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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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   Capítulo XXXIII.

Nacimiento y caos.

 

   Dereck dio a luz una fría mañana a finales de noviembre. Tuvo una labor corta de sólo un par de horas, luego de las cuales, vio resbalar por entre sus piernas a un varón rollizo y rozagante.  A los tres días lo bautizó con el nombre de Ishar y lo presentó en el templo de Ditzha. Para su desgracia, Xilon aún no regresaba de Kazharia y Kuno tampoco volvía de Midas. Por lo menos de esa forma no tendría que dar explicaciones a nadie por su partida, y agradeció a las diosas que la seguridad en palacio estuviese algo floja por aquellos días.

   Empacó pocas cosas, unos pañales para el bebe, algunas prendas de vestir para él y algunas hierbas analgésicas que robó de los viveros de los magos. No podía quedarse ni un minuto más en Jaen, pensaba. Xilon había ido a meterse en la boca del lobo y nadie sabía si en esos momentos aún estaba con vida. Las cosas en Jaen estaban muy malas, la gente estaba enloquecida por los rumores de que los Dirganos pretendían entrar al reino vía marítima y el caos reinaba por doquier.

   Jaen no soportaría una guerra. Apenas medio se sostenía en pie después del huracán  y una epidemia de cólera que se estaba expandiendo como plaga. Varios esclavos habían muerto aquellos días y desde las zonas más altas del palacio, Dereck había podido ver grandes piras de cadáveres siendo quemados a orillas del mar.

  Decidió entonces que partiría a Midas. Aquel parecía ser el único reino de Earth donde aún se podía vivir. La resistencia de los Midianos era fenomenal, Vladimir Girdenis era fenomenal. Como líder del ejército había sido el único que no había perdido ni un milímetro de tierras. El príncipe adoptivo de Midas se estaba convirtiendo en una leyenda: “El guerrero dorado”, aquel del cual decían, había jurado antes de una de sus batallas que cortaría tantos cuellos Dirganos como hebras de cabello tenía su marido.

   —Vladimir Girdenis nos ayudará —dijo en ese momento a su recién nacido, dormido entre sus brazos —.Yo le ayude para que tuviera a Ariel. Estoy seguro de que nos ayudara, pequeño mío.

   Y así fue. Con lágrimas en sus ojos y desde el borde de un gran acantilado, Dereck vio por última vez el mar que tanto amaba. Recordó los tiempos en los que viva en los alrededores del muelle, la vida de mierda que había llevado y la vida de mierda que llevaba ahora. Pensó que por lo menos su anterior vida  había sido su elección, pero la actual no lo era. No había elegido que un huracán acabase con todo lo que había considerado hogar, que la guerra amenazara su país, que el padre de su hijo pudiese estar muerto, y que el único recurso que le quedara estuviese al otro lado de la frontera, resistiendo tenazmente la batalla.

   De esta forma, y con lo poco que se llevaba de su antigua vida, espoleó su caballo y ya no quiso mirar más atrás. Con algo de suerte y de prisa llegaría a Midas con el alba. A esa hora sería más fácil encontrar una aldea donde le dieran algo de comer a él y al caballo, y si las diosas eran misericordiosas se encontraría con algún soldado que lo llevara junto a Vladimir. Con este pensamiento salió de Jaen y llegó a Midas, justo con el canto de los gallos. Se arrepintió de haber llevado tan pocas ropas porque el frio era espantoso y a medio camino, en una de las aldeas cercanas, tuvo que desprenderse de un cobertor de lana que llevaba para arropar a su hijo que no dejaba de llorar. La situación se estaba poniendo peliaguda y Dereck llegó a temer por su vida. Por su vida y por la de su hijo.

   Pero las diosas fueron misericordiosas, y se acordaron de él. Justo cuando empezaba a sentir todo perdido, el doncel divisó a lo lejos un reten de soldados Midianos que prestaban guardia. Sintió que el corazón dejaba de latirle de la emoción. Estaban salvados. Galopó más rápido, hasta encontrarse frente a ellos. Los hombres se pusieron en guardia al ver el caballo que se acercaba a toda prisa. Permanecían siempre en estado de alerta y un extranjero era un asunto para desconfiar.

   —¡Alto! —gritó uno de los uniformados sosteniendo las riendas del caballo de Drereck. El animal relinchó un poco pero se detuvo finalmente.

