Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

[Reviews - 129]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 

Capitulo 8

Huracán.

 

   Recostado contra una paredilla húmeda, Dereck observaba como Xilon, aprovechando el cese parcial y temporal de la lluvia, empezaba a poner orden entre los sirvientes del palacio y organizaba los preparativos de contingencia sin el menor fallo. El príncipe jaeniano había aceptado la propuesta de Ezequiel de ponerse al liderazgo de las estrategias de preparación y alerta contra del huracán, debido a la experiencia que este tenía al respecto y en ese momento cumplía la misión con la mayor diligencia.

   Apurando un poco de vino que guardaba en una bota de cuero, Dereck vio de lejos como Xilon formaba cinco filas de igual número de integrantes mientras con voz alta y serena les explicaba sus diferentes funciones. Sus movimientos seguros y fuertes eran rigurosos y exactos. Con los brazos cruzados hacia atrás y marchando en una perfecta línea, vociferaba las ordenes como si le hablase a unos soldados de la guardia, y no a los impávidos esclavos que lo miraban confusos.

   Dereck sonrió a medias, recorriendo con sus ojos dorados la anatomía de su príncipe. Le parecía demasiado hechizante la forma como la tremenda sensualidad que este poseía, usaba de coartada a la rudeza para pasar desapercibida. Xilon era como eses volcanes que permanecían inactivos por décadas y que un día de repente estallaban arrasando aldeas enteras. Xilon era un hombre en apariencia glaciar, pero realmente tenía mucho fuego interior que dejar brotar. Las ropas del príncipe Milán le quedaban bien a pesar de ser este último un poco más bajo que su señor, pensaba Dereck, dando un sorbo más a su bebida. Sonrió, cerrando definitivamente la bota cuando se percató que Xilon, terminando de aleccionar a su público, se apartaba de los patios dirigiendo sus pasos hacía él.

    —¿Me regalas un trago? —preguntó el príncipe al llegar hasta la atura de su sirviente.

    —¿Desde cuándo los reyes beben el mismo vino que los esclavos? —replicó este con algo de impertinencia. Sin embargo, volvió a abrir su bota ofreciéndola a su señor.

    —En ese caso no hay problema —le contestó Xilon antes de dar un primer sorbo—. Tú no eres un esclavo y yo no soy un rey… aun.

   Se notaba tenso, pensó Dereck en ese momento. Aunque sin duda menos nervioso que durante el viaje. Eso solo podía deberse a que las cosas con respecto a su principito avanzaban por buen camino, especuló para sí. No le había preguntado nada sobre su encuentro con los reyes de Midas ni con su víctima, pero sospechaba que había tomado sus concejos y  que quizás, en parte, había obtenido buenos resultados.

   —Tenías razón —dijo entonces Xilon, como si supiera que el otro esperaba información—.Se indignó, pero no rechazó mis besos —apuntó con un nuevo sorbo de vino. 

   De nuevo las gotas de lluvia empezaron a caer sobre Midas cada vez más rápido. El viento se empezaba a convertir en un enemigo mortal e imparable, pero ellos, impávidos y taciturnos, parecían suspendidos en el tiempo.

    —Es normal. —Dereck suspiró tratando de protegerse de la lluvia bajo una cornisa—, pero ya verá que luego el sentirse así de deseado será un cumplido para su orgullo —agregó mirando de nuevo las densas nubes que cubrían el cielo.

   —Ahora me preocupa más otra cosa —volvió a decir Xilon contemplando también el ominoso paisaje—. Uno de sus hermanos lo sabe todo y no sé de qué forma piensa proceder ante mí, solo sé que no se quedará tan campante después de esto.

   —Pues en estos casos lo mejor es la reparación. Y ese hombre debe saberlo. Es preferible un matrimonio y la reposición del daño a un muerto, una guerra y un doncel sin honor.

   Xilon se encogió de hombros devolviendo a su dueño la bota de vino. A pesar de todo, era consolador escuchar las palabras de Dereck. Esperaba que este tuviese razón y que su estúpido error pudiese solucionarse. E igual, aunque la idea de soltarle a Kuno todos sus sentimientos de una sola estocada no era su estilo, en esos campos él no tenía ningún estilo en particular, y al parecer había sido mejor así: que su prometido supiese cuáles eran sus intenciones desde el principio. De manera que ahora la cosa estaba en continuar sus planes sin posibilidad de retorno. ¿Y quién mejor que un traficante del sexo y del amor para ayudarlo?

   En ese momento, como si lo hubiesen llamado con los pensamientos, Kuno junto a sus donceles de compañía se apareció  justo frente a ellos. Caminaba apresurado por los corredores de los patios seguido muy de cerca por Henry Vranjes. Al parecer, la compañía mutua era la perfecta protección que usaban ambos donceles para refugiarse de posibles encuentros a solas con sus respectivos predadores, que en caso de ambos eran más de uno. En el caso de Henry, para su fortuna, durante aquella últimas horas solo había tenido que esquivar a Paris, quien luego de haber aceptado llevar aquella enmienda a Earth se mostraba más meloso de lo que Henry hubiese deseado. Milán en cambio, había abandonado el castillo muy temprano con su padre y Vladimir, al parecer para corroborar que todas los habitantes de las aldeas en riesgo hubieran tomado las precauciones adecuadas.

   Kuno por su parte, se sentía muy intranquilo. Estaba muy nervioso por la presencia de Xilon y su encuentro con él la noche anterior. Por tal motivo no se había separado en toda la mañana del rey de Earth, pensando en qué pasaría si tuviera que verse de nuevo con alguno de sus dos pretendientes.

   —¿Cuál de los dos es su príncipe, alteza ? —preguntó en ese momento Dereck, observando curioso como las dos figuras reales volteaban en un recodo del corredor en busca de una galería cercana a la mansión central.

