Si, sin duda eso era lo que tenía que hacer, porque era lo mejor para ambos. Obligarlo a estar con él simplemente iba a empeorar la situación que de por sí ya estaba insoportable.
En algún momento pensó que tal vez Sebastian se acostumbraría a la nueva y cruel realidad de no poder consumir su alma, de servirle eternamente a un demonio, a un mocoso que ahora ya no tenía valor alguno.
Eso fue lo que siempre pensó, o más bien lo que se había obligado a creer, pero viendo que las cosas no mejoraban, que mas podría hacer?,
Lo único que quedaba era dejarlo en libertad, liberarlo de esa condena y tratar de sobrellevar lo mejor posible la eternidad que le quedaba.
Por que como dicen por ahí, era mejor estar solo en esa inmensa oscuridad que tenía por destino, que estar mal acompañado. Y Sebastian últimamente no era una muy buena compañía que digamos, siempre mirándolo con tanto odio, siempre callado, únicamente hablaba para irritarlo, pero últimamente ya ni eso asía, simplemente se mantenía callado, obedecía y esa era todo su vida.
A pesar de todo Ciel le había tomado un extraño aprecio a ese demonio que tenía como mayordomo, porque siempre estuvo ahí, siempre cuidando de él, durante los dos años que estuvo con vida y bajo el resguardo del mayor.
A pesar de todo, nunca antes se había sentido tan protegido, sabía que pasara lo que pasar el siempre estaría ahí para protegerlo, el nunca lo abandonaría. Pero todo era por el contrato, simplemente por eso, y ahora que ya no existía esa recompensa tan ansiada para Sebastian, el contrato se convertía nadamas en una mortal condena.
Si era cierto le había tomado cariño a ese mayordomo, y por lo tanto, dando gala de su última muestra de cortesía como el conde que solía ser, le otorgaría su preciada libertad.
Quizás no podría darle lo que más anhelaba,…su alma…, pero al menos le daría la libertad para que buscara nuevas oportunidades, nuevos contratos. Aunque eso significara no volver a verlo nunca más. Lo aria por él, como muestra del cariño y respeto que había llegado a tenerle.
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Así paso toda la mañana, Ciel se paseaba por su amplia mansión, pensando en cómo aria para encargarse de todo él solo, porque después de todo, el sí que era un inútil, aunque no lo aceptaría, siempre había utilizado a Sebastian para todo, la mansión, el dinero, las empresas, los encargos de a reina, absolutamente todo se lo debía a él, porque si bien el era quien daba las órdenes como rey de su macabro juego de ajedrez, su arma letal era quien hacía posible que sus actos se realizaran, sin él nunca hubiese logrado todo aquello.
Pero ya no era tiempo de pensar en eso, así que sin más comenzó a buscar a Sebastian por toda la mansión, tenía que decirle lo que había decidido.
En una de las habitaciones, más precisamente en la habitación de Sebastian, se encontraba este mismo, ya que desde hace mucho tiempo que permanecer en ese lugar era lo único que asía. Porque ya no había trabajos que realizar, todo lo habían dejado atrás, cuando Ciel el humano murió, todas las responsabilidades, todas las tareas murieron también.
Simplemente permanecía en silencio, en la oscuridad de aquella su habitación, en donde tan solo se lograba apreciar el brillo de unos ojos del color de la sangre.
De repente su puerta se abrió de golpe, era Ciel, su preciado amo.
Inmediatamente poniéndose de pie se dirigió hacia él. –Bochan, lo lamento, no lo escuche llamarme.
-No te disculpes, no te llame
-Oh, entonces a que debo su visita en mí recamara
-Sebastian, si vine hasta aquí es para decirte algo importante, así que no me interrumpas
-Como ordene Bochan
Suspiro profundo para lo que iba a decir. -Desde ahora eres libre…
El demonio mayor, no podía creer lo que escuchaba, y eso lo dejo muy claramente marcado en su expresión, “libre, en verdad”…
-Bochan, no lo entiendo, usted quiere decir…
-Lo que escuchaste, eres libre, desde ahora ya no tienes que permanecer a mi lado, ya no tienes que obedecer mis órdenes, ya no tienes que soportarme, Sebastian puedes marcharte cuando quieras, a partir de este momento.
-Pero bochan, esto no es tan sencillo,
-Sí lo es, yo soy tu amo, y tu mi sirviente, tú debes obedecer en todo lo que te ordene, y ahora te estoy ordenando que seas libre, -
diciendo esto, dejo caer el parche de el ojo en el cual llevaba el sello del contrato, y una vez mas lo dijo - Sebastian, se libre.- en ese momento el sello brillo como nunca antes, un brillo intensamente segador, seguido de esto, Ciel callo inconsciente,
Acababa de romper el contrato.