   —Mis señores, por favor, no me lastimen. No soy enemigo —aclaró Dereck mientras trataba de hacer calmar a su bebé.

  —¿Quién eres, muchacho? —preguntó entonces otro de los soldados, el que parecía el más viejo—. No pareces Midiano.

   —No lo soy. Vengo de Jaen. Huyo de la disentería —respondió el doncel.

   —¿No estarás enfermo, verdad? —Los ojos del soldado más viejo lo recorrieron de pies a cabeza—. Si estás enfermo no podemos dejarte entrar —dijo acto seguido—, lo último que necesitamos es un epidemia.

   Pero Dereck negó con la cabeza

   —Mis señores, estoy sano. Y mi hijo también lo está —aseguró descubriendo al bebé—. Mírenlo, ustedes mismos. Diganme si no tiene buen semblante.

   Los soldados le dieron la razón luego de ver al niño. Esa forma de chillar no era la de un niño enfermo, y Dereck por su parte también lucía saludable a pesar de haber perdido algo de peso. El soldado más viejo suspiró entonces. No tenía motivos para negarle el paso a ese par de refugiados.

   —¿Tienes a alguien en Midas? ¿Algún familiar? —inquirió.

   —No, mi señor. —Dereck negó con sinceridad— Pero…— rebuscó entre su mochila y sacó una hoja de pergamino con un sello real—, tengo esto —mostró—.Viví en el palacio de Jaen. Era sirviente allí.

   —¿Eres un esclavo? —El soldado viejo frunció el ceño - ¿Acaso te fugaste?

   —No soy esclavo —negó Dereck—. Soy un hombre libre. He venido a Midas en busca de su Alteza Vladimir. El me conoce. Necesito verlo.

  Los soldados estudiaron el pergamino sellado, corroborando su autenticidad. No era falso, y no lo era porque Dereck había logrado hacerse con el sello real de Xilon para firmar aquella nota. Quería tener algún papel que mostrar en caso de ser detenido, y que bien que lo había hecho.

   —Muy bien —respondió finalmente uno de los uniformados. Los ojos de Dereck se iluminaron.

   —¿Entonces, ustedes saben donde se encuentra el príncipe? ¿Me llevarán con él?

   —Calma, muchacho —le tranquilizó el soldado más viejo, devolviéndole el pergamino—. Ese niño necesita un baño caliente y tú necesitas dormir un poco y alimentarlo después —aclaró—. Vamos, te daremos un poco de comida y ropas limpias y más abrigadas para ti y para el pequeño. Síguenos.

  Dereck le agradeció con la mejor de sus sonrisas y marchó con ellos. Lo llevaron a una aldea, a la casa de un viejo lavandero que cuidaba un montón de chiquillos escandalosos que se aglomeraron junto a ellos apenas hubieron desmontado. El hombre los recibió y les dio comida a todos a cambio de algunas monedas de oro. A Dereck le hizo tomar un baño mientras él se ocupó de asear al niño. Luego tomaron una pequeña siesta y antes del medio día retomaron el camino.

   A las afueras de la aldea se encontraron con una inmensa aglomeración de gente, la mayoría donceles. Un soldado en una tarima pregonaba a viva voz los nombres  escritos en un largo pergamino. A cada nombre exclamado, un grito de dolor se alzaba entre la multitud.

   —Es la lista de bajas —respondió el soldado a la pregunta que ya se estaba formulando Dereck—. Cada tres días sale una nueva y cada vez es más larga.

   Dereck no respondió nada. Instintivamente acurrucó a su bebé y su mirada se detuvo en un doncel que lloraba mientras abrazaba a sus tres pequeños hijos.

   —Y eso que aquí la guerra no llega del todo —señaló esta vez el soldado más joven—. Earth sí que es un infierno sobre la tierra.

   —Es cierto —concedió Dereck—. Escuche que Henry Vranjes y su esposo están desaparecidos. Que el palacio ha sido tomado por los Dirganos. Este seguramente será el fin.

   Pero el soldado mayor no pareció de acuerdo con estas palabras.

   —No puedo decir que estén vencidos —meditó—. Henry Vranjes no es tan fácil de vencer y su ejército está dando gran batalla. Aún falta mucho para decir que Earth está derrotado.

   —¿Estarán refugiado en los bosques? Tanto en Midas como en Earth hay muchas zonas boscosas perfectas para camuflarse —intervino de nuevo el soldado más joven.