   —Es el de cabellos color uva– respondió Xilon sin separar tampoco sus ojos de los cuerpos que se desplazaban con tanta gracia que parecían levitar. Su mirada se detuvo sobre Kuno. Su prometido retiraba de su cara un mechón de cabellos que caía sobre su frente; el resto se alzaba en una coleta alta que hacía mecer las puntas de estos, justo por encima de su respingado trasero. En ese mismo instante, como atraído por aquellos ojos, el príncipe midiano conectó su mirada con la de Xilon y no pudo evitar que un estremecimiento lo recorriera. Su nuevo peinado lo hacía verse más maduro, seguro e increíblemente sensual. Sin embargo, su caleidoscópica belleza, no era suficiente para matizar los nervios que le consumían los ánimos.

   Giró la vista con rapidez, tratando de escabullirse de aquellos ojos, y rápidamente se introdujo dentro de la galería, seguido por Henry.

   —Le aplaudo el gusto, alteza— comentó Derek, viéndolos desaparecer tras los muros de piedra. Su voz le recordó a Xilon que su sirviente seguía a su lado—. Es bellísimo— continuó diciendo mientras volvía a abrir su bota de vino—, y él otro que lo acompañaba no se queda atrás —concluyó dando un nuevo sorbo a su bebida. Sus últimas palabras tuvieron un tono tan lascivo que hicieron virar confundido el rostro de Xilon.

   —¿No me digas que…? —inquirió este enarcando una ceja más de asombro que de otra cosa.

   —¿Qué no le diga qué? —replicó Dereck con una pizca de diversión en sus ojos dorados—. ¿Qué trabajo para ambos bandos? ¿Qué me gusta tanto la miel como el cacao? ¿Le incomoda acaso, alteza?

    Xilon se encogió de hombros.

   —Supongo que no —apuntó, parco de nuevo. Ahora que lo pensaba mejor no debía sorprenderse tanto por aquello. Ese tipo de conductas eran totalmente normales y aceptadas por la gente del común, así que no era raro que un puto las practicara abiertamente. Sin embargo, entre la nobleza esas tendencias eran condenadas por considerarse costumbres plebeyas demasiado primitivas para la clase fina y distinguida. La única excepción a esta regla era, hasta el momento, la nobleza midiana. En Midas no se habían condenado nunca este tipo de enlaces y aunque no eran muy comunes y despertaban uno que otro escándalo, estos no pasaba de ser más que simples habladurías de cortesanos.

   Vladimir había sido la última víctima de los chismes. Tres años después de su ingreso a palacio y a la corte midiana, el príncipe había protagonizado una intensa y muy ventilada relación con el duque Vincent de Hirtz, tan varón como él. Aquella relación hizo las delicias de las lenguas más viperinas de la corte, dentro y fuera de los salones de baile, pero luego de un tiempo fue el mismo Ezequiel quien le recordó a sus gentes que la unión entre varones y entre donceles era tan válida como cualquier otra.

   El primero en apoyar a su hijo adoptivo, sin embargo, fue Benjamín. A diferencia de su esposo, que casi sufre un soponcio el día en que vio por primera vez como los labios de Vladimir abarcaron la boca del duque, Benjamín comprendió que el chico había vivido demasiados años rodeado de las costumbres de la plebe como para pretender hacerle cambiar un gusto como ese. De manera que Ezequiel fue convencido también, y rápidamente buscó que la forma en que su hijo adoptivo pudiese vivir su relación sin complejos.

    —¿Y qué tal usted, alteza? ¿También le gustan ambas caras de la moneda?—Xilon desarmó la montañita de barro que estaba haciendo con sus botas ante la osada pregunta de Dereck. Sacudió la cabeza con fuerza e hizo un gesto con sus manos.   

   —No señor, jamás. Solo donceles para mí.

   —Querrás decir solo un doncel para ti. Habla en singular, eres un hombre comprometido. — Milán había regresado sabría Johary cuando, y parado bajo aquella cornisa escuchaba los últimos retazos de aquella platica.

   —¡Por el amor de Ditzha! —corearon los sorprendidos jóvenes—. ¿Quieres matarnos de un susto? —reclamó Xilon mirándolo al otro príncipe fijamente. No sabía cuánto había escuchado de su conversación con Dereck, pero no debía haber sido mucho. Milán lucía recién llegado a juzgar por su capa empapada y su aliento aun jadeante—. ¿Hace cuanto estás allí? —preguntó de todas formas. Pero su homologo solo podía reír divertido encontrando raro y fascinante escuchar a Xilon entablando esa clase de conversaciones con un doncel, y sirviente, a todas luces.

   —Ya relájate, Xilon. Solo bromeaba —se disculpó entonces recuperando la compostura.

   Xilon también se había relajado y ahora indagaba con la mirada al recién llegado. Desde la mañana lo había visto raro, y le pareció muy extraño también que este no intentara replicar cuando Ezequiel lo dejó al mando de las tareas de contingencia.

   —Para mí también donceles, por favor. —Escuchó que les decía antes de partir con rumbo a la mansión central—. Aunque les confieso algo... —agregó ya casi a las puertas de esta—, la idea de dos donceles en plena acción, me parece preciosa.

    Y diciendo esto, no paró de reír en todo el trayecto hasta perderse puertas adentro.

   Xilon negaba con la cabeza mientras lo veía partir. Definitivamente ese hombre no tenía remedio, aunque tenía que confesar que lo había hecho sonreír con el último comentario. Tenía que haber sabido que un hombre como Milán no iría por allí burlándose de los sentimientos de un niño. Nunca debió haber dejado que la irá hacia los Vilkas lo cegara haciéndole creer en la mentira de su hermano.

