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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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   Capítulo 38

   Reencuentros

 

   Durante aquellos días, Henry se dedicó por completo al estudio del libro de las diosas. Lo estudió hoja a hoja, detalle a detalle, pasaje por pasaje. Sin duda estaba ante un libro prohibido, pensaba al repasar sus páginas, pues en sus milimétricas traducciones había dado con el apartado que trataba sobre el conjuro para convertirse en dios y era horriblemente blasfemo.

   —El rito de sangre —tradujo repasando minusciosamente los requisitos de aquel extraño ritual que justamente consistía en un sacrificio humano. Según lo que había leído y confirmado luego, para convertirse en dios, el aspirante debía realizar un sacrificio a Shion; un sacrificio donde derramar por completo la sangre de un ungido consagrado a ella era la principal condición.

   Henry sintió el mismo escalofrío que tuvo cuando leyó aquello por primera vez… él era el único ungido a Shion que quedaba pues los demás ungidos que aún existían estaban consagrados a Latifa.

   Suspiró saliendo de la tienda, no sin antes guardarse bien el libro entres sus ropas. Por más escalofriante que sonara, aquello era perfecto. Si él era necesario para que ese miserable de Lyon Tylenus obtuviese la divinidad, entonces estaba en una ventaja envidiable. Aquello significaba que de una u otra forma ese dirgano apestoso tendría que venir por él para obtener su sangre y entonces… entonces…

   Sonrió sin poder evitarlo… eso sonaba temerariamente divertido.

   —¡Oficial! —exclamó llamando a su guardia principal que de solo movimiento se posó frente a él. —¿Has reunido a los hombres? —le preguntó mientras montaba en su cabalgadura ajustando su espada—. No quiero perder más tiempo en reunirme con mi esposo.

   —Sí, mi señor. —El guardia asintió llevando a su rey hasta el final de campamento, justo hacia el lugar donde los demás hombres lo esperaban. Por las noticias recibidas días atrás en mensajes enviados por Divan, Earth había sido recuperado parcialmente, pues eran ahora los midianos y kazharinos los que por órdenes de Kuno y Nalib, respectivamente, se negaban a salir del reino. A Henry casi le da un soponcio al enterarse de aquello; es decir, estaba agradecido por la ayuda prestaba por ambos ejércitos en la liberación de sus principales aldeas, pero eso no significaba que iba a permitir que le robaran sus tierras en sus propias narices. Earth había defendido su soberanía por siglos y siglos y no sería durante su reinado que colapsaría como nación independiente. Sobre su cadáver su reino sería anexado y convertido en principado o miserable ducado. ¡Sobre su cadáver!

  —Muy bien  —dijo en ese momento, poniéndose de nuevo frente a su ejército—.  Partiremos en este mismo momento y no haremos pausas hasta llegar a palacio. ¡Somos un ejército fuerte y no nos dejaremos vencer! ¡Earth nos pertenece!

  —¡Earth nos pertenece! —corearon sus hombres levantando sus espadas, haciéndole sonreír. Kuno Vilkas podía ser el hermano de Milán y todo lo que quisiese, pero si tenía que manchar sus manos con su sangre por defender lo suyo, lo haría.







   Vladimir no se lo podía creer. No había querido golpear a Milán de aquella manera pero no había podido contenerse. Ahora, un poco más calmado,  comprendía que su hermano no había tenido más opción al momento de tomar aquella terrible decisión, sin embargo aún no dejaba de dolerle.

   Por lo menos habían recuperado a Ezequiel, pensó mientras afilaba su espada. Otra perdida más en su vida le habría significado la completa locura, así que estaba agradecido con las diosas de que su padre hubiese sido recuperado a salvo.

   —¿En cuántos días crees que se recupere?  —le preguntó de repente a Milán,  viendo la figura de Ezequiel sobre el catre de su tienda. El rey midiano estaba bastante enfermo y delgado, lleno de pequeñas heridas que lucían infectadas; completamente diferente al elegante hombre de meses atrás.

   —No lo sé —contestó Milán poniéndose de pie, chasqueando la lengua. Estaba muy fastidiado también por haber tenido que canjear a Lyon por su padre. ¡Rayos! Lo había tenido tan cerca y no había tenido más opción que dejarle ir para que a cambio le entregase a Ezequiel con vida. ¡Se sentía fatal!

   —¡Vamos, Milán! No te pongas así —volvió a hablar Vladimir dejando su silla—. Ya entendí que no tuviste más opción —le consoló colocándole un mano en el hombro—. Sé que te golpeé y te recriminé pero ahora te comprendo. Sólo comprende mi situación también… por culpa de ese infeliz perdía a mi encanto. ¡Quiero destrozarlo con mis propias manos!

- Si, lo sé. —Milán bufó con algo de desesperación. Vladimir no era el único que quería acabar con ese desgraciado, Todos, absolutamente todos en aquel campamento querían ver sufrir a ese maldito y por eso les frustraba tanto que el infeliz se hubiese vuelto a salir con la suya.

   —Por el momento que goce de este pequeño tiunfo  —tomó de nuevo la palabra Vladimir—, que lo disfrute todo lo que pueda porque yo no voy a descansar hasta encontrarlo y cuando lo haga, voy a cortarlo en muchos trocitos con los que luego alimentaré a los perros… ¡Y no hablo metafóricamente!

   Milán asintió, él también quería deshacerse de esa rata de forma sádica y cruel… lo merecía.

   —Estoy preocupado —dijo entonces sentándose sobre una butaca de madera que había junto al catre. Vladimir lo miró inquisidoramente.

   —¿Preocupado? —preguntó frunciendo el ceño—. ¿Preocupado por todo este desastre o por algo en especial?

   —Estoy preocupado por Henry —respondió Milán—. Tengo un extraño presentimiento.

   —¿Un presentimiento?

    —Si, una sensación extraña. Puede que solo sea sentimiento de culpa pero tengo la sensación de que haber dejado escapar a Lyon tendrá consecuencias graves para la seguridad de Henry… para la de él y la de mi hijo.

    —¿Y tienes alguna idea en concreto sobe lo que podría pasar? —devolvió Vladimir.