   —No lo creo —contestó el mayor—. Los bosques son en estos momentos la guarida de los desertores. Meterse allí es muerte segura. Ni Henry Vranjes ni Divan Kundera son tan tontos como para hacer algo así.

   —Veo. —Dereck meditó sobre estas palabras. Podía ser por eso que Xilon no regresaba a Jaen aún. Quizás era muy difícil pasar por Earth para llegar a Jaen. Esperaba que así fuese, que las diosas lo estuvieran protegiendo. Miró a su bebe, dormía de nuevo. Pobrecito, nacer en semejantes tiempos,  verse obligado a realizar un viaje tan peligroso con solo unos cuantos días de vida. No era justo. Nada era justo. La vida no era justa.

  Cabalgaron por cerca de una hora más. La frontera no estaba muy lejos. Las montañas de Earth ya se podían ver y también las laderas de una colina.  Dereck afinó su vista detallando las carpas que se apiñaban en las faldas de aquel cerro. Estaba muy bien camuflado, pensó. Era un punto estratégicamente perfecto ya que desde las zonas más altos de la colina se podían ver muy bien sitios importantes de Earth.

   —Es el campamento de su Alteza —le indicó el soldado más viejo—. No podemos estar seguros de que acceda a verte, pero le informaremos de tu presencia.

   —Comprendo. —Dereck asintió y luego sonrió. Sí, estaba seguro. Vladimir Girdenis lo atendería.

 

 

   En los días anteriores se habían librado intensos combates en la frontera. Los Dirganos fueron frenados en la gran llanura donde se ubicaba el templo de Shion.  Por desgracia, Vladimir, que hasta ese momento no había resultado herido, terminó con una flecha enterrada en su pierna derecha. Ariel lo había examinado y concluyó que no era una herida grave. Por suerte, la flecha no estaba emponzoñada ni muy enterrada. Laceró piel y musculo, pero no alcanzó tendones ni vasos sanguíneos importantes. Sanaría en pocos días.

     —¿Te parece inapropiado que te diga que me excita mucho que te acerques a mí con esa hoja afilada? —preguntó Vladimir a su esposo, que en ese momento le realizaba una curación usando una pequeña cuchilla filosa.

   —Me parece completamente inapropiado… pero excitante —le contestó Ariel sin poder evitar la risa. Vladimir esperó a que le vendara el muslo lastimado y cuando su esposo le dio la espalda para enjuagarse las manos en una jofaina, lo agarró por la cintura acercándolo a él.

   —Te amo, ¿sabes? —dijo el príncipe Midiano con los brazos llenos del hermoso doncel—. Cada vez que estoy en batalla sólo puedo pensar en que tal vez no vuelva a verte —agregó.

   —¡Oh! No digas eso —replicó Ariel, colocando su índice derecho sobre los labios de su marido—. Es de mal agüero decir esas cosas en plena guerra.

   Vladimir tomó su mano y la besó.

   —Lo sé —remarcó finalmente—. Sé que no debo hablar así, pero debo saber algo. ¿Te dolería si algo me pasara? ¿Sufrirías por mi ausencia?

   —Nada va a pasarte. —La mano delicada de Ariel acarició el muslo herido del varón. Sus ojos resplandecían con una ternura magnífica—.Yo no permitiré que nada te pase —aseguró—, te curaré cuantas veces haga falta. Y ya no quiero que sigas hablando así. No me gusta.

   Vladimir sonrió para sus adentros. La idea de que Ariel no soportara pensar en perderlo le hacía sentir maravillosamente complacido.

    —Perdóname. No quise entristecerte —pidió entonces acariciando la mejilla del doncel—. Nadie va a morir. Entre nosotros sólo hay vida.

   —Sí, sólo vida—. Ariel sonrió cuando Vladimir colocó una mano sobre su vientre, su embarazo había avanzado bastante y Vladimir consideraba si quizás lo mejor sería mandarlo de nuevo a Palacio. A pesar de eso, evaluando la situación, era evidente que la presencia de Ariel era importante. Sus conocimientos y su poder curativo tenían a gran parte del ejército aún de pie, y muchos triunfos no hubieran sido posibles sin su ayuda. Lo mejor era dejarlo en el campamento aunque fuera por unos días más.

   Además, Vladimir sabía que Ariel no iba a irse sin noticias de su hermano. Xilon no regresaba a Jaen aún y los espías Midianos habían perdido su rastro. De Lyon, en cambio, se sabía que estaba en Earth, en algún lugar de las montañas. Sería cuestión de tiempo para atraparlo por fin.

