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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

 

 

Para que se den una idea, este es Ángel Rojas, según Aranzza:

http://24.media.tumblr.com/tumblr_mblosnGDVt1riu0k4o1_r1_500.gif

Gracias al contacto por enviarme este gif. Me ha encantado 

 

 

Era una hermosa tarde de verano. Mariposas que emanaban del jardín de mamá emprendían su colorido vuelo alrededor del brillante sol. Poseía la juventud plena, así que energético, lleno de vida y resplandeciente, salí de casa para asistir a clases.

Adrián me esperaba junto al portón, con los brazos abiertos.

 Sí, aquel chico de chaqueta de cuero oscuro, vaqueros rasgados, botas negras, perforaciones en su rostro y de carácter atemorizante y bravío.

 Me detuve un momento y le contemplé soñado. Era cierto lo que dijo mamá, Adrián es como un pandillero de los ochenta, que al verle me hace transportarme y quedarme atrapado en aquella época de batidos de fresa y Rock and roll. De meseras con patines, rugidos de motocicletas escandalizando las calles y chicos rebeldes montándolas con pañuelos rojos, mientras un “eye of  the tiger” suena de fondo. Casi aseguro ver a Adrián sacar un peine de su bolsillo y pasárselo por el cabello, heredando la coquetería del personaje principal de “Vaselina”. Sólo que de un aspecto más escalofriante y de facciones más fieras.

 Cualquier persona sabia le evitaría y retrocedería, temerosa que pudiera llevar resguardando en el bolsillo algún arma y una oscura intención junto con ella.

 Pero contradictoriamente, yo me dirigí hasta donde él permanecía, confiadamente, a ciegas, arriesgándome a las consecuencias, a que saliera lastimado por él,  a que sus brazos destrozaran cada uno de mis huesos y los hiciera polvo. A que me arrancara la vida de un suspiro con la punta filosa de algún objeto metálico. Pero fui imprudente y no detuve mi sendero que me llevaba a él, atendiendo fielmente al llamado de su voz.

Quizá no era lo más coherente, no ante ese par de ojos crueles y retadores, que reflejaban un ferviente deseo de aplastar y que ni el más hombrecito lograría encarar.

Pero entonces, por qué al posar sus pupilas en mí, estas cambiaban y lograban reflejar algo más, algo que su apariencia  no dejaba ver, a nadie,  y que a mí,  sólo a mí, me dio la fortuna de apreciar esa dulzura y misericordia que se ocultaban bajo sus oscuras y penetrantes orbes.

Aquel joven incomprendido y duramente juzgado. El pecador, el insensible, sin corazón. Sí, era él   quien me recibía con una sonrisa, más cálida que mil soles podrían ofrecer.

Me acerco, hipnotizado por sus ojos, hasta él.

—Hola —me saluda galante.

Con su mano rodea mis caderas, adhiriéndome suavemente a su cuerpo y con la otra toma mis mejillas, con esos mismos dedos violentos con los que pudo haber brindado una paliza a cientos. Esos nudillos que pudo haber empuñado y causado dañado, desfigurando rostros.

Pero entonces, ¿por qué se paseaban gentiles por mi rostro y me hacían sentir tan bien, tan querido, abrigado y tan a salvo en sus brazos?

Antes de que pudiera responder su saludo, él acalló toda palabra mía con un suave siseo, y reclamó mis labios como si estos fueran de su pertenencia y los pudiera tomar a su gusto.

En realidad era así.

Yo me aferré a su chaqueta y la exprimí con fuerza por varios segundos, mientras era envuelto por esa boca libertina, pecadora y pervertida, misma que pudo haber sido infiel; pertenecido  a cientos de bocas.

Pero entonces, ¿por qué sus labios se sentían tan incondicionales, tan inocentes, tan castos, tan sublimes?

 Era como si fueran sólo míos y jamás pertenecido a nadie…

Mis brazos cayeron inertes y cerré pausadamente mis ojos, desfallecido por su cálido roce y su aliento a cigarrillo.

 

Ángel…

 

Inconscientemente, escucho una voz externa llamándome. Esta logra distraerme y separarme de los labios de Adrián.

Y la miro. Carla estaba ahí, testigo de nuestro beso, de nuestra demostración de amor. De nuestro crimen.

Me recorre con la mirada de pies a cabeza, despectivamente.

— ¡¿Entonces eras tú la nueva puta de Adrián?!—Clamó, llorando de rabia—. ¡¿Quién lo arrebató de mi lado?!

Titubeé y retrocedí de su furia sin ser capaz de responder. Ella se acercó amenazante a mí y sin ningún ápice de misericordia, sumerge un cuchillo de cocina en mi abdomen.

Caigo al suelo y abrazando mi estómago ensangrentado, me regocijo, ya delirante en ese charco de sangre…

—Adrián…  —logro gemir, buscándole, con el rostro chorreante de lágrimas.

Él se acerca, mientras que yo, sumido por el dolor, me preparo para mi fin, pero sin remordimientos, ni lamentaciones, si fue por haberle llegado a amar a él…a quién de su rostro, no soy capaz de percibir ya con claridad… sólo una capa pañosa cubre mis pupilas.

Le regalo una sonrisa. Entonces, mis pesados párpados ya no soportan más y me obligan a hundirme en una oscuridad eterna…donde no estará él.

 

 

— ¡Adrián no! —Salté de la cama, agitado y tomando aire a bocanadas.

Aún era de madrugada y el viento golpeteaba mi ventana. Un escandaloso temblor atacaba mi cuerpo y una lágrima yacía en mi mejilla.

Una lágrima por él…

¿Qué era esta dolorosa sensación de pérdida?

Las manecillas del reloj que descansaba en mi buró retumbaba la habitación en ese insólito silencio, como taladros en mi cabeza:

Tic Tac, Tic Tac, Tic Tac, Tic Tac…

Una angustia tormentosa me carcomía el pecho. 

Estaba empapado en sudor y tenía la boca seca. Atolondradamente me llevé las manos bajo mi camisa de dormir, que tenía dibujado ositos con moños morados como gargantillas.

Suspiré calmado y sobé mis húmedos cabellos castaños pegados en mi frente, al ver y sentir mi vientre igual de esquelético y blanquecino que siempre, sólo con un leve enrojecimiento, a causa quizá por la picadura de un mosco, pero sin ninguna señal de daño ocasionado por un rebanador de cebollas. Y mi sumido ombligo también permanecía en el mismo lugar.

 Abracé a mi peluche aún palpitante.

—Fue un sueño. Sólo un sueño —soy capaz de recuperar un poco de tranquilidad al afirmarlo y reposo de nueva cuenta mi mejilla en la mullida almohada.

Un sueño agridulce.

 

 

 

Capítulo: El no indicado

(Primera parte)

 

 

13:00

Salí de casa más temprano que lo acostumbrado. Mi primera clase del día sería educación física, por lo que llevaba una delgada playera blanca y un pantalón negro deportivo. Pero allá afuera, el clima estaba fresco y nubloso, por lo que me volví casi a rabietas por una chamarra.

Con mi mochila en el costado, llevé arrastrando mi bicicleta hasta el portón. Después de tanto tiempo arrumbada en el patio trasero y en proceso de oxidación, por fin tendría la oportunidad de  sacarla a relucir y pasearme con ella hasta la preparatoria.

Le había dado una mano de gato esta mañana y dejado hermosa. Intenté quitarle la canasta y esa campanita que simulaba que era el chico de los helados andando en las calles, pero que dejé por miedo a estropearla. Y bueno, porque me gustaba un poco.

Sí. Lo tenía planeado todo. A la perfección. Estaba en una misión muy importante que no podía fallar: “Debía escapar de mi peligroso depredador. Del temible Lobo. Debía dejarle claro que yo no era cualquier presa, o mejor dicho, que yo no lo sería.”

Consciente de ello, me monté a la bici con determinación y me alejé de casa, tomando un ingenioso atajo.

 

Recorría las orillas de las calles montado en mi bici con la campanita sonando. Los vehículos pasaban veloces cerca de mí, peligrosamente. Sentí varias veces la escalofriante sensación de ser arrastrado por ellos.

A penas había recorrido la cuarta parte de mi peligroso andar cuando comenzó a lloviznar.

—Maldición… —musité—. En verdad odio los días lluviosos…

 Pero no tanto como Adrián.

Un joven que iba caminando campante por la banqueta, se detuvo y me miró.

—Traes ponchada una llanta —señaló con el dedo índice—. Ahí, ahí, es la delantera.

—Ah… gracias… —me bajé y esbocé malhumorado mientras me ponía de cuclillas y revisaba el desperfecto, causado por un pequeño objeto metálico y puntiagudo. Un maldito e insignificante objeto que estropeaba mis planes.

Inevitablemente intenté reparar el daño, mientras las gotas caían copiosas sobre mí. Y pese a que sólo llevaba una delgada playera debajo, inmediatamente me quité la chamarra y la enredé en mi mochila para proteger mis cuadernos y libros.  

Caminando a un costado de mi bici, arrastré su molesto peso por la calle, cabizbajo, totalmente empapado por la naturaleza. Mi ferviente determinación repentinamente se había apagado y toda  pisca de energía física.