   —No, no la tengo —admitió Milán—. Pero ahora que Lyon ha perdido sus poderes temo que sus instintos criminales y de venganza se hayan incrementado.

   —¿Perdido sus poderes?

   Ante la pregunta de su hermano, Milán alzo la cabeza recordando que Vladimir no sabía aquello.

   —Es cierto, tú no lo sabes, Vlad. Lyon perdió sus poderes el dia… el día del rapto de Ariel —le contó—. Con todo esto se me había olvidado contarte, pero es la verdad.  Ariel logró bloquear los poderes de Lyon antes de morir. Lo dejo indefenso como una palomita.

   —¡Qué! ¡¿En serio?!

   Vladimir abrió mucho los ojos. Milán estaba en lo cierto ¡El no sabía eso!

   —Sí —volvió a afirmar Milán—. El día que fue raptado, Ariel logró bloquear los poderes de su papá con un conjuro irreversible. En pocas palabras, Lyon ahora sólo depende de encontrar primero el libro de las diosas para poder cumplir sus planes.

   —¿El libro de las diosas has dicho? —Al escuchar sobre aquel libro, Vladimir dio un respingo. Milán asintió.

   —Sí —respondió con un suspiro—. Estoy esperando que Henry lo encuentre para poder revelarme ante él. Según Nalib, en sus oráculos, una vez Henry tenga ese libro no habrá problema para que yo le diga toda verdad. Podré decirle que estoy vivo, y que quiero recuperarlo.

   —¿Entonces qué estás esperando? ¡Por las diosas! –Milán no esperaba que antes su comentario su hermano se pusiera de pie repentinamente y lo tomara fuertemente de las solapas de su guerrera.

    —¿Qué pasa? ¿Qué sucede? —se estremeció ante la sorpresa.

   —¿Cómo que qué pasa? ¿¡Y lo preguntas!? —replicó Vladimir con una gran sonrisa— ¡Pasa que Henry Vranjes ya encontró el libro de las diosas! —soltó de golpe—.  Los espías que tengo en el campamento donde él está lo descubrieron y me pusieron en sobre aviso. No te había dicho nada porque lo olvidé con todo el ajetreo de Lyon y el intercambio de nuestro padre, pero es seguro. Henry ya tiene el libro, Milán. Ya lo tiene en su poder.

   Milán se puso lívido con la noticia, tomó una bocanada de aire y antes de que el otro príncipe pudiera evitarlo descargó un golpe tremendo sobre el rostro de su hermano. ¡¿Cómo era posible que no se lo hubieran dicho antes?! ¡¿Acaso Vladimir no sabía todo lo que había esperado por aquel momento?! ¡¿Desde cuándo lo sabía?!

   —¡Oye! —Vladimir se sobó el golpe, irritado—. ¡Estamos en medio de una guerra, ¿sabes?! ¡Nuestras vidas ya no giran en torno ti y tu adorado “”Tesoro”!  

   Milán suspiro.

   —Tienes razón. ¡Pero, vamos! ¡Es una tremenda noticia, Vlad!

   —Si… ya sé que es algo importante que debí comentar antes. Pero estoy ante una gran carga, Milán. Estamos en guerra, tengo a mi recién nacido que aún está luchando por sobrevivir y para rematar, acabo de perder a mi esposo. Tenga la cabeza en muchos sitios.

  —Si, lo sé. Perdóname Vlad, no quise ser tan egoísta pero, diosas… diosas, esto es tremendo.

   —¿Entonces, qué esperas? —volvió a sonreir Vladimir—. Ve pronto a su encuentro… ve a decirle que estas con vida y que lucharás por él… Busca tu segunda oportunidad, Milán. Hazlo tú, que aún puedes.

   —Sí, sí… ¡Por las diosas, sí que lo haré! —Feliz por aquel consejo, Milán asintió. Iba a hacer justamente eso, iba a ir junto a su tesoro y le diría que no pensaba apartase más de su lado; que no lo interesaba que fuera un hombre casado, que no le interesaba su promesa a Shion, que no le interesaba nada excepto pasar el resto de su vida junto a él y a su hijo—. Si voy a hacer eso. Voy a buscarlo —aseguró entonces tomando su espada dispuesto a marcharse. Ya estaba corriendo la entrada de la carpa cuando la voz de Ezequiel, que acababa de despertar, impidó su marcha.

   —Benjamín… Benjamín —decía entre gritos desesperados el rey midiano, haciendo que sus hijos llegaran a su lado—.  Benjamín, perdóname.

   —¡Padre! ¡Padre, ¿te encuentras bien?! —Vladimir fue el primero en llegar a su lado tirándose en el catre seguido de Milán. Ambos príncipes miraron al rey esperando respuesta. Ezequiel asintió. Le dolía mucho la cabeza y todavía tenía calentura, pero por lo menos estaba despierto por primera vez en muchas horas.

   —Hijos míos, —dijo en ese momento Ezequiel, mirando a sus hijos con infinita ternura—. Milán, hijo de mi corazón —sollozó abrazando con dulzura a su primogénito. Desde la noche de su entrega lo sabía con vida, pero tan sólo hasta ese momento tenía la oportunidad de tenerlo entre sus brazos de nuevo. ¡No podía créelo!—. Hijos de mi corazón —repitió un momento después, completamente abrumado por el llanto—. ¡Perdónenme! ¡Perdóneme por haber sido tan tonto!

   Milán y Vladimir miraron a su padre con compasión y comprendieron muy bien a qué se refería. Ya no había ningún secreto que ocultar, ya no había ningún misterio que tapar.

   —No te preocupes, padre… —consoló entonces Milán sonriéndole al apesadumbrado hombre—. Las cosas del pasado será mejor enterrarlas. Ahora hay nuevas cosas en qué pensar. No pienses más en ello.

    —No es así, Milán —replicó Ezequiel—. Ya yo lo he entendido todo. Benjamín usó esa piedra, la tal amatista de plata, para vengarse de mí. Esa piedra maldita lo complació de la manera más retorcida posible. Lyon, el hombre que tanto amé, vive. Vive y es un monstruo… siempre lo fue. Ahora puedo verlo.

