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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

Todo  inició aquella madrugada lluviosa en el callejón trasero de Blue Rose.

Y no dejo de preguntarme, qué habría pasado si hubiera aceptado desde el principio estas nuevas sensaciones que comenzaban asomarse.  Así, como tú lo hiciste, sin resentimientos. Antes que el orgullo y el miedo  me controlaran.

Miedo… de amar a alguien como tú.

 

 

 

*~Capítulo 8: Revelaciones~*

 

 

—Ángel, ¿eres tú el que llegaste a casa? ¿Has vuelto del gimnasio? —interrogaba Eli desde la cocina al haber escuchado mi estrepitosa entrada.

No respondí. Todo lo que sucedía a mí alrededor parecía irrelevante después de lo que pasó bajo  las penumbras del gimnasio… suceso que por más que intentara comprender, terminaba por confundirme y atormentarme más.

— ¡Estás estilando agua! ¡Y parece que viste a un muerto! —exclamó ella en cuanto me vio sentado en el comedor, y bajó la sartén que llevaba como arma—. ¡Levanta tu trasero que estás humedeciendo la silla!

Yo seguí ausente, sumergido dentro de ese tórrido recuerdo.

— ¡Reacciona! —me dio una fuerte bofetada.

Eso dolió, pero fue un método muy efectivo para volver en sí. Con la mejilla entumecida, me levanté y corrí eufórico al sanitario. Eli me siguió y se asomó curiosa por la rendija de la puerta mientras me cepillaba con frustración los dientes, hasta hacer sangrar mis encías.

No quería que su sabor permaneciera en mí, ni un segundo más…

Su sabor embriagante...

—Anda, dime qué te ha ocurrido —abrió lentamente la puerta haciéndola rechinar en el proceso.

— ¡ñdmv jfirhsmló eirmmck!

— ¿Podrías desalojar primero la exagerada cantidad de pasta dentro tu boca y luego responderme?

Mis mejillas se desinflaron luego de expulsar todo el dentífrico espumoso sobre el lavabo. Entonces como un desquiciado, busqué detrás del espejo el enjuague bucal. Ese, el que me quema después de hacer gárgaras más de cinco segundos. Lo cogí y me lo tomé mientras que la mitad del líquido se escurría  por  mis mejillas y el cuello. Hasta que vacié el envase y lo arrojé lejos.

— ¡No se trata de una bebida hidratante idiota!—me reprendió ella—. ¿Qué demonios te sucede?

—Sólo que… ¡tuvo el vil descaro de besarme! —Crispé mientras arrempujaba la silla de Eli para que me diera salida—. ¡¿Puedes creerlo?! ¡¿Te parece poco?!

— ¿Qué? —Se sorprendió ella—. ¿Quién fue esa persona lo suficiente valiente para atreverse a besarte?—Soltó una carcajada totalmente asombrada.

—No sé por qué te lo estoy contando a ti —Inflé las mejillas malhumorado— Además, tú qué vas a saber de este tipo cosas, solo tienes nueve años—Hice una mueca de ternura y le di palmaditas en la cabeza.

— ¿Eh?—Frunció el entrecejo y alejó mi mano con incomodidad mientras alisaba su sedoso cabello—Yo tengo más experiencia que tú y Lolo juntos, ¡que son un par de almas miserables y patéticas!

— ¿Qué? ¿Ya has besado a alguien? —pregunté con los ojos desorbitados.

—A varios niños de mi escuela. Pero no daré detalles. —Carraspeó la garganta muy orgullosa de sí misma—Créeme cuando digo que aquí—mirándome despectivamente— tú eres el único novato hermanito. Así que, deberías agradecerle a esa persona por no dejarte ir a la tumba sin antes saber lo que significa besar a alguien.

¿Agradecerle?

Lo que me faltaba, que mi hermana menor me supere ¡hasta en esto! Y eso que todavía no termina la primaria, cuando yo soy un preparatoriano en último año, ¡con una credencial de elector que me hace un adulto ante lo sociedad!

—Soy patético en verdad —me deprimí, encorvándome.

—Pero dime Ángel, ¿el beso fue Francés?—se acercó curiosa, y noté cierta picardía en su semblante.

— ¿Fra-Francés? —titubeé confundido.

— ¡Me refiero que si hubo lengua de intermedio idiota! —me dio un zape.

Inmediatamente me ruboricé, mientras me sobaba adolorido la cabeza.

— ¿Y entonces lo fue o no? —insistió.

—Yo tampoco daré detalles —huí hacia mi habitación, subiendo las escaleras deprisa.

 

¿Cómo iba a superar el incidente si seguía hablando y pensando en ello a cada segundo?

Pero… ni la cepillada de dientes, ni la inevitable negación de mi mente, podían cambiar lo que sucedió.

Me besó, un chico me besó.

Llegué a mi habitación y  de un portazo me encerré. Con drama, cogí el teléfono inalámbrico de mi buró.

— ¿Debería llamar a la policía por acoso sexual? —Presioné con fuerza los números—. ¡O mejor debería contactar a los de control animal, diciéndoles que un lobo rabioso me atacó para que lo encierren!

En medio de esos continuos ataques de ira…me dejé caer ciegamente a esa cama que rechinó. Con los brazos extendidos, miré el techo y solté lentamente el teléfono, embriagado de nueva cuenta… por mis memorias.

Sujetándome firmemente por la cintura, rodeándola… Nuestros labios se mezclaron haciéndose uno solo…

Un espasmo sacudió mi cuerpo.

El exquisito sabor de su saliva… Su lengua moviéndose dentro de mi boca…

Logré concebir nuevamente y a la perfección, toda imagen, toda sensación.

Tan estimulante… Tan agradable…

Adrián en verdad es… un excelente besador.

Me di el sentón luego de una frenética sacudida.

— ¡¿Qué demonios estoy pensando?! —me jalé los cabellos— Sólo estoy conmocionado… —respiré profundo buscando tranquilizarme— ya que como sea, fue mi primer beso—Intenté convencerme rotundamente de ello.

Mi primer beso…

Me recosté de lado y me hice bolita.

—Sólo tengo que dejar de pensar en eso —cerré lentamente mis párpados—. Olvidarlo y fingir que nunca pasó, al igual que el día que llegó a mi vida.

De pronto, un ruido proveniente de afuera hizo que abriera inmediatamente los ojos, haciéndome sobresaltarme un poco.

Tsk. ¿Y ahora… creo escuchar el sonido de la motocicleta de Adrián fuera de mi casa?  Y aunque lo fuera, aquello no debe significarse que se trate de… él. En verdad… estoy a punto de enloquecer.

                                          

 

 

   A la mañana siguiente:

 

— ¡¿Qué es esto?! ¡No te pusiste tu pijama, aún llevas tu calzado puesto y dejaste la luz encendida! ¿Crees que el recibo de la luz se paga solo?

Abrí con pereza mis ojos y pude divisar borrosamente la imagen de mamá con el ceño fruncido y su floreado delantal de cocina.

— ¡Oh por Dios! ¡Y estás húmedo! —me palpó aterrada.

Bostecé mientras me frotaba los ojos hasta lagrimear.

— ¡Lárgate a la ducha ahora mismo! ¡Y reza para que no cojas una pulmonía!—Me apresuró obligándome a levantarme — ¡Y te quiero en el comedor en media hora! —Se dirigió a la puerta.

—Hmmm —asentí y me froté el cabello.

—Ah —se volvió—. Y Lolo está en la línea. Contesta y no se entretengan tanto en sus pláticas inmaduras e interminables.