No recorrí más de dos locales después de eso en estado zombi, cuando un pitido de auto detrás de mí me hizo sobresaltar y volver a la vida.

— ¡Oríllate, si no quieres morir estudiante imprudente! —Creí escuchar una advertencia.

Encogido por el frío miré sobre mi hombro, ya hecho toda una estatuilla de hielo.

Abrí los ojos como platos ante la sorpresa al verle. Se trataba de Adrián, de quién huía, ¡de mi peligroso depredador! Estaba siguiéndome lentamente desde atrás, pegado a la acera, apresurándome el paso sin dejar de presionar el claxon, cumpliendo así con su objetivo de ser en verdad molesto y muy ruidoso.

—Maldición… —murmuré por segunda ocasión, mientras presionaba fuertemente el manubrio de la bici con mi mano. Las cosas ya no se podían poner peor.

Decidí ignorarlo y le volteé la cara, pretendiendo que no le reconocí y que se trataba de un completo desconocido, pero él se adelantó y bruscamente atravesó el auto frente a mí, ocasionando que me exaltara y me llevara la mano al pecho. ¡El maldito por poco me atropella los pies!

 Aunque fue en parte mi culpa, ¡pues debí haber predicho que haría algo así de atrabancado!

 A penas me recuperaba del impacto cuando…

—Hola —se asomó por la ventana, recorriéndome con aire burlesco mientras yo titiritaba de frío. Debía tener una apariencia muy lamentable y por consecuencia, divertida para sus ojos.

Resoplé rindiéndome, ya no gastaría energías para ocultar lo patético que soy, él lo sabe a la perfección y siempre tendrá la habilidad para encontrarme con su radar en mis peores momentos, capturarlos en su mente, ¡y burlarse de mis desgracias por toda la eternidad!

Desde el asiento del copiloto, apareció Carla con su rubio cabello trenzado y agitó su mano como saludo. Le respondí de igual manera, fingiendo alivio y cierta alegría por habérmelos encontrado, cuando en realidad… ¡quería arrojarme a un precipicio, en picada! Digo, ¡había pasado por todo esto  intentando evitarlos!

Adrián aún mantenía esa sonrisita que comenzaba a desquiciarme y a crisparme los nervios.

Y de pronto, ensanchó más la sonrisa ante mí; que se había transformado ya en otro tipo de sonrisa, una que detonaba picardía. Y sus pupilas, se habían iluminado.

Me pregunté qué era aquello que había acaparado su atención de esa manera, y entonces bajé mis ojos hasta donde él miraba y…. ¡oh! me percaté que mis rosados pezones se encontraban duros y paraditos por el frío, aquellos que se transparentaban bajo mi ya húmeda y trasparente camisa blanca y que amenazaban con perforar la tela como si fueran puntas de lanzas.

Abochornado, me cubrí con uno de mis  brazos y tragué saliva.

¿Qué tenían mis tetillas para que él se lamiera los labios como un felino?  

Él garraspó la garganta y desvió la mirada, fingiendo indiferencia y pudor.

 —Sube —ordenó e hizo una mueca, señalando con la cabeza los asientos traseros del auto.

—No puedo, llevo mi bicicleta —dije y miré esta. En verdad era una excusa perfecta. Canté victoria en mi interior.

—Bien… —suspiró estresado, y dándole un golpecito al volante salió del auto sin importarle la lluvia o el tráfico que esperaba detrás de él. Llevaba una camisa de resaque que dejaba sus brazos descubiertos para el frío que hacía, y su calzado podría estropearse por los charcos que comenzaban a formarse en el suelo, o su peinado podría arruinarse por la incesante lluvia que caía, pero él no se detuvo a pensar en nada de eso, y caminó bajo el aguacero.

— ¿Eh? —Me sobresalté.

¿Qué planeaba hacer exactamente? Aparte de su voluntad, claro.

 Avergonzado le miré mientras mis labios temblaban y mis dientes castañeaban. Abrió la cajuela y rebuscó en ella. Sacó una cuerda y mientras la estiraba, se dirigió peligrosamente hacia mí.

 Me enervé y palidecí de pronto ante su acercamiento. Sin invocación mía, apareció mi sueño, proyectándose la escena donde nos besábamos en el portón de mi casa. El chico que en estos momentos yacía frente a mí, era ese mismo que apareció en mis alusiones. El que se escabulló entre ellas anoche. Ese chico ochentero que me besó y al que mis labios, le correspondieron sin objeción alguna.

 Ese chico, por el que derramé mi primera lágrima y que temí no volver a ver.

Me ruboricé y desvié las pupilas de él, temeroso de que se percatará de mis pensamientos o de mis aceleradas palpitaciones, que parecían unos gigantes tambores y que retumban con tal potencia, como si un escandaloso desfile marchara por la calle en esos momentos.Pero Adrián pasó de mí, para luego presumir de su fuerza y cargar mi bicicleta como si este fuera un objeto sumamente liviano, un simple juguete inflable. La colocó en el techo del auto, le pasó la soga y la amarró a este, con firmeza.

 Boqueé sin lograr decir ninguna palabra, mientras raptaba mi bici justo en mis narices.

—Ahora sube —me miró autoritario, mientras se sacudía el agua de lluvia que había humedecido su negro cabello.

 Yo dirigí la mirada hasta Carla, que desde el interior del auto, me apresuraba a subir.

Torcí la boca. Quizá si me negaba, conociendo a Adrián, sería el siguiente en ser amarrado al techo del auto.

—Bien… —sin mas, abrí malhumorado la puerta y entré, refugiándome, y rescatando a mis útiles de la humedad y a mí de un resfriado.

Misión de escapismo: Fallida.

De nuevo erraba y no lograba escapar de él, de las garras del Lobo. De nuevo se salía con la suya y me arrastraba a su lado, aferrándose en hacerlo por todos los medios posibles.

Pobre de Caperucito, qué será de él…

 Adrián sonrió ampliamente desde espejo retrovisor al verme sentado, ahí, justo donde él quería. Parecía relajado y satisfecho ante ello, hasta orgulloso. Con las mejillas infladas le volteé la cara y crucé  los brazos bastante cabreado. Pero eso lo divirtió más.

 Él arrancó con la insistencia de los otros carros detrás de él, que le pitaban y le gritaban palabrotas. Les sacó el dedo majadero por la ventana como respuesta y retomó el camino.

Con el cabello estilándome, abracé mi mochila, intentando aplacar el tintineo en mi cuerpo que continuaba atacando de forma escandalosa a mis labios. Estos se habían hinchado y tomado un color morado. Mi piel se había puesto más pálida que de costumbre, como el de un cadáver en refrigeración.

 Afortunadamente llevaba una camisa y un pantalón de repuesto en la mochila, como lo hago cada que toca educación física, ya que los partidos de futbol y básquet siempre suelen ser muy salvajes y termino enterregado y sudoroso. También llevaba vendajes para rodillas peladas y raspones en brazos que seguro sufriría. Pero no es que planeara cambiarme en el auto. No frente a esas orbes oscuras que me buscaban con insistencia por el espejo retrovisor y que calibraban cada movimiento mío.

Estornudé varias veces. ¡Sólo faltaba que me resfriara  por algo tan insignificante!

—Allá atrás va mi chaqueta de cuero, puedes tomarla —repentinamente me comunicó el Lobo desde el espejo, descuidando el camino frente a él.

—No gracias, así estoy bien —respondí con voz baja, aún encogido por el frío y desvié la vista al panorama pañoso de la ventana, mirando el caminar apresurado de las personas bajo sombrillas grises.

—Úsala —ordenó con tono severo.

—No. —Respondí renuente, sin apartar la vista de la calle.

—Por qué no —gruñó como el lobo rabioso que es.

—Porque no quiero y punto —inflé las mejillas, infantilmente.

— ¡Tsk! —chistó.

Miré de reojo, como molesto se mordió el piercing de su carnoso labio inferior, y estrujó el volante con sus puños, impotente ante mis negaciones.

Inmediatamente dirigí mis claras pupilas a Carla, pero ella iba entretenida con la pantalla de su reproductor de música y con los audífonos puestos, como para darle importancia a lo que acontecía entre ese bastardo y yo.

Pero entonces, repentinamente, Adrián decidió ponerse como loco:

—Ahora dime, ¡¡¿qué diablos hacías yendo a la escuela por tu propia cuenta cuando te dije claramente que los llevaría a ambos todos los días?!! —alzó la voz, exigiéndome una respuesta, ya bastante exaltado.

Carla se quitó las orejeras  y me miró atónita, esperando una respuesta de mi parte.

Esbocé incrédulo y perplejo al escucharle. ¿Había perdido la cordura? ¿Le había molestado tanto que intentara evadirlo? No es que haya logrado ocultarlo para que Carla no se percatara. ¡Para que el mundo no se percatara! Además, ¡no tenía el derecho de reclamarme! ¿Quién se creía? ¡Yo hacía lo que se me diera la gana con mi vida!

— ¡Sólo me aseguraba de asistir esta vez a clases y que un vago no me desviara por el camino de la holgazanería! —Grité, dejándome llevar por la emociones y del momento. A mí tampoco me importó que Carla me escuchara,  pero me arrepentí al instante y tardío, cubrí mi boca, consciente de que había metido la pata.

