencia no parecía dispuesta a dejarle; el cuerpo de Xilon lo aplastaba contra la dura roca, lastimándole la cara, y sus manos punzaban con tenacidad.

—¿Qué pasa? ¿Te gusta? —se burló Xilon, usando una maldad que hasta ese momento no sabía ni que existía dentro de él—. Se como me miras —continuó diciendo mientras el placer comenzaba a invadirlo por completo—. Sé que te gusto. ¿Te gusto, verdad? ¿Te gusta esto que te hago?

Pero Kuno, llorando a lágrima viva solo pudo gemir de dolor sobre la mano del jaeniano. Xilon sonrió de nuevo, impulsándose otra vez en su macabra cabalgata. El placer estaba allí en su vientre a punto de explotar, más intenso que nunca. Generalmente no era muy elocuente en el lecho, pero en ese momento sus gemidos se alzaban junto a sus jadeos ahogados. Ese niño le estaba brindando el placer más indescriptible que hubiese tenido antes y eso le confundía un poco.

Finalmente estalló. Las entrañas de Kuno quedaron invadidas por su simiente y Xilon complacido y exhausto se desprendió de su cuerpo acomodándose los pantalones. Kuno, tembloroso y sollozante, resbaló por la pared dejándola manchada con la sangre de sus manos.  Xilon miró el cuerpo encogido y espástico caer al suelo, entre jadeos sordos y pequeños gemidos. Solo en ese momento pareció comprender la magnitud de lo que había hecho y la forma tan visceral y desquiciada como la ira lo había vencido. Consciente de ello sintió como algo bilioso subía a su garganta y volteándose hasta el otro lado vomitó entre fuertes arcadas. Terminado esto, volvió a mirar a Kuno que no había abandonado su posición y parecía no tener intención de hacerlo nunca. Desorientado y sin saber bien que había sucedido, se volvió hacia la boca del túnel haciéndose primero con la antorcha que antes había quemado a Kuno, y que seguía chisporroteando en el suelo. Cuando llegó hasta el lugar donde habían dejado a  la guardia, lo único que se le ocurrió decir fue que su anfitrión se había quedo orando un rato más y él tenía que marcharse.

No supo si los guardias le creyeron o no. No supo tampoco si el chico dijo algo de lo ocurrido o si lo descubrieron luego; teniendo en cuenta que de haberse dado la alarma, él nunca hubiese podido salir con vida de aquel lugar. No sabía que había sucedido, por qué había hecho aquello y qué clase de extraña suerte le había cobijado para que pudiese salir de aquel castillo sin que nadie se diera cuenta de lo ocurrido. Xilon no sabía nada de eso, lo único que Xilon sabía era que había desatado un infierno… uno cuyas llamas, tarde o temprano, lo alcanzarían.

 

 

Milán cabalgaba sin prisa, alejándose cada vez más de las tierras pertenecientes al reino de Earth  para adentrándose de nuevo en sus territorios. Casi no se lo creía, su tesoro por fin entre sus brazos; le parecía increíble tener a ese sueño de criatura inconsciente al lado suyo. Lo llevaba en su cabalgadura tomado por la cintura y dejándolo reposar sobre su pecho. Sentía su reparación tan cerca, su dulce aliento, el roce de su suave piel; podía sentir el aroma de sus cabellos. 

De repente, vio como Henry se comenzaba a remover inquieto y tirando de las riendas, paró por un momento su montura  para tomar delicadamente el rostro del rey. Le rozó delicadamente una mejilla con su pulgar, y en un movimiento más suave que la brisa que los acariciaba, avanzó despacio hasta su boca, rozándola levemente con sus propios labios.

 —Despierta, mi amor —dijo, separándose levemente. 

El tesoro de Shion abrió los ojos lentamente ante aquella melodiosa voz que parecía arrullarlo. Y observo con sus bellos ojos negros, los miel que lo miraban con pasión. Aturdido, como si estuviese dentro de un sueño, sintió como esos dulces labios se acercaban de nuevo a su boca, y vacilando un poco primero, pero luego sin tantos reparos, respondió al cálido beso que le brindaban.

 Milán había soñado mil veces con adentrarse en esa húmeda cavidad. Pero sus fantasías se habían quedado cortas. Esa boca que absorbía con pasión era más suave y cálida de lo esperado; el fino temblor en esos labios que se cerraban ante la intromisión de su ansiosa lengua, le hicieron confirmar que era el primero en besarlos.

—Abre tu boquita, mi amor. Te va a gustar —pidió con ternura. 

Henry obedeció sin protestar, debido a que aun creía que se encontraba dentro de aquel sueño. Sin ofrecer resistencia, dejó vía libre a aquella lengua que se movía intensamente dentro de su boca y que en los momentos de mayor ansiedad, se introducía hasta su garganta. Al mismo tiempo, sentía como un extraño calor le recorría todo el cuerpo, haciendo que él también se sumara al juego de caricias; uno donde ambas lenguas se entrelazaron explorándose, conociéndose, sumidas en una lucha candente y febril. Se separaron momentáneamente para tomar aliento, pero en esta ocasión los labios de Milán buscaron su cuello. Al hundir su nariz en él, Milán confirmó la suavidad de esa piel. Por un instante se sintió desfallecer. No podía concebir que un solo roce lo llegase a poner así; no podía imaginar entonces qué pasaría cuando tuviera todo ese cuerpo completamente desnudo bajo el suyo, absorbiendo su aroma virginal, su calor; adentrándose en los secretos de aquella anatomía nunca antes explorada. 

En aquel momento, Henry cerró los ojos nuevamente, adormilado por el galope del caballo que había reanudado la marcha. Milán agradeció en parte que esto sucediera, porque se estaba avergonzando un poco por la forma en que sus guardias observaban la erótica escena y cuchichiaban entre sí. Sonrió por lo bajo antes de reanudar la marcha a toda velocidad, pensando que era mejor llegar a palacio antes de que su nuevo rehén despertase en serio. Su corazón estaba henchido de orgullo y felicidad, sin sospechar ni siquiera del terrible suceso que había sucedido en sus predios. 

 

 

Continuará…

 

 


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