   —¿Te preocupa Xilon, verdad? —preguntó Vladimir, notando la preocupación de Ariel—. ¿Crees que siga en Kazharia?

   Ariel se frotó las sienes con gesto cansado.

   —No lo sé —admitió con los ojos aguados—. Pero esto no me gusta nada. No sé por qué pero…tengo un mal presentimiento de todo esto.

   —Encanto, no llores —pidió entonces Vladimir al verlo llorar, y se apresuró a consolarlo. Por su culpa se había puesto nervioso—. Vamos a encontrar solución a esto —prometió—. Lo juro.

    —Lo sé, no me hagas caso. Solo estoy nostálgico —Ariel sonrió, recuperando el aplomo. Sus ojos volvieron a iluminarse.

   —¿Extrañas Jaen? —inquirió Vladimir mirándolo a los ojos.

   —No te lo negare —confesó el príncipe secándose las lagrimas—. Quisiera volver a ver el mar aunque fuera una última vez. Sólo una última vez.

   —Encanto… si estuviera en mis manos.

   —¡Oh! No te sientas mal, por favor. Tengo lo que merezco. Es más, tengo más de lo que merezco. No te merezco a ti.

   —No digas eso, por favor —pidió Vladimir—. Yo te amo con locura.

   —Precisamente por eso —anotó Ariel—. Eres el hombre más maravilloso que he conocido, Vladimir. Tan apuesto, gallardo y noble. Eres un príncipe… eres mi príncipe.

   Antes esas palabras, Vladimir estrechó a Ariel más fuerte y lo besó. Le hubiera gustado poder llevárselo de allí en ese mismo instante, llevárselo a un lugar donde estuviera a salvo de todo peligro. Que no tuviera que pasarse todo el día entre sangre, vendas y malos olores. Le habría gustado llevarlo al mar y cumplirle su sueño; dar con el paradero de Xilon para devolverle la tranquilidad.

   Pero la vida no era tan fácil… no era tan fácil como soñar.

  —Disculpen, Altezas. —El beso terminó con la llegada de un soldado—. Afuera hay un hombre que trae una nota con el sello real de Jaen —dijo—,  insiste en verlo a usted, mi Señor Vladimir.

   No fue necesario decir más. En cuestión de segundos, Ariel y Vladimir estaban fuera de la tienda encontrándose con Dereck. La sorpresa fue general. Nadie se imaginaba que fuese justamente él quien se pareciera allí y menos con un recién nacido en brazos.

   Ariel se sorprendió muchísimo cuando se enteró que aquel niño era hijo de Xilon. En cambio Kuno, que ya lo sabía, no dio muestra de mayor interés. Al principio, no lo iba a negar, sí le había dolido un poco la noticia, pero con el pasar de los días había terminado por aceptarlo, y en esos momentos, con tantas otras cosas en mente, aquello era un asunto que no le hacía perder el sueño.

  Antes del medio día tanto Dereck como su hijo fueron ubicados en una tienda dentro del campamento. Aunque sólo lo hicieron después de que Ariel constatara que ninguno de los dos tenía signos de cólera ni de ninguna otra epidemia. Dereck aprovechó entonces para pedirle perdón por el juego donde lo había dejado sin voz, sin saber que el príncipe estaba más bien agradecido de que las cosas hubiesen terminado de esa forma.

  A la hora del almuerzo se reunieron todos delante de la fogata, la olla y el asado. Kuno y Vladimir se alejaron un poco a propósito porque necesitaban hablar. Era hora de aclarar ciertos asuntos. 

   —¿Te sientes bien? ¿Te molesta que le haya dado mi protección? —preguntó Vladimir refiriéndose a Dereck.

   Kuno hizo un gesto de desdén.

   —No me interesa realmente. Pero creo que hay que poner al corriente a Xilon sobre esto.

   —Por supuesto —convino Vladimir—. Los tendré conmigo mientras tu esposo aparece. Luego, él decidirá sobre ellos.

   Kuno asintió, la mirada de Vladimir lo escrutaba y ello lo hacía sentirse un poco nervioso. Ya sabía lo que vendría. Finalmente, Vladimir habló.

   —Te das cuenta de  que ese niño es el primogénito de Xilon, ¿verdad? —dijo estrechando más sus preciosos ojos verdes—. Dereck no es un esclavo, así que su hijo es el heredero a la corona. ¿Sabes eso, verdad?