— ¡Bien! —Exclamó él—. ¡Me aseguraré que no faltes un día más! ¿Contento? ¡Ni un jodido día! ¡Yo mismo te dejaré a las puertas del colegio, fanático de la asistencia perfecta!

—Oh, Ángel —se asomó la rubia por el respaldo del asiento—, sentimos mucho haberte obligado a faltar a clases el día de ayer —dijo mortificada—. Si hay algo que pueda hacer para que rescates tus exámenes...

—No, no te preocupes —tartamudeé atolondrado— No… lo decía muy en serio. Hoy hablaré con los maestros, les diré que me enfermé o algo así —me esforcé por sonreír—. Al cabo sucede muy seguido.

Al final, la hice sentir culpable y responsable también a ella. Y a Carla, soy capaz de justificarle todo, no importa si en un futuro se truncara mi carrera para siempre por su causa.

Le perdonaba, hasta el hecho de que me haya asesinado en sueños.

Ella sonrió tranquila.

—Bien, espero te den una oportunidad.

Resoplé, intentando olvidar el reciente incidente. Debía ser más precavido y no llevarle la contraria a Adrián frente a Carla y  hacer ese tipo de dramas que hacen las parejas matrimoniales en las novelas televisivas. Se suponía que ese bastardo y yo éramos muy amigos, ¿no? Pero ella pareció comprender que hasta en los mejores amigos también hay crisis. Aunque, no estaba seguro de cuánto tiempo más soportaría esta farsa. Un día explotaría y desenmascararía esta tolerancia entre Adrián y yo.

Pero por ahora…

Saqué mis libros para cerciorarme de que no estuvieran mojados. Ventilaba las páginas que se habían humedecido levemente, cuando sentí la mirada de Adrián, que nuevamente me acosaba por el espejo central del auto mientras que Carla le acariciaba la mano que llevaba en el acelerador y al mismo tiempo bobeaba por el aparador de una tienda de calzado femenino.

Mordí mis labios con saña. ¡No soportaba esta situación! ¡Qué Adrián jugara con Carla de esta manera! ¡Que me mirara, que me coqueteara al primer descuido de su novia!

Entonces el recuerdo fue aterrizando en un paracaídas en mi cabeza:

—Yo no tengo nada que perder con esto, pero si en verdad te molesta que siga con ella…—sonrió de lado—, eso puede arreglarse ahora mismo.

— ¿Eh? —Me alarmé.

—Digámosle ahora mismo que tú me gustas —me tomó de la mano y me encaminó hacia la salida.

— ¿Estás loco? —Desesperado intenté frenar mis pasos, derrapando las suelas de mi calzado en el piso.

—Yo no tengo nada que ocultar y si lo hice hasta ahora fue pensando en ustedes, pero a mí no me cuesta ser sincero y hablar de frente. Y si confesándole a Carla que me gustas es la única manera para que me creas que en realidad me interesas y que voy en serio, entonces, simplemente debo…

— ¡No!  —Le detuve  de la muñeca, jadeante—. No le digas… —musité con la cara al suelo, suplicándole.

Escapando de mis recuerdos, los miré, a Carla y Adrián. No sólo era cómplice de esta situación, sino que de cierto modo, también el causante. El Lobo se dispuso hablar a última hora con la verdad, pero yo le supliqué que no lo hiciera, casi a rodillas. Y él continuó callando a petición mía.

No era de extrañarse estos actos inmorales viniendo de él, pero… ¿era yo quién engañaba a Carla ahora?

No. Agité mi cabeza, retractándome. Ninguno de los dos estamos engañando a Carla. Porque entre Adrián y yo no hay nada. No está pasando nada entre nosotros. No es que nos gustemos, que nos besemos y nos tomemos de la mano a espaldas de ella.  

Además, él solo está jugando, sus sentimientos son falsos y yo… yo no siento nada por él.

Pero sobre todo, jamás, jamás le corresponderé.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

La lluvia había cesado. El cielo parecía querer aclararse.

Miré por la ventana del auto y me percaté que ya estábamos a una cuadra de la escuela.

—Aquí nos bajamos —se alistó Carla y yo con ella.

—No, los dejaré al pie de la puerta —dijo él.

—No te molestes —respondimos al unísono la rubia y yo.

La miré en acuerdo. No tenía idea de por qué Carla se negaba a que su novio la dejara a la puerta, quizá porque no deseaba que cualquier muchacha guapa se le insinuara a su chico, pero a lo que a mí respectaba, no deseaba que toda la escuela me viera llegando con él y creyeran erróneamente que somos conocidos, además que no deseaba que el Lobo invadiera también mi vida en la preparatoria. No tenía intención de darle acceso a mi mundo estudiantil.

—No los bajaré aquí —Adrián meneó la cabeza, negándose, valiéndole un comino nuestra opinión. Le pisó el acelerador  y nos llevó frente a la entrada.

— Maldición… —hablé debajo. Esa palabra comenzó a ser costumbre en mi boca. Si antes me quejaba que mi vida era una tragedia, era porque claramente no contemplaba que todo esto iba a pasar. Y mi futuro se veía oscuro contemplándole a él en mi vida, a mi lado. No sé, pero algo en mi pecho me decía que iba a pasarla muy mal si no lo alejaba a tiempo.

Un momento, ¿no era ya demasiado tarde?

Me inquieté ante esa posibilidad.

 

Carla enfrentó y superó con más facilidad la situación y salió soberbia del auto al mismo tiempo que Adrián, mientras que yo, aún intentando escapar en vano, me escondí y me demoré en el auto, fingiendo arreglar mis cosas. Pero no pude hacerlo para siempre. Así que resignado y cabizbajo, salí del carro, siempre cobarde ante mi destino.

En cuanto la primera bota  de Adrián retumbó la calle preparatoriana, al igual que un conquistador haciéndose de nuevas tierras, todos los estudiantes de alrededor dejaron los asuntos que atendían para fijar su atención en lo que inmediatamente se convirtió en la nueva sensación.

Murmullos y revoloteos no se hicieron esperar.

Intenté escapar de Adrián, escabullirme y mezclarme entre la multitud de colegiales para evitar malentendidos, pero él me atrapó del brazo con fuerza y me aferró a su lado antes que pudiera hacer algo al respecto.  

Avergonzado y sin alternativa, anduve a su lado. Automáticamente, los jóvenes frente a nosotros nos abrieron paso, mientras que las chicas le miraban excitadas y los chicos con algo de prohibición y respeto. Los malosos guardaron distancia, inspeccionándolo desde un punto seguro, con sus rostros parchados de curitas; marcas de sus recientes enfrentamientos hechas frecuentemente al protagonizar esas peleas que se dan a la salida y que todo el mundo graba para después subirlo a las redes sociales y hablar de ello durante las clases.

Me cubrí la cara con la mano, como haciéndome sombra. Jamás había sido el centro de atención, y comenzó a ser bastante incómodo para un chico tímido como yo.  Me cohibían tantos ojos a la par mía, aunque no fuera precisamente a mí a quien miraban con interés y chismorreo.

—Desde aquí seguimos solos —dijo Carla frente a la entrada y enganchó sus brazos a la nuca de Adrián para besarle y  así dejarles dicho a las chicas que él era su novio y no lo intentaran.

Yo me adelanté mientras ella se despedía, aprovechando para escapar, ya que no planeaba agradecerle a ese bastardo por traerme, aunque me haya salvado de la lluvia. Ridículo me vería agitando mi mano y diciéndole “adiós, adiós” hipócritamente. ¡Jamás!

Pero antes de poner un pie dentro de la preparatoria, me detuve en seco al sentir su respiración agitada detrás de mí, que me puso los pelos de punta. Entonces una abrigadora capa envolvió con delicadeza mis hombros y toda mi húmeda espalda.

—Te dije que usaras mi chaqueta. Pero sí que eres terco Caperucito, y tengo que hacerlo por ti—Me reprendió suavemente y con un leve empujón me hizo entrar al instituto.

Siempre logra sorprenderme. Cuando menos lo espero, él hace estas cosas.

Yo me giré y lo miré, gruñéndole como un perro rabioso.

—Estudia mucho —desde la calle, me sonrió luminosamente como respuesta, con las manos en los bolsillos.

Todo dentro de mí se aceleró.

No por favor… No me sonrías de esa manera. No me procures de esta manera. Que me haces sentir valorado y especial.  Y eso me hace confiar en ti.  Y me rehúso a caer en tus artimañas.

Su chaqueta había calmado todo temblor y aliviado todo frío de mi cuerpo.

Cálido bajo su abrigo que olía a él, desvié la vista, sonrojado, e inflé las mejillas, orgulloso, fingiendo no mirarle. Ya dije, no es que planeara agradecerle o despedirme. Pero Carla sí que lo hizo entusiasta. Junto a mí, le mandó besos aéreos y uno que otro ademán cursi, formando con sus manos un corazón para él.

Miré de reojo, mientras Adrián por fin se subía al auto y arrancaba ruidosamente, derrapando, quemando casi las llantas.

Es cuando me percaté de un detalle…

— ¡Mi bici! —Exclamé al verlo desaparecer por la calle a toda velocidad con ella en el techo del auto. Estuve a punto de correr como loco detrás del vehículo cuando Carla me tomó del hombro, tranquilizándome.