En cuanto cerró la puerta, corrí a coger el teléfono que se encontraba sobre mi mesita de noche, y me lo llevé atolondradamente al oído.

— ¡El partido! ¡Lo olvidé! —Vociferé desde la bocina—. ¡¡Fue hace una hora!!

—Cuando vayas a hacer eso, avísame, que tengo oídos sensibles —se quejó.

— ¡Dime que ha pasado con el partido! —grité.

— ¡Que dejes de hacer eso! ¡Mis oídos!

Respiré profundamente.

—Está bien, podrías ser tan amable de decirme… ¡¡ ¿qué demonios sucedió con el partido?!!

— ¡¿Podrías calmarte?! ¡Se suspendió! ¡¡Así que tranquilízate ya!!

Me embargó una repentina serenidad después de escucharle.

— ¿Eh? ¿Cómo sucedió? —pregunté asombrado y aliviado al mismo tiempo.

—Fue por la tormenta de ayer, un rayo partió el gran árbol y quedó atravesado en medio de la cancha. El entrenador lo pospuso hasta la siguiente semana y nos mandó inmediatamente a casa. Ahora te llamó desde ahí.

— ¿Debería agradecerle a la naturaleza? —sonreí.

—Bueno, la vida ya te ha tratado muy mal, debía compensártelo de alguna manera ja ja.

—No es gracioso, Lolo —le reprendí.

 

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

A medio día, por fin  me dispuse a salir de mi encierro para continuar mis actividades. La vida tenía que seguir pese a las malas experiencias. Debía de menos intentar enfrentarla, ¿o no? Aunque en realidad no deseaba hacerlo, y no contaba con la moral y la energía física para ello.

Bajé al comedor con mi material escolar en orden. Mamá me esperaba ahí, con la comida en la mesa.

— ¿Ya te vas a clases? —me preguntó cuando me dirigía a la puerta apresuradamente.

—Sí —me volví y apresurado le di un gran sorbo al jugo de naranja que estaba al pie de la mesa junto con un filete que no me di el gusto de probar siquiera.

— ¿Y no piensas decirme por qué ayer volviste húmedo del gimnasio? También supe que llegaste emocionalmente alterado.

Lo más probable es que Eli le haya informado. Nunca pierde la oportunidad para hacer que mamá me reprenda.

— ¿Eh? —inquirí sin saber qué responderle.

«Madre, es por culpa de Adrián. Defiéndeme de esa bestia. Por su causa, no dejo de pensarle. No he dejado de hacerlo desde que apareció. Y ahora que el me ha besado, mi interior está descontrolado y mi mente es un caos total».

— ¿Ya viste la hora que es? —señalé el reloj de pared para zafarme de darle una explicación. No sé mentir y mucho menos a ella que bien me conoce; parece tener implantado un detector de mentiras en alguna parte de su cuerpo. Sus instintos intuitivos, en verdad son impresionantes. Virtud, que ciertamente poseen todas las madres.

Por el momento logré evadirla y salí de ahí.

— ¡Siquiera hazme el favor de regresar el vaso! —me gritó mientras escapaba.

—Je, je —reí entre dientes mientras me volvía y le entregaba el recipiente de cristal con figuritas de manzanas.

—Y cuando regreses de la escuela, tendré una larga charla contigo jovencito, no creas que has logrado escapar.

— ¿Escapar de ti? Nunca lo he creído así. Es imposible —señalé irónico.

Mamá es peor en los interrogatorios que los del FBI. No hubo ninguna travesura que Lolo y yo hayamos hecho de niños y que ella no lo haya descubierto; haciéndonos pagar con castigos medievales. Pero esta vez, sería diferente. Nada ni nadie debía enterarse de lo que pasó anoche en el gimnasio. Ningún mortal.

Además, ¿cómo explicarlo si yo mismo no lo comprendía?

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Durante el camino a la escuela, continué preguntándome lo mismo en mi interior. Aquello que no me ha dejado tranquilo y que al parecer no tiene intenciones de hacerlo: El por qué Adrián me besó.  Los verdaderos propósitos que se ocultan bajo ese acto tan… Sublime.

 

Cuando entré al salón, divisé a Lolo. Apenas iba a saludarlo cuando el profesor llegó y nos ordenó sacar inmediatamente nuestro cuaderno de notas.   

Durante la clase estuve más distraído de lo acostumbrado, sumido en mis tormentosos pensamientos. El maestro se percató y me señaló.

—Ángel, ¿puedes decirme qué hizo Sancho Panza y Don Quijote después del acto anterior?

—Se besaron —respondí.

Estruendosas carcajadas se avivaron en todo el salón.

—Sal del aula  en este momento —me apresuró—. Chistosito…

 

Esperé agazapado en las escaleras del edificio estudiantil. Adrián y su beso era el único motivo por el que me encontraba así, de esta manera tan patética e irracional. ¿Tanto efecto había surtido en mí para encontrarme de ese modo? Mis pensamientos andaban flotando en algún lugar de la luna. Y esa luna tenía el nombre de él.

El timbré sonó. Igual que una embestida salvaje, los alumnos bajaron los escalones dirigiéndose al patio y aunque pude ser atropellado en el trayecto, no moví ni un dedo para hacerme a un lado.

Lolo fue el último en bajar, con inercia. Me miró y se sentó junto a mí.

—Qué te ocurre —me codeó— ¿Qué fue eso de que Sancho Panza y Don Quijote se besaron? Es un descubrimiento que causará controversia en la literatura, ¿sabías?—Rió.

—Tengo una duda que me está volviendo loco —me exasperé, intentando en vano, mantener por más tiempo la serenidad.

— ¿Es sobre la tarea de Matemáticas? ¿De nuevo? Sabes que soy pésimo para ellas —señaló.

—Es algo más complicado que un problema Matemático —indiqué.

— ¿Tanto así? —se sobresaltó.

 —Sí, es un suceso sobre mi vida privada —le aclaré afligido.

—Has acudido a la persona indicada. Dime, yo puedo ayudarte —indicó con ego de sabio.

Lo miré y dudé antes de hablar. ¿Desde cuándo Lolo sabía tanto sobre las relaciones humanas? ¿Y desde cuándo se interesaba por mi vida personal?

— ¡Vamos! —me incentivó.

Y de pronto sentí la necesidad de hablar, aunque no pudiera especificar a la persona causante de mi desgracia.

—Verás, anoche, una persona me robó… —contuve el aire de pronto—, un beso en los labios—. Dejé escaparlo, de golpe.

—Qué… acabas de decir… —comentó atónito.

Mis mejillas se enrojecieron.

— Y no entiendo el motivo que lo impulsó a hacerlo. No fue un caso obligatorio, tampoco una maniobra para salvar vidas —cubrí mi rostro con las manos. Estaba avergonzado.

—Pues… —farfulló aún sorprendido—, es obvio que lo hizo porque le gustas —y se encogió de hombros.

Aparté detenidamente los dedos con los que me cubría la cara y lo miré.

—¡¡¿Qué?!! —lo tomé del cuello y lo zangoloteé.

—Te aseguro que ese grito se escuchó hasta el edificio de los primeros —tomó mis muñecas y apartó mis manos de su cuello, liberándose de mi locura—. Además, ¡por qué dramatizas si es más que lógico! Cualquier ser humano sabe perfectamente que un beso en los labios es una demostración y manifestación de amor, atracción y…

— ¿Y  si fue Francés?

— ¿De lengua?

—Sí.

—Y deseo sexual —concluyó.