   Vladimir y Milán miraron a su padre con mucha lástima. Ezequiel sonrió tristemente otra vez. La barba larga de muchos días le hacía ver tan viejo y cansado como su alma. Le hacía verse miserable.

   —Tu papá pidió un simple deseo —continuó explicándole a sus hijos—. “Quiero que Ezequiel sufra”, fue lo que pidió.

    —Lo que significa que nunca pidió expresamente revivir a Lyon —comprendió Milán con un suspiro.

   —Así es —añadió Vladimir—. Parece que esa piedra extraña cumple los deseos de formas muy tergiversadas y crueles.

   —Lyon necesitaba volver a la vida para que yo sufriera tanto como Benjamín —tomó de nuevo la palabra Ezequiel—. Necesitaba volver a la vida para mostrarme cómo desperdicié el amor de Benjamín por dedicarme a soñar con un monstruo repúgnate.

   Milán abrazó a su padre sintiendo verdadera pena por él. Durante un rato le obsequió palabras de consuelo diciéndole que aún estaba a tiempo de resolver las cosas con su papá, que luchara por reconquistarlo.

   Pero Ezequiel negó con la cabeza. Había cosas imposible de enmedar, irreparables. El amor roto, una de ellas.

   —No, es imposible —dijo finalmente con una seguridad espeluznante—. No será así, Milán —sonrió para sí mismo, como burlándose de su propia persona—. Benjamín nunca va a perdonarme y ese será mi castigo. La amatista ha cumplido su deseo y no se podrá deshacer. Esa piedra es poderosa… poderosa y cruel… tanto que parece humana.

   Ante aquella última reflexión del rey, todos guardaron silencio. ¿Cómo era posible que un simple y aparente insignificante deseo hubiera acarreado todo ese desastre? ¿Sería verdad que esa joya había sido capaz de crear todo esa serie de desgraciados eventos con él único fin de cumplir el deseo que se le había pedido?

   Los tres varones se llenaron de inmenso terror. Esa amatista era algo oscuro y peligroso, algo con lo que sin duda no se debía jugar. Debían tener mucho cuidado, posiblemente aún faltara lo peor.







   Henry y Kuno se miraban con tanta intensidad que parecía que pudiesen cortar el aire entre ellos. No tenían nada que decirse excepto que se despreciaban. Aquel otro sentimiento de simpatía que había nacido entre ellos meses atrás cuando se conocieron había quedado ahogado por tanta intriga y sucesos desfavorables.

   Henry sabía que Kuno no le perdonaría jamás por la muerte de su hermano y él no le perdonaría tampoco al ahora rey jaeniano el haber intentado, traidoramente, robarle su reino.

   —Kuno Tylenus  —habló finalmente mientras daba un rodeo por la recamara donde se hallaban. Había pedido quedarse a solas con el otro rey y éste no había tendido inconvenientes en complacerlo, a pesar del temor de Nalib.

    —Te escucho —respondió Kuno cruzándose de brazos. No sabía que tenía para proponerle ese perro, pero fuera lo que fuera no pensaba dar su brazo a torcer.

   —Kuno —repitió Henry acercándosele—, se que me odias —le arrojó a la cara usando un tono que hacía ver que aquello no le importaba en lo absoluto—. Se que me oídas y eso me tiene sin cuidado —continuó—, pero lo que sí me importa, y mucho, es tu osadía de creer que me vas a quitar mi reino.

   —¿Con qué tu reino, eh? —Ante aquel comentario Kuno sonrió socarrón. No pensaba quitarle su reino. ¡Ya lo había hecho! Henry pareció leer su mente y sonrió. Todavía había mucho por decir.

   —Por tu forma tan fanfarrona de comportarte frente a mí he de suponer que te sentirás un vencedor —dijo entonces con mucha más osadía—. Pero te equivocas, niño. Puede que me hayas dejado sorprendido con tu astucia y con tus nuevos bríos ante la adversidad, pero conmigo te equivocaste… No soy un novato mocoso… en cuanto a astucia y temeridad te dejo en pañales.

   —¿En serio? —replicó Kuno—. ¿Y qué piensa hacer para convencerme de entregarte el reino? ¿No me digas que usaras a tu hijo? —apuntó mirándo el vientre de Henry con fastidio—. Te advierto que eso no funcionará… estoy seguro que ese niño no es de Milán. Puedo apostarlo.

   —Por supuesto que no es de él —mintió Henry con una frialdad magistral—. El niño que espero es de Divan, de mi marido —aseguró—, y no lo necesito para hacerte ceder… para lograr que me dejes en paz sólo necesito hablarte de tu querido hermano, de tu apreciado Milán.

   —¿Qué dices? —La forma tan despectiva como Henry mencionó a Milán heló a la sangre de Kuno. ¡Ese miserable era peor de lo que se había imaginado!, pensó en ese momento sin poder evitar un arrojo de ira— ¡Mi hermano te amaba!—exclamó al instante lleno de rabia, tocando la empuñadura de su espada. Si no fuera por el niño que ese desgraciado llevaba en el vientre, no hubiera aguantado las ganas de desempuñarla.

   Pero a pesar de esto, Henry no se crispó en lo más mínimo… ¿Acaso pensaba Kuno que él no sabía defenderse? ¿Acaso no conocía de sobra su leyenda? Sus labios se curvaron en una sonrisa y todo su cuerpo pareció tentado a sacudirse de risa. Kuno lo miraba con ira, con contención en cada musculo. Henry se aproximo un par de pasos y miró la espada de Kuno, aún en su vaina. Sus ojos destellaron dirvertidos.

   —No seas patético, Kuno —acució el rey earthiano con sorna—. Llevo toda mi vida peleando con hombres más versados que tú en el arte de la espada. Peleaba  incluso cuando Earth estaba en paz. ¿Crees que me voy a amedrentar con un crio como tú? Desenfunda esa espada si quieres —le retó—. Hazlo a sabiendas de que yo también desempuñaré la mia.

    —Yo no te tengo miedo —rumió Kuno apretando los dientes.

   —¡Pues deberías! —le amenazó Henry—. Deberías tenerme miedo si es que quieres ver a tu hermano vivo de nuevo.