—Te la devolverá después. Quizá no hoy, porque le pedí que no pasara por nosotros a la salida pese a que insistió, ya que mis padres vendrán a recogerme y no quisiera que me vieran con él porque me matarían. Pero no te preocupes, Adrián no sólo procurará tu bici, la reparará, ya lo verás.

—Seguro, después de deformarla y convertirla en una obra posmodernista, en una figura abstracta, y dejándola inservible —se me nubló el rostro—. Sería una excelente idea para hacerme fastidiar.

Ella rió.

—Discúlpalo, sé que te reprendió mientras veníamos en camino, pero es porque no está acostumbrado a que le rechacen y creyó  eso exactamente, que rechazaste su amabilidad yéndote por tu cuenta. Y eso hirió a su orgullo.

—Yo… —intenté justificarme de alguna manera.

— Lo que sucede… —entrecortó mis palabras—, es que cuando Adrián me recogió en la parada de bus, preguntó por ti y te buscó a mis espaldas, imaginando que le estabas jugando una broma y te escondías detrás de mí. Una broma que no le causó gracia. Yo le dije que te había visto salir de casa en tu bicicleta minutos antes. Y no sé por qué me imaginé que Adrián había creído que estabas huyendo de él, ¿puedes creerlo? ¡Como si tuvieras motivos para esconderte del Lobo! —sonrió irónica.

—Sí, que bobería, escapar de él ja, ja —puse los ojos en blanco, para luego carraspear incómodo y divagar la mirada.

—Y por ello le dije, “Seguro Ángel no quiso abusar de tu confianza, él es así, muy gentil, no le gusta causar  molestias”. —Señaló ella, sonriente.

— ¡Exacto! Lo hice por eso —me rasqué el cabello y fingí, nervioso—. Porque no quería causar molestias.

—Y entonces él…

— ¿Hay más? —hice una mueca.

Ella asintió.

—Adrián iba a dejarte ir por tu voluntad, pero llovió de pronto, y eso bastó para que acelerara y comenzara a buscarte desesperadamente por las calles. “Ese idiota se enfermará.” Dijo y se quitó la chaqueta de cuero para poder ofrecértela por si la necesitabas cuando aparecieras —sonrió ella, mientras que con sus uñas me acomodaba las solapas de la mencionada prenda que ahora me cubría. La prenda de su novio.

Mi rostro se ensombreció. Ese idiota… ¿no puede ser más discreto con su retorcido interés por mí ante su novia? ¿Y qué fue eso de que me buscó sólo para salvarme de la lluvia?

De nuevo, el rojo coloreaba mis mejillas sin consentimiento mío.

—Si no fueras un chico… —me miró seria Carla—, estaría bastante celosa y enfadada contigo. Porque eso de tener esas consideraciones contigo…

Me faltó el aire de pronto al escucharla.

La rubia siguió sonriendo juvenilmente, acomodándome la chaqueta, y no sé por qué tuve la sensación, de que en verdad quería desgarrarla del coraje con todo y mi hombro. Pero no eran más que locas alucinaciones mías, creadas por mi ya tormentosa conciencia. Y gracias a eso, no disfrutaba de su agradable presencia, sino que comenzaba a sentirme estresado por ella.

 

No, no estaba pasando algo entre Adrián y yo.

 

—Pero cómo estar celosa de ti —agitó su cabeza con negación absurda—, si sé que te procura así porque se imagina que eres aquel amigo a quien no pudo proteger y quiere compensarlo contigo.

— ¿Eh? —Inquirí sorprendido, sin saber con exactitud por qué comenzaba a interesarme los asuntos del Lobo—.  ¿Amigo a quién no pudo proteger? ¿De qué hablas?

Antes que pudiera escuchar una respuesta de su parte, un brazo me atrapó del cuello y me arrastró lejos de Carla.

Era el chico robusto de Rolando, mi compañero de aula, el que se sienta en la última banca de la fila y que siempre me molesta con apodos y comentarios que a la clase hace divertir.

— ¿Recuerdas la vez que metí tu cabeza repetidas veces en el inodoro en primer año como bienvenida? —Preguntó mientras que desesperado, yo intentaba librarme de su brazo estrangulador y huir muy lejos de él antes que intentará hacerlo de nuevo en uno de los cubículos abandonados.

— ¡Cómo olvidarlo! —Exclamé irónico—. ¡Tuve que asistir al psicólogo durante meses para superar tus humillaciones!

Él liberó mi delicado cuello  de su fuerte brazo justo ante mi último soplido de aire.

Mi rostro fue recuperando lentamente su color natural.

—Pues finge que nunca pasó y comencemos de nuevo. Y si alguien intenta hacerte algo parecido, ¡háblame que les daré un escarmiento que nunca olvidarán! —. Y me alborotó la cabellera como un acto… ¿amistoso acaso?

Me quedé con cara de “qué diablos sucede, dónde está la cámara escondida”, mientras Rolando se reunía con su grupo de maleantes, mismos que también me dirigieron levemente un gesto amable.

— ¡Me saludas al Lobo! —Vociferó, y se marchó lentamente.

¿El Lobo? Un momento, ¿Adrián nuevamente tenía algo que ver para que personas como él que jamás me tratarían bien, comenzaran a hacerlo tan de repente? ¿Acaso Rolando estaba siendo precavido? ¿Temía que Adrián se vengara en mi nombre y le hiciera algo?  Adrián no era tan malo ni tan rudo, ¿cierto? Entonces, ¿por qué actuaban como si hubiera matado a alguien? ¿Por qué le respetaban y le temían tanto?  ¿Sabía todo el mundo algo que yo no?

O quizá sólo eran precavidos y prudentes por el hecho de que el Lobo lideraba una temible pandilla. Bueno, eso era demasiado motivo para alejarse de él…

 —Algo que yo aún no logro —musité mortificado para mí mismo.

Eso me hizo temer por mi salud y bienestar. Y mi rostro volvió a ensombrecerse.

Cansado, me acomodé la mochila a la espalda y seguí andando. Quizá el comportamiento de todos hacia él, era una clara advertencia de que debía alejarme de Adrián. De que era peligroso.

Y me sentí tan inmune como Caperucita, una inocente y frágil niña siendo acosada desde los arbustos por una bestia devoradora.  El Lobo en realidad, ¿de qué sería capaz?

Pero entonces, si era tan temido, todo un chico malo, ¿cómo lograba llegar a ser tan cálido y gentil conmigo? ¿Cómo hacia que su mirada lograra cautivarme en ciertos momentos? ¿Y esa sonrisa que parecía tan sincera?

Quizá era como Carla había dicho, el mundo lo estaba juzgando mal. Eso me hizo pensar que si dejáramos de juzgar a los otros por las apariencias, nos encontraríamos con agradables sorpresas. Una persona fría, podría llegar a ser la más cálida.

— ¡Bah! —Me retracté inmediatamente de mi último pensamiento y meneé frenéticamente la cabeza. Claro que Adrián no era una buena persona. ¿Había olvidado sus sucios actos? ¡Me robó a mi chica, mi primer beso y estampó un helado en mi rostro frente a ella, la mujer a quién más amo! Y eso, ¡jamás de los jamases se lo perdonaría! Todavía sentía que mi cara tenía olor a pistache, aunque… debo admitir que me sirvió como ungüento, ya que me dejó el cutis suavecito.

Definitivamente era un lobo fingiendo bajo una piel de cordero. Un lobo intentando persuadir a una inocente Caperucita en el bosque. Y viendo el comportamiento y la reacción de los estudiantes, Adrián podría ser capaz de peores atrocidades. Peores que sumergir rostros en  helados de pistache.

Definitivamente debía seguir huyendo de él, no sería esa Caperucita ingenua que termina siendo devorada por el Lobo feroz.

Sólo esperaba ser más eficaz en mis huidas, y no como esta última.

Un tanto angustiado seguí andando, cuando la chica más guapa del segundo grado se detuvo al pasar cerca de mí.

—Ángel, ¿cierto? —Me sonrió.

—Sí… —tartamudeé extrañado. ¡Ese tipo de chicas son las que acostumbran ignorarme!

 — Escucha, te he visto llegar con el Lobo, y me preguntaba si podrías hablarle de mí. Soy Verónica. Y por qué no, presentármelo en otra ocasión— Se mordió sus labios y suspiró, ilusionada.

—Yo…

—Te lo encargó y… ¡que coqueta chaqueta llevas! —me guiñó un ojo y continuó con su caminar de modelo, saludando a los estudiantes más célebres.

—“Te he visto llegar con el Lobo, y me preguntaba si podrías hablarle de mí. Soy Verónica”. — Antipático farfullé, haciendo una imitación cómica de ella a sus espaldas y bufé. Definitivamente no sería el mensajero sin sueldo de Adrián. Si Verónica tenía algo que decirle a ese bastardo, que usara su propia boca.

Seguí caminando pues, cuando…

— ¿Desde cuándo tu amiguito ha decidido traerte a la escuela? —Escuché una voz detrás de mí.

Una cabeza rubia se asomó por mi hombro. Era Diego, que al instante se puso frente a mí, dejándose al descubierto.