— ¡No! ¡Debe haber otras razones! ¡Dímelas! —intenté estrangularlo nuevamente. Sí, había enloquecido.

—Impulso, capricho, curiosidad… —señaló con voz ahogada mientras mis manos presionaban su garganta.

— ¡No! ¡Nada de eso! —seguí poseído por la locura.

— ¡Entonces hazme saber tú, qué otras causas siniestras puede haber detrás de un beso que no se me ocurre nada más! —gritó ya harto, y se liberó de mí.

—¡¡Fue un hombre el que me besó!! —estallé latente.

Lolo se quedó boquiabierto.

— ¿Q-Qué? —titubeó, contrapuesto.

— ¿Entiendes ahora por qué me niego a todo lo que dices? ¿El por qué me empeño en buscar motivos más lógicos? —me levanté y regresé al segundo piso, huyendo nuevamente del tema, en dirección al aula, totalmente ruborizado.

¿Qué había hecho? En un arranque revelé lo que planeaba enterrar metros bajo tierra. Lo que a Lolo ni a nadie correspondía saber. Él caminó detrás de mí, siguiéndome con insistencia después de aquello. Estaba curioso, ansioso por saber más, ya que se trataba del suceso más relevante que había experimentado su mejor amigo durante toda su vida íntima, o por lo menos hasta ahora. Me resigné prontamente y no huí más. No tenía caso. Tarde o temprano debía encararlo y más porque Lolo es un chico persistente y se comportaría tedioso hasta que cediera a hablar con él al respecto.

Decidí ahorrar tiempo y energía. De pie y con los codos apoyados en el barandal del pasillo, dejé que se acercara a mí. Desvié la vista postrándola abajo, sobre los estudiantes que se paseaban por el patio en pleno receso. Algunos corrían detrás de un balón, otros con más madurez caminaban lentamente mientras conversaban y algunos se sentaban en bancas a comerse sus aperitivos.

— ¿Un chico te ha besado…? —habló Lolo manteniendo aún su impresión dibujada en su rostro.

—Si me guardas el secreto para siempre, te haré todas las tareas de Matemáticas hasta graduarnos.  Bueno, si lo logramos —le ofrecí, sin mirarle. Estaba demasiado avergonzado como para verle a los ojos.

—Soy tu mejor amigo desde la niñez, puedes confiar en mí y no necesitas ofrecerme algo por mi silencio, pero aún así, me parece buena oferta y la acepto —sonrió.

Lo bueno de la tontería que hice, es que el secreto cayó en buenos oídos. Puedo asegurar con mi vida que Lolo no me fallará ni me juzgará. 

—Entonces dime Lolo, ¿qué razón puede haber detrás de su acto? —insistí mientras le daba golpecitos al barandal, intranquilo.

—Escucha, el chico es gay y eso nos lleva a la misma conclusión: te besó porque le gus… —se detuvo al observar como un mal gesto, iba transformando mi rostro.

Dejé lo que miraba en ese momento y me dirigí a él con una expresión aterrada.

— ¡Tampoco es correcto! —exclamé alertado—. ¡Recuerda que intentamos buscar un motivo lógico!

— ¿Por qué te cuesta tanto aceptarlo? —escudriñó.

—La idea de “me besó porque le gusto” ya había pasado por mi mente, no soy tan idiota, pero el beso provino de esa persona, de los labios de esa persona… y es por eso que sigo dudando y mortificándome al mismo tiempo—musité.

—De quién provino. Dime quién fue esa persona para que te cueste tanto creerlo —pidió, intentando comprender.

Estrujé los labios.

— ¡Anda! —insistió.

— El novio de Carla me ha besado —desvié mi rostro con rapidez, escapando nuevamente de la mirada de mi amigo.

—Un momento… —se tocó la barbilla, cavilando—. ¿El tal Lobo? ¿Del que has estado hablando últimamente? Y de una manera muy molesta, por cierto —torció los labios.

—S-Sí —titubeé—. Adrián fue, ese bastardo de mierda.

— ¿Adrián? —repitió sorpresivo y elevó una ceja.

—Sí, ese es su horrible nombre —señalé antipático—. ¿No te mencioné ese detalle?

— ¡Claro que no! —se sobresaltó—. Y si Adrián y el Lobo son la misma persona… ¡creo que lo conozco!  Lleva un corte de mohicana, ¿cierto? —se esforzó por recordar.

— ¡Sí! —afirmé—. ¡Pero cómo es que le conoces!

—Todo el mundo lo conoce —indicó—. Pero jamás creí que todo este tiempo estuvieras refiriéndote a él.

—Al parecer suelo olvidar ese insignificante detalle, Adrián es una celebridad y yo un oso que vive en una cueva alejado de la civilización —hice una mueca.

— ¿Recuerdas a Roberto, el tipo bajito al que le rayamos su videojuego de carreras?

—Creo que sí, el que vive en la colonia continua a la nuestra, ¿pero a qué viene eso? —inquirí confundido.

—Que fui a su casa el día cuando tú te amargaste, y ahí conocí a Adrián.

— ¿Cómo? —parpadeé.

— Al parecer vive por los rumbos de Roberto. Cuando paseábamos por su cuadra,  vimos pasar al Lobo en su motocicleta. Y debo mencionar que Adrián es un chico bastante atractivo y difícil de olvidar —confesó.

—A mí no me lo parece, en absoluto —inflé las mejillas.

—Un momento… ¿dices que él te besó? —preguntó con ojos de pistola.

— ¡Es lo que te he estado diciendo! ¿Has estado ignorándome todo el tiempo? —clamé.

—Pero si él es un seductor de… chicas, y las mejores de ellas. Y dudo que una persona como él vaya contra natura de esa forma. Es muy machito. Además, pertenece a un mundo célebre y pecaminoso al que mortales como nosotros, jamás tendremos acceso. Puede conseguir a quien desee, ¿entiendes? Por qué tenía que besarte a ti — y soltó una carcajada, totalmente incrédulo—.  Además, ¿qué ustedes no son rivales? ¿No van por la misma chica?

—¡¡Por ello es que no lo entiendo!! ¡¡Sólo llegó y como un ladrón, tomó mi primer beso sin mi consentimiento!! ¡¡Un beso que yo estaba reservando para el amor de mi vida!!—repliqué.

 

Y lo peor del caso, es que al final no hice nada para evadir sus labios y me dejé llevar por ellos…

 

Lolo resopló.

—Ahora tiene sentido tu incredulidad. Es comprensible tratándose de ese Don Juan.

—Eh… ¿gracias? —dije sarcástico.

—Sólo queda hacer una cosa. Debes preguntarle. Que él te lo explique —indicó.

— ¿Estás loco? —me sobresalté—. Jamás pienso verlo de nuevo. ¡No puedo! Y no tiene caso, porque fue un error lo que sucedió. Tal vez hasta ahora, el destino se ha empeñado en divertirse y unir nuestros caminos. Pero esta vez, ¡lucharé contra el mismo destino si es posible!

Firme en mi decisión, presioné los puños con fuerza y me alejé de Lolo, bajando al patio.

 

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Llegaba a casa por la noche, cuando divisé a mamá que me esperaba de pie en la entrada. Como un fantasma.

—A cenar —ordenó.

Me sirvió cereal con fruta y  tomó asiento frente a mí en el comedor.

— ¿Qué me miras tanto? —le pregunté incómodo, cuando sus culposas pupilas lo hacían con insistencia.

—Veo las manecillas de reloj en tu rostro, las cuales me marcan que ya es hora de que me digas lo que ha pasado con tu vida últimamente.

