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Horizontes y venganzas por SebaCielForever

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Ciel y Sebastián, sentados uno frente al otro en el carruaje, viajaban sin decirse ni una palabra. "Niño consentido", musitó Sebastián para sí, "Ya verá como la vida puede ser algo más que comer postres y tocar el violín".

El conde Phantomhives había hecho el anuncio, durante la cena, la noche anterior.

-Ciel, hijo, vuestra merced partirá mañana con el señor Michaelis. - El mencionado se había quedado callado y sin siquiera terminar de masticar lo que tenía en la boca. - Él os llevará a Yorkshire para que su merced continue con sus estudios al lado de un reconocido tutor.

-¿En verdad, padre? - Preguntó el niño de tan solo 15 años, con on ojos brillantes y esperanzados. - ¿Sebastián me llevará con él a Yorkshire? - Giró el rostro para dedicarle una sonrisa al pelinegro, quien asintió con fingido placer. Todo perfecto, Ciel aún le consideraba como un amigo, al igual que el resto de la familia, quienes creían que Sebastián era un alma noble que había perdonado todo lo sucedido con Adela.

-Hijo, - Le interrumpió el conde a modo de reprimenda. - el "señor" Michaelis es todo un caballero, mas no debéis abusar de su confianza.
- El niño asintió y miró una vez más a Sebastián. Siempre había deseado ser como él, hablar como él, caminar como él y, ahora, viviría en su casa. En su hermosa mansión de York.

Yorkshire, era quizás la parte más hermosa de Inglaterra ante los ojos de Ciel. Éste apenas podía apartar la mente siquiera un momento del recuerdo de aquellos campos, los cuales se antojaban interminables una vez estuviera uno parado en ellos.

Sebastián, por su parte, estaba molesto consigo mismo por sentir lástima del destino que había planeado para el pequeño; e intentó regocijarse imaginando gruesas lágrimas descendiendo por las mejillas de Ciel. El niño había tratado de entablar conversación con él un par de veces pero, él le había hecho callar con un par de secos "sí" y "tal vez". Al final, Ciel se había dado por vencido y había pasado la mayor parte del trayecto comiendo bocadillos o durmiendo.

-Joven Phantomhive, hemos llegado. - Afirmó Sebastián. Ciel abrió los ojos mientras su corazón latía más rápido que de costumbre, a causa de la impresión del despertar repentino.

-¿Seb-Sebastián? - Musitó, confundido cuando éste lo haló por el brazo con brusquedad, haciéndolo descender del carruaje frente a la entrada principal de la casa.

-¡Es señor Michaelis! - Exclamó, propinándole una bofetada a ciel que le hizo caer al suelo. - Yo no acostumbro utilizar las palabras rebuscadas de su padre al hablar, pero concuerdo con él en algo, usted no tiene modales.

-Perdóneme... señor Michaelis. - Dijo Ciel en un hilo de voz, acariciando su rostro. Su padre jamás le había puesto una mano encima y no estaba acostumbrado a que le golpearan de esa manera.

-Así está mejor. - Sebastián emitió un suspiro. - Debo aclararle que las reglas de esta casa son simples. Todos deben estar en sus habitaciones antes de las once de la noche, la comida jamás debe ser desperdiciada y, por último, en esta casa no existen las llaves, pero si una habitación tiene la puerta cerrada debe permanecer exactamente así. ¿Me he explicado lo suficiente, joven Phantomhive? - Ciel respondió haciendo un movimiento con la cabeza.

Después de todo, Sebastián Michaelis, al que había creído conocer, sí había cambiado. Y él estaba ahí, atrapado con ese desconocido a kilómetros y kilómetros de su casa, de su familia, ¿por cuánto tiempo tendría que estar ahí? Ahora pensaba en lo tonto que había sido al no preguntarles a sus padres.

-Dile a Marie que acomode a nuestro huésped en una de las habitaciones de arriba. - Esta vez Sebastián se dirigió al cochero, quien bajaba las maletas del carruaje con parsimonia. - Eso sí, que le coloque lo más lejos posible de la mía, no quiero que me importune.


***

 

Finalmente, después de desempacar e instalarse en la habitación que la mucama Marie le había indicado, Ciel descendió los escalones y fue hasta el comedor para la cena.

Sebastián se colocó a la cabeza de la mesa y ordenó a Ciel sentarse en uno de los costados.  El niño no pudo evitar mirarle con la misma emoción que había sentido la noche en que le volvió a ver en su casa. "Todos tenemos ataques de ira.", pensó, intentando convencerse que su "amigo" volvería a ser el mismo con el paso de los días.

-James, -ordenó al mayordomo. - sirve la cena. - El hombre asintió y se encaminó deprisa, volviendo con dos platos servidos. En ambos había exactamente lo mismo, dos jugosas piezas de pollo, acompañadas de patatas y salsa. Claro que la salsa llamó la atención de Ciel, quien no pudo evitar cuestionarse mentalmente, el porqué la salsa que llevaba el plato de Sebastián era de un color blancuzco y aspecto cremoso mientras, la suya era rojiza y espesa.

-Espero sea de su agrado, joven. - Sebastián le hizo un gesto con la mano indicándole que podía comenzar a comer. Ciel moría de hambre, pues no había comido más que bocadillos durante todo el viaje, ni una sola cena formal.

Sebastián cortó un trozo de pollo con ayuda de los cubiertos y se lo llevó a la boca, pacientemente, como quien sabe que algo va a suceder y quiere estar completamente atento al momento del acontecimiento. En ese momento, Ciel dio un saltó en la silla, apretando los labios y los ojos en un puchero que por poco hace al pelinegro soltar una carcajada. -¿Sucede algo, joven Phantomhive?

-Es picante. Muy picante. - Balbuceó el niño, dando un trago a la copa del agua. - Por favor, señor Michaelis, ¿no podría comer otra cosa? Solo por esta noche.

-¿Otra cosa? Pero entonces joven, ¿quién comería lo que está en su plato? Recuerde que las reglas de mi casa son sencillas y claras. - Movió la cabeza a ambos lados en señal de pesar y se puso de pie, caminando hacia el asiento de Ciel. - ¿Qué diría su padre si supiera que está siendo descortés con quien le ha ofrecido su casa y su ayuda? - Tomó el brazo de Ciel y estrujó su muñeca con todas sus fuerzas, hasta que el pequeño emitió un chllido. - Usted no deseará verme molesto, joven. ¡Eso se lo puedo asegurar!

El pelinegro soltó el brazo del niño y este comenzó a comer deprisa sin decir nada más. Sebastián regresó a su asiento, sonriendo al ver como las lágrimas caían por el rostro de Ciel. - Ahora demuéstreme que puede darme un comentario agradable, joven Phantomhive. ¡No hay persona más molesta que aquélla que no es capaz de entablar conversación en una comida!

El niño ojiazul le miró, con los ojos enrojecidos y sintiendo que su garganta hervía a causa de la especia. - Usted es un hombre admirable, señor Michaelis. - Y el aludido le miró con hastío, aunque las palabras del niño le llamaron la atención. ¿Habría sido algo que había pensado en ese momento? No, tenía que ser la memoria de una idea preconcebida en la época en que él estaba con su hermana y los tres salían a pasear por el parque.

 

 

 


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