   —¡¿Qué es lo que quieres decir?! ¿A qué te refieres, miserable?

   —Me refiero a que esta noche me veré con Lyon. Esta noche ese hombre vendrá aquí, a este castilo. He mantenido comunicación clandestina con él y nos encontraremos aquí esta noche. Haremos… ¿cómo debo llamarle? ¿Un trato? Sí, se le puede llamar así.

   —¿Un trato?

   —Así es… Lyon fue puesto en libertad a cambio de la vida de tu padre a quien tenía cautivo. Eso es algo que a pesar de todo resultará conveniente para nosotros, Kuno… Lyon revivirá a tu hermano con la amatista de plata. Si me ayudas, esta noche tendrás de vuelta a tu hermano y yo tendré de vuelta mi reino. ¿Qué te parece mi trato?

   ¡Perfecto! Ahora sí que Kuno necesitaba un asiento. Girando un poco, llegó hasta una pared y desde allí se desplazó hasta dar con un pequeño sillón apostado en un rincón donde terminó por echarse, sientiendose completamente sin fuerzas. ¡No era posible! ¡No era posible nada de lo que ese miserable le estaba contando! ¡Henry Vranjes lo estaba engañando! ¡No era posbile! ¡Ese hombre le mentía!

   —¡Tu intentas confundirme! ¡Tú intentas confundirme! ¡No te creo ni una sola palabra!—gritó entonces tomando grandes bocanadas de arie. Henry se le acercó y sonrió.

   —Espera a esta noche entonces y veras. Si no quieres estar allí por lo menos ayúdame a distraer a Divan y a los soldados por un rato. Necesito que los jardines estén completamente solos un poco antes de la media noche. Allí será el encuentro.

   —¿En serio? ¿Estás hablando es serio? —Kuno alzó su rostro mirándo al otro doncel. Pese a estar muy precavido con Henry, él sabía muy bien que éste no le estaba mintiendo, algo en el fondo de su corazón le decía que ese hombre le estaba contando la verdad. Lentamente se puso de nuevo en pie y extendió su mano. No le agradaba la idea de hacer nuevamente algo junto a Henry Vranjes, pero aún así quería ver a dónde iría a parar aquello.

   —¿De qué forma harás que Lyon reviva a Milán? —preguntó en ese instante, justo antes de que Henry sostuviera su mano—. Cuéntame con lujo de detalles tu plan y te ayudaré.

 

   Henry asintió, y le contó todo. Kuno escuchó con atención y luego de repasar el plan volvió a decirle a Henry:

   —Aunque consigas que mi hermano Milán vuelva a la vida, quiero que sepas que te sigo considerando su perdición. Eres una trampa para lo hombres, Henry Vranjes. Eres un veneno cruel.

   Henry miró a Kuno a los ojos y asintió. No tenía nada que replicar ante aquello, esas palabras eran verdad.

  




   Al llegar al campamento donde se suponía continuaba instalado Henry, Milán bajó de su caballo con el trasero dormido. Había cabalgado por casi dos horas seguidas con tal de llegar antes del medio día a aquel lugar, pero para su desgracia, a su llegada se encontró con la terrible noticia de que su tesoro había partido temprano con rumbo a Earth,

   —¡Rayos! —blasfemó irritadísimo. No se lo podía creer. ¿Hasta cuando el destino iba a seguir jugando con él? ¿Se pasaría toda la vida tratando de obtener algo que la vida parecía empeñada en negarle? ¡No! Pensó volviendo a su montura. Lo había decidido y no había marcha atrás. Si no había encontrado a Henry en el campamento, lo encontraría en Earth. Allí se encontraría con el obstáculo adicional de tener que enfrentarse también a Divan, pero eso ya no importaba… Henry era suyo, suyo y de nadie más.                   Decidido, espoleó su caballo y partió a toda prisa. Una vez por el camino recordó un detalle que había olvidado desde días atrás: El día de la boda de Henry había sembrado las rosas negras en el jardín de palacio y según sus cálculos ya debían haber retoñado ¡Eso era perfecto! Solo necesitaba que Henry fuera a los jardines, las viera y listo. Estaba seguro que con sólo mirarlas nacidas en su tierra, Henry entendería el mensaje y sabría que él seguía vivo.

   Feliz por esa sensación cabalgó más de prisa. En pocas horas aquello sería un hecho… pronto volvería a tener a su tesoro con él otra vez, esta vez para siempre.





   La noche cayó pesadamente sobre Earth. El invierno había llegado con mucha crudeza ese año y nevaba ligeramente. Aún así eso no impidió que el plan de los donceles se pusiera en marcha y que Kuno lograra con éxito que antes de la media noche una gran aglomeración se formara en el patio de armas.

   El señuelo  fue una improvisada subasta que el rey jaeniano  organizó precipitadamente. La liberación de Earth había dejado grandes bajas pero también un montón de prisioneros de guerra dirganos los cuales, pensó, sería interesante vender como esclavos a precios increíblemente bajos a pesar de la belleza de aquella raza.

   Había sido una excelente idea para distender los ánimos y ahora Divan miraba a Kuno dirigiendo todo aquello sin poder creer que estuviera frente al mismo muchachito llorica y miedoso que había conocido en Midas meses atrás.

   —Me tienes admirado, muchacho —reconoció el varón acercándosele durante uno de los remates—. Haz cambiado mucho.

   Kuno sonrió a secas.

   —Finalmente nunca tuvo la oportunidad de entrenarme  —le devolvió en una de esas con un falso mohín de disgusto—. Habría sido increíble entrenar con el padre de mi esposo.

   Divan miró a Kuno con los ojos muy abiertos. Si Kuno sabía todo era porque seguramente Xilon ya se lo había contado. Al parecer Kuno notó el sobresalto del hombre y lo sacó de sus cavilaciones. Definitivamente, Divan no se equivocaba.

      —Sí, asi es. No se sorprenda. Xilon me lo contó todo en cartas hace días y aunque le parezca increíble, no me sorprendió… se parecen mucho. Espero que el hijo que le dará Henry sea muy guapo también.