—Nada —reí y fingí demencia—.  A qué te refieres.

— ¡Has estado actuando extraño! ¡Más de lo habitual! —Golpeó la madera de la mesa con su puño—. ¿No será que esos chicos del demonio están atreviéndose a molestarte de nuevo?

— ¿Cuáles chicos? —Eli se asomó curiosa desde la cocina.

—Verás, cuando era un niño… —intenté explicarle a mi hermanita.

—…y durante tú preadolescencia también —añadió mamá.

Molesto, me corregí para después proseguir.

—Y durante mi preadolencencia, los chicos de la cuadra de abajo, tenían la mala costumbre de molestarme…

—Los entiendo, eres débil y cumples con todos los requisitos para ser una víctima perfecta —rió Eli y se unió a la mesa junto con nosotros—. Ni yo puedo resistirme en molestarte ja, ja.

Empuñé mi mano y la miré furioso.

—Lo importante es que, esos chicos del demonio —continuó mamá por mí—, torturaban a tu hermano. Lo insultaban, le decían que era tan frágil como una niñita y que sus pecas y hoyuelos en las mejillas lo hacían lucir igual a una. Le arrojaban globos de agua, le robaban sus cosas; su inhalador para el asma, sus balones y lo acorralaban en baldíos prohibiéndole la salida y haciéndole su prisionero hasta que anocheciera, pues bien sabían que le asustaba la oscuridad.

Eli sonreía, parecía muy divertida escuchando el cómo otras personas torturaron mi vida y que no había sido la única.

—Se aprovechaban porque se había quedado sin un padre que lo protegiera, pero se olvidaron que aún me tenía a mí. Y un día, cuando tu hermano tuvo la confianza de decírmelo, fui inmediatamente a reclamarle a la señora que había engendrado esos diablillos, a exigirles respeto y….

— ¿Y qué pasó después? —exclamó Eli con interés.

Yo  respondí esta vez, era mi parte favorita:

—La vieja le gritó, nuestra madre no se dejó y en menos de un segundo, se formó un círculo de señoras verduleras que gritaban: “pelea, pelea”. De un sólo bocado, mamá se tragó todo respeto de integridad y se lanzó como un animal salvaje. Salió victoriosa y de una manera sorprendentemente violenta. Desde ahí, yo evité hacerla enojar puesto había descubierto sus habilidades monstruosas y no quería ser víctima de ellas —finalicé, mientras que se me erizaba la piel de recordarlo.

—Ahora entiendo por qué a mamá le obsesionan los programas de lucha libre —analizó Eli.

—No sólo lo hago para copiar sus técnicas mortales, sino que también para ver el cuerpazo que se cargan esos luchadores —corrigió ella con picardía.

— ¡Me interesa! ¿Qué día sale la lucha libre? —inquirió interesada mi hermana.

Estuve a punto de levantarme de la silla y huir, como todas las veces que las escucho hablar así, pero mi madre me detuvo del brazo.

— ¿Son esos jóvenes los que te están molestando de nuevo? ¿Por eso has estado tan irritado? ¿Ellos fueron lo que te asaltaron esa vez y te robaron el celular? Cuando llamé al número unos vagos me contestaron —comentó mamá rasgando con las uñas la madera de la mesa.

—No exactamente —hice una mueca—.  Esta vez, el culpable de mis desgracias fue un chico del gimnasio. Y él, sí es un verdadero depredador —se me nubló el rostro.

« ¡Me atacó con un beso! De la manera que menos esperaba».

— ¡Lo mataré! —Amenazó mamá y se puso de pie—. ¡No me importa de quién se trate!

—No te molestes madre, que ya no será necesario —la tomé del hombro y la impulsé a tomar asiento de nuevo—, porque ya no volveré al gimnasio. Ya no volveré a tratar con él.

Aunque debo de admitir que hubiera sido perfecto que Adrián se enfrentara a la furia de mamá y que ella, lo hiciera añicos. Al menos a esa mujer le sobraban agallas, mientras que  yo, no sé siquiera, si pueda encararle después de lo sucedido. Después de aquel beso.

—Qué bien que hayas decidido renunciar a esas rutinas —suspiró aliviada—. Estaban enfermándote.

—Sí, fueron las pesadas rutinas que me obligaron a renunciar —finalicé entre dientes y me puse de pie.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Luego de una ducha caliente, subí a la habitación. Me frotaba el cabello húmedo con la toalla mientras caminaba en bóxer por ese desorden, cuando me topé frente al espejo, y a mi reflejo en él.

 Algo pudoroso, miré con detenimiento y de pies a cabeza, la silueta de mi cuerpo.

 

“Tu delgadez ya es perfecta”

Las palabras de Adrián  tintinearon dentro de mí, mientras recorría con las pupilas, todo mi yo.

“Eres hermoso, así, tal y como eres”

 

Avergonzado, desvié la vista del espejo.  

Será verdad que soy… ¿sexy a mi manera?

Me acerqué al buró y abrí el cajón, mientras que las caricaturas sonaban de fondo en el televisor. Saqué de ahí la tarjeta dorada del gimnasio Perfection y con mis dedos la presioné, indeciso.

 Sin más preámbulos, la partí en fragmentos y los arrojé al cesto de basura.

—No volveré… para no verte más —murmuré y mordí mi labio inferior.

 

A la mañana siguiente me levanté de un salto. El sueño que tuve me había motivado. En él, mi madre y yo éramos luchadores profesionales. Ambos nos subíamos al cuadrilátero con trajes  apretados y antifaces ocultando nuestras identidades; preparados y motivados para enfrentarnos al “Lobo callejero” interpretado por Adrián, yo “el Ángel justiciero” y ella “La madre sobreprotectora”. Al primer segundo de inicio para la contienda, mamá se lanzó al Lobo Callejero  y sin consideración le hizo sufrir con una de sus crueles y más sorprendentes llaves. Sin oportunidad alguna, el contrincante cayó a la lona y yo me lancé encima de sus pectorales con todo el peso de mi cuerpo sobre él, evitando que continuara respirando con facilidad. Él, ya convaleciente, intentó levantarse, pero mi madre le estrelló una silla dada por el público participante para derrotarlo finalmente, y con una voz demasiado grave para ella, exclamó: “Esto es por robar el primer beso que tanto reservó mi casto hijo”.

 El Lobo callejero solo hizo “Auuuu” del dolor antes de perecer y quedar tendido sobre la lona…

Al menos en un sueño, Adrián había recibido su merecido.

—Auuuu —me burlaba mientras que con pijama, salía de mi habitación frotándome los ojos.

Error, aún permanecía adormilado, no calculé el escalón y caí por las escaleras de manera dramática y en cámara lenta.

Al final, yo terminé por hacerle Auuuu.

—Por tu culpa Adrián, soñar contigo me trajo mala suerte —gemí— ¿Cómo puedes maldecirme desde larga distancia? —me quejé mientras que con dolor, intentaba tocarme mi espalda adolorida y averiguar si aún permanecía en una sola pieza.

Eso de caer por las escaleras lo he visto en algún lado:  en las telenovelas que Eli y mi madre ven en el horario de las nueve. Pero se supone que la que cae es una mujer, y embarazada, que tras varios capítulos pierde al bebé.