—Que no es mi ami…

— ¿Sabes que amenaza con quitarnos las conquistas de las chicas? —Alzó su clara ceja y posó una de sus manos en mi hombro, fingiendo serenidad—. Por qué no le aconsejas tú, que eres su amigo, que no se acostumbre a pasearse tan seguido por la preparatoria—. Indicó persuasivo.

Viré los ojos.

—Que no es mi ami…

—Te lo encargo —me dio una palmada.

Lo observé marcharse. Quién lo diría, un perfecto chico de ojos azules y de cabellos dorados siendo opacado por un pelinegro desaliñado.

¿Qué era eso de Adrián, que atraían a todas las personas que se cruzaban en su camino? Ellas simplemente caían en su hechizo.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Con la lengua de fuera igual a un perrito, llegué a la cancha de básquet después de haber sido saludado por casi toda la escuela. Fue como si me hubiera convertido en una celebridad de la noche a la mañana y eso me agotó bastante.

Lolo estaba esperándome sentado en la banca junto a las gradas. Llevaba su acostumbrado short amarillo y una playera blanca.

 Me miró con extrañeza mientras me dirigía a él.

—Llegas a la escuela acompañado de Carla y Adrián, ¿y todos se toman la gentileza de saludarte? —. Señaló molesto y celoso.

—Adrián me obligó a subirme al auto. ¡Me obligó a todo esto! ¡Fue él quien me involucró en semejante situación! —Inflé las mejillas y con pasos de robot me acerqué a mi mejor amigo, tomando asiento junto a él; lo demasiado cerca como para rozar nuestros hombros.

—Hablando de él, ¿qué pasó entre ustedes esa noche que fue a buscarte a casa?—Desvió la mirada hacia la cancha húmeda, observando el estiramiento muscular que accionaban nuestros compañeros de aula; cosa que deberíamos estar haciendo nosotros.

— ¡¿Te refieres aquella vez que te pedí que me rescataras y me ignoraste como si fuera un extraño y volviste al convivio junto con nuestros compañeros del equipo de futbol mientras yo era raptado por ese maleante?! —Pateé su pantorrilla desnuda, despiadadamente.

 — ¡Ah! —Se inclinó para sobarse—. ¡Tenías que enfrentarlo! Y no es que fuera a matarte o violarte… —. Se sobó frenéticamente con gesto adolorido.

— ¡Pudo haberlo hecho! ¡Estuvo a punto! ¡¿Me oyes…?! —Hice el amago de volver a patearle, para después contenerme, y desviar la mirada, sonrojado.

—Pero no lo hizo. ¿Y qué te dijo del beso?—Penetró sus ojos en mí—. ¿Te confesó el motivo que lo hizo besarte aquella vez en el gimnasio?

Bajé la cabeza y comencé a jugar con los dedos de mis manos, mientras mordía la comisura de mis labios.

 La mirada del chico punk me insistió a que le respondiera.

—Él… él… me dijo que le gusto. Que ese fue el motivo por el que me besó y casi lo intenta de nuevo —Me conmocioné de tan sólo mencionarlo—. Si eso hubiera pasado, yo…

—Vaya —suspiró profundamente—. Has tenido tu primera experiencia gay, ¿puedes creerlo?

— ¿Eh? ¡Yo no lo pedí! —Me escandalicé.

—Bien,  y tú… ¿qué le respondiste? —Inquirió con actitud pensativa, como si estuviera analizando las cosas.

—Que no le creo, por supuesto —empuñé mis manos—. Que no le permitiría que jugara conmigo de esa manera…

— Y si él está hablando en serio, ¿qué harás al respecto? —Me miró, serio.

—Qué dices, Lolo. ¡Claro que no está hablando en serio! Adrián es juguetón y sarcástico. Y malo conmigo. Es normal que me lance piropos sólo con el afán de molestarme. No es que hable en serio, ¿me entiendes? No es que yo… —lancé su suspiro—, en verdad le guste —.Y me mordí el labio inferior.

Mi mejor amigo se quedó callado un momento. Luego añadió:

—Pues todo puede ser posible en esta vida.

— ¡No me importa! ¡Sea verdad si le gusto, o no,  jamás le corresponderé! Y ahora, más que nada, estoy pensando en la manera de librarme de él, ¡pero no será fácil, ya que el bastardo ha usado a Carla como carnada para mantenerme a su lado!, y yo no sé cómo librarme de sus artimañas. Y por si fuera poco, ahora toda la escuela es hipócrita conmigo porque creen que soy amigo del afamado Lobo y así, una fuente para llegar a él —Resoplé—. No sé, siempre busqué ser popular, creí que me haría sentir bien, pero al serlo a causa de Adrián, me molesta más que agradarme. ¡Qué todos me hablen sólo para preguntarme por él y para que les consiga citas! ¡Es por eso mismo que me había rehusado a hacer mi llegada a la escuela a su lado! ¡Intenté escapar, pero con el Lobo siempre al acecho, parece que nunca me será posible!

—Vamos, que podrías sacar ventaja de esta situación —dijo, regresando la mirada a la ruidosa cancha de balones siendo botados.

Reí al escucharle. ¿Ventaja a esta pesadilla?

— ¿Y cómo haría eso? —Pregunté irónico.

—Dices que Adrián te acercó a Carla, entonces aprovecha que puedes estar al lado de ella para conquistarla. Y bueno, también dejarás de ser el blanco de los malosos del salón. Digo, ¿quién querría molestar a un amigo del temible Lobo? Serás intocable al menos por un tiempo. —con la mirada firme al frente, bajó sus manos y se anudó las cintas de sus zapatillas deportivas, alistándose para la práctica.

Quedé con la boca abierta. Era verdad. En primer lugar: Había olvidado el aprovechar el acercamiento de Carla, cosa que había planeado desde que me volví cómplice de su relación con ese vago, y ahora, Adrián me daba la oportunidad de estar cerca de mi chica. En segundo lugar: Dejaría de sufrir insultos y zapes durante las clases porque me creen amigo de uno de los chicos más peligrosos de la cuidad.

Lolo era un genio.

—¡¡¡Rojas!!! —Apareció frente a mí el rostro histérico y rojizo del maestro de educación física—¡¡De pie!!—. El pitido del silbato del entrenador me hizo obedecerle y erguirme inmediatamente. Para ese entonces, Lolo ya había huido cobardemente a una velocidad impresionante.

— ¡¿Por qué llevas ropa formal?! ¡¿Con eso planeas jugar?! ¡¿Tienes mierda en el cerebro?!—Me gritoneó, poniéndose venoso mientras rechinaba los dientes.

—Mi ropa deportiva se ha mojado durante el camino a  la escuela. Fui víctima de la lluvia. —Repentinamente adopté el habla y la postura de un soldado y me mantuve rígido mientras me decía insultos que no comprendía, absteniéndome de despegar mi brazo del costado y limpiarme el salpicadero de su saliva en mi cara.

Ese tipo delgado y de carácter explosivo es nuestro apreciado entrenador, el que tiene la habilidad de hacernos creer que somos escoria y que jamás lograremos nada en la vida: El maestro Camaleón. El motivo de su alias es porque sus ojos son como los de ese lagarto, ágiles y atentos, capaces de percibir el más mínimo movimiento y sonido a su alrededor. Ojos que siempre nos tendrán en la mira, sin darnos la oportunidad de pasar desapercibida nuestras equivocaciones.

A veces sentía la escalofriante sensación de que podía verme a través de la ropa. O al menos se empeñaba en ello.

— ¡¿Por qué no respondes?! ¡¿La mierda no habla?! ¡¿Debo enseñarte también eso?!— Vociferó con una de sus pupilas alucinadas en mí, mientras la otra divagaba en otro lugar. Fue esa misma pupila dilatada del entrenador, que se percató de un movimiento lateral y le distrajo de lo inadecuado de mi ropa. Se dirigió con desdén al chico de la cancha que no lograba encestar, haciéndolo nueva víctima de su histeria.

—¡¡Lolo!! ¡¡Si no sabes jugar básquet deberías ocultarse toda la vida detrás de un arbusto!! ¡¡He dicho, si alguna vez tus manos dejan de ser estúpidas y lentas, sería capaz de depilarme mi pecho peludo con cera caliente!! ¡¡¿O debería darte un reconocimiento por ser el hombre más idiota de todos los tiempos?!! ¡¡Una vergüenza para la raza humana!!

Fui capaz de respirar de nuevo y relajar mis hombros cuando la torpeza de Lolo me salvó, por ahora.

Y cuando creí que no me pasaría otra cosa desastrosa en este día, los suelos comenzaron a temblar y crujir, como si se tratara de una corrida de toros próxima a embestirme. Y Estaba en lo cierto. Miré hacia mi derecha, y descubrí que eran las chicas de mi clase viviendo de los vestidores. Parecían dirigirse a mí como si yo fuera una atractiva rebaja en una tienda de ropa.

Sí, definitivamente iba a doler mucho.

—¡Auxi… —mi grito se ahogó entre la docena de cuerpos que me rodearon y aplastaron. Mi mano, sobresalió del tumulto, torciéndose desesperada. Pero al final ella también sucumbió junto conmigo.