   —Sí, lo sé —confesó Kuno con desinterés—. Y eso tampoco me preocupa, no me desvela en lo absoluto.

   —¿Qué? —Vladimir no se lo podía creer. ¿De qué estaba hablando su hermano? ¿Acaso había perdido el juicio?—. ¿Cómo que no? ¿Y tus hijos qué? —inquirió tomándolo de los hombros—. ¿Qué pasará con tu primer hijo? Eres el esposo legítimo de Xilon. No puedes permitir que tu descendencia pierda el trono. ¿No has pensado en eso?

   —No sé si pueda tener hijos.

   —¿Cómo dices?

   —¡Qué no sé si pueda tener hijos! —Kuno se sonrojó hasta las orejas y bajó la mirada avergonzado… —. Xilon y yo… él y yo… bueno… Xilon y yo nunca… él nunca…

   —¡Sé de lo que estás hablando Kuno! —se ofuscó Vladimir jodiendole mucho que para unas cosas Kuno decidiera ser como un varón y para otras siguiera comportándose como un doncel de doce años—. Xilon y tú no toman precauciones y aún así no has quedado embarazado. ¿Es eso lo que quieres decirme?

   Kuno asintó. Vladimir suspiró.

   —¡Joder! ¿Y por qué no me lo habías dicho antes? —reclamó—. Somos hermanos y siempre nos hemos tenido mucha confianza. Puedo pedirle a Ariel que te vea. Vamos, pierde cuidado.

   —No quiero que Ariel me vea y tampoco quiero seguir discutiendo de estas cosas contigo —gruñó Kuno—. No es apropiado.

   —Apropiados, mis cojones —sentenció Vladimir.

   —¡No te metas en esto! —replicó Kuno—. No quiero tener hijos, Vladimir —confesó finalmente—. La verdad es que estoy feliz de no haber concebido y espero nunca hacerlo. No quiero tener hijos. No quiero ser papá.

   Kuno calló cuando vio la cara de horror que se le formaba a Vladimir. Para aquel, un doncel que no quería tener hijos era algo completamente inconcebible. Simplemente, no lo comprendía.

   —¿Estás hablando en serio? —preguntó casi en susurro.

   —Sí —respondió Kuno—. Hablo completamente en serio.

   —¡Por Johari, Kuno! ¿Qué cosas dices? ¡Eres un rey consorte!

   —Pues lo siento, pero no tengo ese… ya sabes, instinto. No siento que la paternidad haga parte de mi naturaleza.

   —¡Pero eres un doncel! —replicó Vladimir—. La paternidad es tu naturaleza.

   —¡No lo es! —se ofuscó Kuno—. ¡Y si de eso se trata ser un doncel entonces odio serlo! Quisiera ser un varón y que me dejaras ir contigo al frente de batalla. ¡Quiero luchar, no parir!

   —Ah, ya veo. Con que de esto se trataba. —Vladimir se llevó las manos a la cabeza y suspiró profundo mientras comenzaba a caminar en círculos. Con que en eso iba a desembocar aquella charla: en el capricho de Kuno queriendo tomar acción en la batalla. Kuno, por su parte, se dio cuenta de la actitud de su hermano y arrugó el ceño. Odiaba que Vladimir se negara a dejarlo entrar en acción. Lo odiaba mucho.

   —¡No me menosprecies! —chilló entonces atrayendo de nuevo la atención de su hermano—. ¡Tú me entrenaste desde muy chico! ¡Sabes que soy bueno! ¡No lo niegues!

   —¡No compares las situaciones! —replicó Vladimir intentando hacerlo entrar en razón—. ¡Por las diosas, esto es la guerra! ¡No jugamos, Kuno! Hemos perdido muchas cosas aquí.

   —¿Y crees que no lo es? —replicó el príncipe menor—. Perdimos a Milán —le recordó con los ojos llenos de lágrimas y el rostro rojo de ira—. Quiero alzar mi espada frente a los asesinos de mi hermano. ¡Tengo derecho a hacerlo! ¡Es lo justo!

   —¡Lo justo es que tomes el papel que te corresponde en este mundo, Kuno! —dijo Vladimir mirándolo a los ojos—. Xilon necesita a un esposo, no a otro guerrero. ¿Por qué no aceptas lo que eres y te comportas como tal? Es posible que ello te devuelva la paz que has perdido.