Yo sólo me lastimé la espalda.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 Los días siguientes al infortunado accidente los pasé en reposo. Nada de escuela, nada de actividad física. Y sin visitas… a excepción de Lolo, que ha venido la mayoría de veces, pero solo para ignorarme jugando con mi consola y para comerse mis vasitos de yogurt con cereal y mis gelatinas de piña. Carla pasó una vez a preguntar por mi salud, pero mamá le mintió y le dijo que dormía, continuando en su terquedad de alejarme de ella para que logre superarla.

 

En realidad no fue tan grave mi caída. Han pasado tres días y ya puedo caminar con la espalda totalmente recta, con lentitud pero lo hago, y gracias a la amiga de mi madre, que es  terapeuta y ha venido atenderme diariamente. No fingiré, en verdad me agradó estar lesionado. Que me consintieran y me liberaran de mis obligaciones hogareñas. También pude escaparme del ambiente escolar; de las reprendas de los maestros y de los comentarios burlescos de mis compañeros, pero sobre todo de las tareas, de escribir esos largos ensayos sobre temas aburridos que tanto odio. Pero no más que Adrián.

 

Solo tuve tardes de televisión y comidas en cama.

 

Pero hoy sábado, mamá me ha obligado a meterme apresuradamente a la ducha y usar ropa adecuada para recibir visitas. «Llamaron tus amigos de club de futbol y algunos de la preparatoria avisando que vendrán a ver cómo sigues. Así que alístate y bajas a la sala». Esas fueron sus instrucciones.

 

Ya casi era hora. Solté a mi oso Filipo al que anteriormente estaba abrazando con estremecimiento mientras dormía luego de una ducha caliente, y me levanté de la cama con lentitud. Mi cabellera había humedecido la almohada. Subyugado apagué las divertidas caricaturas y monótono me asomé a la ventana, mirando cómo la tarde moría lentamente. Me abracé a mi mismo cuando un aire fresco me atacó con fuerza e hizo que mi piel se erizara. Afuera el clima era frío y duro. En eso, me percaté de la llegada de los chicos del club deportivo, guiados por el entrenador hasta la entrada de mi casa. Ellos abrieron el portón y recorrieron el jardín de mamá. Resoplé irónico al observarlos, pues no soy  ese tipo de chicos que reciben visitas cuando se lesionan, y era extraño que los del club vinieran a voluntad propia. Regresé a la habitación y estornudé dos ocasiones seguidas. Mi nariz ya estaba irritada y no tuve otra opción que buscar el abrigo más caliente y estorboso si no deseaba resfriarme. Sin alternativa, me abrigué con el más ridículo de ellos, el que tiene una colorida cara de payaso estampada al frente; de una mirada bizca, con unos anchos labios pintados formando una amplia y sádica sonrisa, y una tintineante y pomposa nariz roja. También me puse mi acostumbrado gorro de estambre y una bufanda con la que me cubrí la boca para fortalecer mi defensa contra el frío. Imagínenme en temporadas navideñas. Quizá me estoy volviendo igual de paranoico que mi madre. Pero le temo a los refriados y prefiero exagerar.

Justo pensaba en ella y en sus cuidados extremistas cuando llamó a la puerta.

— ¿Puedo pasar? —avisó.

—Sí.

Ella se asomó por la puerta entreabierta.

—Te llama un amigo por la línea. Tiene una voz tan sensual y exquisita que me hizo tener escalofríos al escucharle —señaló extasiada y me dejó el aparato inalámbrico en mis manos— Contestas y bajas inmediatamente que ya están tus amigos en la sala esperándote. Pero no tardes, ¿eh?—me apresuró con la mirada desorbitada.

—Pero quién llama… —miré el auricular mientras mamá azotaba la puerta.

Sin alternativa me llevé la bocina al oído para averiguarlo por mí mismo.

—Aló… —titubeé bajo la bufanda.

—Soy Adrián —anunció desde la línea.

Al escucharlo colgué rápidamente, con el corazón estremecido.

Por un momento, creí que me había librado de él, y comenzaba a sentirme aliviado, pero de pronto, absorto, miré que la pantalla del teléfono se prendía nuevamente.

“Número desconocido” indicó parpadeante y comenzó a timbrar. Mi respiración se volvió agitada. Inerte lo dejé continuar, mientras que  la mano con la que lo sostenía, temblaba con fuerza; estaba reaccionando como la presa en las historias de suspenso, cuando tú asesino y sádico acosador te marca. Y Adrián no era menos que eso para mí.

Pero… ¿A qué llamaba? ¿Cómo supo mi número? ¿Con qué cojones se atrevía?

El aparato siguió timbrando, persistente, alterando cada vez más mis nervios.

— ¡Contesta el maldito teléfono! —volvió mamá y se asomó—. ¡¿Tengo que subir hasta tu cuarto para pedirte que lo hagas?! —me reprendió y cerró la puerta.

Invadido por la adrenalina, me llevé nuevamente el aparato al oído, sin pensar en las consecuencias.

—Bue…

—No cuelgues… por favor —se apresuró él, implorándome.

—Qué quieres… —cohibido respondí.

—Decirte el motivo de mi… beso —lanzó un suspiro.

Mis mejillas se pusieron calientes. ¿Por qué mi corazón latía tan rápido?

—Y por… por qué lo hiciste —ya sin aliento, proseguí, inseguro de estar preparado para escuchar la verdad.

—Lo hice porque…

Definitivamente no estaba listo. Colgué antes que dijera una palabra más.

Afortunadamente después de eso, ya no se atrevió a remarcar y así pude ir a recibir a mis inesperadas “visitas”.

Bajé las escaleras lentamente y con cuidado, mientras que todos me esperaban sentados en la sala, tan confianzudos y cómodos, como si se tratara de su casa. Tenían el estero encendido, mientras devoraban frituras de queso y bebían refrescos en vasos desechables.

— ¿Cuándo se convirtió esto en una fiesta? —pregunté malhumorado y resoplé.

El entrenador se acercó y pasó su gran y pesado brazo por mis hombros.

—Tú madre fue hoy a la unidad deportiva y nos ha obligado a venir —me habló al oído mientras yo fruncía el ceño—. Yo le dije claramente: “iremos todos si hay botana y bebida gratis.”

—Ahora tiene lógica que estén aquí —señalé irónico.

—Y mira…  —me entregó una tarjeta que decía: “que te mejores pronto”.

—Gracias… —se la recibí con actitud apagada. Era obvio que mamá también lo obligó a obsequiármela.

Me quedé sentado durante varios minutos mientras era ignorado por los que según habían venido a verme y que solo hablaban de chicas y futbol entre ellos, sin molestarse en incluirme. Hasta que llegó Lolo a mi rescate, haciendo sus visitas rutinarias y tomó asiento junto a mí, preguntándome qué diablos estaba pasando alrededor.

—Mamá —resumí.

—Entiendo perfectamente —indicó sin necesitar una palabra más.

— ¡Oye! —el portero del equipo se detuvo de topetazo frente a mí—. ¡Tu abrigo sí que es varonil!—. Se carcajeó y campante prosiguió su camino al sanitario.

Hice una mueca frente a su sarcasmo.

— ¿No es esa la cara de payaso que te asusta? —preguntó Lolo observando mi abrigo.

—Me asustaba —aclaré con énfasis.

—Sí, claro —viró los ojos.

Y me quedé ahí, malhumorado en el mullido sillón.

Hasta que el destino llamó a mi puerta… ¡literalmente!

—Yo voy —apareció Eli al escuchar el timbre y veloz en su silla de ruedas, se apresuró en atender.

—¡Wow! Deberías inscribirla a los juegos paraolímpicos, seguro gana una medalla de oro— comentó Lolo asombrado al contemplar su destreza.