   A pesar de la tremenda desazón que le produjo ese comentario, Divan logró sonreir. Le dolía terriblemente saber que el hijo que esperaba Henry no era suyo. Antes, aquello no le había importado en absoluto, sin embargo ahora, con el paso de los días, todo había cambiado… Divan sentía que odiaba a ese niño, odiaba la idea de que ese pequeño sería un vínculo permanente e irremediable entre su amado Henry y Milán Vilkas. ¡No podía soportarlo!

   —¿Qué ha pasado? ¿He dicho algo malo? —preguntó Kuno viendo que Divan se había tornado cavilante. Sin embargo, el varon le restó importancia al aunto con un cabeceo y volvió a sonreir.

   —No es nada  —mintió controlando su humor—. Es sólo que han ocurrido tantas cosas y todos hemos cambiado mucho… tanto que a veces siento que de seguro no somos capaces de reconocernos a nosotros mismos.

   —Eso es verdad  —convino Kuno – Usted, por ejemplo, que decía querer a Henry como un hijo, mírese, es su esposo ahora.

   —¿Me odias por eso, verdad? —inquirió Divan mirando a Kuno de soslayo—.  Sientes que yo también traicioné a tu difunto hermano, ¿no es cierto?

    —Se equivoca, no es así. —Kuno respondió con sinceridad. No negaría que al principio le fastidiaba la idea del matrimonio de esos dos, pero en esos momentos ya sólo Henry era el merecedor de su odio… A fin de cuentas,  fue Henry quien traicionó y se burló del amor puro que Milán sentía por él. Sólo Henry.

   Tratando de excusar a su esposo, Divan negó con la cabeza. No quería que Kuno siguiera llevándose esa impresión de Henry. ¡No era justo!

   —No, no es así, Kuno  —explicó entonces mirando como un dirgano encadenado era entregado a su nuevo dueño—. Henry no quiso que las cosas se dieran así… estaba entre la espada y la pared.

   —¡Eso no es cierto! —bufó Kuno sin querer oír más—. Lo que realmente sucede es que mi hermano nunca le importó nada. Pero bueno… eso es algo de lo que ya no quiero hablar más, aunque diré una ultima cosa —apuntó mirando al otro rey fijamente—. Tenga mucho cuidado, Divan; tenga mucho cuidado. Henry Vranjes es un hombre que destruye a todo el que lo ama… tenga cuidado porque no creo que usted consiga ser la excepción, nadie lo será.

   Y luego de estas palabras, Kuno se retiró hacía donde estaba Nalib dejando al otro hombre abrumado por el miedo y por la duda. Quizá ese niño tenía razón y Henry sería su perdición, pensó Divan. Supo también que ya no había marcha atrás. El amor por su pequeño lo había precipitado a los abismos de una pasión incontrolable que ya no podía frenar… Tal vez era cierto y estaba a punto de caer a los avernos… pero que dulce era.

  

 

 

   Mientras todas aquellas cosas sucedían al otro lado del castillo, Henry aprovechó la soledad y se desplazó a los jardines excusándose en querer reposar un rato el cansancio del viaje. Divan le dejó solo pensando que el avanzado embarazo lo tenía así. Henry asintió y se escabulló entre los caminillos de piedra. Por el camino sonrió.

   Que fácil había sido distraerlos a todos. Estaba feliz con Kuno porque a pesar de estarlo odiando su idea había sido perfecta para distraer a todos los soldados. Nadie quería quedarse sin un esclavo teniendo en cuenta que en épocas de paz los precios por un hombre joven y fuerte eran ridículamente altos, por lo que eran muy contados el número de hombres que no estaban en  ese momento haciendo su puja en la subasta ahora que gracias a la guerra los precios se habían hecho más asequibles.

   —Buenas noches, Henry Vranjes   —escuchó de repente en medio de las flores. La escalofriante voz lo sacó de sus cavilaciones y Henry volteó a toda prisa haciendo brillar sus cabellos oscuros bajo la luz de aquella luna llena.  Frente a él estaba aquel hombre, su invitado especial, esperando… Lyon había llegado por fin.

   Henry intentó serenarse a toda costa. De sus nervios de acero dependía su triunfo, no solo esa noche sino las venideras. Era él la única esperanza de Earth, debía mantenerse lo más concentrado posible si quería evitar errores que pudiesen quitarle ventaja.

   —Buena noches, Lyon  —respondió entonces con total calma, como si la noche invernal hubiese enfriado sus nervios y su corazón—. Te estaba esperando —le aseguró con una sonrisa.

   Su interlocutor sonrió también, aunque con gesto un tanto huraño. Su belleza nefasta e inquietante se había apagado un poco por el sufrimiento de aquellos días y Henry lo notó. Ahora era poco lo que se parecía a Ariel a pesar de la semejanza física. Su cabello estaba seco y despeinado, su piel seca y marchita, había perdido peso también.

   —Se lo que quieres escuchar —dijo Henry en ese momento, dando un rodeo por donde empezaba la fuente con la pretendida intención de alargar aquello un poco más—. Se que quieres el libro de las diosas y, como ya te dije en mis mensajes, lo tengo conmigo. Llegué a él primero que ustedes —afirmó.

   Lyon lo miró aprensivo, estaba en una gran desventaja pero confiaba en que Henry Vranjes estuviera realmente interesado en cambiarle el libro por la amatista. Había corrido un gran riesgo en ir hasta ese sitio solo; sin embargo, en ese momento, el hombre no tenía más opción que arriesgarse.

   —Yo también he traído lo que me pediste —aseguró instantes después, frotándose las manos desnudas, pensando en la amatista falsa que tenía en su bolsillo. Gracias a las diosas había encontrado en el palacio de Kazharia aquella replica con la que había engañado a Jericó… aquello había sido su salvación.

   Henry se le acercó.

   —Quiero verla —exigió—, muéstrame la amatista y yo te mostraré el libro. Y no trates de engañarme porque te arrepentirás.