   Kuno le devolvió la mirada a su hermano y sus ojos brillaron de rabia. Que su querido Vladimir lo tratara con tanta condescendencia, con esa misma condescendencia con la que solía tratarlo su padre Ezequiel, le dolía; le dolía mucho. Necesitaba dejar de ser el chico mancillado y humillado; la sombra como la que siempre se había sentido. Necesitaba llenarse de presencia como fuese. Necesitaba ser como Henry Vranjes.

   —¡Eres un maldito hipócrita, ¿lo sabías?! —dijo finalmente dándole la espalda a Vladimir.

   —¿Qué? —preguntó éste.

   —¡Qué eres un hipócrita! —repitió Kuno sin volverse a mirarlo—. Vincent de Hirtz también ha querido siempre ser lo que no es, pero en él eso no te parecía mal. Más bien, te encantaba.

   —¿Qué quieres decir con eso? —gruñó Vladimir perdiendo de nuevo su tono amable.

   —Qué si no te gusta la gente que no sigue a la naturaleza, entonces deberías sentir por tu antiguo amante la misma repulsión que pareces sentir por mí —respondió el doncel.  

   —¡Vuelve aquí, Kuno! —ordenó Vladimir viendo como su hermano se envolvía en su abrigo y descendía a toda prisa por el montículo sobre el que se hallaban, retomando rumbo hacia el campamento.

  Kuno empezó a llorar, más de rabia que de dolor. Creía que Vladimir lo comprendía, pero no era así. Seguía tratándolo como un niño al que había que mimar y proteger. No lo tomaba en serio y nunca lo haría. Tenía que hacer algo por su propia cuenta para ver si de una vez por todas dejaba de ser un cero a la izquierda. Tenía que enseñarles a todos quien era realmente Kuno Vilkas.

   Mientras tanto, Vladimir se quedó pensando en todo aquello y consideró que tal vez Kuno tuviera razón. Lo estaba tratando como un niño siendo que ya su hermano era un hombre adulto, y no estaba considerando sus sentimientos y su forma de ver la vida. Decidió que esa misma noche, cuando los ánimos se hubieran calmado, le pediría perdón. Intentaría buscar la forma de dejarlo participar en la batalla sin exponerlo demasiado. Le daría la oportunidad de demostrar que era hábil y que podía ser un doncel diferente a los demás. Después de todo, Henry Vranjes era un claro ejemplo de ello. Henry Vranjes no era y no había sido nunca, un doncel acorde a la naturaleza.

 

   Una semana completa, tras la llegada de Dereck transcurrió con rapidez. Ariel y Kuno estaban aliviados con las buenas nuevas traídas por dos hombres de Nalib: Xilon había sido visto en Earth y se encontraba sano y salvo. Vincent también había escrito desde Earth. Contaba en su carta que estaba allí ayudando a los soldados heridos que se hallaban en un hospital de caridad y que en dos días a más tardar llegaría con una sorpresa.

  Milán era el único que parecía estar absorto en la desesperación. Desde que se había enterado que Henry había tenido que huir de su propio castillo luego de que éste hubiera sido tomado por los Dirganos, no tenía paz. No comía, no dormía y durante la lucha Vladimir había tenido que intervenir varias veces en su ayuda. Estaba consumido en su angustia y por momentos, su hermano temía que estuviese perdiendo la razón.

   Lo peor era que los combates se habían reanudado. Vladimir decidió que el campamento donde se hallaban quedara como punto de inteligencia, pero la mayoría de las tropas debían moverse más al oeste. Era necesario un lugar más grande donde atender a los heridos. Ariel consideró que de colocarse un albergue propiamente dicho, él ya no podría solo con todo el trabajo, así que solicitó que todos los médicos de las aldeas cercanas se hicieran presentes. Que se quedaran dos, máximo tres en cada aldea y que los demás se trasladaran a la frontera a ayudar so pena de prisión para los que desobedecieran.

  Así se hizo entonces, y el albergue comenzó a funcionar con eficiencia. En dos días estaba repleto de pacientes. Fue justo aquel día cuando llegó Vincent. Ariel estaba a punto de amputar la  pierna de un soldado cuando lo vio entrar a la pequeña cámara de cirugía. De inmediato, una sonrisa se formó en su rostro. Se sintió feliz de verlo; feliz y aliviado.