—Ya lo sé  —volteé hacia la entrada con una punzada de curiosidad, y miré a mi hermana detenida, con la puerta de par en par, petrificada, como si hubiera sido hechizada por algo… o alguien.

—Ahora vuelvo —extrañado ante el comportamiento de mi hermana, le avisé a Lolo y de un sólo estirón me puse de pie dirigiéndome hacia la entrada.

—Te buscan… hermano —señaló ella sin perder de vista el objetivo, ni parpadear siquiera.

— ¿Quién es?—asomé la cabeza detrás de la puerta abierta.

Era el destino, al que al final, no pude evadir…

Su codo se encontraba recargado en el marco de la entrada, con  su antebrazo a nivel de la frente, ocultando bajo el, sus potentes y depredadores ojos negros. Portaba su estilo  rebelde y rockero, mismo que ya lo caracterizaba. Esa chaqueta de cuero oscuro, que lo ayudaba a ser aún más intimidante.

— ¡ADRIÁN! —dramaticé al verlo.

Él… ¿en mi casa? Estuve a punto de colapsar por la impresión.

Adrián se pasó la mano por su corte de mohicana recién rebajada y sonrió con malicia, logrando lucir aún más guay con esa pose.

El lobo se veía muy bien.

Y mientras que ruborizado y con discreción analizaba cada detalle de él, hasta lo más insignificante, logré fijar ese vendita atravesando su nariz.

—Casi me la fracturas —señaló al percatarse de que miraba su parche.

—Tú te lo buscaste —apenado, desvié la vista.

—Un momento… —reaccionó por fin mi hermana— ¿no eres tú el chico sensual del volante?

— ¿Chico sensual del volante?— repitió Adrián, sin estar seguro.

Ella prácticamente se lo comía con la mirada y lo saboreaba con la lengua.

— ¡Claro que eres tú! ¡El de eventos eróticos! —expresó con las mejillas ruborizadas y con las pupilas con forma de corazones— Jamás podría olvidarte —se derretía como caracol en sal.

— Ya había escuchado que soy inolvidable —respondió él, con la “humildad” que lo describe.

— ¿Podrías darme otro de esos anuncios? Quisiera conserva uno —pidió, casi a rodillas si pudiera— Lo que sucede, es que mi hermano —señalándome discriminatoriamente— se ha quedado con el que yo tenía —cruzó los brazos, molesta.

—Cállate Eli —le ordené entre dientes, totalmente apenado—. Qué va a pensar él, si le estás diciendo que “yo” —recalqué—, poseo uno de sus volantes.

—Y tú, ¿para qué necesitas uno de mis volantes? —señaló Adrián con interés.

Balbuceé un momento, para después exclamar:

— ¡Para qué más! ¡Para tirarlo a la basura y descontaminar la tierra de todo lo que tenga que ver contigo! Además, mi hermana cargaba con publicaciones de gente indecente, ¿cómo aprobarle para que conservara un objeto de esa índole?

— ¡No le hables así a tu amigo! —me reprendió Eli haciendo el amago de golpearme.

— ¿A-MI-GO? —Deletreé sarcástico— ¡Es el mejor chiste que he escuchado!—reí con ironía— ¡Él jamás será mi amigo! ¿Entiendes?

Adrián cruzó los brazos, observando atento y divertido a la vez, de cómo intentaba convencerla rotundamente de ello, mientras que al mismo tiempo la alejaba de la entrada y de esta conversación.

Cuando creí haberlo hecho lo suficiente, inmediatamente volví a situar la mirada molesta en él.

—Siento que deba cerrarte la puerta en la cara, pero adentro me esperan los que “sí son mis amigos” — Le restregué. Tomé la perilla de la puerta y cuando estuve a punto de cerrarla, Adrián la atrancó con su bota militar.

—Necesito hablar contigo —mencionó.

— ¡Pues yo no quiero escucharte! —comencé a forcejar la puerta.

— ¡Entonces no me iré hasta que cedas!  —exclamó y empujó con fuerza.

— ¡Quédate afuera y espérame un siglo si quieres! ¡Tal vez para ese entonces lo considere! —respondí con la misma potencia.

Por la rendija, Adrián asomó su mano, en la que sostenía una envoltura de una barra de chocolate.

—Es tuya si hablas conmigo —habló detrás de la puerta.

— ¿Estás intentando sobornarme?—pregunté perplejo.

—Es lo que estoy haciendo—corrigió con cinismo—. Tiene rellano cremosito.

Yo comencé a sudar. Esa barra de chocolate se veía muy tentadora, prácticamente me pedía a gritos “¡cómeme!” Pero después de una ardua lucha de voluntad, al final resistí y no flaqueé ante tal poderosa tentación.

—No sé cómo te percataste de una de mis mayores debilidades… —dije, sudando.

—Tú me las dijiste, cada una de ellas. Eres un amante del chocolate en barra—me hizo memorizar, aquella noche en el gimnasio.

Maldición, había olvidado que le conté todo sobre mí y así, dándole instrucciones de cómo derrotarme, dejándole dicho lo débil y patético que soy. Si no era ya más que obvio.

—Pero debes saber también que… ¡te odio más a ti de lo que amo el chocolate! —vociferé y continué forcejeando la puerta.

Sí, a ese extremo llegaba mi odio hacia él.

—Vamos, no puedes huir eternamente, ¿hasta cuándo vas a pretender que no pasó? —inquirió.

Pasmado, solté la perilla de la puerta al escucharle.

En eso, mi hermana intervino y  abrió la puerta de par en par. Acercándose al Lobo, lo cogió de la mano y se la acarició.

—Disculpa su falta de cortesía, nuestra madre nos ha educado bien, pero Ángel siempre ha sido un hijo descarriado que jamás aprenderá cómo tratar a las personas. Pero yo, Elizabeth Rojas, te hago la ferviente invitación de pasar a este humilde convivio. Seguro mamá se sorprende con tu atractivo y te ofrece un cafecito o algo caliente para beber en esta fría noche. ¿O prefieres alcohol?

— ¡Ay pero qué caritativa me saliste! —Expresé sarcástico— y tan educada, pero no te molestes en usar modales con gente como él —espeté, y al cual miré rendido, llevándome la mano a la frente—. Esta bien, habla. Pero que sea breve, y te marcharás de inmediato de mi casa, y no me molestarás más —demandé, con los brazos cruzados.

—Sólo quería decirte  el porqué te be...

Me lancé y le cubrí la boca con mis manos, mientras que palpitaba inmoderadamente. ¿Acaso planeaba decir frente a mi hermana que me había besado?

Adrián seguía hablando bajo mis dedos, los cuales evitaban que sus palabras fueran entendibles, mientras que ella lo miraba atenta, con brillo en los ojos,  igual que los enamorados, como si el Lobo se tratara de una celebridad que haya tocado la puerta y Eli una fan eufórica. Solo faltaba que le pidiera que le autografiara la blusa y  de paso rogarle para tomarse una foto con él, para luego pegarla en la cabecera de su cama en un marco de corazones. O hacer un altar.

—Está bien, vamos a hablar afuera, lejos de aquí —cedí sin opción.

Si le hubiera dicho a Eli que se alejara y nos diera privacidad, se habría negado con tal de seguir coqueteando con Adrián. ¿Hasta las niñas como ella conquista? ¡Es de lo peor!

Me adelanté a la salida mientras escuchaba detrás a mi hermana despedirse de ese bastardo con voz embelesada.

Recorría el jardín de mamá cuando Adrián me alcanzó.