   Con estos pensamientos dejó a Dereck para ir en busca de Kuno, necesitaba verlo, hablarle aunque fuese un momento a solas. Lo encontró junto a la capilla organizando su ofrenda semanal a Johary. Y se hallaba solo. Por alguna razón ni sus donceles ni Henry se encontraban a su lado; así que aprovechando esto, Xilon se acercó lentamente mientras lo veía de espaldas a él arreglando un cesto de flores. Cuando el doncel sintió el sonido de los pasos a su espalda, giró contento pensando que se trataba de Henry, pero al descubrir a su verdadero acompañante, los pequeños ramos de azucenas que sostenía entre sus manos resbalaron hasta el suelo.

   Sin embargo, a diferencia de la pasada noche, esta vez Kuno no retrocedió, sino que al contrario, se fue de frente contra el varón pasándole por el lado en busca de la salida de la capilla. Pero la diestra de Xilon fue más rápida que sus movimientos, y con una sola mano lo detuvo antes que este atravesara el umbral.

   Un dolor punzante sacudió al midiano cuando su mano fue apresada. Compungido se retiró el guante para aliviar el escozor y Xilon pudo ver que aun mantenía vivas algunas heridas de lo acontecido hacia casi una semana. Los labios del jaeniano se apretaron incómodos al ver esa fina piel magullada; se sintió fatal al percatarse del resultado de su innecesaria violencia. Había sido casi un sacrilegio haber lastimado ese bello cuerpo.

   Entonces él mismo se encargó de sacar el otro guante con mucha delicadeza. La otra mano lucia en peores condiciones incluso. De manera que cuando Kuno entrecerró los ojos a causa del dolor, su acompañante no dudó más en lo que tenía que hacer. Colocó sus manos sobre las heridas abiertas y un extraño calor empezó a recorrer los brazos del doncel. Cuando la presión y el calor que manaban de las manos de Xilon se fueron apagando, Kuno abrió sus orbes al máximo, pero solo para notar asombrado, que ni siquiera tenía cicatrices. Su piel estaba inmaculada otra vez.

   —Soy mitad Dirgano —le dijo Xilon, explicando de esa manera su poder curativo. Sus manos viajaron también a su rostro, apagando los pequeños moretones que quedaban en él. El día anterior, durante el banquete con los kazharinos, sus donceles se los habían cubierto bajo densas capas de polvos pero aquella mañana eran más visibles. Y Xilon también los curó.

   Kuno permaneció impávido mirándolo a los ojos.

   —¿Hay otra herida que te quede por sanar?

   —¿Que tal su alma? ¿Su corazón herido? —Ambos voltearon al escuchar aquella voz. La figura de Vladimir estaba parada en todo el pasillo de la puerta y mantenía su vista concentrada en un reloj de cristal que a Xilon le llamó mucho la atención: era muy parecido al de su hermano. Pero no era momento de pensar en tonterías, y no era prudente tampoco replicarle nada a aquel otro hombre. Por más que le fastidiase, aquel llevaba la razón—. Lárgate de este lugar… ya —ordenó Vladimir con la mano diestra puesta sobre la empuñadura de su espada. Y de inmediato Xilon obedeció. Pasó por el lado del otro varón, sintiendo como los ojos de este le quemaban a cada paso, pero no fue capaz de devolverle la mirada.

   Kuno corrió a los brazos de su hermano cuando su prometido se perdió en un recodo del pasillo. Este lo recibió encantado, besando su frente con veneración.

   —¿Te hizo algo ese desgraciado? —le preguntó, subiéndole el mentón con su mano para obligarlos a que le diera la cara.

   —Nada… nada malo —respondió Kuno, bajando a medias la vista hacia sus manos de nuevo sanas.

   Entonces, Vladimir lo estrechó muy fuerte entre sus brazos y el doncel sintió los fuertes latidos del corazón de su hermano, sobresaltados de rabia. Estaba tan ofuscado que no notó que las heridas de su hermano habían sido curadas. Con un movimiento suave, Kuno posó su cabeza sobre la guerrea que cubría aquellos fuertes pectorales, sintiendo como las siempre ásperas manos del varón acariciaban tiernamente sus mejillas.

   —¿Sabes que he estado pensando? —inquirió este de repente sin detener sus caricias.

    Kuno que continuaba recostado sobre su pecho negó con la cabeza.

   —Que esta historia tiene más de un villano —respondió Vladimir haciendo que su hermanito lo mirara confundido—. Así es, mi vida —aseguró devolviéndole la mirada con determinación—; además de Xilon hay alguien más de quien nos estamos olvidando y que también merece un castigo.

   Ante aquella declaración, la mente de Kuno, a diferencia del cielo que se volvía cada vez más oscuro, pareció despejarse y comprender las palabras de su hermano. Sus ojos se abrieron espantados y con un movimiento aprehensivo de cabeza trató de hacerle desistir en sus intenciones.

   …Pero Vladimir no estaba dispuesto a ceder en ese punto.

   —No, Kuno —le advirtió negando con la cabeza—. No voy a dar marcha atrás… Quiero conocer a ese niño, quiero conocer a Ariel Tylenus.

   En ese momento, un relámpago iluminó la estancia, y segundos después, el sonido de la centella hizo temblar los vitrales de la capilla… La verdadera tempestad apenas iniciaba.

 

 

 

   Ariel azotó la puerta a sus espaldas sin compasión, dejando a sus espantados donceles fuera de la recamará. Antes de tirarse sobre el lecho, encendió una pequeña lámpara bioenergética situada junto a su cama, y entonces si se dejó caer sobre sus colchas, maldiciendo mil veces llevar la misma sangre de ese miserable.