Y en ese instante comprendí, que si la popularidad consistía en que chicas gritonas y violentas reventaran mis delicados tímpanos y que sus uñas rasgaran toda mi frágil piel, o que sus manos se pelearan intentando arrancarme las extremidades, prefería indudablemente la tranquilidad del anonimato por el que paso siempre. Ahora compadecía a las celebridades por tener que enfrentar y ser la mira de seres tan macabros y poseídos llamados fans. Y lo peor del caso, es que toda esta fiebre y maltrato a mi físico, no era por mí sino por el bastardo del Lobo. Todas ellas seguían ignorando mi bonito nombre y pronunciaban el de él como robots programados.

¿En serio podía tomar alguna ventaja de esta situación?

Mi respuesta siguió siendo extrañamente «sí» cuando las clases terminaron, pese al violento ataque de las chicas.

 Me dirigía hacia la salida mientras devoraba docenas de barras de chocolate dentro de mi mochila como todo un niño glotón, chocolates que ellas mismas me dieron a cambio de que yo le hiciera llegar a las manos de Adrián, los recados y  números telefónicos que le escribieron entre corazones y marcas de labial. Fue la única manera pacífica y razonable de llegar a un acuerdo con las chicas que parecían sólo actuar por sus instintos salvajes.

Pero esa no fue la única jugosa recompensa que obtuve, oh no, y me refiero a que Carla tenía razón y los exámenes habían sido apenas hoy y no ayer como había creído anteriormente. ¡No sólo puede presentarlos, sino que saqué notas altas! ¡Cómo oyeron! Y todo gracias a las mismas fans enloquecidas del Lobo, que me pasaron las respuestas a cambio de lo mismo: por tan sólo ser su “mensajero del amor”. Sí, lo sé, es irónico, culpando al Lobo porque reprobaría los exámenes por haberme hecho faltar a clases el día de ayer, cuando fue él precisamente, la fuente que hizo que los pasara con una excelente calificación que no creía posible obtener algún día por mi bajo rendimiento académico e intelectual, ¡y de la que mamá seguro me elogiaría y premiaría!

No supe desde cuando me convertí en cartero, pero si esa era la paga, me pondría alas y le haría hasta de Cupido.  

Sacar provecho de la situación, ¿eh?

— ¡Deja ya eso que caerás en un coma diabético! —Lolo me reprendió y me arrebató la tablilla de chocolate antes de que le diera un  gran mordisco; igual que una madre a su hijo cuando este se ha pasado de golosinas y después tiene que llevarlo de tirones al dentista—. ¡Con esta ya llevas siete!

Pero rara vez le escuchaba. Campante, me limité a sacar otra tablilla de mi mochila -¡tenía muchas!-, pero también me la arrebató fugazmente.

—Jamás fui así de afortunado, ni en la noche de brujas cuando me maquillaba ridículamente la cara para hacerme de los caramelos de los vecinos que ni siquiera me abrían la puerta. ¿Y ahora te interpones entre mi felicidad con el chocolate? —Le reproché y desenvolví otro, con suma desesperación.

— ¡Oye, Ángel! —La voz melodiosa de Carla sonó a lo lejos, como un cántico celestial, llamándome. Ella se apartó de sus amigas hipócritas y se acercó a mí, abrazando sus libros y  estrujándolos contra su pecho.

—Hola —sonreí como un retrasado mental. El efecto del chocolate me hacia sonreír como un idiota y sin motivo aparente. Pero la rubia, parecía extrañamente molesta.

— ¿Es cierto que entregarás a Adrián cartas de amor que han escrito las chicas de la escuela?—demandó ella, y borré mi sonrisa, balbuceando ante su interrogativa—. Sabes que él es mi novio, ¿cierto? Y no me traicionarías haciéndolo.

—¡No lo haría, ni por docenas de deliciosas barras de chocolate! —puntualizó Lolo, siendo sarcástico y malvado.

Retiré la barra pecadora de mi boca pausadamente y la oculté tras mi espalda, con una sonrisita inocente mientras le lanzaba una mirada amenazante a mi mal amigo. Pero ya había sido demasiado tarde, sin contar que había quedado vestigios en mi rostro que me incriminaban.

Ella me reprendió con la mirada.

—Tienes los labios  oscuros  por “el chocolate”—me indicó y recalcó lo último, con énfasis—. También las mejillas.

Al verme descubierto, no tuve de otra que aceptarlo.

—¡Ellas me obsequiaron los chocolates! —me apresuré a decir mientras aseaba con rapidez mi cara con el dorso de mi mano.

— ¿Qué persona puede ser chantajeada con chocolates? —Ella se llevó una mano a la frente—. Sólo a alguien como tú, al parecer.

— ¡No pude hacer nada ante esas chicas quebrando mis costillas! —Argumenté, haciéndome la víctima, ¡porque en verdad era una!—. Pero que haya recibido sus recados, no significa que vayan a llegar a su destino.

La rubia se acercó y me susurró en el oído.

—Deshazte de ellos, quémalos y no dejes ningún rastro, ni una huella. Esto queda entre nosotros, ¿entendido? Y puedes quedarte con los chocolates —. Me lanzó una mirada de complicidad.

Yo agité la cabeza en acuerdo y abracé las cartas que abultaban mi mochila, sobreprotegiendo mi ya oscuro crimen, como si se tratara de una mercancía de contrabando que debía pasar desapercibida por la autoridad, que en este caso era Adrián.

—Bien, te acompaño a la salida —Carla sonrió aliviada con sus perfectos dientes. Y me apresuró cogiéndome del brazo, como si nada hubiera pasado.

Sudé frío, mientras fiel a mí, Lolo nos siguió hasta la salida.

 

Salimos de la escuela. Yo me comía otra tableta de chocolate, cuando Carla detuvo su andar de golpe.

— ¿Qué… qué hace aquí? —Le escuché decir, asombrada.

— ¿Quién, quién? —Le pregunté con la boca zampada de chocolate. Había intentado devorarme la barra de un solo bocado.

Lolo me respondió, indicándome una dirección con su dedo índice para que mirara por mí mismo.

La barra de chocolate se escapó de mis manos y cayó al pavimento cuando vi ese carro azul con una bicicleta amarrada al techo, esperando con el motor encendido en la acera de enfrente.

—Adrián —indicó la rubia y un órgano gigante y espectral sonó imaginariamente en mi cabeza a la mención de ese nombre maldito—. ¡Pero si le dije claramente que mis padres vendrían a recogerme y que no podían vernos juntos! ¿Entonces qué hace aquí?

¡Eso mismo me preguntaba yo!

 Hasta que lo entendí.

«Él no acata órdenes, recuerda que hace su voluntad». Le informé a la rubia, pero en mis pensamientos.

—Acompáñenme —nos pidió ella. Lolo y yo la seguimos sin opción.

Cruzamos la calle y llegamos hasta el carro azul. Yo lo hice siendo arrastrado por mi amigo. Carla se acercó a la ventanilla abierta del copiloto y se inclinó para asomarse. Mi amigo y yo esperamos detrás de ella.

— ¿Adrián? Pero por qué has venido, recuerda que…

—Lo sé —escuché la voz del Lobo interrumpirle desde la oscuridad del auto—. Pero estoy aquí por otros asuntos…

—Ah, vale. ¿Y se pueden saber cuáles? —preguntó ella.

—He venido a devolverle la bicicleta a Ángel y porqué no, de paso llevarle a casa.

Mis ojos se engrandecieron al escucharle y me volteé a ver a Lolo, que me compartió la misma expresión de asombro.

—En-tiendo —balbuceó la rubia algo sorpresiva y descolocada.

Vi la cabeza del Lobo asomarse, buscándome detrás de la chica rubia.

—Hola pecoso —me sonrió al encontrarme.

Azorado le devolví la mirada, sin captar aún el motivo que le hizo conducir hasta aquí: Yo.

Él llevaba puesto un padrísimo chaleco blanco que hacía relucir el trabajo físico de sus brazos, y una capucha cubría su cabeza. Se veía tan apuesto en ese chaleco, que me hizo empuñar mis manos de coraje y envidia.

— ¿Y tú quién eres? —Se dirigió  entonces a Lolo, mirándolo aferrado a mi brazo.

—Es mi mejor amigo —le respondí con el mentón elevado, presumiéndolo.

— ¿Lolo acaso? —le dirigió una mirada desdeñosa, intentado atravesarle con ese par de ojos negros y bravíos.

— ¿Has escuchado de mí? —Sonrió el chico punk, alegre de que alguien tan célebre como Adrián supiera de él.

—Sí, he escuchado de ti, infortunadamente —Hizo una mueca de desagrado, lo que hizo desaparecer de golpe la emoción de Lolo.

— ¿Por qué no siguen platicando y conociéndose mejor durante el camino a casa? —Dijo nerviosa Carla—. Por favor, váyanse antes de que mis padres lleguen. Andando, Ángel —y me tomó del brazo y abriéndome la puerta del auto, me empujó al asiento del copiloto antes de que pudiera oponerme u opinar respecto a ello. ¡Yo no quería volver a casa con el idiota del Lobo!