   —Esta bien —aceptó Lyon— te la mostraré— dijo metiendo la mano en su bolsillo. Al instante sacó la falsificación perfecta de la amatista mostrándosela a Henry; el susodicho suspiró profundamente y un horror curzó por su garganta. No podía creer que finalmente aquella horrible piedra estuviera ante sus ojos, otra vez. Era increíble y horrible al mismo tiempo, una disyuntiva terrible.

  —Es ella —susurró finalmente Henry casi sin aliento—. Es la amatista de plata.

   —Por supuesto que lo es… —respondió Lyon con un falso mohín de disgusto—. ¿Piensas acaso qué voy a mentirte?

   Henry miró a su acompañante con asco. ¡Por supuesto que lo creía capaz de mentirle! Lo creía capaz de eso y de mucho más. ¿Acaso ese infeliz pensaba que él era un tonto que no conocía sus antecedentes? Henry, sin embargo, sólo bufó, alargó su mano e intentó tomar la piedra. Con gesto de complacencia, Lyon asintió y cerró su mano antes de que Henry se hiciera con ella. ¿Estaba bromeando?

   —No te la daré hasta que me entregues el libro. ¿Estás de broma? Dame el libro y te entregaré la amatista.

   —No tan rápido. —Henry  se apartó un par de pasos y miró de nuevo a Lyon con parquedad. Si ese hombre pensaba que todo sería tan fácil estaba equivocado por completo—. Todavía no te he contado todo los detalles que encierran este “pacto”, Lyon —dijo convocando a su rostro una mirada tan o más espeluznante que la de su acompañante.

   Lyon se crispó. Que Henry le pusiera ahora una nueva condición para entregarle el libro era algo que no esperaba en lo absoluto. 

   —¿A qué te refieres? ¿Qué quieres decir con eso? —inquirió angustiado—. El trato era que yo te daba la amatista y tú me darías el libro.

   Henry negó con la cabeza sin perder su pose soberana.

   —Eso era cierto, pero ahora me he arrepentido —aseguró trayendo de nuevo su siniestra sonrisa—. Me he dado cuenta de que nuestro trueque era desigual y es por eso que me lo he pensado mejor y no pienso entregarte el libro sin un pedido adicional. No quiero que sólo me entregues la amatista, Lyon; quiero que también le pidas un deseo para mí.

   —¡¿Qué?! – Lyon quedó completamente frío. ¿Qué rayos era lo que se proponía ese malnacido? Ahora no tenía ni la más minima duda de que Henry Vranjes era una rata de muchísimo cuidado. ¿Cómo podía pedirle semejante cosa a última hora? ¡¿Cómo?!—No puedo hacer eso— resopló finalmente temblando de desesperación – Esa piedra tiene una maldición que yo no quiero afrontar. Toma a alguno de tus esclavos y exígele que pida el deseo por ti. Yo no lo haré.

   Esa era una buena idea, pensó Henry. Sin embargo, él no pensaba ahorrarle ni un poco de sufrimiento a ese maldito y pensaba dejárselo claro.

      —Si, podría hacer eso —convino completamente con un asentimiento de cabeza—, pero no quiero —sonrió con maldad—. Quiero que seas tú, rata miserable, quien que pida ese deseo. Y quiero que lo hagas aquí y ahora, justo frente a mí.

   —¡Eres un infeliz!

   Henry tomó al otro doncel del cuello, mirándole con sus frios ojos grises—¡No más que tú! —le escupió en la cara con odio—. Tenías razón en algo de lo que dijiste el día de mi boda —susurró con desdén apretando más su agarre—: hay algo extraño y oscuro que nos hace iguales a ti y a mí y es por eso que ambos no podemos estar en este mundo. Te dejaré ser dios y largarte de aquí, Lyon. Pero para hacerlo, tienes que pasar mi prueba.

   Con un chasquido de lengua, Lyon se separó de Henry. Aceptaría el trato, lo haría; después de todo, no tenía nada que perder. La amatista que tenía en la mano era una falsificación que no tenía ningún poder, así que no corría realmente ningún riesgo al usarla. Debería, sin embargo, seguir fingiendo para no estropear su engaño y hacerle creer al miserable de Henry Vranjes que estaba muy asustado. Pediría aquel deseo entre temblores y espasmos, como un reo que va al patíbulo.

     —Está bien, lo haré. Pediré el deseo —aceptó por fin, fingiendo un horrible temblor—. Pediré ese deseo, después de todo cuando sea un dios estaré por encima del poder de esta piedra y su maldición no me alcanzará.

    Lejos de todo lo que esperaba, Henry sonrió.

   —Pues mejor aún —dijo el susodicho—. En ese caso no tienes ninguna razón para negarte. ¡Vamos, cumple mi deseo! Pídele a esa piedra que Milán Vilkas vuelva a la vida.

   ¿Había escuchado bien? ¿Ese era el deseo? ¿Qué Milan Vilkas volviera a la vida? ¿En serio? Lyon miró a Henry con una diversión brutal que escondió muy bien con un rictus de sorpresa. ¿Ese era el deseo de Henry Vranjes? ¿Revivir a su amante?

   —¿Quieres qué…? —intentó decir mientra en su interior se carcajeaba por completo.

   —¡Hazlo! —se exaltó Henry. Ya no quería extender más aquel encuentro pues sentía que los nervios ante la emoción de devolverle la vida a Milán le traicionarían.

   —Muy bien —asintió entonces Lyon, tomando la piedra y formulando el deseo. Henry y él contuvieron la respiración como si esperaran que algo sobrenatural pasara, sin embargo, no fue así. Después de formulada la petición, el cielo permaneció igual, el aire circulaba con el mismo ímpetu y no se había detenido la nieve.

   Henry arqueó una ceja.

   —¿Se supone que ya sucedió? —preguntó ceñudo.

   Lyon se encogió de hombros.

   —No lo sé… nunca había usado esta piedra antes  —se excusó con fastidio. No iba a dejar que le engañaran —. No sé como asegurar que el deseo se ha cumplido, sin embargo ya yo cumplí con mi parte —apuntó hastiado—. No es mi problema lo que suceda ahora, así que entrégame el libro.