   Había tenido una nueva discusión con su padre, y como resultado, ahora su labio estaba roto y su mejilla inflamada. Esa mañana había decidió levantarse el castigo impuesto por su hermano y bajo su propio riesgo intentó hablar con su padre y rey, para informarle sobre los planes dejados por su hermano acerca del huracán. Pero como siempre sucedía, la conversación con su progenitor terminó derivando hacia otros asuntos, asuntos que los encolerizaban a ambos, y de nuevo el rey, furioso y violento, terminó dándole una bofetada plena en toda la cara.

   Ariel había quedado tirado en el corredor cubriendo su mejilla y limpiando con la manga de su túnica el hilillo de sangre que bajaba por su mentón. Y cuando sus donceles aterrorizados corrieron en su ayuda, el príncipe los apartó a empujones corriendo de vuelta hacía los aposentos de los que, pensó, nunca debió haber salido.

   Las puertas de su terraza estaban clausuradas y reforzadas por completo, y la penumbra se expandía por toda la habitación como un manto. Solo la pequeña lamparita junto a su cama iluminaba la estancia. En ese momento Ariel pensó en Xilon. No había tenido ninguna noticia suya desde su partida, y no sabía ni siquiera si aun estaba con vida. Se estremeció por tal pensamiento, pero luego se tranquilizó meditando en que quizás su hermano prefiriese volver luego del huracán, para no exponerse al duro clima durante el viaje. Con esa idea se calmó un poco arrebujándose entre sus mantas y limpiándose las lágrimas que no habían conseguido apagar su enojo. Siempre que trataba de acercarse a su padre las cosas terminaban igual: ambos insultándose de formas muy poco correctas para su relación filial, Jamil Tylenus iracundo ante los despliegues de insolencia de los que hacía gala con mayor frecuencia el menor de sus hijos, y Ariel golpeado como reprimenda.

   Se sobó la piel escocida y buscó algo escondido entre sus sabanas. Era una petaca de plata, con grabados en la lengua natal de Jaen. En ella había escondido un poco de su licor de arándanos para cuando necesitara un trago. Y ese momento había llegado. Apuró un sorbo largo que le hizo apretar los ojos y fruncir el ceño, pero que también, al pasar caliente y ligeramente amargo por su garganta, pareció devolverle los ánimos.

   El sabor de aquella bebida era como una milagrosa medicina capaz de calmar  todos sus males. Cuando empezó a usarlo, con solo once años, solía beberlo a pequeños sorbos, para que Xilon no lo descubriese. Pero desde hacía un par de años ya no se molestaba en embriagarse a escondidas o incluso, en presencia de sus sirvientes o algunos cortesanos.

   >>Yo no tengo la culpa de parecerme tanto a él, no tengo la culpa de recordártelo>> pensó al tiempo en que la última gota de licor cayó sobre su lengua. Se sentía mareado. Pronto caería en ese sueño pleno y dulce que hacía días no había podido conciliar totalmente. La embriaguez había logrado que todas sus molestias y pesares fueran desplazados de su mente. Ya no se acordaba de la ira que sintió al descubrir el romance entre Henry Vranjes y su querido Milán; tampoco en cuanto odiaba a su padre ni en que su hermano pudiese estar en peligro de muerte por su culpa. Ya no había ninguno de esos sentimientos paseándose por su cabeza, ninguno excepto ese…

   —Desgraciado capataz ¿Por qué tenías que ser tan guapo? La gente miserable como tú debería ser fea, corriente, vulgar y sin encanto —susurró para sí mientras se estiraba por completo en el lecho. Sus manos se detuvieron en los cordones de su túnica y lentamente fue abriéndola, a fin de recorrer con ellas los sitios que aquel hombre recorrió con las suyas. Y otros que por culpa de la abrupta interrupción del rey de Earth no llegó a explorar.

   No era que no se hubiese masturbado antes. Lo había hecho millones de veces y en lugares varios, pero siempre usando de estimulo a varoniles y distinguidos varones, Milán Vilkas, el ultimo en la lista. Sin embargo, esta vez era diferente. Las flechas de su deseo habían cambiado abruptamente de diana, y en esta ocasión disparaban hacia un objetivo muy diferente: un plebeyo sin nombre y sin clase. Un nadie.

   Aun así, el nuevo protagonista de sus fantasías, consiguió excitarlo tanto o más que los anteriores. Ariel manipulaba su sexo con expertos movimientos, aprendidos durante tantos años de alivios solitarios. Las ansias del cuerpo habían despertado en él más temprano que lo acostumbrado en otros donceles, y ello lo había convertido en un maestro de la autocomplacencia.

   Finalmente, luego de varios y febriles minutos de caricias, una espesa y transparente esencia se derramó en su mano. Y Ariel, totalmente mareado de placer y ebriedad no tuvo reparos en trasladar aquella humedad un poco más atrás, acariciando ligeramente aquel otro huequito de gozo. Siempre se lo tocaba levemente, y algunas veces, como ese día introducía un poco la puntita de su dedo, apenas eso.

   >>Llegaré virgen al altar, no le daré la satisfacción a mi padre de ver cómo me devuelven por no estar intacto>>, se decía a si mismo cada vez que sentía la tentación de meterse todo el dedo. Le resultaba algo bizarro creer que sus delgadas y finas falanges tuviesen la capacidad de desvirgarlo, pero mejor no corría riesgos. Suspiró profundo, deteniendo sus caricias, y cerro de nuevo su túnica, acomodándose para reposar en calma. Era mejor así… recibir la tempestad dormido.