Lolo entró apresurado a los asientos traseros de la misma forma que yo, ante la insistencia de ella, que vigilaba que sus padres no estuvieran estacionados por ahí y la vieran frecuentando con un chico de mala fama. Con un pandillero.

Esta vez, Adrián decidió ser obediente y acatando las órdenes de su novia, arrancó inmediatamente lejos de la escuela preparatoria.

— ¡Nos vemos luego! —La rubia se despidió con la mano mientras nos alejábamos.

Ya bajo secuestro, suprimí mis enormes ganas de saltar por la ventana aún con el auto andando y soporté la incomodidad, guardando compostura y pretendiendo serenidad.

Así le dije adiós a la escuela, ignorando a los estudiantes que de nueva cuenta eran testigos de cómo el afamado Adrián se tomaba la molestia de recogerme después de clases y llevarme a casa, como hacen los chicos con sus noviecitas. ¡Me sentí tan patético y asqueado! Y más porque de alguna forma muy extraña e inexplicable, tal acto de Adrián había logrado conmoverme y eso, me hizo sentir repudio por mí mismo. Y más, por el hecho de no poder evitar sentirme así, halagado.

— ¿Y cómo te fue en el día? —Preguntó el  Lobo mientras maniobraba el volante—. Me refiero a los exámenes, a tus clases, a todo ese tipo de cosas…

Esa típica pregunta de “cómo te fue en el día” solo era para las melosas parejitas de recién casados, que se preocupaban de cómo les fue en su jornada de trabajo luego de un día entero sin verse. Lo único que faltaba era que agregara un “amorcito” a la frase.

—No es de tu incumbencia —respondí encogido de hombros, intentando no mirarle, ¡ni un poco!

¡Acepto que me sentía nervioso y tímido! Era la primera vez que viajaba en el asiento delantero junto a él. Y todo desde aquí se sentía diferente.

—Le fue excelente —interfirió Lolo detrás. Adrián le lanzó una mirada breve por el espejo, recordando que un inquilino molesto viajaba con nosotros—. Unas chicas le pasaron las respuestas del examen a cambio de…

— ¡Cállate! —Le ordené a mi amigo, para luego lanzarle una mirada de cachorrito a Adrián.

 — ¡Y tú que te quejaste y me culpaste porque supuestamente te había hecho reprobarlos por inasistencia!—refunfuñó y se detuvo ante la luz roja del semáforo—. Y mira, te fue bien en los resultados. Creo que deberías aprender de esto y ser menos histérico ante las cosas que aún no suceden. Y tu empeño por haber estudiado arduamente, al final te ha recompensado.

Evité decir cualquier comentario y estrujé mi mochila, llevaba dentro lo que realmente me hizo obtener esos resultados: cartas de amor dirigidas a él, de chicas ilusionadas e ilusas que esperaban  de él una correspondencia, una llamada, una cita, una oportunidad. ¡Patéticas!

Y de pronto… él me miró.

—Tienes algo pintando tu cara… —dijo y señaló con el dedo mi rostro, observándome mientras fruncía el ceño.

¿Sería que había dejado marcas de mi crimen? ¿Chocolate en mis mejillas? ¿De nuevo?

—Qué… cosa —Pregunté entrecortado, con el corazón a mil.

— ¡Unas pecas!—Sonriente, se abalanzó a mí.

Totalmente expuesto,  fui indefenso ante su sorpresivo ataque sin poder evadirle.

Su mano atrapó una de mis mejillas  y la estiró como si fuera goma elástica.

— ¿Mis pecas? —Sonreí bobaliconamente, soportando la presión de sus dedos juguetones en mi delicada piel, que me distorsionaban la boca de forma cómica.

—Sí, tus pecas —él usó la otra mano y atacó a mis dos mejillas, estirándolas de un extremo a otro, hasta dibujarme una sonrisa falsa y amplia.

Me contempló unos segundos de esa manera y no pudo evitar esbozar una escandalosa carcajada.

—Es la primera vez que el gruñón de Caparucito decide regalarme una sonrisa ¿ah? —Dijo divertido y maravillado a la vez.

Involuntariamente  esa sonrisa se hizo genuina…

 Comencé a sonreír, al igual que él, mientras nos mirábamos a los ojos, perdiéndonos en ellos por varios segundos, que se hicieron eternos.

Esos ojos míos, habían fallado en evadirle. Y me hundí en su mirada bestial, pero a la vez, benévola.

Travieso, sus dedos estrujaron con más fuerzas mis mejillas, como si estuviera exprimiendo el jugo a alguna fruta.

— ¡Yaaaa! —Comencé a atacarlo con manotazos ciegos entre leves risas.

Ni siquiera le di importancia que mi rostro comenzaba a irritarse por su culpa.

Eso hasta que comenzó a arderme.

—Para ya,  me duele —lloriqueé.

 Pero él no obedeció, y siguió con esa inmadurez que en ocasiones le vence.

— ¿Te echas algo en el rostro? Es tan suave como las pompis de un bebé —Rió.

La diversión terminó cuando me percaté de lo que estaba haciendo. ¡¿Jugueteando con él infantilmente!? ¿Cómo si nos simpatizáramos uno al otro?

Y de nuevo  me sentí molesto conmigo mismo por haber sido débil ante Adrián, ante sus cálidas manos en mi rostro, débil por dejarme inducir por su juego. Y me reprendí en el interior arduamente, odiándome por ello.

— ¡Basta! —Cabreado alejé sus manos pícaras mientras me sobaba las mejillas con los ojos hechos agua, arruinando el aura rosa y primaveral que comenzaba a formarse a nuestro alrededor.

Además, ¿por qué seguía dentro del auto?

Tomé mi mochila e intenté abrir la puerta pero estaba asegurada. Él rió.

—Bien —fruncí los labios—. Si no vas a dejarme ir, entonces me iré a los asientos traseros, junto con Lolo.

—Caperucito… —le escuché llamarme con ese estúpido apodo que me bautizó.

 Torpemente me agarré del respaldo del asiento para pasarme hacia atrás, pero para complicar más las cosas, al intento de mi traslado, me desequilibré y caí sobre Adrián, restregándole accidentalmente  mi bien formado y redondo trasero sobre su cara.

—Lo sient… —me volví hacia él desde mi hombro.

 Adrián apartó su cara hundida de mi trasero y petrificado se sonrojó momentáneamente ante mi bochornoso descuido. Pero no tanto como yo.

Apenado ante tal torpeza, llegué hasta Lolo a gatas, intentando no pensar en… ¡que le di a besar mi retaguardia!

— Madre, ¿por qué me has traído al mundo?—me lamenté en voz baja cuando llegué a mi respectivo asiento.

 ¡Se lo reproché con toda mi alma!

Adrián arrancó de nuevo, aclarándose la garganta  y haciéndose el desapercibido, mientras que yo, tímido ya en el asiento, me digné a mirar por la ventanilla más rojo que un tomate, evadiendo  hasta a Lolo, que ni siquiera se había percatado de tal fatal accidente.

 

Así permanecí durante el camino, sin superarlo hasta que mis claros ojos se toparon con un enorme anuncio publicitario que me hizo olvidarlo.

—“Tus sueños pueden volverse realidad”—Leí.

Y automáticamente se me vino a la mente el sueño que había tenido a penas anoche y me alarmé.

Sentimientos de angustia, miedo y tristeza comenzaron a estrujarme el pecho. Intenté ignorarlos, pero estos se intensificaron.

Me volví hacia mi amigo.

—Lolo… —musité, tomándole de la manga.

Adrián nos miraba desde el volante, vigilándonos.

—Qué…  —me respondió, murmurante.

—No, nada —le regresé la mirada al Lobo, que estaba atento en nosotros.

 

Después de eso nadie habló, hasta que Adrián se desvió a una gasolinera.

—Bajaré un segundo, pero los estaré viendo desde afuera —nos advirtió seriamente y cerró con algo de fuerza la puerta.

¿Qué diablos significaba eso? Me pregunté mentalmente, mientras que por unos momentos le seguía con los ojos desde la ventana empañada por el vaho, para luego centrar la atención en Lolo.

—Tuve un sueño terrible —trague saliva, aprovechando que Adrián estaba fuera—. Y que hasta ahora me sigue teniendo aterrado.

—Dímelo —se acercó a mí para lograr escuchar con más claridad mis inaudibles y angustiosas palabras.

—Carla me apuñalaba con un cuchillo de cocina —balbuceé angustioso con las manos temblorosas—. Lo peor del caso, es que lo sentí muy real…

—Antes que nada, dime por qué Carla llegó a ese extremo, en el sueño —pidió.

De pálido, mi rostro pasó a rojo.

Desvié la mirada con aire distraído, comportándome desentendido ante su pregunta.

—No hubo motivo,  lo hizo porque sí —lancé una sonrisita avergonzada.

—Vamos Ángel, si quieres que te prediga bien tu sueño debes ser sincero.

—Está bien — suspiré resignado—. Ella se molestó porque…

— ¿Por qué se molestó? —Me impulsó a que terminara la frase con un ademán de mano.

—Porque me encontraba…—esbocé—…besando a su novio.

Lo solté al fin.

— ¡¿Estabas besando a Adrián?! —Exclamó.