   —Vincent. ¡Oh, diosas! Qué bueno que estás aquí.

   —¡Pequeño mío! —contestó Vincent sin poder creer lo que veían sus ojos: Ariel Tylenus, otrora el niño más distinguido de Jaen, ahora con el pelo recogido por encima de la nuca, mechones desordenados cayendo sobre su rostro, vestido de criado y salpicado de sangre.

   —¡Ha sido horrible, Vincent! —dijo Ariel apartándolo un poco para darle paso a una camilla con un nuevo herido—. Siento que las diosas nos han abandonado.

   —Y esto es el cielo en comparación a Earth, créeme —replicó Vincent—. En las fronteras hay incendios por doquier… saqueos. Los Dirganos tiene casi tomado el reino. Y Henry Vranjes…

   —¿Henry Vranjes? —Ariel se llevó una mano al pecho—. ¿Lo has visto? —preguntó alarmado.

   Vincent asintió con una sonrisa. En ese momento, un doncel se acercó señalándoles a uno de los pacientes. Ariel se acercó hasta la camilla y miró fijamente el cuerpo tendido sobre ella.

   —Está muerto —resopló finalmente—. Desocúpala.

   —No lo puedo creer — dijo entonces Vincent, notando por primera vez que Ariel llevaba las riendas de aquel lugar.  —Cuanto has madurado.

   —Tuve el mejor maestro —respondió Ariel— Y ahora ayúdame un poco, por favor. Vladimir regresará hoy.  

   En efecto, Vladimir llegó pocas horas después del arribo de Vincent. Tanto Ariel, como el mismo Vincent se lanzaron a sus brazos al verlo descabalgar. Verlo llegar entero y sin heridas graves era cada vez era más milagroso. Milán también venía junto a él, estaba cubierto y guardando la distancia. Ese día estaba más animado porque no sólo habían impedido que los Dirganos avanzaran, sino que finalmente habían logrado liberar una de las más importantes aldeas Earthianas. La que disponía de los mejores caminos para llegar al corazón de Earth. La clave de la avanzada.

   —Me alegra mucho que hayan conseguido este importante triunfo —se alegró Vincent felicitando a Vladimir—. Sera de gran alegría para la gente que traje conmigo —agregó.

   —¿Son soldados? —preguntó Vladimir quitándose el peto y lavándose la cara—. No me importa tener más gente que alimentar si son brazos que luchen.

   —La mayoría lo son —respondió Vincent—. Algunos están heridos pero en pocos días podrán ir al frente de nuevo. Se pondrán a tus órdenes. No lo dudes.

   —Perfecto. —Vladimir sonrió. Esas eran buenas noticias, sin embargo no todo eran buenas nuevas. Ariel y Vincent se miraron. Vladimir se debía enterar de lo que sucedía. No podían ocultárselo.

   —Hay algo más que debes saber, mejor dicho, ver —informó  Ariel—. Ven con nosotros.

   Vladimir los siguió y llegaron hasta una de las tiendas. Varios hombres, Earthianos todos, custodiaban la entrada. Al verlos llegar se apartaron, permitiéndoles pasar. Vladimir se quedó frio al ver lo que había en el interior. No lo podía creer.

   —¡Por las diosas! ¡Están vivos! —exclamó.

   Divan se puso de pie entonces y se aproximó a él. Ambos hombres se estrecharon ambas manos en absoluto mutismo, como si pudieran expresarse todo lo que sentían sin necesidad de palabras. Entonces Vladimir miró por encima del hombro de Divan y pudo ver con claridad la figura recostada en el lecho, en una esquina de la carpa.

   —Henry Vranjes —susurró incrédulo.

   —Está gravemente herido —intervino Vincent acercándose al enfermo. Henry titiritaba de fiebre y tenía una palidez mortal.

   —Ha sido envenenado con una flecha —explicó Divan yendo también a su lado. Sus ojos se llenaron de lágrimas y todo su cuerpo tembló —. Fue hace tres días. Ya estábamos a punto de llegar aquí cuando fuimos emboscados. Sálvenlo por favor. ¡Por las diosas, sálvenlo!

   Cualquiera que hubiese visto llorar a Divan de aquella forma se habría conmovido. Todos guardaron respetuoso silencio ante su llanto. Sólo hubo otra persona que se puso igual o peor que Divan al enterarse del estado de Henry… y esa otra persona fue Milán.

  

   Continuará…

   


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