 

 

  

   Como le enfurecía tener que agachar la cabeza ante el estúpido perro faldero de Milán, pero no tenía más opción. Vladimir podía a veces ser tan o más astuto que su hermano putativo, y eso él lo sabía de sobra. Confrontarlo de frente, tal como se encontraban las cosas, no era un acto de valentía sino de estupidez. No le resultaba difícil saber que ese maldito campesino planeaba algo; era obvio que no pasaría la deshonra de su hermanito por alto, así que lo mejor era permanecer vigilante ante cualquier situación de alerta, por lo menos hasta que hallara también una contra efectiva para la desconocida y venenosa estrategia que seguro se estaba cocinando en la mente de ese príncipe advenedizo.

   Iba a ser duro pelear con los ojos vendados. Pero si agudizaba bien sus otros sentidos, tal vez podría compensar un poco su desventaja.

    —¿Dónde rayos se metió, Dereck?—se preguntó Xilon en aquel momento. El huracán avanzaba cada vez más de prisa y el viento, frio y violento hacía ondear con furia su pesada capa.

   Las tareas de seguridad se habían llevado a cabo en su totalidad. Ahora el grueso de empleados se disponía a proteger sus propias habitaciones y resguardar sus enseres. Xilon se aventuró hacia los largos pasillos que conducían hasta la zona de la servidumbre, a ver si por fin contaba con suerte y encontraba de una vez por todas a su antiguo amante. Sin embargo, la tarea se le estaba haciendo más ardua de lo pensado. A medida que avanzaba se topaba con más y más esclavos que corrían presurosos luchando contra el tiempo y el viento. Algunos tropezaban por la prisa, pero volvían a levantarse con prontitud haciendo una respetuosa reverencia apenas notaban la presencia del príncipe.

   Pero de Dereck ni el rastro. Ya  hasta se estaba resignado a no hallarlo cuando de repente, justo en el último de los corredores, una puerta, señalizada por una tablilla de madera, identificaba a los dueños del aposento: “Donceles de su Alteza, Kuno Vilkas. Trato especial” ¡Y si que les daban un trato especial a aquellos donceles, en especial a uno!, pensó Xilon al ver lo que vio: Dereck y  uno de los donceles de su prometido se encontraban sentados sobre un modesto catre, con las ropas con las que las diosas los enviaron al mundo, sumergidos en un abrazo contemplativo y posesivo. Mas que haciendo el amor parecían estarse adorando, explorándose en su totalidad, con su bocas y manos…alcanzando sitios considerados censurables.

   “A Milán le encantaría ver esto”—pensó entonces Xilon recordando las palabras del otro príncipe durante el breve encuentro que habían tenido en horas de la mañana. Una sonrisa divertida, muy rara en él, iluminó su rostro, y no pudo evitar recostarse contra la pared para observar el espectáculo.

   Era imposible escapar a ese sortilegio de pieles desnudas y manos indiscretas; esos bellos y delicados cuerpos dedicándose suaves caricias con éxtasis y lujuria. Parecían una pintura de esas prohibidas por los religiosos más ortodoxos, y una muy bien lograda, cabía resaltar. Los cuerpos trémulos resollaban pasión y las cabelleras azules y grises formaban al juntarse, un nuevo color, como dos tonos combinándose sobre un lienzo.

   Con total asombro, los ojos celestes de Xilon se dilataron completamente al ver como Dereck gemía excitado, ocupando la posición que siempre le tocaba cederle a él. Al parecer, y a juzgar por su rostro arrebolado, el doncel gozaba bastante el estar penetrando a ese otro muchacho que exultante de gozo, jadeaba entre sus brazos.

   Pero como todo lo bueno, aquello también terminó. Dereck se corrió con un pujido largo y áspero dentro del cuerpo de aquel esclavo; semilla que no daría fruto pues los donceles no podían engendrar, solo concebir. Xilon, vio caer los cuerpos, jadeantes y sudorosos, uno encima del otro sobre el catre, y agradeció en parte que el espectáculo terminara, pues su propio cuerpo había empezado a reaccionar, quizás con ganas de participar.

   En esas, los dos jóvenes notaron su presencia. Dereck se turbó un poco al principio, pero luego, al ver a Xilon con ese gesto divertido bailoteando en sus ojos, se recompuso poniéndose de pie con todo el esplendor de su desnudez. El otro muchacho por el contrario enrojeció como un pimiento buscando rápidamente sus ropas para perderse luego detrás de una larga cortina de seda.

   —Tranquilo, alteza. Usted sigue siendo el mejor —susurró Dereck, una vez llegó a la altura de su príncipe. Pero este, recuperando su habitual parquedad solo optó por inclinarse un poco y recoger la túnica que se hallaba a sus pies.

   —Vístete rápido —ordenó lanzándosela a la cara, sin importarle siquiera si aquellas ropas pertenecían realmente al muchacho—, tengo un plan y necesito que me ayudes. Además no te traje aquí para follar —remató dejando al otro chico a solas de nuevo.

   Dereck sonrió vistiéndose a prisa. Ya no había problema si se acostaba con otros hombres. Xilon le había dejado claro que su trabajo como su puto personal había terminado. Su señor no acostumbraba mezclar negocios con placer, y en ese momento para este, la relación entre ambos se había convertido en un negocio. Y no es que su relación anterior no lo fuera, era solo que ahora era un negocio diferente, uno donde ya no le servía abierto de piernas, todo lo contrario… lo necesitaba más concentrado que nunca.

 

 

   Respetado Vatir:

   Si te encuentras leyendo esta carta es porque Paris, heredero de Khazaria, ha cumplido su promesa de entregártela en tus manos.