   Sintiéndose muy irritado, Henry escarbó entre su túnica. Le pareció terrible no poder tener una prueba fehaciente de que el deseo estaba cumplido, sin embargo había dado su palabra y ahora debía cumplir. Con cuidado, sacó el libro de las diosas de entre sus ropas y estiró su mano. Fue justamente en ese momento cuando las vio.

   —¡Diosas! —Henry se exhaltó acercándose a las flores mientras dejaba a Lyon con la mano extendida—. ¡Diosas! —repitió con lágrimas en los ojos. ¡¿Sería esa la señal de que la amatista había cumplido su deseo?! ¡Si, tenía que ser eso! ¡Tenía rosas negras en su jardín! ¡Finalmente habían crecido!—. El libro es tuyo —dijo  entonces volviendo su vista hacia Lyon dispuesto a entregarle el preciado objeto, ahora sin dudar de que su deseo había sido concedido.

   Lyon sonrió apresurándose a tomar su ansiado tesoro. Por fin su sueño se haría realidad. Por fin tantos sufrimientos y fracasos serían recompensados. Como dios podría revivir a su pequeño Ariel que había muerto injustamente. Como dios podría hacer infeliz la vida de ese miserable de Henry Vranjes al que tanto odiaba.

   —Es un placer hacer tratos contigo, Henry Vranjes  —señaló con sorna, acercándose para tomar el libro. Su mano se extendió ansiosa y sus dedos prácticamente rozaban su objetivo cuando sucedió aquello. Lyon sintió ganas de morir otra vez.

   —¡No!— Una voz y un cuerpo salieron de la oscuridad de los matorrales haciéndo caer a los donceles. Del golpe, el libro de las diosas resbaló de las manos de Henry y rodando fue a parar junto a la fuente.

   —¿Qué crees que estás haciendo, Henry? —dijo el recién llegado mirando a Henry con horror. El aludido casi se desmaya. Henry no lo podía creer. ¡Milán estaba frente a él! ¡Por las diosas! Esa piedra cumplía los deseos de forma extraordinariamente rápida.

   —Mi…Milán.

   —¡Tesoro no le des el libro!—exclamó Milán lleno de espanto.

   —¡Es tarde! —exclamó Lyon yendo por él. Henry pareció reaccionar y sin perdida de tiempo se puso en su camino del hombre, impidiéndole el paso con su espada.

   —Detente, Lyon… no des un paso más o te arrepentirás. ¡No des un paso más!

   —¿Qué es lo que sucede aquí? —En ese instante otra voz gruesa y agitada se alzó de repente. Todos los presentes reaccionaron rápidamente volteando a mirar.

… Divan había llegado.

   —¡Por las diosas! —exclamó el robusto varón al ver que su esposo tenía a Lyon contra el suelo y su espada y que Milán Vilkas estaba junto a ellos. Parecía imposible pero en ese momento algo pareció activarse en su interior. Increíblemente no fue la presencia de Lyon la que descontroló a Diván, fue el ver a Milán Vilkas vivo y cerca de Henry lo que le robó la razón por completo.

   —Milán Vilkas —dijo entre dientes sintiendo que algo se apoderaba de su ser despertando en él un odio infinito— ¡Lo sabía! —gritó lleno de ira desenfundando su espada—. ¡Sabía que eras tú el hombre misterioso del campamento! ¡Lo sabía!

  —Divan, escucha… —susrró Milán mirando firmemente al otro varón. Había algo diferente en su mirada. ¡Parecía un loco!

   —¡Apartate de mi esposo! —exigió el earthiano bramando de ira.
   —¡Divan, por favor! —tembló Henry al ver la actitud de Divan. El hombre había perdido la razón por completo y ahora parecía un toro rabioso a punto de atacar.

  —¡Tu cállate, Henry! —bramó Divan colérico cuando su esposo intentó detenerlo—. ¡No vas a volver con este hombre, ¿me oyes?! ¡No lo permitiré!... ¡No pudo creerlo! ¡¿Por qué estás vivo, infeliz?! ¡¿Por qué?!

   Mientra Divan perdía el jucio y Henry intentaba calmarlo, Lyon se dedicó a escuchar todo con diversión. De inmediato, como la rata cizañosa que era, se le ocurrió una idea genial para complicar todo aún más y de esta forma logarar darse a la fuga con su preciado libro.

   —¡Henry Vranjes me pidió que lo reviviera! —se escuchó su horrible voz de repente entre losgruñidos de Divan—. ¡Tu amado esposito me pidió revivir a su amante a cambio del libro de las diosas!  Justo ahora  pensaba entregármelo para luego huir con su amante. ¡Henry te va a dejar, Divan! ¡Se irá con Milan Vilkas y te dejará!

   —¡Eso no es cierto! 

   Completamente fuera de sí, Henry hizo algo muy impulsivo. Sin pensar en más nada y sólo queriendo callar de una vez por todas a ese miserable infeliz, alzó su brazo y sin miramientos le cortó el cuello a Lyon de un tajo.

   —¡Henry … Hen…! —bramó Lyon tocando la herida mientras sentida que se ahogaba con su sangre. El repugnante ser se estremeció entre espasmos de agonía por algunos instantes, pero luego de algunos segundos, como por arte de magia, de forma absolutamente sobrenatural y antes los ojos desorbitados de todos, su herida dejó de sangrar y mágicamente, como si un sanador estuviese allí a su lado, auxiliándolo, sanó por completo.

   —¡Por las diosas! ¿Qué fue eso? —gritó Henry espantado al ver aquello. Todos los demás también se habían quedado admirados, todos incluido Lyon.

   —¡Me he curado! ¡Me he curado! —susurró entonces el doncel anonadado riendo luego como un completo demente — ¡Soy inmortal! ¡Soy inmortal!

   —No puede ser —seguramente pensaron todos, pero fue Milán quien lo dijo en voz alta. Durante los días que lo había tendido cautivo, uno de los sanadores del campamento le había dicho que Lyon tenía heridas mortales que increíblemente parecían haber sanado solas. Sin embargo. Milan no creyó en ese momento que algo así puediese ocurrir. Ahora veía claramente que sí.