Yo le cubrí la boca alertado, cerciorándome que el Lobo no estuviera merodeando lo suficientemente cerca para haber oído que fue mencionado por nuestras bocas. Él estaba hablando con un servidor de la gasolinera que parecía ser su amigo debido al constante estrechar de  manos.

Suspiré aliviado.

—Sí, le estaba besando —hice un puchero.

Lolo rió con picardía.

— ¡Qué! ¡Yo no controlo mis sueños! —Exclamé subido de color.

—De una manera los sueños pueden ser deseos o pensamientos más profundos…

— ¿Vas a predecirlo o vas a ser suposiciones absurdas?—Le interrumpí ya bastante molesto.

Lanzó un suspiro de estrés.

—Este sueño también parece ser una imagen muy cercana a una escena futurista —sentenció.

— ¿Qué diablos dices?— Farfullé incrédulo.

—Sí —me miró serio—. No es por alertarte, pero en ese entonces estarás respondiendo los besos de Adrián, y más pronto de lo que crees.

Yo reí. ¿Responder sus besos? ¿Estaba hablando en serio?

—Y también —hizo énfasis y prosiguió—, inevitablemente tendrás que enfrentarte a la furia de Carla. Ella te hará daño. No sé con exactitud si será físico o emocional y que tan lejos sea capaz de llegar. Tu mente pudo haber exagerado las cosas en ese aspecto.

—Sí, sí, como digas —viré los ojos ya incrédulo y  despreocupado, juzgándole de loco.

—No me crees, ¿cierto?

—Así es. Dejé de hacerlo desde lo último que dijiste. No voy a enfrentar la furia de Carla porque jamás corresponderé los besos de Adrián. Y Carla no es ese tipo de persona que lastima a los otros, ¿entiendes? Mucho menos una asesina. Además, no es que hayas hecho una buena interpretación en el último sueño…

— ¿Te refieres al sueño que tuviste del Lobo y la persecución, donde terminabas acorralado en un callejón y quedabas atrapado bajo sus garras?

— ¡Ese mero! —Acentué—. Dijiste también que ese sueño predecía el futuro y discúlpame, pero no es que hasta ahora, yo haya sido perseguido y devorado por ese cuadrúpedo nocturno…

— ¿Y no das por hecho de que Adrián representa a ese Lobo que iba tras de ti en el sueño? ¿El que te acórralo en aquel estrecho y oscuro callejón, bajo la lluvia y te hizo su presa?

Farfullé al escucharle, sin hacer entendible ninguna de mis palabras.

Aquella ocasión que conocí a Adrián detrás de Blue Rose,  la situación fue parecida  al sueño que tuve con un lobo días antes. Ambos tenían los mismos ojos, ambos me tenían contra el suelo, susurrantes, bajo una llovizna, en un callejón.

—No, en el sueño, el animal nocturno se hacía de su presa, y yo no he caído en las artimañas de Adrián ¡yo no seré la presa que lograrán hacerse sus garras!—Comenté, con terquedad, cuando era más que obvio que Lolo tenía razón.

—No por ahora. Tú estás  intentando  evadir a  Adrián, ¿cierto? de escapar de él, como lo hiciste en el sueño del animal salvaje, corriendo por las calles. Pero al final, inevitablemente él te acorralará y…

— ¡Calla! ¡Creo que es demasiado, al fin de cuentas son sólo sueños que no significan nada y tú en realidad no los predices!

Adrián entró en ese momento al auto y molesto nos miró por el espejo retrovisor.

—Hay mucho espacio allá atrás, ¿por qué están tan juntos? ¿Y qué es lo que tanto se cuchichean?

Observé absorto e irónico como Lolo se alejaba de mí ante la advertencia de los ojos de Adrián. ¿Era en serio? Lolo sólo tragó saliva y se quedó quitecito en su asiento. Malhumorado inflé las mejillas  y crucé los brazos. ¿Ahora se suponía que no podía socializar con mi mejor amigo? ¿Sería posible que el Lobo comenzaba a tener la absurda sospecha que entre Lolo y yo había algo más que la amistad?

Y aunque fuera así, ¡a él qué!

Adrián parecía ser de esas tontas personas posesivas. Pero se le olvidaba un detalle muy importante, ¡yo no le pertenecía!

 

Después de un incómodo recorrido para los tres, al fin llegamos al parque donde Adrián acostumbraba dejarme. En vedad agradecía que no me llevara hasta la puerta de mi casa y se pasara a platicar con mi madre y mi hermana a la casa, y que subiera sus botas en la mesita de la sala. Me salí inmediatamente del auto y casi caía de boca a la banqueta. Lolo también salió y Adrián nos imitó, y rodeando el carro se acercó a mí. Saqué de mi mochila la chaqueta de cuero que me había prestado y se la devolví malhumorado, evitando mirarle. ¿Cómo hacerlo luego de lo del carro? Su cara, mi trasero… ¡Ya saben!

 Él, a cambio, parecía ya haberlo superado.

— ¿Qué diablos le pasó? —Extendió la chaqueta entre sus manos, analizándola con un gesto casi horrorizado.

—Fue atacada por un grupo de chicas, pero sí que ha resistido —narré aún con asombro—. ¡Con lo que lidió, debió haber quedado hecha trizas! ¡Seguro!

Pero lo único hecho trizas, había sido mi cuerpecito.

—Como sea —el pelinegro arrojó la prenda dentro del carro.

—Ahora dame mi bicicleta —me crucé de brazos, exigiéndole.

—Sí.

Él comenzó a quitar las sogas que la ataban. Lo hizo con agilidad y rapidez. La bajó cuidadosamente del techo del carro y me la entregó, haciendo sonar la campanita y recargándola en el tronco de un árbol.

—Yo he reparado su llanta —indicó.

Yo eché una leve mirada a esta.

—No esperes que te lo agradezca, porque no te pedí que lo hicieras —seguí cruzado de brazos.

—La reparé porque quise, ¿entiendes? —sonrió—. Sin esperar agradecimientos, porque sabía que no lo harías.

—Me alegra que lo entiendas —inflé las mejillas. Él llevó su mano intentado apachurrarlas de nuevo, pero se lo prohibí, rehuyendo mi rostro. No caería de nuevo en su juego.

 Miré de soslayo como bajaba la mano, rendido por un momento.

 Pero repentinamente me tomó sin delicadeza de la quijada y me enderezó la cara, acercándola a la suya.

Mis piernas comenzaron a fallarme mientras en silencio, él miraba de una manera muy peculiar a mis labios, luchando por mantener al margen los suyos.

—Caperucito —me susurró—. No quiero que hagas lo mismo de este día, que escapes de mí. ¿Es que no lo entiendes? No importa cuánto lo intentes, no lograrás hacerlo. Siempre te buscaré y apareceré hasta en tus más profundos sueños…

Dicho esto,  liberó mi quijada y  se dirigió al auto, dejándome con el pecho exaltado.

Eso de aparecer en mis  sueños, ya era definitivamente una promesa que estaba cumpliendo.

—Y tú Lolo, ¿por qué te has salido del carro? —Le preguntó al chico que hasta ahora, había pretendido no ver nada de lo que sucedía entre Adrián y yo—. Anda, sube de nuevo que te llevaré a casa.

— ¡Gracias!— Emocionado, se apresuró el chico punk al asiento del copiloto, mientras se olvidaba despedirse de mí.

— ¡No lo hagas Lolo!— Exclamé—. ¡No te vayas con él!

— ¿Por qué? ¿Temes que le pase algo infortunado a tu queridísimo amigo?—sonrió Adrián maliciosamente.

No era justamente lo que había pensado. Lo que temía era que me arrebata el cariño de mi mejor amigo como lo hizo con mi familia, misma que ya le adora más que a mí, que soy de su sangre. Temía que Lolo se uniera al lado oscuro, se uniera a las fuerzas del Lobo y luchara contra mí.  Pero la mirada que los ojos de Adrián reflejaron en ese momento, eran indudablemente los de un asesino antes de cometer un crimen, haciéndome ver que estaba equivocado, que debía esperar algo mucho peor…

No sería capaz de lastimarlo por simples sospechas amorosas que se  dicen por ahí de nosotros dos. ¿O sí?

¡Pero qué decía! ¡Se trataba del Lobo! ¡De quién temen en la escuela y en los barrios! ¡Claro que sería capaz de eso y de mucho más!

— ¡Lolo! —Corrí intentando alcanzar inevitablemente a ese carro que se alejaba a toda velocidad, con su ya carga de muerte.

¿Qué será de mi mejor amigo en manos de Adrián? ¿Volvería a verle de nuevo con vida?

—¡¡Nooo!! —Melodramático como soy, exclamé y  me hinqué en el suelo, con los brazos abiertos al cielo.

 

 

Notas finales:

 

Hola, como sabrán estoy tentada a pausar mi historia por un  tiempo indeterminado  hasta que mi creatividad vuelva, y que es bastante arduo escribrir un simple párrafo cuando no hay inspiración. Por ello que no actualizo pronto, no porque les quiera hacer esperar.

Iba a esperar más tiempo para publicar este capítulo pero al final lo hice.

El siguiente cap lo publicaré pronto.

Gracias por sus comentarios, los responderé hasta que solucione el error (Quizá de la página) que no me deja hacerlo u.u


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