   Me puedo imaginar, de forma lamentable y triste, las condiciones en las que se debe hallar mi reino ante mi misteriosa y prolongada ausencia. Pero esto ha sido algo que está totalmente fuera de mis manos: Me hallo secuestrado. Si, se que ya debes haberlo imaginado. Estoy secuestrado por uno de mis pretendientes, como también debes suponer. Pero este es un secuestro bastante sutil y macabro; una estratagema perversa que pone en riesgo mi honra y mi reputación. Secuestro cuyo autor, intelectual y material, es el mismo: Milán Vilkas, príncipe de Midas.

   Pero no debes preocuparte a pesar de mis palabras, pues yo me hallo en buenas condiciones de salud. Y a diferencia de lo que puedas estar imaginando, no he sido ultrajado ni maltratado. Aun así, no se por cuánto tiempo más la situación permanecerá de esa forma. El dice no querer lastimarme porque me ama, pero no sé si sabrás que el amor no correspondido lleva a la locura, y la locura a la perdición de las almas. De manera que temo por mi seguridad.

   Te pido por favor, entonces, que no intervengas de forma apresurada, eso sería fatal, créeme. No dudo de tus capacidades para llegar hasta las últimas consecuencias con tal de protegerme y salvaguardar mi honra, pero en este caso necesitamos de la experiencia de una mente más astuta. Es por ello que ahora te pido, ya no como tu rey, sino como un hombre desesperado; te imploro que busques al antiguo regente de Earth: Divan Kundera, que como tú y los otros consejeros saben, se halla en Dirgania.

    Por favor búscalo y muéstrale esta carta, él sabrá que hacer.

   Ahora me despido, agradeciéndote por anticipado tu ayuda, y pidiéndote que conserves el orden en mis dominios. Sé que puedes lograrlo, confío en ti.

   Henry Vranjes.

 

   —Secuestrado… —susurró Paris, y sus labios dibujaron una inquietante sonrisa. En cuestión de segundos convirtió aquella única esperanza de Henry en pedazos de pergamino que tiró por la ventana haciendo que se perdieron en la ventisca. 

 

 

 

   Los papeles se intercambiaron repentinamente, pocas horas antes de caer la tarde: Ahora era Henry quien ansioso buscaba a Milán por todos los recovecos del castillo. Durante la mañana, mientras los sirvientes acondicionaban las habitaciones para el paso del huracán, el rey no había dejado de reflexionar sobre ese asunto que le taladraba la mente: la cicatriz en el costado de aquel hombre y lo que esa antigua herida significaba.

   Milán Vilkas lo había intentado capturar antes y había fracasado en su primer intento. No podía estar seguro si algún otro pretendiente había intentado capturarlo en más de una ocasión, pero por alguna razón pensaba que no. Algo en el fondo de su alma le decía que Milán era el único de sus enloquecidos admiradores capaz de arriesgar el pellejo dos veces.

   Con estas reflexiones entró a uno de los estudios de la mansión central, y por fin encontró sentado tras un escritorio cercano a un gran balcón, la figura tranquila y serena del príncipe heredero, repasando un libro de cuentas, y calculando cifras con un pequeño ábaco que tenía a su lado. Milán alzó la vista cuando sus guardias tocaron anunciando la presencia de su tesoro, y de inmediato se puso de pie para recibirle.

   —¿Podemos hablar, Alteza? —preguntó Henry, en un tono tan bajo que pareció más una súplica que un pedido. Milán lo miró extrañado, no solo porque este solicitara verle sino porque por primera vez no usaba un tono áspero y furioso para dirigirse a él.

   —Por supuesto, mi tesoro —le respondió cerrando el libro. Con su diestra hizo un movimiento ofreciendo el asiento enfrente de él, pero en el momento en que el doncel iba a sentarse algo pareció atraer poderosamente su atención, y los ojos negros se abrieron resplandecientes fijándose en aquello.

   —Rosas negras…—musitó, viendo las mismas flores que había visto noches atrás en los jardines, pero esta vez dentro de un florero que se hallaba en una mesa junto a la ventana —.¿Te gustan?

   —No —respondió Milán, avanzando hacia él—, te gustan a ti.

   Henry lo miró desconcertado. Intento replicar algo, pero el índice de Milán selló sus labios antes de que cualquier palabra saliera de ellos.

   —Las cultivé para ti —continuó diciendo el príncipe—, porque las muy rebeldes se niegan a crecer en tu reino… ¿Verdad? La última vez que intentaste cultivarlas sin éxito fue el primer día que te vi llorar… La segunda fue ante la partida de Divan.   

   Aquellas palabras fueron tan filosas como la hoja de una espada. Henry apartó la vista, sonrojado, sintiéndose más desnudo que cuando despertó aquella mañana entre los brazos de aquel hombre. En ese momento, un trueno potente retumbó en todo el palacio y Henry se sobresaltó. De inmediato, Milán se situó a su lado y lo aferró con fuerza.

   —¿Por qué? ¿Por qué sabes esas cosas? —preguntó el rey anonadado, sin oponer resistencia al abrazo—. ¿Por qué sabes todas esas cosas de mi? ¿Por qué conoces… mis secretos?

   —Porque te amo. —Milán respondió de una forma tan segura y contundente que Henry jadeó sin poderlo evitar. Sus ojos se entornaron, mirando fijamente al varón y temblando al sentir el aliento de este golpearle en el rostro. Unas tibias lágrimas resbalaron por sus pálidas mejillas, y para sorpresa del príncipe sus esbeltas manos se alzaron para acariciarle el rostro y fueron sus labios los que esta vez buscaron el calor de sus besos.

   Milán se quedó impávido como una estatua. No podía creer que fuese su tesoro quien estuviese devorando su boca con ardor, e intentando traspasar el umbral formado por su aliento para adentrase más allá. Incrédulo pero inmensamente feliz separó sus labios para que las lenguas se unieran y sus alientos se volvieran uno en medio de aquel dulce contacto. Frenético, lo estrechó por completó entre sus brazos, sorbiendo su saliva y acariciando su paladar, mientras Henry, dócil y enfebrecido como nunca, estiró sus brazos rodeando su cuello.