  —¡Soy inmortal! —volvió a repetir Lyon mirándolos a todos con una superioridad apabullante. De inmediato sus ojos se posaron sobre su antiguo amante y con una sonrisa espantosa le aclaró:

   —Escúchame, Divan —le dijo mirando a Henry, adueñándose por completo de la situación—. Tu esposo te ha mentido todo el tiempo, él nunca ha dejado de amar a Milán Vilkas y por eso se irá con él… ¡Se irá con él!

   —¡No! ¡Nol lo permitiré! —Ciego de ira, como si nada más en este mundo le importara, Divan se abalanzó espada en mano contra Milán. Henry corrió despavorido hacia ellos al ver lo que sucedía y aquello fue aprovechado por Lyon para tomar el libro y darse a la fuga.

   —¡No vas a quitarme a mi esposo, Milán Vilkas! ¡El es mío ahora! ¡Es mío!

   —¡No, Divan! —Henry trató de evitar aquello. En su corazón de veras deseó poder haber encontrado otra solución. Sin embargo no la halló. Divan se acercaba a Milán con una potencia tan apabullante que éste último no iba a ser capaz de detener su ataque. Los ojos de Henry se llenaron de lágrimas, el corazón se le partió en mil pedazos antes de hacer lo que hizo, pero no encuentó más opción.

   Sin pensárselo demasiado, Henry desenfundó su espada rápidamente y lanzándola con todas sus fuerzas, la guió directo al amplio torax de su esposo. El arma atravesó el aire con un silbido y se incrustó en toda la espalda de Divan, atravesándolo sin compasión antes de que cayera pesadamente sobre el suelo.

   —¡Divan!  —exclamó Henry al verlo caer, y en un istante llegó  a su lado, agarrándo el cuerpo sangrante entre sus brazos, antes de retirar su espada—Divan… —repitió desesperado, llorando de culpa—. Divan resiste… por favor, resiste… ¡Milán, busca un sanador rápido! ¡Date prisa!

     Milán asintió a toda prisa, buscando con sus ojos el sitio hacia el cual dirigirse. Sus piernas intentaron moverse a prisa, intuyendo una dirección, pero no logró recorrer más de un metro cuando la ahogada voz de Divan lo detuvo en el acto.

   —Milán… espera, Milán.  —Divan respiraba entrecortadamente mientras un rastro de sangre corría por sus labios—. Cuida de Henry por mí —pidió en susurro mirando tiernamente al que por muchos años fue para él como su hijo—. Cuida de él y de tu hijo —sollozó—. Te lo encargo.

   —¡Divan, no! —replicó Henry temblando de pies a cabeza—. No te mueras… ¡No te mueras, por favor!

   —¡Es una dulce muerte morir entre tus brazos, Tesoro de Shion! —contestó de nuevo Divan con un ligero golpe de tos—. ¡Eres un dulce néctar que embriaga los sentidos!¡Nunca olvidaré tu dulce miel!¡Siempre te amaré!

   —¡Oh, querido! —Henry sitió que aquellas palabras le arrugaban el alma. Había destruido a su querido Divan, lo había desturido como destruía todo lo que tocaba. Divan alzó su mano diestra y le limpió las lágrimas como si pudiera leerle los pensamientos.

   —¡No, mi pequeño! —dijo el hombre con una sonrisa—. Tú eres un ángel, mi hermoso ángel.

   —Un ángel de muerte —replicó Henry viendo a su Divan gemir—. Divan, perdóname —le suplicó entre lágrimas—. Perdóname por hacerte esto.

   Con una sonrisa de dolor, Divan tomó el rostro de Henry entre sus manos y con afecto pasó sus dedos por los temblorosos labios del doncel, suspirando por fin.

   —No, perdóname tú a mi, Henry. Perdóname por no haber aceptado tu amor cuando lo tenía y ahora exigirlo cuando ya no me pertenece. Perdóname, mi amor. Espero algún día, en la otra vida, volver a verte.

  —¡Divan! ¡Divan, no!!Oh, diosas!

   Henry sintió la manera cómo el cuerpo de su esposo se relajaba del todo, dejando finalmente de respirar… Había muerto. Su querido Divan había muerto.

   —Tesoro —dijo en voz baja Milán acercándose. Con cuídado intentó colocar una mano sobre el hombro de Henry, pero lo que recibió de parte del doncel fue una mirada fría y llena de dolor.

     —¡Cállate! —gimió Henry mientras mecía suavemente el cuerpo inerte de Divan—. ¡No vuelvas a llamarme así! —exigió entre lágrimas creyendo que se volvería loco de pena—. ¡No soy un tesoro ni soy nada!—gritó hacia la negra noche—. ¡Mira lo que he hecho! ¡Mira lo que le hecho a mi Divan!
   La angustia de Henry le llegó hasta a las entrañas a Milán. Nunca antes había visto a Henry así de desesperado y temió por su cordura. Suavemente se acercó y lentamente se acuclilló a su lado; sus manos viajaron a su rostro, apartando dulcemente esos largos cabellos negros que caían sobre el palido rostro.

   —Henry, escúchame… Por favor, cálmate.

   —¡Lárgate de aquí! ¡Largate! —chilló Henry de nuevo, mirándo ahora a Milán con horror—. ¿Es que no ves que acabaras igual a Divan si sigues junto a mí? ¿Es que no ves que soy una maldición?

   —No, no lo eres, Tesoro. No digas eso… no hables así. Yo te amo.

   —¡No! ¡Cállate! ¡Cállate! —sollozó el doncel.

   —Henry, mi amor… Mi amor por ti es distinto, mi amor no va a corromperse, jamás. ¡Lo juro!

   —¡Es suficiente! —Henry se puso de pie. Todo el cuerpo le temblaba como si fuese una hoja en medio de una tempestad. Continuaba llorando sonoramente sintiendo como aquel cielo oscuro caía sobre él cuando un dolor que partió de su columna expandiéndose rápidamente al resto de su cuerpo lo dobló con un grito.

   Milán abrió mucho los ojos al ver ese gesto… ¡Por las diosas! Había visto ese gesto en otros donceles preñados y sabía lo que eso significaba! ¡Henry se había puesto de parto! ¡Su hijo iba a nacer!





   Continuará…

 

 

 

 

 


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