—Tu hermanita me ha tocado el trasero —señaló él.

— ¿Eh? ¿Podrías parar y dejar de seducir a una inocente niñita de nueve años? —repliqué enojado.

—Oye —me detuvo al verme renquear— ¿Estás lesionado? ¿Por qué caminas como viejito?— Evitó reír.

Evadí su comentario burlesco mientras abría el portón del jardín y salía a la calle.

—Creo que esta distancia es suficiente para hablar sin que los de mi casa escuchen o interfieran —dije—. Así que dime, ¡cómo supiste dónde vivía!—. Exigí. 

—Busqué tus datos en los papeles de la recepción del gimnasio, en ellos también conseguí tu número telefónico —respondió— Además, Carla ya había mencionado que eras su vecino, aparte de que no es la primera vez que deambulo por estos rumbos, buscándote.

— ¿Qué dijiste? —balbuceé.

¿No era la primera vez que venía a buscarme? ¿Había estado acosándome?

Con aire distraído, me hice el desapercibido y giré la cabeza hacia la casa de Carla, que yacía en penumbras. Ella y su familia habían salido a cenar con sus parientes.

—Pero bueno, ¿por qué no dejas de dar rodeos sobre asuntos triviales y mejor me preguntas por qué motivo te besé esa noche en el GYM? ¿O tan siquiera por qué no me reclamas por ello o me gritas que me odias y que te vengarás? Iba a decírtelo aquella noche, en ese preciso momento, pero no me diste oportunidad, me golpeaste y saliste huyendo. Te seguí, pero ya te había perdido bajo la lluvia. Y es por eso, que hoy me encuentro frente a ti, para hablarte sobre  “eso”.

Me encogí de pronto, viéndome más pequeño de lo que ya lucia bajo ese abrigo que quedaba enorme en mí.

Insistente, él comenzó a buscar mi mirada con la suya.

—Es algo que no me apetezca saber. No me importa —señalé tímido evadiendo a toda costa su rostro, y ese par de oscuras orbes.

— ¿Es por eso que ya no volviste al gimnasio? —inquirió.

—Sí, ya no quería volver a verte. Ya no podía —afirmé.

De pronto, un pensamiento invadió mi mente respecto a su pregunta.

— ¡Ahora lo entiendo! —Exclamé perspicaz y lo miré al fin—. ¡Ya sé por qué me besaste! ¡Desde mi primer día en el GYM, siempre te empeñaste en hacerme renunciar, me incomodaste para que lo dejara e incluso me amenazaste en una ocasión! Los duros ejercicios, las palabras ofensivas, ¡nada de eso funcionó! El beso sí fue una buena intimidación, te felicito… ¡Ya no volveré al gimnasio a causa de eso!

— ¡¿De dónde sacaste toda es mierda?! —expresó, contrariado.

—Es lo más lógico, ¿qué no? —dije y me dispuse a volver a casa, dando por terminada esta contradicción, cuando la mano de Adrián me atrapó de la muñeca y me jaló sin delicadeza.

—A… dónde me llevas —forcejé mientras obligaba a mis piernas a caminar.

En eso, oportuno, Lolo se asomó por la puerta de la casa y fue testigo de cómo a contra de mi voluntad, era jalado lejos de ahí por ese maleante.

— ¡Lolo! —grité en mi auxilio. Pero él sólo pretendió fingir que nada pasaba y cerrando la puerta, campante volvió adentro con los demás jugadores a seguir con la pachanga.

¿Eh? —Balbuceé ante su indiferencia— ¡Maldito traidor! —me quejé mientras era arrastrado por el Lobo, que avasallante, no cedió a mis órdenes e imploraciones y continuó hacia adelante pese a ellas.

— ¡Adónde me llevas, maniático! —crispé intentando zafarme por decima ocasión— ¡Han venido a verme mis amigos y debo volver al convivio!

Aunque, realmente esté o no presente, para todos ellos será como si no lo estuviera.

—Aún debo aclarar algunas cosas contigo y al mismo tiempo debo echarle un vistazo a mi moto, que la dejé estacionada junto al parque, y créeme que este lugar no es seguro —mentó—. Sin contar que frente a tu casa no es un lugar apropiado para tener este tipo de conversaciones.

— ¿De qué demonios hablas? —grité—. ¿A qué te refieres con “este tipo de conversaciones”? ¡Además no hay nada más de que hablar entre tú y yo!

— ¿Crees que voy a dejarte ir así? ¿Con esa idea errónea paseándose por tu cabeza? ¿Mientras que produces millones más de ellas? Es necesario, realmente importante que sepas el verdadero motivo de mi beso y que lo escuches por mí…

— ¿Eh? —absorto, titubeé—. ¿El verdadero motivo?

Y así, fui llevado sin salvación, hacia la verdad.

 

Ya había caído la noche. Por ello y porque el viento danzaba violento, el parque se encontraba desértico. A lo lejos, una pareja se marchaba besándose mientras que los columpios se balanceaban solos, impulsados por la naturaleza, como en una película de terror. Cerca de su moto, Adrián me aprisionó bajo un árbol, rodeándome con sus dos fortalecidos brazos. No logré encarar su desenfreno y aquella imagen y actitud rebelde, propia de un pandillero. Me sentí tan inmune, tan indefenso frente a él. Incapaz de huir.

—No quiero escuchar tus razones, solo deseo huir lejos, muy lejos de ti —imploré.

Porque tengo miedo a la verdad…

—Sería capaz de quebrarte los brazos y las piernas antes que dejarte marchar—gruñó, fiero.

Permanecí ahí, encogido de hombros, evitando a toda costa esa mirada, que insistía en atravesarme e indagar dentro de mí.

—Te diré el motivo que me impulsó esa noche. Pero, ¿mis labios serán lo suficiente convincentes para que confíes en ellos? ¿Deberán hablarte o besarte para que les creas? Dime, lo de aquella noche en el gimnasio, ¿no fue suficiente prueba para que lo supieras por tus méritos, sin  necesidad  de entablar una palabra ahora? ¿Debí haberme esforzado más?

Intenté fingir estar ausente, hacer desapercibida su presencia, y pretendí no escuchar aquellas palabras provenientes  de esa elocuente voz, que sonaba igual a música ligera.

Fue inevitable…

Temblé, bajo ese cielo añil, sintiéndome indefenso, con él consumiéndome lentamente con esa potente mirada suya.

Apartando mi bufanda, Adrián me desnudó el cuello y lo acechó como un vampiro. Me paralicé. Luego sentí un leve cosquilleo en el tímpano, cuando el cálido aliento de su boca entreabierta siseó en él un…

—No sé lo que está pasándome, pero… me gustas.

Su voz, se asemejó al murmullo del viento. Obtuso, por fin mi mirada se conectó con esos ojos fieros, mientras que comenzaba a descubrir nuevas y extrañas sensaciones emanando de mi pecho después de haberle escuchado mencionar esa palabra.

—Me gustas —repitió—. Me gustas mucho.

Su confesión, fue tan dulce y usurpadora a la vez, que intenté escapar de ella desesperadamente y a toda costa.

—Quizá soy ingenuo —hablé entrecortado, liberándome del ensimismamiento— pero por más que lo sea, no voy a creer en esto, y mucho menos, viniendo de ti. Soy un chico, al igual que tú, y… —perturbado, interrumpí mis palabras.

—Al igual que tú, ¡yo también me encuentro abrumado! Aún no sé con exactitud cuál es el nombre de este sentimiento que me tiene acelerado, y que tú me provocas. Y es por eso, que voy a llegar hasta el fondo, y averiguarlo —tragó saliva.