   Las manos del rey bajaron hasta su espalda, y Milán le acomodó un mechón de cabellos que rebeldes habían escapado de la trenza con la que esa mañana el doncel amarraba su cabellera. El príncipe repasó sus labios carnosos, retirando los rastros de saliva y gozando con los pequeños suspiros que salían de aquella boca. Luego, apoyó una ancha mano en su pecho y sin violencia, lo arrojó sobre el sillón que se hallaba frente al escritorio. Henry no ponía objeción a nada, se dejaba hacer tranquilamente, incluso cuando Milán cayendo de rodillas a sus pies, abrió un poco su túnica y tanteando sobre sus calzas desató lentamente los cordones que la sujetaban extrayendo  su virilidad.

   —Mi amor, mi tesoro… Te amo tanto— decía Milán, jadeante. El fervor en su voz hacia que sus palabras parecieran una plegaria a Johary.

   Pero Henry no respondía nada, solo conseguía apretar fuerte sus ojos mientras su boca exhalaba una queda exhalación. Se rendiría ante aquello por esa vez. Solo por esa vez no trataría de pararlo. Al día siguiente tendría tiempo de arrepentirse y realizar miles de ofrendas y ayunos para aplacar la ira de Shion. Pero en ese momento no quería pensar en eso, solo quería sentir; necesitaba con urgente anhelo experimentar la agradable sensación que le brindaba es boca temblorosa que abarcaba su miembro.

   Mientras tanto, Milán sentía la respiración agitada de su tesoro. Había escuchado aquella lenta exhalación, justo en el momento en que su boca engulló aquel miembro, el cual, dentro de esta, se había endurecido como un diamante, como esa joya que por años había anhelado probar. Se regocijó en la visión del vientre terso y plano del doncel, los músculos cincelados que pudo observar cuando abrió un poco más su túnica y bajó un poco más las calzas. Henry tenía un lunar grande en todo el interior de su muslo derecho, y Milán abandonado un momento el henchido miembro, lo besó aprovechando para lamer un poco entre sus muslos.

   Henry abrió los ojos de golpe y bajó la vista hacia Milán. Con los ojos vidriosos de deseo vio como este trajinaba entre sus piernas, y sus manos trémulas, se enredaron entre la cabellera sedosa del príncipe cuando la boca  de este volvió a tomar su miembro, subiendo y bajando por él con un ritmo sinuoso y enloquecedor. Henry le acarició levemente los mechones azulados y tiró un poco de estos antes de volver a echar la cabeza hacia atrás y quedar perdido entre el mar de sensaciones que se condesaban en el centro de su cuerpo. Una sensación por la que valía la pena condenarse.

   Milán sorbía y lamía, aspiraba y besaba todo. Para él ese instante era la única razón por la que había nacido, ¿Qué rayos era un reino? ¿De qué valía una corona? Nada. Todo lo que pudiese existir para él antes o después de aquel momento era una absurda nimiedad en comparación a lo que estaba viviendo. Y eso era porque en aquel instante Milán no se sentía un príncipe, no se sentía un futuro rey. No, Milán se sentía todo un dios.

   Y como una ambrosía digna de ese título, la dulce esencia de Henry salió como un alivio para las entrañas del rey y como un manjar para el paladar del príncipe. Milán tragó casi todo lo que salió del cuerpo de su tesoro, pero ahorró un poco para llegar un poco más lejos. Henry estaba más dócil que nunca y tenía que aprovecharlo. Lo tomó por ambos brazos poniéndolo de pie, y con suavidad pero con convicción lo colocó de bruces sobre el escritorio. La madrea crujió un poco pero Henry laxo y aturdido por el reciente orgasmo no opuso resistencia.

   Milán bajó un poco más todavía las calzas del doncel y dos respingados y redondos glúteos se abrieron ante sus ojos. Una expresión de transida admiración adornó sus facies, y sin pensárselo más abrió sus propias calzas sacando de este su miembro erguido y punzante. Jadeante, se inclinó sobre el otro hombre tomando parte de su simiente para ir con ella un poco más atrás, al fondo de la hendidura que se encontraba en medio de su mullido trasero.

   El jadeo ronco de Henry dio cuenta de su sorpresa, pero siguió sin resistirse. Solo se quedó quieto, resoplando y gimiendo suavemente cuando Milán comenzó a sobar aquel agujerito prohibido, introduciendo luego de un rato la puntita de su dedo.

   —¡Diosas! —se estremeció el doncel incorporándose un poco—. Duele.

   Pero Milán acariciándole los muslos y besándole el cuello le hizo recostarse de nuevo.

   —Ya pasara, ya pasará —le dijo. Y entonces, aprovechando que sus caricias empezaban a lubricar y a dilatar aquel sitio, el príncipe terminó de introducir su dedo, lenta y sedosamente por aquel estrecho túnel, hasta alcanzar cerca del fondo una especie de montañita rugosa: la próstata, que en el caso de los donceles vírgenes como Henry era dura como una piedrecilla. Después de la primera relación sexual se volvía blanda y más suave. De manera que esta era la forma como se constataba la virginidad de los donceles.

   El contacto en esa zona escondida y visceralmente placentera, obligó a Henry a lanzar un gemido  largo y profundo. Todo su cuerpo empezó a temblar como nunca y no recordaba ni su propio nombre. Milán lo notó y se propuso empezar con el verdadero festín. Acariciaba su propia virilidad preparándose para conocer finalmente todos los rincones de aquel cuerpo. Pero sus intenciones se vieron truncadas cuando unos golpes secos sonaron en la puerta.

   —Milán, abre la puerta. Soy yo, Kuno.

   Henry abrió los ojos despavorido al escuchar la voz del otro príncipe. Y en un solo instante todo el deseo que le había estado dominando, se transformó en horror y vergüenza. Se incorporó tan bruscamente que se lastimó con el dedo que Milán aun tenía dentro de su cuerpo. Pero a pesar de la molestia logró caminar unos pasos alejándose de él.

   —¿Milán, pasa algo? ¿Estás allí? ¿Por qué no me abres? —Kuno insistió de nuevo. Ni por un momento llegó a sospechar lo que sucedía de puertas para adentro.      

   —Ya voy —le contestó su hermano apurado, sin saber que más agregar. Pero para su respiro Kuno no parecía interesado en continuar esperando.

   —Bueno, si estás ocupado, tranquilo —le dijo—. Solo quiero decirte que debemos bajar al templo para las bendiciones y las plegarias a Johary. Los monjes empezarán la ceremonia en unos minutos y papá nos está buscando como loco.

   Y terminado de decir esto, Milán y Henry escucharon el repiqueteo de sus botas alejándose. El primero suspiró y llegando hasta una jofaina se enjuagó precariamente las huellas de su debilidad. Agradecía que los guardias hubiesen puesto seguro a la puerta cuando él entró, de lo contrario, habría dado el espectáculo de su vida. No entendía como había perdido el control de esa manera, pero ahora estaba seguro que Shion le había mandado a Kuno como un ángel para salvarle del pecado. Sin embargo cuando se disponía a marcharse de allí, los pasos que antes había escuchado alejándose, volvieron a repiquetear de regreso.

   —Solo una cosa más hermano —volvió a preguntar Kuno desde el otro lado—. ¿De casualidad has visto a Henry? Hace un par de horas que no lo veo y no he podido encontrarlo por ningún lado —preguntó.

   Y esa pregunta hizo que el aludido perdiera el aliento. Henry palideció de golpe y mirando a Milán con desconcierto le suplicó silentemente con la mirada.

   —No, no lo he visto. Lo siento. —Fue lo que contestó Milán para su alivio. Y con aquella respuesta Kuno se marchó definitivamente.

   El príncipe trató de acercarse a Henry con la misma tónica cómplice que tenían momentos antes, pero entonces, Henry lo miró con ese brillo asesino otra vez y de un empujón le tiró lejos.

   —¡No vuelva a acercarse a mí! —le amenazó, orgulloso e impertérrito—. ¡O lo mataré!

 

 

 

   Kuno se disponía a volver al salón cuando un doncel, alto y espigado le salió al encuentro. El chico jadeaba y se notaba preocupado. Tenía una túnica limpia pero barata, y su sonrisa al verle le hizo comprender que lo estaba buscando.

   —Alteza… —resopló el chico cuando lo tuvo en frente—, vengo de las caballerizas… Su majestad, el rey de Earth… Me pidió que lo buscara. —Hizo un movimiento señalando algo pero la agitación no le dejaba seguir hablando.

   —¿Le ha sucedido algo? – pregunto Kuno, comenzado a preocuparse. Milán se moriría si algo le llegase a suceder a ese hombre. Pero para su alivio el sirviente negó con la cabeza.

   —No le ha pasado nada—respondió luego de una breve pausa—. Es solo que el rey ha visto uno de sus caballos, alteza, y le ha gustado mucho. Creo que quiere preguntarle si se lo vendería.

   —¿Y por eso vienes corriendo tan a prisa? ¡Casi me matas del susto! Además, nunca te había visto por la mansión central… ¿Eres nuevo? —Kuno reparó al chico otra vez, de pies a cabeza. Algo raro estaba pasando pero no sabía qué. Sin embargo, el sirviente negó de nuevo con la  cabeza, sonriendo despreocupado.

   —No soy nuevo, alteza —le dijo—. Es que soy de las caballerizas y casi nunca entro en la mansión. Pero hoy todo es un desastre y por eso, Su Majestad, Henry Vranjes me ha enviado a mí. Dice que pronto empezaran las oraciones y quiere hablarle de su propuesta antes de ir al templo.

   —Bueno, está bien. —Kuno bufó emprendiendo la marcha. Tenía ciertos resquemores y una rara sensación en el pecho, pero aun así iría junto al otro doncel.

   Dereck sonrió satisfecho, caminando a sus espaldas. Sabía que no lo había convencido del todo pero había logrado que fuese con él, y eso era lo importante. Al llegar, los establos estaban silenciosos y desiertos; cada animal estaba perfectamente resguardado en su cubículo y no quedaban sirvientes a derredor.

   Kuno no necesitaba ser un erudito para descubrir que Henry Vranjes no estaba allí y que acababa de caer en una trampa. Su corazón dio un salto cuando al mirar atrás se dio cuenta que el doncel que lo acompañaba se encontraba en las puertas del establo cerrándolas y atrancándolas mientras le sonreía maliciosamente.

   —¡No! —gritó, echándose a correr hacia la salida. Pero Dereck más ágil, terminó de cerrar los portalones antes de que el príncipe llegara hasta él.

   Por un rato, Kuno no hizo otra cosa que gritar y tratar a toda costa de abrir aquellas trancas, pero cuando se dio cuenta que todo era inútil, respiro profundo y presintiendo lo que pasaría continuación trató de conservar toda la entereza y calma posibles.

   Entonces sucedió… Xilon apareció detrás de una gran viga, impulsando su cuerpo a su encuentro. Kuno lo miró directo a los ojos con el corazón saltándole en el pecho y justo en ese momento… comenzó la tempestad.

 

 

Continuará…

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).