— ¿Llegar hasta el fondo? —retrocedí cuando me acorralaba y acechaba mis labios.

—Sí, hasta el fondo —me miró a los ojos—. ¿Debería llamarlo… amor? ¿Será ese el nombre del mal que aqueja a mi corazón?

— Pero…  ¡si apenas nos conocemos!

— ¿Crees en el amor a primera vista? —un brillo deslumbró en sus pupilas.

— ¿Eh? —me azoré.

—Y si te digo que desde ese encuentro en el callejón de Blue Rose no he dejado de pensarte, ¿me creerás? Porque hubo algo en ti, imposible de explicar, que me atrajo con tal fuerza que… no fui capaz de ingnorado o evadirlo. Ese algo, continúa plasmado en cada parte de ti. De alguna manera, acaparas mi interés, y que cada vez que me acerco a ti, me estremezco. —Intentó con lentitud y ternura, tocarme el rostro— Y si te digo también, que ese encuentro fue tan significativo, y que está marcando mi vida completamente, ¿qué me dirías?— Deslizó sus dedos, sublimemente sobre mis mejillas—Porque cuando me encontraba al borde de la perdición, apareciste tú y llegaste a mi vida, como un milagro. Mi corazón despertó y palpitó inmoderadamente sólo al contemplarte, como si respondiera a ti, como si intentara decirme algo. Y en ese momento, no me importó las diferencias o que ambos fuéramos chicos;  o que si era la primera vez que te veía. Todo aquello pasó desapercibido, no tuvo la menor importancia, ya que sólo una mirada bastó, un leve roce, para  no tener más dudas. Y estoy seguro que no fui el único, ya que también pude sentí, como ese día correspondías a cada uno de esos sentimientos, aunque haya sido bajo la antipatía, así que no te atrevas a negarlo. ¿Y  sabes? No importa si no logro comprender todo esto que me está pasando contigo, o si tiene lógica, sólo sé que lo siento, y que desborda mí ser. ¿Química, simplemente atracción física? ¿Amor…?

Amor…

Me aterré en pensar la posibilidad de que sus labios tuvieran coherencia. Aquella sensación que hizo vibrar cada partícula de mi cuerpo, cuando intenté afirmar sus palabras… ¿era miedo?

 Miedo de aceptar la verdad…

— ¡No… no sé a qué te refieres! ¡Yo no sentí esa extraña conexión de la que hablas! —Vociferé exaltado— Además, ¡no creo en ti, ni en tus labios! ¡Y recuerda: somos chicos! ¡Alguien como tú… no puede ir contra natura de esta forma!

—Je —Esbozó una sonrisa—. El principal incrédulo era yo, e incluso intenté  evadirlo tantas veces, huir de todo esto que parecía tan ilógico y tan inusitado en mí, pero cuando comencé a verte todos los días en el gimnasio, fui malacostumbrándome a tu presencia e inexplicablemente a necesitarla cerca. Y cuando menos me di cuenta, estaba enamorándome de un extraño. De un chico pecoso y odioso que perjuraba no soportar. Porque no importó cuando intentara hacerte fastidiar para llegar a odiarte, simplemente no pude evadir estos sentimientos. Y en efecto, no hubiera ido contra natura, pues nunca fui homosexual, pero desde aquella noche en el callejón, has sido tú, quien me ha hecho sentir como si fuera uno.

No, no, no, no, no.

Aferrado, continué negándolo, creando una barrera mientras que dubitativo le miraba. Pretendiendo escapar de sus palabras…

— ¡Te has equivocado conmigo, Don Juan! ¡Solo eres un promiscuo! ¡Siempre lo has sido! ¡Y yo no soy otras de tus putas con las que pasas un buen rato! ¡Ni siquiera soy mujer! ¡Así que deja de acosarme!—repliqué.

Sus labios dibujaron una sonrisita malintencionada.

—Si me apeteciera eso, ¡ahora mismo te abriría el culo y te penetraría aquí mismo!—expresó con dureza. — ¡Sin esperar tu opinión o tu afirmación!

Al escucharle, me protegí con las manos abrazando mi cuerpo, sintiéndome expuesto y asustado. Y mi rostro, fue la viva imagen de la confusión y el miedo.

— Pero —prosiguió—, algo me hace querer hacer la excepción contigo, y valorarte de otra forma, que no sea solo sexualmente. Al contrario, no deseo perturbar esa inocencia tuya, y tal vez sea, porque esa pureza e ingenuidad, ha sido lo principal característica que me ha atraído de ti. Y no logro concebir que pueda perturbarla o mancharla con actos carnales como el sexo.

— Desde siempre has llevado tu vida dependiendo de ello, ¿por qué debería confiar en que ya no lo es así? Personas como tú, ¡no son capaces de amar!

 Seguí mostrándome incrédulo frente a sus palabras, asustado cada vez más, de confirmarlas.

 Repentinamente, Adrián me tomó de las mangas del abrigo, mismas que me quedaban largas y escondían mis dedos. Presionó mi muñeca y obligó a mi brazo dirigirse hasta su pecho y tocarlo.

—Dime, ¿sientes mi corazón?

Ruborizado, logré percibir sus palpitaciones aceleradas por medio de mis tibios dedos, que fueron obligados por él a estrujar su órgano sin clemencia.

— ¿Dices que no puedo amar? ¿No soy también humano? ¿Qué no tengo un corazón que palpita? ¿No le da eso la capacidad? —vociferó, rabioso.

—Ese corazón solo indica que estás vivo, no que puedes amar…

— ¿De qué manera se te puede convencer? ¡Eres molestamente terco! —repentinamente exasperado, Adrián tomó entre sus manos mi rostro, capturándolo en ellas. Me miró fijamente, con avidez. Y acercó su rostro al mío, amenazando con besarme.

—Jamás sucederá de nuevo, porque ese beso fue un error y no debió pasar —temblé.

—Eso lo veremos —amenazó y me miró igual que un depredador, apunto de devorar a su presa.

— ¿Acaso vas obligarme? —Reclamé y jadeante me regocijé—. ¿Serías capaz?

—De eso, y muchas cosas más—sin detenerse, rozó mi nariz y acechó peligrosamente, mi boca entreabierta.

Mis piernas comenzaron a flaquear. Yo cerré los ojos, apretándolos y estrujé los labios. 

—No sucederá de nuevo,  no sucederá de nuevo —murmuré tembloroso.

Su cálido aliento, ya empañaba mi cara.

—No será necesario obligarte… —sonrió y alejó su carnosa boca.

Yo abrí un ojo y vislumbré su rostro.

—… porque llegará el día que me beses a voluntad. Caerás en mis encantos. Tarde o temprano.

Es una promesa.

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

“Consejos de cómo arruinar un momento romántico.”

Por Ángel  (titulado en ello)

 

Adrián presionó mi muñeca y obligó a mi brazo a dirigirse hasta su pecho y tocarlo.

— ¿Sientes mi corazón?

Ruborizado, logré percibir sus palpitaciones aceleradas por medio de mis tibios dedos, que fueron obligados por él a estrujarlo sin clemencia.

— ¿Dices que no puedo amar? ¿Que no soy también humano? ¿Qué no tengo un corazón que palpita? ¿No le da eso la capacidad? —vociferó.

......

—Ese corazón solo indica que estás vivo, no que puedes amar —señalé irónico—. No es más que un órgano que bombea sangre.

Adrián:   —Olvídalo. =_=

 

 

 

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